Partida Rol por web

Camiño tomó aire y resopló, algo resigando. En verdad tenías razón: habíais ido allí para explorar y averiguar todo ese asunto de los lobos. Y ahora que unas tales huellas conducían a ese lugar no podíais marcharon: eso aumentaría las habladurías y el miedo. Sin más dilación, que el cazador ató al animal a una roca, haciendo un par de vueltas a sus bridas en un saliente, y ambos os internásteis en la semioscuridad.

III. EL INTERIOR DE LA CUEVA
__________________________________________________________________________________

Nada más entrar descendísteis por una rampa natural, y la luz que entraba por el agujero inicial cada vez era más tenue a medida que bajábais. El sitio era húmeda y al parecer profundo. Cuando el terreno se hubo de sosegar y ya no era descenso que habíais perdido bastante la orientación, y el único punto de luz sobresalía a unas cinco o seis varas de distancia: una especie de restos de hoguera, de los que únicamente quedaban los rescoldos, estaba a punto de agotarse... Apenas nada se veía...

Señor... me invade el miedo... -decía Camiño en voz baja, acongojado y preocupado-. Seguramente tuviera el arco preparado (tal y como entró en aquel lugar, pero no le veías ni el rostro). Estaba todo en la más completa oscuridad excepto los rescoldos de la tal hoguera...

Se iba apoyando con las manos en las paredes y de cuando en cuando se agachaba y palpaba el suelo como si aquello de alguna manera le diese seguridad. Cuando vio la hoguera le susurró a Camiño -mira... parece que nuestros asesinos de lobos han estado aquí recientemente. Creo que les hemos encontrado. Vamos a ver si les vemos y a la menor señal de problemas volvemos al pueblo a por más hombres. Sígueme que continuamos descendiendo. ¡Ah! intenta Camiño prender un palo y que nos sirva de antorcha.

No, sé yo, señor Breixo... -dijo Camiño-. Pero luego se agachó para ver si había algún palo por doquier, a tientas en el suelo, pero no había absolutamente nada (pues nada se veía).

Allá afuera ya debía ser mediatarde bien entrada, que sabías bien además que en estos parajes la noche caía sin remedio bien pronto. Sin más elección que seguir si el querer averiguar lo que ocurría, avanzásteis a tientas y pensaste en tu querida montura: ojalá no hiciera mucho frío afuera. Tras unos segundos y al dejar atrás un gran saliente, doblaste una esquina de roca y vístes a lo lejos otra sala natural (ahora sí, bien iluminada).

En ella, a unas veinte o treinta varas de distancia, podíais espiar sin ser vistos (pues estábais sumidos en la negrura que la cueva ofrecía). En dicha sala próxima había un tipo con un aspecto muy sucio (o al menos sus ropas así parecían) que estaba sentado y de espaldas a vosotros, como afilando un gran cuchillo con una piedra, a modo de esmeril. A su lado creíais ver un improvisado jergón y alrededor numerosas pieles de lobos y utensilios de cazas, tales como arcos, trampas, cuerdas y redes. Notabas que Camiño tiritaba de frío... o miedo tal vez.

Breixo hizo un gesto a Camiño como si disparase con el arco para indicarle que estuviese presto y se acercó con cuidado de no hacer ruido y se lanzó lo más rápido que pudo hasta donde estaba el hombre para inmovilizarle si era posible y taparle la boca para que no diese la alarma.

Fue en éstas que te acercastes con sumo sigilo, y tu cuerpo iba moviéndose con suma discreción a la par que presteza. Pero te olvidaste por momentos que no estabas sólo, y que Camiño te seguía. El cazador, muy versado en el suyo oficio, que no hubiera de tener problemas al seguirte discretamente, pero que ahora andábase "cagado" de miedo y no hubo sino de tropezar y caer estrepitosamente al suelo, lanzando un grito ahogado al aire. El sonido retumbó por la cueva, y el tipo se dió la vuelta antes de que pudieras asestarle cualquier embite. Mientras Camiño quedaba un par de varas atrás (dolíendose torpemente), dióle tiempo al susodicho a tomar con fuerza el bracamante tomado en su mano.

¡Maldito sea Camiño! si cazase así se iba a morir de hambre desde luego. No cazaría ni a un conejo medio muerto con esas formas . Se irguió todo lo que pudo y dijo con voz atronadora -¡ALTO! NO HEMOS VENIDO A HACERTE DAÑO. QUEREMOS SABER QUÉ ESTÁ PASANDO AQUÍ. VENIMOS DEL PUEBLO. SUELTA EL CUCHILLO Y NADIE RESULTARÁ HERIDO. ¿SABES QUÉ HA OCURRIDO CON LOS LOBOS?
 

En cuanto nombraste eso de "vengo del pueblo" y lo de "los lobos" pareció que el susodicho abrió los ojos y se lanzó contra tí, bracamante en mano. Tus palabras no hicieron mella en él en eso de querer arreglar la situación a base de hablar.

¡maldito rufián! entonces sí que se merecía lo que le aconteciese. El que no se aviene a razones, a yerro muere.

Resumen turno1:

El tipo no hizo sino intentar esquivar el ligero e imperativo ataque de tu montante, pero sin posibilidad alguna. El recodo en el que estábais era iluminado por una hoguera (ésta si que estaba encendida, no como la anterior), y vuestras sombras proyectadas en las rocas de los laterales hacían un espectáculo grotesco y violento. Tu primer ataque fue directo a la cabeza, sin posibilidad de que el tipo reaccionara una vez fracasdo su vano intento de salvación:

Daño1: 13 (x2 en cabeza) (-1 por Gorro de Cuero): 25 PV.
Daño2: es un crítico, pero ni lo cuento...

