Partida Rol por web

Una bandera hondeó en el horizonte, y la avalancha enemiga se precipitó sobre las líneas castellanas. La tierra temblaba con sus pasos. Los totonacas temblaban con ella, pero no así los españoles. Guerreros cuajados por varias batallas, aquellos hombres ya se habían convertido, más o menos, en aquella infantería tan temida en Europa, donde por aquellas fechas imponían su dura ley en los campos de batalla de Italia.

Los capitanes animaban a sus hombres con palabras altisonantes o parcas, dependiendo de su ánimo, rudeza e ingenio. Los hombres esperaban el decisivo choque, mientras Cortés mantenía su visor alzado. Le gustaba que sus hombres le reconocieran, al mandar desde atrás, como hacía el Gran Capitán. No era cobardía, sino inteligencia. El que manda desde el frente, no ve más que el combate y la sangre, y puede morir, por importante que sea, en plena refriega.

Cortés se alzó sobre sus estribos, e hizo una seña a la artillería. Tocaba vomitar metralla y plomo sobre ellos.

¡Llegó la hora! Arrimó el botafuego, con una sonrisa negra y peligrosa, inflamando la pólvora del cañón, cargado con un saquito de cristales y piedras de lima. La mortandad fue terrible, y la primera línea cayó, como segada por una gigantesca hoz.

-¡Recargad! -bramó a los suyos.

Los cañones hablaron, con su sonido ensordecedor. Ordaz les dió la seña, agitando el montante. Benítez miró a sus hombres, ballesta en mano.

-¡Apuntad a los más emplumados! ¡Fuego a discreción!

Arrimó la ballesta al hombro, encarándola hacia su objetivo. Soltó la primera saeta.

"Pólvora poca y carga hasta la boca". Eso rezaba el dicho. Los indios atacaban, y tocaba rociarles con un poco de plomo.

-¡Tirad a los caciques!

Encaró el arcabuz, retirando la cobija y soplando a la sulforosa mecha.

-¡Fuego!

Apuntó con su rifle y disparó a un indio con penacho de plumas florido

La caballería esperaba la señal de Cortés. Este miró a Alvarado, bajando la mano. Así que el capitán miró al sargento Loa, antes de bajarse el visor de la celada y tomar embrazar la lanza.

-¡En grupos de a dos! -voceó- A media rienda, sin detenerse. ¡Apuntad a la cara!

Tocaron la corneta, y la caballería se lanzó a la carga.

Los indios se acercaban tan veloces como posesos a nosotros, cargué hacia ellos como un loco buscando a su campeón para batirme con él,quería morir matando y si era posible, llevándome al más fuerte de ellos conmigo al infierno...y venturoso fuí, pues hallélo.

"¡Hijo de puta!" - Grité, mientras le señalaba con el dedo.

Parecía sin duda el más fuerte de todos aquellos indios, pero a mí no me sorprendía nada, o creía que no me sorprendería, pues en las guerras de Italia había visto combatir a uno de los caballeros más poderosos que ha habido y probablemente habrá jamás, Pierre du Bayard: Pedro el "Bayardo". Ese si que sorprendía e incluso, para que nos vamos a engañar...acojonaba.

El gigantesco guerrero jaguar se avanzalaba hacia el combate, mientras los disparos de cañón lo ensordecieron todo. Toda su compañía había muerto, pero él seguía avanzando. Era una figura grotesca, enorme, hinchada de músculos y cubierta por una enorme piel de jaguar, con un casco que imitaba las fauces del animal, de la que surgía su rostro deformado por el bezote dorado de su labio. En sus manos, empuñaba un gran cuauhololli, una maquahuitl a modo de montante.

Entretanto, el Cartagenero había despachado rápidamente a un recluta indio tras parar su torpe ataque. La mole se detuvo al ver que le señalaban, desviando una lanzada que otro español le tiró. Y como un toro bravo, se avalanzó sobre el Cartagenero.

Allí vienen los infieles. Y allí van mis flechas. Sean bienvenidos a la muerte: no porque sean muchos nos van a derrotar...Cortçes, Cortés, en qué bretes nos andas metiendo.

Se bajó del jumento entregando las riendas al mozalbete que, dada su corta edad, hacía más las veces de siervo que de soldado y sus pasos, inseguros ya de por sí, parecian serlo aún más a causa de los desniveles del camino.

Logró llegar junto al herido sin tropiezos y se agachó para examinarlo. No lo conocía, eran muchos los hombres como para recordar nombres, con suerte lograba ver como familiares algunos rostros y aún así habían muchos que ni de vista recordaba, tal era el caso de Morla.

Pareció, por un instante, que entendió mi insulto, pues se abalanzó contra mí como un toro bravo. Empuñé mi montate con fuerza, tenía que acabar con el más fuerte de ellos, no quería dejar lugar a dudas de que eramos dioses.

El teul hizo un extraño giro con su arma. Simuló atacarme a la cabeza, y alcé el cuauhololli para defenderme, pero luego fintó y me atacó por abajo. Intentaría esquivar su ataque, como última defensa posible.

Tras un intercambio de golpes de los que salí ileso, pareció que iba a ganar el duelo, así que levanté mi montate en pos de dar el golpe final que mandaría al indio al infierno o a donde quiera que vayan esos malditos herejes.

La espada metálica del teul consiguió su objetivo, aunque casi consigo esquivarla...

El indio recibe un tremendo tajo en la pierna, que casi se le quiebra el hueso. Sin embargo, el mastodonte no se disminuye, y sigue en pie de guerra.

Pedro el Bayardo ya se habría cepillado a este indio. Yo estaba apunto de hacerlo, aproveché tras herirle para pegar un trago de mi bota de vino, me limpié con la manga el vinillo que se me había quedado por los labios, era mi momento.