Partida Rol por web

Ya has tenido bastante.

Sin poderte contener por más tiempo, y sin ser plenamente consciente de lo que estás haciendo, te arrojas sobre la doctora Beckett... si es que se la puede llamar así. Tus ojos están nublados por la rabia, haciendo que solo tengas una visión parcial de lo que ocurre a tu alrededor. Por eso, no puedes evitar sorprenderte cuando algo se engancha en torno a tu tobillo izquierdo con una fuerza inesperada, tirando de ti y haciéndote perder el equilibrio. Caes de rodillas y las palmas de tus manos golpean fuertemente el suelo de madera, que cruje bajo tu peso. No entiendes nada. ¿Qué ha sucedido? Cuando miras hacia tu pierna inmovilizada, ves que Adam Schulz, de alguna manera, ha conseguido liberarse de los lazos policiales que atenazaban sus brazos, que ahora yacen esparcidos en trozos irregulares a su alrededor. Las muñecas de Adam están severamente laceradas y presentan unos cortes profundos, pero eso no le impide aferrar tu pierna con una presa férrea. Jamás habrías sospechado que el capullo de Adam tuviese tanta fuerza, y menos en el lamentable estado en que se encuentra. Adam te mira desde el suelo con una mirada extraviada, los ojos inyectados en sangre, mientras una débil sonrisa se dibuja en su cara.

Mientras tanto, la risa hueca de Beckett resuena en tus oídos.

Me llevo una mano a la boca al ser repentinamente consciente de lo que está pasando. Si nos quedamos aquí un segundo más, vamos a morir todos.

—¡Corred! ¡Deprisa! —exclamo con toda la fuerza de mis pulmones, mientras me doy la vuelta hacia la puerta y echo a correr tan rápido como mis piernas me lo permiten.

Pero, ¿qué coño? Pierce se abalanza contra Beckett con clara intención de agredirla, pero Adam le agarra una pierna y le hace perder el equilibrio. Mientras tanto, la doctora ríe de manera espeluznante, y por detrás de ella, un grupo de personas de dudosa condición mental se aproxima desde la otra habitación.

Tengo que pensar algo, y rápido...

—¡Eh, tíos! ¡Vámonos de aquí cagando leches! —digo retrocediendo hasta la puerta de entrada de la mansión. Busco desesperadamente algún objeto que pueda utilizar para defenderme, y, al no encontrar nada, descuelgo mi «lanzallamas» con la mano derecha y sujeto el encendedor con la izquierda. Cubriré a mis amigos, y si a algún chalado se le ocurre acercarse, le proporcionaré un bronceado instantáneo.

—Bueno... Vamos allá...

De repente, las puertas del comedor se abren de golpe con un estruendoso ruido, casi saltando de sus goznes. Una riada de personas empieza a entrar caóticamente y sin ningún control, lanzando alaridos de una ira inhumana y moviéndose de forma violenta y errática... y pueden hacerlo a una velocidad considerable, teniendo en cuenta que la puerta era de doble hoja. Antes de que os deis cuenta, la furiosa multitud ya ha engullido en su masa a Beckett, Claudette, Pierce y Adam, rodeándolos, envolviéndolos y echándose encima de ellos. No deja de entrar gente al recibidor, que muy pronto estará atestado. Más lejos, en el comedor, divisáis unas luces rojizas y fluctuantes y el sonido del crepitar del fuego. Un repentino olor a quemado os advierte de que se ha iniciado un incendio en el comedor. Y la casa es mayoritariamente de madera.

Muchos de los integrantes de la turba enloquecida que está inundando el recibidor van armados con sartenes, botellas y demás instrumentos de cocina. Os sorprende ver que algunos de ellos llevan grandes cuchillos de cortar carne, cuando a la hora del desayuno no tuvisteis acceso en ningún momento a utensilios peligrosos como esos. En un abrir y cerrar de ojos, entre los gritos desgarradores de la turba, empezáis a oir el sonido de ropa y carne desgarrada, aullidos de terror y de dolor, y una risa demente que sabéis que solo puede ser la de Beckett.

La escena no podía ser más terrorífica y surrealista...

