Partida Rol por web

—¡Me rindo, no me matéis! —dijo el único mercenario que quedaba en pie.

El guerrero soltó el arco y levantó las manos.

—¡Tengo mujer e hijos! —os aseguró.

Fin del combate.

Tenéis a un mercenario vivo, otro muerto y otro exactamente a -9 que Nepthis podría estabilizar.

Jotnar se detuvo y se quedó mirando un instante al tipo.

—Vale—dijo encogiéndose de hombros. Luego miró al camello—. ¿Tú que piensas?

El animal lanzó un ronquido.

Jotnar asintió y volvió a mirar al mercenario.

—Pues bájate de eso y guarda el arma que no fuimos nosotros quienes empezamos. Oh, ¡y pídele perdón a la señorita!—señaló a Amessis que venía corriendo varios metros más atrás—. Si tratais así a todas las féminas que sólo se acercan a saludar, esa mujer tuya debe tener una paciencia de diosa.

Realmente le importaba un pepino si era verdad que la tenía o no, el caso era que no habían ido allí a masacrar mercenarios, sino a bsucar a uno. Al escuchar a Nepthis, no obsante, se giró para mirarla alzando un dedo al cielo en ademán erudito como quien remarca algo profundamente trascendental.

—¡Estrategia enana perfectamente calculada!—corrigió—. Y si tuvieras unas piernas de la misma longitud que las mías te aseguro que te acogerías a ella. Por cierto, querida, ¿puedes ver si es posible parchear un poco a ese del suelo para que no se nos muera? Creo que no le di tan fuerte.

Carraspeó devolviendo su atención al mercenario que acababa de rendirse.

—Lo que iba diciendo. Sois mercenarios de Kheper Ka-ra, ¿verdad?—preguntó retóricamente—. Resulta que hablamos con vuestro jefe porque andamos buscando a un muchacho que se alistó con vosotros, y ha sido precisamente él quien nos ha dirigido aquí. Sólo queríamos haceros un par de preguntas, ¿se puede saber por qué narices nos habéis atacado nada más vernos?

Amessis hizo un puchero cuando el mercenario tonto se rindió. Recogió la guadaña y le dio una palmadita en el hombro al zombi cuando este se movió trabajosamente hacia ella, dejando un surco en la arena con la maza que arrastraba por el suelo.

-Nepthiiiiiiiiiiiiiis -protestó arrastrando la vocal con amarga voz y los ojos llenos de lágrimas-. Me has hecho daño.

Nepthis esgrimió la varita en dirección a Amessis.

—¡Compórtate! —le dijo Nepthis en un tono de regañina maternal—, y cúrate tú solita con esa cosa que haces.

La sacerdotisa de Hathor se arrodilló junto al mercenario malherido. Las yemas de sus dedos centelleraron un momento, y después le tomó el pulso en el cuello.

—He detenido la hemorragia y lo he estabilizado —informó a Jotnar—. Tú dirás si quieres que gaste una carga de varita en devolverle la consciencia.

Aquel era sin duda el enano más raro que aquel mercenario había conocido mucho, pero se libró mucho de expresar sus pensamientos en voz alta. Obedeció a lo que le pedían: se bajó del camello, guardó su arma y se disculpó con Amessis en un tono levemente confundido.

—Teníamos órdenes —respondió el mercenario—. Llegó un mensajero anoche y enviamos al novato a entregárselo a los eruditos, en el interior de la tumba. Uno de ellos salió para informarnos de que atacáramos a cualquiera que encajara con vuestra descripción: un enano, una semiorca, una joven con la cara quemada y una anciana sacerdotisa.

—¿Cómo que anciana sacerdotisa? —se indignó Nepthis con las mejillas encendidas de la ira.

El mercenario tragó saliva.

Miró a Nepthis. No le parecía que fuera anciana. No, definitivamente no lo era. El grupo del que hablaba aquel mercenario no era el suyo. Coincidía con la descripción en un setenta y cinco por ciento, pero estaba claro que se trataba de otro grupo. Aquel error de apreciación le había costado la vida a uno de los guardias. 

- Ella no es vieja. - Respondió a la pregunta de Nepthis antes de que pudiera hacerlo el mercenario. - Es más vieja que yo eso sí, pero no tanto como para considerarla una anciana. - Reflexionó en voz alta. - El mensajero y el novato... ¿Quiénes eran? - Preguntó. 

—Con que no se muera es suficiente—respondió Jotnar a Nepthis. Que cuidaran sus compañeros a aquel tipo, ellos no eran hermanitas de la caridad y ya bastante habían hecho en cuanto a buena fe para con unos tipos que les habían saludado a flechazos—. Por lo pronto estoy rifando una patada en las pelotas solo que aún no he decidido a quién.

Si a Kheper Ka-ra o al erudito. Quizá a ambos.

Ya sabía quién iba a ser el novato así que aprovechó para añadir otra pregunta e ir descartando cosas.

—¿De quién era el mensaje?—dijo—. Es decir, para saber que no era para vosotros y era para los de dentro tendríais que haberlo leído. Y ya que estamos... ¿sabéis qué están haciendo allá adentro? Este sitio tiene poco de turístico.

