Partida Rol por web

Como siempre en el Palacio de la Inquisición, la rutina comienza cuando despuntan los primeros rayos de sol. La hermana Ulyana recorre las celdas donde viven los inquisidores haciendo sonar una campanilla para despertarlos. Minutos más tarde, el desayuno que ha preparado el hermano Luka se sirve en el comedor. Hoy toca una rodaja de pan negro y una taza de leche de cabra. Lo mismo que todos los días. Gertrud von Koch desaprueba del lujo y de las comidas excesivas. Hace seis años que ocupa el cargo de Alta Inquisidora. Apenas fue nombrada lo primero que hizo fue prohibir los fastuosos banquetes a los que era tan propenso su antecesor.

Los doscientos inquisidores e inquisidoras comen en calma. Ya es primavera, pero los resabios del frío invernal aún se hacen notar. Hay conversaciones de todo tipo: alguien se jacta de haber incautado un cargamento de libros prohibidos, otro se ríe de los campesinos de la villa de Dorfstram, que creían que su panadero estaba poseído por el demonio. A su lado, un hombre desliza con sorna que hay rumores cada vez grandes acerca de hechos de brujería asolando la aldea de Novokovo, ciento cincuenta kilómetros al sudeste. Más allá, en otra mesa, la hermana Margriet comenta el último chisme de la ciudad de Fenregrado: ha salido a la luz que la obispa Katrien Klos tuvo un hijo ilegítimo, y el Patriarca está evaluando el castigo pertinente.

Apenas habéis terminado de desayunar cuando un joven hermano os busca uno por uno.

—La Alta Inquisidora desea veros en este instante —dice el muchacho, con cierto temor cruzándole el rostro.

Gertrud os espera en su recámara, en el centro del Palacio. Es una estancia tan espaciosa como despojada: tan solo hay un catre, un escritorio y un brasero iluminándolo todo. El único lujo que se permite Gertrud es una gigantesca biblioteca repleta de gruesos volúmenes.

En este momento la Alta Inquisidora está leyendo las últimas páginas de un libro prohibido, titulado Observaciones acerca del movimiento de los astros. Una vez finaliza su lectura, arroja el libro al brasero. Pequeñas chispas vuelan cerca de Ser Gherim mientras el tomo es devorado por el fuego. Gertrud quema todos los libros que lee: no le gusta compartir el conocimiento.

—Hermana Laurien. Hermano Rostro de Plata. Hermano Heinrich. Profesor Cornelius.

Es sabido que, antaño, cuando Cornelius daba clases, Gertrud fue su alumna. No ha perdido la costumbre de referirse a él como profesor.

—Espero que hayáis tenido un sueño reparador —dice, aunque su tono es frío y distante; su rostro es pétreo e inquietante y rara vez parpadea—. Sabréis disculpar la premura con la que os he hecho llamar. Sé que a esta hora deberíais estar en el salón común recitando las plegarias matutinas, pero hay un asunto urgente. Contadme, ¿qué sabéis acerca de la brujería y la magia negra?

—Que quienes los practican suelen ser pasto de las llamas —espeta con sequedad y concisión el más joven de los tres hombres, un varón cuya parte superior del rostro está cubierta por una placa metálica hecha en plata, adornada con finos grabados. Las rendijas a través de las que bullen unos fieros ojos de un matiz verdoso refulgen a la luz del brasero, un brasero que parece captar su atención mientras devora con avidez las hojas del libro que la Alta Inquisidora ha arrojado a él con desdeñosa indiferencia.

Se trata del Rostro de Plata, también conocido, entre otros apodos, como El besado por el Fuego. Viste el púrpura que la Inquisición dispendia a sus Ejecutores, cubriendo sus hombros y ensombreciendo su silueta con una elegante capa con bordados dorados. A juzgar por sus botas de montar y la coraza que protege su pecho, este hombre está listo para cualquier eventualidad que se precise de él.

