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Juego de Tronos - Castillo de Aguasclaras.

Lo que aconteció después. - Parte I.

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10/07/2014, 12:17
Ser Pendrik Tully, "Pendrik Sin Tierra".

Viñeta XVI. Corriendo el año 148 D.A. Mención con texto Ser Hadder Tully.

 

Los caminos, casi siempre, nos enseñan un poco más que los maestros.

                                                                                        -Escudero Pendrik Tully-

 

Pendrik se miraba la punta de sus botas ocres de piel vuelta. Estaba sentado en un poyete de piedra junto a una vidriera cercana a las estancias de su padre. Los carámbanos colgaban inertes, silenciosos y fríos ocupando casi toda la superficie del cristal. Ser Hadder acababa de despedirlo y las cosas que le había dicho estaban bastante claras, tan claras para Pendrik  como el filo de una daga en una mañana soleada.

El heredero de Aguasclaras dejó de mover los pies y el arrastrar de piedrecillas que sentía bajo las finas suelas de cuero y la abstracción que aquello le provocaba cesó. El mundo con todo su peso regresó de sopetón y sin avisar a los hombros del joven primogénito. Y en su mente reverberaron las últimas palabras que había intercambiado con su padre en el dormitorio.

-Pero… padre, no soy como vos, podéis encomendarme labores, las que vos dispongáis pero no podéis pretender que sea una réplica exacta del gran Ser Hadder. Ya que si es eso lo que me pedís no podré complaceros, por mucho que yo pida y pida a los Siete para conseguirlo…

El señor de Aguasclaras se revolvió en el lecho nervioso e hizo un ademán poco coordinado de incorporarse. Su cara perlada de sudor y el tono lechoso de su piel no dejaban demasiado espacio a la imaginación de Pendrik. Padre estaba mal. Los años y la infección le estaban llevando a unos senderos que él nunca había tenido que caminar, los de la impotencia física, la falta de fuerza para llevar a cabo sus ideas. Y eso, eso le corroía, trastocando sin duda su carácter y sus prioridades. Finalmente fijó la vista con ojos febriles de impotencia y enfermedad, en las pupilas de su hijo.

-Has de hacer lo que te digo, exactamente. Justarás y ganarás al menos dos rondas, mantendrás conversaciones con los nobles y demostrarás que Aguasclaras tiene un gran porvenir con mi semilla, insuflarás ánimo a la expedición y todo saldrá de manera notable.- Pendrik hizo amago de mover los labios por algún motivo, mas no tuvo opción de réplica alguna. -¡Ni una palabra! Sea lo que dije. ¡Y BASTA!- Sin tiempo a taparse la boca con el pañuelo de su mano, una acometida de toses sorprendió a Ser Hadder, destapó por los cortados labios humores que salpicaron sobre el sudoroso camisón que se entreveía por medio del desorden de pieles que cubría su lecho. Asintió con ímpetu mirando a su hijo, dando por finalizada la conversación, que más pudo ser, y fue monólogo.

El joven se levantó de la silla y estuvo a un latido de girar airado los talones y encaminarse a la puerta de la habitación. El calor que provenía de la chimenea era fuerte y la estancia estaba inundada por un hedor viciado. En última instancia recapacitó para sí.

No, no, no… ¡NO Pendrik! ¿Pero qué rayos ibas a hacer, trastornado?

El hijo se acercó a la cama del padre en dos prestos pasos. Con celeridad, apoyó las manos sobre el amasijo de pieles con fuerza y volcó su peso sobre él con cuidado de no aplastarlo y provocarle daño. Lo besó.

Ser Hadder se sorprendió ante el gesto espontáneo, demasiado rápido y sincero para cualquier reacción premeditada. Una sonrisa furtiva se mostró en su rostro ajado, toda vez que ponía una mano sudada sobre la de su primogénito y le susurraba.

-Se me olvida… lo más importante, por encima de todo.- Aproximó más la boca con el olor acre y dulzón de la leche de amapola a la oreja de Pendrik - Volved, volved todos…

 

En un viaje resulta normal que con el traqueteo, las cosas se muevan. Todavía creo que eso es bueno.

                                                                                                                             -Escudero Pendrik Tully-

 

Randyl Lanzapartida resultó ser una auténtica sombra. Al parecer padre había sido bastante meridiano en que fuera mi guardaespaldas perenne. Podía haber resultado molesto, tal vez incómodo, no sé. Pero no obstante lo que descubrí fue a un buen y noble amigo en él. Cosa que descubriréis, en la vida no es poco.

De mis fieles hermanos no puedo más que volver a decir que, sinceramente, no sabría bien lo que hacer sin ellos la mitad de las veces. La otra mitad ya me encargo yo de hacerlo mal. De las mujeres. Que resultaban espléndidas en sus carrozas y resultarían un punto positivo sin duda en Altojardín. Sin embargo el comandante de la expedición, o lo que era, yo mismo, entre tos y tos no tenía todas consigo en cuanto a su propio papel en todo aquel berenjenal.

 

                                       La primera en la cara.

                                                               -Anónimo-

 

Volví a encarar el estafermo. La primera intentona casi había dado con mis huesos en el gélido barro.

Los ollares de mi montura bufaban por el esfuerzo y una nube neblinosa emergía de ellos y se disipaba  con cada arremetida de los tremebundos fuelles que gastaba la bestia por pulmones. Levanté la vista y me ajusté el yelmo, yo también resoplé. Y allí seguía. Como era de esperar el estafermo no se había movido, en todo caso parecía más pequeño si cabe que en la primera acometida. Marqué los flancos de la yegua para la carga y ella respondió con nobleza ante mi solicitud. Los enormes terrones de barro oscuro que levantaban los cascos volaban a mi paso. El retumbar sobre aquel prado recordaba un tambor, un tambor que repicaba marcándome el camino al cadalso, o bien a lo que podía ser la gloria.

La carrera resultó rápida y diestra, la lanza estaba apuntando, envarada ya directamente al escudo de la cruel marioneta. Destino, cara o cruz. Mi lanza rozó levemente el broquel del estafermo, insuficiente para moverlo. Una última zancada larga de mi yegua, y la insuficiente fuerza de mi brazo febril habían ofrecido el veredicto, la moneda giró, giró y se detuvo “clink”. Cruz.

 

Aquella jornada resulto de todo punto retorcida, traicionera y aciaga. Ser otter, un referente para mí a nivel moral y como paradigma junto a padre del caballero, había fracasado en las rondas de clasificación contra el estafermo.

Decidí por alegrarme algo, y entre tos y tos (ya que no sabía si en verdad aparentaba lo que a mí me parecía. Y es que era un espantapájaros sin rumbo por el campamento) ir en pos de Ser Madrigal, Ser Trycian y Ser Orsey. Con intención de animarles, con todo el cariño que pudiera darles de palabra, ya que por ejemplos no mucho les podía ofrecer.

Malos hados se alinearon en aquella aviesa jornada como bien os digo. No tuve por más desatino que cruzarme en mi camino con la zona de justas. En su grada anidaba un nutrido grupo de nobles, bien servidos ya al parecer de vino del Rejo. Destacaban los blasones y pendones Targaryen. Y que al que más se oía vocear y chiflar era al adolescente de pelo argénteo y ensortijado, Ser Aegon Targaryen.

Las referencias que de él me habían brindado en previsión de posibles tesituras allá en Aguasclaras no resultaron en ningún modo desencaminadas. Despótico, malcriado y consentido, de mala baba en definitiva. Pero claro está, de apellido ilustre. Aquella cría de dragón divisó al cordero de Piedras Viejas, sacó las garras y se lanzó.

Pensé en mirar al suelo y pasar con paso alegre, estaba agotado de jeroglíficos sociales y juegos de verborrea, tenía la cabeza embotada, el frío metido en el cuerpo y dagas en los pulmones. Pero recapacité de algún modo y pensé en Aguasclaras. Alcé la cabeza y corregí el ritmo, que era el de un trote nervioso y varió a un paso cuasi orgulloso. Me arrebujé en la capa de piel de liebre y saludé con la cortesía establecida al grupo con un movimiento de cabeza premeditadamente despreocupado.

-Mis señores, buenas tardes tengáis.- Bueno, pues… ya está ¿ves?

-¡PELLGRIN! AGUARDAD, ¿Pellegrins, de Piedras Viejas no?- La voz procedía del grupo pero no era tan juvenil como la de la cría de dragón, Aegon. No podía obviar aquello. Respiré hondo y pensé en toda la buena gente de Aguasclaras. Me detuve.

-Es Pendrik mi señor, Pendrik Tully, ¡de Aguasclaras mis señores!- Pude oír que la voz que me voceó era la de  Ser Jasper Arryn, el cual torcía el gesto y cuchicheaba algo con Aegon. Sonrieron y Aegon tomó el relevo en lo que a todas luces, ya se había declarado como el acoso y derribo al escudero heredero de Aguasclaras.

-Tengo una pregunta para vos– Aegon dejó una copa sobre una mesa de campaña y se adelantó al resto del grupo apoyando los brazos en la baranda de madera engalanada con tapices de escudos nobiliarios, bien parecía ya aquello un juicio. Tenía unos doce años pero al parecer estaba acostumbrado a alternar y bregar con jóvenes mayores que él, e incluso adultos. -Mmm… ¿Pendris dijisteis? jajaja... Bien. ¿Es eso cierto, sí mmm… ya sabéis, eso que dicen de que en Aguasturbias hay duendes, y que cubren a las aldeanas?- Mostró los dientes en una sonrisa sardónica- De lo que estoy bastante seguro es de la tradición de los encames entre hermanos y de que algún niño nace con escamas en los pantanos… ¿verdad?- El grupo susurraba y reía expectante. Lannister, Baratheon, Castamere, Targaryen…

Levanté la cabeza aún más si cabe y miré a los presentes a los ojos, para memorizar a quienes reían a quienes callaban, y a quienes otorgaban. Diferencié entre los que gozaban y los que cumplían con mandatos. Les miré y respondí.

-En Aguasclaras, la Aguasclaras modesta, tenemos unas Piedras Viejas. Unas Piedras Viejas como su nombre indica antiguas, y que encierran secretos de los primeros hombres, es un orgullo para nosotros el tenerlas en nuestro feudo, así que me considero halagado de que confundáis Aguasclaras y Piedras Viejas.- Pendrik tomó aire y dio un paso adelante, consiguió un tono más seco y elocuente.-En cuanto a duendes y brujas, no seré yo el que diga que sabe de ellos, no, no, la Vieja me libre. Allá no son más que leyendas, supongo que en Rocadragón, en el Nido, en Roca Casterly…  tendrán las suyas, y de las leyendas se debe estar orgulloso, ya que hacen a un pueblo antiguo, y un pueblo antiguo es un pueblo con historia, un pueblo culto.- Pendrik sopesó las últimas palabras en mente antes de decirlas y prosiguió mientras observaba al grupo que en buena medida cambiaba las risas abiertas por un rosario de gestos neutros y como mucho sonrisas -En cuanto a la endogamia, pues deciros que no es tradición, sé de algún caso aislado en las villas, pero nada que yo deba enjuiciar, ni mucho menos censurar. Como sabéis, existen culturas y regiones, quizá no demasiado lejanas para vos… en las que los desposorios entre hermanos o familia cercana son permitidos y considerados normales. Pero, no, no es así en Aguasclaras mi Señor.

Ser Aegon apretó los dientes y puso una mano por cima de la llama de un cirio que reposaba en la mesa en la que había dejado su copa. La mantuvo al menos cuatro latidos antes de retirarla y sonreír.- Bien, bien, no os interrumpo más. ¡Por cierto si queréis, con algún tablón, o fondo de carro podrían fabricaros mis carpinteros un estafermo del tamaño adecuado…- Las risas se volvieron a generalizar y Ser Aegon se giró con algún componente del grupo, como dejando ya de lado aquel juguete sobado.

Pendrik alzó la voz –¡GRACIAS, mi señor, GRACIAS POR TODO!

El pequeño dragón, giró la cabeza de soslayo, sorprendido, picado por la contestación inesperada. -¿Por qué me dais las gracias? necio...

-Os doy las gracias. Sé que todo lo que hacéis es por fortalecernos. Por fortalecer los feudos, las tierras y a aquellos que las gobiernan. Ya que todas las tierras, sus gentes y los que los gobiernan somos parte de los Reinos en los que la noble familia Targaryen con acierto nos comanda y guía. Y en vuestra sabiduría está sin duda el buscar fortalecer Aguasclaras, ya que si Aguasclaras es más fuerte, la casa Tully es más fuerte, y si la casa Tully es más fuerte, el reino, nuestro reino… vuestro reino es más poderoso. Gracias Aegon Targaryen. El heredero de Aguasclaras, el escudero Pendrik Tully realizó una ligera reverencia y giró sus talones para regresar al sendero que anhelaba. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Mientras tras de él, un maravilloso silencio perduró al menos treinta latidos, transcurridos los cuales algunas risas complacientes regresaron.

Fue al girar del muro a escasos metros de donde se había producido la desagradable escena donde una mano agarró a Pendrik desde detrás. El joven se giró sorprendido. Ensimismado y casi tembloroso por lo que acababa de suceder no se percató de la presencia que le había abordado. Giró la cabeza y pudo ver un rostro. En su pecho lucía un escudo con trucha en plata. Era Horwin Tully. Me rodeó con un brazo, me guiñó un ojo con complicidad y comenzó a andar a mi paso. -Pendrik, Pendrik, has crecido. Hablemos. Para empezar ¿Cómo está el gran Ser Hadder…?

 

Y la buena de mi pequeña. Mi hermana Lydia enfermó, y enfermó de gravedad.

La alegría que en verdad me produjo el felicitar a Ser Trycian por los resultados del torneo, y alabar a Ser Madrigal se convirtió en hiel. Mis hermanos vinieron a avisarme juntos, sus caras, sombrías denotaban la gravedad del asunto, Lydia estaba mucho peor. El viaje de regreso resultó eterno y aterrador para mí, recordaba las últimas palabras que padre me dijera al despedirme. Todos confiábamos en llegar a casa  y en la labor de las sabias y viejas manos del maestre Ammon.

Dicen que los males se reparten. Que los Siete, lo que con una mano dan con la otra la quitan y que no hay mal que cien años dure. Espero que sean verdad todas esas cosas.

Al llegar a casa hallé ya la cima a mi desazón. Nuestro propio hogar ultrajado, golpeado y únicamente por quizá la suerte, y por supuesto el gran valor de nuestra gente, salvado in extremis.

Los lugareños de las poblaciones menguados por la enfermedad, los campos desolados por los fríos y la falta de atención. Casas tristes y mortecinas, atrapadas entre chupones de hielo como colmillos y nieves como sudario, y lo peor, con las chimeneas apagadas. Por lo que la parca había acudido como carroñera al cervatillo, tal vez, lo que era casi peor, familias sin leña para calentarse. Había que trabajar duro, muy duro. Era el momento de ello, bien ahora, o bien sería… ¿nunca?

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10/07/2014, 17:02
Haudrey Ríos, el Bastardo Rencoroso.

Viñeta XVI

Año 148 de la Dinastía Targaryen. Castillo de Aguasclaras. Primer mes.

Haudrey estaba emocionado ante las perspectivas que el futuro le brindaba. En apenas un mes habría un torneo, ¡y él estaría allí! Padre había decidido quienes formarían parte de la comitiva, y entre ellos estaba Ser Trycian… Quien, naturalmente, necesitaría de los servicios de su escudero, que casualmente era él. Casi podía imaginarse a lomos de un caballo, justando con una bonita lanza en Altojardín. Pero claro, para eso, antes tendría que conseguir un caballo y una lanza. Y algunas cosas más.

El escudero ignoraba cuanto podría costarle todo eso, pero la bolsa, en la que había reunido lo poco de lo que disponía para esa clase de gastos, le resultaba ligera en exceso. Sin embargo, procuró mantenerse optimista, mientras soñaba conseguir el equipo necesario para representar adecuadamente a Aguasclaras en el torneo.

Sin embargo, aquel tiempo de incertidumbre antes del viaje no fue totalmente feliz. Padre había caído enfermo aquel mes, y su estado preocupaba a todos los habitantes del castillo. Ser Hadder era un hombre fuerte, pero las enfermedades muchas veces ignoraban esa clase de detalles. Lo cierto es que las epidemias, de alguna manera, tenían un espíritu igualador. Afectaban al rico y al pobre, al más poderoso siervo y al más humilde señor. Quizás eso no se aplicara a la gripe, pues las buenas ropas y el calor ayudaban a alejarla… Pero sí a otras. Y, aún en el caso de la gripe, llega un momento en que ni siquiera esa preparación basta. Estaba seguro de haber escuchado al maestre Ammon decir eso alguna vez, durante una de sus lecciones.

