Partida Rol por web

La Compañía Negra: El Dios del Dolor.

Tierras de Cho n Delor: Fuerte Chuda.

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14/06/2013, 11:09
[RIP] Sino.

Sino siguió moviéndose a pesar de estar atravesado por numerosas lanzas enemigas. No cejó en su empeño, agachándose aquí, y fintando al siguiente enemigo para seguir desplazándose... Movio su cimitarra a la mayor velocidad que pudo y aunque sus enemigos eran soldados experimentados y esquivaron alguno de sus ataques, logró impactar de nuevo con la cimitarra manchándose aún más de sangre enemiga. Otro de los fantasmas cayó... y Sino envuelto en una furia de venganza y sangre que cegaba sus ojos, no se dio cuenta de si estaba consiguiendo su objetivo inicial... ganar tiempo para sus compañeros y para que el ariete acabara de derribar las puertas...

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14/06/2013, 12:00
Guepardo.

Y ahora que estaba dentro se dio cuenta de su error. Los demás no conseguirían pasar hasta destrozar la puerta y, en cambio, Guepardo estaba junto a Pipo delante de, al menos, una docena de enemigos. Gran movimiento, pensó para sí. Estban perdidos, pues aunque el músico estaba completamente rebosante de adrenalina vio como recibió varios lanzazos tras  su ataque. Guepardo había tirado una de sus lanzas cortas, pero su enemigo no había caído. En cambio aprovechó que aún estaba sacando su arma para darle un tajo. Había sido potente pero podía seguir luchando. Cuando pensó que todo estbaa acabado vio a Sino dar un salto imposible y situarse en medio de los enemigos. El factor sorpresa el hizo matar a uno y herir a otro, pero, tras ello, fue ensartado por varios enemigos. Entonces retrocedió. Guepardo remató al enemigo que ya andaba herido y decidió que era una locura tratar de seguir atacando hasta que llegaran los compañeros. Cruzó su lanza horizontalmente frente a él en posición de defensa. Era hora de resistir hasta que llegara el resto del grupo. Y tal lo pensó se lo dijo a sus compañeros. —¡Juntaos y defendeos! ¡Aguantad hasta que llegue el resto!

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17/06/2013, 15:51
Caracabra.

Al acercase a las puertas Caracabra se alegró al ver estas abiertas con el ariete en medio, sus camaradas habían hecho un gran trabajo. Pero también estaban los cuerpos muertos de varios de ellos, llenos de lanzas inertes sobre el barro. Desde su posición no podía saber cómo iba la batalla. Las puertas están abiertas pero aún queda por vencer a la guarnición, y eso no va a ser fácil. El jorobado continuaba con el escudo en alto para proteger a la pitonisa aunque ya no quedaban guardianes en las murallas. Habrán bajado todos a defender la puerta.

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17/06/2013, 16:06
[RIP] Sino.

La furia colmaba todos los sentidos de Sino impidiéndole ser consciente de lo que sucedía a su alrededor. Sólo notaba movimientos, salpicaduras de sangre, muerte y destrucción por doquier.
En un momento mínimo de lucidez contempló los cuerpos de tres enemigos a sus pies. Le estaban estorbando y frente a él tenía a varios enemigos que trataban de rodear a Matagatos. Sino no lo pensó, volvió a dejarse llevar. La rabia, toda la ira que sentía, era demasiado poderosa para dejar que se acumulara en su interior. Un grito de furia brotó de su garganta mientras daba otro salto intentando alcanzar con una patada el pecho del fantasma que tenía frente a él e impactándole con una fuerza inusitada.

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17/06/2013, 17:08
Perdida.

Me siento más perdida que nunca sin la lanza corta. Tengo aún el cuchillo en su funda, pero luchar con él ahora me parece  ridículo. Chamán Rojo ha conseguido recuperar algunas lanzas del enemigo, y ahora se me antoja una buena venganza usar sus propias armas para acabar con ellos. El contrataque de la Compañía había obligado a los enemigos a morir o bajar de la empalizada, por lo que la lluvia de lanzas había cesado casi por completo.  Los compañeros del ariete obstaculizan mi paso al interior del fuerte  por lo que me dedico a buscar lanzas por los alrededores que pueda utilizar para atacar.

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18/06/2013, 10:10
Niño Guerrero.

¡ZZZZZZ!

Niño Guerrero parecía haber enloquecido. Sus pequeños y finos dedos se movían ágiles, tensando la cuerda del arco una y otra vez, tomando una flecha tras otra. Su imagen era impactante. Su cuerpo menudo , de aspecto infantil, los músculos tensos y la mirada fija, clavada en sus objetivos. Tal era su estado de esimismamiento y concentración que ni parpadeaba. Los ojos escocidos protestaban dejando caer lágrimas por sus mejillas. Al menos dos enemigos habían caido ensartados por sus flechas. Pero no era suficiente.

¡POING! 

El ruido de la cuerda del arco al romperse le sacó de su trance. ¿Había forzado demasiado el arma o los espíritus le maldecían por su cobardía? No había tiempo para pensar.  Lanzó un pequeño grito de frustración mientras agitó el ya inútil arco,  para ahuyentar a los espíritus que pudieran rodearlo. Demostraría que no tenía ningún miedo. Lo colocó a su espalda y salió corriendo con todas sus fuerzas. El aire cálido le daba el la cara dejando trazos salados donde antes corrían las lágrimas. Se movía rápido y ágil como una pantera, esquivando lanzas y cuerpos que había por el suelo. Sólo tenían un objetivo, que era llegar hasta la sargento Falce y cobrarse  en sangre la muerte de sus compañeros.

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19/06/2013, 16:14
[RIP] Sino.

Una capa roja cubría la visión de Sino. Sabía que estaba siendo por múltiples enemigos, por mucho que fintaba y esquivaba, se agachaba esquivando el filo de un arma o interponía su cimitarra para parar otros golpes… algunos lograban golpearlo. La superioridad numérica del adversario era incuestionable, al menos en aquella zona del campo de batalla.

Casi se diría que Sino no veía, era una tormenta de furia incapaz de ver a quién atacaba, ya fuera amigo o enemigo, pero no era el caso. Uno de los rivales que habían comenzado a rodear a Matagatos cayó descabezado bajo uno de los poderosos golpes de Sino. Éste no paró e invirtió el curso del movimiento del arma para golpear a otro de sus rivales que se estaba acercando demasiado hiriéndolo de gravedad.

Sino ya no gritaba, sólo emitía de vez en cuando sonidos guturales y se movía como un poseso, esquivando, parando, ignorando las heridas y atacando sin cesar al enemigo.

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19/06/2013, 16:30
Loor.

Había subido a la torre más rápido, más ágil, con más fiabilidad, de lo que jamás había trepado a superficie alguna. Sin duda la Diosa estaba con ella, y no le había abandonado, y eso complacía a Loor. Pero no tenía tiempo para preocuparse de sus hermanos, no tenía tiempo de llorar a su hermana de capa, a Hermana. No tenía, siquiera, tiempo de preocuparse por Belleza o por Odio. Sólo había una cosa que podía hacer. La torre era suya, y con esa idea en la cabeza tiró de la misma los cuerpos de los enemigos muertos, dispuesta a poder actuar como se esperaba de ella

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19/06/2013, 16:53
Pipo.

Se abrieron varios agujeros en su piel... había mucha sangre, mucha, y estaba exultante, era como un animal en su elemento. Las personillas que había alrededor de él se agitaban y gritaban... no eran más que cuerpos. Quizá fuera la excepción una especie de vórtice de rabia que podía percibir a su izquierda, un ser enmascarado que era como un dios airado que bajara a la tierra para imponer su ley. Algo se conmovió dentro de él... durante un segundo, fue capaz de pronunciar una palabra:

-Sino...

Pero tampoco tenía significado alguno. Eso si, alguna pequeña partícula de consciencia le avisó de un cuerpo a su lado, caído, y del ariete que avanzaba a su espalda: fue percibir la pequeña partícula y actuar. Se agachó, para recular, buscando el abrigo, cual haría una bestia herida. Sin que pudieran seguir los ojos el movimiento, la lanza corta estaba en su mano. La otra había agarrado un pié del monigote que a su lado había, y tironeaba de él hacia atrás, con la idea, jamás articulada por lenguaje alguno, de que era Familia, y de que la rueda del armatoste iba a aplastarle.

