Partida Rol por web

Hacía siete años, el faraón Khemet III, el Príncipe Rubí, abrió formalmente las tumbas antiguas de Osirion y las necrópolis a los exploradores extranjeros. Khemet III comprendió que aquellos aventureros que viajaban grandes distancias en busca de tesoros normalmente no volvían a sus lugares de origen a vender sus hallazgos. En cambio, sí que acostumbraban a vender o intercambiar aquello que no podían conservar tan rápido como era posible en la comunidad civilizada más cercana y con una economía lo bastante fuerte para absorber la llegada de antigüedades valiosas. La política del Príncipe Rubí ha atraído no solo a los exploradores de la nación desértica de Osirion, también innumerables estudiosos, coleccionistas privados, grupos con intereses tan variopintos como la Sociedad Pathfinder, e intereses financieros de todo el mar Interior. Ha surgido una pequeña industria dedicada a atender a los exploradores, y una infraestructura más grande ha llegado para servir a los comerciantes e inversores extranjeros. Cada apertura de un lugar importante es preludio de un auge económico para la zona y para Osirion en su conjunto. Sin embargo, a diferencia de muchas de las tumbas y cementerios de Osirion, la necrópolis de Wati ha permanecido en gran parte intacta, en gran parte debido a los tabúes locales y la protección de los sacerdotes del Gran mausoleo. Pero Khemet III ha ordenado a las autoridades locales y a la iglesia de Pharasma que abrieran la necrópolis de Wati a la exploración con el propósito del descubrimiento, estudio y estímulo económico.

El sol caía en Wati. La sensación de calor extremo que dominaba toda la climatología del extenso desierto de Osirion daba paso a un relativo bienestar durante las horas nocturnas. La cercanía del río provocaba que, aun ante la ausencia del astro rey, las temperaturas no descendieran tanto como en regiones más internas del país de los faraones. Un bochorno persistente acompañaba a los habitantes de la ciudad medio-muerta, que en aquellas horas previas a la noche cerrada aprovechaban para realizar gestiones rutinarias que durante el día podría suponer un esfuerzo excesivo, y peligroso según la tarea de que se tratase.

La actividad era más frenética de lo habitual, la apertura de la necrópolis para su exploración había empujado a muchos aventureros y mercaderes a la ciudad de Wati con la esperanza de conseguir pingües beneficios, unos encontrando tesoros de valor incalculable y los otros con su compraventa.

La Aguja de Pharasma se alzaba orgullosa en la necrópolis de Wati, saludando a los dolientes que venían a sepultar a sus seres queridos en el famoso lugar de enterramiento. Hacía diecisiete siglos, mientras el sacerdote pharasmita Nefru Shepses inició el proceso de reconstrucción de la ciudad, separando la parte muerta de la ciudad de los vivos y consagrando la necrópolis, una piedra celestial cayó rasgando el cielo y se hundió en las frías aguas del río Esfinge. Nefru Shepses decretó que el evento celeste era un signo de favor de la Dama de Tumbas, y ordenó que los trabajadores recuperaran la piedra del lecho fluvial. Los canteros esculpieron el meteorito como piedra angular de un obelisco para que se erigiera en la nueva necrópolis de la ciudad como símbolo de la bendición de Pharasma para la ciudad de Wati.

Con la necrópolis abierta por real decreto, los sacerdotes del templo local de Pharasma, el Gran Mausoleo, eran los encargados de asignar los lugares aptos para la exploración de las compañías de aventureros mediante un sorteo. Registrarse no era difícil; no existían condiciones previas ni cuotas especiales o requisitos. Un sacerdote registraba el nombre del grupo y los nombres de sus miembros y les daba un objeto simbólico que deberían presentar cuando recibieran su primera asignación en la ceremonia del primer sorteo

Se hospedaba en El Diente y la Cachimba, un curioso y modesto establecimiento del distrito La Partera de Wati, la llamada ciudad medio-muerta. Llevaba varios días en aquella urbe y parecía que todo el mundo se había vuelto loco. La apertura de la necrópolis había despertado a propios y extraños unos ánimos desaforados por lo que estaba por llegar. Ciertamente, la promesa de encontrar tesoros del Antiguo Osirion era un acicate seguro para la proliferación de deseosos aventureros y de ávidos comerciantes.

