Partida Rol por web

Tal y como acordaron, la escritora y el religioso se encontraron en una calle cercana al bufete de abogados donde trabajaba RIP_er. Mariano apareció vestido con su sotana y le pareció percibir una mirada de extrañeza en Belén. La mujer era la primera vez que le veía vestir el alzacuellos y, aunque conocía su profesión y le había visitado en el monasterio, siempre había ido con ropa de calle.

Intercambiaron un par de palabras y aclararon un poco por encima como pretendían abordar la conversación con quien quiera que les recibiera. Nunca antes habían hecho algo parecido y descubrieron que no era tan sencillo como parecía. Al fin y al cabo querían convencer a alguien que no les conocía de nada para que les diera información acerca de un compañero y, si fuera posible, incluso la dirección de el abogado.

Se acercaron algo nerviosos hasta el edificio y subieron a la planta donde se encontraba el despacho. Una placa anunciaba con letras doradas los nombres de los socios y les confirmó que se encontraban en la piso correcto. Se miraron a los ojos un instante, aún inseguros de si lo que iban a hacer estaría bien o no, y Belén le indicó con un asentimiento de cabeza que estaba preparada. Mariano pulsó entonces el timbre y un zumbido resonó como respuesta. La puerta estaba abierta y cedió ante el suave empujón que dio el cura. Ya no había vuelta atrás.

El hall de entrada era como se imaginaba Mariano que sería el de cualquier bufete. Decorado de manera minimalista pero lujosa y con gusto para el detalle. Alguna planta de gran tamaño en su tiesto, cuadros y títulos colgando de las paredes, un espacio reservado para esperar a que llegue el turno y un mostrador de recepción en el centro. Detrás de él una joven cuidadosamente bien vestida y maquillada les recibió con una sonrisa repetida miles de veces.

– Hola. Buenos días. – saludó el religioso de vuelta  –. Soy Mariano Arribas y mi compañera se llama Belén – Hizo un gesto con la mano señalando a la escritora –. Veníamos a ver a Pedro Rodríguez. – Viendo que la mujer se disponía a decirles algo y suponiendo que seria para darles alguna negativa, continuó antes de que esta pudiera siquiera empezar la frase –. No tenemos cita concertada con él, pero créame que es importante que veamos al abogado.

Y, dicho esto, esperó junto a Belén a ver la reacción de la mujer.

Durante todo el día nadie había contactado con Marcos, algo que en realidad no le extrañó, pues era justo lo que habían quedado, sólo comunicarse si tenían alguna novedad.

Cuando a media tarde, el número de clientes empezó a bajar, Marcos comenzó su búsqueda. Cualquiera que le observase pensaría que estaba reparando algún equipo, actualizando software o eliminando virus, algo que hacía con bastante frecuencia pues era uno de los servicios que ofrecía la tienda en la que trabajaba.

La información sobre RIP_er, una vez que él les había proporcionado su profesión y su nombre real, era abundante. No parecía tener ningún problema en compartir datos en las redes. Marcos no sólo consiguió averiguar su dirección, si no que también accedió a su correo electrónico. Mosfet confirmó el motivo de las sospechas de Frohike. RIP_er hacía un par de días que no entraba, su bandeja estaba llena de correos sin abrir y, en la bandeja de envíos no había ningún aviso a nadie de que se fuera a marchar. Tampoco había activado el tan útil "Fuera de oficina" que suele utilizarse cuando una dirección de correo se utiliza para temas profesionales, como era el caso de esta.

La información de María resultó ser más complicada. La policía tenía un buen sistema de protección para su correo y, sin mejores herramientas que las que disponía en ese momento, Marcos no podía hackearle la cuenta. Y su información privada tampoco era demasiada. En cambio, la profesional sí puedo localizarla. Encontró su nombramiento en el BOE, así como su asignación de destino. Supo en qué comisaría estaba y también que la habían premiado hacía un par de años por jugarse la vida, durante sus vacaciones, salvando a dos hombres en una crecida de un río. Marcos supuso que el motivo por el que su información personal no estaba accesible era justamente por su profesión. María debía ver denuncias a diario en las que la gente explicaba cómo publicaba datos que luego usaban para robarles, chantajearles...

