Partida Rol por web

In Hoc Signo Vinces

La Noche Triste

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24/08/2009, 17:25
Director

Apenas sus naves llegaron a la costa, los espías mexicas llevaron la noticia en secreto hasta el emperador, quien se enteró antes que Cortés. Tuvo mucho cuidado de no informar al comandante, sino que se puso en contacto directo con el enviado del gobernador de Cuba. Le envió a sus mensajeros con regalos y comida. Narváez respondió a la generosidad de Moctezuma afirmando que Cortés era un enemigo del rey de España, y que él le daría muerta y liberaría al tlatoani de su cautiverio.

La situación de "Malinche" no podía ser más comprometida. Sus fuerzas estaban desperdigadas por toda la región. En Tenochtitlán tenía doscientos hombres, y otros cien en Veracruz. Los restantes doscientos sesenta estaban con las expediciones de Velázquez de León y Rodrigo Rangel, buscandoa yacimientos de oro en el interior. Por si eso fuera poaco, su relación con el emperador y los nobles aztecas estaban en su momento más tenso. La gente comenzaba a quejarse por la presencia de los castellanos, cuya alimentación -y la de sus aliados tlaxcaltecas- suponía una pesada carga para la economía de la zona.
Como buen general, Cortés no regresó a Tenochtitlán por el camino conocido, sino que aprovechó el viaje para explorar la desconocida orilla norte del lago de Texcoco. Parecía que la crisis se había resulto con satisfacción, volviendo con fuerzas redobladas y la moral de sus hombres muy alta. Pero ese optimismo se acabó cuando sus avanzadillas llegaron con noticias de la capital. No había una sola canoa en el lago. Las calzadas estaban desiertas y no se veía un alma en ninguna parte. Parecía una ciudad fantasma.
Era el día de San Juan de 1520. Decididos a entrar, las gentes de Cortés lo hicieron sin disimulo. El galope de los caballos rompió el silencio de las calles y plazas, mientras que los arcabuceros disparaban al aire, para que no quedara duda de que "Malinche" había regresado.

El palacio de Axayácatl presentaba un aspecto desolador. Las entradas estaban taponadas por barricadas ennegrecidas por el fuego. Se veían flechas y dardos clavados por todas partes y las piedras de honda se amontonaban en el suelo. El aire tenía el sabor de la pólvora y la sangre. Alvarado abrió lo que quedaba de las puertas y salió a recibirlos. Sus hombres tenía heridas y no contaban con más agua que la de un pozo que había cavado en el patio del palacio.

Todo había empezado cuando Cortés dejó Tenochtitlán para ir a enfrentarse con Narváez. No era aquel buen momento para ausentarse, con los sacrificios humanos prohibidos y los aztecas hartos de aguantar humillaciones de los teules. Se acercaba la fiesta del mes txocatl, en honor al dios Tezcatlipoca. Moctezuma había obtenido el permiso de Cortés para que se realizara, aunque sin derramar sangre. Eso sería bien dificil, pues el momento culminante de la celebración era el sacrificio de un hermoso muchacho -el tlacauepan- quien durante un año había vivido ocioso y entre lujos, gozando de la compañía de hermosas muchachas, simbolizando al dios. Tras despedirse de sus compañeras, debía ir al adoratorio de la isla de Tepepulco y, sin oponer resistencia alguna, subir las gradas del templo para romper ritualmente su flauta. A esta señal sería sacrificado y devorado, mientras otro joven, el tlacauepan del año siguiente, haría sonar su trompeta de caracola.

Según Alvarado, los méxicas habían preparado un complot contra los españoles, aprovechando que sólo quedaban ciento veinte de ellos. Ciento veinte entre varios miles de guerreros aztecas, ansiosos por devolver las ofensar sufridas.

Algunos criados indios de los españoles aparecieron ahorcados, y nadie les volvió a llevar comida. Se practicaban sacrificios y en el templo mayor se tenía todo preparado para devolver a su lugar las estatuas de Tlaloc y Huitzilopochtli. Incluso había intentado arrancar las imágenes cristianas de las capillas del teocalli, aunque sin conseguirlo. Seguramente, las imágenes estarían fijadas con clavos de hierro, desconocidos por los indios. Los tlaxcaltecasa le decían a los españoles que los mexicas tenían preparados cacharros para guisarlos y comérselos vivos. Puede que fuese cierto, aunque lo más probable es que se tratase de falsas interpretaciones de los castellanos, complicadas por el interesado consejo de los aliados tlaxcaltecas, que querían ver arrasada la ciudad de sus enemigos.

Alvarado mandó torturar a los parientes de Moctezuma para hacerles confesar el complot. Cosa que consiguió, sin duda, si se tienen en cuenta los métodos que usó para ello. Feroz e iracundo, Tonatuiht -como conocían los indios al capitán de Badajoz- se preparó para acatar primero.

