Partida Rol por web

Tras examinar el terreno desde las ventanas, Natsuki comienza a recorrer la torre en busca de arqueros, preguntando a quienes encuentra por su habilidad en este sentido, para ver de cuánta gente dispone para ese puesto.

La samurai-ko Escorpión acompaña a Natsuki-san y a Ryu-san en la inspección de la mano d eobra que dispone la torre y se encuentran con que hay unas cuarenta mujeres hábiles y acostumbradas a la dura vida de las montañas, una decena de ancianos y una docena de niños, de diferentes edades.

De entre ellos tan sólo diez saben manejar un arco. Seis mujeres, dos ancianos que aún se mueven con agilidad suficiente, y dos niños (un chico y una chica) que tienen la fuerza suficiente para tensar, apuntar y disparar.

Mientras que Tamori-sama y Emiko-san se internan en el ordenado estudio del daimyo, Yugure-san entra a solas en sus estancias personales.

A simple vista el estudio contiene poco más de lo que parecen ser una serie de mapas de la zona y unos viejos manuscritos. Al ser algo totalmente improvisado los habituales papeles de burocracia que debería haber en el estudio de un daimyo son sustituidos por mapas de la zona con distintas anotaciones sobre puntos estratégicos del valle y posibles rutas de los enemigos.

Hay también una pequeña estantería portátil para pergaminos que se encuentra vacía. Tamori-sama aclara que donde su padre suele llevar sus pergaminos de conjuros, lo cual quiere decir que se los ha llevado todos con él. A parte de la pequeña mesa, una esterilla y los nombrados papeles, sólo hay material de escribir, velas gastadas y unos pequeños cofrecillos cerrados.

Sientes cierto reparo al internarte en las estancias de un daimyo, aunque sea uno menor como es el padre de Toji-sama.

Lo primero que te llama la atención es el olor a incienso, que parece venir de la habitación contigua, ya que la puerta de papel de arroz está ligeramente abierta y por ella se cuela el aroma. También te llama la atención lo sobriedad del mobiliario, tan contrastado con el que estás acostumbrada. El futón es sencillo, casi como el de los campesinos que hay en el piso inferior, solo que con un forro mayor para resguardar mejor del frío. Hay un porta daishos vacío con una decoración escasa, un pequeño baúl lacado de color verde con una cerradura que se antoja sencilla y un pequeño brasero apagado que no despide ningún resto de humo y donde los rescoldos fueron apagados hace bastante tiempo.

Buscando primero balas de paja que eviten romper las valiosas flechas, Natsuki procede a dar algunas lecciones rápidas de arquería, concentrándose en conceptos básicos. Nada de disparar en parábola, llega más lejos pero al caer desde arriba la flecha tiene menos posibilidades de golpear. Mejor un disparo casi perpendicular y en el momento exacto, que irá marcando Natsuki. Él se ocupará de disparar a líderes o enemigos concretos, ellos deben apuntar a la masa, a los puntos donde más densidad vean y más fácil sea para un novato acertar al blanco. También da algunas nociones sobre asedios y proporciona cuchilos para cortar las sogas de garfios que se lancen o los dedos de quien intente entrar por las ventanas. Finalmente, explica que si el enemigo entra en la torre, su trabajo será dejar pasar a los bushi hacia arriba y esperar que suba el enemigo por la entrada del suelo, disparando contra ellos y reteniéndoles el máximo de tiempo posible. Les explica que en ese caso han de colocarse sólo en dos muros contiguos, de tal manera de que cuando disparen, si falan, la flecha no acabe en las tripas de un compañero.

 Reviso los planos de la zona primero y luego sobre el terreno, explorando cada localización que me parece crítica.

Sé que poner en riesgo a los niños, las mujeres y los ancianos no está bien, pero no podemos hacer otra cosa si queremos su supervivencia. Debemos trabajar todos para lograrlo. - me giro hacia la samurai-ko - Usaremos algunos niños como centinelas avanzados, pueden esconderse y moverse con rapidez para dar noticias del avance enemigo.