Más sorprendente fue lo de Frohike. No había nada sobre él. Absolutamente nada. Y eso Marcos sabía que no era normal. Ni siquiera aparecía vinculado al foro como administrador, aunque todos sabían que lo era. Y sólo podía haber un motivo para eso. Frohike había borrado su huella digital. No existía en internet.

Con la dirección de RIP_er localizada en google maps, Marcos se encontraba valorando si enviarla a Belén y Mariano cuando su jefe pasó cerca de él. Entonces se le ocurrió algo. Nunca pedía nada, siempre era serio y formal y sabía que su jefe, pese a ser un capullo, estaba satisfecho de su trabajo. Así que aprovechó que conocía que tenía una situación algo delicada con su madre, para preguntar si le dejaría salir antes.

Dado que la clientela era poca en esos momentos y otro compañero estaba en la tienda, su jefe no pudo decir no que no y acabó dándole permiso para irse tres horas antes de cerrar.

Aunque, al cabo de un par de horas, la dueña empezó a observarle de manera suspicaz, Efraín no se movió del establecimiento. Tenía un buen motivo para estar allí y unas miradas de extrañeza nunca le habían molestado.

Mientras estuvo esperando a María, revisó la situación de la calle. No había nada en ella que se saliera de lo corriente, algunos jubilados paseando lentamente y varias mujeres empujando carritos de bebés. A esa hora, en un barrio como este, la gente estaba en el trabajo y sólo los que no tenían o tenían un buen motivo para no estar en uno, transitaban por allí.

Pocos vehículos estaban parados, seguramente la gente los había utilizado para desplazarse a sus trabajos. Y los pocos que quedaban no se veían muy nuevos. Todos ellos estaban vacíos, así que Efraín descartó que hubiera un vigilante en alguno.

Al final su conclusión fue que, quien fuera que iba tras Kain y su información, había estado ya allí y, no sólo no lo había encontrado, si no que se había convencido de que se había enviado ya a otro sitio.

María llegó y entró. El tiempo comenzó a pasar aún más lentamente si es que eso era posible. La mujer debía esta buscando a conciencia porque tardó casi cuarenta y cinco minutos en salir. Y cuando lo hizo su cara reflejaba decepción y sus manos parecían vacías.

Nadie pareció seguirla cuando volvió a subir en su coche y se alejó de allí.

Belén y Mariano se encontraron cerca del bufete y junto subieron hasta él.

Para sorpresa de Belén, Mariano llevaba sotana, algo que ciertamente cuando iban a preguntar información parecía, como mínimo, llamativo.

El bufete destilaba un aspecto que pretendía ser lujoso pero dentro de la elegancia, nada ostentoso. El recibidor con un cálido ambiente acogedor, en parte por las hermosas plantas, en parte por los mullidos sofás, tenía un mueble de recepción donde una joven elegante les sonrió con cara de sorpresa

-Bienvenidos- comentó antes de que tuvieran tiempo de presentarse. Intentó disimular la mirada que dirigió a la ropa del cura, pero no fue muy eficaz en su intento y Mariano pudo notarlo. Era la primera vez que aquella mujer veía que una de las clientas acudía con un cura a un bufete especializado en divorcios "Debió ser el que la casó. Igual quiere que sea su testigo"

-Comprendo que es urgente, de veras. Pero me temo que el señor Rodríguez no está disponible hoy. Ha tenido una urgencia familiar y no sabemos cuándo podrá volver- Belén y Mariano, conocedores de la historia de Pedro, sabían que éste no tenía familia por lo que era evidente para ellos que se trataba de una mentira -Pero nuestro bufete cuenta con varios excelentes abogados, sea cual sea el origen de su demanda- aclaró dirigiéndose directamente a Belén pensando que ella sería su clienta -... estarán más que preparados, créame. ¿Desean esperar un segundo en el sofá mientras solicito al señor Álvarez que salga a recibirles?- preguntó de manera retórica mientras ya marcaba en el teclado del teléfono que la conectaba a un mini auricular que portaba en la oreja derecha

Había pasado horas escondido y vigilante y no había localizado a nadie que le estuviera siguiendo a él. Y cuando llegó María y después se fue, no parecía haber traído a nadie consigo. Ni habérselo llevado.

La policía había tardado mucho tiempo en salir.

