Partida Rol por web

Ante la pregunta de Vivant, Abeillut sacudió la cabeza espasmódicamente, como queriendo negar, pero sin hacerlo del todo. La presión ante los acontecimientos y la fuerte superstición que dominaban a guía bereber estaban poniendo a prueba los límites de su mente.

- Io no sé... quisás pueda guiar hasta lago. Muy extrañio il mapa...*

Después, escuchó el resto de la conversación, tratando de no perderse ante las palabras y las retahílas que los allí presentes soltaban. No entendía mucho de la liturgia cristiana, pero lo que decía aquel sacerdote sobre el padre Guerín no le animaba en absoluto: más bien todo lo contrario. Estremecido, Abeillut propuso una alternativa.

- Quisás dibiríamos atacar primero, ¿sí? Abeillut silensioso, yo rajar cuello di saserdote y luego todos matar soldados. - hizo un gesto con las manos, indicando el corte exacto con el que seccionaría la yugular del sacerdote - Miejor que ser sacrificados como animales, ¿sí?

Ciertamente, lo que proponía el bereber era un plan arriesgado, casi suicida, y más sin saber de qué lado se inclinaban el resto de soldados allí presentes. Quizá su maltrecho raciocinio tomaba ya las decisiones por él**.

Iba escuchando a unos y a otros, y lo que decían era de todo menos alentador. El coronel decía de marchar, pero tal y como lo decía no daba mucha tranquilidad. Galindeu opinaba que marcharnos no iba a resultar cosa sencilla, el sacerdote se pone a hablar de desvaríos de exorcismos y gente poseída, y el guía no tenía muy claro como guiarnos. Irse así era un suicidio.

Quizás... Y sólo digo quizás, las mujeres que nos han acogido estarían dispuestasa darnos provisiones con tal que nos vayamos. Seguro que se querrán sacar de encima a un grupo de extranjeros que se comen su hacienda. Y con un poco más de suerte hasta alguna de las mujeres podría guiarnos hasta ese lago... O mejor aún, Canaan.

Luego miro al bereber.

Abeillut, ¿podría devolver el diario a su sitio?

Lo que más me preocupaba en aquellos momentos era que el sacerdote loco se diera cuenta del robo y decidiera usar a sus acólitos para algo más que adorno. 

El bereber miró horrorizado a Vivant, sin poder creer lo que le pedía.

- ¡Divolver diario! Yo no divolver... diario mapa, siaserdote loco usa diario para matar a todos. Muy pieligroso... nosotros quedar diario. ¡Mucho mejor!

Estaba claro que Abeillut perdía los nervios rápidamente. ¡Aquella expedición iba a terminar por destrozar su mente, y aquello habría de suceder muy pronto! Estaba casi fuera de sus casillas...

Abeillut... Esto es sólo un libro. Un libro no mata a nadie. Lo que sí nos puede matar es que se entere que le han robado el diario, y si se entera de eso, en los primeros que pensará es en los recién llegados...

Comento, conciliador.

De todas maneras... Y aquí parece como que pueda creer que ese mapa pueda servir para algo, aunque no sepa de astronomía. Quizás ese mapa nos pueda ser de utilidad... O tenga cierto valor, a fin de cuentas. 

Arranco la hoja con total naturalidad y le alargo el diario al bereber.

Ya puede devolverlo. No me mire así. Para cuando descubra que falta esa hoja ya estaremos lejos... O eso espero.

Todo el horror que les rodeaba empezaba a hacer mella en ellos.

El teniente se acerco a lo que quedaba del mando francés en esa mano olvidada de todo dios que conocían.

-Coronel, con todos mis respetos el coronel Galindeu tiene razón, no sabemos cuantos le apoyan...al menos, antes de hacer eso...-mira de reojo al guía bereber- tendríamos que acabar primero con el loco de Guerin. No se si esta poseído o no, pero esta claro que esta loco...- Lacroix señala al diario.

Luego se giro hacia Abeillut y Vivant, mientras este arrancaba el mapa del diario.

-Pero Vivant, no seria mejor acabar de leer el diario antes de devolverlo? Quizá nos de más pistas sobe esta localización, sus objetivos, o alguna manera de salir de aquí...no se.

El teniente saco la pipa y el tabaco, toda esta situación les sobrepasaba. Él era un hombre de acción, dispuesto a dar la vida por Francia, pero todo aquello? Escapaba a su entendimiento.

Ante el comentario lógico del teniente me encojo de hombros.

Le doy la razón, monsieur... Pero ese hombre tiene todo el aspecto de ser un escritor compulsivo de su diario... Y me apuesto 100 francos a que después de cenar irá corriendo a consignar su encuentro con nosotros, sus sospechas... No quiero imaginar lo que puede suceder cuando no encuentre el diario.