Una vez puesta a salvo la Familia, hizo un amago a los pies que se veían delante, como aviso a aquellos monigotes de que estaba bien vivo, y dispuesto a matar.

Excepto por aquel raro silencio durante el cual había articulado la palabra, había seguido gritando:

AAAAAAAAAAAAAAAAAH, AAAAAAAAAAAAAAAAAH, AAAAAAAAAAAAAAAH

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19/06/2013, 17:37
Asesina.

El enemigo me obvia y me envuelve la furia. Debe morir bajo mis armas. Lanzo un par de tajos tratando de acabar con su vida, guiándome más por lo instintivo que por lo racional.

Cuando me quiero dar cuenta he cometido un grave error...

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20/06/2013, 22:04
Perdida.

Parece que los espíritus de mis compañeros caídos guían mi brazo y eso me reconforta. Las órdenes de Manta y Lengua Negra están dando sus frutos. Sé que no soy lo suficientemente experimentada para meterme en el centro de la batalla, pero cualquier cosa que pueda hacer para ayudar será bienvenida. Miro alrededor y veo como en la empalizada oeste ya no quedan enemigos y está siendo tomada por los exploradores.  Tomo la última lanza que he econtrado y me detengo un instante, dudosa. No soy tan buena como para hacer ese lanzamiento. Pero es entonces cuando escucho la arenga de Sicofante. Sus palabras inspiran en mi interior un coraje y una determinación que jamás había sentido antes.Por unos instantes dejo de estar perdida y encuentro el camino para clavar la lanza en el enemigo. ¡Sangre por sangre! Ahora es la euforia la que me domina, y tomando otra lanza avanzo para realizar otro ataque.

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21/06/2013, 19:04
Khadesa.

Por una vez fue consciente de algo más que de la magia de Serpiente. Dedos había sido herida. Como si ella misma hubiera sentido el dolor, Khadesa se encogió, y sus ojos se apartaron del punto verdoso en el que se estaban ahogando, una amalgama de humo y viscosas calaveras que emanaban del mago, para fijarse en su amiga, en la compañera de su hermano.

Un grito angustiado brotó de sus labios, había que hacer algo. Además, la guerrera estaba allí para proteger al taumaturgo, y ahora no podría hacerlo bien. Era necesario un cambio.

-Caracabra, intercambia el sitio con Dedos, y protege tú a Serpiente, ¡con tu vida! Yo estoy bien. Y no soy... necesaria.

Costaba decirlo, pero así era.

Sin embargo, la pitonisa no iba a dejar matarse, ¡oh no!, no sin pelear y llevarse por delante a aquel que fuera a por ella. Así que, sin dejar de agarrar la túnica del mago con su mano izquierda, la más próxima a él, con la derecha desenvainó a Noche, su filo negro, su diente de oscuridad. Y con los párpados entrecerrados se dispuso a defender su vida. Buscó con esa mirada afilada algún escudo que recoger. Pero no halló ninguno. No importaba, tampoco tenía más manos...

Por primera vez también fue consciente de la muerte de los suyos. De los que gritaban, de los que caían. No pudo poner rostro a los gritos, no supo quién. Deseó, rogó. Y rezó. ¿A quién...?

En su cinto, golpeando suavemente su cadera, buscó sentir la forma redondeada y cálida de la madera. La sintió, y rezó. La talla de la Madre...

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22/06/2013, 12:41
Niño Guerrero.

Niño Guerrero había corrido a través del campo de batalla con todas sus fuerzas siguiendo  los pasos de la Sargento Falce.  Mientras se aceraba había visto la cuerda por la que había subido sus compañeros a la empalizada y el embotellamiento que había en la puerta, por lo que se decidió a trepar. El camino parecía completamente despejado de enemigos.

Cuando llegó al foso de estacas las fuerzas le flaquearon  e hizo un torpe salto. Esos instantes en los que surcaba el aire se le antojaron eternos. Podía ver las estacas de madera que apuntaban hacia él, acusadoras, con sus toscas, pero no por ello menos efectivas, puntas. 

¡Salta cobarde , salta a nuestros brazos inertes y derrama aquí tu cálida sangre para saciar a los espíritus!

Miró abajo y vio el cuerpo inmóvil  de Rastrojo. Por un pequeño instante se vio reflejado como  en un espejo: su cuerpo frío, doblado de manera antinatural, abandonado en el fondo del foso. Sólo una diferencia. El cuerpo de Rastrojo violentado por lanzas y el suyo penetrado por las estacas.

¡Oh espíritus, no ha llegado mi hora, cambiaré mi sangre por la de mis enemigos, pero no quiero perecer ahora!

Milagrosamente consiguió posar sus pies en el foso sin daño alguno. La inercia de la caída casí le empala contra una de las lanzas, pero consguió frenarse ayudándose con las manos y girando el cuerpo para evitar as bocas ahumadas hambrientas de carne fresca.

¡¡Arrrgg!!

No se paró demasiado tiempo y empezó a trepar para salir del foso. Su mano se estiró para coger la cuerda y, sólo cuando la tuvo en su mano, se permitió un segundo para tomar aire y concentrarse en la siguiente prueba: trepar por la empalizada.

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25/06/2013, 14:23
Caracabra.

Después del estallido de ácido verde en la muralla, los supervivientes fijaron su blanco en el mago, pero delante de él estaba Dedos, la pequeña exploradora recibió varios golpes bastante graves. Como podía arriesgar la vida por Serpiente. La respuesta era fácil, era una orden.

Caracabra se sorprendió de la orden de Khadesa, tenía que proteger a Serpiente. ¿Cómo era posible que la pitonisa se preocupara Serpiente?, era un mago que jugaba con los poderes de los espíritus y todo el que se uniera a él desataría la furia de los espíritus. Pero era una orden de Khadesa, la pitonisa, y él era un simple soldado así que obedeció la orden sin rechistar, intercambio su posición con Dedos y levanto el escudo para proteger a Serpiente. 

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26/06/2013, 13:48
Pelagatos.

La batalla empezó al alba. Preparado para el combate, mis sentidos estaban alerta ante cualquier ruido o movimiento. Con el escudo colocado en mi brazo izquierdo me uní al grupo del ariete. No éramos demasiados, pero estaba decidido a embestir con la máquina y hacer caer las puertas del fuerte. Cuándo el campamento enemigo se hizo visible un fino hilo de sudor bajó por mi nuca y se perdió en mi camisa. El fuerte era más grande de lo que habría pensado (ahora entendía por qué era tan importante conseguir mantener el fuerte lo más itacto posible) y los guardias recorrían las murallas.

El avancé empezó de manera disciplinada y ordenada, aunque el ariete tenía un movimiento pesado y lento. El esfuerzo hizo que el sudor empezase a brotar y mis dientes se apretasen para ayudar en el esfuerzo. Al ver las dificultades en mover el ariete, la idea de que no debíamos haber optado por esta estrategia cogió fuerza. No obstante, me obligué a mantenerme concentrado y grité a Lengua negra pidiéndole hombres. Mi primo no tardó en enviar a un par de los campamenteros, pero aún así con más hombres el ariete habría ido muchísimo más rápido. Sin embargo, mi determinación se mantuvo fuerte y no dudé en gritar órdenes a aquellos que dudaban. Sabía que no era mi sitio, pero parecía que aquellos que debían hacerlo no reaccionaban.

Fue cuándo Campaña quedó cegado por un montón de barro cuándo mi resolución tembló, como una montaña de cartas en una mesa coja.  La fuerza de Campaña era necesaria. El ariete se ralentizó y casi estábamos a tiro de los guardias del fuerte, los cuáles nos miraban con odio y locura. No era posible, ¿me ensartaría alguna lanza antes de poder siquiera acercarme a las puertas? ¿Caería porque nos faltaban hombres para empujar el maldito trasto con la velocidad necesaria? No. No podía ser. No iba a serlo. Iba a llevar esa máquina ante la peurta y la iba a derribar. Iba a clavar el filo de mi arma en tantos enemigos cómo se me presentasen. Iba a demostrar al mundo que el Soldado Pelagatos era un buen soldado.