...ha tenido problemas, es torpe o es concienzuda, una de tres... o las tres...

Antes de que llegara ese momento había temido no tener muy claro lo que hacer en el caso de que la siguieran. Tenía la opción de perseguir a los perseguidores, aunque con el tobillo dolorido quizá no hubiera sido fácil. También sopesaba aprovechar la vía libre para entrar en la casa. Ahora que confirmaba que no había nadie observando, nadie a quien perseguir, la duda estaba totalmente resuelta. Era la hora de Efraín Ibarz.

Salió por fin del restaurante y caminó con cautela pero con estudiada naturalidad acercándose al portal. Estudiaba la calle como si no pasara nada. Se detuvo ante un escaparate. No le interesaba en absoluto el género (era una ferretería), pero quiso cerciorarse. No miró los artículos, miró el reflejo en el cristal, comprobando si veía algo detrás de sí, caminando en su búsqueda o en la acera de enfrente.

Cuando verificó el camino limpio siguió adelante. A pocos metros del portal de Kain sacó el teléfono móvil del bolsillo e hizo como que tocaba algunas teclas. Se paró en mitad de la acera y fingió que esperaba tono. Se dio la vuelta tranquilamente, mirando la calle como si no estuviera atendiendo a nada en concreto, como si estuviera más centrado en la falsa conversación que en cualquier otra cosa.

—Ey, hola. Sí, ¿todo bien?—. Ojos a su acera. Arriba, abajo. Ese coche. Ese señor. Ojos arriba, abajo. Media vuelta—. No tardaré mucho. ¿Falta algo? Vale.—La otra acera. Arriba. Ese balcón. Esa azotea. ¿Alguien? Una moto de un mensajero se detiene en un hueco. Esa ventana.— Vale, yo me encargo.

«Apagó» el móvil y se lo guardó mientras caminaba los últimos metros hasta el portal. Verificada la seguridad, se dispuso a entrar. En efecto, era el momento de encargarse.

A pesar de la tensión en la que se encontraba sumida pues, quisiera o no, todo lo que estaba sucediendo empezaba a marcar su vida cotidiana de tal forma que el simple hecho de caminar hasta su casa era un continuo mirar atrás por si alguien la seguía, y una vez en su hogar, comprobar que nada estuviera fuera de sitio, que no hubiera ningún signo de que alguien hubiera conseguido entrar. Esperaba que esa paranoia que empezaba a dominarla se acabara disipando con el tiempo. Y, a pesar de que nadie la siguió y que nadie parecía haber entrado en su casa, comprobar cómo el pan que aún no debería haber caducado se encontraba mohoso, sólo consiguió inquietarla al igual que la habían inquietado los gusanos pero, racionalizando ambos sucesos, prefirió pensar que quizás la temperatura en la cocina fuera mayor de lo debido, aunque ella no notara nada, y por eso se perdían los alimentos.

Cuando a la mañana siguiente se reencontró con Mariano, esta vez vestido con sotana algo que la dejó sumamente sorprendida, se dio cuenta que su plan inicial no iba a ser tan fácil como ellos se imaginaban en un principio. ¿Quién en su sano juicio iba a dar datos confidenciales de un trabajador a dos desconocidos? Eso sin contar con la inexperiencia de ambos a la hora de hacer ese tipo de investigaciones y que, con toda seguridad, se les notaría nada más se encontraran con quien fuera que estuviera a esas horas en el despacho. Aún así, tenían que intentarlo.

—Buenos días —repitió Belén ante el saludo tanto de Mariano como de la joven recepcionista.

El lugar no se diferenciaba mucho de otros tantos despachos de abogados diseminados por la ciudad, y seguramente no se diferenciaría demasiado de los existentes en otras ciudades, así que poco pudo apreciar del lugar que le llamara la atención. Prefirió que fuera Mariano el que llevara la voz cantante, más que nada porque se imaginaba que la sotana impondría un poco de respeto y credibilidad. Quizás por ese motivo el cura había decidido ponérsela aunque de esa forma dieran la imagen de una pareja más que peculiar, al fin y al cabo aquellos eran abogados especializados en divorcios.

