Partida Rol por web

SEGUNDO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 202 DE KHATOVAR.

MES: DEL LEÓN (MITAD DE LA PRIMAVERA, MES CINCO).

DÍA: DIECISÉIS DEL MES.

PRIMERAS HORAS DE LA TARDE.  - CIELO GRIS.

Palomita aguantó la bronca de forma estoica y con los labios prietos. Desde luego que no le parecia una buena razón mantener a los enfermos fuera de la expedición, estaban enfermos, no inutiles, pero no iba a discutir mas. Cuando el cabo barril acabó, se dió media vuelta y se alejó de él acompañado de Pelagatos.

Mil gracias por la montura, Pelagatos, quizá la próxima vez será - Era parca en palabras, estaba conteniendo una rabia que amenazaba con sacar lo peor de ella por lo que necesitaba calmarse, en solitario a ser posible.

Con largas zancadas se encaminó hacia Analista, pero le vio rodeado de gente que vociferaba cantidades de dinero. En ese momento alzó la cabeza y miró en su dirección. Palomita extrajo la bolsa de las monedas de su cinturón y la volcó mostrando que estaba vacia. Sabia que lo habia entendido, y luego hablaría con el mas tranquilamente, cuando todos hubieran pasado para hacer el inventario.

Enrabietada y con cara de pocos amigos, se dejó caer en la hoguera despues de quitarse el peto de la armadura y dejarlo a su lado junto a la espada y el escudo. Hasta habia dejado de ser consciente de los temblores eventuales...

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PRIMERAS HORAS DE LA TARDE.  - CIELO GRIS.

Ballestero se dirigió a Frontera, desde las cercanías de Analista. Ya hacía de niñera para él, sin moverse de su lado, y clavando con los ojos a quien se acercara un poquito más de la cuenta.

──Fontera. En mi mochila encontrarás otra ración de carne seca. ¿Llevarás tú el agua suficiente para los dos? Yo no he traído.

El exceso de carga comprometía su movilidad: la necesidad de llevar su camisote de mallas. Hasta una cantimplora le estorbaba. Había tenido que hacer sacrificios al hacer su petate para la misión.

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PRIMERAS HORAS DE LA TARDE.  - CIELO GRIS.

Tardo se molestó ante la exigencia de Analista de tener que reportar en alto su entrega. - Entrego 2 piezas de plata y 2 de cobre, no tengo nada más. - se encogió pues por desgracia era muy pobre comparado con todos los demás. - Frontera, si necesitas yo tengo alguna ración de sobra - Comentó antes de bajar arrastrando los pies, sólo quería descansar, así que sin hacer más caso arrastró sus posesiones al sótano para tumbarse. 

Una vez llegó al sótano usó su mochila como almohada y sacó una ración de comida. La disfrutó como si fuera la mejor comida de hacía mucho tiempo. Llevaba todo el día sin comer nada desde el desayuno y la muerte había sido cercana como para poder saborear ahora bien la comida. Disfrutando dio unos sorbos al pellejo de agua y cerró los ojos. Por desgracia no parecía que le fueran a dejar dormir a pierna suelta pues un compañero decidió hablar con el durante el descanso. Parecía el mejor momento para tratar temas delicados pues estaban casi solos ahí abajo.

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PRIMERAS HORAS DE LA TARDE.  - CIELO GRIS.

Una sombra cubrió la espalda de Ballestero. Un tenue y seco aroma a cripta le informó que el Guardián de los Muertos había llegado.

—Yo puedo porrrtarrr lo que necesssitesss, idonita... —murmuró el eremita cerca de la nuca del antiguo explorador. Incómodamente cerca...—. Hay essspacio en mi petate y no me imporrrta carrrgarrr con másss pessso...

Keropis entreabrió su hatillo, que colgaba flácido y en bandolera de su hombro izquierdo. El interior estaba oscuro como una fosa y no podía distinguirse qué descansaba en el fondo.

—Mete tu cantimplorrra y lo que crrreasss necesssitarrr...

