Partida Rol por web

Garath ya se había protegido. Pero esa sólo era una parte de lo que se necesitaba. La primera e importante, cierto, pero aun tenía que hacer más.
Lo malo es que mientras no tuviera ningún blanco a la vista poco podría hacer para ayudar. Y desde luego sólo un loco o un suicida, o peor un loco suicida, se aventuraría por esas montañas llenas de enemigos. Y más solo.

Por desgracia eso parece ser que sucedió. Alguien había tratado de acercarse, Diesa por los gritos del enano, y como no podía ser de otra manera la habían descubierto. Además unas luces iluminaron el campamento, al parecer del halfling. Lo cual no daba mucho sentido la maniobra que había hecho antes de tirarse encima de la fogata.

Tendría frio.

Por lo menos aquellas luces era movibles, si las envíaba rapidamente lejos del campamento lo mismo no acababan acribillados. Y les serviría para tratar de ver a sus enemigos.

Así que el mago se preparó, en cuanto tuviera alguno de aquellos seres a la vista lanzaría su flecha mágica.
 

Para un Enano, ser sigiloso era simplemente no roncar. Durmiendo o despierto. Moradin no los había creado con los blandos pies de los medianos o la ligeresa de los Elfos. No, Moradin los había hecho recios y fuertes para resistir embestidas y soportar largas jornadas de duro trabajo.

Aún así, la testarudez, valentía, arrogancia, o ingenuidad de Diesa la impulsaron a realizar una maniobra para coger a las sabandijas por sorpresa, quería aprovechar que los enemigos no habían dado cuenta de ella para cogerlos por sorpresa y... Eso lo vería llegado el momento. Pero el terreno escabroso decidió jugarle una mala pasada.

Ya había recorrido varios metros y su infravisión le permitía ver las sombras de algunos Kobolds agazapados, mirándose entre sí como a la espera de una orden. Aún eran indiferentes a la presencia de Diesa, a medida que se acercaba sigilosamente iban apareciendo más Kobolds, pero solo bastó una pisada en falso para ocasionar un pequeño derrumbe de una piedra suelta. Como si tuvieran un resorte, los cuellos de los Kobolds se giraron y observaron a la Enana, alistaron sus arcos y se dispusieron a disparar al único objetivo a la vista.

Pero el ingenio de los medianos dio un respiro a Diesa. Unas luces misteriosas brotaron formando un muro de luz tenue que fue avanzando a gran velocidad, iluminando pobremente una linea de más de 30 metros de longitud. 10 Kobolds fueron pillados en esa linea de luz cuando aquellas luces dejaron de moverse. La sorpresa era evidente en la cara de los reptilianos, su curiosidad por aquellas luces igualaba su miedo a las artes místicas y oscuras de la magia, pero eran numerosos para salir a correr por 4 míseras luces.

A pesar de los esfuerzos de Aniel por llamar la atención, los Kobolds no iban a disparar a unos ruidos en la oscuridad en vez de un jugoso enemigo a la vista y Garath, haciendo gala de sus conocimientos arcanos se disponía a lanzar su conjuro de saeta de fuego mientras la rápida reacción del Elfo le permitió disparar una flecha apenas observó una forma humanoide entre las sombras

La flecha de Eldintel salió muy desviada y se estrelló contra las rocas. Al menos seguía razonablemente a cubierto.

Aniel no podía dejar así de vendida a Diesa, por lo que subió en dirección a ella, protegiéndose con el escudo mientras gritaba:- AAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHH!!!!!!!!! a pleno pulmón para desviar la atención de la pobre y valerosa enana, aunque imprudente como cualquier enano que se precie de ser un buen Enano.

Cuando llegue donde ella, atacare a los cabrones que la acosan.

El mago estaba preparado para lanzar su conjuro en cuanto viera a alguno de los kobolds, pero su prisa pudo más que su punteria. Ya que la flecha de fuego salió muy desviada de su objetivo.

Maldición.

Se tendría que acercar más si quería ser de provecho. Pero si lo hacía aquellas criaturas también lo tendrían más fácil para darle a él. Todo un dilema.
De momento se mantendría en su sitio.