Como era lógico, la joven les avisó de que RIP_er no estaba ese día en el trabajo, pero lo que llamó la atención de la escritora fue la disculpa tan manida que habían dado para justificar dicha ausencia. Negó con la cabeza mientras escuchaba a la joven hablar y la veía hipnotizada marcando un número de teléfono.

—No, no. No queremos ver al señor Álvarez, necesitábamos hablar con el señor Rodríguez urgentemente. Y dígame por favor ¿fue él el que llamó para avisar de su ausencia? —Preguntó, no muy convencida de que aquella mujer le fuera a dar una respuesta—. Verá, es que necesitábamos hablar con él cuanto antes, es muy urgente, pero somos incapaces de localizarlo —de repente se le ocurrió una idea que, casi por seguro, sería una pérdida de tiempo pero tenían que intentarlo—. Hemos ido a buscarlo incluso a su casa pero, por lo visto, la dirección que teníamos nosotros es antigua y allí sólo vive una pareja joven que no conocen sus nuevas señas. Nos hemos atrevido a venir aquí para ver si lo encontrábamos trabajando, pero ya veo que tampoco… —puso cara compungida mientras decía las últimas palabras, como si encontrar a RIP_er fuera cuestión de vida y muerte, y en verdad así era. Se giró hacia Mariano manteniendo la cara de preocupación mientras negaba con la cabeza—. No vamos a dar con él… Ya no sé dónde buscarlo… —Suspiró y lanzó un quedo gemido como si estuviera a punto de llorar. Si conseguía engañar a la recepcionista quizás tuvieran suerte y les diera su dirección. Por lo menos lo estaban intentando.

Mariano no había contado con que la recepcionista de aquel despacho de abogados pudiera creer que un cura acudiera a ellos a hacer uso de sus servicios y se sorprendió cuando la mujer les sugirió que fueran atendidos por un compañero de RIP_er. Pudo mantener la compostura, pero no supo reaccionar con agilidad, dándola alguna razón plausible que les hubiera llevado hasta allí y por la que tuvieran que ser atendidos por el propio Pedro.

Pero entonces fue el turno de Belén y la escritora dio una actuación digna de un Oscar, sacándoles las castañas del fuego. El cura comprendió cual era la parte que le tocaba interpretar y se introdujo en la escena como si los dos lo hubieran ensayado miles de veces. Apoyó su mano en el hombro de Morrigan y la acercó a sí, como si con este gesto fraternal buscará consolarla, para mirar luego a la mujer detrás del mostrador con un gesto a medio camino de un ruego piadoso y un reproche bienintencionado.

Tocaba esperar si habrían logrado superar las defensas de la recepcionista y convencerla para que les de la información que habían venido a buscar.

Las búsquedas habían dado sus frutos y eso alegró a Marcos, que, por momentos, le costaba mantener el semblante normal para ocultar la excitación. Y la guinda del pastel la puso su jefe, al permitirle salir antes con la excusa de visitar a su madre.

Siento haberte usado, mamá. Pero te visitaré igualmente en cuanto pueda —pensó intentando autoexculparse.

Ya en la calle, miró la dirección del apartamento en Google Maps y se dirigió hacia allí. Seguidamente, les escribió a Belén y a Mariano para saber de ellos. Al ver que tardaban en contestar, se arriesgó a llamarlos para poder ir al grano más rápidamente*.

De repente, se percató de que se había dejado el tamagotchi —así decidió llamar al localizador— encendido en la tienda. Al pensarlo detenidamente, incluso le pareció una buena idea para despistar. No haber encontrado nada de Frohike en internet le había alertado de nuevo y su confianza en él se redujo a prácticamente cero.

Ibarz salió del restaurante y se dirigió hasta el portal cuando estuvo seguro que María se había ido y que no había nadie vigilando la casa. Intentó no perder detalle de cuanto pasaba a su alrededor pendiente de cualquier detalle que le hiciera sospechar la presencia de alguien con algún comportamiento peculiar.

Pero allí no había nadie que estuviera atento a lo que hacía. Nadie parecía preocuparse por vigilar la casa o al propio Ibarz. Incluso cuando se paró ante el portal, fingiendo una llamada, y revisó los edificios adyacentes, nada que no fuera horrenda ropa interior colgada de una terraza, de alguna vecina con sobrepeso, llamó su atención.

