Partida Rol por web

Hace tiempo que ha anochecido. La fría oscuridad lo envuelve todo y agarrota las articulaciones de tus doloridos miembros. te maldices por haber bajado la guardia al buscar un buen sitio donde acampar. Lo creías haber encontrado en un pequeño oasis. ¡Qué estupidez! ¿Acaso naciste ayer? Los asaltantes eran muchos, pero habrías partido algunos cráneos si no te hubiesen encontrado despellejando un conejo recién cazado. Solo pudiste golpear a uno antes de que las tinieblas se apoderasen de tus sentidos. Se lo han llevado todo: caballo, armas, agua y el dinero que llevabas en las alforjas.

Por suerte y por algún motivo desconocido, tenían prisa y se olvidaron de rebuscar en tu ropa. Descubres con alegría que siguen contigo las cinco monedas que llevabas ocultas en un bolsillo interno de tus ropajes.

Con esa calderilla como única pertenencia, caminas sin dirección por un sendero que acabas de encontrar. Sabes que estás en la parte meridional de Zamora, no muy lejos de la frontera con Koth. Agradeces que tus sandalias pisen tierra batida después de un par de leguas de terreno pedregoso y vegetación espinosa.

A medida que avanzas en silencio, notas que a tu alrededor se van definiendo siluetas colosales y estáticas, como guardianes amorfos que velan por la extraña paz de la llanura solitaria.

Agradezco a los dioses que esos bastardos no me rajaran el cuello después de violarme y saciasen su sed de violencia en mi cuerpo. Tenían prisa o, simplemente, no eran tan miserables para cometer esos actos. De una forma u otra la fortuna me acompaña desde que abandoné mi tierra.

Y la esclavitud.

No quiero pensar en eso. En mis padres asesinados, en los amigos caídos en la lucha. Pero el recuerdo me acompaña a diario, pegado a mi piel, igual que las cicatrices de mi espalda. 

Recuerdos bañados en sangre y lágrimas.

Me pongo en pie después de rezar a mis dioses y antepasados. Observo la oscuridad que me envuelve en su frío manto y me pongo en marcha.

Camino. Sola, con mis reflexiones a cuestas, los dos ojos penetrando las tinieblas de la noche, con los fantasmas del pasado como única compañía. Hasta que soy consciente que esta tierra no es tan solitaria. Ahí están, flanqueando el sendero de tierra batida.

¿Qué son? ¿Ídolos, estatuas a los dioses? Mi curiosidad guía mis pasos y me acerco a las colosales figuras con pasos cauelosos pero decididos.

Después de todo lo que has vivido, solo te tienes a ti misma. Un dolor muy profundo, que nunca cicatrizará, te suele llenar la mente de recuerdos oscuros. Después de perderlo todo en el último asalto, das gracias a los Ancestros de que nuevamente salieras con vida. La colosales figuras te intrigan y decides acercarte para verlas más fijamente, aunque eso sí, con sumo cuidado. Contienes la respiración y te acercas con cautela a la sombra ciclópea más cercana al camino. Es demasiado estática como para estar viva, pero entre lo que has vivido y lo que te han contado, sabes que el mundo está poblado por criaturas que no responden a lo que esperas de un ser animado.

Cuando estás cerca, respiras con alivio. Apoyas una mano en una superficie dura y fría. Es una pared en ruinas.

Roca. Piedra. Ruinas más antiguas que el tiempo. Es mi imaginación que se dispara. 

Mantengo la mano sobre la fría piedra, respirando un tanto inquieta. ¿Por qué? ¿Acaso hay algo peor que el látigo? Alzo la cabeza, estrecho la mirada, intentando penetrar las entrañas de la oscuridad y distinguir qué es exactamente esto, dónde estoy.

Estás intranquila, pero empiezas a recordar viejos relatos que escuchabas de pequeña. Estos muñones de piedra son vestigios del poder que antaño tuvo Zamora, cuando era un reino orgulloso y convencido de su superioridad respecto a sus vecinos hirkanios e hiborios. Los pueblos que se autoproclaman civilizados se desploman por el paso de los siglos y la podredumbre de su corrupción. Ahora Zamora es un reino en decadencia, hasta el punto que dicen que su rey pasa el tiempo borracho para eludir el temor que lo posee.

Decides que ya has dedicado demasiado tiempo a esas piedras, así que continuas por el camino.

¿Qué son? ¿Dioses, reyes, héroes? Testigos del poder del pasado, muestras gloriosas de un tiempo que no regresará jamás. Resultan impresionantes en su fría soledad.

El mismo escalofrío que siento, acompañado del mordisco del hambre y la sed. Tengo que moverme ya, acelerar el paso y encontrar cuanto antes refugio. 

Estoy cansada, sedienta y hambrienta. ¡Malditos chacales del desierto! Me arrebujo en mi capa y reinicio la caminata nocturna. 

