Partida Rol por web

Finalmente mis pasos no me llevaron hasta donde pretendía, y es que cuando trataba de posicionarme para ayudar a Okodar, estuve a punto de ser arrollada por unos de los ogros; terminando por encontrarme junto al líder de estos tras trastabillar, mientras que el semiogro era ayudado por Anubis y Anna.

Sentí que había sido Mishakal quien guió hasta allí mis pies al ver cómo aquella personificación de la maldad asestaba un durísimo golpe al druida. En aquel momento ya me encontraba tomando impulso con mi arma, asestando al líder ogro un golpe que tampoco resultó ser poca cosa. Todo ataque contra el bien era algo deleznable a mis ojos, pero el ataque de aquel ser a Lobo Blanco me resultó especialmente repulsivo y doloroso.

La sangre del druida caía sobre la tierra, y el semiogro también parecía herido, pero no podía detenerme a sanarles; debía priorizar por el momento el acabar con la amenaza que suponían aquellos seres. Así que con la ayuda de Lobo Blanco, que desde su lado arremetía nuevamente con su poderosa mandíbula, llevé mi brazo nuevamente hacia atrás; tratando de proveerme de la potencia necesaria para asestar un duro golpe al líder ogro.

 Sin perder tiempo, me apresuré a lanzar otro proyectil mágico, esta vez sobre el líder, esperando poder ayudar a mis compañeros. Además, si este fuera derribado, tal vez los demás se asustaran y huyeran, sin necesidad de más derramamiento de sangre.

 De modo que una serie de proyectiles de luz salieron de mis manos, en busca de su objetivo, el líder de os esclavistas, como unas avispas mortales.

Oko levanto su gran Klad y lo descargo con fuerza sobre el ogro. El martillo golpeo con rabia la cabeza del ogro que estallo en una nube de chispas eléctricas. El otro ogro trato de vengar a su compañero muerto goleando el costado de Oko que gruño. ¡Oko, estar bien! ¡Oko, seguir luchando! Pero Oko estaba ya bastante herido.

Anna corto débilmente al único ogro que quedaba con el fragmento de luz, la espada que habíais encontrado en las ruinas del templo maldito. Aunque el golpe era flojo, la espada cortó con asombrosa facilidad el cuerpo del ogro. El ogro herido se giró hacia su líder y grito. ¡Han matado a Gro! ¡Debemos huir!

Lobo Blanco arranco una gran porción de carne del muslo de líder, mientras Kairi le golpeaba con su maza y los proyectiles mágicos de Anubis volaban contra su cuerpo. A pesar de las múltiples heridas recibidas Karar seguía en pie. Su cuerpo se encontraba a punto de sucumbir parecía que solo seguía en pie alimentado por el odio y la furia. ¡Kadar nunca huir! ¡MATAR! Grito con rabia y levanto su látigo de nuevo. Esta vez el golpe que azoto a Lobo Blanco fue mucho más fuerte.

Triste era la perspectiva de la muerte para los hombres, pues no comprendían que todo, nacimiento y muerte incluidos, forman parte del gran ciclo de la naturaleza. Instintivamente, también las bestias la evitaban en la medida de sus posibilidades, en cualquier caso. Yo no era una cosa ni la otra, sino parte de ambos mundos y de ninguno. Comprendía el valor de la vida, y aceptaba el de la muerte, pues era natural. Sin embargo, el conocimiento no evitaba que desease evitarla, bien por instinto o bien por pura debilidad. Y es que una cosa era comprender los designios de Chislev, y otra muy distinta ser digno de ellos.

