Partida Rol por web

Todas las estancias que habían estado recorriendo hasta el momento tenían sus propias particularidades pero ninguna de ellas le había dejado a Syrid una impresión tan desconcertante, así como desagradable y temerosa, como el lugar donde se encontraban en aquellos momentos.

Una mujer los recibió, hermosa y maquillada de forma extraña a ojos de la norteña. Una mujer que no hizo ningún gesto amenazante contra ellos sino que simplemente se dedicó a girar una manivela. Syrid, con todo su cuerpo en tensión al no saber qué estaba sucediendo y precavida por lo que pudiera aparecer de pronto, observó sorprendida las imágenes que aquel aparato proyectaban, dándose cuenta que los monstruos que los atacaban en aquellas imágenes acabarían siendo reales pues una legión de asquerosos cuerpos avanzaban hacia ellos.

Y la mujer... La mujer se había convertido de repente en un engendro sin piel y sin músculos, sólo vísceras al aire que ahora intentaba atacar con rabia a Theodore. La belleza que había observado en ella ahora era sólo corrupción e inmundicia y, preocupada por su compañero antes de que la horda de zombis los alcanzaran, intentó golpear con su espada a la mujer convertida en un monstruo o un demonio venido del infierno.

Aquella mujer que los recibía parecía cortés, pero Theodore no confiaba en nada dentro de la torre. Con precaución se aproximó lentamente hacia la mujer, lo que fue un gran error. Cuando se encontraba lo suficientemente cerca, se percató, al igual que sus compañeros, que aquello que parecía una amable mujer no era más que un extraño cadáver viviente.

Iba a desenvainar su espada cuando la mujer se lanzó contra él. Aquello comprimía con mayor fuerza que una serpiente y olía mil veces peor. Entre la asfixia y las nauseas que sentía en ese momento trataba de mantenerse de pie y con sus manos luchaba por liberarse.

Druth se aferró con fuerza a su hacha de doble filo desde el primer momento en que vio a aquella bella mujer, sabiendo que si se encontraba en los dominios de Fu-Sei, no podía tratarse de alguien pacífico o de confianza.

Cuando la mujer finalmente reveló su naturaleza y se lanzó contra Theodore, el pelirrojo observó con horror cómo los intestinos de la fémina se enroscaban alrededor del cuello de su compañero y entraban por su garganta para asfixiarle, como si se tratase de una larga serpiente, mientras los colmillos se hundían en la carne del pobre Theodore.

Druth pudo ver cómo Syrid se aproximaba rápidamente a ayudar a Theodore, mientras los blanquecinos zombies empezaban a aproximarse también en su dirección. El guerrero supo que estaban en una clara desventaja, por lo que tendrían que acabar primero con la mujer si querían tener una mínima oportunidad. Por ello, esgrimiendo su enorme hacha, se lanzó contra la mosntruosidad que estaba atacando a Theodore y trató de hundir el arma en la cabeza de la criatura.

La criatura cortaba su respiración, sentía como su tráquea se hinchaba. Con sus manos sujetó algo que se sentía blando y viscoso y jaló de él. Pero todo era inútil. 

Cayó de rodillas gritando por ayuda, gritos que eran callados por la criatura entrando en su cuerpo, su cuerpo ya no resistiría mucho más.

Escuchó unos paso aproximándose a él, pasos cada vez más lejanos. ¿Todo terminaría allí? Eso creyó en aquel instante, antes de desvanecerse en la inconsciencia.

No supo cuanto tiempo pasó, pero un suspiro muy profundo le hizo volver en sí. Alguien había derrotado a la criatura que casi lo mata, se sintió agradecido y se disponía a dar gracias a sus compañeros mientras trataba de levantarse. Pero algo lo detuvo, unas grandes nauseas le invadieron y quitando su yelmo vomitó una extraña sustancia negra. a pesar de como se veía aquello, esto le hizo sentirse mejor.