Con los dientes apretados y rugiendo por el esfuerzo, mientras el sudor goteaba cómo una fuente interminable, seguí empujando con todas mis fuerzas. Por suerte, noté que no estaba solo. Otros soldados en el ariete tenían la misma determinación que yo y conseguimos que el movimiento fuese constante.

Dejé a mis sentidos y a mi intuición guiarme en cuánto cruzamos el umbral de seguridad y las flechas empezaron a volar. No, hoy no iban a herirme, no en ese momento. Mi brazo se alzó ante la sensación de cercanía de algunas lanzas, esquivando todos los ataques hacia mi persona mientras mis ojos tenían un punto fijo en el fuerte: La puerta.

El ariete cargó contra la puerta y quedó atascado por unos segundos, pero antes de que pudiese reaccionar, una fuerza brutal vino desde detrás de mí y el ariete arremetió abriendo finalmente las puertas. En ese momento sentí un sentimiento de triunfo que rápidamente desapareció gracias a las estúpidas acciones de otros dos solados que rompieron filas y se lanzaron a la pequeño apertura de la puerta.

“¡Insensatos!”

No solo se lanzaban a la boca del lobo, sino que dejaban al ariete carente de la fuerza de los hombres suficientes para embestir de nuevo y acabar de abrir las puertas. Me disponía a gritar al resto que empujase con todas sus fuerzas antes de que fuera demasiado tardo cuándo la voz de Ponzoña me sorprendió. El segundo al ando había estado ausente y confuso hasta ese momento, pero su grave voz hizo efecto. En un golpe más el ariete estaba completamente dentro del fuerte y nosotros con él. Fue entonces cuando empezó el infierno.

Había decenas de soldados en el fuerte y nos rodeaban y la mayoría de soldados se habían dejado llevar por la adrenalina de la batalla, haciendo que nuestro campo de ataque se redujese y estuviésemos expuestos.

“¡Idiotas, imbéciles! Tendrían que haberme dado el mando, tendrían…”

Una lanza arremetió contra mí sacándome de mi mente y abriendo el campo de batalla a todos mis sentidos. El sonido del metal llenaba el ambiente, así como el sudor y la primera sangre. El atacante falló y su desconcierto me permitió devolver el golpe, notando cómo por fin mi espada se clavaba en el cuerpo de uno de mis enemigos. Mi espada se movió con destreza hasta que el aliento dejó el cuerpo del hombre caer al suelo sin vida. Sin embargo, un nuevo enemigo tomó su puesto y su lanza atravesó mi costado casi como si fuese gelatina.

“Mierda… Demasiado pronto.”

No estaba seguro de lo que ocurría a mi alrededor. Mi visión estaba casi tan limitada con el espacio que disponía para moverme y atacar. Sin embargo no era difícil saber que mi enemigo estaba a mi lado aún sujeto a su lanza, dada la presión que notaba en el costado. En cuánto la lanza abandonó mi cuerpo tan rápido como había entrado, mi espada giró con velocidad y certeza para provocar una profunda herida en el vientre del enemigo.  Sin embargo, pude ver en sus ojos la ira y la vida, pues no había caído aún.  Mi mente y mi cuerpo trabajaban a una velocidad acelerada gracias a la adrenalina. Llegué a ver por el rabillo del ojo a Frontera acercándose, aunque el espacio del que disponíamos era limitado, así que mis piernas retrocedieron lo suficiente para evitar un contra-ataque del Fantasma Irredento, dándole vía libre al explorador para rematar la faena. Sin embargo, en pocos segundos vi cómo el fantasma no sólo evitaba que acabasen con su vida, sino que atacaba a una de las campamenteras. Era la mujer que sucumbía a la locura de la diosa y danzaba con las cimitarras. No la había visto venir, pero sinceramente no veía demasiado de ningún modo. Había demasiado movimiento a mi alrededor y debía concentrarme en matar y no ser matado.

“Esta vez no. Esta vez no acabarán conmigo. No me harán caer.”

Las batallas anteriores me habían dejado al borde de la muerte, pero confiaba en que mi determinación me había sacado de ese umbral. Sin embargo esta vez no dejaría que la inconsciencia se apoderase de mí. No, esta vez no.

El enemigo al que había atacado se había alejado demasiado de mí y no tenía manera de darle alcance, así que giré sobre mis talones para buscar a un nuevo blanco, cosa que no fue nada difícil al estar rodeado de enemigos. Fue entonces cuando me di cuenta del estado de trance en el que el soldado Sino se encontraba. Sus heridas eran mortales, era fácil de ver, pero aún así se movía con rabia y velocidad. La espuma de su boca era intimidante hasta para mí, que era su compañero. Sin embargo el brillo de sus ojos se apagaba, no aguantaría mucho más. Ante la vista de un chacal moribundo a punto de ensartarle definitivamente lancé una estocada que se llevó la fuerza y la vida del enemigo. Sin embargo, mis movimientos estaban limitados y no llegué a tiempo para acabar con el Fantasma que remató a Sino.

En ese momento me encontré rodeado de cadáveres que no podía sortear. Me manejaba con destreza en la danza de la espada, pero mis piernas no eran cómo las de otros soldados. No podía saltar sobre todos esos cuerpos cargado con mi espada, mi escudo y mi armadura. Tras soltar una maldición en Lengua Oscura me apresuré en apartar el cadáver de uno de los caídos con la mayor rapidez que pude, pateando otro para ocupar su sitio. Pude notar como la sangre manaba de mi herida por el esfuerzo, pero el dolor estaba en un segundo plano. No importaba, tenía que continuar, tenía que terminar de teñir mi espada por completo con la sangre del enemigo.

Miré a derecha e izquierda permitiéndome un segundo para situarme y decidir dónde era más necesaria mi ayuda. Pude ver al monstruoso Chugrat con su enorme espadón y una cantidad de cuerpos amontonados a su alrededor. Algunos eran enemigos, otros eran compañeros. Ponzoña, Teniente y un grupo de soldados de La Compañía lo atacaban sin cesar. La sangre brotaba del monstruo, pero también de los soldados. Tras un momento de duda los relinchos del caballo de Matagatos me hicieron dirigirme al otro lado de la batalla. Mi primo estaba rodeado por cadáveres y enemigos, pero todos los combatientes de nuestro bando habían caído. Chugrat en cambio parecía bajo control y no había manera de que pudiese acercarme a él de ningún modo. Mi mente trabajó con velocidad y en menos de un segundo mis piernas se dirigían hacía el líder de los Hostigadores y mi espada atacaba a un enemigo que lo esquivaba por poco.

 El enemigo decidió rematar al atrapado Matagatos en lugar de intentar devolver mi golpe y pude ver cómo mi primo se desmayaba en su caballo peligrosamente, mientras la sangre manaba sin descanso. En esos momentos el tiempo pareció realentizarse para mí. Una parte de mí saltó en busca de gloria, dejando al inconsciente Matagatos en un segundo plano. Sin embargo, otra parte de mí respondió con actos. Mi espada atravesó al enemigo con un movimiento fluído, mis piernas se retiraron un paso hacia atrás mientras la espada abandonaba el cuerpo del Fantasma Irredento y mi boca se abrió dejando escapar unos gritos en lengua K’hlata.

- ¡Te voy a convertir en carne picada, imbécil apestoso!

La mirada del fantasma se encontró con la mía por unos instantes, pero su cuerpo cayó inerte cuándo la sangre de mi último ataque empezó a brotar.

La batalla empezó a acallarse y mi mente y mi cuerpo se relajaron instintivamente. Habíamos ganado, estaba seguro. El sonido de varias armas caer al suelo y el silencio de los gritos me lo confirmaron. Fue entonces cuando esa segunda parte de mi mente, la que se había apoderado de mí en el último instante, habló con palabras y no con actos dentro de mi mente.

“No eres un niño mimado egoísta. No dejarás que nadie vuelva a despreciarte a tus espaldas. Eres un Soldado. Un soldado de La Compañía. Tienes un deber e hiciste un juramento. Salva a tu hermano.”

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26/06/2013, 13:58
[RIP] Sino.