Pierce, tiras denodadamente de tu pierna con la intención de liberarte, e incluso pateas con fuerza la cara de Adam, produciendo un sonoro crujido cuando su nariz se parte, pero su presa no cede lo más mínimo. Desesperado, no puedes hacer nada mientras ves cómo la muchedumbre que irrumpe desde el comedor se te echa encima. Todo ocurre muy deprisa. Antes de que te des cuenta ya estás aprisionado contra el suelo, con un dolor contuso en tu boca al haber golpeado los tablones de madera con los dientes. Instintivamente colocas tus brazos en posición defensiva para proteger tu cuerpo, pero de nada te sirve frente a la oleada de patadas, sartenazos y cuchilladas que caen sobre ti. Los golpes llevan una fuerza endiablada e inexplicable, y el acero muerde tu carne en más de una ocasión, llevándose jirones de tu ropa. Ves con una mezcla entre incredulidad, miedo y una extraña fascinación como el suelo se ve salpicado de sangre, tanto tuya como de otras personas. El dolor es insoportable. Tu vista se nubla, y los sonidos se convierten en meros ecos cada vez más lejanos. Sabes que tu fin está muy cerca...

—Luke, ¿Qué coño haces? ¡Vuelve aquí! —grito tan fuerte como me permiten los pulmones—. Hay que sacar a Pierce de ahí, ¡rápido!

Agarro a Luke del brazo mientras trata de pasar corriendo por mi lado y lo empujo hacia la masa enloquecida. Miro mi arma durante un instante, pero supero la tentación de rociar a toda esta escoria humana, ya que lo más probable es que acabase cargándome a Pierce también. En vez de eso, me abro paso a tirones y patadas para tratar de llegar hasta mi compañero.

Cuando todos empezaron a correr despavoridos el instinto de Eli le dicto imitarles. Quería levantarse del suelo y salir corriendo de aquel lugar, da igual a donde. Se veía ya lejos de allí, de vuelta su... confortable hogar. Pero no era capaz. Estaba tirada en el suelo con las manos delante de los ojos, escondida, como si el no ver le protegiese de algo. La misma actitud de siempre.

Fue entonces cuando vio a Pierce inmovilizado en el suelo. La maraña conformada por el conglomerado humano amenazaba con sumirlo bajo tierra. A veces le perdía de vista, a veces discernía como el corpulento hombre pataleaba allí incapaz de levantarse, irónico.

La niña movió con rapidez la cabeza mientras sus ojos bailaban nerviosos suplicando con la mirada que alguien ayudase a su compañero. Pero todos estaban ocupados... Y era mejor no molestarles. Vio como Bill se abalanzaba enfurecido contra toda esa gente. Vio a Luke, no a Kim. La cabeza de Eli se movía cada vez mas rápido mientras algunas ideas cruzaban por su mente. No estaba segura de lo que iba a hacer, pero podía elegir entre ser pisoteada en una esquina como el desecho que siempre había sido o intentar ayudar a alguien... Tomar esa decisión casi hace que estallase en un llanto infantil. Pero pudo hacerlo.

Se abalanzo agazapada contra la turba y intento gatear hasta donde se encontraba Pierce para ayudarle a incorporarse, quizás Bill llegase pronto. Quizás...

El caos es extremo, y el griterío y el ruido de los golpes inunda vuestros oídos. Sentís cómo la adrenalina toma el control de vuestro cuerpo, y empezáis a actuar más por instinto que gracias a una planificación meditada. El pulso cardíaco golpea fuertemente en vuestras carótidas, llevándoos al límite. Bill y Eli, os abrís paso a través de un mar de brazos que se agitan y se retuercen como tentáculos, con una violencia que casi parece imposible. Os lleváis más de un doloroso revés, pero por fortuna, ahora mismo no sois el objetivo de los ataques de la turba. A medida que forcejeáis y avanzáis a trompicones, os dais cuenta de que muchos de los dementes han empezado a luchar entre ellos, agarrándose y golpeándose con frenesí, e incluso mordiéndose y llevándose pedazos de carne. Acertáis a divisar las piernas de Pierce, que son golpeadas de un lado a otro por la gente que se mueve sin control en todas direcciones. Sin pensar, os agacháis los dos a la vez y sujetáis a Pierce por los tobillos, tirando con todas vuestras fuerzas para sacarlo de debajo del gentío. Al principio os cuesta, sobre todo a Bill, que con cada tirón que da siente como si su herida vendada se estuviera abriendo más. Por fortuna, Pierce aún parece estar consciente, y aunque al principio patalea con fuerza para intentar librarse de vosotros, colabora con vuestros esfuerzos al darse cuenta de que sois vosotros. Poco a poco, lográis irlo moviendo por el suelo...