De bruces contra el duro suelo, Diesa maldijo a la piedra, al promontorio rocoso del que se había desprendido la piedra, al cerro, y a la tierra sobre la que se emplazaba ese mismo cerro, y al sendero que iba y venía de Argluna a Eternlud y de Eternlud a Argluna. Y hubiera continuado en esta guisa, remontando la historia de Faerûm desde que se forjara la unión de los clanes enanos bajo la antigua nación de Delzun que por entonces se extendía desde los Montes del Hielo hasta las montañas de Nezher y desde el Paso de Argluna hasta los pétreos yermos orientales, si no fuera porque una decena de miradas (y otros tantos arcos) apuntaron a la muchacha. Fue entonces cuando unas cimbreantes luces giraron y ondularon bajo el vasto velo de la noche iluminando los confundidos semblantes reptilianos.

Presta, Diesa aprovechó esa breve distracción e invocó la gracia de Sharindlar extendiendo una mano hacia aquellas hórridas criaturas y señalando a tres de ellas. (Que su propia maldad sea su perdición, susurró.)

Una flecha silbó muy cerca de sus oídos, susurrante. Una flecha perdida. Diesa masculló una retahíla de improperios y se parapetó tras un promontorio. Hecho esto, buscó al que detentaba el poder enfre los kobolds. Sabía que eran criaturas cobardes y arteras, así que buscó al lider de la horda entre los que se encontraban más arriba observando desde más lejos, desde un mirador tal vez. Y escrutó las armas buscando las de mayor calidad, una cota de mallas o un escudo...

Entretanto, el desesperado llamado de Orsik hacía temblar hasta las mismas piedras. El joven enano trepaba la roca con gran determinación, pero con peor suerte que su compañera (si acaso eso era posible). Un paso en falso, un infortunado tropiezo y... Muy pronto, el noble escudero se encontró rodando cuesta abajo con metálico estrépito. Pero aquello no lo amedrentó, sino que todo lo contrario. De un salto, Orsik volvía a la carga y nuevamente alcanzaba los riscos que lo separaban de Diesa, cuando un alarido de guerra lo pilló por sorpresa. Como una exhalación, Aniel pasó a su lado y avanzó más allá. Pero Orsik no se quedó atrás y, aunque sus cortas piernas no se comparaban con las gráciles piernas de la elfa, él no se quedó atrás y, a los trompicones, fue subiendo la cuesta donde se "celebraba la fiesta"...

La flecha de Eldintel salió muy desviada, o mejor dicho, acertó donde puso el ojo, pero infortunadamente confundió la sombra de una rama moviéndose por el viento con un Kobold. La flecha ígnea de el Mago puso nervioso a los Kobolds, pero por fortuna para los escamosos, salió desviado.

Asalto 1

Eldintel maldijo en su nativo idioma y rápidamente cargó otra flecha a su arco y disparó, pero a pesar de su gran pericia en el arco, dar a blancos tan pequeños y en medio de la oscuridad era un reto muy grande y de nuevo, su flecha no pudo estrellarse en ningún Kobold.
El mediano Vater se mantuvo oculto, lejos de la mirada de los Kobolds y manteniendo su conjuro de luces danzantes, podía haber lanzado flechas, pero no tenía arco. Podía haber lanzado saetas, pero no disponía de una ballesta. Una piedra era buena idea, pero por extraño que pareciera, el mediano no cargaba una honda y los Kobolds estaban simplemente muy lejos para lanzar su rociada de veneno o lanzar su preciada daga.

Diesa jamás se había encontrado en una situación como esa, siendo casi el centro de atención de una decena de criaturas apuntando con pequeños arcos y rústicas flechas de calidad paupérrima. Pero a pesar de su inexperiencia en combate, la clériga rezó una maldición para sus enemigos. Un manto de energía invisible envolvió a las tres criaturas más próximas y las llenó de infortunio durante el combate. Mientras Orsik seguía avanzando hacia su patrona, el Enano había entrado en el rango de visión de los Kobolds y algunos de ellos apuntaron al enano también.

Garath intentó una vez más su proyectil de fuego, pero las escurridizas criaturas se le escapaban a sus intentos.

La paladina sabía el error táctico de Diesa de subir y ser carne de cañon, pero no podía dejarla a su suerte. No mientras ella viviera y estuviera a su lado. Valientemente lanzó un grito que llamó la atención de otros Kobolds cuando la vieron entrar en su rango de visión, cargaba vehementemente con su espada larga.

