Partida Rol por web

El gigante gime tras la máscara cuando Nestor clava la espada profundo en su vientre, sacándola de nuevo con rápidez. Ahora el gigante se agarraba las tripas, inclinado, mientras la vida se esfumaba de  su cuerpo, y se desplomaba al fín.

Los dos enormes individuos yacían ahora, vencidos, uno junto al otro.

Entonces, un grito de dolor humano, seguido del poderoso relincho de un caballo llega hasta los oídos de Aetos y de Néstor. Al girarse para divisar lo que ocurría, estos contemplaron cómo el jóven aristócrata heraklyano caía de su caballo, derribado, contra el suelo, ante la atónita sorpresa de...

... los dos soldados heraklyanos, que se giraron, sus lanzas y escudos dispuestos contra...

...la figura del cíclope campesino, el cuál lanzaba una mirada furiosa, sosteniendo en su mano una honda, colgando de su mano, sin piedra en ella.

Intentó agacharse para coger otra piedra.

Las acciones de Néstor y su compañero parecían haber despertado al resto de ciudadanos, al menos a aquél campesino tuerto que había golpeado al noble aristócrata con una honda. Sin embargo, no debía haber pensado demasiado en las consecuencias, puesto que ahora tenía toda la atención de los heraklyanos sobre él.... 

El noble no dudó un segundo y salió corriendo para ayudarle, sólo esperaba llegar a tiempo. Le dolía la pierna... pero aquello no iba a frenarle.

Aetos observa sin sorpresa como Néstor acaba con el engendro con la fuerza de su golpe. Da un vistazo rápido a su alrededor y descubre al campesino, armado con su honda, derribando al noble de su caballo, sin mostrar miedo por los guardias que le acompañan. Cruza una mirada con su compañero, preocupado por el estado de su pierna, y ve la misma determinación que él mismo siente por ayudar al hondero. De modo que se lanza como una centella en pos de los soldados. A pesar de que el campesino parece diestro con su arma, carece de protección, así que el hoplita se coloca de la mejor forma posible para bloquear una posible carga de los soldados heraklianos contra el hombre.

Desde esta posición estratégica, embiste, aprovechando el impulso del movimiento, contra el que parece más alerta de los dos soldados, aunque la prisa por defender al hombre tuerto le pasa factura, y la fatiga desvía la punta de su lanza contra la coraza de su rival.

-Aún podéis rendiros, vuestro señor ya ha caído.

Aetos se adelantó a Néstor, intentando alcanzar a uno de los dos hertaklyanos con su lanza, pero efectivamente su lanza hizo mella en la armadura, simplemente empujándolo un palmo, y sin causarle daño.

Mientras tanto Néstor se va acercando, pero no lo suficiente para llagar al combate.

Velozmente, el tuerto toma una nueva piedra del suelo, colocándola en su honda, y la hace girar en el aire en dirección a uno de los heraklyanos.

Con tanta fortuna que alcanza la cabeza de uno de ellos de pleno, y a pesar de llevar yelmo, este cae al suelo, inconsciente.

El otro, el último heraklyano que queda al ver caer a su compañero, y viendo a su señor en el suelo... ¡¡se da la vuelta y empieza a salir corriendo!!

Una última mirada alrededor convence al hoplita de que no hay más enemigos en las inmediaciones.  El último herakliano huye cobardemente, y Aetos cree más importante ocuparse de los prisioneros que iniciar una persecución para acabar con él. Al fin y al cabo, si forman parte de una unidad más grande, impedir que les informe de lo que ha pasado no sería tan útil, ya que el que el líder al que ha matado el tuerto hondero no regrese será suficiente para ponerles sobre aviso. Se quita el yelmo y se dirige al campesino que con tanta pericia ha acabado con el líder herakliano y uno de los secuaces, ofreciéndole una sonrisa afable.

-Tienes mucha habilidad con ese arma. Mi nombre es Aetos Esfúride. ¿Puedo saber el tuyo?

Mientras espera respuesta, se acerca a la columna de prisioneros y empieza a liberarlos de sus ataduras utilizando el filo de la espada.

Pese a que su compañero había decidido no perseguir a aquél soldado... el noble no cortó su carrera y, pese a que la pierna le tironeaba, aceleró el paso en pos de alcanzar a aquél soldado cobarde. Había dos cosas que movían a Néstor: el impulso de vengarse de un soldado cruel que atacaba a gente indefensa... y su propio orgullo, nadie se enfrentaba a él y vivía para contarlo.. ¿cuál de las dos cosas lo movía más? Eso sólo él podía saberlo.. Fuera como fuese... dio alcance al soldado y, sin pensarlo, lanzó una estocada aprovechando el impulso de la carrera, justo cuando iba a darle alcance... alargó aún más el brazo para herir al heraklyano..

