Partida Rol por web

La muchacha se sintió importante al aceptar la mano de Ser Dwain para ponerse en pie. Lo contempló por un instante, rebosante de una confianza en ella que hasta el día anterior sin duda la habría apabullado. Tenía la cabeza llena de cosas, pero al mismo tiempo tenía también esa fuerza en su interior, esa seguridad en sí misma que la hacía sentirse diferente y mejor. Capaz de conseguir cualquier cosa que se propusiera. Le devolvió la sonrisa. 

—No lo olvidaré —aseguró, convencida, para después hacer una inclinación pinzando su falda con los dedos de la mano que no sostenía el pergamino—. Gracias por vuestro tiempo, Ser. Y por todo lo demás. 

Caminó hacia la puerta, pero antes de salir de allí se giró para dedicarle una última sonrisa por encima del hombro. Asintió con la cabeza y salió. 

Cuando Carellyn salió de la trastienda lo hizo con una amplia sonrisa prendida de los labios y mirada pensativa. Tenía un fajo de pergaminos en una mano y el colgante que normalmente llevaba oculto bajo la ropa colgaba ahora a la vista sobre su pecho. 

Sus ojos se cruzaron con los del chico que miraba hacia la puerta y su sonrisa se afianzó un poco. Cerró la puerta tras ella y le dedicó una inclinación de cabeza a modo de saludo. 

—Lord Aldern —dijo con voz suave para después mirar al herrero—. Várgul. 

Su mirada se fue, curiosa, hacia la armadura mientras ella empezaba a caminar en dirección a la salida. 

Al ver que Carellyn salía justo en aquel momento de la trastienda con aquella sonrisa Aldern recurrió automáticamente a la expresión que solía poner cuando estaban ante otros y debía disimular. No se le pasó por alto cómo llevaba el colgante, y aunque se preguntó a qué se debía decidió guiñar un ojo a la doncella antes de girarse hacia Várgul.

—Lady Carellyn —respondió.

Después de eso dejó que saliera, preguntándose qué serían aquellos pergaminos, y terminó de entregar la armadura al herrero. Era la armadura que solía usar Aldern en los entrenamientos, la única que poseía en realidad: una pieza de cuero bien endurecido con el escudo de su casa en el pecho.

—Aquí te la dejo —dijo al enorme hombre—. Mañana antes de sol vengo.

Antes de salir Carellyn miró a Aldern por encima del hombro, extrañada de que de nuevo la tratase de lady. Dos veces en un día cuando nunca se refería así a ella. Sin embargo no dijo nada y salió de la armería tras hacer una inclinación. Empezó a caminar hacia el castillo, aunque al principio andaba despacio. Había oído al muchacho despedirse y no sabía si querría que caminasen juntos o tendría algún otro lugar al que ir. 

Después de que Carellyn saliese de la armería Aldern no tardó en hacer lo mismo. Había dejado allí su armadura de cuero, por lo que se iba con las manos vacías. El chico no aceleró el paso al ver que Carellyn caminaba hacia el castillo, aunque si ella caminaba lo suficientemente despacio pronto la alcanzaría.

—Al final has tardado un buen rato —le dijo sin aparente acritud. No parecía que se lo recriminase, sino más bien que continuase la conversación previa, esa en la que se había ofrecido como excusa—. He ido a mi habitación, vuelto y todo.

Hizo entonces un gesto con la cabeza hacia los pergaminos.

—¿Qué llevas ahí?

—¿Tú crees? —preguntó cuando el muchacho la alcanzó. No era consciente de haber tardado tanto, aunque tal vez había perdido un poco la noción del tiempo, podía ser. Su mirada se fue hacia los jardines—. Debería darme prisa entonces... pero tengo que dejar esto en mi cuarto —explicó, alzando un instante los pergaminos por los que el chico preguntaba. 

Bajó la mirada hacia ellos y se encogió levemente de hombros.

—No estoy segura, a decir verdad —reconoció—. Es algo sobre la leyenda de alguien llamado Asorhai, o algo así, y su esposa. Ser Dwain cree que podría tener algo que ver conmigo. Sabré más cuando lo lea, supongo.

No parecía demasiado segura sobre lo que estaba diciendo, pero al decir el nombre del caballero sus ojos tomaron cierto brillo. Se calló durante un par de segundos y cuando sus ojos buscaron de nuevo a Aldern, había una amplia sonrisa en sus labios. 

—¿Y qué hay de ti? ¿No quieres pasear por los jardines con nosotras? Hay una camada de gatitos bebés.

