Partida Rol por web

UNDÉCIMO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: CALISTRIL (MITAD DEL INVIERNO, MES DOS).

DÍA: 12, DÍA DEL JURAMENTO. - LUNA EN CUARTO MENGUANTE.

HORA: POR LA TARDE. - TIEMPO: LLUVIA FINA.

Pues... Algo había pasado. Capitán no sabía el qué, aunque desde luego Keropis se estaba levantando ahora mismo por su propio pie y parecía normal. Bueno, tampoco es que fuera un experto, claro, pero creía que no se volvería para atacar a nadie en aquel momento. 

-Creo que Keropis está bien, cabo... ¿Qué es esa cosa que tenemos delante?-preguntó, entre curioso y precavido. 

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AÑO: 4715 RA.

MES: CALISTRIL (MITAD DEL INVIERNO, MES DOS).

DÍA: 12, DÍA DEL JURAMENTO. - LUNA EN CUARTO MENGUANTE.

HORA: POR LA TARDE. - TIEMPO: LLUVIA FINA.

En su papel de asesor, Rastrojo trató de responder la pregunta del Capitán.

Desde que llegué aquí, me he encontrado con especies de plantas distintas a las de la sabana. No sería extraño que los animales de aquí también lo fueran. Imagino que en este lugar esa cosa es algo normal. Pero el pico curvo, sea en pájaro, sea en mamífero, permite desgarrar la carne. Es carnívoro-trató de explicarse para los más estúpidos del grupo-, eso significa que come carne, Campaña y Dolor.

Ya era algo que las tres moles tenían en común.

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Hasta que no le ordenaran moverse, no pensaba hacerlo, quería mantener su posición tal y como estaba haciendo. Con movimientos lentos y nada agresivos optó por una pose defensiva que le permitiera protegerse en caso de un ataque de la bestia que les estaba rondando.

—Podemos sortearla sin necesidad de entrar en combate, puede costar caro el tratar de acabar con un enemigo del que desconocemos todo —dijo en un tono bajo, casi musitando, para que la bestia no se alterara.

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Tarado por fin pudo ver qué había llamado la atención y había puesto en posición de combate a todo el grupo. Aquel extraño animal estaba ahí plantado mirándolos, podría no ser nada, podría ser su cena o podría ser un aviso de una emboscada más elaborada. En aquella tierra todo era posible y contra eso debían estar preparados. 

- Señor, ¿será comestible? - Siempre habían estado pasando penurias y ver algo comestible habría el apetito a cualquiera. pero no sabía si merecería la pena el riesgo en aquel momento. A parte el ruido que generarían si comenzaran una batalla entre gritos y maldiciones. 

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-Si está bien y habida cuenta de que no nos ha atacado, sigamos adelante. Recoged vuestros equipos y retomemos la marcha. Seguid con vuestras armas. Atentos a cualquier amago de ese animal -ordenó-. No sé qué puede ser, Capitán, pero tampoco me interesa. Ni siquiera si es comestible. Mejor evitar bajas y heridos antes de nuestra misión.

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DÍA: 12, DÍA DEL JURAMENTO. - LUNA EN CUARTO MENGUANTE.

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Había retrasado la orden de soltar su carga (jamás desobedecería una orden por supuesto) dado que se mantenía perfectamente sobre su espalda sin estorbarle (en realidad casi todo su equipo lo llevaban otros). Ahora se mantuvo especialmente atento mientras los que si lo habían hecho recogían sus cosas, para que el ser aquel no aprovechara la posición de desventaja y atacara.

Una vez se hizo todo sin problemas, siguió la marcha manteniendo su posición en la columna, pero sin perder de vista al extraño pájaro-oso, y sin desmontar la ballesta.

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Campaña escuchó los comentarios de sus compañeros. Eran muy fáciles de comprender, salvo algún comentario. Lo de carnívoro. Sí, que comía carne. ¡Como la de ellos!