La posada también parecía haberse contagiado del ambiente general y no había ninguna habitación disponible, un hecho que no era habitual según le había explicado Farhaan, el dueño del lugar. Además de él, en El Diente y la Cachimba se hospedaba un variopinto grupo de aventureros que participaría en la exploración de la necrópolis, un ipqueño de apariencia firme, seguramente un soldado, una enana pahmed bien pertrechada, un tunicado bastante raro que se hacía acompañar a todos lados por una cabra... Ahora que pensaba en la cabra, no podía evitar reírse cada vez que recordaba como casi acaba devorada por Toothy, la mascota del lugar, un cocodrilo blanco que solía campar a sus anchas por la trastienda pero que de vez en cuando se daba un paseo por el local. Normalmente no era beligerante con las personas, pero los animales ya era harina de otro costal.

Había intentado recabar información sobre el clan Lisimba pero sus esfuerzos eran infructuosos. Nadie parecía recordar un nombre perdido en la historia de la ciudad durante los tiempos de la Plaga de la Locura. Muchas fueron las familias que huyeron de Wati por aquellos tiempos, y muchos fueron los nombres que cayeron en el olvido, deliberadamente o no. Debería profundizar más en sus investigaciones, llegar a los rincones más antiguos de Wati.... Ahí radicaba la principal dificultad, la ciudad antigua de Wati era lo que ahora conformaba la necrópolis y no se podía entrar a investigar libremente. Bueno, hasta aquel momento.

A la mañana siguiente se celebraría el sorteo por el que se asignarían los lugares de exploración a los grupos de exploradores que así lo deseasen y no tenía con quien presentarse. A pesar de sus dotes de persuasión y verborrea no había podido convencer a nadie para formar su propia partida de exploración, ni siquiera integrarse en algún grupo ya organizado....pero no podía cejar en su empeño. Aquella noche era su última oportunidad de encontrar a alguien lo suficientemente alocado como para acompañarlo a la necrópolis. El Diente y la Cachimba se animaba mucho por la noche, se acercó a la barra y pidió una bebida.....

Se hospedaba en El Diente y la Cachimba, un curioso y modesto establecimiento del distrito La Partera de Wati, la llamada ciudad medio-muerta. Llevaba varios días en aquella urbe y parecía que todo el mundo se había vuelto loco. La apertura de la necrópolis había despertado a propios y extraños unos ánimos desaforados por lo que estaba por llegar. Ciertamente, la promesa de encontrar tesoros del Antiguo Osirion era un acicate seguro para la proliferación de deseosos aventureros y de ávidos comerciantes.

La posada también parecía haberse contagiado del ambiente general y no había ninguna habitación disponible, un hecho que no era habitual según le había explicado Farhaan, el dueño del lugar. Además de él, en El Diente y la Cachimba se hospedaba un variopinto grupo de aventureros que participaría en la exploración de la necrópolis, un garundi hablador y extravertido, una enana pahmed bien pertrechada, un tunicado bastante raro que se hacía acompañar a todos lados por una cabra... Ahora que pensaba en la cabra, no podía evitar reírse cada vez que recordaba como casi acabó devorada por Toothy, la mascota del lugar, un cocodrilo blanco que solía campar a sus anchas por la trastienda pero que de vez en cuando se daba un paseo por el local. Normalmente no era beligerante con las personas, pero los animales ya eran harina de otro costal.

Había intentado recabar información sobre los hechos acaecidos con su familia pero sus esfuerzos eran infructuosos. Nadie parecía recordar un hecho tan singular como la aniquilación total de una caravana comercial, ni mucho menos sobre la supervivencia milagrosa de alguno de sus integrantes. Debería profundizar más en sus investigaciones. Lo que estaba claro es que tendría que empezar a pensar en alguna fuente de financiación para sufragar los gastos de su estancia en Wati... Y la oportunidad podría estar en la exploración de la necrópolis.

