Partida Rol por web

In Hoc Signo Vinces

La Noche Triste

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13/09/2009, 01:44
Manuel Tejedor

En menos tiempo del que había podido cerciorarse, una cantidad considerable de cristianos había caído presa de los indios, a mano de sus infectas armas. La lluvia había hecho mella en su arcabuz, ya no podía usarlo, al igual que el oro que llevaba era un trasto inútil. Se despojó de su saco lánzandolo con la esperanza de que diera en la cabeza de algún desgraciado, no era un hondero pero la lanzó con bastante fuerza.

-¡No pienso morir! ¡Ni aquí, ni ahora!-Dijo gritando con todo su ser.

Acto seguido se armó de espada y rodela, para unirse al grupo de rodeleros los cuales formabana una especie de testudo para defenderse de la lluvia india, mientras contenían las embestidas frontales. Confiaba en el grueso de los que allí restaban, confiaba en el espíritu del soldado español. Soldado, que no guerrero, ese era el grueso que se les estaba viniendo encima. Conteniendo a los infieles como buenamente podían iba ganando terreno hacia la orilla.

Mientras afianzaba su posición con los pies en la tierra (EL agua sería fatal) paraba flechas, cerraba el foco ante las macanas y arremetía a punta de espada contra todo tipo de torso y cabeza humanos, y si el cualquiera de esos felones, se lo ponía fácil estocada directa a las arterías principales. Intentaba animar a sus compañeros.

-¡Mantened la formación muchachos! ¡Estos hijoputas no harán mella en nuestra capitanía! ¡Mirada al frente! ¡Los pies en la tierra! ¡Si alguien tiene un arcabuz sano que dispare a bocajarro por Dios!

No pereció en las guerras italianas y procuraría no hacerlo ahora. Había resistido en Fornovo, había sobrevivido a Seminara y había vencido en Cosenza. Y esta noche no sería diferente : Resistiría, sobreviviría o vencería, pero fuera cual fuera de esos resultados, vería el Sol del nuevo día.

Por Dios, por Santiago o por sus santos cojones.

 

Notas de juego

Me cagon Diosssssss!!!!

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19/09/2009, 15:25
Francisca Díaz de la Vega

Francisca, con lágrimas en los ojos, comenzó a retroceder. Su razón le decía que huyera, que hiciera caso a Javier, pero también le decía que esa sería la última vez que lo vería.

El pecho le dolía, huir significaba abandonar al hombre que amaba, perderlo y esta vez para siempre. Lo lloró años atrás cuando lo creyó muerto y siguió llorándolo cada vez que lo recordaba y volvía a nacer en ella la esperanza de que estuviera vivo, pero a esa esperanza le acompañaba el dolor de creerse abandonada y ahora, cuando al fin habían vuelto a reunirse y ya nada podía separarlos, otra vez la tragedia se cernía sobre sus cabezas y esta vez sí que sería para siempre.

-Te amo, Javier
-y entonces reveló un secreto que nadie, salvo ella, conocía-... tu hijo y yo te amamos.

Y echó a correr, sin mirar atrás, sintiendo que a cada paso que daba algo en su interior se desgarraba.

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21/09/2009, 04:16
Mercè Quiralte Veguer

Todo a su alrededor se caía, como a Mercè jamás le habían enseñado que podía suceder. La mano que la había agarrado y jalado, una mano que no recordaba haber conocido jamás, la había metido en medio de una horda de hombres armados, de sudor y de sangre, barro y saliva. Mercè se había dejado arrastrar como una muñeca rota que, en vez de desmayarse por el pánico, había llegado al punto de dejar de sentir. Los soldados a su alrededor estaban tan cerca de ella como no había estado ningún hombre antes, y sus cuerpos la rozaban de formas que jamás hubiera permitido. Creyó que se asfixiaba. Pero aún así, las emociones se habían ido, anulado, se habían secado como las lágrimas en sus mejillas.

Alzó la vista. Allí, protegido en la retaguardia, cerca de todos aquellos bizarros soldados españoles que se apostaban para defender el honor y la vida, Juan Quiralte la esperaba. Era lo único que tenía en el mundo: y para él, ella lo era todo. Quiralte había dejado sus comodidades y sus influencias para irse corriendo a una tierra donde Mercè pudiera vivir. Lo había dejado todo. Y allí estaba, un poco más allá, más heroico para Mercè que cualquiera de todos los hombres que estaban combatiendo y arriesgando sus vidas. Era su héroe. No necesitaba una espada ni un imperio.

