Partida Rol por web

Me vi terriblemente tentada a atrapar la juguetona sombra de Kivo. Me agazapo   salgo sobre ella y....Miro al rededor por creo que me estaba saliendo del tema. Había que centrarse, de modo que me levanto como un resorte y miro a mis compañeros tan dignamente, como si no hubiera pasado nada. 

- Creo que deberíamos volver al pueblo y buscar información entre los aldeanos. Me es muy extraño que si tanto puede afectar este reloj a sus vidas, sean desconocedores de él. Tienen que saber algo... - me rasco la cabeza con una zarpa.

- Estoy de acuerdo - dijo, frustrado de no comprender cómo funcionaba aquel reloj. Escapaba a sus conocimientos técnicos - Seguro que hay algún anciano que conozca una leyenda sobre este lugar. Quizás incluso Kivo y Sasha podrían preguntar a los más pequeños si saben algo de lo que falta en ese hueco, les llamara su atención su aspecto y será más fácil ganarse su confianza.

Hablaba mirando al cielo, meditando en voz alta, y luego pareció caer en la cuenta de algo. 

- Perdonad - dijo, algo azorado mirando a sus compañeros recién mencionados - No quería ofender...

Estábamos de acuerdo. Volver al pueblo y preguntar a los aldeanos sobre el extraño reloj que no daba sombra y la pieza que faltaba.

—Creo que todos hemos tenido el mismo pensamiento. De vuelta a Ora para preguntar. Hemos encontrado algo extraño y quizás sí esté relacionado, podríamos haber tenido un golpe de suerte.

Hamo comentó que quizá los pequeños supieran algo sobre lo que había ocurrido también. A veces, la verdad se escondía en los cuentos y leyendas. No era mala idea. 

Los Viajeros volvieron para el pueblo y era allí que las cosas se habían animado. Lejos de dejar que el problema de las cosechas minara su moral, los vecinos de Ora se congregaban en torno a la posada. Todos parecían llevar algo en sus manos: una botella de licor, unas flores, unos melocotones en almíbar de la cosecha anterior, verduras, guisos, panes recién horneados, pasteles... La lista de comida era impresionante. Y es que aunque entre todos por separado no tuvieran mucho, uniéndose los vecinos iban a conformar un festín digno de un rey.

Allí Hiroshi, el dueño de la posada, se dedicaba a dirigir a la gente. Indicaba dónde poner las mesas para dejar más espacio, dónde colocar la comida y la bebida, poniendo él a disposición de todos lo que había aprovisionado en su bodega. La fiesta estaba en preparación, una más pequeña y sin cosecha, pero estar triste no era algo con lo que estuvieran de acuerdo las gentes de aquel hogar. Eran agricultores risueños, orgullosos de su trabajo y que iban a continuar adelante fuera como fuera.

Las gentes se fijaban en Kivo al verlo caminar, al parecer los rumores sobre su magia habían volado por el lugar.

A la vuelta, la visión que nos regala el pueblo es de júbilo y aplomo, a pesar de las circunstancias no fueran las más apropiadas. Cada cual combatía la desesperanza a su manera. En Ora olvidaban, en mi tierra simplemente dejábamos que el olvido se llevara los problemas como si no estuvieran... Hasta que dejaban de estar. Era así de simple. 

Me encuentro más animada por la siesta y aquel ambiente festivo despierta mis sentidos. Veo que todos llevan algo en las manos y que seremos los único en no aportar nada. Nada material, claro. Porque Kivo había puesto su grano de arena, y esperaba que las nuevas noticias que traíamos se convirtieran en un gran avance. 

Como no conocíamos a mucha gente, yo me acerco a Hiroshi, el posadero.

- Tenemos algunas preguntas, señor Hiroshi, quizá usted pueda responderlas cuando tenga menos lío... - la verdad es que si... Ojeo por si veo a la anciana que nos recibió.