Lo mejor de la nobleza azteca realizaba los rituales de la fiesta en el recinto del templo. Bailaban sus areitos, donde los danzarines giraban al ritmo de los tambores, formando una interminable serpiente. Partidas de diez castellanos bloquearon las tres puertas del patio, mientras Alvarado y los suyos se abrían paso hasta el centro, recubiertos de hierro, abrazando la rodela y la espada desenvainada. Aquel día murió la flor de la nobleza mejicana, los hombres más cultos e instruidos, sus mejores capitanes, sus artistas, sus príncipes. Un golpe irreparable, del que nunca se recuperaría el pueblo azteca.

Por toda la ciudad se alzaron voces clamando venganza, mientras que en la cima de los templos las trompetas de caracola llamaban a la guerra. A duras penas lograron los castellanos volver a su cuartel, no sin recibir golpes y pedradas. Una enorme masa de combatientes se arremolinó en torno al apalacio de Axayácatl, asaltando sus muros e intentando prender fuego a las puertas. Difícilmente se rechazó el asalto, y los tlaxcaltecas tuvieron que apagar las llamas que se extendían por todas partes con sus capas mojadas. Con la daga de Alvarado en la espalda, el atribulado Moctezuma subió a la azotea y con sus palabras detuvo el ataque. Sin nadie que los guiase, los guerreros se retiraron, dejando la ciudad desierta, donde sólo se oía el lamento de las mujeres y de los niños, al recoger los cuerpos de sus padres y maridos asesinados a traición por los odiosos extranjeros.

No faltaban los problemas en el lado de los aztecas. No tenían lideres que los guiaran. Los hombres más capaces habían muerto en la matanza del templo y los príncipes y caciques supervivientes disputaban entre ellos. La llegaba de Cuitláuac puso fin a todo esto. Inmediatamente fue nombrado "Señor de la Guerra" y asumió el mando de todas las operaciones. El ataque se reinició con toda crudeza.

La salida era imposible. En las contiendas callejeras la superioridad técnica tiene un efecto muy limitado. Ni los cañones ni la caballería servían de mucho en el interior de la ciudad, donde los canales les cerraban el paso y los tejados vomitaban piedras y dardos. Los aztecas lograron abrir huecos en los muros de palacio, donde, a duras penas, los contuvieron arcabuceros y ballesteros. Desde lo alto del cercano templo de Xopico los mexicas barrían el patio del palacio con proyectiles, e incluso llegaron a prender fuego a parte del techo del cuartel de los castellanos.

Como antes hiciera Alvarado, Cortés obligó a Moctezuma a subir a la azotea para hablar a su pueblo y conminarles a levantar el asedio. Las fuentes no se ponen de acuerdo sobre lo que pasó arriba. Si el emperador llegó a tomar la palabra, su discurso no tuvo efecto alguno en los guerreros. Según los españoles, lanzaron una lluvia de flechas y piedras sobre el tejado y, aunque los soldados quisieron protegerle con sus rodelas, el desarmado tlatoani recibió varias heridas, que le causaron la muerte a los pocos días. Por el contrario, las fuentes indias defienden que fueron los propios castellanos los que dieron muerte al desgraciado Moctezuma.

Sea como fuere, Moctezuma murió. Su cuerpo fue secretamente entregado al sumo sacerdote mexica, el cihuacoatl, quien lo hizo enterrar en secreto y sin honores. Cuitláuac fue el nuevo tlatoani. A rey muerto, rey puesto.

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24/08/2009, 17:28
Director

En una de las salas del palacio que era su cuartel, Cortés se reunió con sus capitanes. La situación era realmente desesperada. Las provisiones se agotaban y no tenían para beber más que el agua salobre del pozo cavado en el patio. La negociación con Cuitláuac era imposible, pues los aztecas decían que se sentirían contentos con exterminarles, aunque tuvieses que morir veinticino mil de ellos por cada español.

La calzada de Tacuba era el centro de la discusión. El extremeño no se dejaba engañar. Aquello era una artimaña de los indios para que salieran de su reducto y buscaran la retirada por las calles y los canales de Tenochtitlán. No les querían matar luchando. Querían prenderlos vivos, para lavar con su sangre los altares ultrajados de sus dioses. Por eso dejaban una puerta abierta, para que la esperanza de salvación les hiciera bajar la guardia y en el pánico de la huida caeyeran unos tras otros en las manos de los aztecas. No esperaba una batalla, sino una cacería.

