Partida Rol por web

Unos cinco minutos después el exterior de la pequeña caverna donde estás atado se calma, al parecer la mayor parte del enemigo se ha marchado y por lo que escuchas, pocos han quedado. Lo malo es que las Ranas siguen mirándote fijamente.

Fue una carrera tensa y breve, aunque a Harold se le hizo eterna. Se sentía vulnerable con la armadura en brazos, y corría detrás de un Damrod que iba mucho más ligero que él, y con las manos libres. Al pasar por el túnel vieron al ejército de las ranas, con aquel golem destrozado, y Harold solo pudo pensar en que aquella fuerza podía destrozarles como quien aplasta un mosquito con el dedo. Ya habían visto que había cientos de tsathar en aquellas cavernas, y contra esa fuerza poco podían dos personas. Ojalá tuviera un batallón de Caballeros de Glaciar, y entrara cabalgando sobre los alces de batalla en aquellas mazmorras, destrozando y purificando todo lo que saliera al paso. 

Pero no era el caso, y tocaba huir. Por fin llegaron hasta la zona consagrada, y lo que vieron hizo que se le helara la sangre en las venas. La puerta destrozada, el lugar profanado. Había dejado de ser un área segura, y eso significaba que...

Corrió con Damrod hacia el sarcófago, confirmando sus peores temores. Todo lo que habían guardado allí no estaba. Los objetos de incalculable valor para la misión, los viales, la llave... Todo desaparecido. 

-Maldita sea...-susurró mientras miraba impotente el sarcófago abierto. 

Durante un momento, Harold se rindió a la desesperación, tal y como hacía Damrod mientras explicaba la situación. Era cierto, lo más probable es que hubiera sido el golem, y que ahora todo estuviera en manos de las ranas. 

-¡Maldición! Ahora lo tienen ellos, y es imposible que lo recuperemos. ¿Has visto ese ejército? ¿O el que nos atacó casi cuando estábamos a punto de escapar? —Negó—. No podemos enfrentarnos a tantos... —

Por un momento, Harold se apoyó el borde del sarcófago, pensando en el fracaso, en la pérdida, pensando que ya no quedaba esperanza. Un ligero brillo llamó entonces su atención, y al mirar vio que era su túnica. Los puños dorados de su atavío de autoridad, bordados allí mágicamente en cuanto fue ascendido a Exorcista Sagrado, brillaban ligeramente... ¿o solo era su imaginación? No importaba. Él era Harold Strikväson, Exorcista Sagrado y por la gracia de Aengrist Inquisidor de la Ley. No debía rendirse, ni siquiera cuando todo parecía en su contra, nunca jamás debía dejar su misión. Solo la muerte podía hacer que dejase su labor, y, a veces, ni siquiera eso. Aun ante la llameante sima del infierno, a nada temo. Las frases de la oración de batalla de Aengrist resonaban en su mente, así como aquellos textos sagrados que había estudiado en el Glaciar de Hierro.

Así se decía en Aspiraciones 7:25, Al igual que ningún culto al mal está vencido mientras queden herejes con vida, ninguna sagrada misión puede darse por fracasada mientras estén nuestros hermanos combatiendo por ella. 

Miró a Damrod, y le pasó uno de los brazaletes de la armadura para que le ayudara a ponérsela. Cuando habló, su voz era tranquila y serena, era la voz de un sacerdote consolando a su pueblo herido. 

-Tranquilo, Damrod: ten fe. Aún no hemos perdido. Tienes razón, es imposible que recuperemos eso... o, mejor dicho, lo sería para mí. Yo no podría hacerlo, pero, como buen Inquisidor, no estoy solo. Tengo a mis compañeros, que suplen mis carencias. Sería imposible para mí, pero no para ti. Tienes un don para el sigilo y la infiltración, siempre lo has tenido, y yo confío plenamente en ti. Sé que puedes hacerlo, colarte en su guarida sin que te vean y robarle a la rana los objetos delante de sus narices. Creo en ti. Una vez los tengamos, hallaremos la forma de rescatar a Gerald, no te preocupes. Habrá una manera: siempre la hay. 

Ahora no pensemos en eso, pues así lo dice Amungsen en Aspiraciones 3:7: El que escala una montaña pensando en la siguiente, se cansa como si escalara dos montañas. Vayamos paso a paso, y lo importante ahora es solo sobrevivir. Luego pensaremos un plan. Ahora terminemos de ponerme la armadura y escondámonos aquí. Les será difícil asaltar este sitio tan estrecho, y tal vez podamos aguantar. 

Fe, Damrod: Aengrist proveerá. 

Contrariado y en cierto modo avergonzado, atendió a Harold mientras le ayudaba a ponerse la armadura. Las palabras del clérigo eran un bálsamo para su alma, dichas con una fuerza que no permitían réplica alguna. A medida que soltaba su diatriba, la confianza de su compañero se extendió a él mismo, alzando su espíritu rendido, restaurando su quebrantado espíritu. Tenía razón, claro que la tenía. No estaba solo, no estaba muerto y, sin duda, no era el final. Tal vez habían sufrido un duro revés, pero la lucha continuaba, siempre era así, y ellos nunca desfallecían, nunca se daban por vencidos.

