Partida Rol por web

In Hoc Signo Vinces

Tornaviaje

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29/03/2008, 14:53
Director

Embajada a España

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29/03/2008, 15:09
Director

En el puerto de Santiago de Cuba, las dos carabelas estaban atracadas y con el velamen recogido. Los marineros se habían tomado un descanso, antes de desembarcar las pertenencias. Nadie se las iba a arrebatar, pues pocos sabían cual era el verdadero cargamento, y había pena de vida para el que se fuese de la lengua.

Anochecía cuando, jovial, el gobernador Velázquez invitó a los dos capitanes a su palacete: su sobrino y su buen amigo Portocarrero. Estaba contento, pues había ganado sin esfuerzo ninguno un verdadero tesoro, y había cazado a "cortesillo" in fraganti. Él mismo había cavado su propia tumba.

La cena era, pues, íntima y rica, con platos dignos de la mesa del rey. Abundaban las carnes, sobretodo las de caza, con el lujo de poder consumir solomillo de ternera, ya que las primeras camadas de ganado vacuno hacían casi siete años que habían llegado a la isla. Velázquez fumaba tabaco con gesto abstraído, mirando el humo que salía de su boca. Todos tenían las camisas abiertas, dado lo asfixiante del calor tropical.

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29/03/2008, 15:16
Diego Velázquez

Se estiró en la silla, satisfecho tras la comilona. No había nada como hacerlo en familia, y más tras un copioso botín. Sonrió a su sobrino, al que le debía mucho. Le acababa de prometer una gran hacienda en la zona minera de la isla, con mita para enganchar esclavos entre los indios o comprar negros en La Habana.

-Entonces me decís que Cortesillo va a proclamarse independiente de mi mando, si es que no lo ha hecho ya.

Dió otra calada al cigarro, despacio.

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29/03/2008, 15:19
Velázquez de León

Sonrió, limpiándose los labios con la servilleta. Encaje de Flandes, o eso parecía. Después de tantas penalidades en el culo del mundo, agradecería volver a saborear el lujo.

-Así es, excelencia -dijo, político- Alaminos y sus hombres tienen órden de desmantelar los buques y preparlos para prenderles fuego. El "cabildo" de Santiago de Cuba proclamará antes a Cortés como Capitán General y Justicia Mayor de la Nueva España.

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29/03/2008, 15:22
Diego Velázquez

Asintió, sonriente. Cortés no era un apocado, sino un rebelde. Se había rebelado contra él y sus instrucciones. Por ende, se había rebelado contra la autoridad real. Pero no era muy listo. Había mandado con su tesoro para engatusar al rey a dos de sus hombres más fieles. Le había regalado el oro, y además le había informado de su traición.

-Me encargaré de eso a su debido tiempo, cuando terminen las lluvias. Narváez...

El alguacil estaba sentado en la mesa, silencioso y peligroso como de costumbre.

-Reclutad hombres y preparadlo todo. Bastarán con unos mil para aplastar a ese rebelde. Quiero que se le combata a ropa abierta, como si fuera moro.

Hubo risas de complicidad, y el gobernador miró a Portocarrero, sonriente.

-Y a vos, mi querido capitán, os reservo el honor de ir a España a informar a su majestad de esta traición, y de que debe dárseme licencia para prenderle y, de paso, su venia para conquistar ese reino que decís que se llama mesica, o algo así.

La conversación siguió durante unos instantes, y pasaron luego a comentar anécdotas sobre los mayas y lo feas que eran sus mujeres. Era de noche cuando cada uno se fue a su casona, a dormir entre crujientes sábanas.

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29/03/2008, 15:31
Alonso de Portocarrero

A la salida, se despidió de los demás y caminó, silencioso, hasta la falda del fuerte que cerraba el acceso a la bahía. La luna iluminaba el agua, pero él miraba mucho más allá, en dirección a San Juan de Ulúa.