Aldern no llegó a asentir para responder a la primera pregunta de Carellyn, aunque su actitud dejaba claro que consideraba la respuesta afirmativa. Desde luego no iba a mostrarle que estaba molesto por la cantidad de tiempo que había pasado con Ser Dwain, o por la actitud que tenía con él. De modo que decidió no decir ni hacer nada al respecto... Por el momento. Cuando ella dijo que tendría que pasar por su cuarto él pensó en ofrecerse a hacerlo en su lugar, aunque la dejó hablar. Lo de la leyenda no le pareció tan mal, aunque le resultó extraño que Ser Dwain le diese pergaminos con esas cosas a la doncella. Lo de después, sin embargo, sí le pareció raro.

Finalmente, con sus preguntas, el chico negó con la cabeza.

—Ojalá pudiera —le dijo—, pero tengo algunas cosas que hacer en mi habitación. De hecho, si quieres puedo llevarte eso —se ofreció haciendo un leve gesto hacia los pergaminos. Después de eso caminó algunos segundos en silencio. No estaba nada conforme con cómo estaban yendo las cosas entre ella y Ser Dwain, y de verdad no comprendía que ahora le fuera detrás como un perrito faldero: no con lo que ella sabía de él. Si fuera al revés y Aldern rondase a la madrastra de ella, esa que había matado a su madre... ¿Acaso ella no se sentiría molesta? Por supuesto que sí. Ya tenía bastante con humillarse él como se había humillado, como para además... Eso le hizo pensar en algo.

—Dime una cosa —pidió entonces a Carellyn—. Aunque no fuera tu intención, ¿has oído nuestra conversación?

Aldern no llegó a asentir para responder a la primera pregunta de Carellyn, aunque su actitud dejaba claro que consideraba la respuesta afirmativa. Finalmente, con sus preguntas, el chico negó con la cabeza.

—Ojalá pudiera —le dijo—, pero tengo algunas cosas que hacer en mi habitación. De hecho, si quieres puedo llevarte eso —se ofreció haciendo un leve gesto hacia los pergaminos. Después de eso caminó algunos segundos en silencio. Parecía pensativo.

—Dime una cosa —pidió entonces a Carellyn—. Aunque no fuera tu intención, ¿has oído nuestra conversación?

Carellyn se lo pensó al escuchar el ofrecimiento de llevar el pergamino. Miró por encima de su hombro al lugar donde debían estar esperándola en los jardines y sus dedos se apretaron un poquito alrededor del papel. Pero finalmente negó con la cabeza. 

—Gracias, pero no te preocupes. Prefiero llevarlo yo. 

La siguiente pregunta había hecho que frunciese un poquito el ceño y mirase al chico con un interrogante colgado de sus pupilas. Sin embargo, no tardó en responder, encogiéndose de hombros. 

—Lo cierto es que sí, escuché parte de vuestra conversación. 

Había muchas cosas en ella que no había comprendido, pero no preguntó ninguna de ellas. Tampoco si esa pregunta de Aldern iba ligada al hecho de que él había estado escuchando lo que ella hablaba con el caballero. Sospechaba que así debía haber sido, pero se sentía segura de sí misma y sin nada que esconder.

Aldern no supo muy bien cómo tomarse que ella se negase a que le hiciera aquel favor. No creía que fuese porque no entrara en su cuarto, desde luego. De modo que todo indicaba que era por mantenerlos entre ella y el caballero. Aquello molestó un poco más al chico. Quizá estaba irascible por haber tenido que volverse de Campoestrella, por tener que ir a la guerra, porque ella prácticamente le hubiera echado de su habitación el día anterior... Eran muchas cosas las que se juntaban, pero al final tenía una cosa clara: con Ser Dwain cerca Carellyn sólo tenía ojos para él, y eso no le gustaba.

Una vez que respondió a su segunda pregunta él la observó un instante. No se le había pasado por alto un detalle. Él conscientemente le había preguntado si había oído la conversación, no si la había escuchado, pero ella había reconocido lo segundo. Asintió, demostrando que la había entendido, y tardó varios segundos en lanzarse a preguntar. Hizo un esfuerzo por no parecer seco, ni exigente, ni ofendido. De hecho sólo por reforzar aquello hizo que su mano rozase la de Carellyn antes de preguntar con expresión de ligera preocupación.

—¿Qué escuchaste?

Aldern no supo muy bien cómo tomarse que ella se negase a que le hiciera aquel favor, pero no dijo nada al respecto. Una vez que respondió a su segunda pregunta él la observó un instante. Asintió, demostrando que la había entendido, y tardó varios segundos en lanzarse a preguntar. Antes de hacerlo hizo que su mano rozase la de Carellyn para llamar su atención. Su expresión era de ligera preocupación.