—¿Guardan relación vuestras palabras con los rumores que traen los vientos sobre Novokovo? ¿Acaso es cierto, Alteza? —inquiere el Ejecutor desviando su mirada esmeralda y fascinada del brasero, lanzando una inquisitiva mirada de soslayo a la Alta Inquisidora. La máscara otorga al hombre rasgos inhumanos, afilando sus ojos, tornando aquilino su porte aristocrático. Este antifaz cubre también una mácula en su rostro cetrino, un parche de carne cuarteada y moribunda regada por las sombras de lo que una vez fueron tendones y músculos faciales.

La pregunta parece estar cargada de una cierta premura, de una sutil impaciencia, de la congénita pulsión que devasta al cazador en sus entrañas.

Un halcón solo está diseñado para una específica tarea: dar muerte desde el cielo.

          Cornelius arrugó su nariz afilada en un imperceptible gesto mientras dejaba resbalar uno de sus discretos bufidos para sí. Esta era una costumbre arraigada en él, aunque en muchas ocasiones era difícil interpretar si era un gesto de conformidad o de todo lo contrario.

          Pese a no estar de acuerdo con algunos de los estudios que contenía ese viejo volumen, le desagradaba profundamente la destrucción de libros a la que los Patriarcas se estaban dedicando de manera tan celosa, casi con entusiasmo, espoleados por la Alta Inquisidora Gertrud von Koch.
          Le parecía que esta obtenía algún tipo de satisfacción tratando de causarle desasosiego, con alardes de esta naturaleza.

          En su humildad, el erudito permaneció atento, sus manos juntadas apenas por las llemas de sus dedos, frente a él, sobre su tosco sayo de fraile. La mirada viva, clara, penetrante, a menudo sonriente.

          En su intriga natural, se preguntaba por las consecuencias de este temprano debate. Había sido convocado por la Inquisidora en multitud de ocasiones, y conocía la premura en su ya de gravedad tono. La importancia de sus acompañantes y la naturaleza de su pregunta no dejaban lugar a dudas. Había asuntos que atender, y no serían mundanos como preparar tallo de escorzonera para un vientre constipado.

          El esbelto joven de la capa púrpura fue el primero en responder, con estimulante energía; nada menos que El Besado por el Fuego, un cazador de brujas. Observó a los otros dos. Un hombre imponente, Heinrich von Bassenheim, otro cazador de von Koch. Y La Visión de Fenre...

Aguardó atento antes de contestar, como era su costumbre.

Heinrich masticó su rebanada de pan con cierto hastío, ayudándose de la leche de cabra para ablandar y tragar aquel "manjar". Estaba de acuerdo con haber puesto fin a la opulencia de los banquetes del anterior inquisidor jefe, no estaban allí para darse lujos, y tampoco le veía sentido a aquellos banquetes si no había nada de importancia que celebrar, pero tampoco le agradaba la austeridad supina sin razón de ser. El mejor que muchos, después de la miseria de la guerra, sabía de la importancia de alimentar bien al cuerpo. Un trozo de carne seca, algo de queso...no pedía tanto.

Se hallaba ensimismado en sus fútiles pensamientos cuando con cierta premura, los llevaron a la presencia de la señora von Koch. Aquello auguraba trabajo. Algo de movimiento. Se levantó de su asiento, apurando el último trago de leche y llevándose en la mano lo que quedaba de pan, no pensaba desperdiciar el desayuno por las prisas. Podía comer y andar.

Al salir de la estancia, cedió el paso a los demás, con un ademán de mano:

-Caballeros, señora...

y hasta llegar a junto la inquisidora se fijó en los compañeros que se habían sumado. 4 en total, un número perfecto para Heinrich. No le gustaban los grandes grupos para el trabajo. El erudito Dr.Cornelius, el Besado por el Fuego y la Voz de Fenre. Curioso e imponente grupo, a la par que equilibrado. Se preguntaba Hein que motivo llevaría a juntar a tan dispares compañeros. 

