Partida Rol por web

Mientras voy hacia las cocinas, voy rumiando para mis adentros:

- Claro, a él se lo dan todo. Él tiene su futuro, pero... ¿qué tengo yo? ¿Qué podría hacer? Podría tomar el negro, si me dejaran. Es buena opción. Al menos, ellos, tienen claro quiénes quieren su muerte. Y si matan a sus enemigos, no les cuelgan ni les decapitan por ello. Y les dan comida. Y un buen techo.

También podría hablar con madre. Ella es amiga de la mujer del herrero, creo. Si hablase con ella para que intercediera con su marido en mi favor, podría ser aprendiz en la herrería. Es buena opción, también. Además, aprender ese oficio podría serme útil en La Guardia de la Noche. Seguro que necesitan herreros.

Claro que también podría decirle a padre que intercediera por mí. Seguro que necesitan soldados. O aprendices de soldado, o algo así. O herreros, cuando se van de campañas por ahí.

Una vez en la cocina, esquivando y cediéndole el paso a cualquier persona que mida más de 1' 3 metros, tomo distraídamente un par de manzanas de un barril, salgo por la puerta trasera y encamino mis pasos hacia la estancia en la que está mi madre.

- Esto es como una carrera, en la que el único premio se lo lleva el primero. Y el muy condenado, ha salido con media legua de ventaja.

- pienso para mí

Al verla, en los aposentos, me armo de valor y le expongo, en voz baja, por si alguien nos escucha, mis cavilaciones:

- Pues sí, Madre. Ya se me ha pasado. Ahora tendremos que hablar sobre mi futuro. El Primogénito no voy a poder ser, al menos, no sin que vos os lleveis un buen disgusto, así que por el afecto que os tengo, debo encaminar mis pasos hacia algún otro sitio. Vos, que  teneis amistad con la mujer del herrero ¿no podríais hablar con ella para que interceda en mi favor con su marido?

Podría ser aprendiz en la herrería. Está al lado de los Jinetes Libres, y bien podría ser vuestros ojos y oídos en el patio de armas. Además, desde la herrería, podríamos saber si hay algún movimiento extraño, ya que se fabricarían más herraduras o espadas de los que normalmente se hacen.

Y yo, podría aprender un oficio...

¿Qué me decís? ¿Hareis esto por mí?
 

- Brandon sale de la Casa y se dirige a las Cocinas, en la Casa Señorial.

 Entro en los aposentos terminando una manzana, refriego otra para darle brillo contra mi jubón y mientras me acerco a Madre, se la ofrezco con el brazo tendido.

- Tomadla, Madre. Comedla y disfrutadla. Viene directa del tonel de la cocina. La he cogido especialmente para vos. - digo mientras me enjuago los labios con la manga.

- ¿Y bien? ¿Hablareis con la esposa del herrero? ¿O también me vais a negar esa oportunidad?  - añado en voz baja.

- Ser Baltrigar llega a la Casa de los Abanderados.

Baltrigar se dirigió a sus aposentos deseando encontrarse de nuevo con su familia.

Contempló el rostro de Clarissa. Las bellas facciones de su mujer, su pelo castaño, sus ojos, sus labios. Se sentía feliz de volver a su lado. Era una sensación de extraña calma y paz, capaz de aliviar cualquier pena, cansancio o dolor.

No pudo evitar que sus ojos se dirigieran al vientre de su esposa, donde su quinto hijo se estaba gestando.

Entró en los aposentos de su familia y cerró la puerta tras de sí saludando en voz alta a todos.

- Hola. ¿Cómo va todo? - sus pasos le acercaron a Clarissa y depositó un suave beso en los labios de ella.

- ¿Te han dado mucha guerra? - preguntó mirando a los pequeños. 

- Gracias corazón- dijo, besando la mejilla de su segundo hijo, tomando la fruta que le había traido de las cocinas. Suspiró, y esbozó una tenue sonrisa condescendiente- Brandon, tu hermano es sangre de tu sangre, y no debes celar por él. Eso puede afectar a familias en las que lo que prima no es el velar los unos por los otros, pero no en esta. Y seré tajante en cuanto a todo lo que aluda a las relaciones entre mis propios hijos- su tono de voz era sin lugar a dudas el de la preocupación- Eres muy joven para pensar de ese modo. Y no sé a qué te refieres con negar oportunidades a nadie, criatura, porque no soy yo, ni tampoco tu padre, quien decide sobre nuestro estatus y el de nuestra descendencia. 

Suspiró- En cualquier caso, consultaré con tu padre. Bien sabes que no puedo tomar decisiones importantes sin su opinión- acarició sus cabellos oscuros- Si él está de acuerdo, hablaré con la mujer del herrero. Aunque no puedo prometerte nada.

Cuando vio entrar de nuevo a su marido en las dependencias familiares, esbozó una sonrisa. 

Recibió su beso con un leve sonrojo, y se llevó una mano al vientre- Como siempre. Aunque hoy he tenido que estar bastante pendiente de Brandon- suspiró- ¿Qué te ha deparado el día de hoy? ¿Has logrado desoxidarte lo suficiente como para no pensar en tu "prematura" vejez durante un tiempo?