Y como en un coro, los Kobolds soltaron sus flechas. 4 dirigidas a Diesa, 2 a Orsik y 4 más a Aniel:

Mientras la paladina cargaba, las flechas zumbaban a su alrededor, pero ninguna llegó a impactarle. Su suerte y el hecho que estuviera en medio de la oscuridad y en movimiento, ayudaron a ello.
Diesa vio como la maldición surtía efecto en sus enemigos y la magia empezaba a afectarlos, los tres Kobolds afectados supieron que estaban bajo el embrujo de aquella Enana y la atacaron sin éxito. Un cuarto Kobold dirigió su ataque a la Enana, pero la flecha pasó zumbando su oído derecho.
El que peor salió librado fue Orsik, a la carrera detrás de Aniel, sintió como si su carne se quemara a la altura del hombro derecho, al mirar, tenía una flecha clavada. El Enano era valiente y daría todo por seguir a su señora  y quizá continuaría su carrera, dejando de lado el dolor que sentía...

Fin de asalto 1

Estaba a 6 metros de aquellos 3 Kobols que amenazaban a Diesa, lo pagarían con sus vidas tal traicionero ataque y así lo hizo con el escudo en alto para protegerse se acerco al Kobold que tenia mas cerca y descargo su espada sobre el con toda la rabia de su corazón y la fuerza de su Dios, golpe que se estampa en el kobold como si fuera un rayo.

Orsik corrió, tropezó, cayó y se levantó, todo en el mismo instante. Aquellos eran actos tan cotidianos en su vida que algunos afirmaban que el buen escudero ni siquiera se percataba de ello, que era algo tan natural en él como respirar o roncar. Y tal vez era verdad. Pero lo irrefutablemente cierto, en aquel páramo y bajo aquellas estrellas, era que solo había un único pensamiento en su cabeza: proteger a Diesa e interponerse entre la lluvia de flechas y ella. Quizá por eso no escuchó el siseo de la flecha que se clavó en su hombro como el ponzoñoso colmillo de una sierpe; quizá por eso continuó corriendo y tropezando hasta que estuvo junto a su compañera; y quizá por eso aulló de rabia cuando una flecha silbó muy cerca de la enana.

¡¡¡DIESA!!! repitió.

¡Cúbrete! le ordenó la enana, parapetada tras una roca. ¡Al suelo!

Orsik negó con una torpe cabezada, y exclamó;

¡Malditos kobolds, voy a desollarlos vivos! ¡Ayudaré a Aniel con esas alim...!

¡Cúbrete o te echo una maldición! amenazó.

Pe-pero, ¡Diesa! No pue... insistió el enano.

¿Conoces mi nombre? lo interrumpió la enana, con un lejano eco en la voz.

Confundido (y como golpeado por un sortilegio), el buen escudero clavó los pies en tierra y se dejó caer de espaldas tras el reparo de la misma roca que Diesa. O quizá aplastado por la fuerza de una antigua remembranza, del eco de una voz que venía de antaño, de cuando él tenía la misma edad que su compañera ahora.

De un doloroso recuerdo cuyas heridas aún sangraban el la Gran Fortaleza del Norte...

***

Los dos jóvenes enanos atravesaron los incontables pasadizos y habitaciones, las muchas salas y los salones que serpenteaban y se retorcían mientras descendían hacia el corazón de la roca solida en la que estaba construida la gran fortaleza sin que nadie se osara detenerlos. Dos gigantescas puertas forjadas se abrieron a su paso y una fría brisa agitó las insignias que ondearon ante ellos. Un hacha de mano de una sola hoja orlada por un círculo en llamas, gules sobre sinople. Varios enanos voltearon sus cabezas y contemplaron atónitos la comitiva que había osado irrumpir en los salones reales, pero ninguno atinó a moverse hasta que el comandante de la Guardia de Hierro encaró a los recién llegados y advirtió, con un matiz gélido en sus palabras.

No podéis pasar. Así lo ordenó el Rey: que nadie lo moleste. Nadie recalcó.

Pero fue inútil.

Los recién llegados traían en sus pasos una arrolladora determinación y atravesaron el enorme salón sin vacilación. El comandante, un enano recio y de bravía estirpe, se les atravesó en el camino y les bloqueó el ingreso a las estancias reales secundado por cuatro confundidos guardias.