Estás cabreada, tienes hambre y malas pulgas. Hace algo de frío, por lo que te arrebujas bajo la capa. No parece que en este lugar haya algo que valga la pena, solo viejas rocas. Se hace de noche y quieres encontrar algún sitio para poder pasar la noche. Caminas una hora más hasta que percibes a lo lejos que el cielo sin estrellas se torna amarillo, señal inequívoca de presencia humana. ¡Ya creías que ese camino no llevaba a ninguna parte! Aceleras la marcha y no tardas en ver campamentos desperdigados a ambos lados del camino, con las hogueras iluminando rostros que te ignoran. Forman racimos alrededor del camino y de la puerta de una ciudad amurallada.

¡Los dioses son caprichosos! Unos te quitan, otros te dan. Entrecierro la mirada y agudizo la vista, intentando ver mejor los detalles de las murallas que se perfilan en el cercano horizonte. Las llamas de las fogatas danzan en los muros grisáceos, altos y recios, a lo que me parece.

Se me quita el mal humor de súbito. Quién sabe, tal vez pueda conseguir algo de comer, tengo monedas, o esa gente sea hospitalaria. Sin duda esperan al amanecer y que se abran los portones de la ciudad para entrar. Para vender sus mercancías, para encontrar un trabajo. O fortuna.

Decido acercarme. Mi estómago me guía, mi sed me anima. Y con suerte quizás pueda dormir algunas horas al calor de una hoguera.

-Saludos, viajeros. Buenas noches -me aproximo, cauta, pero sonriendo amistosa- Mi nombre es Ntombi, nacida en los Reinos Negros. Estoy helada, ¿podría calentarme con vuestro fuego y alejar la soledad en vuestra compañía?

Estabas ya cansada de la caminata, era de noche y hacía frío. Además, por el rugido de tu estómago, sabías que podrías comerte un camello entero. Te fijas en uno de los campamentos más cercanos del camino. Sabes que en la lumbre debe de haber comida, ricos estofados, tal vez. Aunque no te fías mucho, decides acercarte a una hoguera donde ves a una familia apretujada ante el fuego. El cabeza de familia sostiene un espetón con trozos de carne ante la mirada atenta de su hija y su esposa.

Te aproximas a ellos y los saludas enseñando las dos manos. El hombre da el espetón a la mujer y se levanta.

-Buenas noches. ¡Quédese ahí!

El tipo te mira de arriba a abajo catalogándote para averiguar qué tipo de mujer eres.

Alzo las manos y mantengo una sonrisa neutra tirando a amistosa, ninguna actitud amenazante, para nada. A pesar de que mi aspecto, de alguna manera, siempre parece agresivo. Deben de ser mis genes y la naturaleza de mi tierra.

-Me robaron y llevo toda la noche caminando bajo la fría luna en este pedregoso y solitario páramo. No busco problemas -miro un momento hacia las murallas -¿Qué ciudad es esta?

El hombre te avalúa y al final decide dejarte acercarte. Te hace un gesto con la mano.

-"Está bien, acércate y toma asiento alrededor del fuego; hace una noche fría. Los caminos son peligrosos para una mujer sola." Dijo observando tu reacción.

Te acercas con la mejor de tus sonrisas, pero el hombre te mira aún receloso. Comprendes que es debido a la responsabilidad que tiene como padre. Te sientas enfrente de la hoguera, entre medias del hombre y de su mujer e hijo.

-"Esta ciudad es Hazor. ¿Estás herida? No veo rastros de combate en ti." Indagó.

Era raro que los bandidos dejaran ir sin más a una mujer bella... En el fuego, haciéndose lentamente, el espetón con algo de carne te hace la boca agua.

-Gracias -respondo con sinceridad mientras me acerco a la hoguera, aterida de frío. Me caliento las manos, sonrío a la mujer y al niño- ¿cómo os llamáis? Sois muy amables.

Me senté -Oh, dioses, que bien este calor...Me pillaron por sorpresa. Con todo pude defenderme, aunque me llevé un buen golpe en la cabeza. -me llevé la mano a la zona del cráneo afectada- Todavía me duele. Vaya, sangre seca, malditos chacales del desierto. -Alcé la vista a las sombras de la ciudad -Así que Hazor. Nunca oí de ella, soy muy del sur.

Los ojos se me van hacia la carne asada -¿Puedo..? -pregunté, sin querer pasarme con estas personas que me habían ofrecido su hospitalidad.

La mujer y el crío te miran recelosos, pero te contestan.

-Soy Almudena y este es nuestro hijo, Pepito. Debería de cuidarse esa herida.

Estás sentada alrededor de la hoguera, por lo que te calientas rápidamente. Tu estómago ruge con fuerza al ver y oler la carne asada. Ves como el hombre se levanta y se acerca a ti con el pedazo de carne humeante y un pequeño odre flácido. Extiendes las manos para coger aquellos preciados objetos, pero el individuo los retiene y te mira con expresión severa.