Había cosas susceptibles de tener bastante mala uva en su interior, de hecho. Y suponía que el mercenario no tendría ni idea de tecnicismos pero se negaba a tragarse que no tuvieran ni pajolera idea de que había una momia homicida custodia-dioses en el interior como para enviar a un novato y quedarse tan tranquilos. O los eruditos tenían mucha cara, o aquellos tipos eran tontos.

Amessis se recompuso la armadura mientras los demás hablaban y convocó sus energías oscuras para cerrar las heridas. Todavía tenía el mismo puchero que le habían dirigido antes a la sacerdotisa, enfurruñada. Todos recurrían a ella para aliviar sus dolencias y la sanadora, a su manera, las aliviaba. ¿Quién aliviaba las dolencias de la nigromante? Pues ella misma, con sus propios recursos. Nepthis había estabilizado al tonto que le había disparado una flecha a Amessis; a él si que lo curaba, pero a Amessis no le hacía ni caso. 

-¿Y por qué nos atacan? Si no nos conocen de nada, ¿cómo saben nuestra descripción? -preguntó, como siempre, lo evidente.

—No sé quien era el mensajero. Desde luego no era nadie de la Compañía. Tengo buena memoria para las caras —respondió el guerrero llevándose el dedo índice a la sien—, en cuanto al novato era un chico que alistamos en Gheldaneth. Horputh... Herputh... algo así.

No se le daban tan bien los nombres como las caras, aparentemente. El mercenario tragó saliva cuando habló de la rifa de una patada en las pelotas y siguió hablando para no ser él el beneficiario.

—No sé quién enviaba la carta. El mensajero preguntó por Khalogo, que es el líder de los eruditos, de modo que sabíamos que no era para ninguno de nosotros —aclaró—. No sé qué harán allí dentro. Cosas de escolares, supongo. Desenterrar vasijas y asombrarse de descubrir un tenedor doblado que perteneció a quien le cortaba las uñas al Rey-Dios. A nosotros nos pagan por quedarnos vigilando la entrada y eso hacemos, pero como el mensajero no tenía cojones de entrar en el templo por la noche mandamos a Hor-como se llame para que entregara la carta.

»No lo hemos vuelto a ver desde anoche. Amotu... —dijo señalando con la barbilla al muerto—, pensaba que se habría quedado follándose a una de las eruditas. Decía que le miraba con ganas de la ensartara con su lanza. Yo... creo que le miraba con un hambre que nada tenía que ver con eso. Pero el caso es que Khalogo no nos dio ninguna explicación, solo una orden: matar a cualquiera que encajara con vuestra descripción.

Se encogió de hombros en dirección a Amessis.

—Pues por el contenido de la carta, supongo. Es obvio, ¿no?

—Horpet—corrigió Jotnar, solícito.

En verdad el mensajero le parecía el único con sentido de conservación en el relato. Ya podían irse los malditos eruditos a maravillarse de la historia y de sus dioses a otros sitios menos mortales. Entre aquello y el muchacho tratando de acertar con la lanza en el agujero correcto, menudo don de la oportunidad tenían todos.

Luego, claro, pasaba lo que pasaba: Se te enfadaban las momias por un lado, le sacabas un ojo a alguien por el otro...

—¿Y cómo entró el novato? La puerta está cerrada—dijo mirándo la entrada un instante—. ¿Hay que hacer un bailecito absurdo? ¿Pronunciar unas palabras mágicas? ¿Tener alguna llave misteriosa de esas que suelen tener todas las puertas de sitios misteriosos?

—¡Ese era el nombre! Un segundo, ¿cómo lo sabes? —inquirió el guardia—. Pues para entrar hay que... ¿llamar a la puerta?

Se encogió de hombros. No quería pasarse de listo y ganarse una patada en las pelotas. 

—Hasta anoche siempre la dejaban abierta, así que Horpet, simplemente, pasó. La atrancaron anoche, después de recibir la carta. Supongo que porque sabían que vendríais. 

Al mercenario le entraron ganas de preguntar también quiénes erais y qué diantres estaba pasando, pero sabía que no era él quien hacía las preguntas así que cerró la boca de golpe.

- Hay otras posibilidades... - Susurró Lurzca al oído de Amessis.

Se había acercado lentamente a la nigromnate de la Barba Insondable sin dejar de mirar fijamente al guarida al que estaban interrogando. De esa manera quizás no se fijara en ella y tampoco le oyera.

- A nuestra llegada me fijé en que por los laterales podíamos acceder... - Añadió.

Aquella información no resultaría de demasiada utilidad. Todos sabía aquello, pues no eran ciegos. No obstante, seguía siendo una posibilidad para acceder al interior de la pirámide sin ser detectados, la menos en principio. Sin embargo, había un problema. Ahora los guardias les habían visto y sabían que están a allí. En cuanto le dejaran, darían la alarma. 

- Podemos atarles o algo... - Le comentó a Amessis refiriéndose a los guardias supervivientes.

-Pues llamad a la puerta -sugirió Amessis-. ¿No? Así la abrirán.