Aún así, no les quedaba otra opción. Se decidió salir aquella noche, cuando menos se esperase. En el patio del antiguo palacio los hombres se preparaban. Vendaban sus heridas lo mejor que podían o afilaban sus armas con cuidado. El oro, tan ansiado, era ahora un serio problema. Habría que pasar muchos canales, puede que nadando, pero nadie estaba dispuesto a dejar allí lo que con tanto esfuerzo y padecimientos habían conseguido. No en vano, Cortés advertía: "Tomad lo que queráis, mejor es que lo disfrutéis vosotros, y no esos perros mexicanos; pero cuidad de no cargaros con mucho peso, pues en la oscuridad de la noche camina más seguro el que va más ligero". Los que tenían lingotes los metían por dentro de sus camisas, bajo sus cinturones, o en la caña de sus botas. En una yegua a cargo de Alonso Escobar, el tesorero, se cargó el quinto real, la parte del botín que correspondía a la Corona. Aún así, una gran parte del tesoro quedó oculta en el palacio. Otro día volverían a por ella.

Con el máximo silencio, las puertas del cuartel de Axayácatl se abrieron para dejar salir a los castellanos. Era la medianoche del 1 de julio de 1520. Llovía.

Iba en cabeza un grupo de doscientos soldados, mandados por Rodrigo de Sandoval, Diego de Ordaz y Francisco Acevedo. Se pensaba que ése era el grupo más seguro, pues llegaría antes a tierra firme. Por eso también iban allí la mayor parte de las mujeres importantes -acomo doña Marina y las demás amantes de los principales capitanes- y los frailes. Entre sesenta hombres llevaban un gran portón hecho con las vigas del techo de palacio, a la manera de un puente portátil con el que pasar por encima de los "ojos" de la calzada.

Detrás marchaba Cortés con el grueso de la tropa, acompañado por Antonio de Ávila y Cristóbal de Olid. Allí iba la mayor parte del oro. Seguían a este grupo los mil guerreros de Tlaxcala supervivientes, mezclados con criados y naborías, además de los hijos de Moctezuma, que recibían un trato de favor por parte de los españoles. Doscientos indios y cincuenta españoles llevaban la artillería. En la parte más expuesta, la retaguarda, iban sesenta jinetes al mando de Pedro de Alvarado y Velázquez de León.

Notas de juego

Resumen de lo ocurrido en forma de película-documental:

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24/08/2009, 17:52
Director

El capitán Carlos Cabal cabalgaba delante de los hombres de su compañía. Su nombramiento había sido una recompensa a su lealtad por parte de Cortés, cuando él y Quart habían impedido que los velasquistas usaran los cañones en Cempoala. Aquello no le gustaba nada, y procuraba que el caballo no resbalara en la calzada. Echó un vistazo y miró a la compañía, a cuyo frente iba uno de sus hombres de confianza, nombrado sargento.

Juan Miguel de Quart, ahora cabo de escuadra, marchaba allí, pensando que huir de aquella manera no hacía de españoles. Sin embargo, nadie pronunció ni una sola palabra. Había pena de vida para quien rompiera el silencio. Cerca de ellos, iban el cabo Lozoya y los soldados Tejedor y Ramínrez, recelando hasta de su sombra. El capitán Muñéjar iba junto a Cortés, algo nervioso por la situación, y subido a lomos de su caballo.

Mucho más allá, en la vanguardia de las tropas españolas, iban doña Marina y doña Francisca, subida a lomos de unos porteadores indios que parecían tan nerviosos como los allí presentes. Ella fue quien vió a una vieja que les miró desde aquella chinampa, gritando. Los españoles comenzaron a mirarse de forma nerviosa, y todos pudieron ver claramente como se iluminaba la plataforma del gran templo de Huitzilopochtli-Tláloc, y como comenzó a escucharse un solitario tambor. Les siguieron más, y más... La ciudad se llenó de gritos, y diluviaba espesamente.

-Ya comienza -dijo Cortés, mirando a las canoas que comenzaban a zarpar desde la ciudad para interceptarles.

Los españoles comenzaron a murmullar y ponerse nerviosos, apretando el paso. Los indios estaban allí, dispuestos a vengar todas las afrentas sufridas, lavándolas con su sangre. Comenzaron a llover piedras y venablos muy espesos, y uno de ellos entró por los pechos a un español, al lado de capitán Cabal, dándole muerte. Los indios saltaron a tierra, aprestándose para el combate, mientras los españoles comenzaron a correr nerviosamente, tropezando unos con otros. Algunos caían al agua, como pasó como Braulio Diacio, y braceaban torpemente, ahogándose bajo el peso de los lingotes de oro.

Los indios que porteaban a Francisca salieron corriendo, tirándola al suelo. Mercé se acercó corriendo para auxiliarla, a pesar de los gritos de padre. Y aquello se convirtió en un caos.

Notas de juego

Podéis describir qué hacéis, y si habéis cogido oro o no, y cuanto.