Sea como fuere, aquello quedaba lejos del alcance del bastardo. A pesar de sus conocimientos, había otros mucho más competentes en esas lides que ya velaban por Ser Hadder. Por desgracia, no era el único que estaba empezando a notar la gripe. Y, probablemente, les seguirían muchos más.

Altojardín. Segundo mes.

Haudrey soltó un leve estornudo mientras paseaba por las calles de Altojardín, en busca de lo necesario para participar en el torneo. El largo viaje había pasado factura al bastardo, pero se sentía afortunado. No había desarrollado más síntomas, como los llamaba el maestre Ammon, más allá de algún leve estornudo de vez en cuando, y sentirse algo más espeso de lo normal. Quizás, si no hubiera viajado, ni siquiera habría padecido esos problemas.

Con su ligera bolsa, empezó la búsqueda, que fue agriándole el carácter y volviéndose decepcionante conforme las horas pasaban. Cuando terminó la búsqueda, lo hizo avergonzado, plenamente consciente de que no iba a competir en el torneo. Su “bravo corcel” era una mula. Una puñetera mula. Con la desagradable costumbre de dar mordiscos, sintiendo un especial apetito por la carne de bastardo, o al menos eso parecía. Al menos, haría el viaje de vuelta algo más llevadero, pues podría servir para cargar alguno de los trofeos que otros consiguieran, o para llevarle a él. Sin embargo, eso no impedía que sintiera ganas de apalear al animal de vez en cuando. En cuanto a la “bonita lanza”, distaba mucho de ser bonita, y apenas podía llamarse lanza a aquello. No, los dioses no le sonreían hoy.

El escudero farfulló una larga retahíla de exabruptos y maldiciones, bastante imaginativos, mientras deshacía el camino de vuelva al lugar donde habían acampado. De hecho, esta casi le duró hasta llegar al lugar de acampada de los asistentes al torneo. Allí, tuvo la suerte de no llamar mucho la atención, y poder dejar su mula y su nuevo equipo en un lugar seguro pero discreto, sin que nadie pareciera reparar en ello.

Bien, quedaba descartada la justa, el concurso de equitación… Y también las melés, a no ser que quisiera pelear con los puños. Por un momento sopesó la idea. Desde luego, causaría impresión. Pero, en la frontera entre lo imprudente y lo estúpido, quedaba mucho más cerca de lo segundo que de lo primero. No, no merecía la pena. Sólo le quedaba una prueba, la de heráldica.

Allí, su papel se mantuvo en lo esperable, o eso suponía. Gwraidd había llegado más lejos que él, lo que alegró a Haudrey, que aplaudió a su hermano. Sin embargo, ya contaban con una mancha en la comitiva, pues Horace había fallado estrepitosamente. ¿Cómo demonios no había reconocido el emblema de la casa Stark? Alguna de las miradas que detecto entre los asistentes de esa familia le reveló claramente que ellos no olvidarían esa afrenta.

Las inscripciones a la justa noble son otra pequeña mancha, pues Pendrik no logra ganar al estafermo, al igual que Ser Otter. Sin embargo, sí lo logran Ser Madrigal, y Ser Trycian. Aquello hizo sentir una leve chispa de orgullo al joven, aunque la mirada que le dedicó su caballero al ver que no participaba en la justa tenía un claro mensaje. Sin embargo, la conversación que sin duda quería mantener con él no llegó en esos primeros días.

En ellos, se sucedieron algunos banquetes, antes del comienzo de las justas en sí. Aunque acudió a ellos, no se molestó en intentar mejorar la imagen del feudo.  No sólo porque otros fueran más capaces, sino también por una combinación de las miradas que a veces detectaba en Lady Olenna, y de su condición de bastardo de un bastardo. Aquello daría pie a demasiados chistes a sus posibles interlocutores, y dado el humor del que se encontraba debido al asunto de la mula, prefería no exponerse a hacer algo que podría lamentar.

A punto estuvo de ocurrir eso cuando fue testigo mudo, desde un rincón, del ataque de Aegon a Pendrik. Por un momento, meditó en como de lejos y con qué precisión podría lanzar una de las bandejas de la comida, para después pensar en si podría deslizarla con disimulo a los pies del pequeño dragón cuando este pasara, para que tropezara y besara el suelo ante todos los reunidos, haciendo el ridículo. Pero todo ello les traería más problemas que beneficios, y Haudrey se obligó a calmarse y no pagar su mal humor con aquel idiota, a pesar de que lo mereciera.

Los días siguientes, al contemplar la actuación de los dos caballeros de Aguasclaras, su mal genio se disipó. Ser Madrigal hizo una buena actuación, pero Ser Trycian fue simplemente sorprendente. Aplaudió y vitoreó como el que más a su mentor, desde el mismo extremo de la arena en el que se encontraba esperando. Algunos de sus lances tuvieron tanta fuerza que incluso hicieron volar a sus desafortunados contrincantes. Sólo hubo algo que agrió aquel espectáculo, y fueron las risas que suscitó su hermano Gwraidd al participar en el concurso de equitación. Sin embargo, decidió quitarle importancia. A juzgar por el modo de volar de algunos “reputados caballeros”, no les vendría mal cuidar su equitación… O hacerse con unas alas.

Sin embargo, en la final le llegó la derrota. Al ver el gesto de sacar su espada, Haudrey por un momento temió que aquello lo echaría todo a perder. Vio brevemente al terrible guerrero que había arrasado el campamento de Jack Calabaza, alguien temible y al que no convenía hacer enfadar. Pero Ser Trycian se controló, y finalmente acudieron juntos ante el vencedor, a entregarle el caballo y la armadura de su mentor. Haudrey también lamentó aquella pérdida, Nostalgia no solo era un caballo de las arenas, de una calidad envidiable. También era un animal bello y fiel, de carácter tranquilo en los establos. Mucho se temía que las nuevas adquisiciones podrían no ser tan dóciles. Aunque, mientras no llegaran al nivel de su mula, Mordiscos, el bastardo estaría satisfecho.

Finalmente, llegó el momento de partir, después de que el torneo finalizara. Haudrey había ayudado a su mentor a recoger todo lo necesario, y se puso en marcha con una herida sangrante en la mejilla, producto de un golpe del que no habló demasiado. Aunque lo hizo montando uno de los caballos de Ser Trycian, mirando al animal con una mezcla de orgullo y cariño. Parece que, aunque tarde, había conseguido un caballo. Y, además, la herida sanó sin mayores complicaciones, aunque aún le quedó un cardenal por un par de semanas.

Castillo de Aguasclaras. Finales del tercer mes en adelante.

Lo que debería haber sido un retorno celebrado por todos los habitantes del castillo se vio aguado por las noticias que los asistentes al torneo recibieron cuando cruzaron sus puertas. Alguien había atacado mientras estaban fuera. Una pirata, una tal Isaura Pyke, había intentado hacerse con el control del castillo. Nadie sabía cómo habían entrado, y no estaba claro qué demonios estaban buscando. Pero aquello hizo que a Haudrey le hirviera la sangre. Todos los habitantes del castillo habían estado en peligro. Especialmente le dolió pensar en la pequeña Arianna, y en su padre aún enfermo.

Como se hubieran atrevido a ponerles la mano encima, lo lamentarían toda su vida. Eso lo podía jurar por los Siete. Pero afortunadamente, no habían logrado llegar tan lejos. La intervención de los habitantes del castillo había conseguido frustrar aquel ataque. Sin embargo, el nombre de Isaura Pyke no abandonó su memoria. Tarde o temprano encontraría su fin, de un modo u otro. Y quizás el bastardo de Aguasclaras podría ayudar a ello.

Como las malas noticias nunca vienen solas, pronto otra más siguió a esta. Lidya estaba enferma. Mucho. No sabía si había sido el viaje, un contagio ya en el castillo, o ambas, pero su hermana había caído muy enferma. De hecho, a punto estuvo de morir. Algo muy similar a lo que estaba pasando Padre, sin duda.

Por desgracia, todo el feudo estaba notando amargamente la llegada del invierno, y hubo que lamentar muchas muertes. Din, Malcom Ríos, Harry Bridas… Eso solo por mencionar a algunos. Incluso el pobre Septón Eulocis había muerto, aunque en este caso la causa fue una caída por las escaleras, probablemente causada por la edad. El pobre Eulocis no debería haberse planteado subir hasta la torre del maestre con su edad… Aunque el propio Ammon, que también sentía el peso de los años, parecía conservarse bastante bien. Algunos tuvieron buenos funerales, otros poco más que un agujero en el suelo. Pero lo que era indudable es que el feudo pagó su diezmo al invierno.

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10/07/2014, 18:49
Ser Orsey Crakehall.

Viñeta XVI. Año 148. El viaje a Altojardín.

A pesar de la epidemia de gripe que el Invierno trajo consigo, Ser Hadder ordenó mandar una ostentosa comitiva, con todo tipo de lujos, en respuesta a la invitación del torneo organizado en Altojardín. Toda mi familia acudiría: era una gran oportunidad para Madre y Padre para acercar los vínculos diplomáticos de Aguasclaras, una oportunidad para Horace para ver mundo y continuar formándose, y sobre todo, una oportunidad para mí como guerrero. La gloria que podía traer consigo aquel torneo dejaría a la batalla con los bandidos del bosque, cuando aún era un joven escudero, a la altura del betún.

Poco me importaban los motivos políticos que impulsaran a Ser Hadder a elegirnos, o los tejemanejes que se movieran entre bambalinas. Padre, Ser Madrigal y la bestia dorniense, Ser Trycian, a quien no podía si no admirar como guerrero, habían sido seleccionados también para participar en la Justa y dejar bien alto el nombre de Aguasclaras. Pendrik Tully iría en cabeza de la comitiva representando a su padre.

El viaje iba como la seda. Me sentía lleno de ímpetu, como un jabato (fama que ya empezaba a precederme). Estaba dispuesto a alzarme como campeón, costase lo que costase. Sin embargo, tanto mi amada esposa como mi madre cayeron enfermas durante el trayecto. Mi preocupación fue extrema, pues había escuchado que las fiebres se estaban llevando a muchísima gente, y no quería perder a ninguna de las dos mujeres más importantes de mi vida. Viajé todo lo cerca que pude de ellas, velándolas y asegurándome que la comitiva no fuese sólo ostentosa en apariencia, si no que lo fuese de verdad y no les faltara el más mínimo cuidado. Pero no fueron las únicas: muchos de los sirvientes, e incluso también Ser Madrigal y mi propio padre cayeron también presa de la gripe.

El pequeño Horace aguantó estoicamente sin caer enfermo. Me sorprendió gratamente, pues aquello no podía significar si no que estaba en buena forma física. Bien cierto es que yo a su edad era mucho mejor guerrero de lo que él era en ese momento, pero yo aún tenía la esperanza de que creciera y siguiera mis pasos.

-Ganaré el torneo. Lo haré por ti, amada mía.- No paraba de repetirle una y otra vez a mi querida Lydia mientras dormía presa de la fiebre. Sabía que ella no compartía mi gusto por los torneos, por la lucha y por la gloria, pero honraría a los Siete con mi victoria. Ellos reconocerían mi labor y salvarían a mi familia de una muerte segura a manos del invierno.

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11/07/2014, 03:35
[RIP] Ser Hadder Tully, Señor de Aguasclaras.

VIÑETA XVI: AÑO 148 de la Dinastía Targaryen, Castillo de Aguasclaras.

Ser Hadder Tully, Señor de Aguasclaras, Mes 3.

Mención: Royne Ríos, Maestre Ammon, Pendrik Tully, Brosten.

El acusado está de pie frente a nosotros en el patio de armas del Castillo. No se celebra ni en el sept pues no tenemos un septón que nos reciba en él, ni en el jardín de Dioses del castillo pues no es más que un pequeño espacio y ni siquiera tiene uno de los Arcianos típicos de un lugar así, evocando la presencia de los Viejos Dioses. Es por eso que el juicio a Royne Ríos se celebra en el patio de armas, a vista y paciencia de todos los habitantes de él más los enviados de Villamanzano como testigos.

Las exposiciones comienzan hablan de como Royne atacó a un viejo desarmado con fuerza desmedida. Algunos dicen que tomó al anciano y lo puso bajo el caballo para ver como le ejecutaba el animal. Otros dijeron que era un desafortunado accidente. Luego viene la otra cara de la moneda, en la que se dice que el anciano hizo un gesto violento hacia Ser Orsey y que el ataque de Ríos solo fue para defender al caballero.

Argumentos hablan de que el anciano no tenía ningún motivo para hacer ese gesto, que podría considerarse insurrección. De una u otra forma, el anciano hizo algo que no debía y, aunque la reacción fue exagerada, no fue del todo injustificada.

Luego exijo que comiencen a repasar el historial de servicio de Royne Ríos, quien ha destacado por ser intachable y uno de los más leales seguidores de nuestro feudo. Esa clase de devoción no merece en lo más mínimo una falta de consideración tanto de parte mía como de parte de todos quienes han sido protegidos por su espada.

Lamentablemente el difunto era el padre de Brosten, el leñador del Castillo. No me gusta la idea de que deshonren la memoria del pobre anciano para resaltar la inocencia de Royne, pero el hecho es que no planeo intervenir en los argumentos sino escucharlos todos. Me mantengo con un rostro impasible mientras observo a los presentes pues completamente contrario a lo que parece, mi decisión estaba tomada antes de comenzar el juicio.

Finalmente llega el momento de dar el veredicto. No me pongo de pie pues no puedo abusar de mi salud. Me he mantenido sentado por las múltiples pieles y mantas que me rodean, así como por el constante vino caliente especiado que me dan de beber. Hablo en voz lo más alta posible para que todos me escuchen:

 - "He tomado una decisión: Royne Ríos, te culpo del uso excesivo de fuerza en el cumplimiento de tu deber, con resultado de muerte. No has asesinado al hombre, sino que un hombre ha muerto por tu falta. Es por eso que te condeno a pasar un mes en las mazmorras. Además, serás degradado, dejando de ser la primera espada y situándote en lo más bajo de la jerarquía de mis hombres de armas. Finalmente, se te privará de tu salario de medio año, el que será entregado a la familia del difunto como compensación. Esa es la justicia que se hará."

Me pongo de pie con ayuda de mi heredero, para finalmente decir:

 - "El juicio ha acabado."

Luego le hablo al oído a Pendrik:

 - "Tráeme a Royne antes de llevarlo a las mazmorras."

Recorro con ayuda el camino hacia el salón principal, buscando el lugar en el cual sentarme cerca del fuego encendido para temperar el castillo. El frío del invierno es algo que puede mermar demasiado la salud de alguien con cierta edad como yo. Tomo asiento con dificultad y espero a que la tos compulsiva que me asalta desaparezca antes de levantar la vista y ver como traen a Royne Ríos directo a mi presencia.

Una vez entra y se sitúa frente a mí, le hablo con toda la calma que puedo:

 - "Royne, lamento mucho lo ocurrido. Los Siete saben que no te culpo de nada y que jamás he dudado de tu lealtad y sentido de la justicia. Es por esto último que sé entenderás mi decisión y la aceptarás con honra. Mi veredicto se cumplirá al pie de la letra pero con las condiciones que yo decida para mi Castillo. Serás puesto en la mejor mazmorra, que será preparada con paja seca, mantas y todas las comodidades de las que pueda disponer. Los cubos de desechos serán cambiados cada vez que desees y comerás como el resto del castillo sin excepción."

Luego continúo hablando, después de beber un poco de vino caliente especiado:

 - "Serás degradado tal como he dicho, por el honor de mi palabra, pero quiero que lo tomes como un desafío, no como una pena. No dudo que en poco tiempo más consigas recuperar tu puesto y aún mayor, pues eres uno de mis mejores hombres y eres mi amigo. Considera esto como una forma de volver a demostrarme tu valía, que no dudo quedará demostrada."

No sin esfuerzo, me pongo de pie para avanzar hasta donde se encuentra, momento en el que le tomo de los hombros antes de hablarle por última vez:

 - "Cualquier cosa que necesites, no dudes en hacérmela saber. Cualquiera en el castillo hará que tus palabras lleguen a mis oídos y no serán ignoradas."

