Partida Rol por web

VIGÉSIMO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: CALISTRIL (MITAD DEL INVIERNO, MES DOS).

DÍA: 21, DÍA DE LAS ESTRELLAS.

HORA: TRAS EL OCASO. - CLIMA: CIELO DESPEJADO. HACE FRÍO.

- "Quisiera hablar un momento con el Capitán. A solas." -

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-¿De qué o con qué propósito?-preguntó el oscuro, ante aquella súbita petición-no acostumbro a ocultar gran cosa en lo relativo a trabajos a mis mandos, por no decir nada. 

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- "Muy bien." - Seldocha se levanta y deja sobre la mesa una bolsa de veinte monedas de oro.

- "Les deseo suerte, Compañía Negra. Nos vamos." -

Antes de dirigirse a la salida mira un momento a Analista y al Cabo Barril:

- "Gracias por liberar el alma de mi amiga, sé que estaba sufriendo." - La mujer-joya realiza una leve reverencia ante Analista y el Cabo Barril y después sale de la Tienda de Mando.

Catikles vigila un momento al Cabo Barril y después sigue a su ama.

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Poca o nula elegancia. Arrogancia sin razón de ser. Escasa humildad. Seldocha sería una mujer joya pero, en el fondo, brillaba poco. Respondió a su gesto con otro idéntico.

-Lamento esta abrupta despedida. Hubiera deseado un desenlace más... diplomático y beneficioso para ambas partes. En cualquier caso, Seldocha, si me lo permites, teníamos la opción del dinero o la respuesta a una pregunta. Quisiera pensar que Capitán puede decidir. Igualmente, creía que estabas interesada en saber de Colmena -dejó caer sin mayor intención aparente. 

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Barril se dirige a la mujer-joya. No impide su camino, pero si deja claro que algo queda pendiente.

— Señora Seldocha no queremos veinte piezas de oro, aún queda una parte del pago, queremos respuesta a una pregunta. ¿Tendréis a bien cumplir vuestra palabra? —

El interrumpir así la reunión era una tremenda falta de educación, algo que hizo a Barril sacudir la cabeza, en un extraño remedo de lo que sintieron quizás otros al recibir un trato parecido de miembros de la Compañía. No eran muy profesionales si se les tenía que recordar eso.

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El liderazgo tenía ciertas cargas. Quizás una de las más pesadas era no poder cruzarle la cara a aquella perra engreída por aquel desplante. Dentro de sí mismo, el espíritu de su padre latía. Su gesto se agrió, mientras sentía como la bilis le subía a la boca y empezaba a ser dolorosamente consciente de los latidos de su corazón, martilleando en su cabeza. Pero no se levantó, no aún. Otros habían sido más rápidos, habían escogido el camino de la diplomacia antes que el que le nacía a él, en aquel momento. Veríamos qué conseguían. 

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Todo había sucedido demasiado rápido, sin apenas opción a intervenir. Y aquello era algo que, más allá de sorprenderme, hacía despertar en mí no pocas suspicacias hacia lo que guardaban los que se marchaban, o al menos a sus razones para haber venido.

La comitiva diplomática, liderada por Seldocha, había llegado cargada de regalos y cortesías. De forma amigable, y bastante locuaz, había reconocido y compartido con todos unos errores que, tras pedir explicaciones, habían intentado justificar diciendo que no habían alterado en absoluto el destino que nos esperaba de haber conocido la verdad desde un principio. Tras aquello, la locuacidad se había tornado en breve frialdad y patente desprecio a todos los presentes solicitando una reunión en privado y, tras la negativa por parte de Matagatos, el Capitán obtuvo como única respuesta una despedida sin capacidad de réplica.  

Enarqué las cejas y sonreí al ver a Seldocha alejarse de la tienda mientras las palabras caían sobre ella como una lluvia ligera. ¿Se terminaría volviendo pertinaz y más tarde se tornaría en tormenta? ¿Llegaría yo a contribuir a ella? Fuera como fuera no mendigaría ni me arrodillaría ante ella por las migajas de poco más que su indiferencia.

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Poco después de la salida de Seldocha y el Monje Oscuro de la Tienda de Mando, el Capitán, Analista y el Cabo Barril también salieron al exterior de la misma.