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24/08/2009, 18:07
Mixtli Tacapatzin

Mixtli, capitán águila nombrado por Cuahtémoc, observaba como se cerraba la trampa desde aquel palacete a orillas del lago. A su lado, Ameyal estaba sentada y nerviosa. Habían pasado meses desde que su primo se había empeñado en presentarle a todos los hombres más importantes que ahora gobernaban los destinos del imperio, desde la muerte de Moctezuma, en un intento de convencerla de que debía estar con los suyos.

Vestido con su traje de guerra, su primo miraba a través del ancho ventanal. Sin girarse, le habló.

-Ven, prima. Contempla el final de los caxtiltecas. Tu has hecho que este día sea posible. Ahora, mira como nuestro pueblo vence a esos cobardes.

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24/08/2009, 22:36
Fray Santiago de Herrera

Cuando veo como tiran a doña Francisca para huir, voy a auxiliarla, igual que la joven Mercé. No me atrevo a romper el silencio, aunque es inutil ya. Condenada mujer, bien hubiera podido quedarse callada. Y ahora nos perdió. Al llegar a ella le ayudo a incorporarse y tomo su mano y la de Mercé para cruzar a tierra firme tan rápido como sea posible, y sin recibir pedradas ni venablos en el intento. Y los cristianos que llevan el oro...ah codicia, no seas su perdición.

 

Notas de juego

A diferencia de muchos, este pj no saco oro. Es de los que cree de verdad que la avaricia es pecado.

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26/08/2009, 14:54
Diego Raminrez

Diego hace honor a su fama de ladron, asesino y estafador, pero en el tiempo que lleva en esta parte del mundo extraña y cruel, ha aprendido que a veces los pies rapidos son mas eficaces que las corazas de placas de acero toledano. Cogio un par de lingotes de oro macizos (pesarian un kilo cada uno) y lo guardo en su bolsa de transporte, sabia que el exceso de peso le podria salir caro, pero la tentacion de volver rico, era mayor que la certeza de volver. Si podia salvar el cuello y el oro, podria crearse una vida respetable en la madre patria, respetable y placida. Al ver al cura como levanta a la noble mujer que nos acompaña, diego hace lo propio tambien agarrandola por el brazo que tiene libre. Señoras, padre, esos salvajes ya vienen y con ellos el fin del mundo o si usias lo prefieren el dia del apocalipsis ha llegado, apresurense pues sus mercedes y apreten en lo posible el paso, pues nuestras oportunidades son escasas ante tal gentio enbravecido...

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27/08/2009, 14:10
Juan Miguel de Quart
Sólo para el director

 Una duda, ¿a quién debo seguir como superior mío? Es decir, ¿dispongo de mi propia escuadra a la que manejar o dependo de las órdenes de Cabal y me tengo que esperar a que él hable para poder "actuar"?

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27/08/2009, 15:58
Director

Notas de juego

Cabal nombró a unos de sus cabos de confianza como sargento. Él es tu superior inmediato. Tu mandas sobre un grupo de 5 personas. Pero con el carajal que hay, quizá esperar órdenes de arriba sea una pérdida de tiempo. Tu decides.

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28/08/2009, 15:29
Diego Raminrez
Sólo para el director

Notas de juego

Señoras y caballeros, he de anunciaros, que el domingo comienzan mis mas que merecidas vacaciones, y al estar un tanto saturadillo del mundo, me voy del 30 al 17 de Septiembre y por esta causa estare desaparecido de la escena durante este periodo. Espero no causar muchas molestias y que todo vaya como la seda...

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31/08/2009, 00:22
Mercè Quiralte Veguer

Cuando se inclinó a levantar a Francisca, los ojos de Mercè eran dos rondas opacas desprovistas del pánico y casi de ninguna vida.

- Levántese, mi señora - alcanzó a murmurarle, cubriéndola con su cuerpo.

Tiró de ella con toda la fuerza de la que fue capaz, ignorando lo que sucedía a su alrededor, aunque sabía que sus esfuerzos serían estériles. Y lo fueron, porque cuando llegó la mano del Fray Santiago a auxiliarla, Mercè no había conseguido moverla ni un centímetro. La joven se apartó con brusquedad cuando la figura de Diego Ramírez apareció de repente, de espaldas a ella, y tomó del otro brazo a Francisca. Se quedó mirando sin reacción cómo los dos hombres la levantaban, con una facilidad penosa comparada con el esfuerzo que no había rendido frutos. Permaneció allí, inmune a los gritos y al peligro, como hipnotizada por el acto mismo del salvataje. Sus ojos se adhirieron a la silla volcada, abandonada, que había más allá.