Una vez en la estancia, le sobrecogió la frialdad del recibimiento y de la propia Gertrud, pese a su amabilidad de protocolo, no la conocía desde hace mucho, pero era algo que no dejaba de agradarle. Ni el brasero dispuesto en el medio parecía dar calor a la estancia ante la presencia de tal mujer. El hecho de que estuviera lleno de libros ardiendo le disgustaba ¿ qué se ganaba en la destrucción de información, más aún, cuando ya estaba en su poder?.

Sea como fuere, las palabras de la inquisidora jefa rompieron el pensar de Heinrich, seguidas de las de Gherim, que parecía ciertamente impaciente. Tras unos segundos de silencio, decidió contestar él mismo:
 

- Buenos días Alta inquisidora Koch. Respondiendo a vuestra pregunta, sé que son el motivo por el que soy inquisidor y al mismo tiempo mi meta su erradicación. Aunque supongo que es más retórica que otra cosa la pregunta. ¿Qué nos aguarda?

El fraile continuaba observando la escena, en silencio.
El siguiente en intervenir, con un fino acento del Este, fue von Bassenheim.
A Cornelius le agradaban las formas corteses, templadas, sutiles de aquel hombre de armas.
Habían tenido ocasión de conocerse y compartir tertulias y lecturas en la biblioteca.

Unas cuantas migas oscuras de pan se aferraban en su uniforme, desafiando la gravedad y la pulcritud de su tela, delatando la premura con que habíamos sido convocados.
 

Cornelius sabía mostrarse sereno, tenía una capacidad asombrosa para observar a su alrededor mientras permanecía quieto, cándido, casi distraído. Y lo más sorprendente es que durante todo el proceso su cerebro bullía como aceite hirviendo.
Si bien es verdad que otras veces sí que estaba realmente ausente, pero esta vez no era el caso.

Mientras observaba el resto del pintoresco grupo, en su interior no dejaba de dar vueltas a la teoría de por qué estaba él aquí. 
La protección que le brindaba su antigua alumna no sería suficiente en caso de volver a verse enfrentado de nuevo con el Dicasterio.
Sus investigaciones y teorías no eran del agrado de todo el mundo. En varias ocasiones había tenido encontronazos con algunos sectores dentro de la Iglesia, y más recientemente con ciertos Inquisidores poderosos, lo que le había granjeado algún  rival, por no decir enemigo, de renombre.
Ciertas personas estarían deseosas de extraer al clérigo de la protección de palacio y colocarlo con quirúrgica eficiencia en el ojo del huracán que seguro estaba por venir...
 

Laurien vestía con los ropajes típicos y austeros de las hermanas inquisitoriales, unas ropas que cubrían la totalidad de su cuerpo. Sus cobrizos cabellos estaban recogidos en un elegante y sencillo moño mientras sus ojos ámbar miraban todo con aquella curiosidad innata en ella, aunque también podía verse ese aire perdido que tan típico era en ella, en aquella que había sido bendecida con las visiones de Fenre...

La joven comía con sus hermanas, siempre había comido poco por lo que las nuevas costumbres de su mentora no le desagradaban, así que simplemente comía en silencio, hasta que fue llamada. 

Una vez ante la presencia de la Alta Inquisidora la saludó con la cabeza, observando como las llamas consumían aquel libro y las reacciones de quienes la rodeaban.

Cuando encontró un momento y tras las palabras de sus hermanos, lo hizo ella con timidez.

- Lo poco que conozco es lo que se me ha enseñado usted y las hermanas... Sé que corrompen y retuercen las leyes de Fenre y que por eso mismo debe ser erradicada y purificada... 

Tras aquellas palabras miró a Rostro de Plata, pues quizás las respuestas a su pregunta aportaran más datos e información sobre el motivo por el que estaban allí. 