¡Nadie! repitió.

Los dos jóvenes enanos y la anciana que los acompañaba no se inmutaron y continuaron avanzando. Uno de ellos,Harnoth, llevaba el cuerpo de una enana en sus brazos; la sangre, seca y oscura, empapaba sus manos y vestidos. La anciana cargaba con un hatillo en el que descansaba una criatura. El otro enano, Bromm, se adelantó unos pasos y encaró al comandante.

¿Conoces mi nombre? silabeó con un gesto feroz.

El guardia sostuvo la mirada y, tras un instante que parecía interminable, le abrió él mismo las puertas de las estancias reales. Desde el interior, una voz atronó:

¡¿Quién osa interrumpir..?!

Un muy joven Orsik era el anónimo e invisible testigo de aquella escena. Un simple deshollinador, tiznado y mudo, era menos que una sombra mientras limpiaba los conductos de calefacción de la ciudadela.

O quizá fue el mismo Moradin el que decidió que Orsik fuera testigo de aquel aciago dia...

***

Sin dudarlo, Diesa hubiera secundado a Aniel, cuerpo a cuerpo contra aquellas criaturas, pero primero debía ocuparse de su compañero. (Aquel flechazo no tenía buen aspecto.) Entonces escrutó los movimientos en derredor a la elfa y extendió una mano hacia las bestias:

Que sea el fuego de su propia maldad lo que los consuma susurró, y una voraz llamarada saltó sobre uno de los kobolds.

¿Acaso lo recuerdas? inquirió el enano.

El enano estaba muy quieto, como petrificado, y preguntaba incoherencias. Algo preocupada, Diesa lo miró de reojo (¿acaso la flecha estaba envenenada y el buen Orsik deliraba?); y luego carraspeó, confundida:

¿De qué estás hablando? exclamó. Luego, señalando a uno de los flancos: Ayúdame, tengo que cubrir a la elfa. Y, ¡por Sharindlar!, no asomes la nariz. Después quiero revisar esa herida...

Orsik asintió como un autómata y se dispuso a ayudar a Diesa.

El mago volvió a lanzar su conjuro sobre los kobolds que veía. Pero estos estaban demasiado lejos para apuntar bien. Maldiciendo por lo bajo en idomas extraños, Garath salió de su cobertura para poder acercarse y tener mejor opción.

Me arrepentiré de esto. Seguro.

Caminar por una montaña sin demasiada iluminación no era nada agradable. Pero si además eras acribillado por flechas de aquellas sabandijas lo hacía aún peor.

De hecho ya me estoy arrepintiendo.

Eldintel volvió a moverse para acercarse lo más posible a la batalla. Estaba interesado en ver si Diesa estaba bien o lanzarle un conjuro de curación si era necesario.

La noche era calma, y solo irrumpía su tranquilidad el desquicio de estas criaturas, odiosas y terribles, el mediano se vio entrometido entre armas, flechas, hechizos y amenazas, temió por su amigo, y sufrió al verlo atravesado por un proyectil ruin, se ungió y su corazón sintió pena por su amigo.

Miro a Diesa que comandaba con autoridad, Aniel demostraba una bravura digna de su porte, era inspiradora verla abrazar con tanto ahínco sus devociones, Garath le resultaba asombroso con sus despliegas de magia, y Eldintel... bueno el elfo todavía le generaba algún temor, pero bueno, al menos lo intentaba...

Al principio, fue incapaz de reaccionar a tal trama de guerra, quedo atónito, inmóvil, como si de una estatua se trataría. Sintió miedo, pero también un influjo de adrenalina, algo salvaje se abría paso, nuevas fuerzas que le brotaban de sus entrañas, como si algo le guiara y daría una fuerza extraña.

De repente su mutismo y miedo se desvanecieron, se levantó con presteza y precisión, siguió con sus luces a los kobolds fascinados, y con una sonrisa vil, ajena a sus emociones, que se dibujó en su rostro, rio eufórico mientras sus manos se agitaban al ritmo de la arena en el viento... una briza suave, sutily perversa, se proyectó de sus manos y rodeo haciendo círculos sobre los kobolds cercanos a Aniel, una pesada sensación de calma arrullo a sus enemigos mágicamente.