Así que el periodista hizo como que colgaba y se dirigió al portal con intención de subir a la casa.

A Ibarz no le costó entrar en el portal. La cerradura, rota, no acababa de cerrar bien y no se quedaba bloqueada la puerta. La misma cerradura presentaba muestras de haber sido golpeada. 

El piso de Kain estaba en la segunda planta. Un precinto amarillo policial cruzaba la puerta que estaba cerrada.

La elegante joven que estaba en recepción no llegó a terminar de marcar. Belén interrumpió su acción con una llamada a su atención que surtió efecto.

El rostro de la joven comenzó a demostrar interés y curiosidad, como si el drama que se desarrollaba ante sus ojos tuviera para ella el interés de una película de interesante trama.

-Bueno, yo no sé si podría... piensen que esos datos no debería facilitarlos y... - comenzó a intentar explicarse mientras se notaba como los gestos de Belén y su manera de solicitar ayuda a Mariano, la impresionaban hasta hacerla enmudecer.

Quizás ya tenía alguna decisión tomada o quizás lo que terminó de decirla fue la mirada del cura. Lo cierto es que la mujer se inclinó sobre el mostrador para aproximarse a ellos, giró la cabeza a ambos lados comprobando que nadie la observaba y con un susurro les dijo

-Calle de Enrique Torretas, número 4, el ático. Pero hemos ido nosotros y no había nadie. Aunque quizás pueda dejar una nota al portero para que le avise cuando vuelva-

Y con eso y una sonrisa cómplice, como dando a entender que comprendía la situación mejor que nadie, pareció satisfecha, como si hubiera contribuido, de alguna manera, a mejorar la situación de aquella pobre mujer de pelo blanco que se había debido dejar engatusar por Pedro.

"Menudo golfo debe estar hecho el Pedrito" pensaba la chica mientras les veía dirigirse a la puerta de salida.

Satisfecho con la información obtenida, Marcos envió un mensaje a Mariano y Belén. Durante los diez minutos siguientes, que se le hicieron eternos, nadie respondió al mismo. En el tiempo en que Marcos se había cambiado la ropa de trabajo, se había despedido y había llegado hasta la parada del metro, no le habían respondido.

Había decidido llamarles y contárselo, en lugar de esperar a que ellos respondieran, cuando recordó el localizador. Marcos estuvo tentado de volver a la tienda a buscarlo pero, finalmente, decidió no hacerlo.

En cambio, sí que siguió adelante con su idea de compartir la información.

El teléfono dio tono varias veces, sonando dentro del bolso de Belén, que al principio no escuchaba la llamada.

-¿Hola? Soy Marcos- comentó la voz al otro lado del teléfono cuando Belén descolgó -¿Habéis conseguido algo? Por que yo sí, tengo la dirección. Es en un ático en la calle Enrique Torretas- soltó casi sin respirar el informático. Si normalmente parecía algo tímido o silencioso, en este caso, la emoción por tener la información necesaria, le hacía hablar de seguido, casi sin pausas.

-Hola, Marcos- respondió al final Belén, cuando Marcos aprovechó para coger aire -Sí, nosotros también hemos tenido suerte y justo nos acaban de dar esa dirección, así que está claro que es la buena-

Los tres acordaron verse allí.

Unos veinte minutos más tarde, todos habían llegado a la parada de autobús más cercana que era lo que habían fijado como punto de encuentro. Desde allí se dirigieron hacia el edificio de RIP_er. Se trataba de una construcción elegante y bastante nueva. Una valla recorría el perímetro dejando un espacio para una zona ajardinada. Para acceder había un enorme portón enrejado cerrado y con telefonillos en el lateral. Desde allí podían ver un elegante portal de marmol en el que se adivinaba una portería y un hombre de uniforme en ella, todo detrás de otra gran puerta de aluminio y cristal que también parecía cerrada.

Asegurada la zona, Ibarz subió con sigilo hasta la segunda planta. Miró por el agujero de la escalera y escuchó con paciencia, atendiendo a los ruidos del edificio. No parecía haber nada anormal.

Se acercó a la puerta y pegó la oreja buscando sonidos dentro. No le pareció oír nada. Sacó la cartera y, de ella, una tarjeta de plástico. Era una de aquellas llaves magnéticas de los hoteles, de plástico duro pero flexíble.

