Partida Rol por web

-Ya veo. Son unos malditos busca-problemas, pero confiemos en que un día encuentren uno de verdad. Y en que ese día llegue más pronto que tarde- contesta Comadreja echando una mirada hacia Lester y los suyos.- Quizás alguno de los conjuradores o espadachines que se ven esta noche por aquí se animen a hacerlo- deja caer el halfling inocentemente.- Pero no permita que le afecte tanto. Le veo algo nervioso esta noche.- Otro comentario inocente.- Por mi parte bien. Salí a dar un paseo con mi buena mula. Un rato agradable, pero ya apretaba el apetito y tocaba volver a por una buena cena. Pero bueno, solo quería saludarle y ver que tal iba todo, aprovechando que me venía a la barra a comer.

Se le ve nervioso y acaba de hablar con el conjurador. ¿De qué irá todo esto? A ver si suelta prenda...

- Le digo que acepto de muy buena gana, y se lo agradezco - le estrechó la mano a la oronda mujer con una ancha sonrisa, al final no tendría que pagar los lujos de esta noche- Pero si me permitís querría calmar mi estómago antes de comenzar con un poco de ese guiso que huele de maravilla. Y así también podré fijarme en el tipo de público que se reúne hoy en tan encantador lugar y escoger el mejor espectáculo para entretenerles, ¿Le importa?

De pronto abrí los ojos y me encontraba exactamente donde estaba antes de cerrarlos. La posada persistía en su bullicio indolente, el señor Pintarrota me miraba esperando una respuesta... y sin embargo mi cabeza parecía acabar de despertar de un sueño. Aquello no tenía sentido, era la misma sensación ajena que sentía alguien que experimentaba un videatur prius por primera vez. No tuve más remedio que asumir que aquello se escapaba a mis fueros, enmudecer mis sentidos y reasentar mi memoria. Olvidé aquella sensación tan rápido como había aparecido, junto al presentimiento de que volvería a pasar... "¡Trasgos!"

Miré al enano con nuevos ojos. La conversación había pasado de jocosas trivialidades a un asunto serio e inesperado. “La banda de Trasgos”. Este venerable soldado sabía acerca de ellos. La persona más inesperada de toda la posada, con su mirada llorosa, y que yo creía centrada en su desdichado pasado, poseía unas noticias que me eran preciosas. Sentí un calor en mi corazón ¿Sería posible que gracias a mi animosa conversación, de haberme sentado a su lado y acompañar al pobre viejo, se me hubiera reportado una recompensa divina? Abracé mi toisón por debajo de la ropa y agradecía a la Justicia su soplo de esperanza. “Estoy por el buen camino”.

-Maese enano, sin duda esa es la banda que estoy buscando. Huían hacia el Oeste desde los bosques que rodean Ederdoom allá por el invierno. Temía que fuese demasiado tarde para alcanzarlos dentro de las fronteras de la Liga. Pero sus palabras hacen retornar la esperanza de nuevo a mi. No calle ahora. ¿Qué sabe de la banda? Hable, se lo ruego.

El señor Moginie responde a tu comentario sobre espadachines y lanzaconjuros con un encogimiento de hombros y un mohín, como desestimando la posibilidad: no parece que confíe mucho en el altruismo de la gente. También se alegra (excesivamente) de que pasaras un buen día y te agradece (excesivamente) el detalle de haber venido a saludarle. Tratas de adivinar si oculta algo, pero parece que lo que te ha dicho es cierto, y lo cierto es que esos problemas parecen suficientes para justificar su nerviosismo. Pero entonces...

—Oiga, señor Comadreja... —comienza, titubeante, muy nervioso—. Usted es un buen hombre, un amigo del Candil, pero también es un hombre de mundo, ¿no? —No sabe cómo seguir.— Verá... Ay, a ver cómo lo digo... Es que unos socios... unos socios y yo... —Gira la cabeza brevemente hacia la pareja formada por la mujer de pintas raras y el gnomo.— ...estamos buscando a un... un... —Se lame los labios, te vuelve a mirar.— Un dungeonista... Un trampista, concretamente.

La mujer te devuelve el apretón con visible satisfacción, quizás porque no ha tenido que regatear contigo como con todos los demás artistas con los que ha lidiado a lo largo de su vida.