-Somos pobres, entienda que me tiene que pagar una moneda. Te dice serio.

Te parece un precio justo, así que le das el dinero y un minuto después tienes los ojos cerrados para saborear mejor aquella carne que te parece exquisita. Luego levantas el odre y dejas que un chorro de vino bañe tu boca reseca. Está caliente, pero te calma la sed.

-Muchas gracias, señor. No le voy a molestar más, pero me pregunto si tendría usted alguna espada o daga para venderme. Le comentas al tipo.

-Mmm... ¿Una espada, dice? Responde pensativo.

-Qué hambre. Me comería una vaca, jajaja -exagero, mientras mastico, resbala la grasilla por las comisuras de mi boca. El vino es malucho, pero ahora mismo sabe a gloria. La moneda es buen trato por la hoguera y cena. ¿Hasta dónde me puedo fiar de esta gente?

Bebo de nuevo, muerdo otra vez un buen trozo de la jugosa carne. -Sí, una espada. Necesito un arma. Para defenderme de esos viles ataques. Es un mundo cruel en el que vivimos. 

Se vive y se muere por el acero. Pero esto me lo guardo para mí.

El hombre te mira de arriba a abajo antes de volver a la hoguera. Habla con su esposa y luego rebusca en las alforjas de su mula. Lo observas con detenimiento y te alegras de ver que vuelve con una espada corta.

-Le puedo ofrecer esto. Te dice.

La coges con las dos manos y la examinas. Está desafilada y tiene unas cuantas mellas, pero no está demasiado oxidada. La empuñadura es sólida.

-¿Por cuánto me la deja? Le preguntas.

El hombre se mece la barba y pide dos monedas por ella.

Dos monedas. Pero esta espada es una birria. Menos que nada, claro. Por el Arallu, solo tengo cuatro monedas. La examino y la sopeso en mi mano, realizo algunos movimientos con ella. No está mal, pero muy cara para lo que es.

-Puedo darle una moneda. ¿Está de acuerdo?

Mientras se lo piensa, miro a sus ojos de manera amistosa, le devuelvo el arma. Y luego me termino la carne y el vino, entretanto observo otra vez, intrigada, hacia las murallas.

-¿Qué hay de esa ciudad? Hazor.

-¿Qué me puede decir de esta ciudad? Le preguntas, señalando las murallas que se levantan por encima de las casuchas, caravanas y tiendas de lona que se arraciman a ambos lados de la puerta fortificada.

-¿No ha estado nunca en Hazor? Te pregunta incrédulo.

-Es la primera vez que piso Zamora. Le respondes.

-¿Y nunca ha oído hablar de Hazor? Te vuelve a preguntar.

-No. ¿Por qué tendría que haber oído hablar de ella? Le dices algo irritada.

-Es la antigua capital del antaño esplendoroso reino de Zamora, antes de que entrara en decadencia y la corte se trasladase a Shadizar. Con el paso de los años, Hazor se ha convertido en un reclamo para quien pretenda perfeccionar sus artes de latrocinio. En pocas palabras, si desea convertirse en una persona experta en el arte de robar, ha ido a parar al lugar ideal. Por algo es conocida como la Ciudad de los Ladrones. Te cuenta bajando la voz.

-Una ciudad de ladrones... ¿Qué sentido tiene? Le preguntas.

-Eso, criatura, tendrás que descubrirlo tú. Mi familia... toda la gente que ve usted en este caravanal hemos venido a la feria que se celebra cada año por estas fechas. Durante cuatro días, Hazor es un buen lugar para mercadear... ¡Si uno tiene la suerte de que no le roben! Te comenta.

-Gracias por la información, buen hombre. Te despides.

Ciudad de ladrones, repito para mí misma entretanto me encamino hacia la puerta de Hazor. No tengo mucho para que me roben nada, esos malditos perros. Bueno, cuatro monedas. Todo mi tesoro. Hum. 

Me siento fortalecida después de haber comido y bebido, en forma, mucho mejor que un rato antes. Animada, con ganas de descubrir qué me depara el futuro, qué han preparado los dioses para mí. 

Un festival. Tal vez la oportunidad de encontrar un trabajo. Ayudando con las mercancías, de guardia, o de protección. Quien sabe.

Y así, con la sonrisa en la boca y el buche lleno, me aproximo a la entrada.

A medida que te acercas a la muralla, ves que la concentración de edificios en mal estado, algunos de ellos en ruinas, y de barracas, entoldados y carpas es abrumadora. El camino y sus ramificaciones laberínticas están llenas de gente de toda procedencia. Te llaman la atención los juegos de azar improvisados encima de cajones de madera, los buhoneros subidos a tarimas que proclaman a los cuatro vientos las bondades de sus quincallas, las rameras y prostitutos que se insinúan a los transeúntes. Uno con un entrepierna enorme te llama con el brazo. En medio de la marabunta, te cuesta avanzar.