Mientras toda la Compañía avanzaba hacia el fuerte Chuda, Sino recordó a sus hermanos caídos en las anteriores batallas. Recordó cómo en la última batalla había acompañado a Matagatos como explorador pero había hecho el ruido suficiente para alertar a los enemigos… Debido a ello habían perdido el elemento sorpresa y varios hermanos habían muerto por su culpa. Desde entonces Sino se había propuesto compensar aquellas muertes, se había propuesto hacer pagar al enemigo sangre con sangre. Había descansado para recuperarse de sus heridas, se había puesto sus pinturas de guerra en la cara y había entrenado sin descanso y con ahínco para este momento.

Abrió los ojos y comprobó que había perdido la noción del tiempo. Junto a él un titubeante Niño Guerrero que parecía sobrepasado por la batalla. Mucho más adelante estaban el resto de exploradores que habían avanzado demasiado hacia la muralla del fuerte.

Giró la vista y azuzó a su compañero: - ¡Venga chaval! – palmeó el hombro de Niño Guerrero mientras le echaba una furiosa mirada, y éste parpadeó mientras reaccionaba y se daba cuenta de dónde se encontraba. Entonces Sino echó a correr. La batalla había comenzado y ya no hacía falta el factor sigilo, y menos con todos sus compañeros por delante suyo. El enemigo comenzó a arrojar lanzas contra los exploradores y a Sino le hirvió la sangre por dentro, lanzó un grito de guerra y siguió corriendo, cuanto antes alcanzara a sus compañeros exploradores antes entraría en batalla y podría echar una mano.

Los músculos de Sino se tensaban con el movimiento, su respiración se agitaba, pero él se afanaba en alcanzar a la columna de exploradores. Su único pensamiento se centraba en alcanzar al resto de exploradores y usar su cuerda para trepar la empalizada.

Para su gran decepción, apenas sus pies le situaron junto a la Sargento Falce, ésta le envió a ayudar al grupo del ariete… necesitaban músculo para mover el pesado aparato y conseguir que alcanzara las puertas. Era otra forma de ayudar, y Sino no puso pegas. Retrocedió parte del camino y se situó junto a sus numerosos compañeros en el ariete.

En cuanto sus hombros notaron el tacto de la madera se puso a empujar a medida que soltaba un grito de guerra… - ¡Aaaarrrrrrr!

Primero un pie, luego el otro, el cuerpo de Sino seguía empujando. Los enormes bíceps se marcaban, así como el resto de sus músculos, cada vez que el guerrero daba al ariete un nuevo empujón.

Vio venir la lluvia de lanzas pero sabía a ciencia cierta que no podía hacer nada para cubrirse. Al menos no sin dejar de empujar el ariete junto a sus hermanos. Y tenían que llegar con el ariete a las puertas fuera como fuera. Apretó los dientes, agachó ligeramente la cabeza y continuó su marcha, empujando sin cesar.

Escuchó los impactos de varios de los proyectiles a su alrededor. Escuchó el helador grito proferido por Sabandija y vio cómo caía al suelo. Notó cómo una de las lanzas se clavaba en su muslo. Miró sin dejar de empujar y observó cómo un filo hilillo de sangre brotaba de la herida. Por suerte no había impactado ningún punto vital, parecía una herida menor, sin importancia. Pero Sino sabía que tenían que darse prisa en llegar… o el enemigo les acribillaría a distancia. Tenían que alcanzar y derribar esa puerta para que la batalla diera paso a una batalla campal… para que se moviera en el terreno que le gustaba a la Compañía y dejara de ser un asedio y una masacre para los hermanos. Sin dejar de empujar, agarró con la mano izquierda el asa del proyectil que tenía incrustado en la pierna y lo arrancó con fuerza. Ahogó un pequeño grito, miró con desprecio la punta de la lanza manchada de sangre y continuó empujando… cuando llegara cerca usaría esa misma lanza para atravesar a algún enemigo.

Pronto, muy pronto, Sino se tomaría su venganza. Otra lanza más impactó esta vez en el hombro de Sino. El explorador de la cara pintada apretó los dientes, gruñó por el esfuerzo, y continuó empujando como si le fuera la vida en ello. Y en verdad le iba… cuánto más tiempo pasaran empujando el ariete, más lanzas podrían lanzarles los enemigos... y más tiempo seguirían ellos indefensos. Sino ni se molestó en mirar quién le había atacado… le daba igual quién fuera… todos morirían en esa batalla. Todos los enemigos caerían bajo las espadas de los hermanos.

- ¡VAMOS! ¡EMPUJAD! – gritó intentando animar a sus compañeros. Junto a él escuchó el ruido sordo que produjo el cuerpo de Avestruz al caer… otras dos lanzas habían impactado en su hermano y le habían derribado. Sino pudo ver sus ojos vidriosos y se dio cuenta de que Avestruz no vería el final de la batalla.

Con más rabia aún cargó de nuevo contra el ariete con el hombro… empujando, poniendo toda su fuerza en cada movimiento… Tenían que llegar cuanto antes… y estaba deseando clavar su cimitarra en las tripas de algún enemigo.

Estaban tan cerca... Ya tenían al enemigo a tiro. Sólo quedaba derribar esas malditas puertas. Sino escuchó los gritos de ánimo de Guepardo y empujó con todas sus fuerzas... Haría lo posible por derribar esa puerta, aunque fuera a puñetazos. - Ya casi estamos. - gritó para dar ánimo a sus compañeros que empujaban con él el ariete. Tenían que golpear rápido y duro. Esa puerta no podía resistirse.

Había escuchado más gritos y sospechó que estaban cayendo hermanos a manos de las lanzas enemigas, pero comprobó con placer cómo caían también enemigos desde las murallas, algunos alcanzados por lanzas de los exploradores, otros por flechas y otros devorados por magia profana... Seguro que Serpiente estaría detrás de aquello, pero mientras ayudara a la Compañía, Sino no se preocuparía por el chamán.

De pronto, el ariete logró abrir un hueco en la puerta, y el guerrero se vio alentado al ver a Guepardo y Pipo saltar por el hueco y lanzarse al ataque contra los Fantasmas del Triplete... e hizo lo propio. Soltó el ariete y, viendo cómo sus enemigos intentaban adelantarse para colocar cuñas para bloquear la puerta, tomó impulso y saltó como nunca había hecho en su vida. Sino aterrizó en medio de los enemigos, con la cara pintada y la cimitarra en la mano, creando el caos. Lanzó un grito de guerra inspirado en los gritos de Pipo - ¡¡AAAAAAARRRRRRRGGGGGHHH!! - y se lanzó a hacerles pagar la sangre con sangre. Su primer ataque contra el enemigo más cercano falló por los pelos. El fantasma logró apartarse en el último instante y la cimitarra pasó rozándole el pecho pero solamente acariciando la armadura de cuero. Una sonrisa asomó al rostro del fantasma al contemplar a Sino en medio de tantos enemigos... sólo era uno y ellos eran muchos.

Sin embargo, su sonrisa se truncó cuando Sino en un movimiento igual de veloz volvió a golpear con la cimitarra con tal fuerza que su arma casi partió al fantasma por la mitad atravesándole de lado a lado. La sangre salpicó en todas direcciones, Sino parecía fuera de sí, parecía no controlar sus actos y volvió a golpear a otro enemigo situado al lado del anterior... De nuevo la cimitarra de Sino golpeó carne e hizo sangrar a su enemigo... - Morid... - gruñó entre dientes.

Una furia asesina se apoderó de Sino, y éste se dejó llevar, sabía que era en esos momentos cuando era más efectivo en combate. Sus ojos dejaron de ver, sólo había sangre y muerte en todas direcciones pero increíblemente mantuvo el control suficiente para distinguir amigos de enemigos.

Su cuerpo apenas notó los siguientes lanzazos de sus enemigos, y siguió moviéndose a pesar de estar atravesado por numerosas armas enemigas. No cejó en su empeño, agachándose aquí, y fintando al siguiente enemigo para seguir desplazándose... Movió su cimitarra a la mayor velocidad que pudo y aunque sus enemigos eran soldados experimentados y esquivaron alguno de sus ataques, logró impactar de nuevo con la cimitarra manchándose aún más de sangre enemiga. Otro de los fantasmas cayó... y Sino envuelto en una furia de venganza y sangre que cegaba sus ojos, no se dio cuenta de si estaba consiguiendo su objetivo inicial... ganar tiempo para sus compañeros y para que el ariete acabara de derribar las puertas...