A la mañana siguiente se celebraría el sorteo por el que se asignarían los lugares de exploración a los grupos de exploradores que así lo deseasen y no tenía con quien presentarse. Aquella noche era su última oportunidad de encontrar a alguien lo suficientemente alocado como para acompañarlo a la necrópolis. El Diente y la Cachimba se animaba mucho por la noche, podría ser un buen momento para conseguir compañeros...

Se hospedaba en El Diente y la Cachimba, un curioso y modesto establecimiento del distrito La Partera de Wati, la llamada ciudad medio-muerta. Llevaba varios días en aquella urbe y parecía que todo el mundo se había vuelto loco. La apertura de la necrópolis había despertado a propios y extraños unos ánimos desaforados por lo que estaba por llegar. Ciertamente, la promesa de encontrar tesoros del Antiguo Osirion era un acicate seguro para la proliferación de deseosos aventureros y de ávidos comerciantes.

La posada también parecía haberse contagiado del ambiente general y no había ninguna habitación disponible, un hecho que no era habitual según le había explicado Farhaan, el dueño del lugar. Además de ella, en El Diente y la Cachimba se hospedaba un variopinto grupo de aventureros que participaría en la exploración de la necrópolis, un garundi hablador y extravertido, un ipqueño bastante envarado, quizás un soldado, un tunicado bastante raro que se hacía acompañar a todos lados por una cabra... Ahora que pensaba en la cabra, no podía evitar sentir un escalofrío cada vez que recordaba como casi acabó devorada por Toothy, la mascota del lugar, un cocodrilo blanco que solía campar a sus anchas por la trastienda pero que de vez en cuando se daba un paseo por el local. Normalmente no era beligerante con las personas, pero los animales ya eran harina de otro costal.

Había llegado a Wati enviada por los ancianos del clan para informarse sobre la próxima apertura de la necrópolis a la exploración que había anunciado el Principe Rubí. Como guardianes de las tradiciones, los enanos phamed también sentían un profundo respeto por el descanso eterno y sus dictados en esa materia se acercaban bastante a la fe de Pharasma. Había en el clan cierta inquietud sobre como se llevaría a cabo la exploración anunciada y era su obligación velar por que el proceso se realizase con el mayor de los respetos hacia los muertos enterrados en la necrópolis de Wati. Su objetivo era intentar presevar el honor de los caidos durante la Era de la Locura.

A la mañana siguiente se celebraría el sorteo por el que se asignarían los lugares de exploración a los grupos de exploradores que así lo deseasen y no tenía con quien presentarse. Aquella noche era su última oportunidad de encontrar a alguien lo suficientemente alocado como para acompañarla a la necrópolis. El Diente y la Cachimba se animaba mucho por la noche, podría ser un buen momento para conseguir compañeros...

Se hospedaba en El Diente y la Cachimba, un curioso y modesto establecimiento del distrito La Partera de Wati, la llamada ciudad medio-muerta. Llevaba varios días en aquella urbe y parecía que todo el mundo se había vuelto loco. La apertura de la necrópolis había despertado a propios y extraños unos ánimos desaforados por lo que estaba por llegar. Ciertamente, la promesa de encontrar tesoros del Antiguo Osirion era un acicate seguro para la proliferación de deseosos aventureros y de ávidos comerciantes.

La posada también parecía haberse contagiado del ambiente general y no había ninguna habitación disponible, un hecho que no era habitual según le había explicado Farhaan, el dueño del lugar. Además de él, en El Diente y la Cachimba se hospedaba un variopinto grupo de aventureros que participaría en la exploración de la necrópolis, un garundi hablador y extravertido, una enana pahmed bien pertrechada, un regio ipqueño, seguramente un soldado... Y Toothy, la mascota del lugar, un cocodrilo blanco que solía campar a sus anchas por la trastienda pero que de vez en cuando se daba un paseo por el local. Normalmente no era beligerante con las personas, pero los animales ya eran harina de otro costal. No podía evitar un encogimiento de corazón cada vez que recordaba como Abbas casi acabó devorada por esa bestia.