Comento mientras me guardo el mapa en un bolsillo de la chaqueta.

Es usted el experto en temas de milicia. Si cree más adecuado degollar al sacerdote cuando entre en su cuarto, no seré yo quien le diga lo contrario. Lo del mapa es... Digamos... Una forma de asegurarnos una parte de lo que hemos descubierto hoy. Creo que cuando ponga esto en manos de un experto en astronomía de la Academia, nos llevaremos alguna sorpresa.

El ambiente se estaba caldeando por momentos. Los compañeros habían incluso comenzado a plantear la opción de degollar al padre Guerin. Barraud trató de hacerles ver que aquello no tenía sentido: - Señores, piensen que ese hombre va siempre acompañado por esos soldados y, como bien se ha apuntado, no sabemos exactamente si la lealtad de los hombres que hemos visto antes sigue intacta. Nos podríamos ver envueltos en un serio problema...

- Por otra parte, - continuó - Según lo veo, tenemos dos opciones: podemos leer el diario completo, o podemos seguir las "indicaciones" del sacerdote Guerin. Si vamos a terminar de leer, debemos marcharnos ya, y si vamos a reunirnos con los demás, deberíamos devolver el libro.

Toda la situación era desbordante, se estaban metiendo en la boca del lobo, y lo peor era que Barraud creía firmemente que entre las fauces de la bestia se hallaba la solución.
- Personalmente, voto por abandonar este lugar y estudiar bien esos escritos.

Jean-Pierre se alejó del grupo unos pasos, reflexionando: - Si hubiese un modo de burlar al cura hasta la noche... quizá podríamos colarnos entonces en ese dichoso templo. Ediz fue muy tajante a la hora de prohibirnos el paso... Señor Vivant, ¿Recuerda usted lo tenso que se puso Guerin cuando le advirtió de que no debía acercarse a ese lugar? Estoy convencido de que él ya ha estado en el templo. Y también de que ahí podríamos encontrar alguna respuesta.

Mientras acababa de poner el tabaco en la pipa y le daba un par de caladas, escuchó con atención a sus compañeros. Es cierto que ese loco merecía morir, pero ¿los soldados que le seguían se merecían ese destino? ¿Y si los pobres solo habían sido seducidos por su lengua viperina?

La verdad es que no tenia claro el siguiente paso a seguir, aunque finalmente, le dio otra calada a la pipa y mientras el humo salia por su nariz, hablo.

-Pues estoy de acuerdo con usted, Jean-Pierre, voto por acabar de leer el diario. Pero como dice el señor Vivant, tarde o temprano el “loco” de Guerrin se dará cuenta de que se lo hemos quitado. Así que voto por lo que dice Barraud, coger el diario y salir de aquí cuanto antes. Luego vemos si vamos al templo, o al lago o donde sea.

Dio otra calada a su pipa, y observó al resto.

Justo en ese instante, cuando el grupo recién llegado parecía haber tomado una determinación, el soldado que los recibiera y que era conocido de Jean-Pierre Barraud, se acercó hasta ellos.

- Disculpen caballeros.- inició la conversación de forma educada - El padre Guerin me ha dejado el encargo de acompañarles hasta sus aposentos en el piso de arriba. Allí podrán asearse y prepararse para la cena.- continuó informando de forma amable - Deben saber que habitualmente, nuestras anfitrionas comparten el rato de la cena junto a nosotros y su líder, Ediz se muestra muy interesada de que eso se cumpla. - Finalizó el tirador de línea.

La entrada ene scena del soldado hace que de un respingo.

¿Habrá oído algo? No... No lo parece. Se le ve tranquilo... hasta con ese aire algo idiotizado propio de las clases bajas.

Está bien soldado... Pues... Con el permiso de los señores oficiales, estaré encantado de que me acompañe hasta mis aposentos. No me gustaría dar una mala impresión a nuestras anfitrionas.

A pesar del tono cortés, por dentro estoy hecho un manojo de nervios. Ese sacerdote loco y su cohorte de fanáticos me ha devuelto a la realidad.

¿Y dónde están los esposos de esas mujeres? ¿seremos como aquellos argonautas que arribaron a la isla de Lemnos para encontrarse con todas aquellas mujeres en celo? No... No parecían muy en celo... No sé si eso es bueno o malo.

La inoportuna aparición del soldado cayó sobre Barraud como un jarro de agua fría. Ya no podían seguir adelante con el plan sin levantar sospechas ni alarmar a los que allí se encontraban...
Jean-Pierre trató de disimular su disgusto y dijo con toda la cortesía que pudo reunir en ese momento: - Por supuesto, muéstrenos el camino, por favor.