—¿Qué sucede, profesor? —pregunta Gertrud, cuando todos hablan menos él—. ¿Las brujas se comieron vuestra lengua?

La Alta Inquisidora se toma unos segundos en silencio antes de continuar. Desde algún lugar del Palacio, llegan los murmullos  de los rezos de los inquisidores, doscientas voces coreando al unísono loas a Fenre.

—Sí, hermano Heinrich, era una pregunta retórica. Brujas, herejes, infieles, ateos... Todos ellos deben ser erradicados, porque corrompen y retuercen las leyes de Fenre —dice, repitiendo las palabras de Laurien—, y también porque cada día que pasa y ellos actúan con impunidad, el desprestigio del Dicasterio crece. Cuando eso sucede, las culpas recaen sobre la Inquisición por no hacer bien su trabajo. Y eso es algo que no puedo permitir.

Ser Gherim pregunta si lo que dice Gertrud se relaciona con los rumores sobre Novokovo. La Alta Inquisidora aprieta los labios hasta convertirlos en una finísima línea.

—Alguien habla, otro se hace eco, y un tercero lo distorsiona todo. Así es como funcionan los rumores, hermano Rostro de Plata. Como la gangrena que se expande.

>>El alcalde de Novokovo nos ha solicitado ayuda a través de una carta. Una bruja, afirma el hombre. Dice que ha destruido los cultivos de la aldea, que está manipulando el clima, que ha corrompido al ganado, y que está provocando alucinaciones entre los vecinos. Novokovo está a menos de doscientos kilómetros del Palacio de la Inquisición. Está justo bajo nuestras narices, y una denuncia así pone en riesgo el prestigio de nuestra orden.

La Alta Inquisidora se para y camina entre vosotros, mirándoos a los ojos, uno por uno. Muy cerca, las llamas del brasero crepitan y proyectan sombras sobre su rostro.

—Sé, hermana Laurien, de la gracia con la que os bendijo Fenre; sé, hermano Heinrich, de vuestra predisposición a combatir el mal cueste lo que cueste; sé, profesor Cornelius, de la sagacidad de vuestra mente; y sé, hermano Rostro de Plata, que ningún infiel sobrevivirá a Crimen y Castigo.

Rostro de Plata ha nombrado a sus espadas Crimen y Castigo. Es sabido que más de una vez han derramado la sangre de los herejes.

—Es por eso que os he elegido para esta misión. Iréis a Novokovo y determinaréis si las denuncias de brujería guardan algo de cierto o si son meras fobias infundadas del vulgo. Si la denuncia tiene asidero, entonces encontraréis al culpable del delito de brujería y magia negra, y le daréis un castigo ejemplar. Usad los métodos que consideréis necesarios para hallar al criminal. Los rumores de brujería en Novokovo tienen que terminar.

>>¿Queda claro, hermanos?

El Rostro de Plata siente cierta satisfacción al confirmar que la Alta Inquisidora Gertrud von Koch sigue conservando las propiedades del acero. Inflexible, inaccesible a la más tenue sombra de debilidad, despiadada a mayor gloria de una institución que ha elevado a la categoría de arte el castigo de los infieles.

Los años han dado a Gherim una valiosa intuición para descifrar lo que guardan los silencios de una persona. Por esto el Ejecutor nada dice, nada añade. Tiene sus órdenes, y él nació soldado. Todo lo demás no importa. Sabe bien lo que la Alta Inquisidora espera de él. De ellos. No flaqueará. No desistirá. No hasta dar con su presa.

El Halcón alza el vuelo.

—Admirad el horizonte cada noche, Alteza. Si Novokovo alberga brujas, arderán en la noche presas de la cólera de Fenre —sentencia el hombre sin tolerar una mácula de duda en su mente, una que ha aprendido a aislar del mero recuerdo de la carne desprendiéndose de los músculos por la devoradora caricia del fuego.

Los Inquisidores aman las llamas. Les atribuyen propiedades purificadoras para el alma. Resulta llamativo que pocos hayan probado su irresistible abrazo en su propia piel.