- Sí... - Respondió sonriendo ante la pregunta de si se había "desoxidado". - Ayúdame a quitarme la armadura por favor. - Pidió a su esposa. - Ahora sólo quiero un poco de tiempo familiar en lo que queda de día. -

Avanzó hasta el lugar donde depositaba todos los días su armadura antes de ir a dormir y se desabrochó el cinturón para depositar también la vaina de su espada con el arma en su interior.

- He estado entrenando, entrenando y entrenando más. - Añadió. - Beldyr ha practicado un poco con la espada conmigo pero aun tiene mucho que aprender. -

El Caballero comenzó a desajustarse las correas de la armadura. - Nuestro primogénito ganó el concurso de heráldica - recordó Baltrigar - y creo que tiene edad suficiente para que le nombren escudero de algún Caballero. Es hora de que vaya encaminando su futuro. ¿Qué te parece? -

El resto de los hijos de Baltrigar y Clarissa eran aun demasiado jóvenes, bueno quizá Brandon no. - Brandon debería comenzar un poco con su educación antes de pensar en que le nombren escudero de nadie. Estoy intentando pensar en algún buen maestro... ¿Tienes alguna sugerencia? -

Sus hijos crecían a ritmo vertiginoso e iba siendo hora de que la pareja comenzara a planear el futuro de sus vástagos. Debían procurarles un buen porvenir.

PRIMERA MADRE, PRIMERA LUNA, AÑO 140 D.A.

MUY AVANZADA LA TARDE.

- Beldyr y Brocelyn llegan a la Casa de los Abanderados.

- Padre, ya estamos aquí. - digo al verle. No hemos llegado tarde, ¿verdad?
 

- Han hablado de un maestro. Es un primer paso hacia algún lado. Quizá no pueda correr nunca con la suerte de mi hermano, pero esto me proporciona herramientas para buscar la mía própia. Aunque creo que siendo quién soy, quizá me valdría más la pena aprender un oficio. El plan del herrero me gustaba. Unos años en la herrería, aprendiendo un poco las mañas y luego, ya veríamos. Quizá como herrero ambulante, a cargo de una caravana, cruzando los reinos, pueblo a pueblo, mientras hago pequeños remiendos: una olla aquí, unas hoces allá..

La verdad es que la idea del escudero no me apasiona. Siempre los he visto como a perros. Al servicio de sus amos, yendo, atados con cadenas invisibles a sus Señores, a donde estos quieran ir. Aunque para eso, falta aún mucho.

Me gustaría saber qué es lo que puedo esperar aprender de un maestro. ¿Será solo a ser un buen sirviente?

- Padre ¿qué se espera, de un escudero? - pregunto al fín a mi progenitor, vencido por la curiosidad.

- No, habéis llegado bien. - sonrió a Beldyr para que no se preocupara por lo que le había pedido. Había hecho bien. Luego escuchó la cuestión de Brandon.

Sorprendido por la pregunta de su hijo y por lo avispado pese a su edad, Baltrigar tardó un par de segundos en reaccionar. Parpadeó, sonrió y respondió:

- El deber de un escudero es estar al lado de su Señor para asistirlo. Portar su escudo cuando no lo esté usando, traer armas y caballos de reemplazo, asistir las heridas del Caballero al que sirven... y en resumen ayudar a su Señor y aprender de él todo lo que puedan. - Sí, era un buen resumen de los deberes de un escudero. - En el caso de una guerra tienen labores menos agradables... Pero la mejor parte de ser escudero, es que si lo haces realmente bien, tienes muchas opciones de que te nombren Caballero. - Indicó Baltrigar. Era lo mejor a lo que sus otros hijos podían aspirar sin ser considerados nobles.

- ¿No te gustaría ser Caballero algún día? - Preguntó a Brandon.

Observo con detenimiento a mi hermano.

- ¿Vas a ser Escudero? - le pregunto extrañado. ¿De quien? - añado con curiosidad.

- No, tu hermano aún no. - Indicó Baltrigar a Beldyr. - Estaba pensando en que tú fueras escudero. Aun no he decidido de quién... pero en cualquier caso habrá que pedírselo a Ser Hadder. -

Por si acaso apuntó a su hijo con el dedo índice. - Beldyr... aun no hay nada decidido y no debes de hablar de esto con nadie hasta que nada se haga oficial, ¿entendido? - Le miró bien con detenimiento y finalmente sonrió.

- ¿Te apetecería ser nombrado escudero? - A lo mejor a su hijo no le gustaba pero viendo el aprecio que tenía por las espadas y los entrenamientos con las mismas Baltrigar estaba seguro de no equivocarse. Quizá Beldyr prefería un camino menos orientado a las armas... también existía esa posibilidad.

- ¿Yo? - digo extrañado. ¿Escudero? ¿De quién? - añado entusiasmado. Eso sería genial.