¿Y comerá Hermanos de la Compañía? -se preguntó. En voz baja, sin intención real de decírselo a todos.

Ahora le veía. Un oso. Muy grande. La cabeza era rara. De pájaro. No le gustó mucho, pero tampoco le iba a atacar. En el caso de que atacara, entonces sí. ¡Se defendería con toda su furia! ¡Y protegería a sus compañeros! ¡Sí! eso haría.

El resto de los guerreros y guerreras tampoco parecían querer atacar. Normal, era un animal muy grande y fuerte. Y comía carne. Si creía que tenía que defenderse lo haría, como todos los animales. Y luego comería carne.

Por lo tanto, mejor no atacar.

Asintió a las palabras del Cabo Ponzoña.

A sus órdenes mi Cabo -dijo.

Pero había que esperar un poco. Si no atacaba el monstruo, habría que recoger las mochilas y avanzar

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Rastrojo tuvo de nuevo uno de esos extraños ramalazos de utilidad que cada vez eran más frecuentes en el mestizo, informando de lo que sabía. No era mucho, pero sí suficiente, y seguramente no se podía pedir más. Aquella especie de oso-pájaro seguiría en el misterio, de momento... Y si no les atacaba, no correspondía a ellos iniciar hostilidades. Asintió ante las palabras del cabo, preparado para retomar su puesto. 

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HORA: POR LA TARDE. - TIEMPO: LLUVIA FINA.

La tensión inicial pronto paso a una calma no menos tensa, los hombres observaban entre la espesura del flanco mientras intentaban discernir a la criatura entre el espeso follaje.  La adrenalina aguardaba para empujar los musculos de los valerosos hombres si peligro se convertía en realidad.

Los segundos pasaron, uno tras otro dando a cada uno más esperanza de evitar el esteril enfrentamiento que pudiera debilitarles y por lo tanto desviarles del objetivo real.

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HORA: POR LA TARDE. - TIEMPO: LLUVIA FINA.

Se había quedado quieta, en posición de combate, muy atenta a los movimientos del animal enorme que acechaba. Los comentarios de los mandos de la expedición y de sus compañeros iban en el mismo sentido que ella había apuntado. La criatura habría podido atacarles mucho antes, una emboscada habría sido un juego para ella. Dominaba el lugar, era su territorio, y ellos extranjeros y muchos, debía haberles visto venir desde que penetraron en el Bosque Sombrío.

Sin embargo, el ataque no llegaba. Les observaba, dispuesta y al acecho, cambiando de lugar como una sombra. Pero no atacaba.

Quizá en este mundo las cosas eran muy distintas, algo así debieron querer decir cuando hablaron de los Chamanes del Bosque. ¿Y si, después de todo, era una criatura inteligente, una especie de Guardián? ¿A eso se refería Rastrojo? Nada como lo que habían dejado atrás, en las tierras de la sabana, o en cualquier rincón de antes de la Ruptura de la Roca.

Pero ya nada sería nunca igual.

Siguió adelante, callada, en su posición inicial dentro de la columna. Tras un Keropis afectado extrañamente, pero entero, según Capitán. Todo, todo era distinto...

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DÍA: 12, DÍA DEL JURAMENTO. - LUNA EN CUARTO MENGUANTE.

HORA: ANOCHECER. - TIEMPO: LLUVIA FINA.

La expedición de castigo a los Capas Rojas continuó su marcha bajo la lluvia. La visión de la extraña criatura les acompañó durante los primeros minutos. El ser, fuera lo que fuera, no había atacado y simplemente se había limitado a rugirles una vez y observarles en la distancia. Fue un momento tenso, pero finalmente no hubo hostilidades.

Avanzaron unas horas más, hasta que se hizo de noche y el Capitán dio el alto en un claro que parecía ligeramente protegido de las inclemencias del tiempo. Varios tocones huecos ofrecían refugio de la lluvia y permitieron al grupo hacer unos fuegos pequeños que les darían calor y que no se verían desde la distancia.

