Partida Rol por web

Néstor acompasó su cuerpo para no hacer ningún ruido, dando pasos livianos y veloces... o al menos eso le pareció a él, porque lo cierto es que hizo más ruido del esperado y estaban a punto de perder el factor sorpresa... entre él y Aetos estaban cruzando el trigal como si de una pareja de enamorados jugueteando se tratase. Maldita sea - blasfemó el noble para sus adentros mientras seguía avanzando...  - Última vez que me paso con el vino  - se juró mintiéndose a si mismo acelerando el ritmo... 

Quizás fuera la resaca, quizás la pesadez de la corazas que llevaban encima, quizás el reflejo sobre el metal de los rayos del cruel Apolo*¹, ardiente en lo alto del cielo...

- ¿Qué ha sido eso? - Musitó uno de los hombres armados, en un claro Mineo*². Además del que había hablado, había otros dos de ellos, junto a una de las chozas. Mientras uno ataba las manos a la espalda de una mujer de la aldea, otro estaba prendiendo con su la antorcha la choza en varios puntos. Fué este último el que respondió: - Vamos... ¿No te habrás tragado la historia del demonio del que hablan los campesinos, no? Ja, ja, ja ja. - Rió estrepitosamente el pirómano antes de seguir con su tarea de quema, prendiendo la paja de una carreta.

Se le unió a las risas el individuo que había acabado de maniatar a la mujer, y que se dirigió a una larga fila de campesinos maniatados, empujando a la mujer en esa dirección..

- Hummmmm.... - Sus compañeros seguían riéndose, cuando el primero en hablar, un soldado barbudo y fornido, agarró más firmemente su lanza en su brazo derecho, y empezó a caminar despacio adentrándose en el maizal en vuestra dirección, suspicaz, y escudo por delante...

En la fila de prisioneros maniatados, uno de ellos gira su cabeza para mirar en dirección al soldado que se adentra en el maizal..

Al hacerlo, el prisionero os descubre. Y su mirada se cruza con la vuestra. Una mirada desesperada, que os produce un escalofrío, pues os contempla con el único ojo que aún permanece en su rostro, como si del mismísimo cíclope se tratase.

Sin embargo, el individuo permanece callado, aunque sin apartar su mirada de vosotros.

Iban a ser descubiertos. Uno de los soldados se dirigía hacia ellos y los otros dos, que le seguían con la vista, permanecían con los prisioneros. Debían ser extremadamente rápidos si no querían que ningún inocente fuera herido. 

Entonces su mirada se encontró con la de uno de los prisioneros. La desesperación y el sufrimiento se reflejaban en su mirada de un solo ojo. Probablemente perdiera el otro a raíz de alguna de las muchas torturas a las que habría sido sometido por los heraklianos.

Aquella mirada congeló el alma de Aetos. Aquella gente estaba sufriendo, y entonces decidió que no pondría en peligro sus vidas. El hoplita dirigió una mirada a Néstor. Sabía que, posiblemente, el noble prefiriera un ataque frontal. Aetos conocía sus limitaciones, así como las de su compañero, y sabía que, en condiciones normales, acabar con esos soldados no sería una gran tarea para ellos. Pero esta vez era diferente, había rehenes y el esfúride no se perdonaría que fuesen asesinados por su culpa.

Decidido, Aetos se irguió, dejándose ver ante el soldado que buscaba entre el maizal. Con sus armas aún guardadas, pero alerta, por si debía coger alguna de ellas, habló:

-¡Soy Aetos, hijo de Esfura! ¡Os ordeno que liberéis a los rehenes y nadie saldrá herido! ¿Sois de Heraklia? ¿Por qué hacéis esto? ¿Quién os envía?

Dijo de forma decidida, siendo consciente, por su experiencia de otras veces, que probablemente no funcionaría. Pero si podían sacar algo de información y ganar algo de tiempo, eso que tendrían a su favor.

La mirada de uno de los prisioneros hizo que Néstor tuviese aún más ganas de acabar con aquellos hombres, que provocaban el miedo y la angustia en la buena gente del lugar. Era una mirada desesperada, una mirada expectante... pues lo tenía todo perdido y tanto él como Aetos eran los únicos que podían ayudarle en aquél momento, así como al resto de prisioneros.