Sus pasos le habían llevado a Wati, y estaba deseoso por poner a prueba las enseñanzas de su maestro…Y la oportunidad podría estar en la exploración de la necrópolis. Había intentado por todos los medios ingresar en algún grupo de exploración pero al parecer la presencia de Abbas echaba para atrás, un hombre que viajaba con una cabra parecía despertar recelos… Y lo decían los mismos que aceptaban que un cocodrilo blanco fuera mascota de un garito!! Eso era discriminación animal, como mínimo.

A la mañana siguiente se celebraría el sorteo por el que se asignarían los lugares de exploración a los grupos de exploradores que así lo deseasen y no tenía con quien presentarse. Aquella noche era su última oportunidad de encontrar a alguien lo suficientemente alocado como para acompañarlo a la necrópolis. El Diente y la Cachimba se animaba mucho por la noche, podría ser un buen momento para conseguir compañeros...

Mikhai le había hecho llamar. Hacía muchos días que no sabía del sacerdote de Sarenrae. Parecía haberse contagiado del ambiente que inundaba la ciudad de Wati, parecía que todo el mundo se había vuelto loco. La apertura de la necrópolis había despertado a propios y extraños unos ánimos desaforados por lo que estaba por llegar. Ciertamente, la promesa de encontrar tesoros del Antiguo Osirion era un acicate seguro para la proliferación de deseosos aventureros y de ávidos comerciantes.

Nilwa, querida, la necrópolis de Wati va a ser abierta. Seguramente es una noticia que ya te habrá llegado, pero pocos son los conocedores de las implicaciones que este hecho conlleva en el seno de la fe pharasmita. La Iglesia de Pharasma no ha tenido otra opción que plegarse a los deseos del faraón, pero no están nada contentos por ello. La tradición osiriana dicta que los símbolos materiales de una tumba ayudan a identificar correctamente la condición del alma del finado en el momento del Juicio de Pharasma. Una vez que el alma ha sido juzgada, las posesiones de su vida anterior no desempeñan ninguna función en la vida en el más allá que Pharasma le ha asignado. A los ojos del príncipe Rubí, los muertos de la antigua Osirion ya han sido juzgados y ya no requieren su ajuar. A los ojos de la iglesia, sin embargo, esta "licencia para discriminar tumbas" establece un precedente peligroso y pone el juicio divino de Pharasma sobre un rasero mortal.

Pero el joven Faraón, sabedor de que la Iglesia de Pharasma no se le opondrá, ha decidido fue darle a la iglesia la opción de cooperar con el Real Decreto a cambio de autoridad limitada sobre cómo las tumbas eran exploradas, o ser apartada y sin derecho a opinar sobre el asunto. Los pharasmitas aceptaron la oferta del Faraón de permitirles supervisar la apertura de las tumbas e imponer normas y directrices a los exploradores en aras de la propiedad.

En este asunto la iglesia de Sarenrae permanece neutral… al menos de cara al resto de fes. Pero hemos recibido una indicación clara y concisa proveniente del Consejo del Sol y el Cielo de Osirion. Has de participar en la exploración de la necrópolis. Sería visto como un signo divino de aprobación de los antiguos dioses hacia la apertura de los sacros lugares….

El clérigo esperó a que la joven Nilwa asimilase toda la información que le había trasmitido de aquella manera tan directa, pero el tiempo apremiaba y no podía sentarse a divagar…

Hace unos días llegó a Wati una enana phamed proveniente del clan de Maestroesfinge. Su misión es supervisar en todo lo posible que la exploración de la necrópolis se haga sin perturbar el descanso eterno de los yacientes, salvaguardando la memoria de los muertos. Seguramente ya haya formado su propio grupo de exploradores para poder participar en el sorteo que se celebrará mañana. Ve en su busca e intenta que te incluya en su grupo, se hospeda en el Diente y La Cachimba…. No te demores.

