Partida Rol por web

Druth vio que su compañero Theodore había conseguido cercenar una de las manos de la hechicera. "Si se la puede herir, se la puede matar" se dijo el pelirrojo, para sus adentros, y no vaciló ni un instante en lanzarse con un alarido sobre la joven elfa, decidido a hundirle de lleno su hacha de doble filo.

El arma del hombretón se clavó con fuerza en medio del pecho de la hechicera, alcanzando también el collar de rubíes que portaba alrededor del cuello y destrozándolo por completo. El sonido de las piedras preciosas impactando contra el suelo mientras se desprendían del collar se escuchó en toda la estancia, a la vez que Druth extraía el hacha del pecho de la hechicera, presionando el arma con todas sus fuerzas.

La elfa se hallaba ya muy malherida. La herida hubiera resultado prácticamente mortal para una criatura normal, pero aquella hechicera parecía ser demasiado poderosa para morir fácilmente. Druth dirigió una mirada a Syrid, indicándole que era el momento oportuno de que ella rematase a su oponente.

Una vez se demostraba la inferioridad con la que Syrid atacaba respecto a sus compañeros. Ellos habían conseguido acabar con la elfa a golpe de espada y hacha mientras que ella, con las manos temblorosas y la cabeza embotada, había errado un par de flechas que, ya que no habían dado en la mujer, por lo menos no habían conseguido herir ni a Theodore ni a Druth.

Con las primeras heridas que infligieron, Syrid comenzó a notar que el sopor en el que estaba sumida poco a poco iba desapareciendo y cuando Druth la miró, volvió a colocar una flecha en su arco y esta vez sí consiguió acertar, acabando por completo con la vida de la elfa y, de esa forma, la norteña consiguió vengarse por todo el dolor y el horror que habían hecho a esas mujeres cautivas.

La elfa agoniza debido a extensas heridas. En un último esfuerzo exclama:

 - El barón os atrapará, perros. Me vengará, arrancará vuestra carne y vivos, dejará huesos y nervios al descubierto. Viviréis ciegos, mudos y sordos en un vasija por el resto de vuestras miserables vidas -

 Al morir, sus rasgos repletos de odio se suavizan. Una plateada lágrima surca por ultima vez la suave curva de   su rostro.

Con la llave que la elfa llevaba al cuello, abrís la puerta que hay tras los enormes harenes. Todas las mujeres lloran y gritan, histéricas, pero pronto las dejáis atrás. Avanzáis por un corredor de piedra circular durante una hora, en completo silencio, hasta llegar a una escalera metálica que avanza hasta alturas desconocidas.

La elfa había exhalado su último aliento y, con su muerte, desaparecía la última amenaza a la que los héroes de la Rosa de los Vientos se habían enfrentado. Druth estaba seguro de que no debía faltarles mucho para encontrar las dependencias privadas del Barón Nalnwalme y, si en efecto no este no se encontraba en la Torre Infinita, como les había dado a entender su fiel concubina, podrían ascender a los dominios de otro de los Barones.

No obstante, Druth no quería dejar allí a las concubinas esclavizadas de Nalnwalme, por lo que, armado con su hacha de doble filo, se aproximó hasta ellas para tratar de liberarlas de sus cadenas, una por una. Las mujeres estaban aterrorizadas cuando ellos habían llegado, aunque prefirió no bajar la guardia por si acaso. No descartaba que las féminas se encontrasen tan traumatizadas por las torturas de Nalnwalme que fueran capaces de atacar a cualquiera que tratase de aproximarse a ellas.

La bruja yacía muerta en el suelo. Cada vez se encontraban más cerca del barón. Theodore vió como su compañero intentaba liberar a las prisioneras, sin embargo, ¿Sería la mejor opción? Aquellas pobres mujeres debían de llevar mucho tiempo encerradas quien sabe que les hicieron u obligaron a hacer. Quizás la mejor alternativa era acabar con su sufrimiento, tal como se hacía en las batallas con los heridos de gravedad, para evitarles un sufrimiento mayor.

Con el que creía ser el último obstáculo hacia el barón eliminado sólo quedaba avanzar aunque, al ver el movimiento de Druth intentando liberar a las mujeres, Syrid se quedó inmóvil en su sitio, desviando la mirada del cuerpo de la elfa hacia las prisioneras. Ya había visto la alteración en sus gestos y sus miradas cuando habían intentado acercarse a ellas al entrar en aquella estancia, como si tuvieran miedo de la libertad que les estaban brindando, pero la norteña esperaba que, ahora que su carcelera se había ido para siempre, aceptaran la segunda oportunidad que se les estaba dando. Aunque, ¿tendrían algún lugar al que ir? ¿Alguien las estaría esperando?