Finalizo mis palabras con un abrazo hacia aquel hombre a quien mucho estimo y luego me devuelvo a mi asiento, donde descanso, me tapo, bebo vino caliente y le veo marcharse hacia una condena injusta pero necesaria para todos nosotros y todo el feudo. Mi garganta se aprieta al verlo partir hacia ese encarcelamiento, entendiendo que siendo un Señor se deben tomar decisiones nada agradables y que mucho distan de los valores y afectos reales, todo por el bien mayor.

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AÑO 148 de la Dinastía Targaryen, Castillo de Aguasclaras.

Ser Hadder Tully, Señor de Aguasclaras, Mes 4.

Mención: Ser Madrigal, Maestre Ammon, Gwraidd Tully, Alethéia Casagrande

Me mantengo en mi asiento al lado del fuego, tapado hasta el punto de sentirme sepultado en pieles, y con vino caliente especiado en mi mano para mantener el calor en mi enfermo cuerpo. Frente a mí tengo a Bernard Casagrande, quien me mira con cierta hostilidad en el rostro. Le devuelvo la mirada sin temor alguno y demostrándole que no debe engañarse al pensar que por estar enfermo soy débil y puede abusar de mí. Soy su Señor Feudal y no soy alguien a quién se le puede faltar el respeto sin pagarlo caro. El hombre es desafiante pero entiende su lugar y su actitud cambia a escuchar y pedir más que exigir.

Sus palabras hablan de la deshonra de su hija y de como él no va a permitir que esto quede así. Me dice que fue Ser Madrigal quien, con ayuda de mi hijo, se coló en la habitación de su hija y la deshonró. Le ignoro un momento mientras recuerdo lo que me ha dicho el Maestre Ammon acerca de este hombre:

"Bernard Casagrande, un caudillo con más poder económico y social del que debería. Es un hombre peligroso que puede aportar mucho o muy poco al feudo. Es un tipo al que no es bueno tenerlo como enemigo pero no me basta con que haya una relación neutral, sino que le necesito como aliado. Él puede intervenir donde yo no y apoyarme fuera de los muros del castillo."

Una vez termina con su retórica acerca de lo terrible que es la afrenta y el destino que le queda a su hija por culpa de mi caballero mantenido. Levanto la mano, para indicar que debe callar pues hablaré y pronuncio mis palabras con un tono firme:

 - "Tranquilo Bernard, sé todo lo ocurrido y sé también que algo bueno puede salir de esto. Conozco los sentimientos de Ser Madrigal por tu hija y no soy insensible a ello. Ser Madrigal se casará con tu hija, tal como todos deseamos. Esta afrenta jamás se sabrá y todo el mundo pensará que tu hija mantuvo su pureza hasta ser desposada por su marido. Todo estará en orden y solo ganarás respeto."

Bebo un sorbo significativo antes de continuar:

 - "Ahora, tenemos que hablar de los detalles. Tu hija se casará con un caballero de noble familia, mantenido de un feudo. Eso implica que tu hija debe tener una dote para su Señor, la dote de una noble. Imagino que estás más que dispuesto a reunir ese dinero, nada despreciable, pero en función de que eres un habitante ilustre de mi feudo, puedo considerar que, como dote, te hagas cargo de todos los gastos de la boda y de los recién casados. Por supuesto que yo prestaré el Castillo para la celebración y el Sept del mismo para la ceremonia, a la que podrán asistir todos los miembros del castillo así como todos los invitados que desees y puedas costear. Los novios vivirán en el Castillo, donde vive Ser Madrigal. ¿Supongo que estás de acuerdo con los términos?"

El hombre no es noble y la sola idea de que su línea de sangre ascienda a ese nivel vale todo el dinero que pueda pagar. Aún así me conformo con que él corra con los gastos de todo y ganar su consideración. Con esto le amarro y el destino del Castillo se transforma en el destino de su sangre, lo que lo vuelve un aliado nuestro de total fidelidad pues no querrá que algo malo le suceda a su hija o a sus eventuales nietos.

Una vez que se va junto con su hija, hago pasar a Ser Madrigal, que viene acompañado de su escudero y sonrío antes de hablarle:

 - "Te casas en una semana. Enhorabuena."

Rompo a reír pues me da gracia la situación. Ser Madrigal ha demostrado ser un hombre tan valioso como mujeriego y a esto solo se le puede denominar como el destino alcanzando a su presa. La hora ha llegado y no puede huir pues es lo que él mismo tanto se ha buscado. Rompo a reír con fuerza antes de que la tos consiga detenerme y mandarme a descansar.

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11/07/2014, 12:44
Lady Arianna Tully, esposa de Ser Trycian de Dorne

VIÑETA XVI: AÑO 148 de la Dinastía Targaryen, Tercer Mes. Asalto al Castillo de Aguasclaras.

Mención de: Ser Hadder Tully, Ama de llaves Vesania, Maestre Ammon, Tarmall, Armase, Beldyr Tormenta, y Royne Ríos. (Con algún pequeño fragmento tomado del relato de Royne Ríos).

 

          

En la chimenea aún chisporroteaban los rescoldos del fuego que había estado ardiendo toda la tarde y la primera parte de la noche. Debía ser muy tarde, pero Arianna estaba desvelada. Había sido un día relajado para ella. Demasiado. Y su mente se negaba a entregarse al sueño sin más.

A la luz amarillenta pero firme de un grueso velón, sentada en su escritorio, la muchacha repasaba una y otra vez las enseñanzas de su mentor, el Maestre Ammon. Frente a sí tenía un montón de pliegos, un tintero y una pluma. Y con concienzuda laboriosidad iba dibujando los escudos de las Casas mayores y menores. Los dibujaba de memoria, plasmaba las figuras en su interior y también los nombres bajo cada uno de ellos, con pulcra caligrafía. No tenía pigmentos, los colores estaban sólo en su cabeza. El oro, el azur, el rojo...

Pero con las horas la tarea se había vuelto mecánica, y su imaginación volaba lejos, atrapando los rostros de los nobles de las Familias cuyas enseñas representaba, jugando a adivinar cuál de ellos se habría enfrentando con quién en el Torneo, o cuál iba ganando, o quién era el más valiente, o gallardo, o, sin más, el menos prudente.

Había estado con su padre, Ser Hadder, hasta hacía unas pocas horas. Estaba enfermo de fiebres y, ya que su madre se hallaba en Altojardín, se había tomado como algo personal la tarea de cuidarle. Quería a su padre, era un hombre justo y afable, aunque pocas veces dejara ver esa faceta cariñosa ante extraños. Hubiera querido hablarle, preguntarle, saber qué era lo que tenían pensado para ella. Sin embargo, los ataques de tos que el buen hombre sufría, y la constante presencia de alguien más a su vera, ya fuera el Ama de Llaves o el Maestre, la habían disuadido. El caso es que ella ya no era una chiquilla, tenía 14 años, y aunque quedarse no había sido en absoluto un sacrificio para Arianna, sí que se preguntaba por qué razón habían desperdiciado sus padres una ocasión como aquella para presentarla en sociedad.

Quizá ya tenían a alguien en mente, alguien que no estaba en Altojardín, o que sí estaba pero ya la conocía, y en ese caso no era conveniente pasearla por los boatos de un Torneo...

Algo interrumpió el hilo de sus pensamientos, y en el papel la pluma quedó inmóvil. ¿Qué estaba ocurriendo?

Aguzó el oído, pero no era necesario, en el silencio nocturno los sonidos llegaron de pronto hasta ella con una claridad prístina. Había pelea. Gritos, chocar de armas, hombres corriendo, luchando.

¡Están atacando el Castillo!

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La primera reacción fue ir a los aposentos de su padre. Estaba aún vestida, de modo que se levantó del escritorio y salió corriendo de su habitación, no sin antes haber cogido una espada corta con la resolución de hundirla en el pecho de todo aquel que osara amenazar a su padre. No importaba que no supiera usarla, la necesidad le enseñaría...

Pero se encontró con Vesania, quien venía resoplando del piso inferior donde habían estado trabando las puertas y ventanas con muebles y todo cuanto pudieron, ella y los que allí se encontraban. Le explicó entre resuellos que Tarmall había conseguido esquivar una lluvia de flechas y también eludir su captura, y había podido colarse en la Casa Señorial para dar el aviso. La anciana mujer, a pesar de estar también enferma, sacó fuerzas de flaqueza y asumió una iniciativa que posiblemente fue clave en la salvación del castellano y su hija.

-¡Ven conmigo! Hay que darles una entrada a nuestros defensores, ahora que hemos cerrado la Casa a cal y canto. Deberá ser por una ventana. ¡Haremos una cuerda con sábanas!

Arianna comprendió al instante. La siguió y la adelantó, y una y otra vez sacaron de las camas y estantes brazadas de sábanas, desplegándolas. Vesania le enseñó cómo debían anudarlas para que al tirar de ellas los nudos aún se afirmaran más, y acabando la confección de esa improvisada soga estaban cuando en una de las ventanas laterales de uno de los dormitorios sonó el golpe seco de una piedra lanzada desde abajo.

Sacó la cabeza a tiempo de ver como Royne Ríos y Beldyr Tormenta, ayudados por la confusión de los asaltantes ante la pelea de su capitana y Armase, quienes se hallaban enzarzados en un duelo, se habían escabullido de la Casa de los Abanderados y se habían dirigido hasta el pie del muro, e intentaban atraer la atención de los castellanos. Volvió adentro, para tomar la soga y atarla bien fuerte a una de las recias columnas de madera que sujetaban el dosel.

-¡Avísales, Vesania! son Royne y Beldyr.

El Ama de llaves no se hizo rogar, y mientras Arianna lanzaba la soga, Vesania le susurró al Primera Espada:

-¡Cógela!

Trepar por la cuerda no era fácil, en absoluto, y menos pertrechados con las armas. Llegaron a la ventana jadeando, pero sin perder un ápice de la resolución que los había llevado hasta allí.

- ¿¡Dónde está... Ser Hadder!? ¿¡Está... bien!? -preguntó Royne intentando recuperar el aliento. Por toda respuesta, Arianna salió corriendo hacia los aposentos de su padre, la inquietud pintada en sus facciones.

¿Está bien Padre...? Le dejé durmiendo, espero que así sea...

Ahora, de nuevo con la espada corta asida con fuerza en su mano inexperta, la joven Tully sentía el aguijonazo de la preocupación, y nada más que Ser Hadder ocupaba su mente. Su voluntad resuelta la llevó en cuatro zancadas hasta la puerta de su habitación, que abrió de golpe.

Pero Ser Hadder Tully es Ser Hadder Tully, y allí estaba él, intentando ponerse en pie y tomar su espada, dando órdenes, preocupado por la seguridad de su hija y del Castillo. Arianna se lanzó a sus brazos, aplacándole y le besó con cariño, procurando que regresara al lecho.

-¡Padre! No sufras, estamos bien, y nada malo va a ocurrirme. Y debes reposar, la fiebre es tan traicionera como el peor de los enemigos.

En un segundo llegó a su lado la Primera Espada.

- Quédese con su padre, lady Arianna -le dijo Royne en un susurro-. Si alguien intenta entrar, lo pagará con su sangre, os lo prometo.

Asintió. Cuando cerró la puerta tras la marcha de sus dos fieles guardianes, regresó junto a su padre. No era una muchacha devota, ni tampoco, suponía, Ser Hadder. Menos aún, creía, el Maestre, o la propia Vesania. Pero esta vez dejó a un lado vergüenzas o remilgos, se quedó en pie junto a la cama, y elevó en voz alta una plegaria. No a la Doncella, no a la Madre. Ni siquiera al Padre. Rogó al Guerrero, como lo haría un buen soldado.

Y así se mantuvo, junto a su querido padre, sus manos cálidas tomando la suya, yerta. Hasta que la puerta se abrió de nuevo y Royne Ríos entró exhausto y dolorido, pero vencedor.

- Todo ha terminado, milady -le comunicó con una sonrisa que mezclaba alegría y agotamiento...

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11/07/2014, 15:11
Ser Orsey Crakehall.

Viñeta XVI. Año 148. El torneo. Parte I.

Llegamos el día 25. Mi familia, a excepción de Horace, seguía enferma amén de muchos de los criados, por lo que yo mismo ayudé a montar el campamento, junto al campo de torneos, cerca del río Mander y la feria. He de reconocer que más de una vez me tuve que forzar a salir del enmimismamiento, pues cada vez que miraba el campo mi imaginación volaba imaginando la gloria de la victoria, y cuando me daba cuenta, llevaba un rato parado, mirando al infinito.

Me dí cuenta rápidamente también de que al torneo había acudido gente muy importante, al menos dos Lores y varios Herederos. Los estandartes de los Targaryen, los Tyrell, los Arryn, Baratheon, Lannister, Tully, y Stark adornaban el lugar junto a los pendones de sus banderizos: Connington, Pembroke, dos Royce algo distintos entre sí, un Karstark, un Bolton, un Umber... La comitiva Baratheon parecía especialmente nutrida y poderosa, pero no me daban miedo. No pensaba dejarme amedrentar en una justa por un simple estandarte. Entre los Targaryen había dos sobrinos del Rey, pero apenas eran niños pequeños, uno de los cuales era caballero.

-No lo entiendo -mecioné a uno de los criados que montaba nuestro campamento, sin dirigirle la mirada. Mis ojos se clavaban en aquel pequeño niño de ojos claros y cabello rubio platino-. ¿Acaso ese... crío, ha podido demostrar algún tipo de valía como para ser nombrado caballero?

Me indignaban aquel tipo de cosas. Un caballero debía medirse por su honor, por su fiereza, su lealtad y su resolución en el campo de batalla, no por llevar un apellido u otro. Le debía muchas cosas a Padre, pero desde luego no el haber sido nombrado caballero. Eso fue sólo responsabilidad mía.

También había unos cuantos veteranos de justas, algunos de ellos famosos, como el Castamere que llevaban los Lannister o Ser Ysle, el campeón real. A esos hombres sí que les tenía respeto, y disfrutaría compartiendo con ellos un enfrentamiento.

Pasé el resto del día y el que vino después junto a mi querida esposa, sin soltarle la mano. La fiebre la tenía débil. Sin embargo, hube de apartarme de su lado el día 27 para la fiesta de inauguración que se prolongó todo el día con un fastuoso banquete tras la ceremonia inaugural hasta el gran baile inaugural cuando cayó el sol. Mientras algunos idiotas se dedicaban a comer, beber, bailar e intentar fornicar como bestias, yo intenté aprovechar la ocasión para al menos ver entre la multitud a los guerreros más reconocidos, a mis posibles rivales en el torneo.

A la mañana siguiente llegó aquella idiotez del desfile. No estaba de acuerdo, pero tanto Padre como Madre insistieron en que debía participar. Me parecía, de nuevo, una ridiculez, igual que la mayoría de las costumbres de los supuestos "caballeros". ¿Qué otro fin tenía aquel desfile por todo Altojardín, más allá de satisfacer el ego y proporcionar cierta gloria bien falsa y carente de ningún valor a los engreídos que portaban brillantes armaduras? Sin duda, mi rosotro durante aquel desfile debió dar fe de mi estado de ánimo, y el asco que me daba todo aquello. Lo notaba en cómo la gente de Altojardín me miraba desde sus balcones.

Pero por suerte aquello no duró, y no dudé en inscribirme tanto en la justa como en la melé general. ¿Por qué? Aún no sabría decirlo, pero quería descargar mi furia, y qué mejor forma que aporreando a idiotas que creen que pueden derrotarme. Cuando terminé la inscripción, fui a consolar a mi hermano Horace, quien al parecer había salido escaldado del concurso de heráldica.

-No te preocupes, hermano. El día de mañana, cuando estés en el campo de batalla, bastará con que sepas discernir entre tu estandarte y el del enemigo. No necesitarás más para alzarte con la victoria.

Sin embargo no quise hundirle aún más la moral mencionando lo depecionante que fue para mí que no se apuntase a la melé de escuderos, pues le vi bastante hundido ya tras aquella derrota que, según me contaron, fue bastante humillante.

Llegó al fin el momento de la clasificación. Recuerdo cómo el sol me cegaba, pero aun así apreté con fuerza los dedos sobre la lanza. Con la otra mano llevaba las riendas del caballo. Me coloqué bien en la montura antes de arrear a la bestia y embestir contra el estaferno. Saqué pecho orgulloso cuando me clasifiqué sin ningún tipo de problema, pero he reconocer que mi autoestima bajó considerablemente tras la actuación de Ser Trycian. Menuda bestia. Mas poco me duró aquella sensación, pues no tardé en darle la vuelta a la situación y utilizar aquello sólo para motivarme: algún día, y no muy lejano, le superaría.