Todo le parecía un sueño, o una de las más crueles pesadillas. Había permanecido casi autista los días siguientes a la primera explosión de violencia en la que se había involucrado, incapaz de creer que había sobrevivido a ella. Había intentado entenderlo. Había intentado odiar. Había deseado con todas sus fuerzas no volver a presenciar algo parecido. Sin embargo, había visto las piras humanas, había visto caerse los ídolos. Había visto la sangre manchar sus zapatos la primera vez que había vuelto a asomarse a la calle. Dios no le había educado para ver el ocaso del mundo ni la lucha encarnada entre el bien y el mal. Y en esos días, su padre estaba realmente ausente de su cuerpo, como para orientarla y asegurarle que las cosas estarían bien. Se había cansado de escuchar su silencio. Y ahora, apenas oía sus gritos.

- ¿El Apocalipsis? - murmuró, de nuevo, mirando un momento a su alrededor, mientras la mano del fray la arrastraba a un sitio seguro. Ni siquiera atinó a intentar cubrirse de las pedradas, ni los dardos. Ni siquiera intentó convencerse de que aquello iba a terminar en algún momento.

En los últimos días, Mercè se había convencido de que había un solo culpable de toda la maldad. Ellos mismos.

- Será nuestro justo castigo - respondió la joven de repente, soltándose de la mano del fray, y parándose entre el caos y los españoles - Será la justa reverencia que Dios nos está haciendo por las atrocidades que se han visto yacer bajo Su nombre, y por la impiedad con la que nos hemos conducido o la que hemos soportado que utilizaran. Porque, ¡por Dios bendito! ¿En qué parte de las Sagradas Enseñanzas se pide la muerte de los que no creen? ¿En qué momento de la Sagrada Biblia se enseña que para acercar al pagano a Dios hay que destruirle? Matarle, o robarle. Merecemos... Lo merecemos - Mercè se dio vuelta, y sus hombros caídos eran como la muerte - Dios lo sabe.

Corrió hacia su padre, pero se detuvo a medio camino. Vencida por todo, se quedó inmóvil y se echó a llorar, esperando el fin.

Notas de juego

Mercè, por supuesto, no agarra nada de oro.

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01/09/2009, 07:47
Fray Santiago de Herrera

Me acerco corriendo a Mercé y la tomo de la mano, tratando de llevarla a algun lugar seguro. En verdad que los cristianos hemos cometido grandes iniquidades, quiza tantas o más que las que cometieron entos indios. Y yo he pecado por no haber instado a los hombres a ser mejores ejemplos para los infieles. Pero no podremos enmendar nuestros errores si morimos aquí bajo las flechas y las piedras de los que debimos proteger en vez de dañar! Señorita, por favor, venga, si Dios Nuestro Señor nos salva, es porque permitirá que enmendemos los pecados y nos arrepintamos.

Mientras hablo, voy tratando de levantarla y de llevarla a un sitio seguro.

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02/09/2009, 16:24
Juan Miguel de Quart


 ¡Fuego de cobertura y proteged la retaguardia! - espoleé a mis soldados- ¡Tras dos salvas son iremos batiendo poco a poco en retirada!

 

 La situación era un caos. "Maldito Cortés, si no fuera porque necesitamos cada hombre yo mismo te atravesaría ese corazón lleno de codicia que tienes."

 

 Vamos poco a poco y manteniendo toda la calma que podemos, reculando.

 -Ayudad a subir a la plataforma sólo a aquellos que no carguen oro, todo peso innecesario nos acerca un poco más a la muerte.

 

- Tiradas (1)

Notas de juego

 Llevo mi parte del reparto del botín encima y si noto que me molesta para salir con vida de allí voy dejándola caer como miguitas de pan.

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02/09/2009, 16:43
Alfonso Castellar de Muñejar

Don Alfonso sentía su corazón latir, rápido y fuerte. Estaba nervioso, pero no por miedo o cobardía. Eran los nervios previos a la batalla. Eran las ansias por degollar a aquellos bastardos, indios o españoles, ya que estos últimos tampoco habían demostrado una gran astucia precisamente. El ataque de Alvarado había sido cruel, a la par que inútil. No se debe ser cruel sin motivo, por placentero que fuera. Eso lo sabía incluso el mismo señor de Muñejar. Hay que saber tener mano izquierda. Las ejecuciones en masa y la crueldad por afición solo crea resentimiento, mártires y rebeldes, por ese órden. Y esas tres cosas llevaban a eso, a la rebelión.

Y luego estaba Cortés, quien, pese a haver demostrado si ser quizás el único digno de ser llamado "capitán", había demostrado de igual modo el tener un ojo muy poco afortunado para elegir a sus camaradas. Traicionado por todos, Don Alfonso dudaba ya si la confianza en el hidalgo extremeño era realmente provechosa. Más de una vez pensó en venderlo a Narváez, y sacar así, quizás, algún provecho de aquella tragedia. De hecho, si no lo hizo estos últimos días fue por que no surgió la situación propícia.