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Desastre estaba aburrido, quería salir de aquella jaula y en algún momento, antes de enterarse, unos y otros empezaban a ir a dar dinero a Analista y aquello sorprendió a Desastre, no comprendía qué demonios estaba pensando -y la verdad es que no había escuchado al Cabo Barril- pero parecía importante para algo. Al menos era importante para poder salir cuanto antes y al ver cómo hasta Preocupado daba el dinero decidió unirse a la comitiva.

Cuando llegó su turno se plantó frente a Analista y le dio una bolsa con sonido metálico en su interior.

Desastre aporta muchas monedas de plata y unas pocas menos monedas de cobre.

Enunció en voz alta, como muchos otros parecían hacer. Tampoco escuchó lo de la comida, así que no pidió nada, se limitó a regresar hacia la puerta a esperar a salir, con impaciencia. Escuchó a Ballestero pedir agua y se giró, ladeando la cabeza.

Yo tengo agua suficiente por si alguien no lleva.

Asintió, sería un paseo corto pero esperaba que gratificante. Quería estirar los músculos. Y hundir su acero en algo o alguien. Ladeó la cabeza hacia Frontera y entonces reparó en que era un gran compañero, de modo que se dio un golpe en el pecho a modo de saludo.

¿Deseando ponerte a prueba?

La pregunta era completamente retórica, en su mente no cabía la opción de una negativa. Se percató entonces de la presencia de Keropis, provocando un pequeño sobresalto en Keropis.

¡Qué silencioso! ¡Jajaja!

Rió.

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Vaya par de dos: el eremita loco y la marioneta maligna. Y el caso es que tenían un acento parecido, y se les había visto juntos a veces.

──En mi mochila. Cantimplora.

Miró a Analista y luego a Keropis otra vez. No le iba a dejar, tenía una misión. Keropis tendría que tomarla él mismo, si quería ayudar a Ballestero. También reconoció la presencia de Desastre, pero no quedó muy claro si la mirada era de un compañero cerca de otro, o más bien con un subtexto algo así como: "me quedao con tu cara". Tenían pendiente una pelea.

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El desastrado yelmo que coronaba la figura del Guardián de los Muertos rotó hasta que sus brillantes ojos verdes se clavaron en las pertenencias de Ballestero. Sin hacer caso al saludo de Desastre, el ermita se dirigió sin prisas hasta la mochila del idonita y sustrajo una baqueteada cantimplora de campaña. La miró un instante, como un sabio estudiando el hallazgo de una rara especie de insecto, tras lo cual la hizo desaparecer en su petate.

Con la misma parsimonia con la que había ido, regresó a la entrada de la iglesia, sin siquiera cruzar mirada con aquel al que unos segundos atrás había ofrecido su ayuda.

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¿Entregar toda su plata? Aquella idea debía parecerle inusualmente artificial, puesto que Reyezuelo, instalado junto al fuego, no se dio demasiada prisa en ponerse en movimiento tras escuchar al Cabo Barril. 

Cuando Piojillo respaldó la orden no hubo vacilación. El castor se levantó yendo a por una bolsa ridículamente pequeña, según sus parámetros de lo que era o no riqueza. A sus ojos aquello no merecía el nombre ni de calderilla.

Volcándola entera sobre su mano no ocultó el desagrado en su expresión ¿Solo tres? No lograba recordar cuanto tiempo llevaba siendo un soldado en pleno derecho de la Duodécima, pero aún así aquello... Agg...

Conteniendo su desagrado y con el orgullo incómodo después de ver las cantidades que entregaban algunos de sus hermanos, Reyezuelo ascendió nuevamente la larga escalera y esperó su turno en la cola frente a Analista hasta que pudo extender su mano... pero no llega a completar el gesto aún. Como si su avaricia se resistiese. Masculla algo, probablemente alguna maldición hacia los dioses o hacia sí mismo, y termina dejando lo que ha traído frente a Analista.

Sus tres monedas estaban entregadas.

Tras esto, regresa a la hoguera en la que había estado montando guardia hasta hace un instante, donde ahora estaba Palomita con expresión molesta tras la corrección del Cabo. La comprendía perfectamente - No durará, Palomita. Tendrás la oportunidad de contribuir. Piensa que no podrás hacerlo si recaes o gastas tus últimas energías - ¿Se lo decía a ella o a sí mismo? Añade por último alzando el mentón reforzando con un gesto su orgullo y tratando de enfocar su ira en algo productivo. - Seremos la última linea de defensa para proteger a Guepardo y el resto de heridos. Ellos cuentan contigo.