El viento mecía su pelo, cuando él cerró los ojos, y la vió a ella. Recordaba su cuerpo desnudo, sudoroso y jadeante, el día que la tomó por primera vez. Abrió los ojos, parpadeando, y reflexionó sobre ello. La había perdido para siempre, pues no le cabía duda de que ahora era Cortés el amo de aquella misteriosa mujer, y el dueño de su corazón. Recordó, de pronto, los antigüos versos de aquella canción:

Todos los bienes del mundo
pasan presto y su memoria,
salvo la fama y la gloria

Una mujer era algo que podría encontrar, tarde o temprano. Pero cayó en la cuenta de que él seguía teniendo la carta de Cortés, y el oro de los indios. No había gloria en quedarse con Velázquez, pero tal vez si pudiera labrarse un nombre que perdurara eternamente, como aquel valiente que viajó a España y convenció al rey de que Cortés, él, y todos aquellos hombres que decidieran acompañarle de nuevo hasta Veracruz, serían los protagonistas de una aventura digna de las más nobles novelas de caballería, y de los pasajes más memorables de las crónicas de antaño.

Caminó, pues, hasta los barcos. Era de noche, pero sintió que tenía mucho trabajo que hacer.

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29/03/2008, 15:40
Velázquez de León

Habían pasado tres días desde que habían desembarcado cuando acudió a la casona de Portocarrero. Allí, se topó con una imagen inquietante: los criados recogían y empacaban sus pertenencias. Les miró en su hacer, de pie en el patio interior, temiéndose lo peor.

Precisamente, venía a hablar con Portocarrero por su extraño comportamiento. El oro del barco aún no había sido desembarcado, y los marineros incluso habían embarcado, al amparo de la noche, comida, fruta y otros bastimentos frescos. Se resistía a creer que Portocarrero fuera capaz de cometer tal locura, pero allí estaba. Había dejado a los matarifes en la puerta, esperando.

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29/03/2008, 15:44
Alonso de Portocarrero

Bajó las escaleras de la casa, vestido con su ropa usual y con la espada al cinto. Allí se topó con Velázquez de León, que le miraba. Sonrió, más falso que Judas.

-Veo que has venido, me alegro. Como ves, me voy a mudar. Hay un señorito que desea esta casa, y yo voy a edificarme una más majestuosa con mi parte del botín. ¿Como estás?

Le medía, sin embargo, al hablarle. Escucho ruido fuera, y comprendió que venía acompañado. Intercambió una sonrisa con un criado, y él ya sabía que hacer.

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29/03/2008, 15:47
Velázquez de León

Sonrió un poco, mirándole a los ojos. Apoyó una mano en la cintura, cerca del pomo de la espada. Se volvió inquisitivo, de repente.

-He venido a por las cartas de Cortés. Velázquez quiere leerlas, y quemarlas luego. Se que las tienes tú, porque en el barco no están.

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29/03/2008, 15:50
Alonso de Portocarrero

-Claro, las cartas.

Sonrió, apoyando una mano en su hombro. Caminaron hasta la planta superior, y accedieron a su despacho. Abrió el cajón, sacando los documentos y dejándolos sobre la mesa. Todo ello lo hizo muy despacio, dejando que sus criados cerraran la puerta.

Entonces, al volverse, sonó un tiro de arcabuz desde una de las ventanas adyacentes, y Portocarrero se dió la vuelta, abrazando a su viejo amigo y clavándole, hasta las cachas, una daga de mano izquierda a la altura del vientre.

-Lo siento -susurró, impidiéndole desenvainar la espada mientras le mantenía bien agarrado- Pero yo no soy una puta, como tú.

Se revolvieron los matarifes de abajo, pegándose a la puerta. Sin embargo, otro arcabucazo mató a su adalid, y huyeron del lugar, pues una cosa era batirse contra uno, y otra muy distinta contra toda la servidumbre armada y en pie de guerra. Velázquez cayó al suelo, retorciéndose de dolor. Cogió las cartas, y las metió dentro de su jubón. Miró un momento a su amigo, y le sonrió.

-Si te la saco, será peor. Ya lo sabes.

Corrió hasta la puerta, donde se detuvo un momento.

-Adios, Juan.

Entonces, se fue escaleras abajo hasta el patio, donde habían ensillado a su caballo. Cabalgó, tras ordenar que dejaran allí todo lo no imprescindible, hasta el puerto, donde levaron anclas antes de que Velázquez pudiera reaccionar. Hubo que espantar a cañonazos a los corchetes de Narváez, y salir de la bahía con un saludo insistente del fuerte, cuyos disparos levantaron, afortunadamente, tan solo piquetes en el agua.

El viento era propicio, y al anochecer habían dejado atrás la isla de Cuba, rumbo a la madre España.