El joven dirigió una mirada a sus compañeros, - ¿Qué hacemos ahora?

- ¿El padre Guerin, ha dicho? - Se dirigió al soldado - ¿Suele compartir la cena con los soldados?.
Barraud imprimió un tono casual a la pregunta, un simple comentario sin ningún tipo de maldad. Quizá algún matiz de su respuesta podría indicarles hacia qué lado se decantaba la lealtad de Buissan...

Abeillut observaba en silencio el devenir de los acontecimientos, asintiendo sin decir nada para que su temor no quedase patente. Su desconfianza en aquellos hombres, las mujeres que les habían acogido, y todo lo demás, era absoluta. Pero no podían hacer mucho más, por el momento, sólo confiar en que aquella cena no les costase la vida. Quizá estaban esperando demasiado, pero fugarse parecía un suicidio, y su propuesta de acabar con Guerín no había cuajado... por el momento.

Todo el plan se desvaneció cuando entro Xavier. Tendrían que fingir, ir a la cena, y quizá a la noche aprovechar cuando el resto dormía para llevar el plan adelante. No sabía porque pero todo esto le daba una sensación de trampa. El teniente se sentía cada vez más adentro en la boca del lobo, y este empezaba a cerrar las fauces. Miro de reojo a Barraud con una mirada de más tarde hablamos. Cuando vio que se acercaba al soldado, se puso a la altura de ellos.

-Yo también tengo algunas preguntas soldado, ¿dónde están sus armas? ¿Cómo es que solo las llevan algunos?- Omitió, solo los que acompañan al padre-y ¿quién estaba al mando antes de que llegásemos los militares de altos cargos?- con esto, quería ver si el soldado Buissan aun estaba a favor del orden militar, o si era otro de los que había sucumbido a las palabras de Guerrin.

El soldado extendió su brazo para indicar que lo siguieran. Tras cruzar una arcada, se adentraron en un largo pasillo vetusto en detalles y avanzaron hasta que al final hallaron unas escaleras. Abeillut ya las conocía pues unos instantes antes, las había usado para subir a la planta superior. Buissan abría la marcha y ante las preguntas del grupo recién llegado, decidió hacer un alto a mitad de las escaleras para contestar algunas cuestiones. Antes de hablar -por eso- miró a un lado y a otro, y entonces, los que estaban allí, pudieron contemplar el rostro de nerviosismo del tirador.

- Lovain era el mando al cargo... pero marchó junto a un escamote y ya nunca volvió.- sus palabras, eran crípticas y siniestras, como si encerraran un misterio mayor que toda aquella locura. - Desde entonces, el Padre Guerin está al mando. Aunque... no todos confiamos en él. Tenemos la sensación de que ese sacerdote guarda un oscuro secreto. Algo que desconocemos...- añadió el soldado aumentando la tensión. - La gran mayoría de los hombres, se abandonaron a la comodidad que ofrece esta ciudad, pero algunos como yo, detestamos lo que aquí está sucediendo. Lo que pasa...- cayó durante un lacónico instante, mientras su rostro empalidecía-Lo que ocurre es que todos aquellos que se han mostrado polémicos o contrarios a Guerin han desaparecido de la noche a la mañana.- prosiguió incrementando el suspense de aquellas revelaciones. - El sacerdote siempre nos ha dicho que marcharon por su propio pie, pero yo creo que nos miente. En cuanto a los hombres de estas bellas mujeres... desconocemos su paradero. Fuimos llegando poco a poco. Algunos con meses de diferencia y nunca hemos visto a un varón nativo... No sabría que responderles.- finalizó el tirador, a la espera de respuesta por parte de los que se hallaban frente a él.

El teniente escucho con atención las palabras del joven soldado, mientras le daba las ultimas caladas a la pipa. Allí, en la soledad de esas escaleras, una sombra les rodeaba.

-Muy bien chico- Dijo el teniente, poniéndole una mano en el hombro. -Es bueno ver que aun quedan franceses de verdad leales a la patria. No se preocupe Buissan, estamos con usted.- Dijo mientras tiraba el tabaco que quedaba en la pipa y la guardaba. -Pero dígame, ¿dónde están sus armas? ¿Por qué solo las llevan los hombres que acompañan a Guerin?

El soldado asintió a las palabras del teniente - Gracias señor.- luego prosiguió -  No hemos sido despojados de nuestras armas. Las guardamos en las estancias comunales donde dormimos. Lo que pasa es que el Padre Guerin insistió en que no fuéramos armados con tal de no violentar a nuestras anfitrionas e incluso para evitar rencillas entre los hombres. El sacerdote cuando sale a reunirse con esa tal Ediz, siempre lleva a su escolta armada... Después de todo no creo que se fíe completamente.- aclaró el tirador.