—¿Qué escuchaste?

La sonrisa que parecía no ser capaz de abandonar los labios de Carellyn se acentuó al sentir el roce de la mano de Aldern. La chica miró a su alrededor, asegurándose de que nadie los miraba, y enredó por un instante sus dedos con los del chico. Sus ojos brillaban cuando volvió a mirarlo a él, de una forma que Aldern ya debía conocer bien. Si no estuvieran en medio del patio, si no tuviese prisa y él también... 

Se humedeció los labios antes de hacer una pequeña mueca con ellos. 

—Todo en realidad —confesó, encogiéndose de hombros, como si no le diese demasiada importancia—. La ventana estaba abierta. —Lo miró más intensamente y bajó un poco el tono de su voz antes de lanzar la siguiente pregunta—. ¿Estás bien, Day? ¿Qué te preocupa?

Al notar que Carellyn entrelazaba un momento sus dedos con los de él Aldern extendió aquel momento, convirtiendo el gesto en una rápida caricia. Sin embargo, no supo muy bien cómo sentirse cuando Carellyn le miró de aquella manera, como si estuviera sedienta de calor y de besos. ¿En eso pensaba ella tras estar más de media hora con Ser Dwain? ¿Tras verle empapado y con la camisa pegada al cuerpo?

La cosa empeoró al oír la respuesta que ella le dio. Sí, él también había intentado escuchar... Pero no era lo mismo. Él lo había dejado, después de todo. Aquello llegó a un punto en que decidió dejar de fingirlo todo. Apretó un poco los labios antes de contestar.

—¿Qué me preocupa? —le dijo de manera retórica. Si quisiera explicarse lo difícil sería ver por dónde empezar... Si quisiera explicarse—. La ventana también estaba abierta mientras tú hablabas con él, pero yo decidí respetar tu intimidad —aseguró sin contestar realmente a lo que ella había preguntado.

Tomó aire antes de volver de volver a hablar.

—¿Sabes? Empiezo a pensar que en realidad no quieres saber qué es lo que me preocupa.

Al notar que Carellyn entrelazaba un momento sus dedos con los de él Aldern extendió aquel momento, convirtiendo el gesto en una rápida caricia. Y cuando ella le miró de esa forma él se quedó observándola... Al menos hasta que acabó de hablar. Entonces apretó un poco los labios antes de contestar.

—¿Qué me preocupa? —le dijo de manera retórica—. La ventana también estaba abierta mientras tú hablabas con él, pero yo decidí respetar tu intimidad —aseguró sin contestar realmente a lo que ella había preguntado.

Tomó aire antes de volver de volver a hablar.

—¿Sabes? Empiezo a pensar que en realidad no quieres saber qué es lo que me preocupa.

—Si no quisiera saberlo no te habría preguntado —respondió la muchacha sin titubear. Se lo quedó mirando entonces, escrutando sus pupilas, como si así fuese a ser capaz de comprender qué pasaba en su interior—. ¿Qué intimidad? Creía que habías ido a darle instrucciones del Lord y quería enterarme de cómo va la guerra. A las chicas nadie nos cuenta nada.

Se encogió de hombros y llevó sus ojos hacia delante. Se sentía de demasiado buen humor para discutir, ni con Aldern ni con cualquiera. 

—En fin. Si lo que te preocupa es que haya oído cómo le preguntabas por mí... No importa —resumió, recuperando la sonrisa—. No estoy enfadada por ello. 

Ante la respuesta de Carellyn la molestia de Aldern aumentó visiblemente. Aquello fue con toda seguridad la gota que colmó el vaso. El chico la miró como si no entendiera qué estaba pasando por su cabeza y se contuvo para no darle una mala respuesta de manera inmediata. Digirió parte de lo que sentía y cuando ella hubo acabado la miró a los ojos antes de responder.

—Carellyn —dijo, sin creer aún que precisamente ella le estuviera tomando por estúpido—, le dije delante de ti que quería tratar un asunto personal y te pedí que salieras. Si quieres saber lo que yo sepa de la guerra, me preguntas. Si quieres saber qué he hablado con él, me preguntas. No me molestaría que lo supieras, pero no me tomes por idiota.

El chico no guardó silencio ni dos segundos antes de volver a hablar, sólo el tiempo justo para asegurarse de que no había nadie alrededor que pudiera oírle.

