Partida Rol por web

VIGÉSIMO NOVENO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 2, DÍA DE LA LUNA.

HORA: MEDIODÍA. - CLIMA: CIELO DESPEJADO. TEMPERATURA FRESCA.

Se volvió a Ponzoña.

──Órdenes, señor... ──Y añadió algo en voz bien baja, sin duda una recomendación.

Esto se lo comentó en plan discreto: ──si me permite, le sugiero que dos o tres de nuestros exploradores tomen a un guía nativo y comiencen de inmediato un reconocimiento de los alrededores, señor.

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DÍA: 2, DÍA DE LA LUNA.

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- Se acabó el descanso- pensó Desastre quien se acercó a la zona seca y dejó su mochila y sus armas y escudo, a fin de proceder a descargar los carros como se había indicado. Bien era cierto que sus obligaciones podían cambiar en cualquier momento, pero, al menos, cuando le ordenaran hacer cualquier otra cosa, que le pillaran trabajando.

Más que nada porque tampoco es que tuviera mucha gracia estar mano sobre mano esperando algún insulto o alguna estupidez de alguno de sus compañeros, que una cosa era tener buena fé, y ser leal, y otra tener que aguantar más tonterías de las imprescindibles. Y no es que esto se vaya a preparar solo. Así que... primero descargar, y luego, salvo que me indiquen otra cosa, seguir con lo del agua.

Con lo que, tras estos pensamientos, bastante contento pensando que era un buen lugar donde entrenar y, con un poco de suerte, recuperar pronto el lugar que le correspondía, se acercó a los carros y empezó a cumplir con las órdenes genéricas dadas por el cabo Barril, descargando las cosas y, en cuanto a los víveres y la utilería de cocinas, colocándolos en donde Frontera fuera señalando.

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DÍA: 2, DÍA DE LA LUNA.

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Poco a poco, los mercenarios de la Duodécima fueron entrando al que sería su nuevo campamento. Los soldados depositaban en el suelo de tierra prensada sus petates con las pocas pertenencias que habían acarreado desde Verdín, mientras lanzaban miradas curiosas a todo cuánto les rodeaba: las endebles atalayas, el foso en plena construcción, los sencillos y austeros edificios... Tal vez la granja de Verdín no tuviera estructuras defensivas en su perímetro, pero ciertamente sus construcciones parecían más sólidas.

Keropis ayudó a Campaña a estacionar la carretilla junto a la edificación más amplia, la que parecía destinada a ser el futuro almacén del campamento. En verdad, el gargantuesco oscuro no necesitaba ayuda alguna para mover el pequeño armatoste, pero los dos soldados llevaban ya muchas horas relevándose en la tarea de tirar de la carreta y el gigante acorazado parecía haberse habituado al silente apoyo del eremita. Una vez aparcada la carretilla, Keropis paseó la mirada por las inmediaciones y comentó para sí:

—Queda mucho trrrabajo porrr hacerrr... 

En ese instante, la rotunda voz del cabo Barril despuntó por encima del rumor general. Órdenes, el combustible que aviva la llama de la vida de todo soldado. Salvo que seas Rastrojo, por supuesto... Los dos infantes se miraron un momento y asintieron levemente antes de partir hacia la zona seca.

—Puedo encarrrgarrrme de losss barrriles de agua, sssyd... —murmuró el ermitaño al pasar cerca del líder de la infantería.

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Antes de que empezaran a desbordarles con órdenes por todas partes. Sabandija aprovechó para acercarse a Rastrojo. No había tenido tiempo de darle las moras.

- Ejem...Chamán Rastrojo, he encontrado estas moras en el bosque. Son para ti.- Se ahorró que le habían ordenado ir a buscarlas por si así el chamán se sentía halagado porque Sabandija se hubiera tomado la molestia.  Estaba bien orgulloso de su trabajo, pues otros no habían conseguido encontrar el dulce fruto que tanto anhelaba Rastrojo.

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A Rastrojo le había deslumbrado el flamante estilo de vida de los carnonegrenses. ¿Carnonegreños? ¿Carnonegrinos? Como sea. El gentilicio era lo de menos, lo importante eran los cráneos de carneros en las puertas. Rastrojo quería uno. Lo pondría en la entrada de su tienda para distinguirla de las de los demás, de modo que pudiera demostrar su nuevo estatus como segundo mago. Pero tenía que ir poco a poco, ya que lo que quedaba del día iba a ser muy ajetreado con todo el lío de montar el campamento. Ya era mucho trabajar para un solo día.