Decidida, Mercè iba a volver a sus brazos, a decirle que todo estaría bien. A soportar lo que sucediera con él. Era demasiado joven para morir, y también su padre era demasiado santo para hacerlo, pero Dios podía tener ese plan para ellos; si era así, quería estar a su lado. Y entonces, al pasar, escuchó a Francisca...

Y no pudo evitar volver atrás.

- ¡Vamos! - gritó, agarrando de la muñeca a la galeno cuando estuvieron en la misma línea. Francisca podía correr, pero su velocidad jamás sería la adecuada. Y no podía quedar sola con aquel inocente dentro de su cuerpo, aquel ser puro, que no tenía la culpa de nada - ¡No lo dude, no se detenga! - los dedos de Mercè eran firmes y decididos, repentinamente fuertes - ¡Yo estaré con usted! ¡Nos falta poco, lo lograremos!

Y siguió corriendo, en dirección a su padre, llevando a Francisca con ella. No la soltaría.

Notas de juego

Me tomé la pequeña licencia de permitir que Mercè escuchara a Francisca. Si molesta, lo edito :)

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21/09/2009, 05:16
Francisca Díaz de la Vega

Notas de juego

¿Molestar? A mí no por lo menos y a Targul seguro que menos ;)

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21/09/2009, 05:02
Fray Santiago de Herrera

Fray Santiago estaa cada vez más asustado y confundido. Muchos de los soldados de Cortés habían caido bajo los salvajes ataques de los indios, que arremetían como...bueno,como salvajes que eran. En ese momento, sólo podía sentir el cada vez más acuciante llamado del instinto de conservación, que le decía que debía correr por su vida, y dejar a todos atrás si era necesario con tal de salvarse.

Sin embargo, no podía irse sin ayudar a las damas que se encontraban en el apuro junto con el, no sería digno de un cristiano ni mucho menos de un sacerdote dejarlas a su suerte. Así que apretó los dientes y se esforzó en correr con todo lo que daban sus piernas, arrastrando a Mercé una vez más y luego tomando a la galeno de la mano. Vamos, vuesas mercedes, no podemos quedarnos aquí...haced un esfuerzo, sólo uno más

Dios mío, ¿será que si saldremos? Que se haga tu voluntad, no la mía. Pero no permitais que queden aquí estas inocentes...os lo suplico. Y perdonad las culpas de aquellos infortunados que han caído en este lago de perdición. Y no poder enterrarlos en tierra consagrada, como merecen los cristianos...al volver, deberemos con los demás frailes declarar este lago un lugar santo de descanso*.

El fraile apretó aún más el paso, si cabía, arrastrando tras de sí a la galeno y a la joven Mercé, y esquivando lo mejor posible cuanto obstáculo, piedra, venablo y demás armas que le arrojaran los indios desde sus puestos.

Notas de juego

*pregunta mi ignorancia. Esto se estilaba en ese entonces? si no, pues lo borro y ya.

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21/09/2009, 14:27
Manuel Tejedor

Poco a poco iban ganando terreno, a medida que la "batalla" avanzaba, pero al tiempo que unos ganaban terreno otros lo perdían. Manuel luchaba con coraje, junto a sus camaradas y a aquellos indios llamados Txacaltecas : Sangre, sudor y lágrimas era lo que derramaban a esta tierra. "Todo por la torpeza de Alvarado".

Los dioses no sangran, no mueren y he aquí como atacaban con ferocidad a sus enemigos ahora "doblemente" mortales y como estos sangraban, lloraban y morían. La oleada bárbara si que podría tildarse de "inmortal" pues por cada azteca que caía otro corría a reemplazarlo. Estos bastardos no se acaban nunca. Pensaba Manuel.

Estaba demasiado ocupado blandiendo su tizona para seguir pensando en divinidades...si fuera como antaño habría aparecido algún Santo a lomos de su tordo para protegerlos, pero había vivido demasiada guerra como para siquiera ilusionarse con ello.

Si le dieran un real por cada azteca que mataba no le haría falta más para poder vivir el resto de su vida. Y no cejó en su empeño para seguir viviendo con sus camaradas de batalla.

Y si hace falta, cierran mis cojones.

 

Notas de juego

¡Pienso llegar vivo a la batalla de Otumba!

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22/09/2009, 15:50
Director

El capitán Castellar dió un tajo a la cara de un indio que tomó las riendas de su corcel. Los soldados se concentraban en defender a Cortés, mientras el caos se apoderaba completamente de las tropas españolas en desbandada. Muchos cayeron al agua, ahogándose por el peso del oro. Otros fueron matados allí mismo, luchando o abandonándose al destino.