No quería mirar directamente a Guepardo. El temor por la salud de su hermano de capa le había cerrado la boca del estómago.

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No tardó en entregar su bolsa de dinero a su primo Analista, era una buena cantidad teniendo en cuenta lo que el resto de sus compañeros tenían. No se había parado a pensar en ello pero al hablar de dinero no pudo evitar recordar el cofre con cien monedas de plata que había perdido en la fuga dos días atrás, cuando se rompió la roca. Tras eso y seguido por el impulso de Palomita solicitó formar parte del grupo de exploración, solicitud que no fue bien recibida por los superiores.

Pelagatos se mantuvo quieto y estoico ante la reprimenda, no era la primera vez que le regañaban y tampoco era extraño que sus actitudes decepcionaran a algún superior, así que simplemente guardó silencio hasta que terminaron de hablarle, momento que aprovechó para responder de forma respetuosa pero mecánica.

—Como ordenéis.

Supo leer la rabia en el rostro de Palomita pues tampoco le era un sentimiento ajeno. La impotencia, las ganas de hacer más e incluso de cumplir con su deber como hermanos juramentados les hacían sentir que aquellas paredes de la iglesia les atrapaban. La antigua miembro de la caballería fue rápida y marchó a descansar junto a una de las hogueras. La persiguió pues todavía quedaban cosas por hacer.

Estaba cansado, algo febril y molesto por quedar relegado a una actividad secundaria como vigilar el perímetro, sin embargo era su deber y pensaba cumplirlo. Cubierto por la capa negra que le daba un halo menos lastimoso a sus pasos se acercó a la mujer rubia y de pie la tendió la mano.

—No podemos ir con el grupo pero tenemos un perímetro que vigilar, vamos Jerifalte no se va a montar solo, necesita jinete —dijo con una mano extendida y una sonrisa cansada en el rostro.

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Frontera asintió ante la pregunta de Desastre, y de repente, sin mediar palabra, Lagrimita le entregaba una de sus raciones.

Gracias Hermano -le dijo antes de que se alejara mucho más.

Tarado y Ballestero también le ofrecieron una, y Ballestero le pidió que llevara agua.

Gracias Tarado, con las de Lagrimita y Ballestero tengo más que suficiente, vete a descansar, amigo -le dijo al primero-. No pensaba llevar el odre porque pesa bastante, pero veré si no me estorba y... -le estaba diciendo al segundo, pero entonces les interrumpió Keropis diciendo que lo llevaría él. La verdad es que el eremita nunca parecía acusar frío ni cansancio, así que Frontera supuso que eso sería lo mejor- Oh, de acuerdo. Gracias, Keropis.

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PRIMERAS HORAS DE LA TARDE.  - CIELO GRIS.

No necesitaba contar sus monedas para conocer el total. Las contaba todas y cada una de las noches, antes de ir a dormir. Pronunciar la cifra en voz alta le producía el mismo dolor que una puñalada en el corazón.

Son... veinticuatro platas... y... diecisiete cobres, Analista.

Sin embargo no había contraprestación inmediata, a pesar de que había dicho que él no llevaba comida, solo una promesa a futuro. Poco le importaba. Si le dieran una ración, el precio pagado sería desproporcionado e injusto. Puede que no se pueda comer el dinero, pero la comida acaba siempre en mierda mientras el metal se mantiene duradero.

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Capitán negó ante la pregunta de Ponzoña. No, no estaba consciente, y tardaría en estarlo. Eso quería decir que tendrían que coger de su cuerpo sus posesiones útiles para aquella empresa, y darle explicaciones a posteriori, por poco que le gustara... Igual que le gustaban poco otras cosas, como algunas reacciones a las órdenes. No podía culparles, el frío, el cansancio y el hambre no ayudaban precisamente a mejorar el ánimo de los soldados, así que ramalazos como aquellos eran tristemente esperables. 

-Es la hora de bajar a Guepardo para que descanse... Y lo mismo va para el resto de heridos-replicó con tono cansado, dedicándose a aquella tarea. Solo una vez el inconsciente k'hlata estuvo aposentado y seguro, un cansado Capitán volvió a emerger del sótano, cansado y cargando con varias cosas, caminando directamente hacia Analista.