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11/07/2014, 15:57
Ser Baltrigar "el Traidor".

VIÑETA XVI:

Año 148. Mes 2. Fin del asalto al castillo de Aguasclaras.

Mención de: Theresa Nieve, Otto de Puenteamargo, Beldyr Tormenta, Royne Ríos, Maestre Ammon, Armase Arena, Ser Hadder.

La pirata había huido. Tras dictar unas órdenes rápidas para transportar a los heridos a un lugar donde pudieran ser atendidos, Baltrigar observó el castillo. Los desperfectos no habían sido muchos. Se había quedado más en un susto que otra cosa. Pero podía haber sido mucho más grave.

Miró a Theresa y Otto, los dos guerreros de más rango podría decirse que habían combatido junto a él.

- Por favor. – Ordenó a Otto. – Encargaros si podéis de poner a gente vigilando las murallas y organizar la defensa. No creo que vuelvan pero si lo hacen no pueden pillarnos con la guardia baja.

Giró su barbudo rostro hacia Theresa. – Vos encargaros de reunir a los prisioneros que haya y que los lleven al salón de audiencias para ser interrogados. Informaré a Ser Hadder de que todo está bajo control y luego acudiré en persona para hacerles unas preguntas.

Unos pasos les interrumpieron. Beldyr y Royne llegaron junto al castellano temporal. Baltrigar les miró seriamente pero compuso una sonrisa en su rostro.

- Buen trabajo. – Comentó sin ocultar el orgullo que sentía por su primogénito. – Encargaos de organizar todo esto. Que todo el mundo vuelva a sus labores y que se recojan y reparen los desperfectos cuanto antes. -

El caballero bastardo apartó su atención de los hombres que estaban junto a él y observó al Maestre Ammon caminando por el patio. Había dado un discurso impresionante a las gentes de Villamanzano y había logrado calmar a la turba que buscaba sangre. – ¡Maestre! – llamó alzando la voz para hacerse oír entre el barullo de gente moviéndose de un lado para otro. Echó a andar y apresuró su paso para alcanzar al anciano.

- Me gustaría pediros a nivel personal que os ocupéis de la salud de Armase. – Comentó una vez le hubo alcanzado. – Ha hecho mucho por Aguasclaras hoy, y está malherido. Si no es mucha molestia para vos… claro. Por supuesto pediré que lo trasladen a donde me indiquéis. No penséis que quería que cargarais con el cuerpo de un joven soldado. – Finalizó con una sonrisa. Contaba con el buen hacer del Maestre para asegurar a Ser Hadder que Armase se recuperaría. Imaginaba que el Señor de Aguasclaras querría recompensar al hombre en persona.

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11/07/2014, 19:41
[RIP] Brosten el Leñador.

VIÑETA XVI:

Año 148. Meses 1-3. Juicio y la semilla de una rebelión

Mención de: Royne Ríos, Ser Hadder.

El año que comenzaba sería más duro de lo que podía imaginar, el recuerdo de mi padre me atormentaba y perseguía allá donde fuera. El bosque anteriormente siempre silencioso bramaba ahora pidiendo justicia con su ventoso estruendo.

Durante los primeros meses fui a Villamanzano más de lo habitual, varios asuntos sin zanjar por parte de mi padre reclamaban ahora mi atención. No pensaba encontrar allí tanto consuelo, comprensión y extrañas muestras de cariño, parecía que mi padre era más querido en el pueblo de lo cabía imaginar.

Mientras estaba en el pueblo podía escuchar las criticas de mis paisanos contra el Señor y lo que sucedió en aquel fatídico día. Al principio no les prestaba demasiada atención, mirando siempre en mi interior intentando comprender lo que había sucedido. Fui varias veces al lugar de los hechos y mientras me sentaba en una gran piedra a un lado del camino imaginaba la escena, dibujando en mi mente al gentío.

Cada vez que lo imaginaba lo veía con más claridad, más detalles venían a mi mente los cuales ya no podía diferenciar entre la realidad y los puestos allí por mi subconsciente. Así se pasaron los primero meses en los que siempre tuve la esperanza de que se hiciera justicia y los culpables fueran ahorcados.

En el tercer mes llegó el día en el que al fin Ser Hadder se hizo eco de aquel suceso y admitió realizar un juicio. Los testigos fueron pasando uno tras otro relatando lo sucedido, el murmullo del gentío se hacía latente cada vez que algún testimonio parecía alocado o lejos de la realidad.

Al fin Ser Hadder llegó a un veredicto y Royne Rios saldría vivo de aquel incidente, se le perdonaría la horca y su castigo apenas sería de un mes en la mazmorra y la pérdida de su posición.

Al principio no tenía claros mis sentimientos en ese momento, a veces pensaba que era suficiente escarmiento pero otra parte de mí pensaba en la tumba de mi padre y en que ese brabucón pronto estaría libre haciendo de las suyas.

Pasaron algunas semanas y seguía con mi vida en el castillo, pero el castillo estaba lleno de víboras y los cotilleos y confidencias iban de aquí para allá. Llegaron a mis oídos rumores sobre que el señor le había prometido que pronto recuperaría su posición, de que tenía grandes privilegios en su celda que no le faltaba de nada. Algunos incluso reían porque decían que sería el único preso que iba a engordar en su celda.

No podía creer lo que escuchaba, el castillo siempre estaba lleno de falsos rumores y mentiras, al principio no les hice mucho caso pero al tiempo fui a comprobarlo por mí mismo. Bajando algo de leña a los pisos inferiores pude adentrarme en las mazmorras hasta que pude verlo con mis propios ojos. Allí estaba Royne con buen aspecto, nada demacrado como el resto de presos, su cuenco estaba lleno de comida como la que se servía en el castillo nada de aquel asqueroso potaje que solían repartir a los presos.

La furia me carcomía por dentro mientras subía las escaleras, no lo podía creer, los rumores eran ciertos y todo era mentirá. Pronto estaría libre riéndose de la tumba de mi padre, tenía que salir de allí, así que sin perder el tiempo preparé mis cosas y me puse rumbo a Villamanzano, había una rebelión que iniciar...

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11/07/2014, 21:17
Dhur el Cazador.

VIÑETA XVI. Año 148. Mes 9.

Funeral de Din y Llum.

Dhur sujetó con fuerza la mano de su madre. Llumila no dejaba de llorar. Apenas había articulado palabra en los últimos días. Y el joven podía comprenderla. Din, un buen hombre, el Forestal de Aguasclaras, todo un ejemplo a seguir para Dhur, había sucumbido ante una simple enfermedad. Pero no había sido una enfermedad normal. Era un Invierno duro, y la gripe había golpeado con fuerza. Din y Llum no habían sido las únicas víctimas de la mortal epidemia.

Dhur mantuvo el silencio y siguió firme sin perder la compostura. No pudo evitar que unas lágrimas cayeran rodando por su mejilla. No se molestó en secarlas, dejó que se deslizaran hasta sus ropas. Cuando la ceremonia terminó, agradeció con la mirada a los presentes y a los amigos de su padre. Reconoció de inmediato a Darién, y junto a él a la enorme figura de Caster y sin saber por qué le vinieron a la mente recuerdos de hacía un mes.

Cuando se encontraba en la etapa terminal de la enfermedad. Con todo aquel dolor. No podía ni pensar y Dhur juraría que debía haber muerto. Le dijeron posteriormente que los cuidados de Nana y del Maestre Ammon le habían salvado la vida. Que los preparados de hierbas sirvieron. Dhur había reaccionado bien ante las medicinas, pero su hermano Llum agonizó y acabó muriendo con gran sufrimiento. Extrañamente Dhur recordaba sombras fugaces de toda aquella época de dolor. Algunas palabras incomprensibles que poco a poco iban tomando forma. No estaba muy seguro de su significado pero no era nada bueno.

Algo malo había pasado en aquella época. Estaba seguro. Algo relacionado con la vieja bruja Nana y su hermano Llum.

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12/07/2014, 14:20
Ser Madrigal Oakenshaf-Casagrande.

VIÑETA XVI:

Año 148. Mes 2. Encuentro entre la Septa Tyrell, Maegor Flores y Ser Madrigal.

- Pero si son como dos gotas de agua. - Madrigal volvió la cabeza para ver cómo una sirvienta de los Tyrell bajaba la mirada entre avergonzada y asustada porque Madrigal hubiera podido escuchar su comentario.

Cotorras.- Pensó el caballero sin darle demasiada importancia al comentario. Estaba allí para presenciar el concurso de heráldica en el que participaba su escudero, Grwaidd Tully. Pero ya fuera a causa del comentario de la sirviente o por gracia del Guerrero, Madrigal posó su mirada en el paje Maegor. Pestañeó con energía mientras negaba con la cabeza.

- No puede ser...- Allí estaba el paje, con un remarcable parecido a él mismo, siempre acompañado por esa Septa. Escudriñó a la mujer con los ojos entrecerrados, tratando de imaginársela sin aquellas ropas sencillas y que ocultaban lo que parecía un bello cuerpo. Flores era un apellido de Bastardo y por los rasgos no parecía tener más de diez años. Hizo cuentas y sumó dos más dos. Tenía que hablar con la Septa Tyrell. Al poco rato Hugin volaba por los aires con un mensaje atado a su pata en busca de su objetivo.

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Ya en la intimidad que les había buscado la Septa Tyrell, Madrigal observó a las dos figuras allí presentes. Ella estaba casi irreconocible con esos hábitos y el rostro ajado por la amargura. Pudo comprender lo mal que lo habría pasado la mujer y, por tanto, aceptó sin rechistar la condición que ella había puesto para el encuentro: que él no le dirigiera la palabra en ningún momento. Antes era fuego y ahora hielo. Podía comprenderlo también. Madrigal tenía un pico de oro, además de una presencia sin igual. La Septa temía volver a caer en sus garras, pero nada más lejos de las intenciones del caballero. Él ya sabía quién era la mujer de su vida y tenía el pelo del color del fuego, se la había mostrado el cometa. Sin embargo, no podía dejar de lado a la sangre de su sangre. Su hijo era la segunda figura que permanecía allí, también sin decir palabra, al menos por ahora.

- Maegor, ¿no?- Dijo tratando de contener las toses para no parecer débil ante su retoño. ¿Qué le habría contado la septa? Un sentimiento enorme de culpabilidad inundó al guerrero que, se lamentaba ahora de no haber mantenido el contacto con Maege Tyrell después de su apasionado amor en el torneo. No soportaba la idea de que hubiera tenido que meterse a Septa. ¡Una mujer como ella! ¡Qué desperdicio! - Te he estado observando y no lo haces nada mal. - Mintió pues el pobre no había conseguido grandes resultados.

- No me han permitido luchar, pero sé hacerlo.- Dijo el muchacho con determinación por mostrar lo que mejor sabía hacer.

- Estoy seguro de ello, también me he dado cuenta.- Saber que era hijo suyo le nublaba el raciocinio y le hacía pensar que sería un buen jinete.- ¿Cómo se te da montar? ¿Damos una vuelta?- Miró a la Septa esperando su aprobación.- Será breve, os lo ruego.- La mujer asintió con la cabeza. Madrigal se llevó a Maegor a cabalgar tranquilamente alrededor del lugar donde la Septa les había citado. El chico parecía bien educado, como no podía ser de otra forma, pero le preocupaba que la constante compañía de la madre ablandara el carácter del paje. Necesitaba entrenamiento y acabar de salir de debajo de las faldas de la Septa. Tras un corto paseo a caballo regresaron y dejó que el chico se marchara correteando por ahí.

- Sé que no no me hablarás y lo entiendo. Pero yo sí tengo un par de cosas que proponerte.

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12/07/2014, 17:33
[RIP] Nana la Comadrona.

VIÑETA XVI (AÑO 148 D.A.):

Fiuuuuuuuuuuuush...

El viento alborotaba el pelo cano sobre su cara. El techo del desván en el que vivía cedió por su peso, y su pie agujereó la madera. Desequilibrada, deshizo el mal paso para recobrar la compostura, y siguió caminando hasta el borde del alar. Estaba desnuda. Sus pechos exprimidos y secos caían como dos pasas, y los pezones se le erizaban por el frío.

La voz de Ammon sonaba lejana. El primer motivo era que a Nana empezaba a resentírsele el oído. El segundo, verdaderamente, es que sí que estaba lejos: hablaba desde la Casa Señorial. Y tratando de ubicar al Maestre, su mirada fue dando vueltas hasta posarse en el patio. Allí había más personas de las que venían siendo habituales. Desconocidos. Ovejas. Rebaño. Debían ser instruídos con la Luz de la Verdad.

¡OOOOOOGH! ¡VOSOTROS! ¡SÍ, VOSOTROS, OS DIGO A VOSOTROS, SUCIOS CERDOS! NECIOS DE LAS CERTEZAS VELADAS. VOSOTROS QUE SEGUÍS A FALSOS ÍDOLOS... ESPECIALMENTE TÚ, JOVENCITO-señaló a un muchacho de Villamanzano-. NOOOoooOO. NO GIRES LA CABEZA, QUE NO ESTOY HABLANDO CON EL DE DETRAS. ¡AAAAAAAH! MALDITA PIARA QUE SE REVUELCA EN EL FANGO. ME DAIS ARCADAS. Y SED. ¡TRAEDME AGUA!

YO OS MALDIGO. A TODOS, POR RENEGAR DE LA BÚSQUEDA DEL CONOCIMIENTO OSCURO. POR CONTENTAROS CON VER EN GRISES Y NO EN UNA PALETA DE GRAN VARIEDAD DE COLOR. SOIS LA VERGÜENZA DE LOS SÁNDALOS Y LOS PRIMEROS HOMBRES. HABÉIS DESPERDICIADO EL DON DE LA CURIOSIDAD CON VANALIDADES. Que si Vorkaef se lió con Alana... que si ese Pyke es hijo del panadero y ese Nieve del alguacil... ¡OS QUEMARÉ A TODOS EN LA HOGUERAAAAA! ¡PECADOOOOREEEES!

Atchís.

¡MALNACIIIIIDOOOOS! OS SACARÉ LOS OJOS Y ECHARÉ SAL EN LA HERIDA. OS MERECÉIS UNA PLAGA DE GRIPE...-su pié resbaló en la nieve acumulada en el techo de un tercer piso y cayó hacia delante emitiendo un terrible y angustioso alarido mientras se acercaba más y más al suelo-...EEEEEEEEIIIIIIAAAAAAIIIIIH...

 

Desván de la curtiduría, habitación de Nana. Dos horas y media antes.

¿Y bien? ¿Qué es lo que querías enseñarme?

Tiene la cara toda arrugada. Pensé que podría tratarse de Ilick Daussen disfrazado de mujer.

Febril y temblorosa, Nana mira desde su cama a esos dos intrusos que dicen cosas incomprensibles. La profecía del cerdo se ha cumplido, y no hay nada tan terrorífico como sentir el destino cerrando el cerco, acercando las tijeras al hilo de tu vida. La mujer se aleja hacia el hueco de la escalera.

¿Isaura? ¿Por qué te vas? ¿No deberíamos comprobarlo antes?

¿Sabes? Tienes razón. Desnúdala y mira bien entre sus piernas, no vaya a tener un gusanillo arrugado ahí abajo.

El lacayo lanzó un suspiro de resignación y cogió la manta para retirarla. Nana pataleaba sin fuerzas, incapaz de resistirse por culpa de la enfermedad que atenazaba su cuerpo.

 

Corrales del Castillo de Aguasclaras. Una semana antes.

No vale taparse los ojos, niña.

Sana como una mula, Nana tiró de las muñecas de Ruyara para alejar las manos del rostro. Los chillidos de la cerda eran ensordecedores, mientras Golias tiraba de las patitas del lechón para que saliese del vientre de su madre.

A falta de parturientas humanas, tu instrucción tendrá que empezar viendo partos de animales. Mira, yo prefería enseñar el oficio a Sysa o a Tanya, pero esa bruja de Vesania se inventa tareas para mantenerlas ocupadas, y aún por encima ahora se las han llevado a Altojardín. Solo fíjate, ¿vale? Todo gentío necesita de una comadrona para asistir los partos... menos los ejércitos, claro.

Golias se volvió y negó con la cabeza por quinta vez.

¿Otro muerto? Rayos, todo sale mal. Tirálo con el resto, anda.

