Partida Rol por web

¿Qué pretendía aquel rufián?

¡Socorro! -gritó la mujer a quien pudiera escucharle en aquella calle- ¡Socorro! ¡Este hombre me quiere violar! ¡auxilio! ¡Que alguien me ayude!

La mujer correteaba por la calle de un aldo a otro pregonando su emnsaje a todo el vecindario. De una de las muchas puertas de la calle salió un hombre de humildes ropas empuñando un martillo de carpintero junto con un joven su hijo o aprendiz que llevaba una sierra del mismo oficio. Las ventanas de la calle empezaron a llenarse de curiosos, alertados por los gritos.

Concentrado en comer aquellas porquerías que había logrado comprar para saciar su gran apetito, el brutal guerrero negro ni siquiera había prestado atención a todo el espectáculo. A decir verdad tampoco estaba muy enterado de la finalidad de toda esa farsa, puesto que aquello era algo casi insólito a sus ojos y sentía cierto recelo antes esas absurdas personas que se movían de un lado a otro, como jugando de una manera descarada.

- ¿Obra? Yo no se nada de eso, chiquillo. En mis tierras no se ven tales bufonadas, ni falta hace verlas por fortuna. AquÍ tienes, ahora vete a pedir limosna a otro sitio.

Marcus arrojó entonces un puñado de galletas que le sobraban dentro de la escudilla del pequeño, para luego entrechocar con fuerza sus manos en reiteradas ocasiones, sacudiendo así las migajas que habían quedado adheridas a su oscura piel. Colmado su estómago hasta el hartazgo de golosinas y demás baratijas, el guardaespaldas decidió regresar entonces junto a su amo y esperar a que este ordenara pronto un nuevo curso de acción, si es que la elfa no se dignaba a aparecer a la brevedad...

- Bien hecho Marcus, tenemos que pasar todo lo desapercibidos que podamos.-

dijo el noble imperial, complacido porque su compañero hubiera dado unas galletas al crío aquél para saciar su hambre y hacerlo desaparecer con rapidez de su vista. Lo último que necesitaban era problemas, así que esperarían todo lo pacientemente que pudieran a la elfa pues necesitaban la información que ella pudiera traerles.

Maldita Farmiekh, tarda demasiado. Espero que no haya habido complicaciones...

Quizá era dinero lo que el niño quería, pero las galletas las agradeció de igual modo. Sonriendo al guerrero con una boca a la que le faltaban varios dientes, por enfermedad o desnutrición.

El guerrero pagó su cuenta por lo comido y regresó junto a su amo, al tiempo que los mercenarios, que habían estado ausentes, también regresaban.

¡Serás zorra! ¡¿Y pensaba violarte con la ayuda de mi esposa y en mitad de la calle, no es así?! -dijo señalando a la mujer que le acompañaba desde el templo- ¡Vuelve ahora mismo con mi bolsa o tendrás problemas, ratera! -terminó gritando mientras intentaba echarle el guante.

Aunque la calle se había mostrado favorable a Farmikeh.

¿Pero donde se ha metido esa fulana? Ya debería estar aquí. Tenemos que hacer algo, no se nos va a escapar el condenado orbe a ahora que está tan cerca, claro que no. Ya estoy más que harto de perder el tiempo, algo malo le ha tenido que pasar.

Maximillian se acercó a Ibrahm y discretamente le dijo

- Se acabó la espera, nos ponemos en acción. Usa tus artes para localizar el orbe, vamos a ir a ver qué le ha pasado a la elfa y según lo que veamos o nos diga, decidiremos.-

Acto seguido, el joven noble lanzó una mirada a Waldemar y le hizo un breve gesto con la cabeza: se ponían en camino en cuanto él les diera la orden.

El tiempo pasaba y la ansiedad comenzaba ya al carcomer la cabeza del brutal guerrero de ónice. Al menos pudo matar algo de tiempo reacomodando bien su equipo de guerra, para lucir así un poco más prolijo ante la mirada del noble que era su amo. Ya había terminado de hacerlo cuando el ilustre Maximilliam parecío también perder la paciencia, llamando a sus subordinados para que se aprontaran a continuar con la marcha por la ciudad.

- A sus órdenes, mi señor.