Les quedaría como mucho un día de marcha antes de llegar a Rocasone, y la probabilidad de toparse con los Capas Rojas era cada vez mayor. Tarde o temprano darían con el grupo de bandidos y el enfrentamiento sería inevitable. Pero por el momento tenían que buscarse la vida para pasar la noche.

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HORA: ANOCHECER. - TIEMPO: LLUVIA FINA.

Se movía como una sombra por entre aquellos tocones. ¿Quién los habría dejado? ¿Habrían sido asesinados por aquellos que controlaban los bosques?

Montó su tienda, lo primero, para tener un lugar seco donde ir dejando las partes del equipo que luego revisó una por una: su armadura, sus ropas, su calzado, su cuerda de seda con el gancho de hierro, su munición, la ballesta... Conforme se hacía de noche, ayudó a cavar un agujero cubierto con unas ramas donde se encendió el hogar. ¿Tuvo tiempo? Lo cierto es que deseaba echar un vistazo por ahí, algunas de las raíces que habían traído para comer eran de una planta que abundaba, y a lo mejor había por ahí cerca.

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HORA: ANOCHECER. - TIEMPO: LLUVIA FINA.

Tarado continuó la marcha en formación, finalmente aquel monstruo decidió no atacarles aunque habría hecho las delicias del estómago de la compañía. Pero asumió que los jefes tendrían más importante la seguridad del grupo que la de los estómagos. A fin de cuentas era necesario estar bien frescos  y enteros para asaltar a los Capas Rojas. La marcha trascurrió en silencio hasta llegar al claro donde pasarían la noche. En orden militar colocaron las tiendas alrededor de la hoguera que habían hecho. Aquella serviría para alejar las sombras de la noche y también acompañar a los que tenían guardia. 

Él por desgracia era uno de los que tendrían que hacer guardia, en mitad de la noche le tendrían que despertar y estar unos cuantos relojes de arena esperando a que le relevaran. Así que nada más llegar intentó secar la ropa al fuego, limpiar las lanzas pues la lluvia si no haría estragos, comió pronto y se acostó. Quería estar bien despierto cuando le tocara guardia y no podía permitirse el dormirse en ella, la vida de todos dependía de los vigías. Aún así le pareció una temeridad que sólo un hombre estuviera despierto cada rato, seguro que a nadie le costaría pasar ese tiempo todos los días despierto y sin duda sería mucho más seguro hacerlo de dos en dos. Pero él era de los Campamenteros y de bajo rango así que su opinión no importaría mucho. Decidió mantener la boca cerrada y seguir las órdenes dadas por los altos mandos. 

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Anduvieron el resto de la tarde. La lluvia había ido calando poco a poco hasta que ya se deslizaba, fresquita, por algunas partes de su gargantuesca anatomía. El equipo pesaba más, y moverse era incómodo con toda esa humedad, pero ello no era sino el normal transcurrir de las cosas. Estar de marcha, en una misión, andar, comer y dormir en el camino. Como siempre.

Se pasó la mano por la frente una vez más para aliviar las cosquillitas en los ojos del agua y el sudor que llegaban allí incesantemente. Intentaría esa noche hacerse una banda de tela para ponerse en la cabeza, justo entre el pelo y las cejas. Pero seguro que no tenía nada para ello. Se limpió de nuevo con un movimiento ya automático.

Cada vez estaba más oscuro, y por fin se dio orden de detener la marcha y preparar la trasnochada. Las densas copas de los árboles, muy arriba, ya apenas se distinguían contra el cielo. Pero al cabo, lucecitas empezaron a aparecer, y se escuchó el crepitar del fuego.

Montó su tienda tras retornar el equipo extra, y se frotó las manos un poco encima de las recién prendidas hogueras de campamento. El vapor empezó a elevarse de todo su cuerpo, tanto por el fuego, como por su propio cuerpo. Él siempre tenía calor. Se soltó el broche plateado,  y se aseguró de que al menos su gruesa capa negra se secara al fuego de cara a la próxima jornada.

