Partida Rol por web

Al día siguiente los Leones de Wati se reunieron en la sala común del Diente y la Cachimba para tomar el desayuno. El sueño reparador había borrado todo rastro de cansancio y un nuevo horizonte esperanzador se abría ante sus pies. ¿Qué les depararía el nuevo día? La primera respuesta la tendrían en el Gran Mausoleo.

Al llegar al templo Sebti El Cocodrilo les anunció su nuevo destino. El segundo lugar asignado a los Leones de Wati era una finca que perteneció a la familia de un hombre llamado Pentheru. Los clérigos pharasmitan explicaron algo de la historia de aquella familia. Como muchos nobles menores de Osirian, Pentheru era propietario de unas tierras de cultivo y era responsable de su administración, supervisar los campesinos que trabajaban la tierra y la distribución de grano, y asegurar que los impuestos apropiados fueron pagados a las autoridades locales y al sultán Keleshita en Sothis que gobernara Osirion en aquel momento.

Pentheru el Anciano inició la construcción de la finca pero falleció durante su construcción. Su hijo, Pentheru el Joven, heredó sus tierras y el título y terminó la casa. Durante la Plaga de la Locura de Wati, Pentheru el Joven fue víctima de ella y murió. Los sirvientes y guardias de Pentheru hicieron todo lo posible para defender la finca y la familia, pero en medio del caso y la virulencia de la plaga, la casa entera pereció.

La muchacha despertó en su cama y se sorprendió sobresaltada al ver su cuerpo desnudo. Sobre el suelo descansaba el liviano encaje de seda que solía usar para dormir, pero no tenía ni idea de cuándo lo pudo haber dejado ahí. Se levantó y estiró su cuerpo con los cortos ejercicios que le enseñaron en el templo y tras asearse, se puso su túnica y su justillo de cuero.

Curiosamente, tenía la sensación de haber soñado algo placentero durante la noche, pero era incapaz de rememorar el qué. Se adaptó los brazales y grebas con motivos de Serenrae y se aproximó para recoger su mochila. Cuando llegó hasta ella y tiró de sus asas para colocarla sobre sus hombros, algo cayó al suelo repiqueteando. Nylwa miró extrañada.

Se trataba de la varita de curación que el día anterior adquirieran en el zoco, pero... ¡¿Cómo había llegado hasta ella?! Intentó buscar una respuesta, pero como era habitual en ella, pronto se cansó del enigma. Con una sonrisa en los labios pensó: - Seguro que ha sido Fali y sus juegos de manos...- Se alegró de volver a compartir una nueva jornada con sus amigos. La paladín enana, era harina de otro costal. No entendía por qué era tan cascarrabias, pero seguro que tenía algo que ver su corta estatura...

Se agachó para recoger tan preciado objeto únicamente para contemplar como se activaba en su propias manos. Asustada la dejó caer nuevamente, como si sus manos hubieran estrechado un escorpión fantasma. 

¡¿Qué diantres sucedía?!

La recogió y la puso en un hueco de su cinto.

¡¿Quizás los dioses le habían dado esa función en su vida?! ¡¿Tal vez se habían apiadado de su ineptitud para el combate y le habían conferido ese don?!... Sonrió pues seguramente sus amigos se alegrarían de que su labor en los Leones de Wati fuera algo más útil.

Chali encontraba trampas, Filiprim lanzaba magia, Tavic era guapo y Mawi era cascarrabias... ¡¡Ahora ella podría curar!!

Recogió su guja y salió de sus aposentos. Bajó hasta la sala común del Diente y La Cachimba a toda velocidad, pero descubrió que era la primera en hacerlo. El lugar estaba vacío y el dueño, a duras penas se encargaba de realizar los preparativos para una nueva y intensa jornada de su negocio.

Esperó pacientemente a que cada uno de sus compañeros bajara. Una sonrisa radiante galardonaba su rostro. Cuando por fin todos llegaron, extrajo la varita y sin esfuerzo activó la misma. Fue una sorpresa para todos. 

Tras el desayuno se dirigieron a buscar otro lugar que explorar. Sebti les anunció que debían ir hasta la casa de un antiguo administrador de la ciudad. Uno que vivió durante el periodo de la Plaga. Los Leones irían allí, pero antes realizarían negocios en el mercado. Tendrían que pertrecharse a base de bien.