No es el caso del Hermano Rostro de Plata.

-He de pedir disculpas Alteza, hermanos y hermana- Cornelius se apresuró esta vez a brindar una respuesta cuando su superior se refirió a él -Será muy estimulante ser parte de esta compañía, y esclarecer este turbador enigma- Su voz era suave y medida, con un ligero aire académico que delataba su orgullo intelectual.
Acompañó sus palabras con una respetuosa inclinación de cabeza hacia los presentes, mientras introducía las manos en las amplias mangas de su sayo.

Heinrich escuchó atentamente sin interrumpir, haciendo en alguna ocasión, alguna mueca a medio camino entre el fastidio y el desarraigo a alguna palabra. Le extrañó que el erudito no hubiese hablado antes, y lo hizo solo al ser interpelado, no obstante, para Heinrich, aquello estaba bien. "Un hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras" resonó como automatismo en su cabeza, recordando a un superior del ejército muerto hace tiempo, curiosamente, también era un hombre de letra, a parte de espada. Quizá los eruditos estuvieran cortados por ese patrón mas reservado.

En su cabeza resonaron varias preguntas ¿algún contacto del dicasterio en la ciudad? ¿Alguna pista previa?. Pero tras una breve reflexión consideró que no tenían sentido. Alguien como la Alta Inquisidora no se hubiera dejado esa información en el tintero. Quizá hasta la resultase una ofensa, quien sabe. Von Koch no era de esas personas que dejaban entrever su personalidad a los demás, y menos a sus subordinados, algo que no le gustaba a Heinrich, pero viviría con ello. Se militó a pronunciar un lacónico:

-A la orden, Alta Inquisidora.

Deseando no pasar más tiempo en presencia de su superiora, se dirigió hacia la puerta con paso firme y calmado, y la abrió, esperando junto a ella sin salir. Con un ademán de mano indicó hacia el exterior de la estancia, y aclarándose la garganta para llamar la atención,  exhibió una sonrisa cordial y dijo:

-Compañeros, el deber nos llama.

Una vez fuera todos, fue directo al grano, que ya tendrían tiempo para hablar durante el camino. 200 kilómetros a caballo llevaría unos 5 días si no querían forzarlos.

-Debo coger algunos enseres antes de partir, aunque ya los tengo listos en mi celda. No me llevará mucho. Creo que podría encargarme también de hablar con el hermano Luka para las provisiones del viaje, y así os doy un tiempo extra. Cuanto antes salgamos, antes llegaremos, aún acaba de amanecer y podríamos aprovechar bastante el día. Nos vemos en las caballerizas en media hora ¿será suficiente?

Laurien escuchaba con calma las palabras de la Alta Inquisidora mientras permanecía en un calmado silencio esbozando una dulce sonrisa.

- Así se hará, Alteza.

Dijo asintiendo y guardando silencio de nuevo hasta que finalmente tuvieron el permiso para salir de la sala y, una vez fuera miró al resto de sus hermanos.

- Yo también he de acudir a mi celda para recoger mis cosas, espero que nuestra unión sea favorable. Les veo en breves instantes, hermanos. 

Y así se dirigió a su celda para coger sus cosas y prepararse para el viaje. 

Gertrud amaga un simulacro de sonrisa ante el comentario de Ser Gherim. La sonrisa, finalmente, no se materializa: aquello sería un derroche de emotividad demasiado grande para la Alta Inquisidora.

Recogéis el equipo necesario de vuestras celdas y os dirigís a los establos. Allí, os encontráis con que Gertrud ya ha dado instrucciones de ensillar los caballos. Hay dos bayos y una alazana, además de la yegua albina del Rostro de Plata. Las monturas ya están listas para el viaje. En una esquina de la caballeriza, el cocinero Luka está entregando unas alforjas repletas de comida a Heinrich. Aquel será el alimento del grupo durante el viaje.