Y la muerte acechaba a mi alrededor. Podía sentirla, tanto en el gusto que quedó adherido en mis fauces al arrancar aquel trozo de carne del muslo del ogro, como en el intenso dolor que volvió a sacudir mis entrañas, causando una intensa agonía desde un extremo al otro de mi cuerpo animal. La sangre que brotaba entre mis colmillos era ya una mezcla desigual de la sangre de mi presa y la que manaba de mis propio y destrozado interior. Estaba al límite de mis fuerzas, y era consciente de ello, tanto como la bestia acorralada que se debate inútilmente por vender cara su piel, pero aún tiene esperanza de sobrevivir. Pues era consciente, tal vez cegado por la esperanza, de que si atacaba a la herida ya causada en aquella pierna y alcanzaba el hueso, tenía alguna posibilidad de quebrarlo y que aquella contienda terminase antes de que me arrebatase la vida.

 Estando más que dispuesto a hacerle pagar al Líder Ogro por su maldad y por herir a mis amigos, seguí lanzando mis conjuros sobre él, esperando que finalmente cayera...

Tenía la sensación de haber subestimado a nuestro enemigo, al menos al líder ogro, y es que estaba resultando ser mucho más resistente y poderoso de lo que aparentaba en un inicio. Aquella kender había tenido una gran suerte consiguiendo escapar de aquel látigo.

Pero para Lobo Blanco no existía tal cosa. Mi compañero continuaba arremetiendo duramente contra el líder ogro mientras sufría en sus carnes toda la furia de este. Recibió un nuevo golpe que me hizo estremecer, consciente de la gravedad de aquella nueva herida. Sin duda había llegado el momento de hacer uso de la mayor de mis habilidades, aquella que Mishakal me había regalado.

Sabía que revestía cierto peligro desplazarme hacia el druida, pero ni en mi mente ni en mi corazón cabía otra opción. No podía dejar que cayera, y me moví con rapidez para rodear al ogro y alcanzarle, posando de manera atropellada la mano con la que sujetaba el escudo en su peludo y sangriento cuerpo.

Sin quitar la vista del líder ogro, mirándole con odio, comencé a recitar los distintos nombres con los que mi diosa era conocida, invocando así su poder sanador.

El ogro que luchaba contra Anna y Oko retrocedía poco a poco, tratando de parar los golpes del gran martillo de Oko. Pero Anna consiguió finalmente cortar al ogro en una de sus piernas, el repetido corte hizo que el ogro perdiera la concentración, momento que Oko aprovecho para arremeter con su gran Klad. El gran Klad golpeo uno de los costados del ogro abollando la coraza y hundiendo las costillas mientras saltaban chispas electricas. El ogro cayo sin resuello al suelo.

Oko tras el monumental esfuerzo, tuvo que apoyarse sobre el gran Klad para seguir en pie. ¡Oko, estar bien! ¡Oko, seguir luchando!

La magia de Kairi recorrió el lomo de Lobo blanco como una mano que acariciaba su pelaje, las profundas heridas comenzaron a sanar. Los proyectiles de Anubis impactaron contra el líder ogro que continuaba blandiendo su látigo y gritando.¡Kadar nunca huir! ¡MATAR! ¡MATAR! La furia de Kakar había ido en aumento, haciendo que cometiera muchos más fallo, fue el momento que Lobo Blanco aprovecho para saltar al cuello de Kadar y hundir sus colmillos en la yugular del gran ogro. Kadar cayó al suelo tratando de librarse del lobo que mordía con fuerza su cuerpo, desgarrando sus arterias y dejándolo sin aire. Hasta que, finalmente, Kadar dejo de moverse.

De repente, uno de los edificios cercanos se derrumbó con un gran estruendo. Plaga y la kender pelirroja salieron de entre las ruinas cubiertos de polvo y riéndose. ¡Deberíamos de repetirlo! Ríe uno. ¡Ha sido muy divertido! Comenta el otro. ¡Pobre ogro, debajo de tanto escombro no creo que pase frio! Parecía que el destino de otro de los ogros también había sido sellado por los dos alegres kender.

Pero aún quedaba un ogro, el que Anubis había dormido con su hechizo, que según los cálculos del hechicero estaría a punto de despertar¹.