La furia colmaba todos los sentidos de Sino impidiéndole ser consciente de lo que sucedía a su alrededor. Sólo notaba movimientos, salpicaduras de sangre, muerte y destrucción por doquier.
En un momento mínimo de lucidez contempló los cuerpos de tres enemigos a sus pies. Le estaban estorbando y frente a él tenía a varios enemigos que trataban de rodear a Matagatos. Sino no lo pensó, volvió a dejarse llevar. La rabia, toda la ira que sentía, era demasiado poderosa para dejar que se acumulara en su interior. Un grito de furia brotó de su garganta mientras daba otro salto intentando alcanzar con una patada el pecho del fantasma que tenía frente a él e impactándole con una fuerza inusitada. Una fina capa roja cubría la visión de Sino. El explorador sospechaba que no era sólo sudor lo que empañaba su visión, sino también la sangre de sus muchas heridas, y sangre de sus enemigos. Pero no podía frenarse, no podía y no debía. Sabía que estaba siendo acosado por múltiples enemigos, por mucho que fintaba y esquivaba, se agachaba esquivando el filo de un arma o interponía su cimitarra para parar otros golpes… algunos lograban golpearlo. La superioridad numérica del adversario era incuestionable, al menos en aquella zona del campo de batalla.

El explorador era una tormenta de furia incapaz de sentir el dolor y actuando al parecer sin orden, una masa caótica que descuartizaba fantasmas, chacales y bandidos por igual. Uno de los rivales que habían comenzado a rodear a Matagatos cayó decapitado bajo uno de los poderosos golpes de Sino. Éste no paró e invirtió el curso del movimiento del arma para golpear a otro de sus rivales que se estaba acercando demasiado hiriéndolo de gravedad. Sino ya no gritaba, sólo emitía de vez en cuando sonidos guturales y se movía como un poseso, esquivando, parando, ignorando las heridas y atacando sin cesar al enemigo. Su cimitarra golpeó a otro fantasma acabando con su vida, el siguiente golpe de revés cercenó la garganta de uno de los bandidos.

Un par de movimientos de sus pies situaron a Sino junto a otro enemigo... éste atravesó con su lanza el abdomen de Sino… y abrió los ojos como platos cuando Sino, en lugar de caer, le golpeó con su cimitarra cortándole en diagonal desde la sien hasta la mandíbula.

Apenas habrían pasado unos minutos de batalla y el furioso guerrero se había quedado sólo, rodeado de cadáveres enemigos y con infinidad de heridas y algunas lanzas sobresaliendo todavía en su cuerpo. Sino parecía un puercoespín. Otro de los fantasmas se encontraba frente a él… parecía una batalla sin fin, Sino tomó impulso y saltó por encima de un cadáver para golpear de una patada el pecho de aquel enemigo haciéndolo retroceder. El mismo enemigo y otro volvieron a atravesar a Sino con sus lanzas, uno en la pierna y otro en el costado.

El sudor y la sangre se mezclaban y empapaban la piel de Sino… las pinturas de su cara comenzaban a desdibujarse pero él no dejaba de moverse. Ensartó a otro enemigo e hirió de muerte a un segundo. Parecía una danza macabra donde Sino cada vez paraba menos golpes, pero encajaba numerosos y respondía con contundencia. Por un momento los fantasmas del fuerte Chuda se pensaron que se enfrentaban a un inmortal. La cimitarra de Sino golpeó de nuevo a un enemigo que estaba flanqueando a Matagatos… pero el explorador había perdido mucha sangre y mucha fuerza… No logró matar a su rival e intentó golpearlo de nuevo. La velocidad había desaparecido, sus fuerzas menguaban, y el fantasma logró esquivar con facilidad su golpe.

Sino ni si quiera se percató de cuál de todos los golpes lo había matado. Su cuerpo llevaba un rato movido por la inercia, muerto hacía tiempo, pero seguía siendo una máquina de matar. Cuando la última lanza le atravesó el pecho, Sino no tuvo fuerzas de más. Toda la rabia desapareció en un instante, los ojos recuperaron la visión y finalmente se volvieron vidriosos. Y miró a su enemigo sin ver. El poderoso guerrero cayó de rodillas primero y luego se desplomó en el suelo como un fardo sin vida.

Así, sin más, la vida de Sino se había apagado. No había podido disfrutar de más, pero aún sin saberlo había cumplido su objetivo: ayudar a la Compañía a tomar el fuerte Chuda, acabando con muchos enemigos a su paso. Había hecho pagar al enemigo con sangre por todos sus compañeros caídos y aunque Sino no fuera consciente de lo que sucedía a su alrededor, sonrió.

Murió con una sonrisa, como siempre había querido y con su cimitarra manchada de sangre en la mano. Murió como un guerrero, como un hermano de la Compañía Negra y con todos los honores de caer en el campo de batalla. Su sino era servir en la Compañía y el día que el sargento Gulg le reclutó, así se lo hizo saber el explorador… Desde entonces ése había sido su único propósito y hasta el día de su muerte fue lo que hizo como mejor pudo.

 

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26/06/2013, 15:01
Loor.

Fuerte Chuda, Día 15 del Mes del Castor del año 201.

Loor se había preparado para la batalla de la única manera posible: poniendo su vida en manos de la diosa, dejando que esta la preparara, la instigara, la enseñara. ¿De qué servían todos los deseos de los hombres cuando fuerzas mayores que ellos estaban en juego? Si, la guerrera de las Lágrimas de la Diosa sabía, sin embargo, perfectamente de la estrategia. Pero también sabía que no sería ella la encargada de diseñarla, ni tenía hombres a su cargo. Así que su función era sencilla: obedecer, sangrar, luchar, matar… y si era preciso, morir. Durante la noche anterior puso en paz su espíritu. Pensó en acercarse a Hermana, en decirle lo importante que había sido su confianza para ella, en decirle lo mucho que deseaba que entrara en su fe, como había comentado, cuando terminara la batalla. Luego pensó en acercarse también a Belleza y a Odio, a los que apreciaba, a la primera por haberle pedido ser su hermana de capa, y al segundo porque debió haber sido su hermano de capa. Pero no hizo nada de eso.   Tales despedidas no hubieran sido buenas para la moral y necesitaban moral. Loor sabía que entrar en una zona defensiva, avisada, con empalizada… iba a ser difícil.
- Más que difícil. Puede ser una maldita sangría - ese pensamiento parece molestar especialmente a Loor que, sin embargo, se reprocha mentalmente por sus palabras, y tras una nueva tanda de oraciones, se retiró a dormir.
Como no podía ser de otro modo, a la mañana siguiente, ellos eran el cebo. Loor, al revés que el comportamiento que había tenido durante las últimas semanas los líderes de los hostigadores, Matagatos y Ponzoña, lo comprendió. Un grupo debía atacar con evidencia al fuerte, para que el otro pudiera pillarles por sorpresa. Sin embargo, en un primer momento, la ausencia de una estrategia, de unas normas claras, pilló por sorpresa a la guerrera, hasta que observó como el ariete apenas se movía. Con un grito a la diosa se lanzó hacia él, comprendiendo perfectamente que cada segundo que pasaba sin que el ariete rompiera contra la empalizada, eran más compañeros muertos.
Y Loor tiró. Empujó como no había hecho nunca. Por dos ocasiones Ponzoña equivocó sus órdenes, pero ella tiró. Y tiró otra vez, y otra, y otra más. Todos tiraban del ariete, pero fue la fuerza de Loor la que unió al grupo, la que hizo que este se desplazara más rápido. ¿Y acaso no era la fuerza de Loor un regalo de la diosa? Ella era la que les daba fuerzas.
Pero incluso con todas esas fuerzas los dioses y demonios reclamaban su libra de carne y sangre, sangre que caía al suelo, para el mal de todo el mundo futuro posible y maravilloso que les esperaba. Y entre los caídos… Hermana cayó al suelo. Loor sintió como algo se partía en su interior
- Diosa - susurró para si- Permíteme vengarla. Protege a Odio y a Belleza, e ilumínalos… y permíteme vengarla
La magia de Serpiente, mientras hacía que las torres se llenaran de humo tóxico. Y como si de una travesía por el desierto se tratara, el ariete llegó hasta la puerta de la empalizada, y con estrépito, se abrió lo suficiente para que algunos hermanos salieran de la formación, tomando posiciones dentro de la fortaleza, y siendo de inmediato rodeados por multitud de enemigos. Los músculos ya cansados de Loor hicieron un nuevo esfuerzo, y junto a otros compañeros, lograron terminar de abrir las puertas, lo suficiente para que toda la compañía, empezara a entrar.
Y Loor se vio fuera de la primera línea de la batalla. Reprimiendo un grito de rabia se lanzó contra la muralla, y como si verdaderamente estuviera poseída por espíritus mágicos, trepó a la torre con una velocidad imposible. Allí tiró todos los cuerpos de los enemigos, quedándose con la torre… y observó como los enemigos que quedaban en ese lado de la empalizada empezaban a bajar. Loor notó como el ansia asesina se calmaba y, metódicamente, observó la situación. Podía utilizar la posición elevada para atacar con piedras, si… pero abajo… la situación aun era peligrosa. Muchos de los enemigos estaban en combate cerrado con sus hermanos. Y vio como uno de ellos se acercaba para golpear a un hermano.
Y actuó casi sin pensar. Saltó. Y uno de los charcos de sangre y vómito del suelo le hizo resbalar. Loor sintió un golpe terrible, que le dejó sin aliento, y como si eso fuera un preludio de lo que iba a ocurrir, notó como el enemigo al que iba a atacar le golpeaba con saña. Loor vio como otro enemigo llegaba y les atacó… sólo para fracasar miserablemente y volver a ser golpeada. Eran heridas brutales, y por un instante sintió que las fuerzas le fallaban. Pero no iba a ser así
Loor movió su bastón, a gran velocidad, y escuchó como el cráneo de ambos enemigos se fracturaba. Cerca, escuchó el grito de Matagatos, malherido, a punto de caer de su caballo. Estaba suficientemente cerca. De un salto, logró encaramarse a la grupa de Hechizado, y con mucha suavidad, agarró a Matagatos.
Se oían gritos de victoria y Loor, poco a poco, bajó el cuerpo de Matagatos, dejándolo con suavidad en un lugar apartado.
Y entonces gritó
- Necesito un curador. Aquí, ahora. Matagatos está malherido