Cuando el sol aún no había asomado por el horizonte, Ibrahïm se despertó y, con una sonrisa, contempló cómo Abbas dormía plácidamente a los pies de su camastro.
Las revelaciones que había sentido la víspera estuvieron rondándole la cabeza hasta altas horas de la madrugada, y su sueño había transcurrido en un duermevela constante.
Se vistió en silencio y cogió el ornamentado tomo que llevaba siempre consigo. Pasó las hojas distraído hasta que un detalle llamó su atención: era una insignificancia, apenas un dato en una de sus fórmulas que, permutado por el valor adecuado, podía desencadenar un efecto totalmente distinto y nuevo.
Al joven se le iluminó la cara; había tenido una genial idea y rápidamente sacó tintero y pluma y se puso a escribir con excitación.

Repasó sus cálculos una y otra vez y, cuando hubo comprobado que era perfectamente viable, dio un grito de júbilo que hizo que el chivo diera un bote sobresaltado.
- ¡Eso es, Abbas! ¡Lo tenemos! - Ibrahïm abrazó a un desconcertado animal que no terminaba de comprender qué estaba pasando.

Cuando el día comenzó a romper, se dispuso a encontrarse con los demás.
Durante el desayuno, dónde compartió con los demás sus nuevos descubrimientos, parecía que la jornada se presentaba altamente prometedora, pues Nylwa también quiso mostrarles cómo había desarrollado la capacidad de utilizar con efectividad la varita que tantos quebraderos de cabeza les había dado.

Cuando los primeros rayos de sol entraron por la soleadas ventanas de las habitaciones de El Diente y la Cachimba Awib se hallaba en su habitación, arrodillada, con los ojos cerrados y ambas manos posicionadas en forma de rezo. La paladin recitaba entre susurros un salmo a Torag, el padre forjador, mientras que en el suelo reposaba un singular libro cuya cubierta parecía hecha a base de metal con el símbolo de un martillo invertido y el título "Martillo y tenazas".

La paladin agradecía con sus salmos los dones que el padre forjador le había concedido para llevar a cabo con determinación y honor la misión que había recibido como heraldo del Clan Maestroesfinge en relación a la exploracion de las antiguas ruinas de Osirion. Tras casi una hora de meditación y consagración, la enana se alzó y abrió los ojos para observar con el ceño fruncido el exterior de las cálidas calles de Wati. 

¿Cuánta maldad podría esconder aquella ciudad? ¿Cuánto saqueador y profanador habría conseguido los permisos para la exploración de las necropolis a pesar de los controles del clero de Pharasma? ¿Podría la avaricia causar un daño irreparable en los tesoros ya no en riquezas, sinó en el propio legado de Osirion?

Mientras se preguntaba todo eso la paladin fue colocándose una a una las placas de metal dorado que conformaban su armadura tras haberlas limpiado y limado con dedicación durante la noche anterior. Hoy recibirían una nueva asignación, y debía asegurarse de que todo su equipo estuviera en perfectas condiciones, algo obligatorio para cualquier enano que aprecie la manufactura de su pueblo. 

Tras finalizar todas sus tareas mañaneras, Awib bajo junto al resto de los Leones de Wati y se dirigió al templo donde recibieron la asignación de la casa de Pentheru. La heraldo del clan Maestroesfinge saludó con su habitual seriedad a sus compañeros aprovechando la ocasión para verificar que todos permanecían puros y en condiciones para la nueva expedición.

No toleraría que iniciaran una nueva expedición con uno de sus miembros en estado ebrio o superado por los desfases de la noche anterior, no en vano las letales trampas del desierto cazan antes a los incautos y los desprevenidos....

Cuando Alí se reunió con su grupo dibujó una sonrisa diferente en su faz, no era la forzada mueca que disfrazaba cualquier sentimiento a la hora de negociar o que intentaba ser agradable para todo aquel que se acercaba, era una sonrisa de felicidad o tal vez de satisfacción. Por sus ojeras se diría que no había pasado buena noche... o quizás todo lo contrario?

Una vez todos los Leones de Wati estaban de nuevo juntos, la joven Nylwa extrajo de su cinto la varita de curación y mostró a todos que la conseguía hacer funcionar sin ningún tipo de problema... El mercader arqueó una ceja y echó mano a la trincha de su cinto de donde colgaban cuatro de sus cinco dagas y (o sorpresa) teóricamente la varita. Pero... cuando!? se cruzó de brazos y frunció el ceño sin perder la sonrisa en un enfado totalmente simulado, después decidió que lo mejor era no pensarlo, después de todo sería lo mejor para todos que la bella muchacha fuese la encargada de usarla, volvió a sonreír.

