Partida Rol por web

Trece y Gal volvieron al vagón, escoltados por otro forajido más. Justo a tiempo de ver como Eira decapitaba a otro de un solo tajo.

La cabeza cayó y rodó hasta los pies de los tres recién llegados. 

Ante la inesperada sorpresa, aprovecho y me dirijo hacia el sitio en el que estaba sentado para coger mis dagas y combatir mejor y le hago un gesto a Trece para que me cubra por si algo saliera mal

Lo que sea que hizo Gal pareció funcionar de maravilla. El hecho de que pudiéramos regresar al vagón escoltados no  afectaba en nada la situación, que había mejorado mucho. Y más aún cuando vi rodar la cabeza de uno de sus compañeros a manos de Eira. Cuando la vi por primera vez tuve la sensación de que era fuerte, y acabo de comprobarlo.

Aprovecho el estupor que debió sentir el forajido al ver a su compañero muerto para ir rápidamente a por mi espada y mi escudo.

- ¡Os hemos traído a uno, hay dos más en el otro vagón! - indico a mis compañeras mientras encaro al criminal que nos acompañó, espada y escudo en mano - Lo siento, señor, pero ha cometido un error asaltando este tren.

Habría sido de su agrado no ser tan sanguinaria, después de todo iba con sus ropajes de calle y no con la armadura, las manchas no saldrían fácilmente... tendría que darlos por perdidos.

Vio con cierta satisfacción cómo la cabeza de su adversario rodaba por el suelo, llegando a los pies de los dos que faltaban. Esperaba que al menos fuesen en condiciones para la pelea y no ebrios. Se sorprendió de verlos acompañados por otro de los bandidos. -¿Por qué?- era una pregunta realmente ambigua que reflejaba perfectamente su desconcierto, mas decidió no bajar la guardia y que las explicaciones viniesen después.

-Bien- se movió ligeramente para dejarles pasar sin complicaciones, evitando que estuviesen al alcance de sus enemigos, mientras iban a por sus cosas. Clavó una pétrea mirada en otro de los que habían asaltado el tren. -Quiero que me digas quién es y dónde está vuestro jefe. No aceptaré una negativa ni necedad alguna por respuesta. Ah, y no tengo mucha paciencia con chusma de vuestra calaña- lanzó una mirada furtiva al cuerpo sin cabeza. -Así que espero que respondas con brevedad, y que esa respuesta sea de mi agrado.

Aprovechando el desconcierto causado por la cabeza rodando, Gal y Trece corrieron raudos hasta sus respectivos equipajes, armándose. El primero, con sus dos dagas. Y el segundos, con su espada y su escudo.

Mientras, Eira lanzó unas palabras de amenaza a los forajidos, que si bien no lograron el efecto completo que buscaba: Que los llevaran ante su jefe, si que les hizo retroceder y amedrentarles. Amelia aprovechó el desconcierto y apuñaló en el costado a uno de los forajidos, causándole una herida bastante grave, pero sin llegar a sen mortal.

Dos de los forajidos retrocedieron, adoptando una actitud más defensiva. El tercero cayó al suelo de rodillas, sujetándose la herida tratando de no desangrarse.

Viendo que la situación está a nuestro favor, me cuelgo el escudo a la espalda y empuño mi espada a 2 manos, cargando contra uno de los forajidos que aún esté intacto. Me da un tirón en el gemelo y cojeo un poco antes de descargar mi tajo contra el forajido que tengo enfrente soltando un bramido para tratar de ignorar el dolor.

Espero a que se ocupen de los forajidos del vagón, sin dejar de prestar atención a la puerta del vagón que sigue para llegar a la locomotora y desenvaino una daga que mantengo algo escondida en la manga, no llevo puesta la capa. -Cuando terminéis con ellos, creo que deberíamos encargarnos de poner en marcha el tren- trato de no descuidar ningún detalle -Y vosotros, ¿por qué hacéis esto? ¿No os podéis dedicar a otra cosa para ganar os la vida? - 

Esos compañeros tan... "peculiares", parecían resultar menos inútiles de lo que habría cabido esperar en un principio. Trece parecía cojear ligeramente, pero no pareció importarle a la hora de realizar su ataque. Eso era digno de admiración, al menos de una poca.

-¿Crees que te van a responder?- preguntó a Gal mientras alzaba una ceja, escéptica. No había servido de nada su tono amenazante después de ver rodar la cabeza de uno de sus compañeros, ¿creería que hablar tranquilamente serviría de más? -Cuanto antes terminemos aquí, antes podremos evaluar la situación- y es que no sabían si habrían más enemigos en el resto de los vagones. 