El robusto hermano Luka te entrega unas alforjas repletas de comida.

—Carne seca, manzanas deshidratadas, dátiles secos, queso, pan, galletas saladas, cantimploras, tres medidas de sal, cebada para caballos... Menudo derroche, ¿eh?, teniendo en cuenta que todo esto fue aprobado por la Alta Inquisidora. Parece que esta misión en Novokovo es realmente importante para Gertrud. Si es que hasta os ha entregado ¡pan blanco!, nosotros en el Palacio estamos obligados a comer esa mierda de pan de centeno...

Fuera del establo veis a un grupo de diez inquisidores charlando. Entre ellos están los primos Morozov, dos inquisidores provenientes de una poderosa familia noble con la que el Dicasterio quiere hacer buenas migas. El mayor, Fyodor, es un rival político de Gertrud von Koch. Fyodor ansía el puesto de Alto Inquisidor, aunque es bien sabido que es un crápula y un mezquino de intelecto débil.

—Ahí van —le dice a su primo en voz alta—. Los inquisidores "expertos" de Gertrud von Koch. A "cazar" brujas.

Fyodor Morozov habla en voz alta adrede, para que podáis escucharle, y hace el gesto de comillas con los dedos en el aire. Fyodor ama las comillas.

—Dispuestos a "salvar" Novokovo. Qué grupo tan "peculiar", ¿no crees, primo? Me pregunto qué ha visto la Alta Inquisidora en ellos. Un muchacho desfigurado que intenta ocultar por todos los medios lo verde que está... Una supuesta "vidente" que, oh, tal vez pueda hacer algo útil con sus "visiones" de una vez por todas y decirme dónde perdí mis guantes de piel de zorro... Un soldado de hojalata, tan inútil como cualquier nacido en Herenhout... ¡Y el mismísimo "profesor" Cornelius!, un embustero, difamador, mentiroso e insolente —su voz se carga de odio y resentimiento al hablar de Cornelius—. Qué comitiva "exquisita". Que la luz de Fenre asista a la aldea de Novokovo, porque está desamparada.

Hace años, una de tus investigaciones develó una trama de corrupción dentro el Dicasterio. Entre los involucrados se hallaba Fyodor Morozov. En consecuencia, la carrera ascendente de Fyodor llegó a su fin. Tal vez, si tú no hubieras descubierto las enormes sumas de dinero que Fyodor malversó, él hubiera llegado a ser Alto Inquisidor en vez de Gertrud von Koch. Desde entonces, te detesta con alma y vida.

A su lado, Pavel, su primo, ríe con una carcajada idiota. Si la mente de Fyodor tiene pocas luces, la de Pavel directamente alberga oscuridades abismales.

—Jí. Ji, ji, ji, ji. Jí. Esa sí que ha sido buena, Fyodor. Guantes de piel de zorro... Jé. Oh, ¡Gertrud debería haberme elegido a mí para ir a Novokovo! ¡Si es que yo ya estoy listo para entrar en acción! Estoy seguro de que yo hubiera hecho un excelente trabajo cazando a la bruja —dice Pavel, mientras hurga en su nariz con el dedo índice.

Heinrich recibe con una cálida sonrisa la entrega de alforjas de provisiones por parte del hermano Luka, con el que le gustaría conversar un rato sobre el tema, pero el tiempo apremia, así que le dedica unas rápidas palabras:

-La verdad es que esto debería ser más normal, incluso en la comida de diario. No estaba de acuerdo con el gasto excesivo de nuestro anterior Alto Inquisidor, pero esto es el extremo contrario. Como en todo, lo justo está en el equilibrio, buen Luka, pero...¿Quiénes somos nosotros para contradecir los designios del señor? - dice esto último con cierto rentintín-. Que tengas un buen día hermano, y que podamos volver a vernos - se despide con cierto aire sombrío, al volver a la seriedad de la tarea que les espera-.