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19/03/2009, 23:01
Alonso de Portocarrero

En el interior de aquella estancia, y otro día más, Portocarrero daba vueltas de pie, inquieto. Llevaban ya una maldita semana en España, con el quinto real inmovilizado y pendientes de una contestación oficial de la corte. El piloto Alaminos y el capitán Montejo se habían acostumbrado incluso a sus continuas idas y venidas, y a su mal humor.

Tocaron las campanas de un convento cercano.

-Otro día perdido -dijo.

En ese momento, se escucharon unos pasos y la puerta se abrió.

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19/03/2009, 23:04
Juan López de Recalde

El contador de la casa de contratación entró el primero, con una espada al cinto. Le acompañaban una escuadra de soldados, armados hasta los dientes y con el peto puesto. Pudo ver la reacción de aquellos tres hombres, y como por un momento consideraron echar mano a las armas. Pero aquello, claro está, hubiera sido una locura.

Les miró y abrió la carta que tenía en sus manos. Un sello rodado colgaba de ella: el sello real.

-Por orden del presidente del consejo de Castilla, Rodríguez de Fonseca, y con la anuencia de su cesárea majestad, don Carlos I de España y V de Alemania, se decreta que el oro traído por el capitán Alonso de Portocarrero en calidad de quinto real del autoproclamado capitán general de la Nueva España debe ser incautado hasta nueva órden.

Miró de nuevo a aquellos hombres. Los guardias estaban preparados por si se les ocurría hacer una locura.

-Asimismo, por el cargo de colaboración en un crimen de lesa majestad, el susodicho capitán será puesto bajo custodia y encarcelado por cómplice de traición, hasta nueva orden. Firmado, el citado presidente.

Plegó de nuevo la carta, torciendo la boca con un gesto de impotencia.

-Son órdenes del rey, no puedo hacer nada.

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19/03/2009, 23:11
Alonso de Portocarrero

Portocarrero respiró hondo, orgulloso.

Escapar por las ventanas le convertiría en un criminal buscado, y eso era precisamente lo último que quería. Había ido a las Indias siguiendo un sueño, pero ahora el sueño se terminaba. Con el alma en un puño, jugó la última carta de su baraja.

Se acercó dos pasos hasta el capitán Montejo, y le habló al oído.

-Ahora depende de vosotros dos. Conseguidlo, o acabaremos todos prendidos.

El capitán se acercó entonces a los guardias, entregándoles su espada. Lo hizo despacio, como si les entregara un trofeo. Aquella espada, si Dios quería, habría ayudado a conquistar un reino. Se dejó conducir mansamente al exterior.

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19/03/2009, 23:14
Francisco de Montejo

Cortesanos hideputas.

No tenía más palabras que aquellas. Envenenaban los oídos del rey conforme a sus intereses. Aquel maldito viejo, el presidente del consejo, era el gran valedor en España del gobernador Velázquez. Se llevaban a Portocarrero, y él se quedó pensando. Habría que medir bien sus siguientes pasos.

Pasó el día y la noche, y aún amaneció al día siguiente. Alaminos, hombre de mar, se planteaba embarcar de nuevo y ejercer el oficio que mejor se le daba, lejos de intrigas y prisiones. Sin embargo, un correo real llegó, entregándoles una carta. Su contenido, era cuanto menos sorprendente.

-Don Antón, será mejor que preparéis vuestra carabela, y el equipaje. Nos vamos a Barcelona.

Montejo se acercó al pequeño cofre donde, camuflado de forma algo deshonesta (en el fondo de un barril de brea), había conseguido pasar parte del oro del quinto real. Portocarrero había pensado en todo. Lástima que ahora se fuera a pudrir en un oscuro presidio.

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19/03/2009, 23:20
Antón de Alaminos

Alaminos jugaba con la panceta del desayuno, hastiado. No era hombre que gustara en exceso de aquel tipo de intrigas. Tan solo, era un piloto de alma intrépida, que amaba el mar y la aventura. Aquello le quedaba grande.

Cuando llegó la carta, apenas miró a Montejo. ¿Tal vez otra orden de carcel para ambos? No sería de extrañar. Lo que dijo el capitán le hizo parpadear.

-¿Barcelona? -preguntó, extrañado.

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19/03/2009, 23:22
Francisco de Montejo

Montejo cerró la tapa del arcón, levantándose despacio. Caminó hacia Alaminos, y le extendió la carta con la firma del secretario del rey en asuntos españoles, Francisco de los Cobos.

-El rey ha accedido a vernos. Hay que darse prisa.

El piloto le sonrió. De nuevo, volvían a embarcarse en otra aventura.