Todos lo vieron, pero nadie lo entendio en un primer momento... aquel no parecia Vater...

Asalto 2

Eldintel corrió ágilmente, tan silencioso como una sombra y tan grácil como un gato hasta la posición de la Enana, para comprobar que la Enana se encontraba en perfecto estado, lanzó una mirada a los Kobolds y ahora los veía con claridad gracias a su infravisión.

Vater, haciendo gala de la valentía y corazón propio de los medianos logró sobreponerse a la situación. Aniel seguía con su carga valientemente sobre los Kobolds, mientras el mediano agarró un poco de arena fina, pronunció unas palabras ininteligibles y gesticuló como un chamán de las selvas de chult. Conjuró y al instante 5 Kobolds cayeron al suelo afectados por el sueño mágico.

Diesa, una maligna y poderosa bruja Enana ante los ojos de las escamosas criaturas, volvió a invocar a su Dios y este respondió con una luz dirigida a uno de los enemigos. Justo antes de que otra luz radiante cayera pesadamente sobre él, alcanzó a saltar a un lado, y la luz golpeó el suelo como un ariete. El Kobold se había salvado por un pelo, pero el miedo ya estaba infundido no solo en su cabeza, sino en la del resto de sus compañeros.

Garath entrecerró los ojos en un intento por distinguir los diferentes juegos de sombras que se originaban a partir de aquellas luces invocadas por Vater, mientras conjuraba por voz y gestos una saeta incendiaria. Con una orden, Garath comandó a su saeta impactar en cierta dirección que creía era un kobold. La saeta impactó de lleno en la criatura en su corazón y enseguida murió. Las llamas empezaron a incendiar sus harapos.

Aniel cargó con vehemencia y valentía en contra de los Kobolds que azotaban a Diesa. Todos vieron como las tenues luces iluminaron a la paladina mientras valientemente cortaba en dos trozos a una de las lagartijas.

De los 10 Kobolds que iniciaron el combate, 5 estaban dormidos por el conjuro de Vater, uno había sido abatido por Aniel y otro por Garath. De los 3 restantes, 2 se encontraban malditos por Diesa.

Sin pensárselo dos veces, los 3 Kobolds emprendieron carrera pendiente arriba, desapareciendo en la oscuridad.

El Silencio reinó por un instante, hasta que una flecha cayó cerca de Aniel, y luego otra. Intentó esquivar la tercera pero se clavó en su hombro. Otras dos flechas se clavaron en las aberturas de su armadura y aunque las flechas eran pequeñas, lograron herirla. Un grito de dolor rompió el silencio y la paladina empezó a sangrar.

Habían más Kobolds que habían permaneceido ocultos, lejos del alcance de luz del conjuro de Vater y solo dieron muestras de su presencia cuando la Paladina entró en la luz tenue, donde los Kobolds (que poseen infravisión) la vieron como iun objetivo claro para sus flechas.
Se escucharon gañidos y rugidos, pero los Kobolds no iban a quedarse a combatir. Si 10 no pudieron, 5 tampoco lo harían. Los gañidos se escuchaban mientras se alejaban rápidamente pendiente arriba.

Los héroes habían quedado solos, con 2 cadáveres (uno en llamas), 5 dormidos y una compañera herida.

Una, dos, tres flechas mordieron la carne de Aniel y Diesa ya no pudo (ni quiso) quedarse a reparo de los arteros ataques de aquellas alimañas. Uno de los kobolds ardía como antorcha y, por capricho de un mal hado, fue la perdición de la paladina que quedó expuesta a las flechas. El áurea armadura resplandecía por obra de las luces y el fuego y hacía de Aniel un blanco fácil. De un salto, la enana sorteó el trecho que la separaba de la elfa, hacha en mano. La furia abrasaba su sangre, se abalanzó sobre aquella llameante criatura y, de un golpe, la arrojo riscos abajo.

¡Las luces! ¡Subidlas! ¡Apuntad a los que huyen! ¡Aniel, cúbrete! ¡Aún pueden caer flechas!, gritó.

Cada herida recibida por Aniel y Orsik laceraban el ánimo de la enana, como si fuera ella quien hubiera disparado las flechas. Era el alto precio que pagaba por su insensatez.