¡De pronto, una avalancha humana cae sobre vosotros! La pelea hace que cuatro personas que estaban cerca de vosotros se derrumben como plomadas, haciendo que Pierce se os escape de las manos. Bill cae rodando a un lado de la habitación, golpeándose la espalda contra una mesilla alta y derribando un jarrón, que se rompe en mil pedazos. Eli queda doblada dolorosamente sobre el pasamanos de la escalera, perdiendo momentáneamente el aliento y cayendo de rodillas sobre la alfombra del recibidor. Eli, al levantar la vista, ves una marabunta de piernas correteando alocadamente de un lado a otro. Empiezas a oler el humo del incendio, lo que te hace darte cuenta de que el fuego está avanzando con gran rapidez. No ves a Pierce por ningún lado, hasta que, gateando con desesperación, tropiezas con él. Estáis completamente rodeados. Instintivamente, te agarras al pesado cuerpo del policía y tiras hacia un lado, rodando por el suelo con él y abriéndote paso de un modo precario hasta que logras salir de la marea humana. Echas la vista atrás, buscando a Bill, y ves que se está arrastrando a lo largo de la pared, escapando sigilosamente de las patadas.

Al final, magullados, exhaustos y muy asustados, todos lográis reuniros fuera del alcance de la creciente multitud. ¡Lo habéis conseguido! Pierce está muy aturdido, lleno de golpes por todas partes y ensangrentado por incontables cortes y heridas superficiales... pero está vivo, y parece que puede caminar, e incluso correr.

Las llamas empiezan a asomar por las puertas del comedor. No tardarán mucho en devorar toda la mansión, y a quien se quede dentro. Por si fuera poco, vuestra presencia no ha pasado inadvertida, y una gran parte de la turba enfurecida se ha vuelto hacia vosotros, dispuesta a asesinaros.

La pregunta es: ¿qué decidís hacer ahora?

Suspiro al ver que Pierce sigue con vida, pero ya lo celebraré más tarde. Me quedo parado unos segundos en la estancia, tomando la medida de la situación. Cada vez hace más calor, y puedo observar que la enloquecida multitud que casi nos mata hace un instante está más que dispuesta a volver a intentarlo. Sus ojos nos miran con una mezcla de odio enfermizo y hambre abrasadora, y se abalanzan hacia nosotros con una impulsividad y un frenesí que solo pueden ser producto de la más espantosa de las locuras.

Vamos a liarla parda.

Disparo un par de ráfagas con el lanzallamas, iluminando toda la estancia con una luz anaranjada. Las cortinas del recibidor prenden inmediatamente mientras sigo apretando el gatillo. Sé que estoy riendo desenfrenadamente, pero el humo se eleva más alto que mis carcajadas, y el olor a quemado es tan intenso que por un momento soy incapaz de percibir nada más. Y el fuego... oh sí. Su bella y mortífera danza es un espectáculo tan fascinante que no me importaría morir si esto fuera lo último que mis ojos contemplasen.

Espera un momento... ¿Qué? ¿En qué coño estás pensando, Bill? ¡Por supuesto que te importaría morir! ¡Hay que largarse de aquí!

—¡Todos al coche! —grito tan fuerte que la voz se me quiebra, hasta el punto que ni yo mismo la reconozco—. ¡Vamos!

Tiro el lanzallamas, que está vacío, y salgo corriendo por la puerta en dirección al aparcamiento.

Poco a poco la situación se ha ido alejando de la realidad, transformándose en una especie de fantasía claustrofóbica y agónica de la que no quiero salir. Mis ojos se empapan de la caótica escena mientras voy retrocediendo hasta quedar en las escaleras. Agachada y aferrada a los barrotes de la barandilla, observo a la muchedumbre con proporciones más cercanas a las bestias que a lo que un día se pareció a una persona con auténtica fascinación. Lo más extraño de todo es que no recuerdo haber tomado ácidos, pero tal confusión no me niega los placeres de tal alucinación.

Hace rato que he perdido de vista a Beckett y a mis compañeros cuando de pronto me fijo que alguien está arrastrando a una persona. Las llamas del comedor lamen el umbral de la puerta de la estancia como si quisiera pedir permiso para entrar y devorarnos. Como en el accidente, las llamas se apoderan de toda mi atención con su hipnótica danza de poderosas formas y sugerentes olores. La cercanía del todopoderoso fuego hace enloquecer aún más a la marabunta descontrolada, más típica de un concierto de heavy metal que de una consulta psiquiátrica.