Tras el desayuno se dispuso a hacer inventario con todos, había estado un poco distraído, pero ahora se sentía más sereno a la hora de valorar precios e incluso de sacar mejor rendimiento a los hallazgos. Mientras ponían en orden los tesoros recuperados y comentaban beneficios y posibles inversiones no pudo evitar mirar de reojo a la joven Nylwa... recelaba o tal vez estaba esperando algo de ella, no eran miradas cargadas de significado, tan solo miradas.

Llegado el momento el grupo se dispuso a prepararse para partir en una nueva aventura, Alí se sentía lleno de energía y con una extraña sensación de seguridad que no debería poseer con el pasado reciente que les acompañaba, pero tal y como dicen los ancianos, la experiencia es un grado y la experiencia reciente les haría ser más precavidos y eficaces.

Ravic bajó a la zona común después de un sueño reparador, y se sorprendió al descubrir que era el último en hacerlo.

Con cierto sonrojo por la vergüenza, saludó al resto. Y sin muchos comentarios, algo normal en él, observó las nuevas habilidades y conocimientos del resto. Sin duda, la exigente prueba de la tumba de Akhentepi, había hecho progresar a los integrantes de los Leones de Wati. Sin más dilación, se dirigieron a su nuevo objetivo. Era hora de enseñar lo que él también había aprendido ...

Ya en el mercado y en sus concurridos pasillos abarrotados de gente, Nylwa caminaba junto a sus compañeros con una resplandeciente sonrisa. Debían explorar la casa de Pentheru y así lo harían. Mientras paseaban vendiendo los abalorios hallados en la tumba de Akhentepi, la muchacha descubrió a Ali que le propinaba alguna mirada furtiva de vez en cuando. - ¡¡Qué raro está Fali!!- se decía a sí misma, pero nada podía empañar el manto de felicidad que parecía embargarla.

Entonces, Ravic se detuvo en el aparatoso puesto comercial de un maestro armero. En su expositor, había trabajo de una calidad encomiable. El explorador, que portaba el preciado escudo mágico a su espalda, no dudó en acorazarse para los trabajos que habían de venir. A la par que él buscaba un recio pectoral, la muchacha no pudo contenerse y se acercó, como si del canto de una sirena se tratara, hasta una preciosa coraza dorada. 

Puso su mano sobre el frío metal para notar su tacto y con mimo fue escurriendo sus dedos sobre los perfiles de aquella obra de arte. Era preciosa.

La chiquilla de ébano se movía con agilidad y con un blindaje así, podía ser de mayor utilidad en la vanguardia del grupo...

Tras conocer su nuevo destino, los Leones de Wati aprovecharon para pertrecharse mejor para la exploración. La experiencia en la Tumba de Akhentepi les había enseñado que la necrópolis contenía peligros mortales en cualquier esquina. Y una vez pertrechados como entendieron necesario se dirigieron a la casa de Pentheru siguiendo el plano semibosquejado que le habían facilitado los clérigos pharasmitas.

Muros de piedra arenisca de diez pies de alto rodeaban aquella finca, permitiendo cierta intimidad a aquellos que vivieran allí. Una casa de piedra de dos pisos era visible más allá de las paredes, junto a la pared posterior de la propiedad. En el centro del muro sur de la finca se encontraban un par de puertas de bronce deslustradas colgando parcialmente abiertas. Un par de estatuas flanqueaban la puerta. Polvorientos jeroglíficos estaban tallados en la pared a la altura de los ojos a la izquierda de la puerta.

Los jeroglíficos decían "Casa de Pentheru" en Osiriani antiguos, tal y como leyó Alí. Las estatuas representaban a dos hombres con un porte regio y ataviados con túnicas sueltas, cortas y con los tradicionales paños de cabeza de Osirion. Awib advirtió de unos pequeños jeroglíficos en las bases de las estatuas que identificaban las figuras de Pentheru el viejo y el joven Pentheru.

Las puertas de bronce estaban decrépitas y parecía que se habían roto hacía mucho tiempo....

