Partida Rol por web

Te das cuenta de que en toda la taberna no hay una sola mujer y temes que te hayas metido en un establecimiento solo para verracos. Los tipos te miran enfadados y se van acercando.

-Vete de aquí ahora mismo, zorra.

De forma que hay segregación por sexos. Una ciudad hundida y anclada en el pasado. -¿Por qué diablos no lo ponéis en la entrada? Un anuncio bien grande.

No voy a comenzar una guerra. No tengo armas, estoy sola, me masacrarán si intento alguna cosa. Me darán una paliza, me violarán y terminarán por cortarme el cuello. 

Aunque lo de zorra...Bah. Solo son palabras de necios descerebrados.

-Me voy. No quiero cerveza con sabor a orines de macho en celo.

-Lo siento. No me había dado cuenta de que aquí las hembras no son bienvenidas. Disculpad mi ignorancia.

-¿No te has fijado antes de entrar, zagala? Te pregunta el oriental.

No sabes a qué se está refiriendo pero prefieres irte antes que preguntar. Te disculpas otra vez y sales. Afuera, alzas la mirada y ves que encima de la ventana hay unas letras pintadas en la pared que rezan 'El descanso del guerrero' e intuyes que se trata de un establecimiento para hombres homosexuales.

Deambulas por las callejuelas llenas de bazares y negocios de todo tipo, entoldadas de forma intermitente, con carne seca, verduras y frutas colgando de estacas y emparrados. Los gatos, perros, cerdos, cabras, gallinas y vacas comparten suelo con las personas, y todos emanan aromas apestosos que se mezclan de forma casi irrespirable. Por suerte, en pocos minutos te habitúas.

Un tanto furiosa me largo de la taberna de los coj.... Argggg. Estoy enfadada, con esos tipos y conmigo misma. Caminar una vez más sin rumbo me sosiega un poco, hasta que, vaya, los diversos olores y aromas me sorprenden y me hacen estornudar de pronto.

Mira por donde, sin proponérmelo, he acabado en la plaza de las especias.

No te cuesta encontrar la plaza de las especias. Está muy cerca de la calle principal que separa el Mazo del Distrito Comercial. Deambulas por entre los tenderetes multicolor que ocupan casi la totalidad de la explanada y el aroma de las especias te satura el olfato y te hace saltar las lágrimas. No entiendes cómo esta gente puede estar allí tan tranquila.

Al cabo de un rato de vagar por la plaza te cansas de no hacer nada.

Deambulas por las callejuelas llenas de bazares y negocios de todo tipo, entoldadas de forma intermitente, con carne seca, verduras y frutas colgando de estacas y emparrados. Los gatos, perros, cerdos, cabras, gallinas y vacas comparten suelo con las personas, y todos emanan aromas apestosos que se mezclan de forma casi irrespirable. Por suerte, en pocos minutos te habitúas.

Ya me he cansado de dar vueltas como una peonza. Estoy cansada, tengo hambre y sed de nuevo y ganas de dormir en una cama de verdad. Así que voy a buscar una posada, atendiendo muy bien a los letreros, que no quiero meterme de nuevo en un club "solo para men". 

Algo decente encontraré, eso espero. 

Veo un letrero al fonde esta callejuela. Allá que encamino mis pasos.

Te convendría descansar. Preguntas por una buena posada y te señalan un edificio destartalado que aún conserva algo del esplendor de antaño. Entras y pides el precio de una habitación con derecho a letrina y baño. Vale 10 monedas.

Deambulas por las callejuelas llenas de bazares y negocios de todo tipo, entoldadas de forma intermitente, con carne seca, verduras y frutas colgando de estacas y emparrados. Los gatos, perros, cerdos, cabras, gallinas y vacas comparten suelo con las personas, y todos emanan aromas apestosos que se mezclan de forma casi irrespirable. Por suerte, en pocos minutos te habitúas.

Si que es una ciudad cara. ¡10 monedas una noche!

-No me extraña que sea la ciudad de los ladrones -ladro, cabreada cada vez más, mientras me largo maldiciendo entre dientes.

-Coño, ¿y ahora qué? Pateo las calles hasta que mis botas me conducen a una nueva plaza, un cartel reza. "mercado de esclavos". Vaya asco. Eso me recuerda mi vida hasta hace poco. Me pone de mal humor. De pésimo humor.

Encuentras un mercado de personas esclavas en una plaza no mucho más grande que otras por las que has pasado. Te llama la atención un mercader iranistaní rechoncho y vestido de sedas de color chillón. Está encaramado en una plataforma de madera elevada, de pie ante una hilera de esclavas procedentes de diferentes naciones hiborias. Te acercas con curiosidad, aunque no está en tus planes comprar a nadie. Ya tienes suficiente contigo mismo. Te entretienes un rato viendo la subasta y luego te marchas.

Al irte tienes un presentimiento. Te giras bruscamente y ves un raterillo de dedos largos que está a punto de robarte. Le pegas una colleja profesional y echa a correr entre la muchedumbre. ¡Vaya con Hazor!

Deambulas por las callejuelas llenas de bazares y negocios de todo tipo, entoldadas de forma intermitente, con carne seca, verduras y frutas colgando de estacas y emparrados. Los gatos, perros, cerdos, cabras, gallinas y vacas comparten suelo con las personas, y todos emanan aromas apestosos que se mezclan de forma casi irrespirable. Por suerte, en pocos minutos te habitúas.

Maldita sea. Tengo poco dinero y encima me lo quieren robar. Hasta la ropa interior si me descuido. Estoy por largarme de la ciudad, y unirme a una de esas caravanas, probablemente es la mejor opción. 

Pero una vez más mis pies y mis paseos me guían de aquí para allá, mientras me digo a mí misma que debería armarme, una espada corta decente, un cuchillo. Tengo pocas monedas, quizá con algo de suerte y regateo pueda comprarla. A ver donde diablos hay una armería, que seguro en alguna callejuela la encuentro.

-¡Eh, chico! -paro a un jovencito que parece absorto en sus negocios- ¿Sabes dónde hay una armería por aquí cerca? Con precios ajustados si es posible -tuerzo la sonrisa, qué apurada que estoy.

Consciente de que vas mal armado, centras tu atención en las tiendas desperdigadas por los callejones del distrito, abarrotados de personas y animales de toda Hiboria. Ves que entran, salen, compran, juegan... sin importarles quién eres y por qué caminas con una cautela evidente. Al cabo de un rato sin encontrar ni una triste armería, te preguntas cómo puede ser posible que hayas contemplado trece prostíbulos y no encuentres dónde se arma la gente hazoria o cómo se llamen quienes viven en esta maldita ciudad.

No te gusta dar a conocer tus necesidades pero necesitas armarte, así que dejas tus principios a un lado y eliges a alguien al azar que te parezca de Zamora. Ves a un chico que tiene toda la pinta de ser autóctono.

-¡Eh, chico! ¿Sabes dónde hay una armería por aquí cerca? Con precios ajustados si es posible

El zamorio te mira sin desconfiar de ti.

-Sí, es posible...

-Me gustaría cambiar mis armas por unas nuevas y seguro que hay alguna armería por aquí cerca.

A la 145