Señalo varios puntos en los planos - Lo esencial en nuestras preparaciones es talar los arboles cercanos para que el enemigo no tenga coberturas, además podemos apilar los troncos en las laderas junto a los muros de la torre para soltarlos sobre el enemigo cuando estén cerca.

Esta es la prioridad. Mejorará nuestra linea de visión para el tiro y nos dará una buena defensa contra su avance.

Sigo hablando de los planes de defensa, con aire autoritario, de quien tiene experiencia en estas lides. Seguro y firme sobre lo que es mejor hacer en cada caso.  - Carecemos de suficientes sughenjas o arqueros para poder anular la magia del ejercito atacante, así que tan solo reuniremos nieve para poder apagar los fuegos lo antes posible. De esta forma podemos mantener las reservas de agua potable para otras necesidades.

Como contramedidas para el uso del terreno por parte del enemigo y de escalas o arietes improvisados he pensado que si tenemos suficiente aceite podemos colocar algunas bolsas en los techos de las casetas del pueblo - señalo las casas dibujadas toscamente en el mapa - para incendiarlas en caso de que el enemigo nos ataque por esa zona y así pierdan su cobertura. Además el humo puede camuflar nuestras saetas y el fuego no les permitirá moverse demasiado bien.

Si sobran odres con aceite se pueden usar para lanzarlas en caso de que lleguen a nuestras puertas. 

Me vuelvo hacia los demás para recalcar - La fortaleza de nuestras defensas depende del tiempo que tengamos antes del ataque. 

Y luego vuelvo nuevamente sobre el mapa. Cavar por doquier y al azar y colocar en los hoyos estacas funcionará para ralentizar la marcha siempre y cuando se camuflen bien con nieve. Pero no hay mucho tiempo, esto dejadlo para el final, cuando hayamos terminado las demás tareas.

Natsuki asiente, considerando que es una buena estrategia. Sin más, además de procurar que sus propios preparativos se lleven a cabo, se pone a las órdenes del Ikoma para preparar la defensa.

No parece que haya nada fuera de lo normal y por más que buscas estás convencida de que allí no hay nada que parezca un sello de protección ni nada similar.

Los refugiados comienzan a acatar las órdenes con diligencia. Mientras que Miyako-san se encarga de dirigir a los taladores y de talar ella misma, Natsuki-san escoge a los más diestros para encargarse de los arcos.

Lo que al principio os parecía una misión imposible de pronto se torna en algo con esperanza. Las campesinas son fuertes y fibrosas y así también los jóvenes y los ancianos. Los habitantes de tierras Dragón son bastante atléticos y resistentes, preparados para las inclemencias, y eso facilita vuestras tareas.

Los encargados de buscar el sello de momento parecen no tener novedades.

Han pasado a penas unos minutos desde que habéis organizado a la gente cuando una sombra oscurece el sol que entra por las troneras del castillo por unos segundos y un ruido seco suena cerca de los escalones.

-¡Uno de los nuestros!- anuncia un chico que sube corriendo los escalones de la torre.

Cuando os asomáis véis lo que parece un shugenja del clan Dragón desplomado en los escalones. Toji-sama desde el piso superior parece reconocerle y gritar su nombre- ¡Senko-san!

 Me aproximo rápidamente a darle auxilio, alerta de movimientos enemigos. Una vez a su lado, si aun está consciente lo ayudo a levantarse y llegar a la torre, donde recibiría curación. **

Mientras el recién llegado es atendido, Natsuki se concentra en vigilar si alguien le ha perseguido, si hay enemigos en las cercanáis observando la llegada del herido.

Procuras relajarte, ausentarte de la distracción del recién llegado. Algo te dice que estás cerca de algo importante. El sello debe andar cerca, o tal vez algo de igual valor. Las estancias del daimyo son importantes. Desconoces cómo, pero lo sabes. Pero te falta la pieza del puzzle que le dé sentido a esa intuición.