Sus compañeros por primera vez pudieron ver su moreno rostro y notar las numerosas cicatrices que adornaban su cara. Su despeinado pelo negro y su pequeña barbilla le hacían parecer mas viejo de lo que era en realidad. Miró a sus compañeros y con un gesto con la cabeza les agradeció salvarle la vida. Para nuevamente tomar su yelmo y protegerse con él.

Era inútil, hiciera lo que hiciera Syrid no era capaz de alcanzar a la mujer que atacaba a su compañero y, por algún extraño motivo, daba la impresión que sus armas no le hacían nada a ella y que, por el contrario, si no se controlaba podía acabar con la vida de Theodore. Era una situación inesperada que Syrid nunca había vivido con anterioridad y el miedo comenzó a hacer presa en ella. Si fallaba podía matar a su compañero, algo que no soportaría y se recriminaría el resto de su vida, y acabar con la mujer no parecía se posible para ella.

Fue la inseguridad ante el fracaso de sus ataques, la frustración por ver que no tenían ningún efecto sobre el ser o simplemente un sentimiento de inutilidad lo que acabó consiguiendo que su brazo no respondiera a las órdenes de su cabeza. Por primera vez en su vida tenía miedo, un miedo irracional que nunca antes había sentido y, para colmo, sintió cómo su propia energía se iba agotando poco a poco e incluso llegó a notar un dolor físico en todo su cuerpo. Cómo era posible si el ser ni siquiera había mirado para ella era algo que Syrid no sabía, pero la debilidad era demasiado real para obviarla y, por unos instantes, sintió que sus andanzas por la Torre habían llegado a su fin tal era la perplejidad en la que se había sumido.

Druth se había lanzado sobre la criatura, hacha en mano, sin pensárselo dos veces para hacer todo lo posible para liberar a Theodore y salvarle la vida. Veía cómo aquella maléfica criatura estaba dejando a su compañero en muy mal estado, por lo que, lanzando un grito de rabia, descargó su hacha sobre la cabeza de la monstruosa mujer, logrando poner fin a su vida.

Solo cuando ya no quedó un hálito de vida en el cuerpo del monstruo, el pelirrojo se aproximó resoplando hasta Theodore, con todo el torso empapado por la sangre de la criatura a la que había derrotado. Observó entonces que tanto Theodore como Syrid se mostraban bastante afectados por lo sucedido. El primero por haber estado a punto de morir asfixiado y Syrid... Druth no comprendía qué le había sucedido a la norteña, pero podía notar que se hallaba bastante agotada.

-Resistid. No debe quedarnos mucho para llegar hasta el Duque -aseguró, muy convencido.

 Atrás queda el mar de cadáveres blancos, fríos, abotargados, cortados y desmembrados en mil pedazos con las máscaras rotas mostrando unos rostros torturados y encías cortadas y desdentadas. 

La habitación que se os abre es elegante y se encuentra bien amueblada, hay una cama baja sobre el cabezal del cual reposa una espada samurai de empuñadura de jade. Sobre una mesa baja hay un té humeante junto a pergaminos que poseen secretos prohibidos y frente a una pared un yelmo de aspecto demoníaco descansa en un soporte para armaduras vacío.

 Entonces la puerta del lado opuesto de la habitación se abre, y aparece una mujer tan solo cubierta por una toalla demasiado pequeña para tapar sus vergüenzas. Su piel es blanca como el marfil, está húmeda y deja ir un vaho suave, su pelo negro y empapado cae por detrás de una espalda tatuada y sus ojos son de un blanco espectral.

Sin embargo y pese a su apariencia, su sonrisa resulta de lo más cálida a vuestra entrada. Deja ver unos largos y muy delgados colmillos mientras inclina sus rodillas en una rápida reverencia, os mira a los ojos y algo tintinea en el cuarto

- Llegan a luchar
el mal deben derrotar,
lo traen ellos

Las palabras os dejan embutidos, atontados y la muchacha se acerca hasta el soporte de armaduras para coger el yelmo y colocárselo en la cabeza. Se acerca a la cama, gateando por ella os sonríe, su piel refleja la luz de las lámparas. Queda en el medio del catre de rodillas, con las piernas ligeramente abiertas y sin nada que las cubra, alarga un brazo y toma la katana entre sus manos desenvainándola despacio y dejando ver una terrorífica hoja del mejor acero azul.