Alguien se estampa contra la barandilla de las escaleras. Creo que esa es Eli. ¿Qué hace en medio del pogo? Más llamas. Miro y reconozco a Bill. Y también veo a Luke y a Pierce. Espera un momento… en mis alucinaciones no hay tanta gente conocida. Una dolorosa y potente punzada en mi cabeza surge tras una inquietante pregunta: ¿y si no estoy alucinando? Bill grita que nos marchemos al coche. Parece muy asustado y eso me asusta aún más, levantándome y pegándome contra la pared de las escaleras. Joder, si no estoy alucinando… ¿¡qué mierdas está pasando aquí!?

Como si olieran el miedo más que la madera de la casa quemándose, despierto algunas miradas de los enloquecidos compañeros de programa. Me ha parecido ver entre todo el jaleo a Adam morder el brazo de una persona, llenándose toda la cara de sangre mientras una amplia sonrisa de locura inundaba su expresión. No puede ser él. Será alguien que se le parece.

Sin estar muy segura de estar en la realidad o en mis fantasías más oscuras, me acerco corriendo hacia la puerta, tras los pasos de Bill que sale también corriendo en busca del aclamado coche.

-¡Espera! ¿Llaves? –grito sin parar de correr.

Esto es lo peor; que la realidad te llegue a dar más miedo que lo que pasa por tu cabeza.

Cuando la muchedumbre está a punto de echárseos encima, recordáis súbitamente una cosa: afortunadamente, no confiásteis en la doctora Beckett lo suficiente como para hacerle entrega de todas vuestras pertenencias... ¡y Pierce tiene las llaves del coche! Parece que ahora, lo único de lo que habéis de preocuparos es de llegar al aparcamiento antes de que os atrapen...

—¡Corramos! —grito, sintiendo como si el aire me quemara en los pulmones. Lo que daría ahora por un buen chute de salbutamol... o por un cigarro de estramonio. Sea como sea, hay que largarse de aquí. A pesar de mi incipiente ataque de asma, mis piernas responden sorprendentemente bien, y salgo disparado, corriendo como un gamo hacia la oscuridad. Al verme, los perros que estaban esperando en la entrada de la mansión echan también a correr, como si algo los hubiera sacado de su parálisis nerviosa. Parece que tienen algo de sentido común.

Espero tener buena memoria y recordar por dónde quedaba el aparcamiento...

Salgo corriendo como alma que lleva el diablo. Doy un traspìés en la entrada de la casa, pero agito los brazos y araño el suelo, impulsándome en la tierra y dando un par de zancadas largas para mantener el equilibrio. El instinto de supervivencia se ha apoderado de mí, empujándome a correr sin mirar atrás. Apenas soy consciente de Luke cuando lo paso de largo.

Joder, qué subidón.

Logro incorporarme a duras penas. Me duele todo. Estoy mareado. En mi mente una pregunta: Yo no fallo. ¿Por qué coño he fallado?

Trastabillo mientras corremos hacia el coche. Siento el sabor a metálico de la sangre en la boca. Algo me agarra por un brazo. Lo pliego y golpeo con el codo. Escucho el sonido terroso de unos dientes al quebrarse. Mi brazo se libera.

-¡Vámonos todos! -grito, tanteanto mis pantalones para coger las llaves del coche-. ¡Al coche! ¡Ya!

Me arden los pulmones. Me laten las sienes con la fuerza de unos tambores de guerra. Me duele todo y estoy mareado. Pero mis piernas responden. Las de Bill y Luke, por lo que veo, también.

¿Y Kim y Eli?

La pregunta me vuelve a abofetear con fuerza en la cara.

Maldita sea. Yo no fallo. Cuando voy a por alguien, no se escapa.

¿Qué demonios me está pasando? ¿Qué está ocurriendo aquí?

Sigo corriendo tras Bill, que adelanta a Luke como si de una carrera de 100 metros lisos se tratara. Yo también le paso por el lado. Consciente de que quizás no está corriendo todo lo que debería le cojo del brazo y tiro de él a la par que grito:

-¡Vamos, que nos van a alcanzar! –sin atreverme a mirar atrás. Estoy segura que de hacerlo, el pánico me petrificaría. Sería el fin.

¿Y acaso no era el fin lo que andaba buscando desde hace tiempo? Sí, pero, ¿cómo se atreven a arrebatarme mi momento? No quiero compartirlo con una turba desquiciada y un grupo de desconocidos. Ése momento ha de ser mío, únicamente mío, y de nadie más.

Tales pensamientos hacen que inconscientemente trate de apretar aún más el paso.