-La necesidad obliga. Y las órdenes son las mismas para todos, yo incluido-replicó, con tono firme, aunque naturalmente no iba dirigido a su interlocutor, sino al resto de ojos y oídos que sin duda les estarían escuchando-Capitán aporta un abalorio tribal, la caja donde venían las espadas que me fueron regaladas, 34 piezas de plata, 5 piezas de cobre...-iba diciendo, y por un momento se detuvo, sosteniendo algo en su mano. Lo que fuera, lo observaba indeciso y con aspecto dolorido, negándose a desprenderse de aquello. Pero, tras algunos segundos de duda, paseó su mirada por los rostros cansados y macilentos de sus hombres, y supo que de poco valdría nada si no salían de esta, lo que incluía la comida. Así que, finalmente, depositó en la mano de Analista una pequeña y brillante figura-y esto. Aunque confío en que podamos evitar entregar nuestros recuerdos y baste con la plata-añadió, una esperanza que sonaba casi a una súplica.

-Adicionalmente, los Hostigadores aportan un abalorio tribal, 32 piezas de plata y 8 cobres. 

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PRIMERAS HORAS DE LA TARDE.  - CIELO GRIS.

Una fila más o menos continua se iba perfilando delante de Analista, que iba contando las monedas que le daban y expedía trozos de pergamino con las cantidades que cada uno entregaba. Barril observó el pergamino que le había hecho entrega, el cual procedió a guardar en uno de sus saquillos. Luego miró alrededor hasta que atrajo la atención de Matador, que andaba por ahí examinando su equipo.

Llamó la atención del distraído Infante, a quien señaló lo que se estaba fraguando en el campamento. Desde al lejanía pareció que Matador se llevaba la mano a la cabeza, como quien se da cuenta de algo y luego echaba mano a su bolsa para luego poer camino a la fila de personal que había frente a Analista. EL siempre distraido Matador parecía haberse dado cuenta de la responsabilidad a la que faltaba, y en seguida se dispuso a subsanar su error, según daban a entender sus actos.

— Cabo Ponzoña, quizás podías apremiar al resto de los Hostigadores que aún no han pasado por Analista; y puede que tomar la bolsa de Guepardo no esté de más. —

Capitán acababa de pasar por las manos de Analista; parecía que había dejado una buena fortuna en plata además de algunos objetos valiosos en manos del Oficial.

— No te preocupes Capitán, trataremos que no haga falta tocar ni una moneda. Sólo en caso de emergencia se usarán, y aún mayor debería ser para tocar los objetos de los que nos estamos desprendiendo. Después de todo, quién no necesita los servicios de una banda de hombres armados, sea cual sea este lugar. Aunque sea pagar para mantenerles alejados... —

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PRIMERAS HORAS DE LA TARDE.  - CIELO GRIS.

Descanso a un lado de la entrada de la iglesia, esperando a que el resto de los presentes pasen por Analista para los asuntos del dinero y el alimento. Yo ya he pasado hace unos momentos, antes de relajarme un poco para descansar mis piernas y brazos pues ha sido un buen ejercicio el que he hecho durante la partida de exploración anterior.

"Esta vez iremos más preparados para el combate y con el propio Cabo Barril. Iremos a pelear probablemente, por lo que debo mostrarme como un mejor guerrero que la vez anterior. No puedo hacer nuevamente el ridículo de no atinarle a nada de lo que tenga en frente."

Miro la punta de mi lanza y veo que es una muy buena arma. La culpa es completamente mía y debería entrenar más para ser un miembro más valioso del grupo.

Cuando el grupo ya está preparado, me pongo de pie y me formo como corresponde, para tomar mi lugar dentro de la partida de exploración.

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Una enorme manaza se posó sobre el hombro del Cabo Barril. El líder del Pelotón de Infantería se dio la vuelta visiblemente contrariado; nadie solía tomarse esas confianzas y menos en una situación como la actual. Ante él se hallaba la colosal figura de su sobrino Campaña, que se frotaba los ojos legañosos como un niño recién levantado de la cama. Un niño de casi dos metros de altura y más de cien quilos de peso.