Así cabalgaba, al lado de Cortés. Nervioso, sí, pero también decepcionado. Su cara expresaba el asco por aquella situación, por tener que huír frente a aquellos salvajes. Y eso fue por tomarlos como aliados, y no como las ratas que en realidad eran. Si desde un buen principio hubieran asediado la ciudad con cañones, si desde un buen principio Don Hernando hubiese reparado en su ventaja por el temor de los indios, y lo hubiera aprovechado cuando se creía que eran dioses, si los hubiese aplastado bajo su bota, quizás esto no pasaría. Pero en lugar de eso, se tenían que ver obligados a huír bajo el amparo de la noche, como cobardes, ante un puñado de indios que ahora se crecían por la situación. Además, debían huír con una ínfima porció de la riqueza que allí aguardaba, y con los lingotes de oro escondidos entre las ropas, como ladrones miserables, y no como los conquistadores que se suponía que eran. Evidentemente, no pensaba sacrificarse por esconderse cuatro lingotes mal contados. No había venido para eso. Había venido por poder, por la gloria, y por tesoros mucho más grandiosos que aquél mísero botín. A su vuelta a Jamaica encontraría alguien cuya avarícia le llevara a organizar otra expedición. Ahora que Don Alfonso sabía que aguardaba, no le sería difícil. Y entonces si gozaría de la recompensa merecida. 

La cercanía de la batalla sacó de su ensimismamiento al señor de Muñejar. Les atacaban, como, por otra parte, era de esperar. Don Alfonso se llevó la mano a la espada, preparado para desenfundarla y ensartar com rapidez. Miró a Cortés. 

-Si no les hacemos frente, nos aplastarán con facilidad. Hay que organizar la batalla por la retaguardia, antes de que nos alcance.- Don Alfonso pensaba en ofrecer una distracción, dejar a unos pocos para entrener a los indios, al amparo de unas pocas palabras de valentía y valor. Pero eran ya demasiado pocos hasta para eso, y era tarde. Se giró de nuevo hacia la retaguardia, y hacia el gruseo de los soldados. 

-¡¿Que sóis, hombres o perros?!- Gritó furioso ante la retirada caótica, provocada por el miedo. -¡Organizar una línia, hacédles frente! ¡Rodelas y escudos al frente, picas detrás¡ !Que los arcabuceros hundan esas canoas!- Gritó, con la esperanza de que se le oyera. Evidentemente, no sería él quien fuera a la retaguardia. Para eso estában los infantes de a pie. Para morir por sus capitanes. 

Notas de juego

El señor de Muñéjar, evidentemente, no va conformarse con afanar unos pocos lingotes. Además no piensa cargarse con más peso del necesario hasta que la lucha esté lejos del agua. Pero eso si, lo que es volver, volverá. 

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02/09/2009, 19:38
Ameyal Tonatzin
Sólo para el director

Observaba todo con atenciòn, mi primo tenìa razòn, aquello era mi culpa y me sentìa terriblemente mal por ello. Mirè con atenciòn a mi alrededor, buscando algùn cuchillo que me sirviera para lo que yo querìa, lo ùnico bueno que podìa hacer y aguardè el momento justo para robarlo cuando èl no se diera cuenta y terminar de una vez por todas con todo.

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03/09/2009, 15:37
Manuel Tejedor

Huir no es escapar, si no poder volver después.

Eso rondaba por la cabeza de Manuel, hasta que los gritos de una vieja, y más tarde unos tambores le sacaron de sus pensamientos. Instintivamente, comenzó a preparar su arcabuz y emplear su único y (esperaba) certero disparo, gracias a la cobija al menos tendrían una oportunidad de disparo (Con suerte quizá dos), la lluvia ayudaba precisamente. Cargó el arma, apuntó y disparó sobre una de las canoas que se aproximaban esperando que cayeran cuantos más mejor.

Rugió su arcabuz y parece que el disparo hizo su efecto sobre una de las canoas. Se apresuró a volver a recargar, si el avance enemigo y la lluvia lo permitían.

 

- Tiradas (1)

Notas de juego

Lleva cuatro lingotes de oro en un saquito al cinto, y quizá dos los lance hacia las cabezas enemigas si se ve apurado y si se ve muy apurado lo tirará todo, junto a más peso extra que le apure.

Como ya dijo al principio "Huir no es escapar, si no poder volver después"

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03/09/2009, 19:19
Francisca Díaz de la Vega

Desde el regreso de Javier su hermano había cortado toda relación con ella y, por mucho que le pesara, sabía que era lo mejor. Le había costado entender lo que realmente sucedía, hubo de ser Javier quien le abriera los ojos y le mostrara la verdad sobre su conducta: ambos estaban interesados en el mismo hombre.