—Por la cena no se preocupe, señorita, que ahora le llevo yo un cuenco y algo de beber —te responde—. Lo de entrar y cenar dentro, por supuesto que puede hacerlo, pero creo que Laffite está a punto de terminar y... —Titubea.— Bueno: yo no sé mucho de estas cosas, ¿sabe? Pero creo que si se da prisa en empezar puede aprovechar que el público está ya animado... ¿Entiende? En el cobertizo —continúa, señalando la caseta anexa a la posada—, que es donde usted y Laffite dormirán (no se preocupe, es un buen hombre) y donde puede dejar sus cosas, hay una puerta que da justo a la tarima donde va a actuar: por ahí puede asomarse para ver la sala y puede prepararse rápidamente. —Mira con una sonrisa hacia Poggue.— Por supuesto, su amiguito puede ir con usted... ¿Qué va a tomar, por cierto?

El viejo guerrero enano te escucha atentamente mientras toma un largo trago de su cerveza. Asiente cuando mencionas tu información de Ederdoom, pero notas como su mirada cambia de curiosa a extrañada a medida que le hablas. Cuando agarras tu toisón, incluso a través de las ropas, notas algo así como un cálido latido. Al enano no le pasa desapercibido tu gesto.

—Khrreo que no entiendo, señorr Lamtius... ¿Khierre desir que anda de fertat trras de los Crrasiosos? —Ahora su extrañeza pasa a ser incredulidad—. ¡Porrque sique entonses un rrastrro muy frrío! La última fes que alquien fio a los Craciosos foe husto después de que pasarran serrca de Eterrtoom, ¿entiende? A prrinsipios del infierrno... —Parece que va a seguir contándote cosas de los Graciosos, pero entonces se muerde la lengua y se queda pensativo unos instantes.— A no serr que sepa algo quie io no sé, señorr Lamtius...

La incredulidad ha dado paso a la sospecha: el hecho de que estés buscando a los trasgos tanto tiempo después del último avistamiento le pareció en un primer momento algo absurdo, pero parece haber comenzado a pensar de otra forma. Ahora es él quien quiere información.

-Le escucho- se limita a responder Comadreja.

Moginie te mira un tanto perplejo al principio, pero al momento reacciona, dándose cuenta de que no se ha explicado bien.

—Eh... Sí... Sí, verá: le comento esto a usted porque sé que viene del este, no sé si de Las Cheins o de otro lugar, pero... en fin... —Traga saliva.— Es obvio que es de una gran ciudad y... Es decir, que por lo tanto... —Resopla, se seca algo de sudor de la frente con la manga—. Sé que no tiene por qué ser así, pero he... he pensado que usted... usted... Usted no conocerá a algún trampista, ¿verdad? —Pausa.— Uno que me pueda recomendar, quiero decir.

“¡Diablos! No hay pistas nuevas desde hace medio año!” Era casi imposible que hubieran pasado la frontera esquivando pueblos y campos sin asaltar ninguna granja o ser vistos por alguien... ¿Habrán muerto? ¿Capturados? Entonces habría noticias de su fin. Quizá se mataran entre ellos, no es poco probable que eso sucediera… también se habrían podido dividir en bandas más pequeñas…. O han abierto la Urna... Entonces ya sería demasiado tarde: nadie podría encerrar de nuevo a la Reliquia…. Bueno, en realidad cualquiera podría meter la Reliquia en la caja y cerrarla. El problema era que no te importase mucho que siguiera viviendo para la hora de la cena. O al menos eso es lo que contaba la tradición de Soto del Pantano.

-Maese Pintarrota, -le respondí con un matiz de tristeza ante las malas noticias- no le he dicho mentira alguna. Por supuesto tampoco le he dado ningún motivo para confiar en mi y no se lo reprocho. Estaba buscando a esos trasgos  porque robaron una reliquia de gran valor para mi pueblo, y si he tardado tanto en comenzar la búsqueda…  ha sido porque la cobardía y la necedad me nublaban los ojos, –de nuevo los recuerdos- pero ya no más. Ningún crimen debería quedar sin castigo, ¿no cree? -Devolví mi vista a la jarra - Sin embargo… resulta llamativo que usted pensara en los Graciosos como primera opción ante una banda trasga… -volví mi vista a sus ojos castaños y en un tono neutral terminé la frase-…si hacía dos estaciones que no oía hablar de ellos.

-Déjame echarles un vistazo. La verdad es que no es nada fácil identificar algo sin ningún tipo de información pero lo intentaré- Paso la mano la mano por la superficie e intento descifrar lo que pone. Me parece reconocer determinados patrones en la escritura lo que me lleva a intentar averiguar lo que hay dentro de los frascos. De forma teatral aunque no muy exagerada procedo a examinar su textura, color, los vahos que produce intentando averiguar su contenido.