—Te ayudo —dijo mientras se dirigía a las mujeres para liberarlas, intentando no pensar en todo el sufrimiento que aquellas pobres desgraciadas habrían tenido que pasar—. Espero que éste fuera el último obstáculo para llegar al barón... Tenemos que acabar con toda la podredumbre de esta Torre —con cada mujer que soltaba la rabia crecía en el interior de Syrid, traspasando incluso al tono de su voz.

A medida que ibais liberando a las jóvenes, éstas gritan de dolor. Sin entender en un principio el porqué, al cabo de los instantes iban cayendo muertas de forma fulminante. Un zumbido sordo, de origen sobrenatural, os atenaza mente y cuerpo. Solo la heroica fuerza que poseéis os salva de seguir el mismo destino que aquellas mujeres.

Hay un mensaje claro: Las chicas o son del Barón o no son de nadie.

Druth apenas daba crédito a lo sucedido. No sólo no habían podido salvar a aquellas mujeres, sino que sentía que habían estado a punto de quedar ellos mismos en similar estado a ellas. Las pobres mujeres habían sido ejecutadas por la magia negra que envolvía aquella estancia, y el gaitero pelirrojo sabía que no había nada que se pudiera hacer por salvarlas.

En otras circunstancias, tal vez habría entonado una triste melodía, pero estaba agotado, cansado y se sentía más débil que antes, como si su acción hubiera mermado sus fuerzas. Le hizo un gesto de mano a sus dos compañeros y decidió seguir avanzando, en dirección a las estancias que pertenecieran al siguiente Barón.

La sorpresa y el miedo invadieron a Syrid cuando, una vez liberadas las mujeres, éstas cayeron muertas confirmando de esa forma su temor a si sería buena idea liberarlas aunque, en su fuero interno, sabía que debían intentarlo. Quizás sus cadenas estuvieran encantadas para mantenerlas con vida o quizás simplemente al desaparecer la magia de la elfa y, con ella, la del barón, habían muerto independiente de estar prisioneras y libres. Seguramente esa era la explicación ya que incluso Syrid sintió el poder que a punto había estado de acabar con su propia vida.

Pero no había tiempo de lamentaciones, debían continuar un poco más si querían conseguir su objetivo. Ya habían vencido la magia y la locura de dos barones, pero aún les quedaban más y no podían flaquear. Lo que sí le extrañó fue comprobar que Druth, en esa ocasión, no había cogido su gaita para rendir algún tipo de homenaje con su música, algo a lo que Syrid ya se había acostumbrado y que, ahora que no lo escuchaba, lo echaba de menos.

—¿Ya no tocas tu instrumento? —Le preguntó colocándose junto a él mientras seguían avanzando por el interior de la Torre.

Theodore ayudaba a liberar a las prisioneras cuando estas se desplomaron en el suelo ya sin vida. En cierta forma se sitntió aliviado, lo que aquellas mujeres habían sufrido solo les podía ser curado con la muerte. Respiró aliviado, pero algo en su interior le indicaba que ocurría otra cosa. Sus fuerzas fueron mermadas y sintió como sus musculos se aflojaban.

Para cuando se recompuso, sus compañeros ya le llevaban varios metros de adelanto, por lo que rapidamente se puso en marcha silencioso como siempre.

Los aventureros llegaron a una puerta de doble hoja de madera maciza con un par de hermosas y antiguas vidrieras. Ambas tenían un cartel colgado. Uno era un pequeño cartel que ponía "Empujar" en letras negras sobre fondo blanco y el otro algo más grande ponía "Cerrado" en letras negras sobre fondo rojo.

Los héroes tomaron el picaporte de la puerta de la izquierda y empujaron. No parecía estar cerrada pero sí que parecía haber algo que impedía abrirla. Haciendo fuerza entre los tres lograsteis hacer que la pesada puerta cediera, dándoos acceso a la estancia.

Cuando consiguieron abrir la puerta un terrible sonido les hizo dar un respingo:

Entonces una descarga de rayos golpeó al primero de los héroes en pasar, que en este caso fue Theodore, y su kit de aventurero quedó completamente carbonizado e inservible.

Sin más peligro aparente el resto atravesaron la puerta sin sufrir más consecuencias y por culpa del viento la puerta se cerró de un golpe sumiéndolos a todos en una horrible oscuridad antinartural.

Habían llegado ante unas puertas que, con toda seguridad, les darían acceso a los nuevos dominios de algún otro barón, pero como siempre sucedía en esa Torre, no lo iban a tener nada fácil. Los carteles que colgaban de la puerta parecían no tener demasiado sentido ya que, no sin bastante esfuerzo, al final consiguieron abrirla. Sin embargo, el fuerte ruido de campanas y los rayos que cayeron sobre ellos, en especial sobre Theodore que se llevó la peor parte, lograron que Syrid se quedara paralizada en el sitio durante unos instantes.