Luego se puso de puntillas para llegar hasta la oreja de Lurzca.

-Sino abren la puerta, supongo que podremos probar por los laterales.

Se acercó al enano y le tiró de la pernera para llamar su atención. Bajó la voz para que solo él pudiera escucharle.

-Jotnar, si no nos dejan entrar por la puerta, Lurzca dice que podemos probar a entrar por los laterales.

—Porque soy su amigo del alma y he venido a ver cómo le va. Y de paso a traerle algunas hojas de té para el almuerzo—Jotnar se encogió de hombros—. O igual soy adivino. ¿Te imaginas?

Se agarró a una de las jorobas del camello para poder inclinarse a escuchar a Amessis.

—Ya lo suponía, qué remedio—resopló—. Se me hace raro que haya un río dentro de la pirámide, a menos que haya erosionado un gujero enorme en alguna de las paredes interiores. Y la otra casi que parece la salida de deshechos de sacrifícios truculentos y momias defectuosas.

Era difícil no haberse fijado en los dos boquetes a los laterales de la pirámide a menos que se hubiesen acercado con los ojos cerrados, pero la verdad era que habría preferido entrar por la puerta como cualquier persona normal, ¿por qué siempre a los aventureros les tocaba entrar a los lugares por el sitio más raro? Estúpidas leyes no escritas.

—En fin, parece que alguien nos ha confundido con recaudadores de impuestos—comentó a las mujeres—. ¿Alguna preferencia en especial, chicas? ¿El pasaje lleno de humedad y demás maravillas para el reuma o el basurero de huesos que seguramente esté lleno de bichos y huela a trasero de dromedario? Personalmente prefiero lo primero; mi nariz se ofende con facilidad.

- Si, estoy de acuerdo contigo Jotnar. - Le respondió. - Prefiero el agua clara que los fluidos putrefactos, aunque también es verdad que muchas veces, para la gente como nosotros, el camino que parece más fácil acaba siendo el más peligroso. - Se encogió de hombros. - Pero no podemos basarnos en una mera corazonada para decidir. Vayamos por el río.

Miró entonces a los mercenarios. No podían dejarlos allí sin más. Estaba claro que no les querían allí dentro y si les dejaban en libertad darían la alarma al instante y todo se complicaría mucho más. 

- ¿Qué hacemos con ellos? - Señaló con la cabeza. - ¿Los atamos?

Lurzca pidió a Amessis la cuerda que la nigromante llevaba a todas partes a saber los Reyes-Dioses por qué depravado motivo. Con habilidad, ató al mercenario consciente y a su compañero inconsciente a la palmera más cercana. Dónde había aprendido a atar hombres con aquella habilidad era algo que Lurzca no había comentado nunca.

La compañía de la Barba Insondable decidió que la ruta del arroyo era mucho más halagüeña que la cueva recubierta de huesos. Tras salvar el abrupto desnivel natural valiéndose de manos y pies, entraron a una gruta natural, fresca como... bueno, como una cueva a la sombra y con agua. Un paraíso en el desierto, vamos.

Pero claro, un lugar tan placentero no iba a estar deshabitado. Un trío de escorpiones gigantes, tan grandes como ovejas, brotaron de entre las arenas para atacaros.

Lurzca ha elegido 20 en su tirada para atar a los dos Mercenarios de Kheper Ka-ra a un palmera, por ejemplo (total: 23). Paty, tacha la cuerda de tu equipo, por si la recuperas más adelante.

¡Tirad iniciativas!

(23) Lurzca: 40/55

(17) Amessis: 29/29

(9) Nepthis: 34/34

(3) Escorpión Gigante F5: ileso

(3) Escorpión Gigante F6: ileso

(3) Escorpión Gigante G7: ileso

(X) Jotnar: 56/56

-Jolín, ¿es que nadie nos va a dejar entrar en la maldita tumba? -protestó Amessis mientras se ponía en guardia.

Y se pegaba a Nepthis, no quería que esas cosas le aguijonearan, ya había tenido suficiente con los virotes.

- No me gustan nada esos bichos. - Dijo Lurzca con una tranquilidad inusitada para la situación. - Tened cuidado con el aguijón. Puede ser venenoso.

Odiaba tener razón. Quizás había sido una corazonada, quizás la voz de la experiencia, pero tenía claro una cosa, ese río no era lo que parecía y he ahí la sorpresa que esperaba hallar. Tres putos escorpiones gigantes.

—Es una cláusula estándar, querida—comentó Jotnar como quien habla del tiempo al oir a Amessis—. Siempre tiene que haber algo feo, enfadado y con ganas de pagar su mal humor con lo primero que se cruce por su camino en las tumbas, cuevas, ruinas, mazmorras y demás lugares susceptibles de ser explorados por aventureros.

Esgrimió el hacha. Por una vez estaría bien encontrar gatitos abrazables y cachorritos adorables pero siempre tenían que ser escorpiones, zombis, gusanos, gnolls, arañas y demás alimañas asquerosas.

¡Y gigantes! Además de asquerosas, algunas para colmo también tenían la desfachatez de ser gigantes.

Jotnar está en B8