Marcus se incorporó entonces al grupo, resguardando como de costumbre las espaldas de su superior. Todo le indicaba que de una forma u otra correría sangre esa jornada. Su señor parecía decidido a redoblar esfuerzos para conseguir ese condenado orbe, mientras que de sus mercenarios Marcus sólo esperaba no tener matarlos él mismo cuando desertaran. Restaba ver que sucedería con los infelices que tenían en su poder la maldita reliquia.

No dudó, aprovechando la gente que había contemplado la escena, lanzó un grito de temor y salió corriendo tanto como sus piernas le permitieron, con la capa zarandeándose al viento, mientras gritaba, entre bocanada y bocanada.

¡Socorro! ¡Auxilio!

¿Aquí? ¿En el templo de la diosa Myrmidia? No creo que sea prudente, Excelencia. Los dioses de la luz suelen ser muy quisquillosos en sus lugares de culto...

En ese momento vieron cómo el muchacho que había ofrecido refrigerio a Marcus caía desplomado al suelo. pronto atrajo la atención de gente de la plaza.

- No nos distraigamos con la chusma de la ciudad.- dijo el noble imperial al ver caer al jovenzuelo y como la gente se arremolinaba a su alrededor.

Maximillian señaló una calle cercana y apartada e hizo un breve ademán a Waldemar para que reagrupara a sus hombres allí. Luego se la señaló a sus compañeros. El heredero del Barón Von Reinholn se dirigió al lugar, lo suficientemente alejado del condenado templo de Myrmidia como para que los vientos de la magia no se le fueran al mago de las manos y llamara la atenión.

- Inténtalo en este lugar, hay que abreviar, querido Ibrahm.-

le dijo al mago. El semblante del noble iba tornándose cada vez más serio. El Orbe estaba ahí cerca y no lo perderían. Max lo tenía claro, costara lo que costara, lo conseguirían.

Marcus intentó hacerse el distraído ante el repentino accidente de aquél pobre muchacho a quién había ayudado casi sin desearlo en absoluto. No era su problema en todo caso, a menos que alguien de entre toda la chusma se le antojara echarle la culpa de los males que parecían aquejar ahora al infeliz pequeño. Lo cierto es que el guerrero negro no podía detenerse a meditar sobre ello, su señor requería de sus servicios otra vez. Le siguió entonces de cerca y muy alerta a las posibles reacciones de la gente que iba y venía por la calle, perseguido por el recuerdo de la última vez que una turba intentara matarlo a golpes por asesinar en defensa propia a un guardia imperial.

- Mi señor, tanta muchedumbre comienza a inquietarme...

- Tranquilos todos, estaremos poco tiempo aquí.-

dijo Maximillian. Lo cierto es que él también estaba preocupado. La elfa no venía y ya hacía tiempo que esperaban. Además, aquel niño se había quedado tieso y la gente se acercaba a ver qué sucedía. El noble imperial y sus compañeros tenían que pasar todo lo desapercibido que fuera posible, no era bueno llamar la atención y las muchedumbres exaltadas no eran una buena recomendación.

-¿Y bien?-

dijo inquiriéndole al mago por el Orbe.

El aludido pidió silencio al noble, de una forma un tanto brusca, las yemas de sus dedos golpearon los labios de von Reinholn. Ni siquiera se molestó en pedir disculpas, a pesar de la mirada curiosa de los mercenarios. Se quedó mirándoles fijamente, tanto que incomodó a los mismos. Finalmente hizo una mueca y se giró hacia von Reinholn.

Seguidme -susurró, sonriente- sé dónde están.

¿Quiénes? ¿Acaso había detectado el orbe? ¿Era eso por lo que sonreía? Todos sus esfuerzos, el largo y peligroso viaje. ¿Tocaba su fin? ¿O sólo era uno más de los muchos giros del destino en esta aventura?

Inició la marcha, mirando a Klins y Marcus.

Nuestra hora ha llegado.

Por fin una buena noticia. Ya era hora.

-Abreviando caballeros, vamos allá-

dijo Maximillian. Inmediatamente, siguió al mago y a sus compañeros persiguiendo el rastro del Orbe. Hizo un breve gesto a Waldemar para que pusiera en marcha a sus mercenarios.