La chica llamada Wendy llevó a Roywin (y a Poggue) a una pequeña estancia desde la que se oía el bullicio de la taberna. El pequeño animalillo olisqueó y estudió con detenimiento todos los rincones de la habitación y decidió que era un buen lugar, así que emitió un gruñido de satisfacción. Roywin le sonrió mientras Wendy, que encendía dos candiles, volvió a preguntarle qué era que debía traerle a Poggue.

- Si tienen pan duro lo comerá encantada, muchas gracias.- Roywin decidió que cenaría allí, así no tendría que andar con prisas de un lado para otro. Estaba muy cansada y esperaba encontrar algo del agrado que gustase y que no desmereciera la confianza de su anfitriona- Y señorita Wendy, creo que cenaré aquí.

[Música, por ejemplo: http://www.youtube.com/watch?v=cPkLhSVtPS4]

Lugar: la antigua ciudad soberana de Dachois, un núcleo mediano situado en el Camino Oriental, muy cerca de la frontera de la Liga con el joven reino de Trizonia. Fecha: una tarde cualquiera de mediados de verano del año 254 de la Última Era. En una hora o así anochecerá y los guardias cerrarán las puertas de la ciudad, pero por el momento la gente todavía puede entrar sin más problemas que pasar el control de los guardias de la ciudad. Dentro de las murallas, el mercado ya hace tiempo que terminó, los artesanos en sus talleres ultiman el trabajo de la jornada, los niños aprovechan las últimas horas de luz cerca de sus casas y se encienden los fuegos de los palacios y torres.

Cuando llegaste a las puertas de la ciudad, tu arsenal personal motivó miradas curiosas entre los paisanos y algunas preguntas de los guardias, pero nada más: las bandas de trasgos son un peligro muy real ahí afuera, lejos de la protección de las murallas, de forma que la posesión de armas es algo común y tolerado entre viajeros y (especialmente) aventureros de todo pelaje. Una vez hubieron tomado nota de tu identidad e intenciones*, se te franquó el paso como a los demás. Al cruzar el control no pudiste evitar recordar las innumerables y aburridas veces que estuviste del otro lado, como guardia de la ciudad de Breuers, durante el último año. Sin duda, una de las razones por las que dejaste ese trabajo, pero no la principal, y es que perdiendo el tiempo en aquella pequeña ciudad no ibas a conseguir nunca ganar fama y riquezas, vivir aventuras, conocer el mundo y sus cervezas, reunir a la familia y recuperar el honor del clan. De modo que te despediste de tus compañeros y tus superiores, recogiste tus cosas y te marchaste de allí. Muy atrás quedan ya los tiempos en los que tú y tu abuelo vivíais en vuestra cabaña, ahora abandonada, de los Montes Alcaudón, montes donde ahora descansas sus restos, en la tumba que con esfuerzo excavaste en una cueva perdida de las colinas. Mucho más atrás queda tu feliz infancia en Tausenfasser, el complejo subterráneo de tu clan, o en los salones del anciano rey Örek, bajo el Krumdwarvenberg, una de las cumbres más altas de las Montañas Doradas.

Pero eso es el pasado y tu presente, Otto, es la ciudad de Dachois, al noroeste de Breuers y de las colinas donde has vivido. Conoces bien las razones por las que has llegado aquí, pero te las voy a recordar: primero, por su localización en el Camino Oriental (la principal vía de comunicación y comercio entre la Liga y los países occidentales de la Civilización), lo que la convierte en un buen lugar para empezar a buscar a tus familiares desaparecidos; en segundo lugar, y por el mismo motivo, quizás sea un buen lugar donde encontrar "empresas" que te reporten ingresos y fama; y por último, pero no menos importante, por la fama de su cerveza, una lager rubia que recibe el sobrenombre de "miel de Dachois", que no es que llegue al nivel de ninguna cerveza enana, pero has oído que no está nada mal. Volviendo a las posibilidades de la ciudad a la hora de reunir a la familia, sabes que en Dachois hay una importante comunidad de enanos; no de las Montañas Doradas, sino de la Liga, pero por algún sitio hay que empezar. En cuanto a sus posibilidades aventureras, cuando estabas a las puertas te pareció ver, por ejemplo, a una arcanista, lo que siempre es señal de aventuras, porque esa gente no sale de sus torres y estudios si no es por un buen motivo.