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26/06/2013, 15:25
Campaña.

El día había amanecido en completo silencio, como si el Sol quisiera dedicar una plegaria a los que iban a dar su vida en la batalla. Sólo los gruñidos y gemidos de esfuerzo de los que empujaban el ariete conseguían romper el silencio, amortiguados por los chirridos de las ruedas del carro que soportaba el peso del tronco. El asalto se había preparado precipitadamente, los mandos no habían dejado tiempo para fabricar armas de asedio, ni siquiera unas escalas para trepar la empalizada, si los Exploradores habían reconocido antes el terreno no se había informado debidamente, estaban ciegos en esa batalla y todo lo que ocurriera después sería fruto de la improvisación.

Sin embargo, tales reflexiones estaban muy lejos de los pensamientos de Campaña, que empujaba el ariete con todas sus fuerzas como las mulas tiran de los carros. El fuerte estaba muy cerca, aunque no podía verlo, y eso era algo que le resultaba tremendamente misterioso. Campaña se dio cuenta de que apenas veía a un palmo de distancia, el carro, sus compañeros y el propio terreno parecían estar cubiertos por una extraña neblina de naturaleza indefinida. Miró al cielo un instante para comprobar que no había nubes, miró después al frente para comprobar que la niebla que estaba percibiendo no era tal aunque ahí estaba y, por último, miró al suelo para comprobar que sus pies pisaban barro a pesar de no haber llovido (al menos que él pudiese recordar). Aquella combinación de sucesos no tenía sentido para él, quizás fuera por su mermada inteligencia, o quizás porque aquella bruma era una especie de niebla mágica. Pensó que los enemigos podían contar con magia poderosa, que quizás fuesen capaces de confundir los sentidos de los atacantes con sucias tretas que él jamás lograría entender. Aquella reflexión le puso furioso e, instintivamente, comenzó a pisar más fuerte.

Fue aquello (aparentemente) lo que provocó que una porción del suelo, con su barro y sus piedrecitas incluidas, fuese a pasar a los ojos de Campaña. El cómo aquel trozo de tierra, barro, piedras y demás objetos molestos, pudo viajar desde la bota de Campaña hasta estamparse contra su casco y después atravesar el visor para instalarse directamente en sus ojos es un verdadero misterio, pero en efecto eso fue lo que ocurrió. La visión de Campaña, que hasta aquel instante había sido de un anodino color grisáceo, se tornó una mezcla de marrón, gris y negro, impidiendo su visión casi por completo. Por suerte, las piedrecitas parecían estar redondeadas y ninguna arista se le clavó en el ojo, suerte que sin duda provenía del bonito tatuaje que Khadesa le había dibujado en el pecho.

- ¡Arghhh! - gritó Campaña, enfadado.- ¡Campaña no puede ver! ¡El barro salta a los ojos! ¡Arghhh!

A medida que empujaba el ariete, sin conocer realmente el rumbo, se empezaba a poner más nervioso. Si no veía no podría atacar a los enemigos, ni tampoco evitar sus ataques, sería un inútil en la batalla y, o bien moriría de forma estúpida, o no conseguiría volver a ganarse el derecho de ser Soldado. Escuchó la voz de Ponzoña a su lado y le habló.

- Ponzoña, Hermano - dijo con voz temblorosa.- Campaña no ve nada... Campaña no va a poder luchar así... Campaña no sabe qué hacer...

Ponzoña percibió la angustia en sus palabras y se apresuró a tranquilizarle lo mejor que pudo.

- Campaña, soy tu hermano y soy tu amigo -dijo mientras seguía empujando-. Y pelearemos juntos, hombro con hombro. Yo seré tus ojos y tú golpearás. Ambos caminaremos juntos por esta senda y el enemigo tan solo podrá morir bajo nuestras armas y furia.

Las palabras de Ponzoña siempre reconfortaban a Campaña, y el hecho de que estuviera dispuesto a luchar junto a él como si estuvieran encadenados significaba mucho para Campaña, pero la realidad era que aquello no saldría bien. Campaña sabía que era torpe, se manejaba bien él solo, pero si Ponzoña tenía que estar pegado a él eso limitaría mucho sus movimientos y al final sólo conseguiría que los matasen a los dos. Lo meditó durante unos instantes mientras empujaba, y finalmente decidió que trataría de quitarse el barro de los ojos.

Abandonó el ariete y sacó a tientas su pellejo de agua. Se quitó el casco y, tras lavarse un poco las manos, comenzó a verter agua sobre sus ojos y a frotar con cuidado para no hacerse daño. Campaña ya no tuvo más dudas acerca de la naturaleza mágica de lo que le había ocurrido, el barro normal se habría quitado en cuanto se hubiera lavado un poco pero aquel barro mágico era duro de pelar. Campaña se enfrentaba al enemigo más duro que había tenido nunca, se trataba de un duelo de titanes. El barro mágico se agarraba a los ojos de Campaña como si tuviera apéndices tentaculados o pequeños pelos mientras Campaña tenía que llegar a una solución de compromiso entre arrancarlo con fuerza y conservar los ojos en su sitio. El agua hacía su función y parecía ablandar el barro, que comenzaba a chorrear por sus mejillas. Al principio le costó un tiempo valioso pero luego aprendió a hacerlo más rápido y su enemigo mortal no tuvo otro remedio que plegarse ante la férrea voluntad de Campaña.

Había perdido la noción del tiempo, pero cuando escuchó los cascos de los caballos supo que la caballería entraría pronto en acción y que, por tanto, las puertas tenían que haber caído ya. Abrió los ojos y distinguió algunos bultos en movimiento, mucho mejor que antes aunque la mágica bruma aún estaba presente. Decidido a no perder más tiempo se encaminó a toda velocidad hacia dónde parecían estar las puertas, siguiendo la estela de polvo que dejaban atrás los caballos.