Tiempo de guerra
Ha de buscar el sentido
No tienen tiempo

¡Hechizos! ¡Os está embrujando! Vuestras cabezas se sacuden y vuestras armas aprietan las empuñaduras, en vuestra cabeza la voz que os empuja en las situaciones de mayor supervivencia grita desesperada y arrinconada, no la escuchéis, ¡matadla! Sin embargo, este ser no parece peor combatiente que hechicera.

Cuando acceden a la siguiente habitación, los héroes contemplan a una nueva mujer, que en esta ocasión únicamente se hallaba cubierta por una pequeña toalla y que exhibía unos largos colmillos que dejaban a la vista que no se trataba de una mujer común. Era otro de los monstruos que custodiaban las estancias del Barón Fu-Sei.

Sabiendo que se trataba de un oponente probablemente bastante poderoso, Druth echó mano de una de sus pociones para darle un largo trago hasta bebérsela por completo. Sintiendo que sus heridas desaparecían, el guerrero de cabellos rojizos tomó su varita mágica y, agitándola, descargó un rayo en dirección a aquella nueva maléfica criatura.

En cuanto vio a la mujer entrar en la habitación, Theodore levantó su escudo en señal de precaución y luego de ver como la misteriosa dama se movía en busca de su espada, no dudó en avanzar en su dirección.

Corrió tan rápido como sus piernas se lo permitieron y aunque aún se encontraba aturdido por el encuentro anterior no mostró ninguna pizca de duda en su actuar.

La nueva habitación a la que entraron era sobria y, en esa sobriedad, residía una tranquila hermosura. Syrid observó con precaución, pero también con mucha curiosidad, los objetas que se veían a simple vista, desde el té humeante o los pergaminos hasta la hermosa espada que reposaba en la cama. Y al igual que hermosa era la habitación también lo era la mujer que apareció apenas cubierta por una pequeña toalla, a pesar de sus colmillos y sus ojos en blanco. Hermosa y sensual como las palabras que su boca dejó escapar.

Syrid la vio moverse gateando sobre la cama en busca de su espada y, de alguna forma, presintió el peligro que los acechaba. Con gran esfuerzo movió su cabeza alejando el embrujo en la que aquella mujer los estaba sumiendo y consiguió reaccionar al ver a sus compañeros preparándose para el combate. Imitándolos, ella preparó su arco manteniéndose alejada de la mujer que conseguía hechizarla de tal forma que a punto había estado de dejarla paralizada.

Druth no permaneció ileso durante mucho tiempo. El guerrero pelirrojo intentó atacar a aquella diabólica mujer con su hacha, pero la criatura mostraba una rapidez y reflejos que el gaitero estaba muy lejos de alcanzar. Ni siquiera tuvo oportunidad de alcanzar con su hacha, sino que la contundente arma quedó clavada en el suelo. El monstruo se abalanzó sobre Druth con brutalidad y le dio una fuerte dentellada entre el hombro y el cuello, hundiéndole los colmillos sin compasión.

Tendido en el suelo y sintiendo cómo aquella mujer estaba arrebatándole la vida, Druth percibió cómo las pocas fuerzas que le quedaban comenzaban a abandonarle y su vista incluso comenzaba a sumirse en la oscuridad. El hombretón no llegó a saber qué le sucedió, pero a pesar de la gravedad de sus heridas, su oponente no le remató, sino que se giró para enfrentarse a otro de sus compañeros, dejando en paz a Druth.

Para cuando el guerrero volvió en sí, incorporándose con ciertas dificultades y posando una mano sobre su hombro herido, observó que Syrid también había sido herida durante el enfrentamiento, mientras que Theodore había sido quien se había encargado de destruir a aquella maligna criatura.

