Partida Rol por web

El Cainita sonrió.

-Me lo figuraba. Recuerdo haberos visto en el Eliseo de aquí, hará más de un Siglo. Pero donde más escuché vuestro nombre fue en Roma.

En su gesto asomaron la curiosidad y la rabia.

-¿Cuándo? ¿Qué oísteis? -preguntó ansiosa. Después reparó en su actitud y bajando la mirada espero un momento para continuar-. Perdonadme -dijo con pena-, en la corte de Roma se me acusó de un crimen horrible que jamás cometería y desde entonces no puedo regresar... ¿Podéis decirme quién os habló de mí y en qué términos?

-Vuestro nombre era un rumor al vuelo. Se contaba que, en efecto, habíais sido acusada de la Diablerie de Cayo Marco. Que habíais Abrazado a un hermoso revolucionario que posteriormente había descubierto el crimen. Cosas poco agradables pero ya lejanas. Y después desaparecisteis y no volví a escuchar de vos hasta esta noche... antes de de hablar con vos, cuando por casualidad ha asomado en la conversación que mantenía con esa Cainita tan interesante -dijo señalando con la mirada a una mujer de pelo liso y negro y vestido oscuro que estaba hablando con Thomas-. Sandra Keller. ¿La conocéis? La que está conversando con vuestro criado. Es una erudita Tremere.

En ese instante un criado abrió las puertas del salón precipitadamente.

-Damas y Caballeros hoy nos honra con su presencia su Alteza Fernando, Príncipe de Aragón y Rey de Nápoles.

Un joven entró con porte gallardo en la estancia acompañado por dos hombres a cada lado.

-Por favor -dijo con una sonrisa-. No pretendía interrumpir ni es esta una visita oficial. Acabo de regresar del frente en Cataluña y quería desfogarme de las penas de la batalla con mis hermanos en la nobleza. Una gran fiesta, Emilio.

Rosalía se giró hacia Sandra Keller haciendo grandes esfuerzos por ocultar la desazón y el rechazo. De pronto no le apetecía tanto confiar en Arturo de Barbastro.

Iba a despedirse educadamente de él para alejar a Thomas de la Tremere y salir de allí cuando las puertas se abrieron de pronto y hubo de fingir que participaba de la emoción de todos ante la entrada del rey, aun cuando hacía tan sólo unas noches que ella sabía de su existencia.

Le pareció apuesto, pero no quiso fijarse demasiado. Ahora ya sólo quería marcharse de allí, pero nadie osaría dejar una fiesta justo después de la aparición del rey...

-Continuad, por favor -permitió el príncipe antes de acercarse a saludar a algunos familiares lejanos.

-Toda una sorpresa -pensó Arturo en voz alta-. ¿Sabíais que se dice que el Rey tiene s...? entonces el rostro del Vampiro se quedó helado, como si hubiera contemplado un fantasma y enmudeció -Disculpadme -alcanzó a murmurar con el gesto desencajado.

Rosalía siguió con la vista la dirección de los ojos de Arturo, para ver qué era aquello que le había causado semejante impresión.

Sin embargo, el tumulto generado por la presencia del Real Primogénito desdibujó el paisaje a su alrededor y no pudo distinguir nada con claridad.

Un tanto frustrada aguardó en el sitio hasta ver hacia dónde se dirigía Arturo, si se detenía a hablar con alguien o simplemente abandonaba la fiesta, pero de nuevo le fue imposible advertir nada.

Después trató de localizar a Thomas y a la Tremere paseando entre la multitud.

Rosalía vio a Thomas hablar con la Ventrue con la intensidad concentrada en sus ojos. El aura de la Vampira era de un pálido baile del azul de la suspicacia, el verde claro de la desconfianza y el púrpura de la agresividad.