Cuando vio a Sabandija acercarse, intentó escabullirse. No lo logró.

Ah... Sabandija... ¡Cuánto tiempo! Desde que estamos en pelotones distintos ya no nos vemos nada.

Miró las moras. Habría esperado que las encontrara otra persona más competente que Sabandija, pero así estaba bien. Lo que no le convencía era el color. ¿Y si eran frutos venenosos?

¿Las has probado?-inquirió, de manera tan agresiva que era Rastrojo y no Matagatos el que se merecía el nuevo título de Interrogador.

Más allá de lo incómodo que pudiera hacer sentir a Sabandija, estaba dispuesto a hacer que el hostigador probara las moras (otra vez) para descartar que fueran tóxicas o laxantes. Sobre todo laxantes. Nadie quiere curar sus heridas si el precio es cagarse por la pata abajo.

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En un segundo vistazo, Campaña se sintió algo más satisfecho con el trabajo realizado. Puede que sólo tuvieran cañas y barro para construir su campamento, pero se habían esforzado para hacer el mejor trabajo posible con lo que tenían. Las losas con su abundante colchón de cañas se mantendrían secas, a no ser que cayera un auténtico diluvio.

Estiró los músculos de la espalda tras dejar caer su petate junto a los otros petates. Ya resonaban las órdenes. Por fin a trabajar, a hacer algo útil con las manos.

Gruñó mientras tiraba del pesado barril de agua y se lo echaba al hombro. Por delante ya iba Keropis, dos piernillas bajo un panzudo barril, que pese a lo que se balanceaba, avanzaba a buen paso. Era sorprendente la fuerza que tenía el eremita. La aguada, un trabajo muy pesado, se aliviaría gracias al estupendo pozo. Se le alegraba el ánimo sólo con ver los dos cubos todos mojados que habían sido utilizados recientemente.

No podía quitarse la idea de la cerveza, sin embargo. Una vez que la simple posibilidad de sentarse en una mesa de verdad se le había ocurrido. Se veía a sí mismo, agarrando el asa de la enorme jarra, con la espuma derramándose por los bordes. Inclinarla hacia sí, notando la espumita en el labio, y el instante de espera hasta sentir el fresco del líquido que por fin remojaba la lengua, llenando la boca.

De pronto vio que casi estaba encima de Rastrojo y Sabandija, que al parecer hablaban entre ellos. Un poco más y les hubiera empujado con su corpachón cargado.

¡¿Uh?! Cuidado, Campaña pasa

Un pisotón del oscuro no era ninguna broma.

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Junto con el resto de la compañía, ya dentro del recinto del Campamento, pudo oír las palabras del Inquisidor... y reparar en la presencia del "agregado" Aprendiz Oscuro... Era como un jodido tarzanillo... Ni idea de por qué seguía pegado al culo de la Compañía, de modo que, en cuanto pudo, se acercó al Cabo Barril para comentárselo...

-Cabo Barril.... Ese tipo... ¿se supone que también se quedará en nuestro campamento? No me gusta. Es ... extraño.

... Aunque, visto de otro modo, toda la gente de estas tierras le parecían extrañas. En otro orden de cosas... el lugar no era malo... Vale que el foso, tal cual estaba, plantease serias dudas sobre su utilidad... al menos, necesitarían un parapeto por el lado interior, además de otros refinamientos. Además, sabía bastante de los poblados de las gentes de la sabana, de su gente, como para hacer alguna sugerencia...

-Si me lo permite, no le diré nada que no creo que ya no sepa, pero convendría levantar un parapeto en la parte interior, para que nos protegiese llegado el caso; la tierra que se ha sacado para hacer el foso, debería amontonarse apisonada haciendo ese parapeto; además... parece que cañas no faltan... habría que clavar algunas de ellas en el suelo del foso, apuntando hacia el exterior la punta afilada. Y en cuanto a los ladrillos... casi todos nuestras tribus construyen chozas con paredes de barro, caña y paja; tierra tenemos, agua también... de lo otro también abunda. Se podrían levantar algunas chozas, o al menos intentarlo, hasta que tengamos mejores materiales.