Mientras el hijo del daimyo baja de la segunda planta de la torre tan presto como le es posible, Ryu, ayudado por Miyako, lleva dentro al recién llegado. Natsuki se queda fuera, observando las lomas cercanas.

El hombre que ha llegado tiene un tajo entre las costillas. La herida no huele tan fuerte como para indicar que no le queda mucho, pero podría ser engañoso, ya que el frío disimula el olfato. También tiene un corte en la sien que no tiene buena pinta. Su mirada parece perdida, como si nada de lo que viese tuviese sentido.

Con una mueca de dolor desgarradora comienza a balbucear.

-...vienen... acabaron con nosotros y ahora... ahora vienen... qué mal... qué maldad se ha despertado...

Al principio no parece haber nada en las blancas crestas de las lomas circundantes, pero entre los árboles de la loma al norte, de donde ha venido el shugenja herido, te parece ver algo que se ha movido. Inmediatamente después ves otra silueta moverse. Lejana. Tal vez un kilómetro y medio. Más figuras comienzan a caminar entre los árboles, en dirección a la torre. Al cabo de unos instantes son varias docenas.

Mientras tratas de atender al shugenja herido te percatas de que la hoja que ha hecho semejante herida no podría haber sido de mejor calidad. El corte en la sien es tan delgado que si no fuera por la sangre que brota, que no se vería y la perforación no se ha producido entre las costillas como creías en un principio. Ha cortado las dos costillas adyacentes como si fuesen mero papel, límpiamente, introduciéndose hasta los pulmones, que con toda seguridad ahora mismo están encharcándose. No le queda mucho de vida.

Ya poco podemos hacer por él, tan sólo darle algo para que pase su último aliento de vida con el menor dolor posible. Hago un gesto para que le traigan algo de alcohol. Sin embargo reacio a dejarlo morir sin más no puedo evitar preguntarle - ¿Quién te atacó? - Esperando que aun le queden fuerzas para constatar lo que ya creo.

Hay que dar la alarma y preparar a todos para lo que viene. 

Aunque ha percibido la llegada del herido, éste está en buenas manos. Por lo que Yugure sigue concentrada buscando. ¿Qué busca...? Ni ella misma lo sabe, pero está ahí. En el fondo de su mente, o quizá en la superficie de su espíritu, la Grulla lo siente. Lo nota.

Escucha las palabras balbuceadas, la maldad, dicen. Maldad desatada. Lo que temía ha sucedido, los sellos. Pero algo debe poder hacerse, hay allí mismo una clave. Otro sello... u otra cosa.

Se encamina hacia el penetrante olor a incienso que sale de la puerta del fondo de las habitaciones del Daymio, entreabierta.

Te adentras en una pequeña sala donde apenas hay un modesto altar en honor a los ancestros de la familia del daimyo. Dos varillas de incienso a cada lado de una pequeña tablilla están prendidas y apenas están consumidas, pero a la vez, por el intenso olor del ambiente, parece que llevase horas encendido. El ambiente es dulzón y perfumado en exceso por el incienso, y volutas de humo bailan y marean tus sentidos allí dentro. Cada paso dentro de la pequeña sala parece sellar tu destino, como si alguien tirase de una argolla que tuvieses anudada en el estómago.

Empiezas a sentir una especie de mareo, tal vez por el calor, el intenso olor o las emociones que te inundan. Caes de rodillas luchando por mantener tu cabeza a flote en una tormenta de sensaciones y cuando parece que te vas a desvanecer, llega la calma. Tu vista se posa, sin que tú parezcas controlarlo, en una línea que tacha un nombre en la larga lista que hay en la tablilla del altar. Hay uno que no se puede leer con claridad porque está tachado con una profunda e irregular cincelada vertical. En el momento en que lo ves las varillas de incienso se encienden como brasas vivas y algunos rescoldos se desprenden, elevándose por una corriente de aire invisible, poco a poco, en esirales, como estrellas rojas en el ambiente oscuro y cargado. Tu vista las sigue hasta que se posan en un panel del techo de madera, donde parecen avivarse durante unos segundos antes de extinguirse.