El sol ya se había ocultado completamente y la noche había caído sobre Wati, la ciudad medio-muerta. Las calles se llenaron de gente que buscaba disfrutar de las temperaturas más agradables que proporcionaba la oscuridad, los garitos nocturnos empezaron a recibir a sus clientes habituales y a los no tan habituales que en aquellos momentos ocupaban la ciudad a causa de la apertura de la necrópolis,

Al día siguiente se celebraría el gran sorteo, en el que los grupos de aventureros se repartirían los lugares designados para la exploración. Todos se frotaban las manos ante la promesa de nuevas riquezas que llenasen sus bolsillos, o ante la perspectiva de participar de un evento sin precedentes en la historia de la ciudad. Cada cual pasaba estas últimas horas como quería, unos preparaban sus equipos para las tareas que tendrían que llevar a cabo en la necrópolis, otros descansaban para estar frescos, y la gran mayoría se había lanzado a disfrutar de la noche de Wati antes de ponerse a pensar en temas más serios.

El Diente y la Cachimba no era una excepción. El pequeño establecimiento sito en el distrito de la Partera estaba abarrotado y a los lugareños se les habían unido gentes de todo tipo en busca de un trago y algo de diversión antes de los acontecimientos que estaban por venir. Por primera vez en mucho tiempo el dueño había tenido que colgar el cartel de completo y la felicidad le embargaba por ello… y de vez en cuando pagaba rondas a cuenta de la casa. El ambiente era festivo, el dinero corría a raudales y el alcohol se ingería a cantidades ingentes.

La puerta se abrió y una bella mujer hizo su entrada. La inmensa mayoría de clientes hizo caso omiso ante este hecho, pero unos pocos de los habituales se quedaron parados y empezaron a cuchichear:

¿Es ella?
No, yo la recuerdo más alta
Creo que era más gorda
¿Seguro? Su cara me es familiar…
No puede ser, no la dejan salir de su reclusión. Es un peligro…
Pues yo no me voy a quedar a comprobarlo…

Muchos pagaron sus consumiciones y salieron del local. Otros siguieron a los suyo. Pero el ambiente del Diente y la Cachimba apenas se resintió. El vozarrón del dueño se elevó por encima del griterío:

¿Otra ronda?

La joven cría, pues apenas contaba con dieciséis años, entró con su cara encandilada por todos los acontecimientos que sucedían a su alrededor. Para Nylwa, todo aquello salía de sus hasta el momento rutinaria vida y le daba la oportunidad de conocer el mundo y las costumbres que le rodeaban. Entró con la cara extasiada, con una sonrisa que le iba de oreja a oreja, pues todo aquello superaba incluso lo que Mikhai le había contado. Todo era fabuloso... ¡¡Magnífico!! Gentes cantando, riendo, bebiendo y pasándolo bien. Precioso. Mucho mejor que lo que hasta el momento había podido imaginar.

Era joven y algo bajita, pero su cuerpo proporcionado, su piel bronceada como el café y su melena castaña con tintes dorados, no hacían más que resaltar sus ojos verdes con tintes magenta. Era muy bella. Vestía un justillo de cuero con un corpiño que resaltaba unos senos que seguramente aún no estaban completamente desarrollados -era una cría al fin y al cabo- y acababa con una falda corta que dejaba ver sus largas piernas que acababan en unas botas de buena calidad de tacón. Recogía su pelo en una tensa cola de caballo y portaba una mochila demasiado grande para su frágil cuerpo. En una de sus manos, aferraba un arma de asta típica entre soldados y mercenarios: una glaive. La cual, apoyaba en el suelo como si de un desproporcionado bastón se tratara.

- ¡¡Genial!! 