El noble se disponía a atacar cuando Aetos pareció coger otro camino ¿qué estaba haciendo? La idea era no llamar la atención, pero su compañero parecía haber cambiado de parecer a mitad de la acción.. esperaba que no tuviesen que lamentarse por ello.

El Herakliano, se detiene y retrocede un paso, de la impresión, ante la repentida salida de Aetos.

Tras las palabras del isleño, el saqueador aprieta los dientes. Tensa sus músculos, furioso, y le responde gritando: - ¡No tienes derecho a exigir nada, perro Esfurano! ¡Mucha distancia has recorrido para venir aquí a MORIR!! - Y alza su poderoso brazo y su lanza en horizontal, en clara actitud de estar a punto de arrojarla sobre Aetos...

El herakliano había reaccionado de una manera más hostil. El ataque era inminente, y Aetos tendría que reaccionar rápidamente para evitarlo. Con la lanza en una mano y el escudo en la otra, el hoplita trató de esquivar, como le fuera posible, cualquier ataque que el enemigo le pudiera propinar, para a continuación correr hacia él y tratar de atravesarlo con su propia lanza.

El Herakliano no estaba para palabrerías, lo había dejado clara con su actitud... y no tardó ni un instante en intentar armar su brazo para arrojar la lanza contra el cuerpo de Aetos. Pero Néstor era rápido y tenía los sentidos a flor de piel, así que se había lanzado espada en mano hacía su contrincante en cuánto sus palabras habían muerto entre sus dientes. 

El ataque fue sencillo, tenía adoptada la posición de combate, con un pie más adelantado que otro. Con un movimiento grácil, apoyándose sobre el pie trasero, se lanzó en pos del enemigo, el brazo derecho estirado y recio, sujetando con firmeza la equilibrada espada. El brazo izquierdo hacía el cuerpo más equilibrado, haciendo los movimientos más fáciles y estilizados. Era un ataque básico, casi podía decirse de los primeros que se aprenden en esgrima.. Pero el soldado había levantado su lanza, dejando la defensa baja.. y aquél ataque podía hacerle mucho daño, pues iba directo a su pecho.

Veloz como el relámpago, Néstor surgió de entre el maizal, recorriendo en un segundo los apenas nueve pasos que le separaban del supuesto herakyano. Su espada siguió una linea recta en una estilizada pero básica postura de ataque, equilibrando el brazo derecho del ataque con el izquierdo.

El Heraklyano intentó interponer el escudo, pero llegó demasiado tarde, pues la espada alcanzó su pecho apenas había empezado a realizar el movimiento. El filo atravesó la túnica carmesí y se hundió en la carne, saliendo por el otro lado.

La muerte llegó rápido, antes siquiera que Nestor sacara la espada de un fuerte estirón. El cuerpo del hombre se desplomó sobre el maizal, y el amarillo se tornó carmesí.

El rápido movimiento de Néstor no sorprendió realmente a Aetos. El hoplita, ciertamente, corría cierto peligro ante el inminente ataque del enemigo, pero él siempre se sentía seguro cuando el noble le cubría las espaldas. Si tenía que poner su vida en las manos de alguien, sin duda alguna, esas serían las de Néstor.

Aprovechando el veloz ataque, que sin duda habría cogido por sorpresa a los saqueadores restantes, el hoplita no medió palabra -eso quizá lo dejaría para después de actuar- y, cogiendo un poco de carrerilla, irguiendo su lanza con el brazo derecho con un movimiento recto de atrás hacia delante y con el brazo izquierdo, que sujetaba aún el escudo, equilibrando su posición, Aetos, hijo de Esfura, arrojó su lanza con fuerza hacia uno de los dos heraklyanos restantes.

La lanza de Aetos cruzó el aire fugázmente, atravesando el humo provocado por la choza en llamas, antes de alcanzar con letal certeza al Heraklyano que segundos antes empujara a la mujer. Ésta soltó un grito cuando el proyectil atravesó de lado a lado el cuerpo del hombre junto a ella, y salió corriendo con las manos atadas a la espalda, presa del pánico.

El otro gracioso había dejado repentinamente de reir, al descubrir el cadáver de su amigo junto a los esclavos atados, y giró su cabeza para mirar atemorizado desde donde había venido la lanza, descubriendo a su otro amigo caído en el maizal, a Néstor erguido junto a él, espada sangrante en mano, y Aetos más alejado, ahora sin lanza. En su mano, el pirómano aún empuñaba la antorcha con la que incendiara la choza.

