Año del Señor de 1351, Corona de Castilla. Media mañana.
Os encontráis todos en el rebosante pueblo de Montanedo, cerca de Toledo (bueno, más o menos). Vuestra intención es llegar a aquella gran ciudad. Mucha gente entra y sale de la población, pero tal vez, lo mejor sea encontrar acompañamiento para alcanzar tal destino (dados los peligrosos últimos tiempos en los que os encontráis, tan lleno de bandidaje). A la salida del pueblo, según ya sabéis, se está formando lo que parece una caravana con carromatos y carruajes que parte hacia, precisamente, Toledo. Un tal Dionisio Prados, el cual se ha ganado la vida llevando mercancías y personas de un lugar a otro (según se cuenta en Montanedo), es el jefe de la pequeña expedición (un tipo de cabellos largos y rojizos). Cuando os acercásteis hasta allí, atraídos por su atención (como muchos otros vecinos del pueblo), comprobásteis que parecía un hombre alegre, e incluso bromista.
Estaba hablando con los viajeros, algunos escoltas y otras personas antes de partir, es decir, preparando y ultimando los detalles finales antes del viaje.
Comenzamos. No os conocéis de nada entre vosotros. Podéis comenzar con un post introductorio, tal vez para pedir sitio a Dionisio en su caravana.
Zubaida palpó que tenía todo lo que "necesitaba" bajo los ropajes mientras observaba a decenas de metros las caravanas que se formaban. Puso la palma de la mano a la altura de sus ojos, a modo de visera, para ver de qué se trataba. El ajetreo delató que aquello era una posible expedición, una caravana. Sonrió levemente bajo su máscara y se aireó la capucha antes de colocársela a conciencia. Los tiznajos negros alrededor de sus ojos la hacía peculiar y misteriosa.
— Buenas tardes, señores — saludó antes de acercarse al grupo que allí se preparaba para no llegar por sorpresa —. Excepcional día para partir, ¿verdad? — comentaba mientras caminaba hacia ellos.
La bandida estaba acostumbrada a las miradas de reojo por su aspecto, pero en el fondo, no le preocupaban lo más mínimo. Si alguien la reprendía o la intentaba dañar, simplemente, lo rajaba.
— ¿Son tan amables de hacerme saber quién se encarga de organizar esta partida? — preguntó mientras daba un par de golpecitos cariñosos a las bestias de los carruajes —. Sería de agrado contar con un hueco entre los presentes. ¿Toledo es el destino a alcanzar? Perdonen, perdonen... — dijo dando un par de pasos al frente —. Zubaida es mi nombre, una simple viajera.
Sus ojos negros se entornaron, suponiendo que una sonrisa se dibujaba bajo el cuero que tapaba su rostro.
Largo había sido caminar en esas soledades desde Miranda del Ebro, y ahora apetecía de un viajar más sosegado, en compañía. Y Toledo... Pues Toledo, vivía Dios, era una ciudad capital y de lo mejor.
Había venido atravesando por los campos con su lanza al hombro, y parecía alguien hecho a andar por los montes, con las pantorrillas duras como rocas y el caminar lobuno y cauteloso.
—Señor. —Y aquella voz hizo callar al personal medio latido, de modo que todo el mundo pensó que había pasado un ángel, pero no: era aquella voz.
Tenía una voz de esas que no se olvidan.
—¿Eres Dionisio Prados? Me han dicho que juntas una caravana para ir a Toledo. ¿Cómo es el negocio?
Los rumores hablaban de que una caravana salía hacia Toledo a las afueras del pueblo. Según me acercaba a la calle principal, habían mas ciudadanos que se reunían a la entrada del pueblo. El murmullo indicaba que se estaban preparando para la salida.
Mientras me acercaba, repasé que llevaba todo conmigo. Ataviado con mi capucha esperaba pasar en parte desapercibido entre tanta gente. Pasé entre la gente hasta situarme al principio donde debía estar Dionisio.
Buenas tardes, caballeros. Aquí es donde sale la caravana hacia Toledo?
Examinaba mi alrededor intentando reconocer quienes podrian ser mis compañeros de viaje. El poder viajar comodamente hacia que mis pies descansaran. Llevaba largo recorrido y mi calzado estaba bastante desgastado. Incluso mi ropa ya era algo vieja y necesitaba comprar una nueva. Toledo seguro me ofrecería grandes formas de ganar un dinero.
Al ver el grupo de gente que se acumulaba cerca de los carros, Ilariñe se acercó con paso rápido y vivo. Destacaba su pelo rubio y sus ojos azules, algo muy rara en esa zona. Su madre le contaba que era la herencia de su tatarabuelo, un caballero de norte que vino a luchar contra los árabes.