Ahora que la vorágine del combate había finalizado pudisteis fijaros mejor en los bultos que traían encadenados los ogros. Eran kender, concretamente seis kender de aspecto desvalido y triste que no paraban de llorar y acurrucarse. Mucha gente decía que: no había nada más triste en todo Ansalon que un keder triste, y era cierto. Los kerder eran las criaturas más alegres de todo Ansalon, inmunes al miedo, siempre riendo y haciendo bromas, pero desde la destrucción de su hogar por la dragona roja habían descubierto que era el miedo.

No fui capaz de reaccionar a la maniobra de la sacerdotisa. Esperaba que cargase junto a mí contra aquella bestia, a fin de lograr abatir a aquel malnacido entre los dos, pero en lugar de eso se expuso acudiendo hacia mí, en un movimiento que tardé en entender. No tenía tiempo, de hecho, pues era consciente de que mi vida pendía de un fino hilo, tanto como el que tejía una diminuta araña para obtener su sustento del día. Me abalancé contra el ogro, apenas consciente de lo que la sacerdotisa estaba haciendo.

Difícil es discernir, incluso ahora, qué motivó aquel cambio en mi decisión. Me dirigía a su muslo, dispuesto a morder hasta alcanzar el hueso, pero algo me hizo cambiar de opinión. Tal vez fueran las renovadas energías que me insuflase Kairi, devolviéndome parte de la vida que me había sido arrebatada. Tal vez fuera la reacción a un movimiento del líder de los ogros, buscando proteger aquello que era ya mi objetivo, y forzándome a cambiarlo. O tal vez se tratase del puro instinto, simple y llanamente. El caso es que, en el último instante, al abrir mis fauces, en lugar de atacar a la pierna salté en dirección a su rostro y terminé cerrando mi mandíbula en torno a su gaznate. Mordí, me debatí con él, y sacudí mi cabeza a un lado y otro para desgarrar lo más posible, cayendo ambos al suelo. Cuando fui consciente de su muerte, llevaba ya unos instantes sacudiendo su cuerpo con mis fauces, sintiendo su sangre manar dentro de mi boca. Abrí mi boca, sintiendo un cierto dolor en los músculos de mi rostro de tanto apretar, y moví mi mandíbula inferior a un lado y a otro, girándome y sacudiendo mi cabeza un instante.

Allí estaba la sacerdotisa de Mishakal, quien probablemente había salvado mi vida una vez más. Más allá, un agotado y malherido Okodar, en bastante peor estado de lo que yo mismo lo estaba, aún a pesar de que la herida de mi costado no se había cerrado del todo. Tan sólo se había vuelto bastante menos profunda. Elevé mi mirada hacia los cielos, y sin saber el motivo terminé por aullar, un aullido de victoria, pero también de anhelo, un anhelo que súbitamente había aparecido en mi mente. La llamada de Chislev, que me invitaba a ascender a los cielos.

Aquel era mi premio por cumplir con una de las leyes máximas de la naturaleza: sobrevivir. El instinto de conservación, propio y de manada, era fuerte en mi alma, y sólo se me ocurría que mi diosa me premiaba por haber alcanzado tal conocimiento. Y me premiaba de la forma en que alcé mis patas delanteras, y estas se convirtieron en dos majestuosas alas emplumadas, con las que alcé el vuelo en la forma de un águila de cabeza blanca, comenzando a trazar círculos en vuelo sobre las cabezas de mis compañeros.

Una vez más, tuve el honor de ser la mano de Mishakal, pudiendo percibir con alegría cómo el druida se recuperaba en parte de sus heridas. Me aparté en cuánto pude, presenciando cómo los proyectiles de Anubis continuaban castigando al líder ogro, mientras las fauces de Lobo Blanco se agarraban a la yugular del cruel ser y le arrebataban su último aliento.