Tanta locuacidad en el habitualmente callado Cielo, le extrañaba hasta a él mismo, de modo que, sin lograr desentrañar lo que la mirada del Obeso Oscuro, decidió que no tenía sentido tentar su paciencia, y se fue a cumplir las órdenes dadas. Ya habría tiempo para rondas de sugerencias...

-A sus órdenes, me voy a ayudar descargar los carros...

Y se fue, con el resto, a cumplir las tareas ordenadas. El Campamento sería un hormiguero de actividad en apenas unos instantes....

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Al fin llegaron al poblado y al parecer los aldeanos habían comenzado ya el trabajo en el campamento que les acogería.  Sin duda aquel era un buen comienzo en aquel poblado, el recibimiento parecía ser mucho mejor de lo que cabía esperar y los aldeanos o al menos las autoridades del lugar parecían estar conformes con su presencia.

La compañía atravesó el puente que les llevaba al cuadrante que delimitaban su nuevo y provisional hogar.  El lugar contaba con un perímetro delimitado por un foso, un pozo con agua y alguna incipiente estructura que serviría de establos y torres de vigilancia, desde luego quedaba trabajo por hacer pero era un buen comienzo.

El cabo repartió las órdenes apenas habían llegado, aquello debía ser un campamento completo antes de que cayera el sol así que había que ponerse a trabajar.

Keropis y Campaña se pusieron con los barriles inmediatamente por lo que era momento de que el resto se moviera.

Derviche, Preocupado primera guardia, Lagrimita y yo mismo os relevaremos para el siguiente turno.

Era mejor así, Preocupado había recibido heridas serias y los otros tres tenían lesiones por las que era mejor evitar el trabajo más pesado.

El resto ya habéis oído vamos por la tienda de mando y carros.

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Siempre habían estado en pelotones diferentes, pero Sabandija entendía lo que el chamán quería decir. Era normal que en un puesto semejante no tuviera tiempo para algo tan insignificante como él. Se sentía afortunado, al menos, de haber compartido tienda de campaña con Rastrojo. Quizá se le hubiera pegado algo de su congraciamiento con los espíritus.

Ante la inquisidora pregunta del Segundo Mago Sabandija casi se puso a temblar.-

- Yo...no...no las he probado...- Mintió. Precisamente había probado un par de las bayas para confirmar que no se había equivocado de planta.- Pe-pero puedo hacerlo ahora mismo. - Se metió una en la boca y la masticó.- Eftán muy dulfes.- Se apresuró a decir con la boca tintada por el intenso color de su jugo. Se relamió los labios de forma que los mismos adquirieron un rojo intenso, casi como los de Elefanta cuando se preparaba para recibirlo en su cama.

En aquel momento la potente voz de Campaña le hizo dar un respingo. ¡Casi los atropellaba como si fuera una estampida de ñúes! Después del Dios Del Dolor, del espíritu maligno de su Hermano, del Cabo Tonel "Rompe-espaldas", puede que Campaña ocupara el siguiente puesto en su lista de personas más temidas. ¿Había intentado arrollarlos? Desde que se acostara con Sierra siempre había temido la reacción del acorazado infante. Pero una cosa era él y otra tener aquella falta de consideración con el Segundo Mago. Sabandija miró implorante a Rastrojo. Quizá pudiera convertirlo en rana por su osadía. Sabandija cazaba ranas y sus ancas estaban muy ricas a la parrilla.

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Mientras esperaba órdenes específicas para los Hostigadores, Chamán Rojo fue a dejar sus pertenencias a la zona designada. Puede que los lugareños pudieran haber hecho un mejor trabajo con el campamento, pero por una vez era agradable que otros realizaran el trabajo. Eso les daba tiempo para hacer otras cosas.

Miró pasar a Frontera hacia lo que parecían iban a ser las cocinas y le lanzó una mirada de complicidad.

Como apenas sabían detalles sobre su nueva misión, tampoco podía saber cuánto tiempo iban a quedarse en aquel lugar que sería su hogar. Por allí vio a Desastre y se acercó a preguntarle.

- ¿Cómo estás?- Chamán Rojo estaba algo herido de la batalla, pero no podía quejarse después del castigo que había recibido el ahora recluta.