Holas buenas gentes. Pregunto mientras se arropaba con la radia capa parda. ¿Os dirigís todos a Toledo, la capital de la sabiduría? Soy Ilariñe Saavedra. Dijo saludando a la mujer que se cubría el rostro.
Zubaida se giró ante la pregunta de la nueva mujer. Una mujer de bien, por lo que se podía apreciar a primera vista, a pesar de que sus ropas fueran viejas como el mear. Aunque a decir verdad, sus cabellos eran lo más extraño.
— En eso está la situación. Al parecer, Dionisio es el nombre del señor que organiza la partida.
— ¿Son tan amables de hacerme saber quién se encarga de organizar esta partida? — preguntó mientras daba un par de golpecitos cariñosos a las bestias de los carruajes
Un tipo de cabellos largos y ojos pequeños la miró, sorprendiéndose de aquellos ojos tiznados en negro, y repasó con la mirada a la bandida de abajo a arriba. Después indicó con su cabeza (sin hablar) a Dionisio Prados, el tipo que estaba unos metros más allá.
Pasé entre la gente hasta situarme al principio donde debía estar Dionisio.
Buenas tardes, caballeros. Aquí es donde sale la caravana hacia Toledo?
Un tipo de aspecto enjuto y con media cabellera (sí, porque la otra media debía haberle ardido antaño, y tenía marcas de quemaduras y cicatrices por encima de la oreja y le faltaba pelo ahí) miró a Abel, observando su capucha y ropas, y asintió.
Sí, es ese hombre, el que está tan solicitado -respondió, mirando a Dionisio-.
Tenía una voz de esas que no se olvidan.
—¿Eres Dionisio Prados? Me han dicho que juntas una caravana para ir a Toledo. ¿Cómo es el negocio?
Así es -confirmó Dionisio-. Te han informado bien -observó la lanza, haciendo un gesto con el labio y un movimiento de cabeza como asintiendo-. Si te interesa ir a Toledo, bienvenido eres... -le dijo, entendiendo que podía ser un buen activo para defender la carreta de cualquier bandido-.
Zubaida, la mujer de ojos tiznados, hablaba con otra joven, de piel blanca y cabellos rizados. Ambas parecían querer adherirse a la carreta, incluida un clérigo que había por allí (el único entre el montón de gente por allí diseminada y curiosa). Ésto atrajo la atención del patrón de la caravana, y por ende, que en vez de hablar de uno a uno, alzó la voz para todos los presentes.
Quien quiera viajar hasta Toledo... -vociferó, y los vecinos callaron un instante-, ¡es bienvenido! Los caminos son nefastos, los bandidos apareces como las rata y nunca está demás... viajar en compañía. No se requerie ningún dinero, pero sí defender la caravana ante cualquier imprevisto. Quien nos acompañe deberá ir a pie, junto a los carros, pero estaremos más protegidos...
Entonces todos vísteis con más detalle la caravana: cuatro carretas con sus cuatro conductores, cuatro soldados de a pie (con lanzas, espadas y un escudo) y otros tres hombres (el de los ojos pequeños, el del cabello quemado y otro tipo, algo enjuto, que siempre estaba al lado de Dionisio, como si fura su mano derecha). También había algún que otro viajero adherido a la caravana que le interesaba marchar hacia Toledo, como vosotros.
¿Quién desea viajar? -preguntó en alto-, ¡esta caravana no esperará más!
—Gracias. Si. Deseo ir a Toledo. —Se acercó al tal Dionisio y le comentó algo en voz baja.
—¿Podríamos hablar más tarde en privado? —dijo en voz baja Roderic a Dionisio. —Es importante.
Además de todo esto, me gustaría saber qué tipo de rastro me ha llevado hasta aquí en busca del ladrón, y por qué se que viene en esta caravana. ¿Es un rastro físico, tipo huellas de botas y tal? ¿Es otro tipo de pista?
A juzgar por el aspecto de alguno de los presentes, parecía que los bandidos estaban en la caravana más que es en los caminos.
— Eso es, cuidado con los bandidos — dijo Zubaida en voz baja, a modo de broma mirando a Ilariñe mientras se acercaba a los demás para ir cogiendo sitio —. ¡Yo quiero ir a Toledo! — exclamó mientras avanzaba con la mano en alto durante unos segundos.
Podría haber sido peor. Al menos, parecía que eran un grupo numeroso que bien podría espantar a cualquier desdichado. Aunque Zubaida era precisamente del bando contrario, no le hubiera hecho gracia el caminar a solar por aquellas tierras y carreteras: una mujer sola, por muy bandido que fuese, no duraría mucho sin alguien a quien engañar o quien apoyarse. Y allí, seguro que más de un mozo le hacía de escudero.
— ¿Y cuánto camino se nos presenta hasta Toledo? Voy a llegar con los pies cocidos.