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Se habían quedado ahí como idiotas. Ballestero se encogió de hombros, meneó la cabeza.

Miró a los que habían quedado en la tienda. ──¿Esto siempre es así? ──Primera vez. Acababa de perder la virginidad en estas lides. Como a tantos y tantos, le había sabido a: ──¿Uh? ¿Ya?

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Seldocha había terminado saliendo de la tienda sin mediar más que un frío agradecimiento que con sus actos dejaba más que patente que era huero. Además se había marchado eligiendo ella misma la última parte de un pago cuya elección, hasta donde yo entendía por las condiciones del contrato, nos debía pertenecer única y exclusivamente a nosotros. No era yo muy partidario de vanas cortesías tras la que ocultar el cuchillo con el que se amenazaba la vida, pero la forma de actuar de aquella mujer era extraña e impropia, tan llena de aristas como como sus joyas.

Me dispuse a salir junto al resto cuando detrás de mí escuché la voz de Ballestero.

-  Depende de lo que abarque el siempre. Y de lo que se entienda por así…- añadí sonriendo.

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Esa era una respuesta típica de Serpiente, ahí donde las hubiera. Eso le tranquilizaba: el agua, mojada, el sol, caliente y Serpiente... Serpiente. Así que tomó sus cosas y le siguió fuera.

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Rastrojo ya no podía más, y empezó a toser por no ser capaz de contenerlo.

Coooogh, cof, cof, coooogh... Cof... cof... Aaaay... Nnngh...

Había mantenido la compostura desde que sus pulmones se encogieron al escuchar las tarifas en aquellas tierras, y más teniendo en cuenta que la sabana usa la plata como moneda, y allí el oro parece fluir como los ríos. Sin los invitados ni el Capitán, ya podía volver a coger aire con normalidad.

Por lo menos pude acompañar el brindis de Matador con un leve y serio gesto con el mentón. Pero si fui así de solemne sin brindar, ahora no puedo beber cerveza: todo el mundo se preguntaría porqué no bebí en su momento.

Miró a los que habían quedado en la tienda. Ninguno de ellos le caía bien. Serpiente y Ponzoña desde hacía ya tiempo, y Ballestero... bueno, mientras le reparase el arco podía ver todos los murciélagos que quisiera, el muy bicho raro.

¿Qué...? ¿Qué se supone que debemos hacer? ¿Nos quedamos aquí por si el Capitán consigue convencer a la clienta para que vuelva?

El chamán se giró para vigilar la puerta de la tienda, expectante por si volvían.

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No pudo evitar sonreír ante la respuesta de Serpiente a Ballestero, pero lo cierto era que su respuesta era la más precisa que hubiera podido darse y la más concreta que jamás le hubiera escuchado. Al margen de ello, aún seguía perplejo por la actitud de la mujer joya, que escondida tras sus joyas como un leopardo tras sus manchas, no había demostrado la majestuosidad de una leona, sino la bajeza de un gusano alimentándose de carne podrida. 

Pero no había tiempo para reflexiones. Capitán había salido ya y él debía hacer lo propio. Ignoraba cómo iban a desarrollarse los hechos, pero la sombra de la tormenta acechaba amenazante y el aire parecía cargado de ozono. 

-No, Rastrojo. Debemos salir fuera y actuar como se nos pida. Estate preparado para lo que sea necesario. 

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Salieron de la Tienda de Mando Serpiente, Ballestero, Cabo Ponzoña y Rastrojo. La Tienda se quedó vacía.

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Ballestero se quedo en la puerta y carraspeó para anunciar su entrada. Luego echó una miradita, no fuera a estar Capitán en alguna actividad comprometida, y entonces habló ──Permiso para entrar, Capitán.

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Capitán se encontraba pensando si debería guardar una bolsita que había sobre la mesa para introducírsela por donde nunca luce el sol a cierta mujer joya si volvía a verla, cuando Ballestero apareció.

-¿Qué pasa?

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──El diablo que está dentro de Piojillo solicita hablar contigo, Capitán. Parece que el diablo le ha ofrecido cierta información a nuestro hermano y solicita compartirla. Entiendo que es peligroso. Creo que deberían estar los otros cabos como mínimo, y los magos también.

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-Que vengan todos entonces-dijo simplemente, resoplando. Aquella noche prometía cada vez más.