Entretanto, Orsik, al escuchar las palabras de su compañera, aferró la honda ya cargada con una piedra y la arrojó contra uno de los que huían, acaso Moradin le concediera la fuerza para abatir a un enemigo. Pero eran otras las voces que inundaban sus oídos, voces que llegaban de muy lejos en las distancias y de muy atrás en los tiempos...

***

Como hechizado, el enano se deslizó por los conductos de calefacción persiguiendo el rastro de las voces que venían de los Salones Reales. Tamaña osadía podía contarle muy caro (que le cortaran las orejas y la lengua, o algo peor), pero Orsik no pensó en el peligro entonces, solo siguió su instinto.

¿Qué significa esto?, trono una inconfundible voz.

La mirada del enano se coló por un pequeño respiradero y se detuvo en la regia estampa de un enano de larga y muy cuidada barba. El corazón se le estrujó en un puño y la frente se le perló de sudor, pero Orsik no se movió ni un ápice. Continuó observando, petrificado.

Jarbromm, el rey de Adbar.

Nadie en la Gran Fortaleza del Norte, ni el más humilde de los sirvientes, ignoraba quien era aquel que tan airadamente increpaba a los recién llegados; nadie, ni el más preclaro de sus consejeros, osaría irrumpir en su salón privado sin su expresa anuencia. Nadie, nunca; salvo...

Mi Señor..., habló Harnoth.

En su voz no había temor, ningún atisbo de vacilación. Respetuoso pero firme, avanzó unos pasos y depositó el cuerpo ensangrentado de la enana a los pies del rey.

Orsik contuvo la respiración (y hasta los latidos de su desbocado corazón, si hubiera sido posible) para no perder detalle de lo que allí acaecía.

Jarbromm escrutó a uno y otro enano, y en su mirada se agitaba una terrible tormenta. Harnoth y Bromm sostuvieron su mirada con feral determinación.

¿Cómo os atrevisteis traerla ante mí?, inquirió imperativo.

Uno rechinó los dientes y la mirada del otro relampagueó. Ambos hermanos se miraron y, finalmente, Bromm retrucó:

Y vos, Mi Señor, ¿cómo podéis cargar con el peso de esta maldición? ¿Con la sangre amada? Decidnos, ¿cómo?

...Y hasta cuánto, añadió Harnoth.

El rey alzó el puño y rugió haciendo temblar hasta las antorchas del recinto. Orsik se encogió, y el miedo le caló hasta los huesos.

¡¿Cómo osáis discutir las órdenes de vuestro soberano?!

¡Porque vos, Mi Señor, habéis ofendido al propio Moradin con vuestra terquedad!, bramó Bromm.

Aterrado, Orsik apretó los párpados. Otra tragedia, mayor aún que la acaecida poco antes, se cernía sobre la Ciudadela de Adbar, y él ya no quería servirle de testigo...

Aniel se cubrió con el escudo y cuando vino Die3sa dijo:- Mierda Diesa, parece que esta armadura tiene agujeros, cuanto mejor hubiera sido que la hubieran repasado herreros enanos.
Pero lejos de cubrirse, fue a donde estaban los dormidos y mato uno por uno a cada uno de ellos mientras se cubría con el escudo puesto en la dirección que escuchaba los ladridos de los Kobolds que huían.

Luego del ataque fugaz pero terrible que enfrentaron, Vater volvio en si, su cara tomo el temple alegre y sencillo, y su gesto adusto se inclino rapidamente hacia Orsik, Diesa y Aniel, le aproximo rapidamente a ellos mientras con emocion ahora juvenil les pregunto:
- ¿Están bien?
La respuesta era obvia, pero Vater quería oírlo de sus propios compañeros, le asustaba perder a cualquiera de sus compañeros... incluso al elfo, aunque todavía no se fiaba totalmente de él...
Fue ahí donde su gesto se indigno, se volvió mas duro y con presteza regaño a Aniel, ella estaba matando criaturas indefensas, aunque veía a los Kobolds dormidos, todavía no estaba seguro de por que esas criaturas estaban tiradas en el suelo, durmiendo como si hubieran pasado por una noche de borrachera en lugar de una cacería de humanoides... su mente le asigno el episodio al mago Garath. Pero su convicción era firme, eso no era lo que el venia a hacer, el venia a buscar a una niña perdida, no a asesinar kobolds.
Se lanzo entre la espada y el ultimo kobold durmiente, tomo su soga y le ato de manos y pies, tomo un trozo de tela de su morral y le ato la boca.
Tomo otro tramo de soga y se lo dio a Aniel, colgad a los muertos, de los arboles, nuestros atacantes no son muy valientes, esto tal vez nos evite otra refriega