Ibrahïm empezaba a desesperarse. El salón estaba lleno hasta los topes y aún no había encontrado a nadie con quién inscribirse...
- ¡Bueno, tronco! Pon un poco de tu parte... En cuanto le veían acercarse con Abbas, todos le tomaban por un chiflado y le daban la espalda.
- No sé, podrías hacer algo para caer simpático...
El chivo le respondió con un quejumbroso balido, y el joven le dio un capón entre los cuernos: - ¡Calla y rumia, rumiante!

Ibrahïm era un muchacho que aún no había alcanzado la veintena, bastante alto y con una buena complexión fruto de tantos años vagando por el desierto. Su atractivo era siempre motivo de lascivas miradas por parte de las féminas... atractivo que se veía constantemente ensombrecido por la extrema fealdad del cuadrúpedo caprino.
Vestía una túnica azabache, idónea para resistir el asfixiante calor del mar de arena. En la diestra sujetaba un bastón de recia madera; y siempre a su vera, caminaba el bueno de Abbas: casi siempre estaban discutiendo -bueno, él discutía, el chivo se limitaba a mirarle con ojos perezosos-, no obstante, a Ibrahïm le costaba imaginar una vida separado de su fiel compañero.

El muchacho se acercaba mesa por mesa por si los parroquianos iban a participar en la expedición y de ser así, si les faltaba alguien en el grupo.
De momento, sus esfuerzos eran totalmente infructuosos...

Absorto en sus pensamientos y sumergido en una jarra de licor de granada estaba Alí, un tipo común de rasgos típicos de la zona. Solo un par de detalles le diferenciaban de los nativos o autóctonos, poseía un acento y vocabulario extraños y antiguados, como si se hubiese criado en otra era. Su ropa era la correcta y tradicional, pero los motivos que la adornaban y los colores estaban pasados de moda, si no fuese por el evidente desgaste por el uso se diría que era un extranjero recién llegado que se ha acogido a las ropas típicas compradas en la tienda del mercado más turística para intentar encajar.

Tocaba su liviana barbabita de adolescente (a pesar de tener ya 23 años) y jugaba a lanzar y pasear entre sus dedos con gran habilidad una moneda de cobre, esperaba a alguien o a que sucediera alguna cosa. No era el único que parecía vencido o frustrado por la incapacidad de encontrar grupo para entrar en la Necrópolis y eso que sus dotes para vender o venderse eran dignas del mejor de los comerciantes. Aun así su capacidad para aparentar todo lo contrario a lo que parecía le permitía estar atento a todo mientras pasaba desapercibido o pasaba por un desconsolado borrachín... la realidad es que apenas había bebido del licor que reposaba en su mesa.

Todos parecían aquí haber encontrado pareja de baile excepto ese chalado pero simpático tipo y su cabra. Algún extraño individuo entraba y preguntaba para irse después con el rabo entre las piernas, todo el pescado estaba vendido... Entonces vio a esa mujercita que entró con una sonrisa de oreja a oreja y no pudo evitar que una ceja se le arqueara, menudo bombón pensó y se ajustó el cinto de donde colgaban varias dagas y un curioso estuche de herramientas en un gesto precalentamiento para entrarle... si no conseguía pertenecer a una partida al menos podría intentar pasar una buena noche.

Ravic, un muchacho recio de piel bronceada, pelo azabache y ojos negros, descansaba en un asiento, el único que estaba libre cuando entró, de la mesa a la izquierda de la entrada. Ataviado con ropas del color de la arena del desierto, que ayudarían a camuflar su presencia, estaba ataviado con una armadura ligera de cuero marrón claro, una espada corta que colgaba de su cinto, un arco corto con su aljaba que descansaba contra la pared más cercana, y un guisarme de grandes proporciones también apoyado en la pared. Aparte del pequeño arsenal por el que no pasaba desapercibido, su porte guardaba un aire militar, a pesar de su aspecto un poco desaliñado, con una barba de varios días como máximo exponente.

Ravic no tenía don de gentes, cosa que descubrieron los parroquianos de su mesa cuando intentaron preguntarle y con una mirada bastó para indicar que no tenía ganas de hablar. Estos continuaron con su particular fiesta ignorándolo por completo, cosa que para él, ya estaba bien.