La cabeza "vo-ló" por el aire tras mandoblar horizontalmente el montante, y un potente y fino hilo de sangre salió despedido de la superficie del corte hacia arriba, cual chorro de fuente delgada. Hasta el fuego hubo de asombrarse cuando le rebanaste la cabeza al susodicho, que encontró allí mismo la muerte... o mejor dicho, "a" la Muerte (oséase, el señor de Cualedro...).

El cuerpo se desplomó al instante y su cabeza rodó hasta la hoguera, quedándose junto a ella y sus cabellos quedaron introducidos en ésta, lacios y grasiento, y pronto comenzó a ser paso de las llamas. La expresión en el rostro final era espeluznante, con la boca abierta y los ojos en blanco...

¡Señor Breixo! -oíste pasos tras de tí, que no eran sino los de Camiño, que habíase levantado y ahora estaba tras de tí, con el arco en su mano y una flecha cargada y apuntando hacia abajo-. Miró incrédulo la escena, y luego el filo de tu montante, ensangrentado en un tramo, el mismo que había hecho tan limpio y preciso corte en el desgraciado aquel... ¡Santa María y San Pedro! -y luego se santiguó, un poco mal, por cierto, pues no era dado a aquellos menesteres a excepción de temores y otras situaciones de desatino-. ¿Y ahora qué? ¿quién sería ese tipo? ¿Un bandido, señor...? -decía el cazador sin dejar de mirar perplejo la testa cercenada junto a la hoguera-.

Al terminar el giro que había de descabezar al pobre infeliz miró de reojo las resultas de su golpe y poniendo rodilla en tierra murmuró una breve oración de Gracias a Nuestro Señor y poniéndose en pie dijo - ¡maldita sea  su terquedad,Camiño! no hemos obtenido ninguna respuesta de él. ¿Cómo ha osado enfrentarse a alguien como yo cuando tenía la posibilidad de rendirse? -estaba muy decepcionado con la forma de actuar de aquel tipo, no quería matarle en absoluto.

Se tomó unos segundos para respirar y calmarse -ya no tiene solución. Hay que poner todo esto patas arriba Camiño. Buscar por todas partes alguna evidencia de lo que hacía o de haber más hombres o dónde han marchado. Ayúdame a buscar por todas partes.

Revisa metódicamente todo: jergón, pieles, utensilios de caza, todos los rincones, el fuego...

No sé, señor Breixo. Quizá temió a vos como un bandido o algo peor... Desde luego extraño es, sin duda, que yo oí, mientras aún me levantaba -decía el cazador- que usted le mandaba confesar sus vaivenes, pero que se hizo el loco... y entonces vos... -volvió a mirar de reojo al cadáver, y luego con una pequeña patada (más bien un toquecito con el pie) retiró la cabeza y tomó un madero aún no carbonizado y lo elevó.

Tenemos la fin luz, señor -y entonces Camiño se puso a buscar contigo entre el jergón y las pieles-.

¡Mire señor Breixo! -Camiño no encontró nada, pero se detuvo en las pieles de lobo, cuya sangre estaba como reseca-. ¿No lo veo vos? -pareció que él sí se daba cuenta-. El corte de las pieles... ¡es similar al corte de los lobos que vimos ahí fuera! ¡Este hideputa ha sido! -dedujo con cierta rapidez-. Las cejas del cazador se arquearon en señal de enfado. Y era normal aquesto, pues siendo él cazador, que tal visión habíale espantado la caza (o mejor dicho, a él de la caza) durante unos días, días que no se había atrevido a ir al campo por este insólito hallazgo.

Y pensar que anduve yo acongojado por éste... Grrrr... -estaba enfadado realmente, aunque guardaba una pequeña ira para sí, lo cual hasta asemejaba un comportamiento divertido y gracioso- ¿Y ahora qué, señor? -con la luz de la sala y el brazo de camiño sujetando la improvisada antorcha supísteis que la cueva acababa allí, que no había recovecos ni más profundidad-.

- Bueno mi buen Camiño. Por un lado hemos descubierto que este truhán es el responsable de la matanza indiscriminada de los pobres lobos, claro que por otro no hemos encontrado nada más en esta cueva -dice apesadumbrado, como si esperase encontrar algo más, más hombres, más gente...-cuesta creer que él solo...marchemos de aquí y demos una batida más por estos parajes por lo que pueda pasar. Que no se nos haga noche en ellos Camiño, quiero volver al pueblo a catar vuestro vino de nuevo-se mira inconscientemente el brazo izquierdo que le tiembla de estar tanto tiempo sin beber.

Camiño asentía  lo que decías. Eso de volver a Vila Baixa no era para él, por supuesto, mala idea. Allí dentro no había nada más que vislumbrar (en todos los sentidos) y allí quedarían los restos de aquel tipo que ni entierro merecíase. El caso es que con la antorcha en la mano de Camiño, que aún aguantaba, volvísteis tras vuestros pasos. Intentábais descubrir en el regreso algo que no hubiérais visto antes (yendo a tientas y a oscuras), pero nada nuevo había excepto roca. Subísteis por la depresión del camino de la entrada (Camiño sin aún soltar su arco) y salísteis al exterior. Debía ser medio día.

¡Mirad señor Breixo! ¡El cielo! -el cazador apuntó a las alturas, donde unos densos nubarrones había aparecido en el cielo... y os dísteis cuenta que estaba lloviendo a mares. Las gotas caían fuermente y Kamiño se estaba mojando en el exterior, pero aguantaba estoicamente.

¿Qué hacemos? ¿Esperamos aquí dentro o bajamos...? Usted manda -propuso Camiño; y esque andábase éste mirando la afilada cúspide que formaba la entrada y lo alto del monte (donde estábais), y bajar por esas pendientes con el suelo húmedo habría de ser realmente peligroso*.