Syrid se sentía muy frustrada. Desde que había entrado en aquella maldita torre su arco no había servido absolutamente para nada. Ella, que estaba considerada una de las mejores arqueras de su tierra, no había sido capaz de dirigir con precisión una sola flecha desde el mismo instante en que había puesto un pie en aquel lugar. Por suerte aún le quedaba la espada que, aunque no era tan buena con su manejo, le había servido mucho mejor que su adorado arco.

Mientra veía a Druth caer, la norteña no paró en disparar sus flechas sobre aquel engendro que, en un momento determinado y sin saber cómo, había conseguido llegar hasta ella y herirla. Syrid sintió una fuerte punzada en el hueco que formaba su hombro derecho y su cuello y, notando cómo su energía se desinflaba por momentos, no pudo sostener por más tiempo su arma lo dejó caer de sus manos. Un enorme cansancio la invadió haciendo que su cuerpo cayera al suelo desde donde pudo ver cómo el pelirrojo parecía recobrarse y cómo Theodore, con una eficacia mortal, conseguía dañar al ser.

Syrid recordó que aún le quedaba una de sus pociones así que, con gran esfuerzo, la sacó de uno de sus bolsillos y la tomó esperando sentirse lo suficientemente mejor para volver a ponerse en pie. Poco a poco sintió una calidez recorrer todo su cuerpo hasta que tuvo las fuerzas y la energía suficiente para volver a la acción.
 

La criatura era muy rápida y pareció que o ignoró por completo cuando Theodore se le acercó. Se giró y vio como su compañero era brutalmente atacado.

Corrió en su dirección, pero la velocidad no era su fuerte. Y para cuando ya se encontraba próximo a ella, la criatura, en un gesto de desprecio hacia ellos, dejó a Druth mal herido para ir tras la arquera, que de seguro era una molestia por las constantes flechas que lanzaba.

Theodore se sintió furioso, no solo porque la criatura lo ignoraba como si no fuese una amenaza, sino que , además, por los acontecimientos vividos recientemente.

Alzó la vista y contempló como la bestia desarmaba a su compañera. No podía dejar que muriera. Sin sabe como, tomó impulso y dio un brinco con el escudo en frente e impactó de lleno sobre la criatura, que salió disparada unos metros. Aturdida se sacudió y lo miró dispuesta a atacar.

Ignoró todo a su alrededor y con la espada en alto se lanzó al ataque. La criatura era veloz, mucho para él. Lanzaba espadazos que eran esquivados fácilmente. Pero la criatura cometió un grave error al atacar con su katana. Atacó desde arriba y Theodore aprovechó esto para apoyar su escudo sobre el vientre y estómago de ella, y con un fuerte giro, lanzarla sobre su cabeza dejándola aturdida sobre el suelo. Avanzó y con un corte limpio la decapitó.

En cuanto se finalizó el combate un ambiente enrarecido quedó como protagonista en la sala. ¿Era por fin la tranquilidad después de aquel combate que casi pone vuestra vida en juego?

Dedicasteis unos minutos en observar a vuestra enemiga caída. Os disteis cuenta que tanto su arma como su yelmo ahora no tenían propietario... pero lo más curioso era comprobar como el propio corazón de vuestra contrincante rebosaba un aura de magia, mantenerlo a vuestro lado os imbuiría de una energía contagiosa.

Teniendo en cuenta todo lo que aún nos quedaba por delante, haceros con aquellas reliquias podría marcar un antes y un después...

Tocaba seguir avanzando, el final estaba más cerca de lo que creíais. 

Druth observó la espada, el yelmo y el mágico corazón de la criatura a la que acababan de derrotar. Lo hizo en silencio, agachado, como si necesitara mirar detenidamente para saber cuál de los tres objetos debía escoger.

Tras un largo minuto, el guerrero pelirrojo extendió una de sus enormes manos y agarró el grotesco yelmo que había portado hasta entonces la diabólica mujer.