Para mayor trauma de Ruyara, la pila de lechones sin vida con la piel teñida de rojo por el parto seguía aumentando. El peón se puso con el siguiente, mientras Nana miraba al techo esperando que la historia se repitiese inexorable. Le interrumpió en su ascetismo el chillido de una nueva vida... y el de Ruyara antes de salir corriendo toda asustada. Golias mostró el recién nacido.

Bicéfalo. Ains. Por eso salió podrida toda la camada.

Oiiiiiiiiiink... Oiiiiiiiiinaknak...

Aquel cerdo estaba intentando hablar el idioma de los hombres, y concisamente el nombre de Nana para acusarla. Le echó la mano, con buenos reflejos, para cerrarle la boca. El hocico.

Esto es muy mal augurio, Golias. Muy mal augurio. Y al ser un cerdo enfermo no se va a poder comer. Me lo llevo para aplacar el mal de ojo, a ver si con las recetas de mis ancestras puedo evitar que el cielo se nos caiga encima, o sea lo que sea que vaticine esto. Ehm... Adiós.

Lo llevó a toda prisa al desván. Aquel cerdo y ella iban a tener una charla.

Naknak... Tú me mataste... Me arrebataste los ojos...

Cortaste mi cuerpo y se lo diste a comer a los cerdos...

¡Sssssssh! Más bajito-dijo, mientras tumbaba el lechón sobre un baúl a modo de mesa y sacaba un cuchillo para acallarlo para siempre; charla sí, pero breve.

Yo te maldigo, Naknak. Te condeno a recibir la visita de

una pareja: el Olvido y la Muerte. Borrarán tu existencia de

este munnnndo, y tu alma inmortal sufrirá tormento por...

El corte fue limpio, degollando la garganta del cerdo aojador. Nana suspiró aliviada. Y entonces fue cuando la segunda cabeza continuó el mensaje...

...los siglos de los siglos.

¡AAAAH! ¡MUERE!-exclamó, mientras acuchillaba repetidamente al lechón poseído-¡UGH! ¡MUERE! ¡MUERE!

Un hálito blanquecino abandonó el hocico del porcino y se introdujo en Nana.

Aaaaaah... aaaaaaah... aaaaaaatchís... Ay, qué mal presentimiento me acaba de venir.

 

Desván de la curtiduría, habitación de Nana. En la actualidad.

La caída de Nana aún se podía considerar afortunada. Se había solucionado con una cadera rota. Por otro lado, la fiebre y el malestar provocado por la maldición de Ilick Dassen seguían ahí. Sin más posibilidad que guardar cama, Nana se mantenía en silencio ante aquella soledad, que equivalía al más absoluto Olvido, concentrando todas sus fuerzas en seguir viviendo un instante más.

Las campanas del Septo repicaron una vez más anunciando una nueva muerte por gripe en el castillo. Nana se incorporó hasta la mesita y encendió una vela para pedir por el alma del difunto:

Por favor, que sea Vesania. Que sea Vesania, solo pido eso.

Aquel ejercicio la mantenía con vida. Se tenía que aferrar a todo su odio si no quería que la Muerte hiciese su visita.

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12/07/2014, 21:07
[RIP] Ama de Llaves Vesania Oakenshaf.

VIÑETA XVI: Vesania cuida de Darién Piel de Lobo con la esperanza de alejarlo de las garras del Desconocido.

Vesania permanecía sentada en una silla junto a la cama, hierática, concentrada en las labores que estaba realizando. Un plato reposaba sobre sus piernas y, gota a gota, se iba llenando del líquido rojo y espeso, a sus ojos impuro y manchado por la enfermedad. Un enorme bulto reposaba, a su lado, en el cómodo colchón bajo las blancas sábanas.

Llevaba allí sentada un buen rato, pues el proceso llevaba su tiempo. Requería de templanza y paciencia, y era delicado, muy delicado. El dolor de espalda comenzaba a atormentarla pero no lo mostraba, a pesar de que el paciente permanecía semi-inconsciente. Había ordenado que nadie más pudiera entrar allí. Necesitaba de una tranquilidad absoluta. Sin nadie que la observara hubiera podido tomarse un respiro, quejarse de sus penurias, bajar la guardia, rendirse, pero esa no sería Vesania Oakenshaf. Sus profundos valores la sostenían por encima de lo que ella consideraba chusma.

- El estoicismo lleva a la virtud.- Dijo expresando sus pensamientos en alto. ¿Se refería a ella o al cuerpo aparentemente inerte que tenía delante?

El exceso de celo que Vesania ponía en todo lo que hacía le obligaba a hacer muchas cosas por ella misma. Ella sola se había ocupado de limpiar la habitación. La pulcritud lo era todo y más cuando alguien aquejaba de una enfermedad. La enfermedad era sucia y se combatía con pulcritud, así se lo habían enseñado, y así lo aplicaba con convicción.

Aplicó otro corte con el afilado cuchillo en la piel pálida, ahora cenicienta por la enfermedad, de Darién Piel de Lobo. Dejó que la sangre enferma volviera a gotear en el plato. El sangrado o sangría, solía dejar a las víctimas sin fuerza. Pero era una primera fase necesaria para la total recuperación. No todos eran capaces de aplicar un tratamiento tan agresivo, pero Vesania era ajena a los gemidos implorantes del pobre hombre.

- Te ayudaré bajo dos condiciones. La primera que durante el tratamiento hagas todo lo que yo te ordene sin rechistar. No soporto las quejas. - Le había dicho cuando Darién le había implorado su ayuda.-La segunda, y más importante aún, es que renegarás de los salvajes e impuros métodos de Nana y de Ammon. Sus métodos ofenden a los Siete y ponen en evidencia a este castillo.

Lo que hacía Vesania no era la sucia hechicería que practicaba Nana en nombre de dioses falsos y antiguos. No, lo que hacía Vesania era practicar la medicina, no la superchería. Sus prácticas se basaban en principios inmutables y eternos, adquiridos de la experiencia y el estudio. Si algo funcionaba, ¿por qué cambiar?

Darién debía permanecer desnudo. Vesania se ocupaba de lavarlo constantemente con un paño húmedo para evitar los malos humores que un cuerpo enfermo expulsaba. Se inclinó para retirar la sábana que lo tapaba por decoro pues ahora debía hacer una incisión en la ingle para recoger la sangre envenenada de la parte inferior del cuerpo. Retiró la sábana lo justo para hacer la incisión, sin tentarse en ver el sexo del hombre. El Ama de Llaves no estaba acostumbrada a estar tan cerca del cuerpo de un hombre. De tan cerca podía olerlo y sentir el endeble calor que emitía. Cuando tocaba su piel curtida con sus dedos envejecidos el vello se le ponía de punta. Luchaba con todas su fuerzas contra el deseo, como había hecho toda su vida. Pensaba que con la edad esa llama se iría apagando, pero, sin embargo, la llama se hacía cada vez más ardiente y más difícil de controlar. El vello púbico del hombre era como una pronunciada pendiente por la que el deseo, líquido como el agua, se derramara, sin control, hasta calmarse en su desembocadura, ya saciado.

- ¡No!- Gritó Vesania luchando contra la tentación. Se obligó a proseguir con entereza. Agarró con fuerza el cuchillo y aplicó una incisión en la ingle del Darién. El placer de lacerar la delicada piel logró calmar el irrefrenable deseo. El momento en el que la punta fría del metal vencía la cálida, pero endeble resistencia de la piel le hizo apretar las piernas y contraerse de placer. Limpió la sangre que brotaba lentamente del interior, manchando la punta del cuchillo y derramándose por la piel, como si la acariciara.

- Un par de incisiones más serán suficientes pro hoy.- Necesitaba tomar aire fresco y flagelarse por su debilidad...

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13/07/2014, 00:14
[RIP] Jack "Pequeño Cuervo".

VIÑETA XVI. Año 148. Jack “Pequeño Cuervo”

Mes uno. Mención a Caster

Había llegado el Invierno. Pero Jack se sentía algo decepcionado. Recordaba bien el clima en el Norte, cerca del Muro, a pesar de haberlo abandonado cuando era niño. Recordaba como se hundía en la nieve, y como los labios quedaban helados y de un feo color azul. Recordaba el viento entrando por los múltiples huecos del prostíbulo. Sí, recordaba todo eso, y la nieve y el frío del Tridente no le impresionaban.

Suspiró. Desde que había elegido su “trabajo” había ido avanzando por todo el territorio, enterándose de rumores, moviéndose, intentando comprender. Había mucho que debía a su señor Ser Hadder, le habían acogido. Sin estar obligados. Él, el Septón, Vesania... Sonrió unos instantes y miró como entre las nubes amanecía. Su madre, Soraya, aún descansaba, y se la quedó observando unos instantes, sintiendo una enorme ternura. No era una mujer que le hubiera dado una educación, y si algo había aprendido de ella, era a sobrevivir. No le había hablado con la amabilidad que luego había visto entre otros habitantes del castillo, pero sin ella no habría sobrevivido. Y además, le había dado amor. Jack la tapó ligeramente con la manta, y luego salió fuera. Esa mañana tenía poco trabajo, así que... Primero a ver si el enfermo se había despertado. Recordando lo difícil que había sido cargar con Caster se acercó a las habitaciones donde el hombre descansaba, recuperando poco a poco la conciencia.

- Buenas, Caster. Creo que te vendría bien comer algo, ¿no?- dijo empezando la primera de las que serían muchas conversaciones con el gigantesco guerrero que, desde el momento en que pudo levantarse, empezó a enseñarle a utilizar un arma, lo que iba alternando con sus cometidos como mensajero del castillo, y como apoyo de Vesania y de Probis en la gestión del castillo.

Mes dos.

Había sido un estúpido. No sabía si habían sido los ancianos dioses del Norte, o los Siete, pero su menosprecio del Invierno había coincidido con la grave epidemia que iba matando a muchos de los que conocía. Jack era pragmático, y no dudaba que el mundo no giraba en torno a sí mismo, ni tampoco alrededor de sus pecados, pensamientos o bondades. Pero fuera como fuera, había sido un estúpido.

Entrecerró los ojos, sintiendo como todo el cuerpo le ardía, por la brutal paliza, y gimió ligeramente. El chaval al que había matado era solo algo mayor que él. Alker, ese era su nombre. Recordaba que el padre del chaval lo había dicho mientras le golpeaba una y otra vez.

Su respiración sonaba cascada, y el frío helaba sus huesos. Lo habían dejado desnudo, metido en la jaula, sufriendo el frío terrible del invierno, y apalizado. ¿Su crimen? Defenderse. Pero poco importaba eso a la turba enfurecida en la que se había convertido Villamanzano. Esa mañana había salido a llevar sus mensajes cuando había observado movimientos extraños en uno de los bosques cuya caza estaba vedada a los siervos. Sin saber lo que se iba a encontrar sacó su daga y se acercó en silencio. Allí había visto a un chaval con un tosco arco que trataba de cazar un ciervo. Jack lo entendió, ¿cómo no hacerlo? Llegaba el Invierno. Pero lo cierto es que ese ciervo no era del chico, era de Ser Hadder. Jack había dudado unos instantes, y finalmente decidió llevar al chaval al castillo. Estaba convencido que Ser Hadder lo trataría con justicia.

- Deja ese arco, chico- dijo levantándose del seto. Y justo en ese momento comprendió que estaba cometiendo un terrible error.

Alker dio un grito de terror y se giró, sin mirar siquiera, disparando su flecha, que pasó a escasas pulgadas de Jack. Este, al verse atacado, también reaccionó instintivamente, lanzando su daga, que atravesó limpiamente el cuello del chaval. En ese momento oyó un grito y vio como otro chico salía corriendo, pero Jack no hizo nada por evitarlo. Miraba paralizado como Alker se movía espasmódicamente, tirado en el suelo, mientras la sangre caía de su boca y garganta, empezando a empapar la nieve.

- No, no, no... estúpido chaval... estúpido... yo no quería... yo... ¿pero por qué lanzaste esa...? pero como... como... por los dioses - puso su mano sobre la garganta del joven, tratando de evitar que siguiera sangrando. - Vamos, chico, vamos... no te me vayas a morir...- se arrancó un trozo de su camisa, cubriendo con ella la mortal herida, para evitar, innecesariamente, la hemorragia. Mientras estaba arrodillado, vio como el joven expiraba a su lado.

¿Cuánto tiempo Jack estuvo allí, junto al cuerpo del joven que acababa de matar? Nunca podría saberlo. En un momento determinado escuchó voces cerca suyo. Voces cuyo sentido no pudo reconocer. Levantó la cabeza de la nieve roja que rodeaba a ambos, y vio a una turba de campesinos. Notó como los golpes caían sobre él. Luego, oscuridad.

Al terminar la oscuridad la situación no había mejorado, más bien lo contrario. Estaba atado y varias personas, completamente enfurecidas, le zaherían, le empujaban, le gritaban. Le llamaban asesino. Jack trató de explicarse, pero sus intentos sólo aumentaban su rabia. Comprendió que si seguía hablando sólo iba a lograr que le mataran. Por el rabillo del ojo vio como el chaval que había huido intentaba explicar lo ocurrido, pero tampoco le iban a escuchar a él. No ahora.

Debo sobrevivir, comprendió Jack, cuando todo esto pase, ese chaval explicará lo ocurrido.

Así que soportó una nueva ronda de golpes hasta que nuevamente perdió la consciencia. Al despertar, estaba en la jaula, le dolía todo el cuerpo, y estaba desnudo.

Ahora sí sentía perfectamente el invierno.

- Quise explicarlo- escuchó una voz a su lado. - Quise explicarlo- repitió la voz.

Haciendo un enorme esfuerzo, Jack consiguió girarse y miró al chaval que lloraba a su lado. El que había huido. Intentó responderle, pero tuvo que escupir sangre primero y luego jadear. Entre tanto el chaval volvió a hablar.

- Han ido al castillo. Ahora los matarán a todos

Jack intentó hablar, pero en ese momento escuchó otra voz. La voz de alguien del castillo que, por el dolor, fue incapaz de reconocer.

- Nadie va a morir. Vas a venir conmigo. Saca a Jack. Vamos a explicar lo que pasó aquí.

Como en un sueño Jack sintió como lo sacaban de la jaula y le vestían. Pero había empezado a estornudar, y esa tos molesta, insidiosa, le acompañaría todo el año.

Mes tres. Mención a Soraya la Gata y a Brosten.

Con los cuidados de su madre, Soraya la Gata, Jack va recuperándose como puede de lo ocurrido. Finalmente la intervención del joven que lo había visto todo aclara la situación con los de Villamanzano, en lo que se refiere a Jack, pero ahora el joven siente antipatía por la villa, y por Brosten, al que sabe líder de la misma.

En un momento determinado, todavía convaleciente, vuelve a ver como una nueva turba se acerca al castillo. Ese momento le trae recuerdos aciagos, aunque como la primera, aplacada por el Maestre, también esta segunda es aplacada por Ser Hadder, con la promesa de un juicio. Al ir marchándose la turba, el herido Jack se acerca a Brosten, y le mira.

- Mis heridas, la muerte de Alker, y lo que pase ahora, será culpa tuya. Tú eres quien los espolea- le dice en un momento de rabia, antes de alejarse de él, aún cojeando por las heridas sufridas.

Cuando posteriormente se realiza el juicio, Jack observa lo ocurrido, con el gesto serio, sin sentir la menor simpatía ni por Brosten, a pesar de su perdida, ni por Royne Rios. En cuanto a la pena al que había sido primer espada...

Mes cuatro y siguientes. Mención de Vesania, del septón Eulocis y de Probis.

Jack se ha recuperado de las heridas de la paliza, y aunque continúa tosiendo, los cuidados de su madre le mantienen en un aceptable estado de salud, y el Maestre le asegura que la tos, cuando termine el Invierno, se curará por si sola. Sin embargo, eso no hace que el humor del joven termine de mejorar. En varias ocasiones vuelve a entrenar con Caster, con el gesto serio, y se toma con menos diversión las tareas que Vesania y Probis le encargan. Tareas que por el estado de debilidad de uno y otra se han hecho más pesadas. A esas tareas se suman los mensajes que lleva por todo el feudo, muchos están heridos o muertos por la gripe. Muchas veces se ve forzado a llevar mensajes de muerte.

Jack asiste uno a uno a cada uno de los entierros de la gente del castillo, mostrando sus respetos por los muertos de un invierno cuya virulencia puso en duda al principio del mismo. Jack se vuelca sobre todo en Vesania, quien está claramente desmejorada por la enfermedad y por la lucha contra la vejez, y las enfermedades de otros de los habitantes del castillo.

