Partida Rol por web

Antes de llegar al puente, había mucho que andar y mucho tiempo que pasar con todos aquellos nuevos intengrantes de la caravana, extraños para tí.

Antes de llegar al puente, había mucho que andar y mucho tiempo que pasar con todos aquellos nuevos intengrantes de la caravana, extraños para tí.

Antes de llegar al puente, había mucho que andar y mucho tiempo que pasar con todos aquellos nuevos intengrantes de la caravana, extraños para tí.

Zubaida se encontraba apoyada de espaldas en uno de los carrujes, mientras cruzaba los brazos como los allí presentes cuchicheaban por el árbol partido. La mujer no es que no fuera supersticiosa, si no que tanto hacerse en los caminos, pensaba que las preocupaciones y los peligros iban por otros derroteros. Por suerte, todos volvieron a la marcha, no por el bien de sus cabezas, ya que a Zubaida, eso, le importaba un rábano: solo quería llegar cuanto antes.

— Ahora el puente, por la madre que me trajo — dijo cuando uno de los hombres Dionisio dio una voz —. Ya tenemos otra liada, madre mía.

La bandida no se lo podía creer, todo estaba saliendo como una patada en el culo, lo que conllevaba más retrasos y retrasos.

— ¿Qué tiene pensado el señor? — preguntó al aire cuando veía que conversaban — ¿Cruzaremos al arroyo si no cubre la cintura?

Zubaida aprovechó ese momento para seguir observando a los que iban con él. Les había echado un ojo durante esos días, pero no paso nada, y ante la simpleza, las personas apenas se delatan. Le llamaba la atención el tal Roderic y Abel, este último por simplemente ser un bandolero. Al final, no era muy distinta a ella.

—Si yo fuera un bandido, —dijo Roderic reflexivo, —o habría hecho eso al puente para retrasarnos y saquearnos a placer o, al menos, aprovecharía la circunstancia caso de que se hubiera roto solo. Atentos, solo digo eso. Alguien mire y avise que echemos mano al arma si ocurre tal cosa.

Había muchos posibles indicios a tener en cuenta, si la suerte le acompañaba y era capaz de sumar dos mas dos. Por ejemplo, sabía cómo tenía costumbre hacer los fuegos su presa, cómo acostumbraba a poner las piedras alrededor, para evitar incendios. También cómo preparaba su jergón para pasar la noche, cuando había que hacerlo al raso. Sabía cómo le gustaba pelar las manzanas, aunque muchos podían hacer igual. Este no las comía a mordiscos, sino que las cortaba en cuatro y les quitaba el corazón con pulcritud. Otros hacían igual, pero si podía cruzar varios de estos pequeños detalles... Eran muchos. Si tenía tiempo suficiente estaba seguro de que lo podría atrapar. Pero era eso, el tiempo, lo que le estaba faltando. Había pensado mil maneras de proceder si por fin llegaban a Toledo, pero lo peor de todo era que entonces seguramente entregaría los papeles a otro, a quien le hubiera enviado. Tenía esa corazonada.

Logré calmar los ánimos entre los presentes, más no dejaron de echar miradas de extrañeza de soslayo a todo lo que se veía alrededor, como queriendo visualizar algún tipo de criatura sobrenatural que nos acechara o algo así. Andaba yo de arriba a abajo, charlando con unos y con otros, intentando conocer a cada uno de los presentes de la caravana.

Como efectivamente había supuesto desde un principio, el árbol parecía que había sido dañado por un rayo. Después de calmar los ánimos lo mejor que pude, me dediqué el resto del trayecto a hablar con todo el mundo para conocer mejor a los que iban a ser mis compañeros en este viaje. Así llegamos hasta un puente de piedra que estaba roto en su mitad, haciendo que los carros no pudieran pasar al otro lado. Una persona ágil, de un salto, podría; pero no los carros.

-"Quizás se podría vadear el río por otro lado, aunque no conozco nada de esta zona. O si no hay prisa por avanzar, se podrían colocar algunos tablones de madera para que pasen los carros. Llevaría tiempo talar un árbol y hacer dichos tablones, pero puede que al final sea lo más rápido." Le comenté a Dionisio.

Miré hacia atrás, como indicando al jefe de la caravana que había suficiente mano de obra para tal trabajo. Giré la cabeza ante las palabras de la mujer embozada y el hombre que parecía ser alguien de ley.

-"No está de más vigilar los alrededores si esto ha sido provocado, claro." Comenté a los presentes.

Pudimos descansar y más tarde proseguir el camino. Eso alivio mis pies que pedían algunas friegas. El árbol quedó en una anécdota, partido por un rayo. Mal augurio o no, encontramos un puente derribado. Eso nos obstaculizaba el camino. Bien se podía dar un rodeo andando, pero las carretas se quedarían allí.

¡Maldita sea! Quien demonios ha pensado en derruir el puente. Eso obliga a dar un rodeo importante si queremos que las carretas lleguen. Andando podemos cruzar el río. No parece muy profundo.