Conocer esa verdad hizo que Francisca entendiera muchas cosas, eso explicaba la furia de su hermano el día que se enteró de la relación que sostenían y, en parte, justificaba los golpes que había recibido, pero esta vez ni ella ni Javier permitieron que Fernando y su malidicencia volviera a interponerse entre ambos.

Cuando vio a la vieja gritando desde la chinampa frunció el ceño, el capitán Nuñez de Oviedo flanqueba la marcha a escasos metros de ella, silencioso, como todos, pero los gritos de esa mujer alteraron los ánimos de todo aquel que los escuchó y el nerviosismo se apoderó de hasta el más templado de los hombres... Todo había comenzado.

De pronto se vio en el suelo, los indios que la porteaban habían salido huyendo y ella se sintió desorientada. Mercé acudió en su ayuda y también lo hizo Fray Santiago, sin embargo los nervios, la desorientación y el caos reinante hicieron que una acción en teoría tan sencilla se dificultara y no fue hasta que Diego Raminrez se les unió que fue posible ver a la galeno otra vez en pie. Sin embargo no había sido sólo por la caída que Francisca no se había puesto en pie, había algo más y ese algo era que, pese al "caos", ella intentaba recoger el lingote de oro que acababa de perder, pero no hubo tiempo, mejor dicho lo perdió de vista... sólo le restaba esperar que javier no hubiese perdido el que él cargaba.

De todos modos y pese a la pérdida, agradeció a las tres personas que la habían socorrido, asió con fuerza su bastón, que por suerte sí había recuperado, no así su maletín quizás su mayor tesoro y lo que más le dolía perder, pero el señor Raminrez tenía razón y había que correr por sus vidas, después, si Dios no decidía desampararlos, podría volver por su maletín y quizás, si la fortuna era generosa, podría también recuperar el lingote perdido.

-¡MERCE! -gritó cuando vió que ésta luego de echarse a correr hacia su padre se había detenido y cual estatua se había quedado inmóvil, llorando- ¡MERCE POR EL AMOR DE DIOS, NO OS QUEDEIS ATRAS... SEGUID, SEGUID!

Fray Santiago corrió hasta la joven para auxiliarla por segunda vez y Francisca, que avanzaba todo lo rápido que su condición le permitía elevaba una muda súplica a Dios pidiéndole que no los desamparara y protegiera de todo mal... a todos, en especial a Javier.

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12/09/2009, 20:16
Director

Las voces del señor de Muñéjar no parecían surtir mucho efecto. Los soldados huían indisciplinadamente, perseguidos y atacados por los indios. La lluvia de agua fue sustituída por una de flechas, piedras y venablos, que volaban espesos y aterrizaban, muchas veces dando en blando.

La poca defensa que se ofrecía se articulada en torno a Cortés, Alvarado y la escuadra del cabo Quart, que se había salvado de la horca para convertirse en un héroe esa noche. Sus arcabuceros hicieron un disparo, pero luego tuvieron problemas con la lluvia, y muchos no pudieron recargar. Se defendían como podían, con ayuda de algunos rodeleros, y echando mano de espadas y dagas. Retrocedían ordenadamente, sin dejar de batirse, como buena y vieja infantería española.

Los que iban en vanguardia lo llevaban algo mejor. Francisca fue aupada por el capitán Núñez de Oviedo, y él cabalgó para sacarla de allí. Llovían sin embargo las flechas, y el caballo iba muy cargado de oro. No se habían adelantado más de cincuenta metros cuando una pedrada mató al corcel, y derribó a un aturdido capitán. Los indios se les echaban encima, cuando pasaron por el lado unos soldados, mezclados con Mercé y el padre Herrera.

Nadie parecía dispuesto a ayudarles, más que ellos mismos. Por eso, el capitán tajó desde el suelo la pierna de un indio que se avalanzaba sobre Francisca, haciéndole caer con gran dolor. Se puso en pie como pudo, defendiéndose de 3 o 4 indios que le atacaban. Uno consiguió acertarle con una macana en el pecho, sin consecuencias de momento. El capitán habló a Francisca, que se estaba levantando.

-¡Vete! ¡Salva la vida! -bramó.

Allí solo les esperaba la muerte.

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12/09/2009, 20:26
Director

Andrés Dorantes de Carranza fue el primero en morir. Dos indios le habían tirado al suelo, y él sacó la daga, dándose de puñaladas con ellos. La lluvia le mojaba la cara con gruesos goterones, y no vió al indio que le hundió la cabeza con una macana. La vida se apagó para él. Llegar tan lejos, para morir de aquella manera...