Los habitantes de Ora estaban de fiesta. No era una fiesta triste, un entierro, algo solemne. Era su fiesta de la cosecha y que le dieran a lo que hiciera que no maduraban los cultivos. Dastan pensó que de todas maneras, si maduraban fuera, podrian venderlos al menos. No todo estaba perdido en sus mentes.

Sasha parecía recuperada tras la siesta y se acercó al posadero al momento a preguntarle sin duda por lo que habíamos descubierto. Mientras iba, Dastan dijo a todo el grupo. —Separémonos para preguntar y en un cuarto de hora nos reunimos en esa esquina—. Sí, así podrían averiguar cosas. 

Por su parte, él mismo comenzó a dar una vuelta por la fiesta, buscando a alguna persona mayor... quizá ella sabría de leyendas e historias. 

No esperaba encontrar tal algarabía entre los habitantes. Allí todo era luz y color, arropado por un espíritu de amabilidad y dulzura que sólo podía encontrarse en los pueblos pequeños y alejados de las grandes capitales. Allí no había conspiraciones, maldad y resentimiento, sólo buenas personas que se habían acostumbrado a una vida sencilla y cuyo principal sustento se había visto afectado por una extraña magia. Sin saberlo, quizás ellos eran la clave para que recuperaran la alegría.

- Buena idea - respondió a Dastan con una sonrisa. Él tenía sus propios planes, usar lo que sabía para congraciarse con los niños pequeños. A él le encantaban las historias, y quizás le cambiaran una de las suyas por alguna local.

¡Qué día más largo! Primero, el viaje hasta Ora. Después, la sorpresa del festejo cancelado y el misterio de los frutos verdes. Y luego, un paseo por el bosque con combate incluido y un secreto por resolver.

Kivo volvió a Ora con mucho apetito después de todo eso, y ver la que se estaba montando en la posaba le llevó una sonrisa de oreja a oreja a la cara. Olisqueó el aire y se relamió, y se puso a saludar a unos y a otros que se le acercaban con curiosidad. Era como si su pequeño truco no solo hubiera hecho renacer una flores, sino también al pueblo. Pero en realidad quiso pensar que no era cosa suya, sino que en Ora la gente no se rendía a pesar de todo, y que no estaban dispuestos a perder su gran día por una vicisitud.

Pero Kivo seguía intrigado por lo que habían visto, y prestó oídos a lo que se pudiera escuchar y decir. Pero, ¿cuál de esos aldeanos tendría ganas de estropear su momento de alegría hablando de cosas tristes? Miró alrededor, quizá por allí estuviera la anciana de las flores. Pero le costaba concentrarse con toda aquella comida por delante.

Hiroshi asintió muy solicito a la petición de Sasha, claro que le ayudaría y además de inmediato. Los Viajeros habían traído algo de esperanza al pueblo, la magia de Kivo había hecho florecer unas flores que había tiempo estaban cerradas y verdes. Dio un par de palmadas, como liberándose de las tareas que estaba haciendo y se giró a Sasha.

-Soy todo oídos para esa pregunta, pequeña antroponeko- asintió, sin perder la sonrisa. Por allí también estaba la señora a la que Kivo había bendecido con sus flores, que no paraba de pasear en un jarrón con agua, para que todos se maravillaran con ello. Dastan podría preguntarle si eso es lo que quería.

Hamo encontró a algunos niños, que no debían tener más de diez años y jugaban con una pelota. Parecían ajenos a toda la fiesta, como si ellos nunca hubieran perdido las ganas de jugar, ni la diversión. Se reían y corrían tras la pelota, al tiempo que se la pasaban dándole patadas.

Habiendo dejado sus cosas en la habitación - el joven artesano era muy receloso de dejar sus herramientas abandonadas en un rincón - Hamo se unió al grupo de niños como uno más. Sus ropas cómodas le permitieron corretear junto a ellos, recordando una infancia que perdió rápidamente en aras de la gloria entre los suyos. En cuanto tuvo la pelota, intentó hacer algún equilibrio con ella, pero descubrió que no era el jugador más habilidoso, así que decidió hacer gala de alguna de sus mañas.