Solo unos pocos hicieron frente a los españoles, y entre ellos estaba el cabo Juan Miguel de Quart. Salvado de la horca por el destino, ahora se batía como un león, muerto el sargento de su escuadra de un venablo que le entró por la boca. Con la pólvora mojada, sus arcabuceros se batían a espada y daga, y se le unieron un grupo de rodeleros que intentaban pelear por sus propios medios.

Carlos Cabal fue herido en el muslo de una mala lanzada, antes de que consiguiera echar al agua a los indios que le acosaban. Unos veinte metros más allá, el capitán Núñez de Oviedo se batía hasta la muerte, dando tiempo a los civiles para escapar. Perdió su espada en el cuerpo de un indio, trabóse a puñaladas con otro y murió como un guerrero, atravesado por tres lanzas diferentes, que entraron por las partes desprotegidas de su armadura. Sus ojos quedaron mirando al cielo, y las últimas palabras que susurró fueron "te quiero".

La escuadra del cabo Lozoya se batía ahora con la de Quart, hombro con hombro, retrocediendo mientras peleaban. Destacó Manuel Tejedor, que espantó a cuchilladas a unos indios que acosaban a Alvarado, que estaba retirándose a su posición. Cansados, sudorosos y heridos, aquellos hombres se batieron con dignidad y arrojo, retirándose como vieja y buena infantería española en mitad de aquel infierno. Y sobrevivieron.

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22/09/2009, 16:03
Director

Los que se separaron de sus compañeros perecieron o fueron hechos prisioneros por los mexicas. Lo peor pasó en uno de los "ojos" de la calzada, donde había que cruzar sobre el canal de los toltecas. Ni había puente ni quedaba resto de él. Allí caían como en avalancha hombres y caballos. Muchos desgraciados se hundieron con sus lingotes de oro. Los heridos y enfermos, las naborías, los más débiles, se veían lanzados de un lado a otro, sin fuerzas para abrirse paso en aquella maraña humana.

Tampoco los más recios soldados corrieron mejor suerte. Unos murieron pisoteados por los que venían detrás. Otros quedaron atrapados bajo el peso de los fardos, de los caballos muertos, de los cañones, ahogándose en unos pocos palmos de agua. Los hubo con menos suerte, que vivieron para caer en manos de los aztecas, que se los llevaban en volandas, entre alaridos, a las oscuras celdas del interior de sus templos.

Muchos testigos aseguran que Cortés, una vez a salvo en la orilla, regresó para ayudar a sus hombres que se debatían en la calzada. No avanzó mucho, pues al poco se encontró con su amigo Alvarado, que llegaba sin caballo, herida, y con una lanza que había usado como pértiga para saltar el canal en la mano, acompañado por un puñado de tlaxcaltecas y españoles. Nadie quedaba tras ellos.

Se contaron muchas otras historias espantosas de la "Noche Triste". Como la del grupo de soldados que, viendo el camino cortado, regresó al cuartel de Axayácatl, donde resistió varios días más de horrores y asedio hasta ser aniquilado; o la de los doscientos setenta hombres del grupo de Narváez, que se dijo hacían guardia en el templo de Xopico, a los que nadie avisó de la partida, bien por descuido, o bien intecionadamente, para que sirvieran como señuelo a los furiosos aztecas.

El grueso de las fuerzas mexicas no se concentró en atacar a los de tierra firme -lo que fue un grave error- sino que se entretuvo cazando hombres en los canales y callejas de Tenochtitlán. Para los guerreros aztecas, tan importante era la victoria como el papel personal que jugaban en ella.

Los agotados supervivientes se reagruparon en torno al llamado "árbol de la Noche Triste", una enorme ceiba, y solo tuvieron que hacer frente a un esporádico ataque de la gente de Tacuba, que les hostigaron con dardos. Se salvaron ventiséis caballos y unas pocas ballestas. Nada quedó de la artillería, y si tenían algún arcabuz de poco les servía, pues la escasa pólvora que se salvó estaba mojada.

Cabría preguntarse si la estrategia de Cuitláuac de dejar abierta la calzada de Tacuba fue o no correcta. Sin duda, con ella se consiguió infligir a Cortés la peor de sus derrotas, destruyendo más de la mitad de sus fuerzas. Pero la otra mitad se salvó. Los aztecas subestimaron la capacidad de las tropas castellanas para retirarse sin perder la cohesión. También tenían en menos el temple y la constancia de los teules, que distaban mucho de estar acabados. Y menos su jefe, que haciendo gala de su determinación y sangre fría, cuando volvió por segunda vez a tierra firme, entre sus hombres heridos y agotados, sólo fue para preguntar por su carpintero de ribera, el hábil Martín López, el que había construido los bergantines del lago. Cuando le dijeron que estaba vivo, aunque herido, el extremeño contestó: "vamos, que nada nos falta".