Ante el aviso del carretero, me despedí de unos pastores con los que hablaba y empecé a acercarme a dicho hombre, esquivando a la gente que por allí pululaba. Poca cosa llevaba encima, solo un pequeño petate con algunas cosas y un bastón de madera para ayudarme a andar, pero que era más una rama torcida que una labrada vara.
-"Buenos días, buen señor. Soy fray Bernat de Ciclone y debo de viajar hasta la archidiócesis de Toledo, así que me gustaría acompañaros en este dichoso viaje. Un hombre de Dios siempre hace bien allá donde esté. Espero que no les importune mi compañía." Le dije al que se hacía llamar Dionisio.
Miré al resto de personas de la comitiva, catalogándolas de arriba a abajo. Agarré fuertemente mi bastón y me puse en el medio de la caravana, en un lateral. Además de los propios de la caravana, había otras personas viajeras allí.
Perdón, llevo unos días jodido.
Me mantuve en silencio cuando Dionisio hizo la presentación. Me esperé un poco para ver quienes iban subiendo a las carretas. No buscaba que nadie me reconociera. Mejor pasar desaparecibido y camuflarme entre los presentes. La variedad de personas que se apuntaban podía hacer interesante el viaje. Me acerqué hacia una y me subí arriba mientras decía:
Si no os importa, yo subiré en esta. El camino es largo hasta Toledo y prefiero ir cómodo.
Me senté en un hueco en un lateral y me mantuve otra vez en silencio. Solo esperaba que marcháramos del lugar.
¡Yo también quiero ir a Toledo! Se unió al griterío de la mujer totalmente tapada que le había hablado. Pues realmente no se cuál es la distancia, pero no creo que sea mucha.
La joven estaba contenta con el trato. Protección contra los bandidos a cabio de ir andando. Ilariñe era realista, si los bandidos atacaban de poca ayuda iba a ser. Ella era una simple muchacha de aldea, pero trataría de no ser un estorbo.
¡Bajad de ahí! -dijo el tipo de cabellos largos a Abel, que se había subido en una de las carretas-. Ese sitio es para el carretero. Ya habéis oído a Dionisio: ¡quien quiera venir, lo hará a pie! -de esta manera hubo Abel, quien se había mantenido en segundo plano y de forma discreta, atraído la atención de los presentes al ser advertido por uno de los integrantes de la caravana.
Uno, dos, tres, cuatro... ¡y cinco! -contó Dionisio, señalando a cada uno de vosotros-. Pues tenemos por delante casi dieciocho leguas... unos cuantos días de camino, si no hay más novedades por el camino -concluyó, respondiendo a las dudas sobre la distancia hacia la ciudad-.
Y tal que así se dispusieron los cuatro soldados, más el tipo de los cabellos largos, así como el que estaba junto a Dionisio y el de la cabeza medio quemada (a la par que algún que otro adherido al mismo tiempo que vosotros). Los conductores, además, subieron a las carretas, con los productos ya cargados y atados, dispuestos para partir. El propio Dionisio iría a pie, como el resto, que no era hombre de noble sangre ni nada por el estilo, sino más bien alguien llano, campechano y común, a pesar de sus dotes de carisma. Finalmente la caravana se puso en marcha, saliendo de Montanedo. Los vecinos se quedaron viendo cómo ésta se marchaba alejándose del pueblo.
* * *
La marcha comenzó tranquila, con día soleado, y poco a poco Dionisio se os acercó uno a uno para veros mejor, comprender quiénes érais (sin preguntaros más allá del nombre) y conocer un poco mejor con quién viajaba. Una media hora después, cuando unos andábais a un lado y otros a otro de la propia caravana (hecha fila de a uno entre carro y carro), uno de los carreteros, el que ostentaba la primera posición, se estiró sobre el pescante del carro.
Salís de Montanedo.
¡Allí! -señaló, levantando el trasero de su asiento, pero sin detener la marcha-. Señalaba un árbol que estaba a un lado del camino, y estaba totalmente partido a la mitad, desde la rama más alta de su copa hasta la base del tronco, sobre la raíz. ¡Ese árbol... está maldito, jefe! -le dijo a Dionisio-. ¡Lo está! -repitió insistentemente-. Esto no es buena señal, no lo es... No tardó en recorrer en el resto de los presentes un sentimiento de mal fario por aquellos comentarios. Algunos de los cuatro soldados se pusieron nerviosos, incluso el resto de carreteros. Parece que la superstición estaba presente ahora en varios miembros de la caravana.
Estáis en pleno campo, el terreno es suave.
¿Qué ocurre, señor? -preguntó Dionisio cuando se acercó a tí-, podemos hablar unos instantes -te dijo-.
Este post es retroactivo y paralelo al juego, justo antes de que el carretero diera la voz de alarma con el árbol. Podemos charlar retroactivamente, ya que querías hablar con Dionisio.