En seguida miré a mi alrededor, queriendo ver cómo iban las cosas, momento en el que me di cuenta de que todos nuestros enemigos habían caído a excepción de aquel que dormía. También me percaté de las graves heridas de Okodar, y corrí hacia él de inmediato, dispuesta a canalizar nuevamente la energía sanadora de mi diosa.

Escuché aullar al druida, pero no tenía tiempo para comprobar qué sucedía. Me apresuré a posar mis manos en las heridas del semiogro, pidiendo otra vez el favor de Mishakal mientras recitaba sus distintos nombres.

Aunque jadeando, y con las heridas abiertas manchando su armadura, Okodar no iba a admitir que aquellos habían sido oponentes duros. Es decir, estaba claro que lo serian, eran ogros; desde el primer momento del combate lo tenía claro. También que su lealtad no era para aquellos, fueran de la tribu que fueran, sino para los que  les había tocado como compañeros. Por eso no respondió a las pullas y se centró en la tarea presente. Una lástima no haber podido batirse con su líder directamente, pero quitando eso, el dolor de las heridas se mitigaba por la victoria y no mentía en que podía seguir luchando. Un golpe más tal vez podría aguantar.

Por suerte la magia de la clériga se ocupó de que eso no fuera necesario, aliviando bastante el daño. Asintió como mero agradecimiento y se aproximó al último ogro, el que había quedado dormido por la magia de Anubis. Mala suerte por él. Midió su cabeza con Klad y la alzo sobre la propia, listo a bajarla con todo para darle fin a su vergüenza sin demora, pero antes miro al resto por si alguno tenía una objeción. O para darles tiempo a mirar hacia otro lado. 

 Me apoyé en mi bastón, mientras recuperaba el aliento, antes de señalar al ogro dormido:

 - Deberíamos de atarlo. No sería ético asesinar a un enemigo indefenso y además podría tener información útil. Podría saber información acerca de más esclavistas que las autoridades, o alguien, pudiera interesar. Podría ayudar a mucha gente con lo que podríamos sacarle.

 Miré a Okodar y lo miré con desaprobación, mientras decía esto último. Aunque agradecía las habilidades marciales de nuestro compañero para defendernos, no me gustaba lo rápido que era a la hora de apresurarse a ofrecerse a ejecutar a un enemigo indefenso.

 A continuación, me apresuré a registrar el cadáver del líder esclavista, por mucho que me disgustara, buscando las llaves con las que liberar a los pobres kender encadenados. En caso de que él no las tuviera, buscaría en el resto hasta encontrarlas y liberar a los prisioneros.

Al sobrevolar la ciudad de Kendermore te fijas en una zona de la ciudad situada cerca del borde septentrional de la ciudad. Antaño esta zona era una cañada frondosa y llena de muchas flores y árboles altos... pero ahora los árboles están marchitos y nudosos, con las hojas desaparecidas hace tiempo, y la hierba y las flores han dado paso a la omnipresente hierba de maraña. La hierba de maraña parece haber escapado de todo control, cubriendo casi cada pulgada vacía de terreno, así como subiendo por las pequeñas lápidas de mármol y madera que sobresalen de la oscura hierba. Al mirar más atentamente puedes dimitir distinguir las sombras de un sendero apenas visible entre la hierba, serpenteando hacia una pequeña colina cerca del pico Malastry.

En otra zona del pico Malys también ves cerca de la base de la montaña veis un camino que se retuerce hacia la parte superior de un barranco situado a 75’ del suelo. En la pared sólida de la montaña hay la entrada de una cueva, pero sus bordes parecen demasiado suaves como para ser naturales. Observas que paseando cerca de esta entrada hay unos 4 ogros armados.

El pico queda cerca, podrias acercate y seguir volando. Aunque de su cina sigue saliendo un penacho de humo continuo,

Anna saca una cuerda de su mochila y ata firmemente al ogro como ha indicado Anubis. Al hacerlo os dais cuenta que todos los ogros, incluso el líder, llevan pintado en su armadura un símbolo, un lirio negro con una llama saliendo de uno de los pétalos.