El viejo truco de la tarjeta. No era la pirmera vez que lo hacía, pero sabía que no era nada sencillo y que había puertas que, sorprendentemente a pesar de su aspecto, se resistían. Uno no podía fiarse. A veces una cerradura con mecanismo envejecido daba más problemas que una puerta nueva supuestamente resistente.

No podía saberlo hasta que lo intentara. Empujó ligeramente la puerta para desplazarla un par de milímetros y aprovechó ese espacio para introducir la tarjeta por su lado corto. La deslizó hacia abajo, despacio, hasta encontrar el obstáculo de la cerradura. Sacó unos milímetros la tarjeta para que se deslizara por la parte curvada de la cerradura, con el objeto de poder empujar luego y separarla.

Pero fue imposible. El primer intento fracasó y la tarjeta se salió del marco. Mal. La recogió y volvió a intentarlo. Repitió la operación y forzó lo que pudo la cerradura. Algo tenía que le impedía empujar bien la tarjeta.

...joder...

Sin duda los hados no estaban de su lado. La noche anterior, un accidente. Y ahora, una barrera.

Repitió con obstinación, agarrando el pomo y empujando la puerta. Adentro y hacia fuera. Contra la cerradura y contra las bisagras. Nada. Era imposible.

—¡Mierda!—maldijo en voz baja. Tenía que entrar ahí. No podía creer que no hubiera nada para él ahí dentro. Se apoyó en la pared para meditar sus opciones. Tomó aire. Sopesó si sería más difícil convencer a un vecino que abrir la puerta por las bravas.

Tanto si conseguía hacerse con la colaboración de un vecino como si no, eso significaba exponerse, mostrarse. Significaba que alguien podría saber que él había estado ahí. Si fracasaba en su intento, cualquier metomentodo podría llamar a la policía avisando de que un intruso intentaba entrar en la casa del crimen. Mal asunto.

Respiró profundamente y se concentró.

... por mis cojones, joder...

No era conocido por rendirse fácilmente. Volvería a intentarlo. Quedó en silencio unos insntantes para verificar que seguía estando solo, oculto y discreto. La tarjeta pasaba de un dedo a otro, bailando entre los nudillos como una ficha de póker en manos de un tahúr. Cuando comprobó que todo seguía tranquilo, volvió a la puerta.

Repitió la operación. Introdujo la tarjeta, desplazó la puerta, bajó el plástico, cerró los ojos y buscó con el tacto ese punto exacto en el que la falsa llave se encaja con la cerradura, apartando al pasador de su hueco.

...sí...

Bajó, bajó... clic. La tarjeta había entrado en el hueco. El pasador quedaba liberado. Empujó la puerta ligeramente descargando el peso de la cerradura.

Abierto. La llave del hotel había abierto la casa del muerto.

—Muchas gracias... Es usted una buena persona —fue la contestación que Belén le dio a la mujer que tan amablemente les había facilitado la dirección, mostrando en su rostro una expresión que reflejaba el alivio que sentía.

Sin poder creerse aún lo que acababa de hacer, Belén cogió del brazo con gesto compungido a Mariano, dando a entender de esa forma que el sacerdote estaba siendo un gran apoyo en esos momentos tan duros pero, una vez traspasó la puerta del despacho y la mujer ya habían perdido de vista a la mujer, esbozó una sonrisa de niña traviesa mientras sentía cómo la tensión abandonaba su cuerpo.

—No me puedo creer lo que acabo de hacer... Pero lo hemos conseguido —dijo animada pero sin pararse a pensar qué harían a partir de ese momento.

Justo en ese instante sintió la vibración de su móvil y, al ver en la pantalla de quién se trataba, esbozó de nuevo una sonrisa. Iba a contarle lo que habían conseguido pero Mosfet, muy ilusionado, se adelantó.

—Perfecto, entonces nos vemos allí dentro de un rato —dijo antes de despedirse, comunicándole a Mariano que Mosfet también había conseguido la dirección de RIP_er y que coincidía con la que ellos habían descubierto.

Cuando llegaron al domicilio de RIP_er, Belén pudo constatar lo bien que vivía el abogado pues toda la zona se veía bastante lujosa. Una vez ante el telefonillo miró a sus compañeros, indecisa y nerviosa, respiró profundo para darse ánimos.