Se afanó en traer unas buenas cargas de leña, muy abundante alrededor, y ayudó a cavar unas letrinas provisionales. Nada más terminar aprovechó.

Buscó algo de agua en las cercanías, sin alejarse tanto como para perder la vista del grupo. En el caso de encontrar un arroyuelo rellenaría su pellejo de agua y se lavaría un poco.

Rastrojo comía un poco junto al fuego, y Campaña se sentó a su lado. Sacó un poco de carne, para aliviar el mascar de raíces de la comida y variar. Le preguntó mientras comían:

Rastrojo sabe del bosque. Sabe de las plantas y de los animales. Ese oso con pico de pájaro no ha querido atacar y comer carne ¿no tenía hambre?

A lo mejor ahora sí tiene hambre - reflexionó.

La noche trascurría, y a Campaña le tocaba la última guardia. Le despertaron y se levantó en silencio. Tomó a  Svraisse y se envolvió en la capa, ahora mucho más seca, esperaba.

Se quedó despierto, junto a un fuego. Tanto daba esconderse como no, para Campaña. Frunció el ceño con concentración, mirando ora a un lado, ora al otro sin desplazar la cabeza. Escuchó con atención, ya que sabía que aquel era seguramente el más importante de sus sentidos en aquel momento. Se ponía una mano detrás de la oreja para aumentar la audición. Incluso olfateó el aire.

¿Qué era aquello? ¿Había escuchado algo sospechoso? ¿o no sería nada?

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Al final, la bestia había seguido a su aire en vez de intentar hacerles nada. Sin duda era un depredador, a juzgar por la mezcla que representaba... Pero los depredadores no atacaban nunca por que sí. O bien estaba saciado, o bien consideró que un grupo tan grande escapaba a sus posibilidades. De un modo u otro, habían salido de allí sin dar un solo golpe o derramar una gota de sangre, un balance positivo en todos los aspectos. 

Ahora llegaba el momento de descansar, y ante la pregunta de Ponzoña, tomó la palabra.

-Yo no tengo tienda, cabo-replicó.

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Rastrojo pasó otro de los hierros de la tienda para que Sabandija pudiera montar la tienda. Aunque le gustaría dejarle todo el trabajo al tullido, el chamán le ayudaba de vez en cuando para acabar antes y poder así resguardarse de la lluvia. Miró a campaña cuando le vino a hacer una consulta.

¿Que yo sé de plantas y animales? ¿En este sitio? Este lugar parece uno de esos cuentos de transmisión oral, no tiene nada que ver con la sabana. ¡Qué voy a saber!

Efectivamente. Conozco todo lo que hay que saber de plantas y animales. Y los animales no son muy distintos de las personas. Yo soy carnívoro. Si puedo elegir, prefiero la carne de ave-miró con odio al Gran Grajo, hablando un poco más alto para que sonara a amenaza-a la de cuadrúpedo. Ese osobúho, o como quieras llamarle, vive en este bosque, come en este bosque y está acostumbrado a la comida de este bosque. Ya tiene una comida favorita. Y en los bosques, al contrario que en la sabana, hay comida por todas partes... Salvo putas moras, que no encuentro moras en ningún lado y cuando las encuentro ese estúpido grajo me las roba... No me voy a enfadar-se dijo-, no me voy a enfadar. Como ves, Campaña, no somos ni la comida favorita del osobúho, ni le cuesta cazar su comida favorita en este lugar. No creo que nos ataque esta noche.

Quizás alguien más experto habría hablado a Campaña de cómo los animales defienden su territorio, o habría distinguido que el osobúho era una osobúha que se había enfadado porque estaban demasiado cerca de sus oseznopolluelos. Pero preguntó a Rastrojo y Rastrojo responde lo primero que se le viene a la cabeza.

Vamos, Sabandija... Acaba ya con la tienda, que me quiero meter dentro.