En el sexto mes, muere el Septón Eulocis. Jack se queda toda la noche velando el cuerpo del Septón, por mucho que nunca llegara a compartir su fe. No puede sino sentir por él la mayor de las gratitudes. Fue su bondad la que dio a su madre y a él una posibilidad, un lugar mejor donde vivir. Nunca había palabras para lamentar la muerte de alguien lo suficiente. Así que Jack no las dijo, recordando los largos meses que, de niño, no decía nada. Sólo estuvo allí. Despidiendo al hombre que tanto había hecho por él.

Y casi al final de año, tras las muertes de Harry Bridas, de Olegg El Perrero, de Pik Pyke, de Jared el Alfarero, de Naneleth, de Din y su hijo Llum, de Malcom Rios... le toca el turno a Probis. Probis, el mayordomo con quien tanto ha compartido estos últimos dos años. Pero por mucho que lo apreciara Jack lo siente por Vesania.

- Se ha ido, Vesania. Lleva tu mortaja. Seguro que lo recibirán los Siete.- Dijo mientras con firmeza y cariño la alejaba de Probis.

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13/07/2014, 01:09
Theresa Nieve, Primera Espada.

Año 148. Ataque a Aguasclaras. Mención a: Ser Baltrigar, Clarissa, Royne Rios y Beldyr Tormenta.

Todo comenzó en plena noche. Theresa despertó a causa del alboroto que la irrupción de los bandidos había causado en la casa de los abanderados, y desenvainó su espada por puro instinto.

Dos hombres echaron abajo su puerta, y esbozaron sendas sonrisas socarronas al ver a una mujer vestida tan sólo con interiores empuñando una espada— Mira, esta es tan grande que dará de sobra para los dos— dijo uno de ellos, aproximándose con bravuconería.

—¿Sabes acaso cómo se utiliza eso que llevas entre las manos, mujer? Vas a hacerte daño, y sería una lástima. No nos gustan las fulanas estropeadas—respondió el otro, provocando una carcajada en el primero, que se llevó una mano a la entrepierna para mostrarle a Theresa lo que él creía que haría degustar pronto a la mujer.

Theresa miró alrededor, analizando su situación. Las palabras de aquellos hombres, acostumbrada como estaba a recibir todo tipo de apelativos a causa de su condición de guerrera y fémina, lejos de ofenderla, hicieron que esbozase una sonrisa helada. Aquellos estúpidos no contaban con que realmente supiese empuñar una espada, y con que podía ser verdaderamente mortífera al hacerlo. Y justo cuando ambos trataron de reducirla, pagaron su necedad. El primero recibiendo un profundo tajo en el brazo, que a punto estuvo de cercenarle la extremidad, y el segundo, al retoceder sorprendido, una estocada de frente, entre sus piernas, que atravesó su mano aún posada en la zona y lo que había tras ella.

La sangre pronto cubrió el suelo de los aposentos de Theresa Nieve, que con premura se acercó a la estructura de madera en la que colocaba metódicamente su bien cuidada armadura y procuraba ponérsela lo más rápido que las manos que permitían, sin apartar del todo la mirada de los bandidos, que bien podían intentar una nueva escaramuza iracunda en su contra.

Dejó que los hombres, ahora inútiles para la batalla, sangraran y recibieran una valiosa lección, y una vez estuvo preparada, salió al corredor, donde Ser Báltrigar y su prole, acompañados de los demás residentes de la Casa de los Abanderados, pertrechaban la entrada.

Se dispuso rápidamente a ayudar, bajo las órdenes del temporalmente nombrado Castellano de Aguasclaras, transportando, con la misma facilidad con la que lo haría cualquier hombre, todo tipo de enseres que ayudasen a asegurar la puerta.

Pronto se percató de que con los hombres que estaban colaborando, Ser Baltrigar tenía suficientes manos para semejante tarea. Theresa temía que aún quedasen bandidos dentro, y decidió que dadas sus características, era más efectivo que ella se encargase de asegurar todas las habitaciones. Después de todo, los hombres no solían tomársela en serio. Y esa era su mayor ventaja.

De manera que fue abriendo cada una de las puertas, avanzando sigilosamente por los corredores de la Casa, y dio gracias a los Dioses Antiguos por haber tenido aquella idea cuando al entrar en las dependencias de Ser Baltrigar descubrió a la pobre Clarissa cacerola en mano, y a sus dos hijos más pequeños tras ella, arrinconados por tres hombres.

Theresa se avalanzó hacia ellos, ensartando al primero que encontró en su camino con su espada. Procedió a ocuparse del segundo de ellos, temiendo que el tercero dañase a la esposa del Castellano, cuando el mismo Ser Baltrigar irrumpió en la habitación.

La bastarda jamás había visto al hombre tan enfurecido y durante un instante, sintió un atisbo de temor y admiración, que la distrajo peligrosamente, haciendo que esquivase a duras penas un tajo que rasgó su oreja derecha y se llevó consigo un mechón de su melena clara.

Theresa rugió, furiosa, y con fuerza arremetió contra él, cercenándole la cabeza antes de que el hombre pudiera pronunciarse. Ser Báltrigar había acabado con el otro hombre, dejándolo en deplorables condiciones. El Castellano asintió, agradecido, y Theresa le devolvió el gesto.

Clarissa miraba impresionada el espectáculo, poco acostumbrada como estaba a vislumbrar esa clase de cosas. Theresa lo lamentó por ella, cuando asintió de manera casi automática al escuchar a su marido preguntar si se encontraba bien, y siguiendo las órdenes de Ser Baltrigar, atrancó la ventana de sus dependencias, de manera que no pudieran volver a abrirse desde fuera.

Tras aquella escaramuza, el edificio fue asegurado, y tras aquello llegó la espera. Sin noticias del exterior no podían planear adecuadamente sus pasos, por lo que toda decisión podía ser arriesgada. ¿Cuántos hombres eran? ¿Qué clase de armas llevaban? ¿Qué preparación tenían? ¿Eran guerreros bien amaestrados o mercenarios de poca monta?

Theresa se impacientaba, caminando de un lado hacia otro con la mano sobre la empuñadura de su espada. Su compañero Royne estaba allí fuera, y no sabían nada de él, ni de Beldyr Tormenta. La preocupación de su rostro era casi palpable, por lo que, no era de extrañar que experimentase un inmenso alivio cuando el Castellano decidió que debían pasar a la acción.

Theresa se mantuvo al lado de Ser Baltrigar, tomando un lugar destacado en la defensa. Pletórica, y a pesar de la situación, dichosa por poder mostrar su valía ante todos los habitantes de Aguasclaras, ejerció la fuerza con la mano de su espada, cercenando y dando mortíferas estocadas.

Cuando todo terminó, su armadura estaba cubierta de sangre. Propia en cierta medida, pero más que nada ajena. Ver de nuevo a Royne, en cuanto los hombres de Aguasclaras recuperaron la Casa Señorial, supuso para ella un alivio mayor que el de la corta y comedida batalla a la que se había enfrentado. No pudo evitar esbozar una arrobada sonrisa, la cual intentó disimular dando, como siempre, un par de intensas palmadas, guantelete en mano, sobre la espalda de su compañero.

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13/07/2014, 02:10
Ser Orsey Crakehall.

Viñeta XVI. Año 148. El torneo. Parte II.

Las idioteces típicas de los torneos se siguieron sucediendo como siempre, ante mis miradas de desaprobación e incluso mi ausencia durante algunas de ellas (como mi excusa para ir a mear durante el recital de poesía de la tercera noche, que bien me valió para desaparecer y poder acompañar a Lydia toda la noche). Tampoco me interesé al día siguiente en aquella estupidez del concurso de buenas maneras ni en aquel teatrillo ridículo de la conquista de poniente por parte de los dragones.

Al anochecer sí que acudí a la ceremonia religiosa. Como creo haber recordado en más de una ocasión, no era yo hombre de los Siete, pero desde que tenía a Lydia a mi lado me estaba aficionando a rezarles. Pedía a la Doncella y a la Madre salud y bienestar para mi esposa y para mí, así como a los hijos que estaban por venir, y que nunca nos separaran. Incluso llegué a orar al Guerrero para que me ayudase a alcanzar la gloria. Y así lo hice aquella noche en la que me preparaba para la melé general del día siguiente.

Y durante la mañana siguiente se celebró tal evento. Llevaba una armadura de anillas simple, una maza pesada, la de mi padre, que ya hubiera usado en anteriores ocasiones, dos lanzas de torneo, un escudo grande de madera nuevo y un caballo de guerra ligero con arreos corrientes y silla de montar normal.

La pelea resultó caótica y confusa: un mar de cuerpos aporreando escudos y armaduras con mazas y espadas. Mi ascecto fiero y el vigor que albergaba, sin embargo, no me sirvieron de mucho aquella mañana. No logré ningún golpe claro: al principio conseguí defenderme varias veces apartándome ágilmente, pero progresivamente acabé dependiendo sólo de mi aguante. No esperaba que los hombres de armas del castillo me abandonaran y no se apuntaran finalmente. Quedé el quinto de la competición, destrozado moral y físicamente.

Ningún otro noble quiso participar en la melée, y tras la paliza recibida, entendí por qué. Se estaban reservando para la justa. La paliza fue tal que no me encontraba en condiciones de nada: apenas podía tenerme en pie, ni mucho menos montar a caballo. Me sentía lleno de ira: ira hacia aquellos que no habían ganado limpiamente, luchando contra mí en ventaja numérica, e ira hacia mí mismo, que sentía haber fallado tanto a padre y al castillo como a mí mismo, dejándome humillar con un quinto puesto en una prueba de fuerza física como aquella. Tal era mi enfado que el hecho de no poder participar en la justa, casi fue lo de menos.

Evidentemente, todo esto acabó repercutiéndome. Tardé al menos una semana en recuperarme de la paliza, y mii salud se vio empeorada durante el regreso a Aguasclaras a la finalización del torneo, contagiándome finalmente de la terrible gripe que asolaba Poniente. Mi amada Lydia fue entonces quien tuvo que cuidar de mí, en vez de yo de ella, mientras deliraba en sueños febriles.

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13/07/2014, 03:14
Cicatriz.

CASTER CARACORTADA.

 

VIÑETA XVI. Año 148 después del Desembarco del Rey. 

PRIMER MES del primer año del Invierno.

Mención a Jack pequeño Cuervo.

 

Brumas. Sueños repletos de manchas, colores ásperos. 

Dolor. 

Una mano se acerca con una daga emponzoñada que ahora es una rama de conífera con la que tu padre te muestra de qué madera estáis hechos los de tu linaje, rama que se hunde en tus tripas y sale siendo una daga que luego…

Y la voz, siempre la voz, una letanía que se repite y se repite dentro de tu cabeza, en lo más hondo, que es tu pensamiento y a la vez es otra cosa. Ajena. Prestada. Con la voz viene el extraño sabor acre, el viejo licor que se vierte por la garganta llegando a las tripas y tratando de escapar de nuevo. Los vómitos dolorosos, los puntos abiertos. Crees levantarte un día, fuera de ti mismo, para romper en dos una mesa de un golpe con tu cabeza; quizá sea sólo un sueño, aunque las palpitaciones en la frente te hacen pensar que no.

Los momentos de lucidez son escasos; ahora ves una ventana con los postigos cerrados, y del exterior te parece escuchar la tormenta arreciando. Luego escuchas muy cerca risas de mujeres, y ese dolor extremo y terrible en algún lugar más abajo de tu cintura. En otro momento hay dos voces, la de un hombre y una mujer, discutiendo acerca de la idoneidad de una u otra planta en la confección de algún empasto para la gota. Son perlas para tu mente embotada. 

Y mucho después, un día cualquiera, despiertas.

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Caster alza la mirada en dirección a la puerta. Después vuelve a dejar caer la cabeza sobre la almohada.

-Pequeño Cuervo -dice entre dientes-. Hijo de Soraya la gata, conocida entre los hombres como Soraya la puta. 

El gigantesco guerrero cierra los ojos. Su respiración, lenta y trabajosa, suena bronca como el inicio de una tormenta.

-En eso somos iguales, niño -masculla-. Mi madre también era una puta.

-Pero seguro que vuestro padre no era un perjuro guardia de la noche, ¿verdad? Y apuesto a que no os criasteis en un prostíbulo -dice el muchacho sonriendo-. Estás mucho mejor, tipo grande. Estaba seguro que ibas a palmarla. Joder, apestabas como un toro moribundo, con la mitad de las tripas fuera, rodeado de meados y…

 

El Caracortada vuelve a mirar hacia el muchacho.

-Aunque por lo que veo no nos parecemos en nada más. Yo diría que hasta mi polla es más larga que tú, niño -dice el guerrero, con su extraña voz suave y ronca-. Y yo diría que el doble de ancha. ¿Cómo cojones se las pudo arreglar un muchacho tan enclenque como tú para acarrearme desde Solaz del Soldado?

-Traerte fue fácil -dice Jack, alzándose de hombros-. Convencí a la gente de Solaz de que les convenía no dejar morir al Caracortada a las puertas de su aldea, tras ser casi asesinado. Y en que también les convenía convencerme bien para que no le contara al Caracortada que esa gente de Solaz del Soldado había preferido que muriera -el pequeño Cuervo vuelve a sonreír- Y coño, ¿te puedes creer que funcionó? Me agencié un carro, logré que un par de aldeanos me ayudaran a subirte al mismo, y conduje hasta aquí como si tuviera la muerte pegada a mi culo dándome bocados. 

-Muy listo.

-Eso lo has dicho tú -dice el muchacho-. De todos modos, me he acercado hasta aquí porque pensé que podías querer comer algo. El Maestre dice que quizá te entre un puré o una sopa, y algo de fruta machacada.

Caster cierra los ojos y deja caer todo el peso de su descomunal cabeza sobre la manta doblada que el Maestre situó bajo su cuello.

-Comer -murmura-. Sí. Eso podría estar bien.

Después vuelve el rostro hacia el joven Cuervo y abre los ojos.

-Pero no hagas caso a ese Maestre -dice, mostrando una horrible mueca que, tal vez, pretenda ser una sonrisa-. ¿Puré y frutas machacadas? No me jodas. Tráeme comida de verdad.

Cuando Jack está saliendo de la pequeña celda, el guerrero vuelve a hablar.

-Dos cosas, chico -Caster se incorpora trabajosamente, sentándose en el camastro-. La primera, te debo mi vida. Para otros hombres no significa nada, pero nadie arriesga el cuello en un lodazal como Solaz del Soldado y pone su culo en peligro por nada, y tú lo has hecho. Hay más valor en ese diminuto cuerpo tuyo que en la mitad de los Caballeros de Aguasclaras. Me siento en deuda contigo, y yo soy de los que pagan sus deudas.

Jack asiente divertido, tratando de aparentar solemnidad. 

-¿Y dos?

-Dos -murmura el guerrero-. Dicen que la madre de Ammon era algo más que una puta: era una reina de las putas en Antigua. También dicen que esa reina de las putas escogió a quien iba a darle su semilla, lo hizo traer desde el otro lado del mar y luego violó al futuro padre del Maestre, no me preguntes cómo. Dicen que después de follárselo, lo mató.

Caster vuelve a dejarse caer sobre el camastro, que cruje peligrosamente.

-Así que siempre hay alguien más listo, más fuerte o más desgraciado que tú. Cuidado, chico, si sabes a qué me refiero. Mucho cuidado.

 

-----------------

 

-Alta la jodida espada.

El estanque apenas sí suena como de costumbre, el agua enterrada bajo medio palmo de hielo. Los pájaros, escasos, prefieren arremolinarse los unos junto a los otros para conservar el calor. Junto al lecho de agua un claro. En el claro dos hombres, uno de ellos algo más bajo de lo normal, el otro uno de los seres más altos que han nacido en ese extremo del mundo.

-Alta, alta -rezonga Jack-. Nunca está lo bastante alta.

-Ataca y calla, niño. La lengua viva cansa al cuerpo.

-¿La lengua viva cansa al cuerpo? -Jack baja el arma, asombrado-. ¿De dónde mierdas te sacas esos refranes tan absurdos?

-Ataca.

El Pequeño Cuervo se alza de hombros. Se balancea (lo ha visto hacer a otros hombres), lanza un grito y carga contra el gigante tirando un tajo descendente con toda su fuerza. Caster mueve levemente su mano derecha, situando casi al descuido su espada de madera en el camino del arma de su contrario.

Cuando ambas espadas chocan, el pequeño Cuervo suelta la empuñadura como si hubiera recibido un latigazo.

-Joder -dice, agitando la mano-. ¡Joder! Ni te has movido, coño. ¿Qué eres, de piedra?