- Aún no lo sé... pero va siendo hora de hacer algo al respecto. - Respondió de nuevo el padre de Beldyr.

Interrumpio a Clarissa antes de que le acabara de desabrochar por completo una de las primeras piezas de armadura. 

- Intentaré ver a Ser Hadder antes de que anochezca, sino tendremos que dejarlo para mañana. - Volvió a recoger el cinto con su arma y se lo abrochó a la cintura.

Besó a su esposa, sonrió y le poso un instante una de sus grandes manos en la tripa. - Cuídate y cuida de todos nuestros pequeños. Estaré de vuelta para la cena. -

Con paso rapido Ser Baltrigar salió de la habitación y se dirigió a la Casa Señorial.

Se encontraba sola, rodeada de polvo fino, frío, blanco y que se derretía en cuanto entraba en contacto con su piel. Nieve. Había mucha nieve a su alrededor y nada mas, ¿Lo pensaba o había decrecido? Su tamaño.. sus manos.. eran máss pequeñas. Entonces se miró las ropas y sus pertenencias. ¿Dónde estaba su querida espada? ¿Y su cota de mallas? Sus botas... todo, había desaparecido. ¿Cómo? En su lugar, solo había unos pies tapados por botas de piel desgastadas que le venían dos veces su pie, Un vestido de cuero blando con remiendos de tela por toda la parte de la falda así como un cinturón de cuero endurecido del cual colgaba el sobrante en uno de los lados. Su cabello, largo y fino, flotaba en el aire, pues el viento lo levantaba suavemente y lo arrastraba de un lado a otro, haciendo chocar las corrientes. Entonces aparece, frente a ella aquella figura, el viento para, su cabello por peso y gravedad cae hacia abajo rozándole los hombros y dejando cubierta gran parte de la espalda. Se abraza a ella, la quiere, la necesita, pretende estar a su lado, no despegarse de ella. Pero el rostro de aquella figura no cambia, es un rostro lleno de tristeza y desolación, de amargura y de temor. Entonces lo entiende, se aparta de ella y las lágrimas empiezan a escurrirse por su mejilla, mientras mira como la figura desaparece lentamente entre la blancura del lugar. Un parpadeo, un milisegundo, quizá menos, vacío.

Se despertó enseguida que sus espaldas tocaron el suelo, despertandola de aquel sueño tan extraño. Lo primero que hizo al incorporarse fue mirarse las manos, tocarse el cuerpo, observar a su alrededor y acariciarse la mejilla.

-Tan real...-

Caminó hacia la ventana y observó el día, el sol ya estaba en lo alto, lo que quería decir que se había quedado dormida. ¿Como había sido eso posible? ¿Habría sido ese sueño? ¿La habría absorbido? No lo sabía pero se sentía frustrada, seriamente frustrada porque sabía lo que ese sueño significaba en su interior, soledad. Llevaba ya muchoi tiempo allí y todo el mundo se apartaba de ella, y quienes se acercaban, o le temían o hablaban mal de ella a sus espaldas. Era hora de integrarse y lo sabía, era hora de demostrar todo lo que valía una mujer como ella, todo lo que podía hacer, lo que podía llegar a ser, lo quería demostrar, y lo demostraría. Lo primero, fue colocarse frente al espejo y empezar a practicar peinados distintos con su larga melena rubia, luego, fue a su armario y empezó a mirar la ropa que tenía, que, a decir verdad, no era nada femenina más que algún que otro vestido, pero todos estaban ya muy viejos, y se notaba. Pensó por un momento centrarse más en caerle mejor a los hombres con quien debía compartir sus días en aquel lugar, pero luego de pensar un rato largo, comprendió que también necesitaba mujeres a su lado, pues eran ellas, quienes desde las sombras, podían manipular y tramar, las que podían hilar y entrelazar la fina hebra de telaraña que atrapaba en grandes redes invisibles a aquellos que deseaban atrapar. Le interesaba tener de su lado a tejedoras, las cuales eran de lengua viperina, muy útiles a decir verdad. En cuanto a los hombres, estos podían ser menos fuertes que ella en algunos casos, pero su poder en el mundo era mayor que el de las mujeres, y, en el caso extremo de que la red no funcionase, ¿qué mejor aliado que un hombre respaldándola?

Pasaron las horas mientras pensaba, mientras cavilaba, y sin darse cuenta, ya era de tarde-noche. Tenía hambre, y mucha, pues no había desayunado, ni comido nada entre pensamiento y pensamiento, así pues, decidió bajar de su habitación por fin, encontrándose al señor Baltrigan saliendo, a su mujer Clarissa con la armadura de su esposo aún en las manos, al hijo de los dos al lado de la mujer.

- Saludos, señora Clarissa, señoritos Beldyr y Brandon. Si me disculpan, voy a por algo de comer.-

Desapareció por la puerta yendo en dirección a las cocinas, Quizá allí le diesen de comer todo lo que quisiera.

- Ser Baltrigar y Theresa Nieve salen al mismo tiempo de la Casa de los Abanderados hacia el Patio de Armas.