Anubis registra el cuerpo del ogro y solo encuentra un montón de armas herrumbrosas, cadena y grilletes. También encuentra la llave de los grilletes para liberar a los kender, que una vez liberados, aún sigue llorando.

Plaga hincha el pecho con orgullo. Esta es una misión para mí, llevare a Port Balifor a esta pobre gente y le contare a mi padre que pasa aquí.

Kerra. dice señalando a la kender pelirroja que hace una profunda reverencia. Me ha contado que los ogros están raptado a todos los kender de la zona y los llevan al interior de pico.

Si, llevo semanas tratando de ver lo que hacen esos sucios, apestosos y llenos de pus… ogros. Pero no puedo entrar en el pico, su guarida está muy, pero que muy bien defendida.

La bendición que Chislev me concedía me llevó a elevarme hacia las alturas, trazando círculos en los cielos cada vez mayores. Resultaba tentador alejarse de la tierra, hundirse entre las nubes y alejarse de todos los problemas que uno debía arrastrar a ras de suelo. Sin embargo, tuve que recordarme que la misión que mi diosa me había confiado estaba lejos de concluir, lo que se evidenció a través de mis ojos de águila, esos que me llevaron a regresar al claro junto a mis compañeros.

Antes de descender en busca de mi primer aterrizaje, pude contemplar cómo los gestos de los presentes mostraban una breve discrepancia acerca de qué hacer con el ogro superviviente, aquel que aún se encontraba bajo el influjo de la magia de Anubis. Me precipité en un vuelo en picado, para terminar de forma rasante brevemente y ascender en el último instante, desplegando mis alas para frenar mi vuelo y dejarme caer sobre mis piernas de hombre, ya recuperada mi forma humana. Al hacerlo, sentí un pinchazo en el costado, con que emití un ligero gemido de dolor, al recordar que mis heridas no habían sanado del todo.

Cuatro ogros custodian el acceso, bien armados todos ellos. Mis ojos no han podido ver más allá del acceso, así que desconozco cuántos más habrá en el interior de la cueva artificial que ocupan. -Indiqué, señalando en la dirección en que había podido comprobar que se encontraba el pico- De la parte septentrional de la ciudad sale un sendero hacia una colina cercana al pico. Pero parece que esa zona ha sido conquistada por la vegetación, así que supone un duro recorrido. En otra zona del pico hay un sendero que serpentea hasta la parte superior de un barranco, donde está esa entrada. No he podido comprobar si ambos caminos están unidos. -Compartí con ellos, antes de dedicar al ogro dormido una mirada totalmente neutra- Tal vez él pueda confirmar ambas cosas.

Me llevé una mano al aún dolorido costado, comprobando su estado. Inmediatamente, mis ojos buscaron a Kairi, acercándome más a ella para cumplir con algo que ya había postergado demasiado.

Parece que nuevamente debo agradecerte continuar con vida. Empieza a ser una costumbre... -Indiqué llevándome una mano al pecho, honestamente agradecido- Muchas gracias.

Sentí como una ave parecía sobrevolar nuestras cabezas, pero concentrada como me encontraba en sanar al semiogro tardaría aún un rato en percatarme de qué significaba exactamente aquello.

Me alegró ver cómo Okodar se recomponía de gran parte de sus heridas gracias al favor de mi diosa, pero me quedé completamente desconcertada al verle marchar tan pronto, dándome un vuelco el corazón al ver qué era lo que pretendía.

Estaba a punto de alzar la voz y dirigirme hacia allí cuando Anubis se pronunció, presenciando con satisfacción cómo la bondad y la cordura terminaban por imponerse en aquella situación.

La exploradora ató al ogro y el mago pudo así registrarlo, dándome cuenta del símbolo que aquellos seres portaban mientras me dirigía hacia los kender que habían participado en la contienda, preguntándome de camino dónde se había metido Lobo Blanco.