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Rastrojo dio un salto hacia atrás para que Campaña no le pasara por encima. Siguió hablando como si el hecho de que Campaña atropellase a la gente fuera un evento natural tan cotidiano en la Compañía como la misma lluvia. Que se lo digan a Escarabajo.

Bien, Sabandija. Mastica... Mastica. Mastica un poco más... Traga.

Observó a Sabandija, por si se caía redondo o empezaba a echar espuma por la boca. Parecía que no eran frutos venenosos. Se guardó las moras en el saquito del cinto con otros ingredientes mágicos como el peyote. No había motivos para abandonar la habitual y sincera camaradería con Sabandija para ponerse a trabajar. Por eso se acercó más y empezó a cotillear como una vieja metomentodo.

¿Has visto a Khadesa?-susurró a Sabandija, señalando disimuladamente con el mentón-. No te gires... ¡No te gires! Oh, qué bonito... Mírala ahí sentada, tomando el sol, mientras los demás trabajamos como unos seguidores de campamento. Pero qué morro tiene. ¡Cuánto morro!

Y mientras cotorreaba, no trabajaba.

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Guepardo observó a los lados, las humildes pero acogedoras casitas de los pueblerinos que les miraban con sus rostros enjutos y pálidos.

No es que estén bien alimentados, pensó el joven ante la ironía que resultaba ver cultivos decentes y abundante ganado rollizo. Debían ser animales que se ven, se cuidan y no se consumen. Al menos por aquellos humildes campesinos.

También encontró enjuto al inquisidor, pero no por mal alimentado pues lucía sano. Su edad y complexión parecían indicar que era un hombre frugal y que su principal alimento era más espiritual que material. Aderezado con crueldad y oscuridad de corazón, eso sin duda. Pareció estricto cumplidor de lo acordado. O al menos en lo que a él tocaba, ya que el pago solo estaba a medias y las chozas que les prepararon distaban de los asentamientos mínimos que esperaban. Pero eso era del ámbito del noble que les contrató.

Cuando le fue entregado el anillo a Matagatos cierta crispación se revolvió en el interior del hostigador. Como si aquel anillo pudiera quemar primero y ennegrecer el alma de Capitán después. Le pareció muy juicioso que su comandante lo guardara sin ponérselo y que posteriormente los que poseían poderes mágicos lo estudiasen. No fuera ser un regalo envenenado. Por ahora todo lo que había venido de los sirvientes del Dios de la Oscuridad era sufrimiento y muerte.

Entrando en la zona reservada y viendo de cerca las cabañas de cañas y esparto que les habían fabricado no pudo por menos que pensar que la granja destartalada de Verdín era un palacio en comparación a aquello.

Las chozas más humildes y pobres de la aldea Jaguar eran mucho mejor que estos chamizos, tuvo que reconocer el explorador. Cuando Cielo comentó de reforzarlas con el barro de la tierra excavada y paja le pareció buena idea. Siempre que la tierra fuera arcillosa. Con aquella argamasa podrían hacer adobe y recubrir las pobres cabañas aportando abrigo e impermeabilidad.

- Buena idea, Cielo - reconoció. Aunque para semejante tarea hacía falta gente con ciertos conocimientos para una apta fabricación del amasijo. Si no en la Compañía, sin duda que entre los habitantes de Carnonegro alguno habría.

El jaguar caminó por el perímetro de lo excavado para observar el tipo de tierra que era y la solidez del terreno, no fuera que con las lluvias aquella plataforma sobre la que se asentaban se corriera a un lado y se fuera abajo, y finalmente se acercó al pozo, extrayendo algo de agua y probándola levemente para confirmar que era potable.

Finalmente, ante el estacionamiento de los carros cerca del centro del enclave, se dedicó a bajar bultos y bártulos. Cuanto antes montaran toda la estructura del campamento, mejor. Para eso no necesitaban órdenes.

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Capitán se despidió del Inquisidor con gesto serio, antes de empezar a repasar el lugar... Quedaba mucho trabajo por delante, muchas cosas por hacer, y no tenía del todo claro cuanto tiempo tendrían. 

-¡Órdenes adicionales! Hasta nuevo aviso, se mantienen las directrices de Verdín. Nadie habla con los aldeanos, de momento acondicionaremos esto y nos centraremos en nuestros asuntos. 