Usando papel, un poco de cordel y unas velas, decidió preparar unas lámparas que flotaran en el aire por una simple diferencia de presiones.

- Eh chicos, ¿queréis ayudarme a construir estas lámparas flotantes? ¡Podremos iluminar el cielo nocturno y alegrar esta fiesta!

Dastan sonrió a la señora. Kivo le había dado una entrada. Intentaría hablar con ella. Si no, quizás Kivo pudiera sonsacarle algo más.  —Que maravillosas flores. Disculpe, buena señora. Hemos dado un paseo por las afueras y hemos encontrado algo muy curioso fuera. Es como un gran reloj de sol, pero no da sombra... Y además parece que le falte algo, como una gema o una bola o algo así. ¿Le suena recordar algo similar entre las leyendas de Ora? ¿Alguien se lo ha mencionado alguna vez?

Quizá la señora lo supiera, quizás no, pero Dastan sentía que tenía que preguntar. 

Hiroshi es muy amable conmigo, como lo había sido con todos nosotros. Veo que el resto del grupo se dispersa. Era la mejor opción, así abarcaríamos mayor terreno  y la información sería mayor. O eso espera, al menos.

Sonrió al tabernero.

- Hicimos una pequeña inspección de los alrededores... En el bosque, a las afueras de Ora, encontramos un reloj de sol, uno que no proyecta sombra, como si hubiera sido hechizado... - entrecierro los ojos con aire curioso - ¿Que sabe de tal reloj...?

Hamo ayudó a los jóvenes al llegar a encender lámparas y hacerlas volar. El cielo se cubrió de luz y belleza. Todos olvidaron por un momento que algo andaba mal con las cosechas. Sus corazones se llenaron de la belleza y calidez de aquellas lámparas. Algunos incluso se tomaron las manos para disfrutar en compañía de aquel maravilloso momento.

La señora con la que hablaba Dastan se encogió de hombros, algo consternada por no poder aportar algo que ayudara a los Viajeros. La verdad era que ninguna leyenda hablaba de aquel lugar que ellos habían encontrado. Eso podría significar que era algo nuevo, o que ningún aldeano se había adentrado a aquel lugar antes. 

 -Lo siento, joven Viajero, pero no puedo seros de ayuda. No he oído de un lugar como el que describes, ni oído leyendas al respecto. Igualmente puede que yo no sea la indicada, pues no nací aquí y no sé mucho. Hiroshi en cambio lleva toda su vida aquí.

El tabernero asintió a lo que dijo la señora y luego miró a Sasha por su pregunta.

 -Nunca he visto un objeto como ese, jovencita. Pero por la descripción parece que es algo como lo que tiene aquel chico- dijo señalando a un joven que acababa de sacar un pequeño objeto de su bolsillo, mirando temeroso a la chica que se encontraba a su lado embelesada con las linternas que poblaban el cielo.

En la mano no llevaba otra cosa que un reloj de arena, dorado, con una arena de un blanco puro y del tamaño perfecto para encajar en aquel altar. Por las intenciones del muchacho, debía querer regalárselo a la chica, como una ofrenda de amor.

A Kivo le extrañó que nadie supiera nada de ese reloj de sol tan raro.  ¿Había aparecido mágicamente? ¿Estaba oculto en el bosque y por algún motivo ahora se ha desvelado la magia que lo escondía?

Vio el dorado reloj de arena y se acercó masticando un trozo de empanada.

-Hola. Soy Kivo -le dijo al muchacho-. ¿Puedo saber de dónde has sacado ese reloj tan bonito?

Dastan se había enfadado con el muchacho. Vale que era una fantástica oferta de amor, eso de darle el reloj de arena a la muchacha. Pero quizá esa declaración de amor estaba fastidiando mucho a su pueblo. Le recordó la historia de la joven Sirena que había acabado convertida en espuma de mar por amor. Y luego todo el mundo a llorar. Quizá por amor podía regalarle un dibujo e ir a ver el sitio. No andar jugando con lo que no comprendía.