Quería dedicarle unas palabras a Plaga después de lo que Kerra y él nos habían contado, y procedí a ello al darles alcance.

- Está bien, Plaga. Pero ten sumo cuidado. Si hay algo que podamos hacer por vosotros antes de que emprendáis el viaje de regreso, no dudes en decírnoslo. - le pedí con una amable sonrisa.

Me sorprendí al ver aquel águila descender en picado, pero aún me sorprendí más cuando tras detener su descenso terminó por tomar forma de hombre, y no la de cualquiera. Se trataba del druida, quien al parecer también podía adquirir forma de ave, forma gracias a la cual pudo ofrecernos valiosa información.

Esperando a que aquel ogro o nuestra guía se pronunciaran al respecto de lo comentado por Lobo Blanco, este terminó acercándose a mi dando muestras de las moelstias que le causaba las herida que aún peristía en si cuerpo. Por un momento pensé que me pediría que terminara de sanarle, algo que pensaba hacer antes de que abandonáramos aquel lugar, pero su intención era darme las gracias.

- No tienes por qué agradecérmelo. Ni siquiera he sido solo yo, además... Podría haberlo hecho mejor. - lamenté observando un instante su herida, tras lo que recordé algo que no quería postergar más.

Me di media vuelta, y dándole la espalda un instante busqué algo entre mis bolsillos, hasta que finalmente di con ello en una pequeña bolsita de cuero. Saqué ambos objetos y me giré nuevamente hacia él, abriendo la palma de mi mano para mostrarle dos anillos de platino.

- Ponte uno de ellos, de este modo quedaremos unidos. - le dije con una sonrisa, dándome cuenta entonces de que aquellas palabras podían llevar a confusión, sonrojándome súbitamente y apresurándome a aclararlas. - Unidos para poder ayudarte, un asunto místico. - sonreí un poco nerviosa, esperando que cogiera el anillo y se lo pusiera.

- Está bien, Plaga. Pero ten sumo cuidado. Si hay algo que podamos hacer por vosotros antes de que emprendáis el viaje de regreso, no dudes en decírnoslo. - le pedí con una amable sonrisa.

Seré muy muy cuidadoso, mi abuelo Tas me enseño a ser muy cuidadoso con todo, con el fuego, con lo huevos de las gallinas e incluso con las propias gallinas. Las propias gallinas pueden ser muy peligrosas de un picotazo te pueden sacar un ojo…

Plaga habría seguido hablando si no llega a ser por la intervención de la kender pelirroja. Tengo que darles las gracias, mil gracias, un millón de gracias, un monto de un millón de gracias por ayudarme. Soy Kerra Andachiflanda, encantada de conoceros. Dijo apresurándose a dar la mano a todo el grupo y dos besos a Kairi. Cuando le estaba dando los dos besos a Kaire la kender vio el amuleto de Mishakal. ¡ohh! Mi hermano llevaba uno igual, decía que quería ser clérigo de la dama azul…. Pero lo ogros lo raptaron hace dos semanas. ¿Podríais encontrado? ¿Desde entonces estoy buscandolo? Creo que lo llevaron al volcán, al igual que iban a llevar a esto. Dice señalando a los kender que poco a poco van recobrando la compostura a medida que se liberan de los grilletes, pero muchos continúan con la cara triste.

Mientras seguía el alegre parloteo de los Kender, Anna escuchaba con atención las descripciones de Lobo Blanco. Antes de precipitarnos a tomar una decisión, pidamos un poco de consejo. Anna se acercó al ogro atado y le soltó una patada en un costado. El ogro se despertó malhumorado, tratando de librarse en vano de las ataduras. Todos tus amigos han muerto. Dice señalando al cuerpo del gran líder ogro. Contesta a nuestras preguntas y te dejaremos marchar.

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