- Pero existe un punto que soy incapaz de explicar y que tal vez ustedes no hayan asimilado. Les he dicho que algunos soldados llegaron con meses de decalaje entre ellos... Por ejemplo... Yo llegué hace un mes aproximadamente... Y eso... ¡¡No tiene explicación!! Porque... porque todos partimos el mismo día bajo el mando de Murat.- dijo con nerviosismo

- ¿Insinúa usted que hemos experimentado distintos lapsos temporales?
Era realmente extraño lo que comentaba Xavier. - ¿No podría tratarse de simple percepción? En este lugar es muy sencillo perder la noción del tiempo... yo mismo soy prácticamente incapaz de recordar cuánto llevo en este maldito desierto.
- Pero no se preocupe, hallaremos respuestas. A esto y a todo lo demás.

Había sido un verdadero alivio saber que Xavier tenía una opinión parecida a la suya acerca de toda aquella situación.

Barraud se aproximó un poco más a Buissan, mirando alternativamente a izquierda y derecha para asegurarse de que nadie más estaba acechando al grupo: - Por cierto, ha comentado que hay algunos hombres que piensan como usted. En el asunto de Guerin, quiero decir. ¿Cree que llegado el momento estarían dispuestos a entrar en acción?

Era muy posible que estuviese cometiendo un gravísimo error, y era una falta de consideración hacia sus compañeros el hecho de dar semejante paso sin consultarles, pero Jean-Pierre estaba desesperado y se estaba agarrando a un clavo ardiendo. Así pues, hizo partícipe al soldado de sus intenciones: - Verá, le pido que sea prudente acerca de lo que le voy a decir. Tenemos el firme propósito de salir de aquí, pero para ello debemos antes aclarar ciertos misterios. Necesitamos ganar tiempo ahí arriba, sólo eso.

¿Qué dice este hombre? ¿El desierto escupe a nuestros hombres poco a poco? ¿Y donde están mientras tanto? Debe de estar equivocado... Como bien dice Barraud.

¿De qué habla tantas veces con nuestra anfitriona?

De golpe algo empieza a cobrar cuerpo en mi mente... Y me estremezco de mierdo.

Dígame una cosa, soldado... ¿Hay partidas de hombres que salgan de aquí? Y nunca vuelven?

me intereso mucho por este tema, pues mucho me temo que esas partidas de soldados, son en realidad sacrificios al ignoto dios que cita el sacerdote en su diario.

El soldado condujo finalmente al grupo hasta una cámara en la cual se podía observar cientos de catres esparcidos por el suelo. Tenía pinta de ser un lugar en el cual los hombres solían descansar. Había varios sacos y mantas tirados, mientras los petates se amontonaban en un rincón. La estancia, a pesar de hallarse en la segunda planta era lo suficientemente fresca como para hacer noche, y los mosquetes se agrupaban apostados unos contra otros en varios puntos de la habitación.

Una vez Vivant realizó la pregunta, Xavier se giró para responder dicha pregunta. En su rostro se podía leer la mueca del miedo a lo inexplicable...

- Sólo Lovain marchó... Y nunca más se supo de él- dijo con tono apagado -Junto a él, marcharon sus hombres más leales... Tampoco sabemos cuál fue su paradero, aunque en este desierto... Todos sabemos que quizás murieran...- Se intentaba autoconvencer de ello, aunque en sus ojos se podía leer que sospechaba y desconfiaba de Guerin - Desde entonces, aquellos contrarios al sacerdote han ido abandonando la ciudad... Cosa que me preocupa.- afirmó

Abeillut escuchaba aquellas palabras con creciente temor, sospechando que en ellas se encerraba una verdad absoluta: estaban atrapados en aquel lugar perdido de la mano de Allah, y fuerzas más allá del tiempo de los hombres les envolvían y engullían en una vorágine de acontecimientos en la que no eran sino meros espectadores. Lo leído en el diario, y la extraña iluminación que cobraba forma en la mente de Abeillut hacían que el bereber se sintiese al mismo tiempo extremadamente perdido e inexplicablemente lúcido. Entonces trató de plantear una nueva pregunta a Buissan, antes de llegar a la mesa y estar a la vista de todos.

- Dises que siaserdote si reúne con miujer... ¿cuándo reunir ellos? ¿cómo ser esos encuentros?

Susurraba Abeillut, pues incluso estando solos se sentía permanentemente vigilado.