Diesa corrió hasta la paladina herida, la sangre escurría al interior de su armadura. Ambas esperaban otra ráfaga de flechas que jamás llegaría, y los gañidos empezaban a hacerse más y más distantes, del combate habían salido airosos 3, pero se identificaban más del doble de voces y ladridos huyendo, lejos del combate. A pesar de su cobardía, era posible que volvieran y esta vez con muchos más refuerzos, si es que los tenían.

Orsik desenfundó su honda y corrió (corrió, tropezó y siguió corriendo) hasta llegar a donde su amiga, en ese instante el dolor de la flecha clavada se había desvanecido y solo el sentimiento de rabia lo invadía, deseaba acabar con esa escoria. Mientras agitaba la piedra y llagaba a posición, no había blanco al cual apuntar, los Kobolds habían salido del rango de visión, sin embargo el enérgico enano lanzó con furia un disparo fulminante que golpeó la oscuridad de la nada. El eco de la piedra estrellándose con la piedra se alcanzó a percibir a lo lejos, pero Orsik esperaba que nadie más lo hubiera escuchado.

-Están bien- Gritó desde la distancia el mediano, mientras se apresuraba para reunirse con sus compañeros en la altura.

A medida que avanzaba fue testigo de como una furia barbárica y primordial se apoderaba de la Paladina, el dolor se convirtió en rabia y la rabia en sed de sangre. Con su espada empezó a machacar y rematar a los indefensos kobolds mientras dormían, en una escena macabra y poco paladinesca, decorada con la tenue luz que emanaban las luces danzantes. Vater juró haber visto los ojos de Aniel ponerse rojos y una sombra translúcida que se apoderaba de su cabeza y le comandaba asesinar a sangre fría, eso decía él...

El mediano apretó el paso y se lanzó sobre el último Kobold en vida, mientras la espada de Aniel apuñaleaba el viento, pero la mujer alcanzó a parar su estocada a escasos centímetros del cuerpo de Vater que se aferraba al último lagartijo como si fuera un ser querido.
No hubo mucho tiempo para reclamos, el peso del bardo despertó al Kobold quien puso cara de susto y empezó a chillar, rompiendo el silencio espectral de la noche. 

-Auglush idgsi zzarkadet

Dijo con prestesa, mostrando gestos de rendición y presuntamente pidiendo misericordia, pero ¿alguien sabía hablar Kobold? De no ser así, resultaría imposible interrogarlo para sacarle información precisa.

Los serpentinos y brillantes ojos de su enemigo se cruzaron con los del mediano, sus palabras, aunque carentes de significado, decían todo solo con su tono, elevado y desenfrenado, aquel ya había oído tonos similares en sus largos años vagando por la Marca, denotaban urgencia, pena y miedo, no había dudas...

Levanto su cuerpo del de su víctima, olvido la terrible espada de Aniel por un momento, sin dudas, él pudo haber sufrido la misma suerte que los otros kobolds si no hubiera sido por los reflejos de la paladina y el cariño que esta prestaba a su compañero.

Vater, tomo fuerte del brazo de su enemigo capturado y le mostro las cuerdas con las que ataría a su captivo, detrás de esta brillaban en la oscuridad las figuras de Aniel, Orsik, Diesa, elfo-bonito-del-bosque-254 y Garath, ninguno de ellos compartía el sentimiento de piedad que Vater mostraba por su prisionero, y tal vez este, fuera la única barrera que le salvara de morir tras la espada de la humana, que ya había liquidado a sus compañeros de cacería.

La propuesta de Vater daba una oportunidad de vivir al pequeño kobold, aceptarla estaba en él.