Para Armando Manzanero, el fin de su padecimiento llegó pronto. Desde hacía una semana, la cirrosis apenas le posibilitaba moverse. Los indios que llevaban su camilla huyeron, y él cayó al agua. Incapaz de nadar, se ahogó. Unos metros más allá, el sargento Fernán-Núñez, en mal nombre "El Cartagenero", había caído al líquido elemento. La codicia le pudo, y se había cargado de oro. Braceando con fuerza, fue acercándose de nuevo a la calzada, pensando que quizá podría lograrlo. En ese momento, un jinete y su caballo le cayeron encima. Se hundió como un plomo en el lago Texcoco, sintiendo como cada vez había menos luz. Intentaba bracear con las manos, y murió ahogado con un horripilante gesto de dolor. Una muerte digna de un conquistador como él.

Braulio Diacio se defendía como podía, cuando los indios le rodearon y desarmaron. Un golpe en la cabeza les bastó para dejarle inconsciente, pero no del todo. Mientras le arrastraban hacia las jaulas, pudo ver como Diego Sánchez de Mendoza y Carlos Ruiz Méndez corrían la misma suerte. Quizá ellos vivirían más, pero solo para ser sacrificados en un altar pagano, donde un oscuro sacerdote extraería su corazón, y se lo enseñaría segundos antes de su muerte.

Garcilaso Martín se defendía espalda con espalda con Rouger Carandell. Extraña pareja: un arcabucero y monaguillo. Durante un momento, parecía que podían lograrlo, y retrocedieron hasta el grupo de Alvarado. Sin embargo, Rouger fue alcanzado en la nuca con un venablo, que le salió por la boca, dándole muerte. Garcilaso se acercó a los que todavía resistían, y pudo ver como Alvarado usaba una lanza como pértiga y conseguía pasar el río. Cuando fue a coger otra, un golpe de maquahuitl esparció su sangre y parte de sus sesos por la calzada. Su cuerpo cayó al agua, y se quedó allí flotando hasta el día siguiente.

Ignacio Torrejón estaba en el grupo de vanguardia, pero no por ello la suerte fue venebolente con él. Una mala pedrada le quebró la pierna, y los indios le capturaron. Él, que se había esforzado en conocerles, experimentaría en sus carnes los horrores del sacrificio humano.

Martín Mínguez se defendía, muerto el caballo, con Salazar. No se había preguntado ni siquiera que hacía aquel amigo de los indios luchando a su lado, pero lo cierto es que los indios no tenían reparos en atacarles a ambos. El color de su piel era lo único que parecía importar. Martín murió como un valiente, dos metros más allá del cadáver de Itzi, muerta por un flechazo perdido. Los indios le rodearon, y murió con las armas en la mano.

Roberto corrió peor suerte. Desarmado y capturado, fue conducido hasta el primer altar de sacrificio que encontraron, y un sacerdote ansioso arrancó su corazón.

Notas de juego

Los que no he mentado, poneos las pilas y luchad por sobrevivir.

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12/09/2009, 20:52
Alfonso Castellar de Muñejar

Don Alfonso veía, cada vez más deseperanzado, como caían los españoles, a manos de aquellos viles indios. Estaba indignado, furioso, asustado, nervioso e impaciente. Su corazón, que latía con fuerza y rapidez, era un torrente de emociones diversas. Su deseo era la riqueza, y también el honor y la gloria forjadas con el acero en la batalla. Pero poca gloria recibes si estás muerto. No tenía hijos, ni esposa... No tenía descendencia, de pronto se dió cuenta de eso. Aún era joven, y no había guerra en España, su vida no corría un peligro inmediato. Pero ahora, en aquél camino, se lo planteó por unos segundos. Si moría allí, la señoría de Muñejar, por la él, su padre, y su padre antes de su padre se perdería. Quizás no fuera un condado, ni un gran dominio, pero para Don Alfonso, sus tierras eran mucho más valiosas que el Sacro Imperio junto. Ese pensamiento se cruzó durante unos segundos por su mente. No debía, no podía morir. 

Volvió de nuevo a la batalla, sobre el lago. Todos sus sentidos se agudizaban. Desenfundó la espada, y retrocedió, aun montado en su caballo, hacia Cortés. hasta que no llegaran a la orilla, serían un blanco fácil, por lo que lo que, por encima de todo, debían atravesar aquél maldito lago. 

-¡Don Hernando!- Gritó, a voz en grito. Realmente, no se fiaba demasiado de Cortés, pero en aquél momento era el único clavo al que agarrarse. -¡Debemos llegar a la orilla!- Eso era obivo. -¡Si les arrojamos el oro y los pertrechos que no puedan servirnos, podemos frenarlos por la retaguardia, mientras nosotros cargamos al frente con todos los hombres, y tratamos de alcanzar la orilla, donde podremos defendernos, o escapar con mayor facilidad!- No se reconocía a sí mismo. Arrojar el oro. Pero en aquél momento, su vida valía más. En aquel momento. Luego quizás fuera otro menester. 

Notas de juego

Es lo mejor que se me ocurre, tu XD.