-Amelia- llamó a la asesina, -asegura el vagón de carga. Que no se esconda ninguno de estas ratas traicioneras allí- nunca podías fiarte de semejante chusma. Podían realizar cualquier acción rastrera, y prefería evitar dejarse cabos sin atar.

Imitando al cojo, Eira colgó a su espalda el escudo, blandiendo la espada con las dos manos para asestar un poderoso ataque a su enemigo.

Armado con la espada de su maestro, Trece atacó a unos de los forajidos. En un arrebato de orgullo de guerrero de no volver a fallar un ataque, dio un mal paso. Consiguió eliminar a si objetivo, a cambio de un doloroso tirón en en gemelo. 

Eira atacó justo después al otro de los forajidos sanos, blandiendo el acero con ambas manos en esa ocasión. Y al igual que sus dos compañeros ya caídos, este les siguió. 

Tan solo quedaba un forajido en ese vagón, y el desgraciado no paraba de perder sangre. Ya había perdido el color en la cara y empezaba a temblar y a sudar frío. No iba a aguantar mucho más...

Amelia, haciendo caso de las palabras de la paladín, fue al fondo del coche, abrió la puerta y examinó el vagón de carga. No había nadie, estaba limpio.

El forajido miró a Gal. La sangre ya empezaba a acompañar sus tosidos. 

-Es dinero fácil. Bien merece la pena correr el riesgo. Hasta ahora he vivido como un rey- Contestó sin un solo apice de remordimientos 

Agradeció en silencio que Amelia no le hubiese replicado para obedecer sus órdenes. Eso le ahorraba muchas posibles molestias.

Limpió la sangre de su espada en la parte de la ropa que quedaba limpia de su adversario. Todavía quedaba uno en pie. Se acercó hasta él, presionando en su herida para taponarla, de forma que dejase de sangrar. -Te lo voy a decir claro, ¿vale Podemos hacerlo por las buenas- guardó silencio mientras presionaba más la herida, clavando los dedos, buscando el dolor en la expresión del tipo -, o por las malas. Puedes morir rápido y sin sufrir- demasiado -, o desangrarte lentamente y con tanto dolor que desearás estar muerto- su tono pasó de ser amable a frío y cortante, sin opción a réplica. -Llévanos con tu jefe.

No tardamos en neutralizar a dos de los forajidos, aunque me ha costado un doloroso tirón en el gemelo. Aún cojeando observo cómo mi compañera paladín trata de sonsacar al que queda, quien está seriamente herido. Opto por no intervenir y guardar silencio, confiando en que la labor de Eira nos dará el paradero de su líder. Así que tomo asiento y trato de estirar la pierna para masajearla. Con un poco de suerte se me irá pronto el tirón.*

En el momento en el que Eira apretó la herida, el forajido soltó un fortísimo grito de puro dolor. 

-Hija de...- No llegó a acabar la frase por temor a las represalias. Si le había hecho eso sin estar enfadada, a saber lo que haría estándolo. 

-No puedo llevarte a él. No puedo ni caminar. Además, el gran jefe ni siquiera está aquí. Es demasiado importante como para mancharse las manos en la que iba a ser un asalto fácil-

Mientras el criminal era torturado, Gal y Amelia contemplaban la escena en silencio. Trece, por su parte, empezaba a notar mejor el gemelo. El dolor se había ido y todo apuntaba a que podría moverse sin problemas de nuevo.

A cada minuto que pasaba, cada vez estaba más débil. Le quedaba poco tirando a nada. Era o ayudarle, dejarle morir, o poner fin a su miseria...

Eso fue suficiente para que se me pasara el tirón, mientras escucho lo que dice el forajido. Su jefe ni siquiera está aquí. Este tipo se encuentra más débil, y parece que en cualquier momento va a morir.

- ¿Quién es tu jefe y dónde está? Respóndenos y puede que te salvemos la vida. A no ser que prefieras que te dejemos morir lentamente - le pregunto serio, antes de mirar de reojo a Eira.

Planeo sonsacarle algo más, pero no que se vaya de rositas. De todos modos me preocupan los que quedan en el otro vagón, los pasajeros estarán en peligro.

Soltó un bufido tras la respuesta del forajido. Se había manchado las manos para eso... ¡Para nada! Y lo peor era que sacar la sangre de entre las uñas y limpiarlas debidamente sería un trabajo desagradable.