Llegó a las puertas, esquivando a algunos de sus compañeros que sólo conseguía distinguir cuando estaban más cerca, y vio a lo lejos a Ponzoña luchando rodeado de un mar de cuerpos enemigos. Tiró el escudo y blandió con fuerza la alabarda. Pasó corriendo junto a Manta, que arrastraba un cadáver para sacarlo del fuerte, saltó un obstáculo que había en el suelo y trató de acertar al bulto con el que luchaba Ponzoña. Su visión le jugó una mala pasada y falló por muy poco, pero estaba ya lo suficientemente cerca como para distinguir perfectamente a aquella mole de carne y metal como un enemigo. Se movió rápidamente para cortar con su arma a Ponzoña y a Pipo, que dejó de moverse cuando el alfajón abandonó su carne describiendo un arco sangriento. La Compañía reaccionó al unísono, lanzando un feroz ataque conjunto. Ponzoña hundió la maza en el cuerpo del gigante, mientras Lengua Negra atravesaba su pecho con la lanza y, finalmente, Campaña terminaba el trabajo rebanándole la cabeza con un certero tajo.

La cabeza rodó por el suelo y el resto del cuerpo se desplomó haciendo temblar el suelo. Una vez más, la Compañía Negra había vencido.

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26/06/2013, 15:43
Lengua Negra.

CRÓNICA DE LA BATALLA DE FUERTE CHUDA

Lengua Negra permaneció en silencio, mirando más allá, estático sobre la silla de montar, sintiendo entre sus muslos el nerviosismo de su montura, cuyos ollares se abrían y cerraban bajo el poderoso embate de unos pulmones hechos para la guerra, consciente de la lucha que estaba por llegar. Las patas bailaban inquietas, prestas a la carrera al primer golpe de talón, a un susurro, a que las riendas aflojaran su firme presa.

Y la oscuridad bajo la que habían avanzado de forma incansable cedió su reinado a las primeras luces del amanecer que tiñeron las nubes de un lejano horizonte en oro y sangre, desterrando las sombras, descubriendo ante sí el fuerte del Campamento Chuda, un monstruo de madera erguido en medio de un siniestro foso de afiladas estacas que, como voraces dientes de una siniestra y hambrienta fauce, aguardaban los cuerpos de quienes osaran asaltar las altas empalizadas que guardaba. Su mirada brilló con el fuego de la determinación y viró hacia sus guerreros, su pelotón, a los hombres y mujeres que ante sí tenían la promesa de la gloria, la seguridad de la muerte y la esperanza de la victoria. Vio músculos tensarse, manos cerrarse en escudos, lanzas y machetes, olió el sudor del miedo mezclado con el del valor, apreció las pupilas que se dilataban pese a la creciente claridad, escuchó las agitadas respiraciones, contempló las gargantas cerradas que deseaban estallar en gritos de guerra.

A su espalda, el áspero sonido de madera sobre madera le advirtió del avance del ariete. Espoleó suavemente a Beltza, negro como una noche sin estrellas, el blanco de sus ojos desorbitados destellando, y avanzó hasta sus Campamenteros. Habló, con orgullo, sembrando lo que habría de cosecharse más tarde, avanzando de uno a otro, impartiendo órdenes, consejo, esperanza y verdad. Todos partirían. Algunos no regresarían. Se quebrarían escudos, lanzas y huesos. La sangre de sus venas regaría aquella tierra haciéndola suya. Morirían y vivirían. Y por encima de todo, lucharían. Por ellos, por sus compañeros, por la Compañía. Miró a sus ojos y ellos le correspondieron en un mudo mensaje. Le seguirían hasta el fin. Y él los lideraría hasta que la luz de todos los soles se extinguiera, más allá de esta vida si fuera preciso, en las eternas praderas sin fin más allá de la muerte.

Las piernas se pusieron en movimiento. Músculos cubiertos por una piel de ébano brillante bajo el sol naciente comenzaron a trabajar. Una ordenada formación cerrada nació del caos. Los escudos entrechocaron secamente creando una pared de madera y cuero y el susurro de una miríada de pies se impuso en el silencio del campo de batalla. Avanzaron como un único cuerpo, imparables, implacables, su sangre convertida en ardiente lava, una ola hambrienta presta a chocar contra el farallón del enemigo y derribarlo, superarlo y batirse en cuerpo a cuerpo contra aquellos que se hacían llamar Fantasmas y cuyas almas serían segadas y separadas de sus cuerpos.

Cabrioleó de un lado a otro, sin necesidad de repetir órdenes ya dadas. Era la hora. La estrategia dentro de la estrategia. La oportunidad dentro de la oportunidad. La absoluta confianza era la máxima a seguir. Con un nuevo golpe de talón dejó atrás a sus hombres al cuidado de su segundo, sabedor de que no fracasaría. Ni a sus ojos ni al de aquellos que servía y ahora gobernaba. Un breve galope que terminó junto a Teniente, acompañado por Piojillo a lomos de Dante. Minutos de  tensa espera hasta que un frente de centauros creció y se formó. Una señal y las pezuñas de las monturas levantaron terrones de tierra, bufidos y relinchos fueron la música de una infernal cabalgada y en una coreografía nunca entrenada, galoparon hacia las puertas del abismo que deseaba acogerles. Una línea recta que se abrió como la cola de un pavo real. Lengua Negra sintió la adrenalina inundarlo, el viento contra su cuerpo y rostro, inclinado sobre el cuello del caballo, la capa al vuelo chasqueando furiosa, mientras una porción de cielo se oscurecía bajo una lluvia de muerte. Sintió el mordisco del hierro, la pegajosa y cálida humedad de la sangre correr por su pierna atravesada, ciego al dolor, sordo a la deseperación al ver el objetivo no cumplido a la perfección. Solo cabalgaba, era uno con Beltza sobre el campo a conquistar. Tiró de las riendas, vio la espuma en el bocado, el indómito vuelo de las crines, sus talones se clavaron con fuerza para regresar al punto de partida y observar desde allí cuanto había de observarse. El rojo teñía armaduras, piel y pelaje. Su guerrero jinete Piojillo era quien más había sufrido pero su gesto seguía siendo salvaje y orgulloso, acorde a su valerosa raíz K´Hlata.

Y tras la tormenta, la calma. Reagruparse, impartir nuevas órdenes y aguardar. Allí donde la mente es el enemigo, donde la voluntad de vivir debe ser vencida por la voluntad de sufrir y triunfar, mientras la máquina de guerra avanza lenta e inmisericorde, como un cáncer que devora la carne. Lengua Negra observó su lento progreso, vio los cuerpos forzarse por encima de sus límites, los brazos y hombros tensarse mientras piernas hercúleas empujaban un ariete hecho para destruir. Vio flechas ardientes surcar el cielo, cuerpos enemigos caer desde la empalizada, lanzas que como rayos de un dios desconocido devoraban la carne de la Compañía, hombres y mujeres que como sombras furtivas buscaban un punto débil para acceder a la empalizada. Y escuchó el trueno de la gran puerta al doblegarse bajo el impacto de su gran arma y los ecos de los primeros gritos de muerte y guerra.

Lengua Negra se puso en pie sobre los estribos. El ariete culminó su avance para detenerse definitivamente. La boca de acceso llena de cuerpos. Su montura piafó, los músculos de sus cuartos traseros temblando violentamente. Los cascos golpearon poderosos el suelo. Y Lengua Negra se sintió embargado por la sangre guerrera de sus antepasados, fluyendo libre por venas y arterias. Cerró los ojos un instante invocando a quien quisiera escucharlo. Clavó espuelas y Beltza se encabritó sobre sus patas antes de partir en una carrera imposible. Hombre y animal se fundieron y el mundo dejó de existir. La tierra retumbó y voló bajo aquel animal criado para la batalla, galopó salvaje bajo un cielo sin límites, sus patas delanteras se doblaron y alzaron en el aire y con un impulso definitivo, Beltza voló sobre cuerpos y cabezas, ingrávido, como una imposible quimera hecha de sombra y oscuridad. La tierra reclamó su tributo y animal y jinete volvieron a ella para hacer aquello para lo que habían sido llamados. Luchar. Hasta el fin. Hasta que la última gota de sangre fuera derramada y ya no hubiera lugar a más.