—¿Estás bien? —Le preguntó a su compañero al ver cómo salía humo de algo que llevaba encima.

Justo en el momento que todos por fin decidieron traspasar la puerta, ésta se cerró con un fuerte golpe sumiéndolos en una oscuridad que no parecía ser normal, pues los ojos de Syrid, después de varios segundos, eran incapaces de acostumbrarse a las sombras.

Druth se encogió de hombros ante la pregunta de su compañera Syrid. Haber visto la ejecución sistemática de aquellas pobres mujeres lo había deprimido, por lo que el silencioso gaitero no parecía dispuesto a tocar de nuevo su gaita. Ni siquiera como una forma de luto a las fallecidas. Tenía la sensación de que tendría que reservar sus fuerzas para lo que estuviera por venir. Habían superado las estancias de dos de los Barones, pero tal vez lo peor aún estaba por venir.

Los héroes habían conseguido abrir la puerta que daba acceso a los dominios de aquel nuevo Barón al que iban a enfrentarse, pero el recibimiento resultó en la absoluta destrucción del kit de aventurero de su compañero Theodore, quedando totalmente inversible. Era una suerte que el héroe hubiera logrado salvarse a aquella descarga de rayos. Druth respiró aliviado de que no le hubiera tocado a él.

Sin embargo, en ese momento la puerta se cerró de improviso a causa del viento, y el trío de héroes quedaron sumidos en la más absoluta oscuridad, lo cual al pelirrojo le resultó un tanto extraño. ¿Tal vez el nuevo Barón dispusiera de hechizos o criaturas para crear una oscuridad tan completa?

Y entonces Druth hizo algo que no hacía desde mucho tiempo: Habló. No porque no tuviera la capacidad de ello, ni porque estuviera impedido de alguna manera, sino no le agradaba demasiado el timbre de voz que poseía.

-Hay puertas que deberían quedar siempre cerradas -declaró, con una voz bastante atiplada, sobre todo teniendo en cuenta que se trataba de un imponente hombretón que rondaba los dos metros de altura.

Theodore estiraba sus musculos luego de abrir la puerta, cuando oyó un estruendo y una gran descarga llegó hasta él. Solo vió una fuerte luz azulina que lo segó unos instantes mientras su cuerpo vibraba al completo. algo pareció atraer la descarga y más tarde se daría cuenta de que su set de herramientas fue el culpable. 

Luego,  se palpó las extramidades comprobando si había daños, para su suerte no los había, solo fue un susto y respiró aliviado. Escuchó que su compañera le preguntaba algo y aún conmocionado solo atinó a asentir a la vez que tomaba en sus manos la humeante y chamuscada bola de metal.

La habitación era muy oscura y en cuanto la puerta se cerró tras ellos, lo fue aún más. Si su yelmo le dificultaba ver en algunas ocaciones, estar en una habitación con nula iluminación no ayudaba en nada.

Al entrar escuchasteis un "click" y sentisteis como el suelo que había bajo vuestros pies desaparecía.

Con aquella oscuridad era imposible saber dónde ponían los pies y, justo en el momento en que Syrid iba a atraverse a avanzar escuchó un sonido que le dio muy mala espina. De repente notó cómo el suelo desaparecía y, con rápidos reflejos, intentó encontrar cualquier punto de apoyo para no caer a saber dónde.

Respirando con dificultad y con el corazón golpeándole con fuerza contra el pecho, la norteña tenía todos sus músuclos en tensión intentando no caer. Necesitaban luz, saber qué estaba pasando, por dónde podían avanzar y, lo más importante, qué otros peligros les aguardaban.

Al oírse ese click y percibir cómo el suelo sobre el que se hallaba a sus pies desaparecía, Druth trató de asirse a cualquier punto de apoyo en el que poder sujetarse. No sabía qué era lo que sucedía, pero no le cabía duda de que estaban atravesando los dominios del Barón más peligroso hasta ahora.

No sabía cuál sería el estado de sus compañeros en aquellos momentos pero, con suerte, encontrarían la forma de disipar la oscuridad que se había extendido por la habitación para continuar avanzando. Aunque en esos instantes la oscuridad era el menor de sus problemas.

En cuanto se escuchó el sonido, Theodore se alertó. Sin embargo, no reaccionó hasta unos instantes más tarde, cuando ya comenzaba a caer. Para su suerte, se encontraba cerca de lo que pensaba era una pared y sin dudarlo se trató de aferrar a ella buscando algún sobresaliente. Por suerte logró encontrar uno a tiempo, pero ahora era otro su problema, pues el peso de su armadura y el cansancio poco a poco mermaban sus fuerzas. No sabía cuanto tiempo aguantaría y peor, tampoco conocía si sería capaz de moverse por la pared en ese estado.