-Otra vez -murmura el Caracortada.

-Ni de coña. No voy a ser guerrero, Cicatriz. ¿Para qué iba a…?

-Otra vez.

-¿No sabes decir otra cosa?

-Otra vez.

El joven suspira. Recoge su arma y vuelve a moverse alrededor de la mole. Otra vez. Y otra. Y otra.

-----------------

SEGUNDO MES del primer año del Invierno. 

Torneo en Altojardín.

Mención a dos compañeros, un joven escudero bastardo llamado Haudrey y un forestal enfermo que se encuentra al borde de la muerte sin saberlo.

 

-Os lo juro. ¡El muy memo no supo reconocer al jodido lobo huargo en ese jodido escudo! ¿Os lo podéis creer...?

La pequeña concurrencia que escucha los gritos del soldado borracho de los Lannister rompe a reír una vez más, incrementando la intensidad de las carcajadas cuando el hombre, grueso y grande, comienza a gesticular imitando a un tonto que no atina a tocarse la nariz con el dedo índice de una mano. En cierto modo lo imita bien: lleva tanto alcohol encima que él tampoco atina con el dedo.

-Pero esperad, que hay más.

-¡Imposible! -grita entre risas otro de los hombres, alzando su jarra de cerveza.

-Qué sí, escucha esto -dice el borracho-. Resulta que el niño en cuestión, un Crakehall, tiene un hermano mayor.

-¡Un Ser! -apunta otro.

-Ése, ése -ratifica el borracho, asintiendo-. ¿Os podéis creer que el tal Ser se metió solito en la Melée, sin ayuda? ¡Ni uno solo de esos bastardos de Aguas Sucias se atrevió a participar! ¿Habéis visto a esos dos enormes tipos que van de acompañantes de las señoras? ¡Ni para mear se la encuentran, lo que yo os diga! 

-¡Cobardes! -Grita otro.

-¡Pero mejor que no lo hicieran! -El borracho alza las manos, tratando de recuperar la atención entre el tremendo griterío de la taberna-. Al memo del Ser Crakehall hermano del otro escudero tontito le dimos bien… ¡Vaya que si le dimos!

-¡Yo lo vi! -Grita otro, riendo-. ¡A rastras lo sacaron de allí!

-Pues a lo que iba.

-¿Hay más?

-Joder, desde luego que hay más. -El borracho comienza a reír. Durante un largo medio minuto nadie dice nada, expectante-. Al jodido heredero de Aguas Sucias, un delicado muchacho de nombre impronunciable, Groad, o Griod, o Greard, o como coño se diga… al muy berzas, decía, no se le ocurre otra cosa que presentarse ¡al concurso de Equitación!

-¡NO! -corean varios.

-Como os lo cuento -dice el borracho, asintiendo con grandes gestos-. Y no lo hacía mal, ¡la muy damisela! ¡Bailaba encima de su caballo con gran donos…!

-Hablas demasiado.

La voz, extraña, serena, suave, se abre paso inexplicablemente entre las risas y gritos de la taberna. Los hombres se vuelven hacia el interior, donde se arraciman algunas mesas de comensales que no participan de la jarana. 

Una de las mesas, situada junto a la recia barra de olivo tintado, está ocupada por tres hombres. El primero, un joven escudero, tiene la mirada fija en el borracho de los Lannister; parece a medio camino de levantarse, pero la mano derecha del segundo, un hombre de mediana edad con el rostro pálido a causa de la fiebre, le sujeta de la muñeca manteniéndolo en su lugar. 

-Demasiado -repite la voz.

Su propietario, el tercero de los hombres, da la espalda al grupo de beodos. Se lleva a los labios una jarra repleta de leche, luego mordisquea un pedazo de queso curado.

-¿Ah sí? -grita el borracho-. ¿Y a ti qué cojones te importa lo que hablo o dejo de hablar?

El hombre de la mesa se levanta muy lentamente. Los gritos y risas se desvanecen conforme toda aquella humanidad va adquiriendo más y más altura. Una vez en pie se vuelve, despacio. En el lado izquierdo del rostro hay una enorme cicatriz que lo cruza de arriba a abajo.

-Me importa -El Caracortada pasea la mirada por entre el grupo de borrachos. Alguno se sienta, dejándose caer sobre sus taburetes. Uno de ellos da media vuelta y abandona la taberna-. No puedo comer cuando escucho el rebudio de un cerdo como tú. Me produce acidez.

El borracho trata de enfocar la vista. El hombre es enorme, como no ha visto otro, y está casi seguro que es uno de los que forman parte de la comitiva de los Tully de Aguas Sucias. También está bastante seguro de que debería cerrar la boca y sentarse, pero el alcohol, como casi siempre, toma las riendas de su lengua.

-Pues si no te gusta lo que escuchas, lárgate con el rabo entre las piernas a Aguas Sucias -dice, tratando de sonar sereno y amenazador-. Correr es todo lo que sabéis hacer.

El gigante avanza con calma un par de pasos. Aparta un taburete, pasa a través de dos mesas. Cuando se encuentra frente al borracho tuerce el gesto de forma extraña en lo que, quizá, sea una sonrísa. En la mesa junto a la barra donde siguen sentados sus dos compañeros el hombre pálido se lleva la mano a los ojos como queriendo cubrirlos para no ver.

-¿Sabes? -murmura el Caracortada hacia el borracho-. Cuando me follé a tu madre ni se me ocurrió pensar en que después iba a parir a un cagarro como tú.

El borracho traga saliva, pero se contiene. 

-Yo… -comienza a decir.

-Sí, tú -asiente el gigante. Su voz es suave-. Cagarro. Mierdecilla. De hecho, estoy seguro de que si la furcia de tu madre hubiera sabido lo que iba a salir de su coño habrías acabado como comida para los cerdos, que es para lo único que sirve un cagarro como tú.

Y aunque su mente le dice “quieto”, el hombre borracho asiste desconcertado al movimiento de su mano izquierda, asiendo primero la empuñadura de su daga para lanzarse después hacia el cuello del gigante situado al frente. El golpe es bastante mejor de lo esperado, a tenor de la desastrosa condición del guerrero, pero queda atajado a medio camino por la manaza derecha del Caracortada, que sujeta la mano del arma con tal firmeza que los tendones del borracho comienzan a quebrarse. Antes de que eso suceda, la izquierda del gigante se lanza bruscamente contra la articulación del codo. Ese golpe no lo ve venir; pero sí lo siente, primero como un crujido horrible y luego en forma de dolor, un dolor terrible, imperecedero. Ya no sabe qué ha ocurrido con su brazo muerto, aunque cree ver algo blanco sobresaliendo a través de la tela de su camisa entre el rosa de la sangre. El borracho quiere levantar la vista hacia el Caracortada, pero algo lo sujeta de la nuca, tirando de él hacia arriba.

-Este hombre ha intentado matarme -dice el gigante dirigiéndose hacia la concurrencia, ahora en absoluto silencio.

-Yo lo he visto -dice el joven de la mesa junto a la barra, levantándose.

-Yo también -asiente el otro, alzándose a su vez.

-Y yo -dice un tercero, un norteño que bebía en silencio en una esquina-. Vaya que si lo he visto.

Otros tres hombres se declaran testigos del intento de asesinato. El Caracortada asiente, devolviendo su atención al borracho.

-Se pronuncia “Gwraidd”. Gwraidd Tully -murmura-. Y Aguasclaras. ¿Me has comprendido, cagarro?

El borracho solloza una tenue afirmación.

-Bien -dice Caster, satisfecho.

Después empuja con toda la fuerza de su mano la cabeza del borracho contra una de las mesas, convirtiendo su nariz en un amasijo blando e informe.

Los dos compañeros del gigante se acercan a la barra de olivo y depositan sobre ella unas cuantas monedas más de las necesarias. El tabernero las recoge con la presteza habitual, asintiendo. El más joven sonríe.

-Cuidado con los dientes que han quedado por el suelo -dice Haudrey-. Cuando los pisas, resbalan.

 

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NOVENO MES del primer año del Invierno.

Mención a Din, Nana, Armase y Jack Pequeño Cuervo.

Los tres hombres penetran en la estancia agachando sus cabezas para atravesar el bajo dintel de madera. El más alto de ellos, un ser descomunal, se ve obligado a flexionar sus rodillas para poder atravesar el quicio. La mujer que los precede está rota en pedazos; un océano de lágrimas anega su rostro, las manos temblorosas, la voz encogida y disminuida atenazando su garganta. Murmura algo, pero no alcanza a hacerlo inteligible. Los hombres se miran entre sí; el más pequeño de los tres asiente y vuelve su rostro hacia la mujer.

-Vamos, Lumila. Vamos atrás y cuéntame cómo van los pequeños.

El hombre, un muchacho joven con el rostro moreno y chupado, toma a la mujer por el hombro y la acompaña hacia la otra pequeña habitación de la casa del cazador. Antes de salir murmura:

-Caster.

-Gracias, Pequeño Cuervo -responde el gigante.

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-No hay solución -dice la anciana, deslizando de nuevo el paño humedecido a través de la frente del forestal-. Tiene los pulmones inundados. ¿Sabes ese viejo chocho de Ammon lo que dice? Nosequé de una nosecuántosquística. Tanta palabreja vacía para evitar pronunciar la única que significa algo.

-Ajá.

-Va a morir pronto.

-¿Cuándo?

-Y yo qué sé -farfulla Nana, molesta-. Esta tarde, o mañana. O la semana que viene... ¿crees que soy una jodida adivina?

-Entre otras cosas, vieja.

-Un respeto, que yo te saqué del jodido coño de tu madre. Y no fue fácil -dice Nana levantándose con dificultad. El gigantesco guerrero le ayuda a ponerse en pie-. Tengo que cuidar de los niños. Llum está muy débil, pobrecillo...

-Me quedaré un rato -dice Caster.

-No lo hagas. -Nana alza un dedo hacia el jinete libre-. Y tú tampoco, Armase. Salid cuanto antes de esta casa condenada: este hombre va a morir. Cada minuto que pasáis a su lado es un minuto más cerca que estáis los dos de la plaga.

-He dicho que me quedaré un rato.

-Yo también -dice Armase desde la ventana, donde contempla el exterior con la mirada vacía, sin moverse.

-Bah -dice Nana, alzándose de hombros-. ¡Bah! Tan grande como tonto y cabezota. Caster “Cabezahueca” tendrían que llamarte. Y tú, Armase, otro que tal. Menudo par de idiotas... ¡Pues ya que estáis, tratad de darle algo de agua cuando despierte!

--------------–

La repentina tos, seca y dolorosa, saca del ensimismamiento a los dos guerreros. Ambos se levantan, acercándose al lecho.

-Caas... ter... -la voz del cazador es apenas un quejido-. Arrr... mas... masse...

-No hables -dice el dorniense-. Aún estás débil, tienes que ahorrar energías.

-Caaaass... ter... 

El Caracortada alarga la mano derecha hacia el cazador, tomando con ella la palma sudorosa de su viejo compañero.

-...mi... miedo...

Caster asiente. A su lado, Armase cierra los ojos, presa del dolor.

-Yo también -dice el gigante-. La puta enfermedad nunca da la cara, ¿verdad? A esa zorra no puedes atravesarla con tus flechas.

-...mucho mie... miedo.

 

Caster, hijo de Marlaw, cierra las mandíbulas con fuerza. A su lado, Armase ve cómo el gigantesco jinete libre tiembla imperceptiblemente. Respira ruidosamente, dos, tres veces.

 

-Armase, hermano -masculla Caster hacia su compañero de armas tras unos segundos de tenso silencio-, un hombre como éste no merece morir así.

-No lo merece -responde Armase, asintiendo.

-Yo no puedo permitirlo.

-Lo sé. -Armase se levanta y se acerca a la puerta, donde queda de pie-. Vamos. Ya ha sufrido suficiente.

Caster toma con su zurda la empuñadura de su enorme machete, deslizándolo por su vaina con lentitud.

-Din -dice-. Din.

El enfermo vuelve la mirada hacia él, el dolor extremo dibujado en cada curva de su rostro.

-Din -Caster sonríe a su manera-. Cierra los ojos, amigo. 

El forestal obedece, amagando una tos.

-¿Recuerdas el jodido bosque de Guardia Real? -A la espalda de la cama, Armase baja la barbilla y trata de evitar las lágrimas-. Aquella mierda cenagosa llena de cagarros andantes... ¿recuerdas? Y los putos nobles dando por culo con sus jodidos caballos... ¿recuerdas las veces que tuvimos que sacar al maldito destrero de Ser Trycian del fango durante aquella marcha? Joder, casi me lo como allí mismo.

El rostro del cazador se relaja.

-Ese día había allí más cagarros que mosquitos en el pantano en lo peor del verano. -Caster deja descansar el machete sobre el lecho-. Y allí estaba el jodido Calabaza, ¿recuerdas? Aquel idiota que sólo sabía hacer trampas a los dados se pensaba que podía dirigir una puta banda de ladrones.

Din asiente.

-¿Recuerdas cuando empezaste a disparar? Zas, flecha por aquí, zas flecha por allá. -Caster vuelve a sonreír-. Y no acertabas ni una, joder. En tu vida has fallado tantas veces seguidas, era como si lo estuvieras haciendo a propósito. Pero ¿sabes?, aquellos cagarros comenzaron a correr y gritar.

En la cama empapada en sudor, el encogido Forestal abre los ojos.

-Y no gritaban el nombre de esos jodidos caballeros montados en sus jodidas y engalanadas vacas de guerra -dice el Caracortada, tragando saliva-. Decían: ¡Din! ¡Din! Esos cagarros estaban acojonados. ¡Din! ¡Din! Joder, el idiota que tenía yo delante se cagó encima, literalmente, ¿recuerdas? Armase lo vio. 

El dorniense asiente.

-Ya lo creo que se cagó -murmura con dificultad desde la puerta.

-Y ese mamón se volvió -sigue diciendo un emocionado Caster-, soltó aquella espantosa mierda líquida y apestosa por el jodido culo y juro que me manchó hasta los jodidos calzones con toda su maldita podredumbre.

Din asiente y, de pronto, sonríe.

-Mis… mis hijos -alcanza a decir-. Recuerda tu promesa. Y ahora acaba con esto. No tengo… tengo todo el día.

Caster Caracortada toma aire dos veces. Suspira. Con ambas manos ahora libres aunque temblorosas alza con cuidado el brazo de su amigo y cuadra la punta del machete en un hueco bajo la axila.

-Descansa ahora, hermano -susurra-. Donde sea que vayas, guárdame un sitio.

 

— F I N —

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13/07/2014, 10:00
Ser Gwraidd Tully.

VIÑETA XVI. Año 148. Gwraidd

Era todo tan complicado... Gwraidd recordaría el año 148 con una mezcla de sentimientos en los que, a pesar de todo, predominaba uno: la preocupación. Preocupación por Ser Madrigal, desde luego, de quien intentaba ser el mejor escudero posible. Preocupación por sus hermanos y hermanas. Preocupación por el feudo de su padre y los siervos y habitantes de los mismos.

Eso era triste sobre todo, porque el año había empezado muy bien. La idea de ir a un torneo le complacía, y mucho. Se había preparado a conciencia en todas la áreas que debía dominar un escudero, y tenía enormes ganas de conocer otros feudos distintos al de su padre. A Aguas Claras. Además, estaba deseando poder empezar a demostrar que su feudo no era un mal lugar.

Los planes que tenía, sin embargo, se truncaron bien pronto. La enfermedad de Pendrik le impidió participar en la justa, puesto que no iba a ser bueno para el feudo, ni que el otro hijo de Ser Hadder venciera donde su hermano no lo había hecho, ni tampoco el que también fracasara. Su relativo éxito en las pruebas de heráldica y en la melee de escuderos, donde consiguió en ambos casos un cuarto puesto, no le prepararon para el fracaso que supuso su éxito. Fue el mejor en la monta, y era una prueba para escuderos, pajes y damas. Cuando lo escuchó pensó que... pensó que... La humillación aun le hace negar con la cabeza. Se habían reido de él. Por participar en una prueba en la que podía participar. Y a pesar de ser el mejor le habían dado el tercer puesto.