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Por la mente del mediano, brotaban las discusiones que tendría que llevar con Orsik para disminuir la furia del caballerizo por lo que proponía, para Diesa esto sería una ofensa terrible y una humillación como enana, Aniel tenía una sed de sangre abrumadora, Garath era demasiado racional como para pensar en la idea de perdonar a un enemigo, pero de entre todos los temores que brotaron de Vater, el que más temía era el del elfo, este miedo le paralizaba hasta la medula, si antes le temía sin darle razones, ahora debía temerle 10 veces más...

Sabía que se venían reclamos, venganzas y desplantes, pero la ira del elfo era lo que más temía... sin darse cuenta sus esfínteres fallaron, pero solo por un instante... vas le valía que su prisionero valiera la pena.

Aniel se tranquilizo, el movimiento de Vater la pillo de improviso y estuvo apunto de ensartar le, pero quizás tenia razón, estaban indefensos, ella era una paladina, del combate justo, aunque debía erradicar el mal a toda costa y esas criaturas eran malignas, estaban indefensas, no había ninguna gloria en acabar con ellas, quizás un guerrero, o un bárbaro lo harían sin mas, como había echo ella con los otros que dormían, pero ella era una Paladina!, joder Paladina!, seguidora de un Dios bueno y bondadoso y debía tenerlo presente así que cuando Vater fue a atar al que quedaba se acerco y tocándole la cabeza dijo simplemente:- Gracias por hacerme ver lo que la sangre habia ocultado, gracias amigo. Después girándose hacia el resto dijo:- Alguien sabe hablar Kobold?.
de toda maneras Aniel lo intento con su Infracomun* diciendo al Pobre Kobold:- Do kuold di topark su tu bolag zuer fo gulgarei trifcarls dubert porquica yu ta mosiria?.

La lluvia de flechas había cesado, al menos de momento, pero Diesa no se fiaba aún. Fue así que se apartó del grupo y escrutó los riscos y las hendeduras del cerro hasta convencerse del hecho. Orsik la siguió e hizo otro tanto.

Huyeron, confirmó el enano. Ni la sombra dejaron atrás...

Diesa asintió en silencio, algo inquieta. Un poco más atrás, Vater le escamoteaba la vida de una de aquellas horripilantes criaturas a la furia de la elfa. O alargaba la agonía del kobold, ya que tarde o temprano moriría, pensó Diesa.

Eran casi una veintena, si acaso hay más estaremos en serios problemas porque regresarán afirmó, convencida. Luego se volvió hacia su compañero: No arranques el astil, no sea que lo rompas y...

Pero no terminó aquella advertencia que Orsik ya tironeaba de la flecha, arrancándola del hombro. Un hilo de sangre serpenteó cuesta abajo entre los resquicios de la armadura.

¡Mi primera herida en combate! exclamó con orgullo. ¡Y apenas arde!

¿Acaso tienes las orejas taponadas de cera? ¡Te advertí que no la retiraras! Como hayas roto el astil y dejado la punta inserta prometo que te acordarás de tus ancestros, del Antiguo Delzun hasta Adbar. ¡Ya verás!

El enano se rió a carcajadas. Que Diesa lo regañara le hacía sentir que todo había vuelto a su cauce, como el río desbordado por la tormenta cuando regresaba el sol.

Fue entonces cuando Aniel inquirió si alguno conocía la lengua de aquellas criaturas. Diesa, por supuesto, no. Jamás hubiera gastado un instante de su tiempo en conocer una lengua hecha de gañidos, una lengua primitiva e insignificabte como los mismos kobolds.

En Adbar no acostumbramos a gañir con lagartijas escupió entre dientes y, tras hechar un último vistazo a los riscos, declaró: Estaré en la tienda curando las heridas de quien lo requiera. Luego, mirando las flechas, unas rotas y otras no, que horadaban la carne de la elfa: Estás hecha un alfiletero, Aniel. Deberías dejar que cure tus heridas en lugar de perder tu tiempo con alimañas. Y acaso fuera buena idea alejarnos de aquí, concluyó.

Finalmente se encogió de hombros, algo hastiada de aquel espectáculo. Poco y nada le importaba lo que acaeciera con el prisionero, ahora solo pensaba en restañar las heridas de Orsik y de la elfa, si acaso se avenía a ello, ya que parecía más interesada en interrogar al kobold que en otras cuestiones.

Sígueme, le susurró a su amigo y se dispuso a bajar la cuesta.