—Allá vamos —dijo mientras hacía sonar el timbre.

Que Belén y Mariano hubiesen averiguado igualmente la dirección era buena señal. Quería decir que no solo estaban interesados en aquella investigación sino que, además, eran dos personas competentes.

—¿Y si no contesta nadie? ¿Cómo accedemos? —añadió Marcos en un susurro solo audible para sus dos interlocutores.

Echó una mirada y vio al portero a través de la primera puerta. La vestimenta del hombre era acorde al tipo de barrio residencial en el que se hallaban.

—Quizás, si le mostramos nuestra preocupación por RIP_er, nos deje pasar hasta la puerta de la vivienda —se adelantó Marcos—. ¿O pensáis que es mejor entrar como si nada aprovechando la salida de cualquier vecino?

Cojeando y a ritmo lento, Ibarz subió hasta la segunda planta.

Una vez ante la puerta y después de comprobar que no oía nada dentro, intentó abrirla utilizando una tarjeta. Ya lo había hecho en alguna ocasión anterior cuando había necesitado acceder a algún lugar donde creía que había información interesante. Quizás por eso, pese a tener que intentarlo varias veces y casi perder la paciencia, lo acabó consiguiendo.

Con el pomo en la mano y la puerta ya abierta, empujó con cuidado, se introdujo en el piso y volvió a cerrar lentamente, sin hacer ruido. Luego se volvió a mirar el piso.

El lugar no era muy grande y sólo tenía un cuarto/salón y un baño. Ibarz supuso que el salón hacía las veces de habitación porque no había otra y, en cambio, había un enorme armario que parecía una cama plegable.

Hay signos evidentes de que el piso ha sido revuelto. Un ordenador, roto, descansaba sobre una pequeña mesa que había en un rincón. Lo habían abierto y no tenía el disco duro. Los cajones de la mesa habían sido sacados y su contenido, estaba tirado por el suelo. Se trataba de folios en blanco, bolígrafos, clips, llaveros sin llaves, algunas monedas de céntimos, varios dados con formas poligonales, post-it, un par de cargadores... Las típicas cosas que cualquiera tiene en los cajones del escritorio.

En el fregadero había platos y vasos sucios y, encima de los fogones, una caja de pizza con un trozo mohoso en ella.

No había televisión en el mueble grande, el que además de estanterías tenía la cama. Las estanterías estaban vacías y varios libros de programación e informática estaban en el suelo. También en el suelo reposaban muchas revistas de temas sobrenaturales. Y un par de marcos con fotos y varias figuritas de esas coleccionables, estaban desperdigadas por todas partes.

Mientras Marcos exponía sus dudas sobre cómo entrar, Belén optó por la vía directa y llamó al telefonillo que correspondía al ático de RIP_er. Durante unos segundos esperaron aguantando la respiración. Pero, en realidad, sospechaban ese final. Nadie contestó y la puerta no se abrió.

El portero se asomó y se les quedó mirando. Tres adultos, uno de ellos con sotana, esperando delante de un portal en una zona elegante, por lo menos llamaban un poco la atención. Después de unos segundos, se levantó y comenzó a caminar hacia afuera.

Estaban intentando valorar qué otras opciones tenían. Pero no llegaron a ponerlas en común pues, detrás de ellos, una señora de edad avanzada que paseaba un diminuto perro asustadizo, exclamó con regocijo

-¡Usted es Belén Arzuaga! ¡La escritora!- la mujer, que debía tener más de ochenta años, la miraba con ojos brillantes como de adolescente -¡Ay qué ilusión! ¿Me dedicaría un libro, por favor? Tengo todos sus libros arriba, en mi casa, puedo bajar uno y...- hizo una pausa breve como valorando otra opción. Primero miró a Marcos y entrecerró un poco sus cejas, maquilladas para que no se note que se iban despoblando. Su gesto de incomprensión, como si no le cuadrara que Belén Arzuaga fuese por ahí con un chico joven con aspecto de pandillero*. Pero luego su mirada se volvió hacia su otro compañero y, al ver la sotana, volvió a relajarse. ¡Eso le había convencido! ¡Un cura con sotana! ¡Como debía ser! -Puedo bajarlos pero, si suben a casa, me encantaría invitarles a un café. ¡No sabe cuánto aprecio sus libros!-