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-En ese caso, compartiremos la mía, Capitán -dijo escuetamente el Hiena.

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¡Menudo bicho!-El pequeño KH'lata había tensado el arco y así esperaba a ver la reacción del oso lechuza. Sólo se distraía pro el tembleque del brazo tullido, falto de fuerza, acrecentado por el miedo. Se apuraba porque alguien pudiera percibirlo, aunque esperaba que estuvieran tan ocupado como él a la espera de la reacción de su potencial enemigo. Finalmente todo pasó  y sólo fue un mal susto.

- Ufff, no ha sido para tanto.- La verdad es que el osobúho no le parecía más terrorífico que Campaña o Ballestero, o una mezcla de ambos. Uno el oso, grande y atemorizador, y el otro la lechuza, siempre con esos ojos tan penetrantes. Agitó la cabeza para alejar los malos pensamientos y recogió la mochila que había dejado caer. La marcha continuaba y trataba de absorber toda la sabiduría que Rastrojo desprendía.

- No desesperes, Rastrojo. Hay muchas bayas, la cosa es encontrar unas tan dulces como las que...- Iba a decir las que Ponzoña le había quitado de las manos. pero se contuvo.- Mmm, todavía recuerdo esa explosión de sabor en la boca. Las últimas estaban más agrias, pero tampoco malas. Ya verás como encontramos unas tan dulces y maravillosas como las que me comí en Verdín.- Salivaba de recordarlo.

Cuando por fin se detuvieron a montar el campamento agradeció haber traído la tienda para no dormir al raso con la pegajosa lluvia. Era una pena que le tocara hacer guardia y empezaba a ponerse de los nervios pensando en que era precisamente Keropis, el Asesino de Campamenteros, quien tenía que levantarlo. No creía que pudiera pegar ojo así que estaba hasta planteándose no dormir. Al menos le tranquilizaba compartir su tienda con el chamán de la expedición.

- Voy, voy, voy.- Se apresuró a terminar de montar la tienda.- Espero no levantarte cuando vaya a hacer la guardia.- Seguramente no. Sabandija parecía tan silencioso como un felino.

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Tendida en el duro suelo, dentro de su tienda, Derviche se quedó dormida arrullada por el fino repiqueteo de la lluvia en la lona. Arrebujada en la Capa de la Compañía, sus dos Cimitarras a escasos centímetros de su cuerpo, junto al escudo, nada sobraba ni faltaba tampoco. Había cenado poco, pero estaba satisfecha. Había andado sin rechistar, sólo el episodio del extraño animal había detenido el viaje del grupo expedicionario.

El oso-búho apareció en sus sueños, enorme, majestuoso, como era en realidad. Sus ojos redondos y grandes la miraban directamente, y no sólo a ella, a todos y cada uno de los compañeros, que le enfrentaban en línea. Los miraba a todos, simultáneamente, sin tener que mover las fantásticas pupilas. Mágico. 

Era sabio, pensó. Un espíritu ancestral, el alma del propio Bosque Sombrío. Un espíritu de paz que observaba a los que transitaban su tierra, un Guardián atento, fiero y sin embargo paciente.

Y así estaba, profundamente dormida, los ojos del animal brillando en su mente, cuando sintió el picotazo, el dolor lacerante en su vientre, en su carne, y la sangre brotando a borbotones mientras el búho se ensañaba con ella, con ella sola, y entonces su rostro emplumado varió, y fue Analista por un segundo, y Rastrojo justo después, y Campaña desde lejos se reía como un niño, señalándola con el dedo, y Ponzoña ordenaba calma y repartía tareas, y Keropis dormía, y Dolor hablaba y hablaba en lenguaje fluido, y ella...

...despertó.

Sudada y rabiosa, ¿es que ni en sueños podía estar tranquila? ¡Joder! Se dio la vuelta en el suelo, no sin comprobar que no había picotazo, ni herida. No lo había. Sólo una hormiga, roja y grande, había tomado su cena. La mató.