Se tragó su rabia y frustración. Siguió sonriendo e incluso agradeció el regalo. No podía permitir dar explicaciones, o mostrar su enfado. Por el contrario, tenía a su caballero. Tenía que ayudarlo. Era su deber. Además, Ser Madrigal lo estaba haciendo muy bien. Se lo debía. Gwraidd fue el primero en apoyarlo, el primero en disfrutar con sus victorias. Y el primero en acercarse cuando cayó. Estaba orgulloso de Ser Madrigal, a pesar de estar enfermo, había logrado un equipo mejor que el que tenía al llegar, y había justado y vencido a caballeros de gran valía... y en cuanto a Ser Trycian, ¿qué podía decirse? Había demostrado ser el temible guerrero que todos sabían que era.

Por otra parte había logrado reconocer a todos los presentes en el torneo. Su proyecto de lograr una mayor relación con alguno de los jóvenes (o alguna doncella) de otra familia, se había visto entorpecido por las circunstancias, pero en general, sabía que no había hecho un mal papel. Era consciente de no haberse enterado de practicamente nada de lo que seguramente había pasado a su alrededor. Pero también lo era de haber sido una compañía agradable para aquellos con los que había conversado. Era un principio. Trató de animar a su hermano, Pendrik, alicaido por todo lo que había pasado. Y pensó que si volvían a ir a un torneo, sería imprescindible que su hermano Haudrey tuviera un mejor equipo. Mentalmente se amonestó por no haberse preocupado de esa cuestión. Haudrey merecía un equipo mejor, mucho mejor que ese.

Para colmo de males la mitad de la comitiva estaba enferma, y notaba a su madre, muy triste y preocupada en el viaje de vuelta.

Lista de tareas: aprender a combatir mejor; hablar con Ser Trycian sobre el equipo de Haudrey; hablar con madre y ver lo que le pasa, espero que no sea que le he decepcionado

Sí, el torneo era importante. Y en general había sido aceptable para los intereses del feudo. Las bromas y chanzas sobre Aguas Claras habían disminuido en un alto grado, y su comitiva había obtenido más éxitos que muchas otras. Eso era bueno. Muy bueno en realidad visto con cierta perspectiva. Aunque era cierto que habían surgido situaciones desagradables, no podía sino mostrarse orgulloso de la comitiva. No podían permitirse enviar comitivas como esta, pero probablemente a todo torneo sería conveniente enviar a un par de caballeros con sus escuderos. Una pequeña representación al menos.

Si la economía del feudo puede permitírselo, por supuesto

 

Todos esos pensamientos, se quedaron reducidos a nada cuando regresaron. Las noticias eran mucho peores de lo que había previsto: problemas en Solaz del Soldado, la epidemia de gripe dejando asolado el feudo, ¡y habían atacado los piratas!, y justo en ese momento un intento de rebelión de Villamanzano. Era terrible como todo podía empeorar en tan poco tiempo.

Y para colmo el “incidente” en Casagrande. Aclaremos temas: la amante y futura esposa de Ser Madrigal era una joven encantadora. Estaba convencido que sería una buena esposa, y probablemente casar a un caballero mantenido con la hija del hombre más importante de una de las villas, en estos tiempos de crisis interna, era una buena elección. Pero Gwraidd, aun cuando no había aun disfrutado de una mujer (y ya iba siendo hora, por cierto, se dijo a si mismo) sí había acompañado a guardias a distintos burdeles y había observado tantas cosas en el castillo.... Sabía perfectamente los sonidos cuando dos estaban fornicando. Y desde luego Ser Madrigal y Athé no estaban haciéndolo (al menos aun) cuando dio el aviso. Así que todo lo de la pérdida de la honra y la dignidad era mentira. Una mentira del padre de la joven con el único propósito de casar a su hija con Ser Madrigal. Padre debía haberle pedido más, mucho más. Y desde luego si algo tenía claro es que ese hombre no era de fiar.

Y luego el juicio. Y un nuevo error de padre. Todo había sido un disparate, por supuesto. Y era verdad que Royne merecía clemencia. Pero darle un trato tan bueno mientras teóricamente estaba preso... Daría problemas. Recordó la conversación con Brosten, al poco de regresar del castillo. Ese hombre estaba ofendido, y cuando se enterase de como se iba a cumplir la sentencia estaría más ofendido.

Gwraidd acompañó a Ser Madrigal para recaudar el impuesto, y recordando lo acontecido el año pasado, fue serio y justo. Evitó dejar a ningún granjero en la ruina pero no consintió que se estafara a su padre. Conocía, y Ser Madrigal pudo darse perfecta cuenta de ello, cada uno de los asentamientos. No como si hubiera vivido en ellos, claro está, pero sí lo bastante para que los torpes engaños de los campesinos se diferenciaran de aquellos que realmente tenían una situación de total necesidad.

La epidemia de gripe golpeaba con dureza. Cada muerto del castillo dolía al joven, y muchos de los enfermos fueron visitandos por él. Nana, su viejo amigo Darien “piel de lobo”, Vesania, ¡su hermana Lydia!... todos gravemente enfermos, todos visitados por el joven Gwraidd cada vez más preocupado.

Y los muertos... tantos muertos. Cada uno de ellos conocido por el joven desde niño. Gwraidd está presente en cada funeral. No llora. Pero sí da el pésame a cada familiar. Y recuerda los nombres. Harry Bridas, Olegg El Perrero, Pik Pyke, el septón Eulocis, Jared el Alfarero, Naneleth, Din y su hijo Llum, Malcom Rios y Probis Y en medio del olor, un pensamiento: esos puestos eran necesarios y debían ser cubiertos.

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13/07/2014, 11:09
Aisa, mujer del herrero.

VIÑETA XVI Año 148 D.A. Menciones a Jeremyed, Jodd, Aaron, Clarissa y Baltrigar.

Comienzo del Asalto:

Comenzaba a recuperarse. Aisa era de constitución fuerte, y una gripe no se la iba a llevar. Estuvo mal, era cierto, incluso una súbita tos casi le había arruinado el último beso de Jeremyed que aún llevaba en los labios. Casi.

Acababa de revisar la herrería. Fue feliz, concluyó para sí: sabía de la ilusión de su esposo, y en el fondo la apoyaba. Acarició la mejilla de su durmiente hijo, casi debajo de donde antes había un ojo. Otra madre se habría lamentado, pero ella se sentía orgullosa de esa herida de guerra. Su hijo probó ser también un sobreviviente. Fue una pérdida, pero también una prueba, así ella se lo quería hacer ver.

- Estás por encima de tu herida – le había dicho cientos de veces. Sostuvo la cara de su hijo con la mano, para que la viera a los ojos. – Dile a tu otro ojo que vea por dos, aférrate al futuro, y sigue adelante. Un pedazo de hierro no puede acabar contigo, porque tú sabes cómo dominarlo.

Aaron llevaba el hierro en la sangre.

Se levantó, dejando el lecho donde dormía su hijo. Pasó cerca de donde dormía Jodd en el camino. Sonrió, el también estaba creciendo bien. Él aún no había sido probado como un luchador, no como Aaron, pero confiaba en que lo habían criado bien. No les había faltado amor, pero tampoco los habían consentido ni sobreprotegido. A veces le preocupaba que su amiga Clarissa sí tuviera ese exceso. Nadie se atrevía a cuchichear el tema junto a Aisa (pobre del que lo intentara), pero sabía lo que se decía. Llegó el punto donde se preguntó si debía de intervenir, o al menos hablar con ella.

Un ruido la sacó de sus pensamientos. Se quedó quieta, un momento, cuando el mismo ruido le confirmó que algo notable sucedía en el castillo. Desviándose de su destino original, corrió hacia el exterior.

Un solo vistazo se lo confirmó: eran gritos de alarma. Ser Baltrigar ya comenzaba a gritar órdenes, alcanzó a oír algo..

Dejó escapar un gemido de angustia. Aguasclaras se encontraba en desventaja con todos los hombres fuera, el señor estaba enfermo, pero ningún pensamiento estratégico pasó por su mente aparte de que casi todos los hombres de armas estaban en el Dominio. Por los dioses, si Baltrigar estaba afuera, ¡entonces Clarisa estaba sola!

Como madre a veces flaqueaba, no la quiso imaginar de guerrera. Sin esperar a nada corrió de vuelta tanto a despertar a sus hijos como a la herrería. El martillo de Jerem se encontraba en la mesa, y aunque lo tuviera que sostener con ambas manos, ella sabía sostenerlo bien. Les pidió que se quedaran en la herrería, pero Jodd se decidió a seguirla. No quiso dejarla ir sola. Tuvieron una discusión breve, pero él era tan testarudo como ella hasta que supo que aunque le dijera que no él saldría de todos modos. Sintió frustración y orgullo a partes iguales.

- No son hombres de armas, pero son valientes. Más que ellos.

Les dedicó Aisa una sonrisa dulce, alentadora, antes de cruzar el umbral de la herrería.

Casi llegaban con Clarissa. Jodd llevaba una espada semi-forjada, y Aisa continuaba sosteniendo el martillo. Casi habían sorteado el peligro y llegado, cuando escucharon un rugido que provenía no de una bestia, sino de un hombre.

- ¡Mierda! – Exclamó Jodd y por esa vez Aisa no le reprendió, sino que ambos corrieron hacia donde provenía ese sonido. Cuando llegaron se encontraron con una carnicería: el Tormenta se había despachado a los intrusos, y allí estaba también Theresa.

No hubo necesidad de preguntar si estaba bien, por lo que Aisa pudo acercarse a su amiga sosteniendo nada menos que una cacerola. Pese a que le raspaba la garganta, la visión le resultó tan cómica que soltó una carcajada. Estaba segura que Clarissa la reprendería, pero vamos, que no todos los días veía a alguien sujetar tan fieramente un instrumento casero.

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13/07/2014, 11:33
Lady Lidya Crakehall, esposa de Ser Orsey.

VIÑETA XVI Año 148 D.A. Menciones a Nana, Lady Olenna, Ser Hadder, Gwraidd Tully, Ser Orsey Crakehall y Ser Madrigal.

Enfermedad

Tragaba con dificultad. Cuando lo hacía, ardía hasta las orejas. Se acostaba boca abajo, abrazaba la almohada o lo que fuera que sostuviera su cabeza, tragaba, le volvía a arder la garganta, clamaba al cielo, se removía, volvía a enrollarse, de nuevo clamaba al cielo…

No parecía buena idea haber ido.

Aun recordaba lo que sintió. Apenas floreció y la casaron. Su padre la cedió en matrimonio con lo que a ella le había parecido la menor excusa, y su madre, arpía como siempre, estaba detrás de todo.

- Espero disfrutes por fin haberte desecho de mi – le recriminó el día de su boda, sin etiqueta y con rencor.

Nunca se habían llevado del todo bien. Vesania le hizo la infancia, echándole en cara a cada oportunidad cuanto prefería a la buena de Arianna. El primer bordado para su hermana, el último para ella. Si Arianna fuera la que hubiera sido pretendida por Ser Madrigal, a ella si le habría protegido el amor, pero no, se había empeñado en echarle a perder el idilio, y dijera lo que dijera Lidya estaba segura que era solo por el placer de amargarle la vida. Lo único para lo que servía Vesania.

Extrañaba a Nana. Ella si era buena con ella, últimamente la cuidaba como su propia madre debió hacerlo, pero ni a eso se dignaba. Le gustaba la presencia de Nana. A veces le decía “dulce vieja”, pero era con un tono que no había usado con su madre: cariño. Cuando bajaba la guardia le sonreía.

Lo que ni ella misma admitía era que, pese a que cuando recibió esa mariposa decidió que iba a “defender su amor en su corazón”, también bajaba la guardia con Orsey. Cuando supo que se casaría con él lo que conocía del Ser era su rudeza. Estaba segura que padre había preferido comprometerla con el hijo del castellano en lugar de con un noble vecino fue para echarle en cara la poca estima en que la tenía.

- Si hubiera sido por falta de pretendientes de mi clase, bien pudo haberme casado con Ser Madrigal y ahorrarnos a ambos esta lamentable parodia – le respondió a su hermano Gwraidd cuando le dijo que su padre si la quería.

Estaba convencida de que Orsey iba a ser poco menos que un salvaje, bastante escuchó sobre el incidente de Villamanzano. Se lo imaginaba tosco, tratándola sin consideraciones, descuidándola y bebiendo a cada rato como los hombres de su clase lo hacían, o creía que lo hacían. Ya se sentía vidente.

La sorpresa no pudo ser mayor. Cuando lo vio de cerca por primera vez creía que la miraría con una repugnante lujuria, y sin embargo su mirada fue tan… enamorada… que por un momento le hizo creer que veía mal o se había equivocado de esposo. La trataba con tal ternura que en un principio era desconcertante. Lidya pestañeaba, incluso se apenaba, varias veces que él la alagaba ella casi balbuceaba… no era en nada como creyó que sería. Vio su tristeza cuando su hermano menor murió.

Lidya nunca fue buena como paño de lágrimas, pero esa vez lloró con él. Lo acompañó en la cripta, diciéndose a sí misma que era por deber, cuando en realidad lo hizo por no querer dejarlo solo. Sabía que estaba junto a toda su familia, pero no quiso abandonarlo. Tomó su mano, por iniciativa propia.

La enterneció verlo así.

No lo quería admitir, pero deseaba cuidarlo. Él era mucho más grande, más fuerte, pero se le antojó tan vulnerable que quiso rodearlo, como si la necesitara. Quiso protegerlo. Quiso hacer lo que nunca había hecho antes: compartir su dolor.

Cuando la fiebre aumentó ambos Ser galopaban en su cabeza. A veces veia a uno, a veces al otro, pero era Orsey quien sostenía su mano, como ella misma lo había hecho. Se daba cuenta de ello. Volvía a turbarse, sorprendiéndose de que le jurara ganar por ella. Nadie, ni Ser Madrigal, la había tratado con esa devoción. De niña Malcom le decía princesa, y era como un hermano mayor, pero a últimas fechas se habían distanciado. La relación con sus hermanos era más cordial, y ni decir de sus padres. En el fondo, Lidya tenía mucho amor, pero cuando los amados no le respondieron, se dijo que no los necesitaba y se cubrió de orgullo.

Orsey debilitaba, poco a poco, una defensa que le había tomado años construir.

Tampoco lo admitía, pero Ser Orsey la estaba conquistando.

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13/07/2014, 12:57
[RIP] Plumby el Flechero.

VIÑETA XVI: AÑO 148 D.A.:

Mención: Blantel, Brosten, Dregg, Rhum, Viterrand, Aaron, Jodd, Nana, Tarmall.

El frío había llevado a un gran número de compañeros del castillo. Había ejercido durante este año como hombre para todo, debido a los dos inconvenientes: la muerte por enfermedad debido a las bajas temperaturas y el torneo a Altojardín. Trabajé con Blantel, el Maestro Carpintero, trayéndole la mejor madera de los bosques. Acompañando a Brosten el Leñador, a traer aquella madera que necesitaría el señor del castillo Ser Hadder, y los habitantes de la casa señorial para hacer frente a las bajas temperaturas.

También ejercí como cazador debido a la muerte de mi amigo Dregg que murió. Su vida libertina mezclada a su falta de constitución cada vez más endémica por el maltrato que hacía a su propio cuerpo, hizo que éste se lo devolviese.

Traje la alimentación que necesitábamos andando por la fría nieve, eso sí con botas y ropa de cuero que Rhum el Maestro Curtidor me prestó, a cambio de llevarle aquellos ligamentos y pieles que quedaban sin utilizar por Viterrand el Maestro cocinero. 

También ejercí de cantor en las frías noches de invierno, mientras calentaba la chimenea con la madera traída. 

Estuve enseñando a veces en la forja a Jodd y Aaron los hijos del herrero, mientras éste estaba en el torneo de Altojardín. Otras veces trabajaba las puntas de flecha mientras me calentaba.

También traje a Nana varias plantas para sus argucias medicinales, a Tarmall otras tantas que les provocaba según él estados más sublimes que las bebidas o los rezos.

Al final caí enfermo y estuve casi todo el año en mi cuarto pasando desapercibido mientras dejaba pasar los días bajando y cogiendo de la cocina aquello que necesitaba. Fueron largos meses de lucha por la enfermedad, de lucha contra mí mismo, recordaba todo lo que había hecho, y no tuve que escatimar mis actos con el honor y la grandeza de los guerreros.

Tarmall me traía a veces repuestos para la lámpara, mantas y todo aquello que me hacía falta para salir de la enfermedad. Además de hervir algunas hierbas que les traje y que me dijo que me sentarían bien, aunque lo que sentí es que me dejaban en un estado de embriaguez plena. Este compañero era duro aunque no sé si fue por su falta de compañerismo ante lo recursos que necesitábamos, o de que tenía una constitución tan recia para pasar el gélido frío sin problemas.