Pero no podía interrumpir el momento, el no era un horrible aguafiestas... y lo parecería, afortunadamente Kivo se adelantó con amabilidad y habilidad. 

Se concentró en ver si el reloj era mágico. El debería poder sentirlo, ¿no?

No sabía donde centrar mi atención. Si en las lámparas que sobrevolaban el cielo o en el tema del reloj. Mis pupilas juguetean de vez en cuando con el espectáculo del cielo, pero como veo movimiento de mis compañeros les sigo para señalaras directamente el objeto que aquel chico tenía en sus manos.

- Devuélvelo - aún señalando el reloj, interviniendo yo tras Kivo. Que aquella pregunta estaba muy bien, pero para mi estaba todo claro. Debía devolverlo para que todo esto se arregle.

Finalmente dieron con la pieza que faltaba en aquel mágico y misterioso puzzle. O al menos, parecía que sus compañeros de viaje estaban tan convencidos como él de que era el objeto que encajaba con el artefacto del bosque. Un regalo por amor, pero un regalo peligroso si no se tomaban las medidas adecuadas.

Prefirió mantenerse al margen - las palabras de Sasha ya eran suficientemente directas - pero se preguntó si no podría fabricar algo de similar belleza que sirviera como prenda de amor. ¿Quizás podría llegar a un acuerdo con el joven?

Decidió esperar a ver qué decía para actuar.

 El chico dio un respingo cuando llamaron su atención y escondió el objeto de inmediato, pues la chica en cuestión también se volvió. El chico miró a la chica de nuevo antes de responder.

-Lo encontré...- dijo en un tono tímido. -¿Es vuestro? No... No lo sabía. Mis disculpas, pensaba que alguien lo había olvidado en el bosque- el chico tendió el reloj en la dirección de los Viajeros, mirando a Sasha de forma asustadiza. Nunca en su vida había visto un antroponeko y parece que enfadado no era la mejor forma. Casi se podía oír bufar a Sasha.

El chico hizo una reverencia de disculpa. -No volveré a coger nada, prometido. Palabra de Koichi- juró, aún doblado ante los Viajeros, esperando que aceptaran su disculpa. Él solo quería impresionar a aquella chica, no meterse en aquel problema tan grande. No era un ladrón.

No había habido conflicto ninguno. De hecho, el joven enamorado parecía casi más preocupado de molestar a sus compañeros de viaje que otra cosa, y devolvió el objeto con presteza. Dejó que otro se encargara de el reloj - alguien más ducho en asuntos mágicos - y tomó suavemente al joven del hombro, susurrando a su oído.

- ¿Buscas un regalo único para ganar su corazón? - Hamo vio en el muchacho las mismas intenciones que decenas de artesanos de su pueblo a lo largo de los años, que dedicaban semanas a construir la más hermoso y elegante de las construcciones, o joyas, o esculturas, o vete tú a saber qué, con intención de conquistar a su amada. Decidió recompensarlo por ser tan cooperativo - ¿Por qué no te echo una mano? Seguro que podríamos encontrar algo con lo que trabajar para que ella se lo encuentre mañana al alba... 

—Calma —dijo Dastan tomando el reloj. —No es nuestro, sino que pertenece a un lugar... y te prometo que lo devolveremos donde pertenece. 

Guardó rápidamente el objeto, Hamo trató de consolar al chico haciéndole o prometiéndole algo para regalar a su amada, pero lo importante era que tenían el objeto ¿no? Si lo devolvían a su sitio, ¿la cosecha volvería a ser como antes? Esperaba que sí, el lugar era mágico y pacífico y sólo les deseaba lo mejor. 

—Has tomado la decisión correcta —dijo de forma algo vergonzosa sin saber muy bien que más decir. Sólo tenía ganas de llevar el reloj a ver si funcionaba... no quería quedarse con la duda.