—Campaña estaba dormido, tío Barril... —balbuceó el gigante. Con un bostezo descomunal, el ciclópeo oscuro alzó sus brazos desperezándose. Los huesos de la espalda le crujieron sonoramente y los abultados músculos de sus brazos se tensaron como cables de acero—. Uf... ¿Qué sucede, tío? —preguntó confuso al percatarse de las curiosas y extrañadas miradas que le obsequiaban el resto de mercenarios—. ¿Campaña ha hecho algo mal...?

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Cabo Barril se giró preparado para corregir al amistoso soldado que le había abordado por detrás, cuando vio que era su querido sobrino. El único hijo (conocido) de Destello, y posiblemente su única sangre viva. Alguien que no estaba en su bolsita, por lo que Cabo Barril daba gracias a los poderes que quisieran escucharle. Era cierto que alguno de los mestizos sería primo de Campaña, ya que sería fruto de los escarceos de Barril en el campamento, pero entre los muertos y desaparecidos, había pocos candidatos de entre los presentes. El enorme Oscuro ni lo tenía en cuenta.

— Buena siesta has pegado, sobrino. No pasa nada malo. Tienes dos cosas que hacer, prepararte para una partida de exploración en la que puede que haya enemigos, y darle tus monedas a Analista. No es un castigo, vamos a poner todas las monedas en la misma bolsa por si hay que comprar cosas para todos.

Lleva comida y agua para uno o dos días, no sabemos cuándo volveremos. Ponte la armadura y ten a mano las armas, esperamos resistencia. Deja la tienda montada aquí. —

Era tontería decirle a Campaña que viajara ligero. Seguramente podía cargar con dos K'Hlata y correr igual de rápido que Guepardo. Bueno, que Guepardo cuando no estaba herido.

Era curioso ver a Campaña al lado de Cabo Barril; eran casi de la misma altura, si bien el joven Oscuro le sacaba un par de dedos al entrado en años cabo, en realidad parecía más alto debido a la oronda forma de Cabo Barril, que parecía prácticamente igual de ancho que alto. Luego Cabo Barril se dirigió a Capitán.

— Capitán, cuento con poder volver antes de que se haga de noche. De no ser posible físicamente, trataremos de acampar en la población. Si esa gente está viva, tendrán sus métodos para mantener a raya a esa sombras. —

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Cuando Ponzoña vio que Campaña hacía acto de presencia, se acercó a él, justo a tiempo de escuchar las instrucciones de Barril. La injerencia no le molestó. No había tiempo que perder y cada segundo contaba.

-Has dormido como la larva de mariposa, Campaña. Y ahora haz como te dice el Cabo Barril, hermano. Ve donde Analista que además te hará algunas preguntas acerca de tu equipo y formación, además de pedirte tus raciones para un fondo común -que Barril les dijera que se quedaran con raciones que podían haber sido entregadas antes a Analista, era confuso-. Luego entiendo que, antes de partir, las repartirá por igual entre todos. Suerte en la expedición, Campaña, y deja a los hostigadores en buen lugar -dijo palmeando su hombro-. En recuerdo de Salchicha -añadió con una ronca carcajada.

Tras ello, dejó atrás a tío y sobrino, encaminándose hacia su esposa, Khadesa.

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Parece que la partida es inminente, y Cielo, por fín, sale del estado de, digamos, estupor, que le ha supuesto saber de la presencia de Túmulos, y de lo que pueden ser sus... habitantes, por ponerles nombre. Tras escuchar al Cabo Barril dar indicaciones a Campaña, en el sentido de llevar comida y bebida para un par de jornadas, no pierde tiempo, y decide ir a hacer lo propio; ya tendrá tiempo para sus preocupaciones, y para analizar lo que suponen para él.

No tarda demasiado en llegar a donde tiene sus cosas, en su tienda, y recoge algo más de comida, lo justo para dos jornadas. Bien es cierto que en ese preciso momento, ni se le ocurre comer; sabe que debería, pero es... como si tuviese un nudo en el estómago... Túmulos, se repite... pero no con miedo.... No, es algo distinto.