-... ya sabéis lo que dicen. Un clavo saca a otro clavo

-Señorita Keller. Sin duda dispongo de un clavo que podría colmar todas vuestras expectativas -dijo con una voz cargada de punzante ironía-. Si es que tales anhelos han sobrevivido en vos a la rigidez del Abrazo en vuestro Clan. De cualquier otro instrumento de carpintería.. ni yo ni mi Sire -precisó mirando a Rosalía como si se refiriera a ella-. tenemos conocimiento ninguno.

Rosalía no ocultó una sonrisa ante la respuesta de Thomas y se acercó a él sin quitar ojo de la Tremere.

-Disculpad, no nos han presentado -dijo con una amabilidad claramente impostada-, aunque tengo entendido que vos ya habíais oído hablar de mí. Me extraña, en realidad, pues no acostumbro a cultivar la amistad con los Usur... Perdonad, los Tremere -se corrigió llevándose una mano a los labios como si lamentara haber dicho eso.

La Tremere apretó los dientes ante las groserías que llegaban a sus oídos.

-Soy Sandra Keller, del Clan de los Magi -apuntó-. He oído de vuestra relación con los míos y vuestra reaparición. Creo que aún hay asuntos pendientes entre vos y mi Clan. No os confiéis. Hemos crecido en número y fuerza y sería una pena que corrierais el mismo destino que vuestro llorado Thomas Daister.

Ante aquella suerte de amenaza le dieron ganas de reír a carcajadas, pero si ésa era la idea que los Tremere tenían no convenía desvelar la verdad. Había algo, además, que no encajaba: si Audax había conseguido la Corona, como así parecía por sus recuerdos, ¿a qué asuntos pendientes se refería Sandra?

Compuso un gesto serio, como si sus palabras le hubieran dolido de veras, y la miró duramente a los ojos.

-En ocasiones crecer en número no implica crecer en fuerza, querida señora, pues a más individuos más ambiciones individuales -respondió-. Pero no seré yo quien aconseje a los vuestros. Podéis preguntar a Audax, creo que él sabrá de lo que hablo.

La Tremere sonrió ante la mención de Audax.

-Mi Señor Audax ya os derrotó una vez, Señorita Caeiro. Si no queréis volver a la persecución, la sombra y la sospecha me diréis dónde está el Tercer Clavo.

Entonces otras palabras llegaron entre el gentío a los oídos de la castellana por medio de sus sentido aumentados.

-¿...pensáis abandonar la fiesta como lo hicisteis conmigo a las llamas y el martillo, Sire? Esta noche todo acabará para vosotros...

Sandra también pareció advertir aquellas palabras.

Aquellas palabras cortaron la tajante respuesta que iba a dar a Sandra. Con el ceño fruncido se giró hacia el lugar de donde provenían, buscando a quien las había pronunciado y a quien estaban dirigidas. Al parecer había casi más Vástagos que mortales en aquella fiesta.

Entonces divisó a Arturo sosteniendo una discusión con un hombre joven y bien parecido de cuya había salido aquella amenaza.

-¿Qué... qué vais a hacer? -preguntó.

-Acabar con la jerarquía de mortales y Vástagos...Sire -dijo con una voz cargada de desprecio.

Rosalía sintió erizársele el vello de la nuca. Ese Vástago de joven apariencia era un Anarquista, como Lucita los había llamado, y parecía dispuesto a comenzar su propia revolución aquella noche, en aquella fiesta llena de mortales que nada tenían que ver... Entre ellos Fernando de Aragón. Su mente trabajó deprisa buscando una manera de impedir lo que quisiera que fuera hacer sin desvelarse ni ella ni nadie como Vampiros. Sin despedirse de Sandra y de Thomas caminó hasta donde discutían Arturo y el Chiquillo y con una sonrisa inocente saludó al joven.

-Vaya, Arturo, no me habíais dicho que tuviérais amigos tan apuestos en esta fiesta -dijo clavando sus ojos en los del Anarquista para obligarlo a centrarse en ella y sólo en ella.