El objeto estaba cerca, y lo iban a conseguir costara lo que costara.

Marcus seguía siempre a su nobiliario líder a una distancia nunca mayor al medio metro, acariciando de tanto en tanto la empuñadura de su espada, alerta ante cualquier amenaza. Ya no se fiaba de nada ni de nadie a ese punto, con la excepción de su amo Maximillian y de la propia fuerza de sus enormes brazos. Al resto podían llevárselos al infierno los podridos dioses que la secta veneraba. Su misión era la de proteger al heredero von Reinholn, hasta que le arrancaran la carne de los huesos. Lo demás era secundario para el brutal hombre de armas. 

Antes de partir tenían un pequeño problema, de los cinco mercenarios contratados sólo había cuatro. Faltaba uno de los brutos, cuyo nombre no recordaban, pero sí estaba el otro bruto, el tuerto, el jefe y la mujer. Cuatro mercenarios y cuatro sectarios; Farmiekh seguía sin aparecer.

Ocho. No sabían cuántos podían ser los ladrones (al menos tres, pero podían ser más, haber estado ocultos entre la multitud igual que ellos habían ocultado los mercenarios) pero confiaban en superarles numéricamente. También contaban con los poderes del hechicero de Nurgle. También con la furia de Marcus, pero sería mejor no desatarla en la ciudad. Aunque hubiera sido una ironía, el lobo en la Ciudad del Lobo.

No podemos esperar al mercenario -dijo el hechicero lo bastante alto para que le oyeran los mercenarios, quienes se limitaron a fruncir el ceño- ni a la mujer. Debemos seguir -bajó la voz- el orbe está en esa dirección lo siento con fuerza, ha despertado. Es hora de silenciar las conciencias de estos mercenarios. Dinero o amenazas.

Al fin el hechicero se había dignado a hablar con una claridad que no había tenido durante toda aquella brutal aventura. Aunque en resumen sus palabras no dejaran de repetir la misma consigna, seguir ese condenado orbe por caminos que sólo la delirante mente del albino podía adivinar. Por suerte para Marcus las cosas eran un poco más sencillas. Sus pasos seguirían a los del noble Maximilliam, aún cuando este decidiera darle la razón a Ibrahm.

- Lord Reinholn, esos perros mercenarios ya le han arrebatado demasiado oro, y sin siquiera ensuciarse las manos. Creo que es momento de recordales quien es el amo aqui...

El negro cambiaformas nunca había confiado en las espadas a sueldo de su señor, y cada segundo su recelo parecía crecer, alimentado por la codicia de los mercenarios y su más que aparente inutilidad. Espera con ansias a que su amo tomara alguna medida severa en contra de esa panda de sinverguenzas, aunque el joven sectario se había mostrado demasiado tolerante en los últimos conflictos inherentes al grupo.

-Maldita sea Waldemar, ¿Uno de vuestros hombres ha desertado?. Es intolerable, os prometí que os cubriría de oro si esto salía bien y ya he pagado por vuestros servicios bastante dinero. Ahora es el momento de la verdad, va ha haber que usar el acero y espero que no me decepcionéis.-

le dijo con mucha seriedad Maximillian al capitán de los mercenarios. Era ya lo último que les faltaba, que uno de los tipos que habían contratado se largara de buenas a primeras dejándolos con el culo al aire ante sus oponentes. Se avecinaba combate -Max lo presentía, la elfa no había vuelto y no era buena señal- y tendrían que estar al cien por cien con el noble imperial.

-Bien hecho Ibrahm, guíanos hasta él.-

le dijo al mago. Había que actuar ya.

No ha desertado -respondió el mercenario- simplemente ha desaparecido. Estaba aquí en la plaza y ya no está. ¿No debería darte mala espina eso? Es un tipo duro, pero si le han cogido esos ladrones de reliquias vuestros...o igual sólo está por ahí.

- La excusa es el primer paso hacia el fracaso, Waldemar. Vamos.-

le dijo el noble al mercenario. No se iba a dejar mangonear por unos sinvergüenzas inmorales. Esperaba que echaran el resto si había que combatir, los iban a necesitar si querían obtener el Orbe.