Su tribu ha vivido con la proximidad de tales estructuras desde tiempos inmemoriales. Generaciones de gentes de su sangre han luchado, muerto, vencido y derrotado a lo que había en tales lugares y a la malignidad que los rodeaba... Ahora ese destino de su gente, le ha alcanzado a él..., y a Indómito.

Tal vez sea una ironía del Destino, que tras tanto tiempo lejos de las tierras de sus ancestros, haya ido a dar con el mismo peligro que atenazara a aquellos. Tal vez.., tal vez su destino sea morir en uno de ellos... como tantos Reyes de la Sabana... Pero no tiene miedo a ese destino.

Curiosamente, quiere enfrentarlo, probarse a sí mismo. Los demás le pueden ver moverse callado, en silencio, ensimismado, pero quienes le conocen pueden advertir un brillo de determinación en sus ojos.

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PRIMERAS HORAS DE LA TARDE.  - CIELO GRIS.

Un brazo cubierto de metal sale al encuentro del Ungido, cortando su camino en seco. Pertenecía a Cabo Barril, que se había mantenido al lado de Analista en todo momento mientras se recaudaba la plata de la Compañía. El alto Oscuro observó desde las profundidades de su casco al atlético K'Hlata, para hablar con un tono apenas contenido.

— Recoge tu bolsa y entrégasela en mano al Oficial Analista. Él no tiene que recoger lo que arrojas. Y sírvete de declarar en voz alta cuánto entregas, salvo que no tengas interés en recuperarlo, cosa que me parecería muy bien, Uro. —

Cabo Barril tenía cierto aprecio al Cazador de Cabezas, después de todo la Heroína de Galdan le había partido la cara como a él mismo. Además había precipitado la situación sobre ella, cargándose un plan que nunca se sabría si iba a funcionar, y Cabo Barril sabía agradecer su impulso de combate, por suicida que hubiera sido. Pero de ahí a faltar al respeto a un Mando iba todo un mundo, uno que pasaba por la maza de Cabo Barril. Y dolor, mucho dolor.

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PRIMERAS HORAS DE LA TARDE.  - CIELO GRIS.

Lagrimita se detuvo en un lugar relativamente próximo a los compañeros seleccionados para aquella segunda expedición. Muchos de ellos ya parecían estar listos para la salida, resultaba divertido verlos mercadear con el peso a trasportar, ofreciendo a cambio prestaciones en forma de raciones y agua a quien no tenía; Pero él no tenía humor en aquel momento. No intentó mantener conversación alguna, todo lo contrario, quería dedicar el tiempo restante a recuperar la tranquilidad y por ende, el control total de sus manos, lo más alejado posible.

Aquello, claro está, duró poco. Las treinta y cuatro almas estaban bastante repartidas por todo el recinto y el bullicio era notable, le hubiera gustado tener la capacidad de aislarse de todo aquello, pero no era el caso. Escuchó entonces a Frontera primero y a Rastrojo después anunciar que sus raciones eran inexistentes, solicitaban alguna a los más próximos. << Maldita sea. >> Dijo para sí mismo con el gesto disgustado, pues había olvidado hacer un par de cosas antes de partir, su nerviosismo le había jugado una mala pasada.

Se levantó del suelo y tomó su mochila, sacando la ración de carne en salazón envuelta en tela. Para su sorpresa, algo le molestó aún más... << ¿Qué rayos pinta la muda de soldado dentro? >> Se preguntó, cerró la mochila emitiendo bufido leve y se la puso. Una vez cerca de Frontera, extendió la mano, - ten, aquí tienes la mía. - Miró a Rastrojo entonces, - no tengo más encima, lo lamento, Analista te dará la que necesitas. - Y sin más añadidos, puso rumbo a su tienda nuevamente sin esperar gratitud.

El motivo de su vuelta era entregar las raciones de carne en salazón. Aprovechando el viaje, sacó la muda de soldado que metió por error y repuso la ración perdida. Poco después volvía a estar en presencia del atareado Analista. - Olvidé esto, mis disculpas. En mi tienda he dejado equipo, puedes inventariarlo cuando lo desees, tienes mi permiso. - Se marchó y espero no haber olvidado nada más. Volvió al lugar que había elegido para estar lo más tranquilo posible.