Awib avanzaba al frente de los Leones de Wati, hoy iban a iniciar una nueva expedición a la casa de Pentheru y la paladin de Torag estaba convencida que, como ocurrió con la necropolis de Akhentepi, ese lugar no estaría falto de peligros en los que poner contra la espada y la pared a aquel inexperto grupo.

La paladin portaba ahora una nueva armadura, una dorada cota de bandas de manufactura Phamet que había adquirido en el bazar de Wati de unos comerciantes de su propio cuerpo y a los que había pedido que grabaran el sello del Clan Maestroesfinge en el pectoral metálico, símbolo de su pertenencia y orgullo.

-Este es el joven..... y ese el viejo... - dijo señalando ambas estatuas. Luego la paladin se acercó a las decrépitas puertas.

- Creo que es tu turno, mercader. Tal vez puedas echar un ojo que no haya nada extraño antes de entrar.. - sugirió directamente a Ali.

Ravic se avanzó junto al mercader, en una especie de acto reflejo del modus operandi que habían puesto en marcha en la Tumba de Akhentepi. Necesitarían tener de nuevo los ojos bien abiertos.

Tras inspeccionar las puertas de la finca y decidir que no había peligro en ellas, los Leones de Wati penetraron en la casa de Pentheru. Polvo y arena cubrían el suelo de aquel pequeño patio. Al este y al oeste permanecían dos pares de columnas, una vez brillantemente pintadas y en aquel momento blanqueadas por el sol, en las que se apoyaban arcos de piedra llevando a otra sección de la propiedad. Las puertas de bronce deslustradas colgaban abiertas en ambos arcos. Al norte, una pequeña escalinata conducía a un par de recargadas puertas en la pared sur de la casa entre otro conjunto de columnas.

Conociendo el lugar al que debían ir, el grupose puso en marcha y pronto llegaron a la residencia de Pentheru. Como siempre que la desidia o el abandono hacían acto de presencia, la arena se había adueñado del espacio, reclamando una propiedad que, a fin de cuentas, siempre le había pertenecido.

Abbas trotaba a la vera de Ibrahïm, quien se maravillaba ante la construcción que se alzaba ante él. No era más espectacular que la necrópolis de la que venían, ni mucho menos. Pero a su modo, era bello ver cómo la piedra se afanaba por soportar el paso del tiempo en su eterna resignación.

Mientras sus compañeros se aseguraban de que ningún peligro oculto les pudiera lastimar, el mago aguardó mirando bien a su alrededor.

Y de nuevo embarcados en una aventura que llevaba a los Leones de Wati a la búsqueda de tesoros olvidados en el tiempo y a el joven y estrafalario mercader en un nuevo intento de hurgar en le pasado con la intención de desvelar un linaje casi perdido y totalmente olvidado.

Tras la experiencia vivida en la tumba de Akhentepi Alí fue cauto desde el principio y mantuvo los protocolos de exploración que había asumido junto a Ravic. Sin perder la sonrisa pero atento a cada paso que daban y con la mano cerca de la empuñadura de alguna daga.

Ravic se paró en seco entrecerrando los ojos. Buscó entre los compañeros una mirada cómplice de su descubrimiento, y la obtuvo en Awib:

 - También lo has escuchado, ¿verdad? - Fue la escueta frase que le soltó a la enana phamet.

Volvió sobre sus pasos a la entrada y pareció otear las calles aledañas a la casa de Pentheru, cerrando por un momento los ojos para concentrarse:

 - Es como una lejana algarabía, ..., como si una turba de gente se encaminase hacia aquí. - Dijo abriendo de nuevo los ojos y mirando en derredor para localizar el origen de aquel lejano ruido.

La paladin asintió al comentario de Ravic.

- Sí... lo he oído, no estamos solos. Parece que una multitud se acerca hasta aquí, mal asunto. Escondamonos si podemos... - sugirió la enana.

En la quietud del silencio, unos golpes poderosos agitaron las puertas resonando por todo el patio. Los Leones de Wati pudieron escuchar la voz de una mujer chillando en osiriani antiguo:

¡¡Aguantad las puertas, no dejéis que entren en la finca!!

Los gritos de mujer le llamaron ostensiblemente la atención a Nylwa. No comprendía que sucedía, pero era como si una turba se acercara hacia ellos...

De pronto, unos gritos resonaron con fuerza. Extrañado, Ibrahïm trató de localizr el origen de aquella voz.