Partida Rol por web

Ortega maldice por no poder llegar hasta ese hideputa con su sable, y con franciscana resignación pero con firmeza, hinca la rodilla en tierra, sopla la mecha por última vez, echa un poco de pólvora -de una polvera que lleva en la bandolera- y ceba la cazoleta. No le tiembla el pulso. Hace ya mucho tiempo que esta operación va de oficio. Ya se hartó de temblar esperando un tiro mientras preparaba el tedioso y pesado mosquete cuando era joven. Al fin y al cabo, la salida más rápida y tranquila de estas tierras hostiles era con los pies por delante. ¡Y viva el rey!

Finalmente extrae una bala de plomo de una de sus faltriqueras y la colaca con presteza, apunta -sin tomarse demasiado tiempo ni demasiado poco-, y dispara. Un fogonazo de humo sacude sus sentidos: un denso olor a azufre turbia su olfato y queda sordo y aturdido un instante.

Después comprueba que ha hecho blanco en el infortunado general. No en vano éramos los herederos de la Ira de Dios: huestes hoscas y rudas venidos de las resecas tierras del sur, peleando ahora en tierras extranjeras, hostiles, donde teniamos al enemigo detrás y enfrente y la derrota equivalía a aniquilamiento.

¡A tomar por el culo!

Oudin rueda por el suelo, muerto en el acto del certero disparo de Ortega.

Una vez liquidados los dos oficiales, el capitán García mira, nervioso, a izquierda y a derecha por si alguien de los regimientos vecinos se ha percatado de la jugada. Pero en la ensalada de tiros en la que está el flanco derecho, parece de rigor que cada perro se lama su pija, y el mando efectivo del batallón recae en los hombros de García, quien hace señas de que se agrupen cerca de él los que tiene más cerca, para que puedan transmitir el mensaje.

Bien, hijos míos, dice el pequeño oficial soriano. Parece que la diosa Fortuna se digna sonreírnos... de momento, así que aprovechémoslo. Estamos en línea, así que el grueso del batallón sigue en esta formación a menos que se nos acerque caballería, que pasamos a cuadro cagando leches. Muñoz, pilla una camisa, una sábana o algo blanco, y colócala en un palo a modo de bandera blanca, pero bien doblada y sin desplegarla hasta que yo te lo diga. Ortega, Emilio, Mínguez, Pedro y Vicente, formáis en línea de escaramuza a diez pasos por delante, para verlas venir.

Dirección, los ruskis, y a paso de desfile. ¿Preguntas?

Pues no, la verdad era que en aquel momento no tenía demasiadas preguntas, aunque por un momento me pregunté por qué siempre me tocaba ponerme delante cuando me habían entrenado como francotirador.

- Si lo llego a saber...

No era momento para discutir ni para mirar mal a quien mandaba, pues para mí seguía teniendo que acatar órdenes, aunque ya no fuera de los franceses de mierda, así que me coloqué como se me pedía y cargando de nuevo el arma para tenerla preparada.

- Sí, pequeña, no me falles... - Murmuré casi pasando la mano por encima del rifle como si lo estuviera acariciando.

Además, si encontraba munición por el camino me la podría quedar, que eso es algo que nunca me sobraba, más que nada, porque ninguno de nosotros teníamos ni idea de dónde acabaríamos y quizás, cualquier precaución fuera poca.

Visto que no hay preguntas, García se sube a un pedrusco cercano para que le vean todos los que puedan y grita: 326 de Infantería de línea, ¡ADELANTE!

Una vez baja de la piedra dice en voz más baja, para los que están más cerca: Ortega, encárgate de llevar el águila bien visible, y que Vicente lleve la puta bandera tricolor de esos cabrones también bien a la vista. Así nos ahorraremos sustos por parte de los gabachos mientras avanzamos.

¿Veis aquellos cañones colina arriba? Pues avanzamos hasta allí sin parar, pero sin correr, no se nos vaya a ver el plumero.

Me voy a hacer una escalera con los huesos de sus muertos para subirme y cagarme en la madre de alguienRefunfuño por lo bajo protegido por el ruido de los disparos , los cañonazos y el paso de marcha.Con aire de pocos amigos ocupo la posición que se me ha ordenado.El peor de los lugares y en el peor de los momentos , maldita sea.

—Si, señor— contesto al capitán. Cojo lo que tengo más a mano, mi camisa, y la ato en un palo —listo capitán, tenemos la bandera blanca lista. Se desplegará cuando mandéis—

«El Señor me proteja del frío y los constipados. Estas tierras heladas son la morada del Diablo» pienso mientras avanzo intentando no pensar en el hombre que acabo de matar de un tiro en la cabeza.

Ahora que ya he disparado la pistola, no me entretengo en volver a cargarla*, saco la espada y me pareparo para derramar más sangre. 

«Señor, dale una señal a tu pecador hijo, una señal de que esto está bien» ruego.

Emilio aprovechó a cargar mientras sus compañeros terminaban la tarea con el otro oficial y acabó mientras el Capitán les daba órdenes de nuevo.

Se puso en primera línea. No sin antes bajar un poco a sus compañeros con el rostro más serio o adusto con el fin de animarles un poco en una situación tan peliaguda. El gesto le costó un acceso de tos, pero mereció la pena al ver los gestos de respuesta de sus hermanos de armas.

Estaba clara la misión y allí iría de cabeza, hacia los cañones.

Ya que como siempre parecíamos aves de corral, pues nuestras respuestas eran las que durante tanto tiempo nos habían enseñado, respondí con el " sí señor " que ya habían dicho todos mis compañeros, aunque por unos instantes casi se me escapa en francés, lo que casi me hace sentir un poco de asco de mí mismo, pero las costumbres, eran las costumbres, aunque eso sí, esperaba que se me quitaran cuanto antes.