El portero ya estaba al otro lado del portón enrejado

-Mire Jaime, esta es Belén Arzuaga ¡La escritora! Anda, ábreme para que no tenga que buscar las llaves, por favor, que vamos a subir a tomar un café a casa-**

Como era de suponer, nadie contestó al telefonillo y nadie abrió la puerta. A Belén no se le ocurría qué más podían hacer, habían llegado hasta allí pero a partir de ese momento las pistas parecían haberse terminado. O quizás no... Inesperadamente una tabla de salvación apareció flotando ante ellos.

No estaba muy acostumbrada a que la reconocieran por la calle y que lo hubiera hecho una vecina del mismo edificio al que pretendían entrar era un milagro caído del cielo. Belén sonrió con amabilidad a la anciana que tan amablemente los estaba invitando a entrar en su casa. Se imaginaba que la sotana de Mariano había sido el empujoncito final para que la buena mujer les abriera sin temor su casa. La escritora miró un segundo a sus compañeros antes de aceptar la invitación de la mujer.

—Estaré más que encantada de poder firmarle los ejemplares que quiera. No siempre se encuentra una a una admiradora tan fiel como usted —dijo amablemente antes de ser interrumpida por la presencia del portero. Sonrió también al hombre poniendo su cara más agradable intentando de esa forma crear un ambiente que no obstaculizara el intento por entrar en la vivienda.

Quizá no iban a poder entrar en casa de RIP_er pero seguramente podrían sacar algo de información a la anciana sobre su vecino, algo que Belén esperaba que sucediera con todas sus ganas.

Todo iba sobre ruedas y Mariano casi sentía la excitación de la aventura, algo completamente nuevo para él. Acostumbrado a vivir siguiendo unas pautas y patrones claros y repetidos, todo aquello suponía una especie de transgresión para el cura. Y los resultados hasta ahora estaban siendo de lo más satisfactorios.

Pero no tardaron en encontrarse con la siguiente dificultad, que parecía insalvable. Al abogado no le iba mal y vivía en una urbanización privada, protegida con un vallado y un portero que no les dejaría pasar tan fácilmente. Todo el ánimo que había mostrado el religioso durante el camino hasta allí se vino abajo en apenas unos segundos. Aquel hombre cumpliría con su trabajo, y este consistía en proteger los intereses de los vecinos y guardar por su seguridad, no dejando pasar a desconocidos. Por mucho que estos vistiera una sotana.

Sin embargo la suerte vino en su ayuda en forma de fan de Belén. Una señora mayor se detuvo frente a ellos y mostró su sorpresa y satisfacción al ver a la famosa escritora en la entrada de su urbanización. Tal era su alegría que les invita a pasar y a tomar juntos un café.

Mariano dejó hablar a Belén y, cuando está aceptó la invitación, simplemente agradeció a la mujer el detalle y se presentó con su nombre.

Si el portero estaba acuerdo o no con la decisión de la señora, fue algo que su expresión no dejo ver. Simplemente cumplió con las ordenes de la anciana y Mariano y el resto avanzaron detrás de esta, siguiéndola hasta su piso. Este mostraba un gran lujo, aspecto que confirmó la opinión del cura acerca del estatus financiero de su compañero forero.

Una vez Belén hubo firmado algunos ejemplares de sus libros y se sentaron en torno a la mesa para tomar el café en un servicio más caro que toda la vajilla del monasterio de Mariano, este decidió tantear a la mujer, preguntándola indirectamente por RIP_er. Conocía a muchas ancianas que no tenían otra cosa mejor que hacer que observar a sus vecinos y cotillear luego sobre estos. Y quien mejor para hacerlo que con unos desconocidos.

– Muchas gracias, señora, el café es excelente. – comenzó alabando la bebida sin pensarlo realmente –. Ha sido una suerte encontrarla. En realidad habíamos venido a buscar a Pedro Rodríguez, el abogado, pero no responde y…

Mariano dejó a proposito la frase sin terminar con la intención de dar a la mujer la menor información posible y dejar que fuera esta quien les hablara de RIP_er y les contara cualquier detalle reciente sobre el forero.