La plaza de la Puerta de Celennos, que es la puerta por la que has entrado y se abre al este, al Camino que viene desde las grandes ciudades del núcleo de la Liga e incluso de más allá, es un amplio espacio en el que no te cuesta imaginarte docenas de puestos de mercado con docenas de vendedores anunciando las bondades de su mercancía... No es el caso: apenas queda algún que otro tenderete, y es porque sus dueños han tratado de apurar el día al máximo y aún están recogiéndolo todo, con ganas ya de retirarse a la casa de algún pariente o a alguna posada barata. Si les ha ido bien, mañana se marcharán a sus hogares en el campo; si no, tal vez prueben vuelvan a probar suerte. De la plaza salen cuatro calles: a norte y sur, las que rodean por dentro la muralla; al oeste, la calla principal, que sube hacia la parte alta de la ciudad y la muralla interior; y al suroeste, tras un empinado repecho, la cuarta calle, una callejuela, sigue, gira y desaparece. En esa dirección, un camarero menor mantiene una animada conversación con un tendero.

Traspasada la puerta del cobertizo, la música ya te llega mucho más nítida que antes. El lugar, que es donde vas a dormir, deja mucho que desear, y en invierno seguramente es un lugar muy frío para pasar la noche, pero en una noche de verano como esta muchos de tus colegas pagarían por algo así. Además, como se ha encargado de explicarte la mujer, siempre tienes la opción de dormir en el salón principal, si lo prefieres: la ventaja del cobertizo es que os da, a ti y a Poggue, cierta privacidad. (De no ser por el violinista, de hecho, una privacidad absoluta.) El lugar en sí, por lo demás, no es más que un espacio cuadrado, de unos quince pies de lado*, donde la gente de la posada guarda todo aquello que no tiene donde guardar: muebles rotos a la espera de ser arreglados, toneles vacíos a la espera de ser devueltos o revendidos, leña a cascoporro, heno y otros alimentos para los animales de los establos... En una esquina, la más alejada de las dos puertas (una que da al patio, por la que entraste, y otra que da a la taberna), hay dos lechos de paja bastante apelmazada. Entre las cuatro paredes no ves ni una fuente de luz, pero es lo normal: una antorcha o un candil supondría un grave peligro de incendio. Por suerte, la puerta de la taberna tiene muchas ranuras y la cálida luz del interior se cuela por ella.

Cuando le dices que cenarás aquí, Wendy asiente, se despide de ti y se marcha, no sin antes desearte la mejor de las suertes y con la promesa de traerte la cena lo más rápido posible. “Pero no te preocupes”, te dice con una sonrisa amable, “si se te enfría, te traeré otro cuenco”. También te promete una manta y te explica que por la noche cerrará el cobertizo con llave. “No porque haya nada de valor, sino para que no entren indeseables.”

Por las ranuras de la puerta no sólo oyes la música (más cerca, imposible) y hueles la comida (lo que produce en tu estómago una desagradable sensación y un sonoro rugido), sino que a pesar del humo y de la estrechez puedes hacerte una imagen aceptable del lugar*. La concurrencia, por su parte, es una mezcla variada de parroquianos y viajeros, aventureros, comerciantes y granjeros, hombres y mujeres, pero mayoritariamente humanos y en general gente de la Liga. Conversan, comen, beben, cantan, atienden al espectáculo o juegan a diversos juegos en corrillos. Hay algunos halflings, como el que está tocando el violín a escasos pies de ti, ganándose con tonadas populares el favor de la audiencia, que le aplaude, le corea y le lanza monedas. También te parece ver algún que otro enano y algún que otro gnomo, pero poco más. Un viejo borracho balbucea sentado en el suelo cerca de la puerta principal, mientras perros y otros animales corretean entre la gente. Los camareros y camareras van de un lado a otro con bandejas llenas de cuencos llenos y jarras vacías. No identificas a nadie conocido, ni siquiera a Wendy, pero tampoco es que tengas el mejor de los ángulos para mirar. El ambiente es bastante propicio para el espectáculo, en parte gracias al gran trabajo del pequeño violinista...

Precisamente estás mirando hacia él cuando, con un rápido movimiento de su arco, termina la canción y detona los aplausos del público.

—¡Gracias, gracias! ¡Kjjjj! ¡Habéis sido un público estupendo! —Aplausos, reverencias.— Tristemente, como dije, esta ha sido la última canción de esta noche... —Lamento exagerados, gritos pidiendo más, tintineo de monedas rebotando en la tarima.— No, no lo siento... kjjj... ¡Qué más quisiera! —dice el halfling mientras recoge sus ganancias del suelo y las mete en el gorro. Puedes ver entonces su violín, que luce unas bonitas estrellas pintadas en su reverso—. ¡Pero ahora tengo que dar buena cuenta de todo este dinero! ¡Kjjjjejeje! —Risas del público.— ¡Hasta la próxima! ¡Buenas noches a todos!