La carne fue cercenada y lacerada, los huesos astillados y quebrados, el hierro se tiñó de rojo, las bocas se abrieron para exhalar su último aliento, la vida escapó de los ojos. No había lugar a la piedad ni a la conmiseración. Aquel era el legado de la muerte. Eran la Compañía Negra.

El sudor corría bajo la armadura de Lengua Negra. Las heridas se abrían como flores carmesíes en su cuerpo, los músculos gritaban bajo el peso de un escudo y una lanza cada vez más pesados. Vio caer a hermanos, vio caer a Attar, vio a cadáveres seguir luchando llevados por el frenesí de la batalla, su alma ya lejos. Vio morir a Teniente. Vio el rostro del enemigo que jamás podría devolver a quienes había arrebatado de su lado por siempre. Y la rabia, la furia, la deseperación rugieron dentro de él como un volcán largamente dormido. Espoleó a Beltza, brutalmente, haciéndolo girar sobre sí mismo, saltando sobre cadáveres, con un solo destino. Su lanza buscó y mordió, desgarrando, desgajando, vengativa y sedienta, mientras las pezuñas del noble bruto reducían a pulpa cuanto encontraban. Metro a metro, centímetro a centímetro la distancia se redujo. No había nada ni nadie más. Solo Chugrat. Maza, alabarda, pezuñas y espada se abatieron sobre él buscando su fin.

Lengua Negra inspiró profundamente. Sus piernas controlaban a Beltza. Su mano izquierda sujetaba el escudo. En la derecha, la lanza. La impulsó en el aire, soltándola un breve instante, antes de retomarla con puño firme y con la fuerza de las muertes a vengar, la empujó en una carrera descendente. Y el tiempo discurrió lentamente. Vio el filo relampaguear antes de hundirse en la carne, sintió el tirón de la muerte queriendo arrancarle el arma de la mano y desaparecer la vida del cuerpo de Chugrat. Y el tiempo retornó a su ciclo de normalidad.

Asintió cuando Campaña decapitó al enemigo y alzándose una vez más sobre los estribos subió el puño armado hacia los cielos y gritó.

-¡VICTORIAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!

Notas de juego

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26/06/2013, 17:41
Pipo.

PIPO VISITA A LOS DIOSES (la versión de la batalla según Pipo)

Pipo está flotando por el aire. Entre las nubes, se levanta más y más, como un vilano sin peso, elevado por el viento. Piensa "más arriba" y sube tanto como piensa. Cierra los ojos y no siente su sangre ni su corazón: es un espíritu puro. Con los ojos cerrados, se siente más y más grande... entreabre un poco los párpados y la gran llanura de Cho'n Delor no es más que un pequeño parche casi irreconocible; pero hay figuras. Figuras gigantescas, transparentes, que no son evidentes a simple vista, pero a las que no se puede dejar de mirar una vez han sido descubiertas: son los dioses, jugando sus eternos juegos.

Esa muchacha vestida de forma extraña, gigante pero evanescente, alarga su mano hacia un punto diminuto en la lejana llanura: Pipo reconoce el Fuerte Chuda. La muchacha mueve un pequeño peón. El tablero de juego imita con preciosismo praderas, bosquecillos, árboles aislados. Montañas lejanas, labradas hasta el más mínimo detalle.

¡Qué cosa más curiosa está viendo Pipo! Dice Pipo en voz alta. Pero nadie le escucha ahí arriba, así que baja para ver mejor.

Se fija entonces en una mano que mueve a un pequeño ser semidesnudo. Lleva una capa negra, con un broche de plata en forma de calavera que la mantiene sobre sus hombros. Lleva varias jabalinas en un carcaj, y una pequeña lanza sujeta por una correa, y un cuchillo oxidado prendido del taparrabos.

El ser semidesnudo corre junto con muchos otros por la explanada hacia el fuerte, cantando: matarrrrr, matarrrrr... Los defensores esperan con miedo, pero confiados, ya que su jefe, un gigantesco peón en frente de la puerta, es muy poderoso. El ser semidesnudo llega al lugar donde las jabalinas de los defensores pueden acabar con él, pero los dioses tiran sus dados y hacen sus cálculos, no sin alguna discusión (los sigue viendo, por encima de él, son muchas caras concentradas en la batalla, con cara de pasarlo bien) y el pequeño ser tiene la suerte de no ser alcanzado por ningún proyectil.

Alguien grita "¡Al ariete!" Y el pequeño ser se pone a empujar un carro con un tronco de árbol montado encima, de manera rudimentaria pero ingeniosa. Desde ahí se pueden escuchar sus gritos: aaaaaaaaaah, aaaaaaaaaaaah, aaaaaaaaaaaaah. El pequeños ser semidesnudo se lo está pasando en grande.

Algunos caen dentro, algunos caen fuera, por culpa de los proyectiles o del ácido conjurado por un pequeño peón pálido que permanece en la retaguardia, pero el ariete llega a la puerta y abre un agujero. Pipo, flotando por encima, anima entusiasmado a unos u otros, según le da. Sin embargo el pequeño ser le causa una curiosa emoción, así que vuelve a fijar su vista en él, y ve que ha saltado por un pequeño hueco abierto por el tronco, y que anima con su ejemplo a que otros dos muñequitos pasen con él.

Los dioses siguen lanzando dados, discutiendo entre ellos o pensando su próxima jugada.

Un peoncito con la cara pintada entra de un salto en el fuerte junto a pequeño ser semidesnudo, y otro que parece un guepardo, y siembran la confusión, impidiendo a los defensores sujetar las puertas, y permitiendo que el ariete ensanche el hueco. Matan y mueren. El de la cara pintada es como un avatar de su dios, que mira a los otros dioses y al tablero con emoción, mientras lleva más y más lejos a su pequeña pieza, dejando bajas por donde va.

El pequeño ser semidesnudo se lo pasa estupendamente acosando a los defensores: hiere, le hieren. Cuando se siente muy dolido por los pinchazos, se refugia debajo del ariete (y aprovecha para poner a salvo a su compañero, el peón con pinta de guepardo) Pero no puede aguantar mucho más ahí, sin hacer nada, y menos al ver al gigante, jefe de los defensores, que se le pone a tiro. Así que se dedica a acosarlo sin descanso: un pequeñajo entre los pequeñajos atacando a una torre de músculo, hueso y metal.

Pipo se ha ido acercando más a la batalla. Ya no ve a los dioses jugar, porque él mismo es ya demasiado pequeño para darse cuenta de dónde están. Además, los ha olvidado completamente.

Ve como el gigante, como al descuido, hace un movimiento casi imposible de seguir con la mirada, que destripa al pequeño ser semidesnudo. Pipo no puede contener una exclamación emocionada.

Entonces, curiosamente, se siente caer hacia abajo. Algo tira de él. El espíritu de Pipo cae vertiginosamente (aunque no sea una gran altura a la que está, la sensación que tiene es la de caer durante mucho mucho tiempo) Lo último que ve es que el pequeño ser semidesnudo ha tenido el acierto de coger el trozo de paquete intestinal (que sigue, a los dioses gracias, dentro de su bolsa) que se le había salido y presiona hacia adentro. Después, como en un gesto de agonía, se tumba encima del agujero, para que no se le vuelva a salir, y se queda muy...

...quieto. Pipo está en el campo de batalla. No recuerda nada de sus sueños, cuando era un espíritu, solo recuerda haber empezado a cantar y a correr junto con el grupo de la sargento Falce. Nota que tiene un agujero en la barriga, que se ha tapado con la mano, y en la cual ha apoyado el peso de su cuerpo, quedando tumbado boca abajo. No hay tanta sangre como parece, pero él está un poco mareado y no se da cuenta de cómo pasa el tiempo, o qué tiene alrededor. Está muy quieto. Tan quieto y tan aburrido, que resopla un poco. Mira un bicho que pasa cerca de su nariz. Escucha una voz que grita:

-¡VICTORIAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!

Luego se queda dormido.