—Lo que sí me molesta es que parece que se te olvida quién es para mí. Eso, o está claro que tú y yo estamos en lugares muy distintos —le dijo—. Me da igual que se haya arrepentido, que quiera enmendarlo, y cualquier otra cosa. Me alegro mucho de que te haya ayudado, pero él para mí es lo que para ti es Lady Bethany. —Hizo una pausa en la que sus ojos se cargaron con más intensidad—. Piensa que fuese al revés. Piensa cómo verías tú que ella viniese de visita y tuviese tiempo para ella, pero no para ti. O que la buscase a la primera oportunidad de verla a solas, pero que cuando tú me dices que necesitas algo de mí tuvieras que ser tú quien me busque más tarde.

»Eres libre para hacer lo que quieras, no soy tu dueño. Pero si la situación hubiera sido al revés yo ni siquiera me habría acercado a ella más que pensando en cumplir mi promesa, aunque sólo fuese por ti. No me cabrían más opciones. Ya es bastante humillación tener que pedirle ayuda precisamente a él para volver con vida, como para estar viendo que para él tienes tiempo, ojos, oídos y pensamientos.

»No me molesta que hables con él y que de repente seáis amigos —aseguró al final—. Me molesta haber sido tan idiota como para creer que eso no podría suceder nunca por ser él quien es.

Carellyn aún seguía sonriendo cuando Aldern comenzó a hablar, como si le costase borrarla de sus labios aún con los reproches del joven. Pero al final terminó por disolverse al tiempo que la doncella fruncía el ceño. Estaba empezando a abrir la boca para responder a sus primeras palabras cuando él continuó hablando y hablando y ella terminó enarcando un poquito una ceja pero le dejó desahogarse hasta que terminó. 

—No entiendes nada. Nada de nada —sentenció entonces, totalmente convencida de sus palabras—. Pero mira, ¿sabes qué? Hoy me siento mejor de lo que me he sentido desde que tengo memoria. Y no voy a estropearlo lidiando con tus celos. —Se encogió de hombros—. Si me quieres, déjate de tantas tonterías y disfruta de mi compañía. Y si no me quieres, deja de jugar conmigo. Sabes que siempre tengo tiempo, ojos, oídos, amistad y pensamientos para ti, tú has sido el que has dicho que tendría que ser después. Así que si quieres que nos encontremos, sólo tienes que decirlo. 

Levantó el dedo índice, como pidiéndole que no respondiese, y le hizo una leve inclinación.

—Que paséis un buen día, lord Aldern. 

Tras esas palabras llevó su mirada hacia el castillo y apretó el paso, con toda la intención de dejarlo atrás y seguir caminando sola.

Tras aquella especie de confesión Aldern se quedó callado con la mandíbula apretada, mirando fijamente a Carellyn. No parecía sentirse mal por lo que acababa de decir, sino esperar que ella sí lo hiciese al comprender su situación. Sin embargo, cuando ella respondió con aquellas palabras le demostró que estaba totalmente ciega y que, efectivamente, no era capaz de ponerse en absoluto en su lugar.

La acusación sobre los celos no le pilló desprevenido. Habían tenido esa conversación decenas de veces, era la salida fácil. Pero Aldern, creyéndose lleno de razón, estaba convencido de que aquello nada tenía que ver con los celos. Lo que sí le molestó fue lo siguiente que dijo, pero lo que fue el colmo fue que le negase la respuesta y tratase de dejarle atrás.

Ni corto ni perezoso el chico extendió el brazo dispuesto a agarrarla. Si ella no se lo permitía igualmente se pondría a su altura.

—¿Que no entiendo nada? —preguntó claramente molesto—. Puede que sea el único de ese castillo que lo entendería, Carellyn. ¿Crees que yo no daría lo que fuera por estar en paz con mi padre? Y por eso he pasado por alto una cosa tras otra, y no te he dicho nada hasta que has preguntado. Ni siquiera te he pedido que no le vieras, pero no puedes esperar que esto —Señaló hacia la herrería, y luego a los pergaminos— me parezca bien.

—No tiene que ver con si te quiero o no —le dijo, haciéndose consciente entonces de que rozaban un acantilado peligroso, cosa que le dio más ganas de jugárselo a todo o nada—. Esto tiene que ver con que si tú me quieres a mí no sé por qué me estás haciendo esto.

—No estoy celoso —mintió, aunque lo siguiente que dijo sí era totalmente cierto—. Pero estoy seguro de que no te has parado a ponerte en mi lugar, a imaginar que yo de verdad empezase a tratar esa hija de mil putas como tú tratas al asesino de mi padre. Hazlo, y luego veremos quién no estaba entendiendo nada.