Miré por momentos a Dionisio para saber que cara pondría y esperar órdenes suyas. Los alrededores estaban tranquilos, aunque algo me decía que bien podría ser un trampa. Me acerqué a Dionisio y le pregunté:

¿Sabe de alguien que pudiera querer que no llegáramos a Toledo?

Me acerqué al puente para ver si podía ver rastros de explosivos. A ver si era algo reciente su derrumbe.

Conocías los hechos, manías y costumbres de aquel que perseguías, al menos algunas, pero ni tan siquiera su rostro o su nombre. En la caravana no destacaba nadie que hubiera de cuadrar con tales premisas, pues parecían dedicarse a lo suyo y poco más (que era el cuidar de la caravana y viajar con ella). Eso sí, viste que el tipo que estaba ahora en el puente con Dionisio era un tipo callado y pensativo. Era su contable llamado Fernando. No se separaba de Dionisio, y a la vez de Fernando no se separaba un zurrón bastante amplio que llevaba éste colgado en el costado.

Charlaste poco a poco con la comitiva, con sus integrantes, y sabías que aquellos eran buenos hombres que no hacía sino dedicarse a lo suyo, y poco más (que era el cuidar de la caravana y viajar con ella). Eso sí, viste que uno de tus compañeros (un allegado a la caravana como tú), estaba constantemente pendiente del resto de intengrantes. Era el tal Roderic, alguacil de profesión. Miraba y miraba... y miraba otra vez a las gentes mientras dábais paso, mientras avanzábais. Estaba claro que buscaba a alguien entre los miembros de la caravana.

El problema no es que crucemos nosotros -respondió Dionisio a Zubaida y a Abel mientras desandaba sus pasos sobre el puente-; el problema es cómo hacer que crucen las carretas: las bestias no están acostumbradas al agua, al menos las mías; y no quiero arriesgarme a que la carga se pierda, se moje o se eche a perder, ni los carros en sí.

Lo mejor sería hacer algo de lo que dicen estos señores... -añadió uno de los carreteros, con conocimiento de causa-: o talar un árbol y salvar el hueco con tablas, o vadear este sitio por otro lado-.

Atentos, solo digo eso. Alguien mire y avise que echemos mano al arma si ocurre tal cosa.

Iré a mirar los alrededores, a ver si hay indicios de emboscada en la zona... No tardaremos -dijo el mercenario de repente-. Tú y tú, venid conmigo -le ordenó a dos de los cuatro soldados que acompañaban con sus lanzas a la caravana-. Dionisio asintió y pronto desaparecieron por la maleza.

Esta madera es buena... -añadió el otro tipo, el de la cabeza quemada, que ya sabíais que era médico-. Es posible que aguanten bien los carros con tablones sacados de ellos.

No tenemos tiempo, señor, para hacer tablas... -replicó el contable de Dionisio-. La mercancía no llegará a tiempo... -sacó entonces de su zurrón, uno que tenía a un costado, un librito de hojas gruesas y lo ojeó, apuntando en él con su dedo-. Los proveedores no nos pagarán toda la carga si nos retrasamos. Tal vez vadeando el río...

Fue entonces cuando se puso a pensar Dionisio. Se quedó ensimismado unos instantes, mirando hacia atrás (el puente) y mirando hacia los árboles.

Tenéis razón, tardaremos más si hacemos tablas... -acabó diciendo-. Será mejor desviarse por la orilla y encontrar un paso, seguro que que el río se estrecha siguiendo la orilla. Esperaremos a Alejandro y los soldados: tomáos esto como un descanso -añadió el patrón-. ¡Soldados! -les dijo a los otro dos: vigilad bien la caravana -y entonces se pusieron uno a cada lado de la misma.

No tardaron mucho en regresar el mercenario y los soldados, informando de que no había indicios algunos de bandidos. Fue entonces cuando la caravana, con cierto esfuerzo, giró en redondo y comenzó a subir por la orilla del río. Ello costó, pues no había veredas transitables por allí. Los carros ahora viajaban en paralelo al gran arroyo con cierta dificultad, y por ende más lentos.

Ello os llevó algunas horas.

Viajar cerca de la orilla era sinónimo de pesadez por el terreno, y tardásteis unas cuatro horas en encontrar el camino, más las pertinentes paradas de descanso y para comer. El caso es que ahora era media tarde, y aquella gran dificultad era tremendamente mayor que la de la superstición por el árbol quemado por un rayo. El vado encontrado, donde el río casi se moría en tal tramo, era un lugar perfecto para cruzar.

Y tal que así que pronto se haría de noche. Apenas quedaban unas horas de luz.

Esta noche habrá que pernoctar por aquí, en estas elevaciones -añadió Dionisio, en general, mientras cruzábais unas estribaciones de cierta altura, aunque no mucha-. Aparte de los soldados, ¿alguien se ofrece a hacer las guardias? -no preguntaba a los carreteros, que habían conducido todo el día; no preguntaba ni a su contable ni al cocinero-médico, que estaban a lo suyo, y tampoco a Alejandro, que era su guardia personal; esa pregunta iba para vosotros-.