Se encontraba pensativo, a pesar del bullicio que reinaba en la sala. Tenía que encontrar un grupo para poder optar por uno de las zonas de exploración, pero su exiguo don de gentes había evitado que formase uno de momento, con lo que el nerviosismo empezaba a apoderarse de él, demostrado en el hecho de que estaba pendiente de las acciones de la máxima gente posible.

De esta forma fue como se dio cuenta de una muchacha que acababa de entrar. Parecía haber desobedecido a sus padres escapándose de casa. Sin embargo, le llamó la atención el glaive que portaba. Buen gusto, pensó. Pero, parecía muy joven e inexperta, ..., aunque a veces las apariencias engañaban ....., ¿sería la mejor opción para explorar la necrópolis?

Por otro lado, un más que excéntrico personaje, ¡¡¡¡CON UNA CABRA!!!!, se paseaba por la posada, dando muestras de que no estaba muy bien de la cabeza. Muy desesperado debía de estar para formar grupo con él, ..., sin embargo, ¿no estaba precisamente en esa situación?

Por último, le llamó la atención un forastero que intentaba "integrarse" en el ambiente de la posada, como si fuese un parroquiano de toda la vida. Incluso Ravic, que llevaba tiempo fuera, se daba cuenta de que acababa de llegar.

¿Qué debía de hacer? El tiempo se le acababa y no se decidía a dar el paso de escoger para formar un grupo ....

Como si una piedra se hubiera despeñado desde uno de los montes del desierto la puerta de la taberna se abrió con cierta brusquedad y por ella atravesó la figura de estatura baja cuyos rasgos la identificaban inequívocamente como una enana phamet,nombre con el que se identificaban a los clanes enanos que habían formado sus reinos subterráneos en los áridos desiertos. Esta enana en cuestión era de tez morena y vestía una armadura de placas con varios dibujos inconfundiblemente rúnicos y de color dorado adornando las zonas que ofrecían protección al cuerpo. La figura lucía una cabellera femenina de color castaño y con varias trenzas entrelazadas con aros de metal de idéntica manufactura que la diadema que cubría la parte frontal de la cabellera. De su espalda colgaba un enorme martillo a dos manos de exótica manufactura, arma que no cualquiera seria capaz de manejar.

La enana observó con una mirada seria y unos labios que no mostraban sonrisa alguna el jorglorio montado en aquella taberna, como si examinase uno a uno a los clientes del lugar y buscase alguna cosa. Tras unos instantes se sentó en una de las pocas mesas que quedaban libres, dejando apoyada sobre la misma su enorme martillo a dos manos y estirando sus extremidades como si estuviesen entumecidas. 

Espero y observó.....

En un momento dado, una mujer entró por la puerta y prácticamente todas las miradas se centraron en ella. Una oleada de cuchicheos se levantó casi al mismo momento. Era perfectamente normal, la muchacha no estaba nada mal...
Pero Ibrahïm no estaba para beldades, necesitaba un grupo como agua de mayo y el tiempo se le echaba encima.
Recorriendo la sala con la vista divisó a un tipo sentado en una mesa. Aparentemente estaba solo; el joven se acercó con gran disimulo - esto es silbando al tiempo que se aproximaba con las manos cruzadas en la espalda-. Cuando estaba más cerca, pudo ver que junto a este hombre reposaba contra la pared una enorme arma de asta. Un soldado, tanto mejor.

Le abordó y le dijo: - Veo que estás solo. No sigas buscando, estoy dispuesto a inscribirme contigo para las próximas expediciones.
La cara del muchacho no acompañaba a la aparente suguridad de sus palabras, pues en sus gestos se adivinaba una apremiante solicitud.
Tendiéndole la mano añadió: - Soy Ibrahïm, y conozco el vasto océano de arena como la palma de mi propia mano. Créeme, podemos ser muy útiles. En ese momento, cogió en volandas al chivo para presentarlo.
- Este es Abbas.