Mi paso se aligeró pero como me habían dicho no me eché a correr pues aunque tenía unas ganas tremendas de salir de ahí, de lo que no tenía tantas ganas era de que me metieran un tiro o de que nos lo metieran a todos.

Quizás incluso había cogido ya algo de cariño a aquellos que llevaban un tiempo conmigo, aunque jamás se lo diría. Ya estaba escaldado de muchas cosas.

El sargento Ortega era un hombre de hígados, aún así, enviar comensales -sobre todo los pisaverdes- a cenar con el Diablo, siempre daba un ánimo especial. Un cosquilleo de emoción contenida. Así que asió con fuerza y levantó el águila de los cojones todo lo alto y firme que pudo. Desde lejos parecería el triunfante águila de Napoleón, aunque todos supiéramos que por dentro tan sólo era un grajo desertor. Pero ¡qué carajo!, el sargento Ortega sólo podría desertar realmente del patético ejército español, y no de los altaneros franchutes.

Entre los claros y el humo que se turnaban macabramente entre los estremecedores raaas-zaca y los desagradables cling clang, avanzaba con bizarra y enternecedora soltura el 326 de Infantería línea con sus polvorientas y ensangrentadas guerreras azules -con las que nos habían disfrazado los alonsanfán- de cabeza hacia el enemigo.

Parecía que la cosa era aguantar hasta el límite como si estuviésemos atacando, con el águila al viento y toda la parafernalia, sin descubrir nuestros verdaderos propósitos hasta el final por si finalmente nos salía un mal naipe*.

 El capitán sabía claramente lo que quería hacer, el tema era que lo lograran y que lo lograran todos, sin embargo no estaba desangelado, al contrario, sabía que podían lograrlo siempre y cuando siguieran a pies juntillas todos sus indicaciones y no era ajeno al hecho de que quizás uno que otro de ellos lo estuvieran puteando como a cualquier hijo de vecino pero eso forjaba el carácter y no sólo el de él sino el de sus hombres como siempre los llamaba.

-Estos alemanes...

Mientras avanzaban, García maldecía a uno y a otro y a todos pero eso era normal, no quitaba la vista del frente, tenía que estar muy alerta por si alguno de los muchachos se equivocaba. Hombres, aquellos que compartían con él aquel intento de paz eran hombres y esperaba que precisamente no terminara como todos estaban esperando, por lo menos como todos los que los veían avanzar.

Entonces, empujando una gruesa línea de nubes plomizas que negreaba en el horizonte, un
viento frío y húmedo empezó a soplar desde el este, abriendo brechas en la humareda de pólvora e
incendios que cubría el valle. El Ilustre extendió una mano, requiriendo el catalejo, y oteó el
panorama con un movimiento semicircular -el mismo que hizo ante la rada de Abukir cuando dijo
aquello de «Nelson nos ha jodido bien»- mientras los mariscales se preparaban lo mejor que
podían para encajar la bronca que iba a caerles encima de un momento a otro. De pronto el catalejo
se detuvo, fijo en un punto. El Enano apartó un instante el ojo de la lente, se lo frotó, incrédulo, y volvió a mirar.

-¿Alguien puede decirme qué diantre es eso?

Y señaló hacia el valle con un dedo imperioso e imperial, el que había utilizado para señalar
las Pirámides cuando aquello de los cuarenta siglos o -en otro orden de cosas- el catre a María
Valewska. Todos los mariscales se apresuraron a mirar en aquella dirección, e inmediatamente
brotó un coro de mondieus, sacrebleus y nomdedieus. Porque allí, bajo el humo y el estremecedor ronquido de las bombas rusas, entre los cadáveres que el flanco derecho había dejado atrás en el desorden de la retirada, en mitad del infierno desatado frente a Sbodonovo, un solitario, patético y enternecedor batallón con las guerreras azules de la infantería francesa de línea, avanzaba en buen orden, águila al viento y erizado de bayonetas, en línea recta hacia el enemigo.

Ortega -absolutamente ajeno al inefable hecho de tener el ojo del enano en el cogote-, entre jadeo y jadeo por la carrera cuesta arriba y entre tos y tos del polvo levantado y el humo de las bombas, da un codazo cómplice a Emilio -Navarro, cuando esta mierda acabe y no me vean los ruskis, le voy a meter el águila por el culo a alguno de sus mandos. Y cuanto más pisaverde sea el fulano, mejor. Esa será mi pequeña victoria moral en toda esta mierda: poder contemplar el símbolo del enano enterrado en el culo de un ruski. Y después a volver a España, que dejar aquí el pellejo no va con este hijo de su madre-después aligera el paso de nuevo, pues mientras hablaba se había retrasado un poco y no deseaba que por su culpa se fuera el pastel al garete...

como era aquello? Padre nuestro que estas... .Bueno ya me entiendes.Hoy nos las tendremos tiesas con los de enfrente y posiblemente con los otros también.Los ruskis no son católicos ,por lo que me han dicho , y los megsieus son unos herejes que no respetan nada.Así que acuérdate de nosotros, malos o buenos, que al menos somos de los tuyos..Me persigno torpemente y escupo hacia un lado para disimular ante los demás.

Entre el osado grupo de españolitos y las baterías rusas hay unos cientos de metros, pero pronto se complican las cosas: un destacamento de cosacos llegados del vado del Vorosik hace su aparición en escena, y forman un poco a la derecha del 326 de línea, obviamente preparándose para una carga.