Cerca de lo que parece el centro del pueblo, uno de los Heraklyanos se gira a mirar en dirección a los gritos, intentando vislumbrar lo que ocurre. El humo y los gritos del saqueo aumentaban la confusión. Pero allí, cerca del centro, parecen estar reunidos la mayoría de Heraklyanos, entre los que destacan uno de ellos, a caballo, y otros dos a pié, de mayor estatura y aspecto grotesco.

En cuánto la lanza de su compañero surcó el cielo, Néstor arrancó a correr hacía la zona de los Heraklyanos que quedaban en pie y que aún estaban algo confusos por como se estaba tornando su situación. La lanza llegó mucho antes que el noble, pero eso despejó las dudas de a quién iba a atacar. Sólo quedaba un soldado en pie, artocha en mano.. y preguntándose que diablos estaba ocurriendo.

Los pasos de Néstor eran estilizados.. corría con agilidad y a grandes zancadas, casi como si tuviese los pasos contados entre él y su enemigo.. Su convencimiento no dejaba lugar a dudas, estaba focalizado en matar a aquellos hombres que se aprovechaban de la debilidad de un pueblo y quemaban casas de gentes sin posibilidad de defensa.

Al llegar a su altura.. Néstor amagó con atacar hacía la zona baja del estómago, para lanzar, posteriormente, el brazo con la espada en diagonal hacía el pecho del portador del fuego.. 

Su lanza, combándose mientras dibujaba un recorrido firme y recto, impactó de pleno en el pecho de uno de los heraklyanos. Ese mismo heraklyano era el que anteriormente había agredido a una pueblerina indefensa, lo que hizo que el propio Aetos se sintiera humildemente gratificado. El joven se distrajo unos segundos mirando cómo se alejaba la mujer, y deseó que pudiera encontrar un lugar seguro.

En cuanto observó al noble Néstor avanzar, recordó al instante que el peligro no había acabado y que, a pesar de que estaba en la certeza de que el heraklyano de la antorcha duraría en pie escasos segundos ante su compañero, probablemente no sería el único, por lo que deberían seguir luchando. Además, ahora no tenía su lanza, y a pesar de que se manejaba con la espada, su destreza con aquélla le había salvado la vida en más de una ocasión en la que la espada le hubiera fallado. Veloz como el rayo, el hijo de Esfura se dirigió hacia el cadáver del heraklyano, que aún debería seguir con la lanza del hoplita clavada en el torso, en pos de recuperar esta y así prepararse para cualquier otro peligro posible. Confiaba tanto en Néstor, que ni tan siquiera se molestó en desenfundar la espada. 

Nestor avanzaba primero, espada en mano.  Aetos corría detrás, a apenas unos metros de él. Los últimos restos del maizal azotaron las piernas de ambos antes de salir de él y recorrer con velocidad la distancia que les separaba del saqueador.

Aunque el Heraklyano intentó detener la espada de Néstor con su antorcha, su esfuerzo fué en balde, pues la espada de Aetos partió la madera, alcanzándole, y haciéndole caer inerte.

La multitud de cautivos atados se giró, y empezaron a acercarse a ambos guerreros mientras suplicaban de forma caótica que les desataran y salvaran sus vidas. Tenían las muñecas atadas, y a su vez estaban atados entre ellos formando una fila por medio de un largo cordel.

Aetos y Nestor ya estaban dentro del pueblo. A su alrededor se alzaban las chozas, alguna de ellas ardiendo. Dede aquí, una especie de avenida principal más ancha atravesaba la aldea, hasta llegar al centro del pueblo. Desde allí, los heraklyanos restantes les miraban con fierza...

La lanza de Aetos atravesaba en ángulo el cadáver del otro Heraklyano, para acabar clavada en el suelo. Al arrancar la lanza del cuerpo, este acabó por desplomarse al suelo.

Uno de los heraklyanos situados en la plaza, montado a caballo, y cláramente más jóven que los hombres armados que le rodeaban, sacó su espada, señalando hacia Aetos y Néstor. Al hacerlo, se distinguió claramente la cabeza de un lobo negro sobre la manga de su túnica carmesí. Entonces, señalando a los dos amigos gritó con furia: - ¿¡A qué esperáis!? ¡¡Acabad con ellos de una vez!! -