Néstor corrió veloz tras el hombre de armas, dándole alcance enseguida, y al hacerlo le alcanzó con facilidad con un golpe certero de su espada, haciendole caer malherido. El hombre no paraba de gritar. Yacía en el suelo vivo pero indefenso, a apenas diez metros de donde había empezado la carrera.

Este ya no supondría un peligro.

- Soy Calístrato. Un simple campesino, pero la gente de esta aldea me tiene en gracia y me considera su portavoz. - Mira a Aetos de arriba abajo, antes de continuar. - Hemos tenido suerte de que experimentados soldados como vosotros estuviérais cerca para ayudarnos. Si no no sé que habría sido de nosotros. Gracias de corazón - Observa a Aetos a desatar a los habitantes de la aldea, los cuales se abrazan agradecidos al Esfurano.

- Sois los compañeros del anciano y la cazadora ¿verdad? -

Al ser liberados, los campesinos se abrazan entre ellos. Empiezan a dirigirse a Aetos y Néstor para abrazaros, besaros y darles las gracias entre lágrimas de alegría. Algunos de ellos están heridos o magullados, pero no alcanzáis a ver más de un par de cadáveres de campesinos. Enseguida se dirigen a apagar los incendios en las chozas, algunas de ellas ya perdidas sin remedio.

El jóven noble y el soldado heraklyano son vuestros prisioneros, y podéis hacer de ellos lo que consideréis. Son los únicos supervivientes del grupo de heraklyanos. Además, habéis conseguido un caballo.

La impresionante carrera de Néstor para alcanzar al último soldado llama la atención de Aetos, que observa el preciso golpe final que éste da a su rival. Aún así, el hoplita está algo preocupado por la pierna de su compañero, aunque el calor de la batalla permita al noble hacer esfuerzos, tal vez más adelante le dé problemas.

-No hay nada que agradecer.- Contesta a Calístrato con genuina humildad. Después asiente con la cabeza a la pregunta que le formula. -Así es, con esa descripción deben de ser nuestros compañeros; nos rezagamos mientras ellos avanzaban, ¿pasaron hace mucho por aquí? Por cierto, tal vez alguien en el pueblo pueda encargarse de la herida de mi amigo; aún sangra, y nos espera un largo camino.

- Mi nombre es Néstor, segundo hijo de la noble casa Vryzas de Trítonis - dijo el noble orgulloso, incorporándose a la conversación que mantenía su compañero con el tuerto. Caminaba seguro de si mismo, casi posando en cada paso y, lo peor, es que le salía de forma natural, sin forzar nada. Ciertamente.. Néstor sacaba su lado más orgulloso en este tipo de situaciones, le iba el papel de héroe, siempre había sido así. Sin embargo, nunca esperaba nada a cambio, salvo alguna que otra mirada de admiración. - Y no creo que sean necesarios ningún tipo de cuidados, estoy bien. 

Su mirada se dirigió entonces al joven noble heraklyano.. pronto tendría unas palabras con él.. y ya lo estaba intentando intimidar.

Calístrato el tuerto contesta directamente a Aetos: - Sí. Si que es cosa de agradecer. Algunos de los hombres de la aldea han muerto intentando defenderla, y me temo que la mayoría de nosotros hubieramos acabado como esclavos en tierra extraña de no ser por vosotros. -

Mira a Nestor y añade: - Por favor, excelencia... - Muestra una clara deferencia al esuchar que Néstor es un noble. - ... dejadme insistir por vuestro amigo, y venid a la casa mayor. Permitidnos atender vuestra herida. No os rezagaréis demasiado, y mientras os hablaré de vuestros compañeros. -

Al cabo de un rato estáis bajo cubierto en el interior de la cabaña comunal que ocupa el centro del pueblo. Allí el formidable techo de vigas de madera y paja del edificio os proteje a la sombra del cruél sol del mediodía. Los campesinos usan esterillas en el suelo, sentándose en cuclillas directamente sobre ellas.

Frente a vosotros, algunos platos con comida y agua. No demasiado abundante empero. Una de las mujeres del pueblo ha atendido y vendado la pierna de Néstor, usando una especie de cataplasma de hierbas bajo el vendaje, que parece aliviar la herida con frescor, como si de menta se tratase.

Los dos soldados heraklianos y el joven noble con el símbolo del lobo en su capa yacen atados en una esquina, contra la pared. El soldado mayor permanece callado, sin decir nada, con sangre seca en la cabeza. El otro soldado está muy pálido, con lo que parece una herida de espada, provocada por Néstor. El jóven noble estaba inconsciente hasta ahora, y empieza a despejarse de la caída de su caballo, pero aún está un poco aturdido.