Partida Rol por web

El jinete no oyó el aviso a tiempo. La elfa le disparó dos proyectiles, el primero le impactó en el estómago, causando un leve daño, gracias en parte a la cota de malla que allí le cubría, pero el segundo virote casi arrancó el hombro del jinete, quien soltó las riendas y cayó con torpeza del caballo. El hombre quedó en el suelo al tiempo que el caballo se encabritaba y empezaba a huir.

Max trató de interceptar al jinete antes de que pudiera cargar sobre la elfa pero tropezó con una rama y cayó al suelo. El jinete pilló por sorpresa a Farmikeh y la lanza alcanzó la cabeza de la elfa. Suerte tuvo que el impacto fue con el mango del ara y no con la punta, que podría haberla atravesado por completo.

La satisfacción que sentí por la muerte del primer enemigo se esfumó con rapidez cuando la lanza del segundo me lanzó por los aires. Tantas décadas de combate me dotaban de habilidad para combatir sin reflexionar, razón por la que dejo caer la ballesta y saco la espada sin pensar ni dudar un solo segundo.

El golpe me había separado de mi atacante una gran distancia. Me levanté de un salto y recorrí los metros con ágiles y pequeños botes, corriendo en zig zag. Cuando me acerco al caballo me deslizo por debajo de sus piernas y vuelvo a incorporarme, lanzando un tajo por la espalda al enemigo.

Maximillian tropezó como un novato y cayó al suelo con estrépito. Sintió al jinete pasar a su lado a toda velocidad, ignorando su presencia, y vio como atacaba a la elfa. 

Demostrando mucha más templanza y profesionalidad, Farmiekh se recuperó y, desenvainando su espada, se enzarzó en un violento combate con el enemigo. Maximillian no lo dudó ni un instante, asiendo con fuerza su lanza, se dispuso a ayudar a la elfa en la masacre.

Debían darse prisa, los demás perseguidores no tardarían en llegar.

La elfa era una gran guerrera, sí. Pero el combate que se libraba en esos bosques destacaba por su furia, el dios del asesinato contra el dios de la batalla. Los golpes se intercambiaban sin piedad y la sangre comenzaba a fluir de las heridas de los combatientes. No eran muchas las esperanzas de que aquella mañana hubiera prisioneros.

Mi ataque hirió al jinete restante pero no logré acabar con su vida. Observé como nuestro enemigo se giraba hacia mí, dispuesto a atacarme, sin tener en cuenta a mi compañero, un error que le costaría la vida cuando él atacara. Sin embargo el golpe del noble no llegó a producirse y, pese a no creerlo, recibí una gran herida.

La sangre se acumuló en mis labios y una voz en mi cabeza me aconsejó que procura esquivar al enemigo en lugar de lanzarme a por él. Sin embargo ya había probado la pasión del combate y sabía con seguridad que Khaine no premia a los cobardes. Usando toda la fuerza de mis piernas me alcé, cayendo sobre el guardia, lanzando una estocada con toda mi fuerza y mi peso contra su cuerpo, llena de la furia de Khaine. Seguramente lo que más le aterrorizó fue el grito silencioso que no llegué a lanzar pues las asesinas como yo no necesitan mostrar sus sentimientos, nuestra hoja habla por nosotras.

Maximillian intentó herir al enemigo, pero erró miserablemente. Lo cierto es que el noblecito era ducho en el arte de la negociación, pero con una tosca lanza era otro cantar. No logró impactar en su oponente, incluso atacándole por la espalda.

En aquél momento, Maximillian agradeció estar acompañado por Farmiekh, si hubiera estado solo a buen seguro sería pasto de las llamas o de las cuchilladas de cualquier enemigo.

Por su parte, la elfa consiguió que su espada mordiera la carne.

La elfa dio buena cuenta del segundo jinete. Un certero tajo en el pecho desgarró las anilla de la cota de malla y el middenhemniano cayó al suelo con un sordo sonido metálico. Max no dudó en agarrar el caballo del caído. Uno, que no los dos. El caballo del primer caído se había alejado en dirección a los refuerzos que venían a pie. 

Un caballo era mejor que nada.

Maximillian se hizo con la espada y el escudo del caído, armándose para un combate que a buen seguro no tardaría en iniciarse. Los nervios estaban a flor de piel, sentía el latido desbocado de su corazón: ahí estaba, la salvación, el caballo al alcance de la mano.

El joven noble se acercó a la montura, pero no atinó a calzar su pie en el estribo. 

Blasfemó por lo bajo, aquello no podía estar pasando.

-¡Rápido, sube al caballo y marchémonos!-

le dijo a su compañera.

El noble trató de contener el ímpetu del caballo, sin conseguirlo. Tan solo había logrado sujetar las riendas. Antes de que pudiera volver a intentarlo una flecha voló sobre su cabeza, disparada desde el grupo a pie que subía la colina. No iba a ser la última flecha de aquel día.

Malherida observo como mi enemigo cae al suelo, muerto. Mientras el humano al que acompaño trata de montar inútilmente el corcel. Alargo mi mano en dirección a la bestia, tratando de subirme con agilidad sobre su grupa, pero la pérdida de sangre hace mella en mis sentidos y me siento desfallecer durante unos instantes, tropezando y cayendo inútilmente cual Maximiliam.

Al fin, Maximillian consiguió calzar su pie en el estribo. Asiéndose en el pomo de la silla, se encaramó al corcel, se hizo con las riendas y tendió su mano a la elfa.

-¡Vamos!-

le dijo.

Tenían que escabullirse a toda velocidad, la rapidez del caballo sería el factor clave de su salvación.

El noble logró tranquilizar al caballo y montado sobre él recogió a la letal Farmiekh. Juntos no hubieran logrado escapar sobre lo que era un caballo de tiro, propio de campesinos, pero sus perseguidores iban a pie y estaban subiendo la colina, mientras que ellos ya iniciaban el descenso hacia el río. Tan solo los perros, compañeros de celda de Max, suponían una amenaza.

Contra todo pronóstico, Max y la elfa lo estaban logrando: eliminaron -más bien lo hizo Farmiekh- a los dos jinetes y se hicieron con una montura.

Su salvación: el río. Una vez allí podrían escabullirse de sus perseguidores.

Max espoleó con cuidado al caballo, conocía a los animales lo suficiente como para que la prudencia se impusiera a sus nervios. Tenían que mantener la calma y escapar. 

El joven noble escuchó los ladridos de los perros, aún persistía cierta amenaza sobre los fugados.

-¡Dispara a los perros Farmiekh!-

le dijo a la elfa mientras se concentraba en guiar al caballo.