-Pa' mí -dijo solamente Druth, forzando un tono grave, mientras recogía el yelmo y se lo colocaba sobre la cabeza.

Cuando todo terminó sólo quedaba de la mujer su arma, su yelmo y, por extraño que pudiera parecer, su corazón. Syrid se quedó mirando el órgano con una mezcla de asco y fascinación mientras veía cómo Druth cogía el casco y se lo ponía. La norteña quedó dudando sobre qué elegir ella, por una parte cargar con un corazón no le parecía algo muy apropiado pero espada ya portaba y llevar tantas armas encima sólo conseguiría volverla más lenta, menos ágil.

Seguía dudando, pero la atracción que ejercía aquel corazón era demasiado grande y, sin ocultar cierta repulsión, lo cogió y lo envolvió en una de las ropas de abrigo que portaba ya que  en el interior de la torre hacía menos frío que en su tierra.

—Espero que tarde en descomponerse —murmuró para sí pensando en que, en cuanto comenzara a pudrirse el hedor sería insoportable.

Luego de acabar con la mujer, Theodore observó como su yelmo, su espada y su corazón quedaban a merced de ellos. Fue su compañero el primero en tomar uno de estos objetos, luego su compañera hizo lo mismo. Dejandole a él la extraña espada.

En lo personal, no necesitaba otra espada y por la forma en que combatió la mujer, de seguro al ser delgada y delicada, no se adaptaría a su forma de combate. También, la orden prohibía saquear cadáveres, por lo que nunca lo había hecho. Sin embargo, si la dejaba atrás, algún enemigo la podría utilizar contra ellos en algún momento y si alguno de sus compañeros moría por ello, no se lo perdonaría.

Así que tomó el arma y la dejó sobre su espalda.

Al abrir la siguiente puerta corredera empezáis a sentir calor, pero tan solo es una especie de vestidor con una puerta sucesiva inmediatamente después, ésta da a un segundo vestidor lleno de toallas húmedas y vuestros pulmones se humedecen con los vapores que empiezan a entrar dilatando vuestras fosas nasales, de nuevo una puerta sucesiva. 

Esta vez da a parar a una sala tan larga que el final tan solo se adivina por las tenues luces flotantes. Una gran piscina ocupa casi la totalidad de la sala, con unos escalones que bajan para poder acceder sin tropiezos. A la luz de las luces no parece profundo y está a la temperatura perfecta para entrar y darse un baño. Lámparas de papel flotan sobre la superficie del agua por toda la piscina dándole un ambiente íntimo, sin embargo, no bajáis la guardia ni por un solo momento.

A regañadientes, y sin ninguna otra opción que pasar por la piscina os sumergís por ella, ésta os cubre hasta más arriba del muslo pero no habrá más impedimento para llegar hasta el otro lado. Las armaduras os pesan en este ambiente de vapores de hierbas, pero avanzáis con paso firme sin perderos de vista entre vosotros.

Una burbuja en algún lugar de la piscina...

Luego otra.... ¿Algo se acerca? Os ponéis en guardia, en un círculo defensivo. Pero nada se avecina y sin embargo cada vez son más las burbujas que aparecen.... pronto la piscina entera se ha convertido en una gran olla

¡¡Y VOSOTROS SOIS EL PLATO PRINCIPAL!!

Estáis justo a mitad de camino y se puede ver la puerta, la piel de vuestras extremidades inferiores se retuerce sobre sí misma en jirones adheriéndose a la ropa y armaduras y entre gritos de dolor avanzáis a toda prisa hasta que Druth, que va en cabeza nota que da un paso en aguas frías... más densas... más ácidas... ¡¡más gelatinosas!!

A vuestro alrededor, como un banco de medusas, se han arremolinado un banco de cienos verde-azulados que bajo las sombras y los reflejos de las lámparas acuáticas se os han echado encima... no hay escapatoria posible, queréis salir de aquí, pero sed valientes. Nadie debería quedar atrás.