Se apartó hacia un lado mientras Trece trataba de continuar sonsacándole información al maltrecho desgraciado. Aprovechó para subir el macuto de nuevo en el compartimento que se encontraba sobre los asientos. No le daba tiempo a equiparse con la armadura. -Si no te da información útil, déjalo colgado bocabajo por la ventanilla que han roto para entrar. Así se desangrará como la alimaña que es.

Tras estas palabras, se ajustó el cinto con la funda de la espada. -Yo voy a avanzar. Cuanto más tardemos, más vidas correrán peligro. No necesitamos estar los cuatro para un solo patán- miró a los otros dos del grupo. -Vamos- ni siquiera los invitó a acompañarle, solo dio la orden mientras avanzaba hacia el siguiente vagón.

Me guardé la daga y a continuación me puse la capa y todo lo que me fuera útil para el combate, incluida la petaca. Cuando terminé, dejé la maleta en el suelo, pegada a la pared del vagón para que nadie la pudiese ver fácilmente y le a Eira -Ya voy-  Voy andando un poco rápido y miro algo triste el cadáver del forajido y le susurro -Nunca merece la pena- Aparto la mirada y voy hacia Eira para seguirla

El siguiente en interrogar al moribundo forajido fue Trece. Sintiéndose mejor de la pierna, no tardo en ponerse en pie para imponer mas presencia. 

-Eso... Eso no os lo pienso decir- Jadeaba, señal de que le quedaba bien poco. -Moriré antes que... delatar a mis compañeros...- No dijo más. Con un agotado gemido, exhaló su último aliento. 

El cuerpo yacía sin vida sobre un charco de su propia sangre. Visto de otro modo, ese vagón ya estaba despejado. Solo faltaban otros tres y, tal vez, la locomotora. Justo al otro lado del tren. 

Armados tan bien como las circunstancias lo permitían, avanzaron al siguiente coche. En el que pudieron ver a otros tres forajidos amenazando a los pasajeros y despojándoles de sus pertenencias más valiosas. Uno de ellos reparó en los recién llegados, en primer lugar. Y en segundo, en los cuerpos de sus cuatro compañeros del vagón contiguo. 

-Psss. Atentos- Llamó a sus compañeros. -Tenemos cuatro aspirantes a héroes. Vamos a ponerles en su sitio-

Sus dos compañeros dejaron sus quehaceres y se pusieron junto a él

Fue inútil tratar de sonsacarle información, este tipo prefería morir. Al menos era leal. Sigo a mis compañeros, encontrándonos con otro grupo de forajidos. Espada empuñada a ambos manos y el escudo colgado en mi espalda doy un paso al frente y encaro a uno de los forajidos (al del medio, porque sí), descargando el golpe sobre él mientras grito.

- ¡No somos aspirantes a héroe, señor!

Es evidente que no he pillado el sarcasmo.

Había planteado avanzar con parte del grupo pero, dadas las circunstancias y el poco aguante de esa alimaña, irían todos juntos en amor y compañía. Al entrar al otro vagón, otros tres forajidos les esperaban.

-Ni siquiera es un héroe, solo un descerebrado- completó acerca de la entrada "triunfal" de Trece mientras ponía los ojos en blanco, antes de enarbolar su espada con la zurda mientras sostenía el escudo para protegerse con la otra.

-Pero- esbozó una afilada media sonrisa, -yo seré vuestra peor pesadilla.

Tras las acciones de Eira y Trece, espero un poco y me centro en el tercer cándido. Cierro los ojos y dando el primer paso los abro, hecho las manos un poco hacia atrás y acompaño a mis hacia delante apuntando al forajido con un susurro -Proyectil mágico-

Sin haber captado la ironía, Trece atacó a uno de los tres oponentes, asestando un potente golpe en el trapecio, con tal fuerza que consiguió hundir el acero hasta la mitad del pecho. Con un tirón fuerte y seco, sacó su arma sin problemas y se volvió a ponerse en guardia. 

Eira, por su lado, atacó a otro de los forajidos. Si bien no logró eliminarle de un solo golpe, logró acertar un tajo oblicuo ascendente que cortó su carne desde el estómago hasta el pecho, siendo también un fuerte golpe a la psique del forajido, que retrocedió un paso y empezaron a temblarle la piernas. Aunque el pánico duró más bien poco.

En ese momento, una voluta de magia impactó contra su rostro, provocando una pequeña explosión que le quemó ligeramente la cara y acabó de rematarlo. 

Con sus dos compañeros muerto, el forajido restante emprendió la huida al vagón siguiente.