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Me giro hacia Palomita y luego hacia los otros reclutas. Escuchad, tienen por allí montado digo, señalando en esa dirección, un proyecto de letrinas, pero ni mucho menos es adecuado para la compañía. Antes de que nadie acuda a usarlas, creo que lo mejor sería que se agrandasen y adecuasen mejor a lo que se necesita. Y dado que ese solía ser trabajo de los Campamenteros pero estos ya no existen, lo más adecuado sería que trabajáramos en ellas antes de hacer ninguna otra cosa.

Yo voy a dejar mi equipo cómo ha dicho el cabo y luego voy a ponerme a trabajar en ello, os agradecería que me acompañarais. A menos que nuestra jefa quiera ordenar otra cosa. Quizá nadie más lo note, pero trabajar en ello me alejará notablemente del área de control del Inquisidor. Eso y las miradas que algunas veces le dedico podrían indicar a alguien atento que no me gusta precisamente ese tipo.

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Las órdenes están claras, así que me pongo en marcha. Sé que yo también soy uno de los guerreros fuertes de la compañía, aunque ni por asomo tanto como Campaña o Barril. Pero eso no quita para que sea capaz de cargar buenas cantidades de peso yo solo.

Dejo mi equipo en la zona seca como se ha indicado, buscando una zona donde no haya ningún otro equipo cerca pensando en construir allí mi tienda, y luego regreso a los carros para ayudar en su descarga y luego a montar la tienda de mandos.

Supongo que de momento tendrá que usarse como tienda de heridos, pero me pregunto si había pensado en la posibilidad de comprar o construir otra cabaña o tienda que sirva para estas cosas. Supongo que sí, al fin y al cabo a quién más le interesa es al Capitán.

Mientras estoy descargando no puedo evitar fijarme en el tipo de negro. ¿Por qué me mira tan a menudo? Incluso parece que cuchichea con alguien cuando no hay nadie cerca suyo. No me gusta, algo esconde.

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Un nuevo hogar para la Compañía. Desde luego, el sitio prometía y podía ser un lugar de entrenamiento y descanso, siempre y cuando no ocurrieran los mismos problemas acontecidos en Verdin. Por lo pronto, Capitán había ordenado las mismas directrices, por lo que nadie haría ningún contacto con los aldeanos, y ahora mismo debían centrarse en acondicionar aquel lugar que sería su nueva base de operaciones. 

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Detrás se había dejado la zona de combate y Caracabra conducía el carro mientras Khadesa reposaba. El cielo estaba despejado y el temporal del día anterior había desaparecido. La temperatura no era cálida, más bien fría pero la ausencia de nubarrones dejaba ver un paisaje agradable que transmitía una calma apenas perceptible por la situación que había vivido La Compañía.

El jorobado seguía resintiéndose del dolor de las costillas, pero estaba vivo y sobrevivió a la emboscada que les habían hecho en el bosque.  El viaje había ido sin contratiempos, una parada por una especie de confrontación que no llegó a nada, un simple intercambio de palabras. La llegada a Carnonegro era inminente, en la lejanía se podían apreciar las construcciones y a medida que se acercaban el hostigador pudo ver aldeanos trabajar en una especie de zanja.

Las órdenes fueron aposentarse en ese lugar y el jorobado dejó el carro en el lugar indicado y su equipo en la zona seca, luego se dispuso a obedecer las órdenes y se dedicó a ayudar a montar el campamento en la medida de lo posible, sin realizar esfuerzos.

El K’hlata pudo ver a Khadesa bajar del carro y sentarse en una esterilla para descansar, la pitonisa debía de recuperarse había estado a las puertas de la muerte.

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El joven sombrío se acerca al Capitán cuando éste se despide del Inquisidor.

Su actitud no es para nada hostil. Se detiene a un metro de distancia y carraspea llamando la atención del líder de la Compañía.

- "Señor. Sé que acabamos de conocernos y que no soy de los suyos, pero me gustaría solicitarle permiso para quedarme con ustedes dos... tres días a lo sumo antes de continuar mi viaje. Puedo ayudarles con alguna de las tareas como pago por su hospitalidad. Quizá incluso ayudarles en el diseño de las fortificaciones e infraestructura. Se me dan bien las matemáticas y la geometría." - Comenta echando un vistazo a los alrededores. Su rostro indica claramente que algunas partes de lo que ve no le agradan demasiado, no parece un campamento especialmente cómodo, pero aun así...