Y tras unos últimos saludos, el halfling se gira y comienza a andar hacia la puerta... ¡donde estás tú!

Roywin estaba tan entretenida mirando por la puerta entornada que casi no se apartó a tiempo para dejar pasar al músico Laffite. Éste se llevó un buen susto cuando llegó al cubículo del cobertizo. Poggue saltó encima de la madera con el pelo erizado y la gnoma dio unos cortos pasos hacia atrás algo avergonzada, se disculpó rápidamente.

- Erm... Ho-hola señor Laffite, mi nombre es Roywin Daérgel, siento haberle asustado, la señorita Wendy me ha traído hasta aquí pa-para relevarle esta noche, so-soy una barda...- al ver que la cara del halfling se descongestionaba y le prestaba atención, Roywin se tranquilizó un poco- ... le he observado un rato y ha tenido un gran éxito, enhorabuena.

Saco un poco de queso de mi macuto mientras lamentando no haber llegado a tiempo para el mercado.

"Quizá hubiera podido probar alguna cerveza casera de granjas vecinas"

Como un buen pedazo y le doy el resto a Popper, que asuma ahora la cabeza de mi bolso de mano*.

- Bien, centrémonos amigo. Hay que encontrar un sitio para pasar la noche. No sé tú, pero yo estoy deseando emborracharme con un buen barril de "miel" - Digo en alto mientras mi rata mordisquea el queso en mi mano.

Miro hacia los 4 caminos que salen de la plaza, guardo la cuña de queso y opto por dirigirme al que parece ser aprendiz de camarero.

-Bonita noche, verdad? - Les interrumpo - Busco un lugar barato en el que pasar la noche, probar vuestra cerveza y compararla con la de mi abuelo. Obviamente perderá, pero sería injusto arrebatarle la oportunidad de batirse en duelo - Digo con una carcajada.

A pesar del susto, el halfling no parece demasiado preocupado. Sin decir nada y sin dejar de miraros a las dos con una expresión indescifrable en la cara, el tal Laffite cierra la puerta distraidamente y se pone a caminar lentamente hacia su catre, rodeándoos y analizándoos. En su catre apoya con cuidado su violín y su sombrero. Ahora puedes apreciar que no sólo lleva su gorro en la mano, sino también un cuenco con guiso.

—Una barda, ¿eh...? —comenta como para sí mismo—. ¿Y qué bardas exactamente, pertur?

Su forma de gruñir y esa coletilla, “pertur”, deberían ayudarte a determinar a cuál de las trece tribus pertenece el pequeño individuo que tienes frente a ti: al fin y al cabo, llevas dos años viajando por los caminos de la Liga, el hábitat natural de estos nómadas y sus caravanas, y no han sido pocas las veces que has compartido techo y lumbre con ellos. Sin embargo, por muchas veces que tus fortuitos compañeros de jornada han tratado de explicarte cómo saber la tribu a la que pertenece uno de sus congéneres, ahora mismo no eres capaz de aclararte: podría ser del Pueblo, de los Dados, de la Muchedumbre... Imposible saberlo.

—¡Kjjjjj! —estalla en un extraño gruñido-risa antes de que puedas decir nada—. ¡Era broma, pertur! ¡Kjjjejeje! Me llamo Pulgar Laffite... Toma, pareces hambrienta —dice pasándote su cuenco de guiso y sentándose en la paja junto a su violín—. No te preocupes, pertur, yo ya he cenado: es algo que me dio un espectador agradecido. —Coge el violín y comienza a toquetearlo—. Así que Wendy te ha traído “para relevarme”, ¿hm? -Te mira brevemente con extrañeza-. Será que te han dado permiso para tocar ahora... -Vuelve a su violín.- Bueno, ahora en serio... ¿Qué sabes hacer, pertur?

-Pues puede que tenga a alguien. Y hasta puede que ese alguien sea yo mismo,- responde el halfing sonriendo para tranquilizar al viejo hombre- siempre que la aventura lo merezca. Pero tranquilicese y cuénteme, ¿de qué se trata exactamente?

Roywin agarró el cuenco de guiso que le pasó Laffite.

-Pues ya sabe, narro leyendas y cuentos, represento historias, interpreto canciones épicas, pegadizas y jocosas... voy de pueblo en pueblo y de taberna en taberna. El animalillo que ve está "amaestrado" y participa conmigo también. A los niños les encanta. -Roywin hizo una pausa y miró la comida con deseo.- ¿Le importa que cene? Le aseguro que estoy muy hambrienta.