El chivo trotaba observando todo cuanto acontecía a su alrededor. Especialmente, estaba atento por si volvía a aparecer el enorme lagarto que casi se lo zampa en un par de ocasiones.
Acompañaba divertido a su mascota humana mientras éste hacía el ridículo de mesa en mesa. Distraído, masticaba el bajo de la capa del muchacho.

Una vez más, Ibrahïm intentó entablar conversación con otro hombre. De repente, Abbas sintió como le cogían en brazos y pataleó para deshacer el abrazo.
- ¡Bee! ¡Beeeeeeeee!
Pero recordó que la última vez que quiso morder a un extraño se llevó un buen capón, por lo que desistió y se quedó cogido en brazos con las patas colgando flácidas.

Ravic tenía que decidirse, y aunque acababa de entrar una enana de los desiertos, el candidato más acorde por las apariencias parecía ser la muchacha que se llevaba todas las miradas: Mejor una mujer que nada; fue el pensamiento misógino que se materializó en su mente.

Pero cuando estaba a punto de llenarse de determinación y abordar a la muchacha, el personaje estrafalario con su genuina mascota lo abordaron: ¡Perfecto! ¿Por qué los raros y borrachos se fijan en mí?, pensó nuevamente para sus adentros. Sin embargo, no lo podía descartar, no con tan poco tiempo. Con lo que le gustase o no, tendría que unirse a él:

 - Mi nombre es Mensah Ravic Ur-atum, pero puedes llamarme Ravic. - Logró articular sin disimular mucho la cara de circunstancias. Pero sin embargo, en un alarde de ingenio fruto de la necesidad y premura, pasó a hacer un giro en la conversación para sumar a su nuevo "ccompañero" a la búsqueda de integrantes más serios - Pero si realmente queremos montar un grupo, tú, yo y ...., eso, - dijo señalando al caprino ser - no llegaremos muy lejos. ¿Has visto a alguien más con "cualidades" especiales? - Y mientras decía esto, miraba hacia la muchacha con arma de asta, para ver si su nuevo "compañero" era avispado y captaba la indirecta.

Esa hermosa criatura no podía ser tan peligrosa como las voces proclamaban, de todos era sabido el carácter supersticioso de las gentes de esta ciudad. Pero por otro lado si el río suena... Alí se levantó y se dirigió hacia la chica de ojos verdes con la curiosidad de saber que de cierto era lo que comentaban y si colaba, y no era peligrosa, pues eso, intentar matar el rato o lo que se pudiera con ella.

Mientras caminaba dirección a la chica de ojos verdes vio que el tipo de la cabra buscaba desesperadamente compañeros para entrar en la Necrópolis, que una enana se había quedado a la expectativa seguramente por lo mismo y después ese hombre que parecía nervioso por no albergar esperanza alguna de lograr encontrar su pasaporte al barrio de los muertos... Que curioso, lo fácil que resultaría formar un grupo si se lanzaran a hablar entre ellos... o con él.

En ese instante el astuto comerciante cayó en la cuenta, si no fuera por que iba lanzado a por la muchacha sería fácil montar una partida con esos individuos... es más ¿y si la muchacha buscaba lo mismo?

Hola, ¿que hace una chica como tú en un lugar como este?

Asaltó por sorpresa a la muchacha

he visto que andas sola y se rumorea que eres un peligro ¿que hay de cierto en ello? tal vez pueda ayudarte a buscar lo que necesitas.

Su acento era un tanto particular, muy marcado como para ser de un extranjero pero no era el habitual de ningún lugar que ella pudiese conocer. Su vocabulario resultaba igual de raro, correcto pero muy antiguado, demasiado culto y barriobajero a la vez. Y por supuesto sus ropas entraban en la misma concordancia que su forma de hablar.... era como si alguien hubiese rescatado a ese tipo de otra era pero no decir de otro lugar.

Con una sonrisa en la que enseñaba los dientes Alí quedó a la espera de lo que dijese la muchacha