Si un compañero era apresado, le rescataban; si uno de los suyos moría, se le vengaba; recuperaban aquello que les robaban —fuera una llave o toda la isla—, costara lo que costara. Dónde había tinieblas ellos llevaban luz, hasta que todas las sombras retrocedieran. Y cuando alguien perdía la esperanza, tendían una mano amiga y devolvían la fe a sus corazones. Harold lo hizo con él, y él no podía hacer sino seguir con la lucha.

—Lo conseguiremos, claro que si. —Una sonrisa se extendió por su rostro, mirando más allá de la puerta, allá dónde se extendían los gritos—. Y creo que tengo un plan. —Confiado, comenzó a contarle mientras éste terminaba de vestirse.

3 minutos después la armadura de Harold ya está perfectamente colocada y ajustada en su cuerpo. Durante este tiempo otros tres gritos desgarradores provenientes de diferentes tipos de criaturas han llegado hasta vosotros, la sensación al escuchar los gritos es casi la misma que sentisteis al entrar en la zona de interdicción contra criaturas legales buenas y en ese momento hubieseis chillado de dolor, solo que en este caso los chillidos de dolor provienen de otro lugar.

Para cuando acabó de explicar su plan —con Harold explicando todo aquello a lo que él no ponía nombre por simple desconocimiento—, los chillidos eran cada vez más frecuentes. Miró a su compañero, alzando una ceja, interrogante.

—¿Qué está pasando? —preguntó en un susurro.

Tenía tantas respuestas como él. Con cuidado, asomó la cabeza, a ver si era capaz de distinguir algo.

Es una pena no tener visión en la oscuridad, porque no ves nada de nada. 

Resopló, cogiendo otro de los huesos —el segundo y último con el conjuro de Luz de Harold—, y lo tiró hasta más allá de la entrada.

Lanzamiento de Damrod 29 (-2 cada 10pies de distancia base 10: 100pies ).

El hueso aunque no esté preparado para volar a tanta distancia no contaba con la capacidad innata del explorador en lanzar todo tipo de objetos con gran habilidad. El hueso llega hasta el sur de la sala 4, cayendo e iluminando la zona a su alrededor hasta 20 pies de distancia. Nada hay en esa posición, todo el ruido y los gritos provienen de algún lugar más al sur de la luz.

Consternado, miró de nuevo, sin creerse que no estuvieran allí. Si no les habían seguido, ¿qué es lo que estaban haciendo? Pero sobre todo, ¿de dónde provenían los gritos? Miró a Harold, sin saber muy bien, y suspiró. Allí no iban a descubrir nada, y aunque avanzar solo era peligroso, también lo había sido antes y hacerlo seguramente les había salvado la vida; al menos, un rato más.

—Voy a ir a ver —dijo al fin, reticente pero sabiendo que era necesario. Si querían volver a llevar la iniciativa no podían ir a ciegas. Hacerlo sería un suicidio—. Ten cuidado, y no salgas por nada.

Dicho eso, echó a andar con cautela, en silencio, de sombra en sombra, atento con ojos y oídos a cualquier peligro.

Harold escuchó el plan de Damrod sonriendo. Sabía que la aguda mente de Damrod no se daba por vencida tan fácilmente, y que solo había sido un momento de desesperación pasajero. Pero ahí estaba de nuevo su compañero: seguro, preciso, adaptable y más astuto que un zorro de la tundra. Tras unas pocas correcciones a su plan relacionadas con las aptitudes de los celestiales, pareció que era posible. 

Sin embargo, tanto Damrod como él sabían que, sin descansar y recuperar su poder, ninguno de los planes serían posibles. Y algo ocurría fuera de la sala de la tumba: unos extraños gritos y sonidos que Harold no era capaz de identificar. Damrod y él se asomaron, pero no se veía nada, ni siquiera cuando lanzó los huesos encantados con la luz. 

-Está bien-le susurró en respuesta-Ten cuidado y vuelve si hay peligro. 

Casi un minuto después, tras dos intentos de lanzar el hueso-luz, cae cerca de la encrucijada que desciende hacia el laberinto y la salida y hacia el oeste donde está el acceso con la llave a la " sangre de la tierra ". El líquido vital que hay que colocar en los viales para poder acceder después al monolito negro. En la encrucijada se puede ver a un gran número de ranas terribles colocadas mirando en tu posición, dirigidas por Azotes, la luz hace que sus ojos hechos para la oscuridad se cierren de golpe para evitar el deslumbramiento, pero en seguida se hacen a la potente luz, tras ellos se observa movimiento de Tsathar que van hacia el sur y otros hacia el oeste, es de ese lugar donde justo en este momento se escucha el quinto grito desgarrador de una criatura sintiente siendo desgarrada de dolor, tras ello gritos de sorpresa y júbilo. Encima de todas ellas la de Lokaug dando órdenes en Tsathar, apenas 12 segundos después, se escucha el grito de alguien cayendo y un golpe seco, tras ello se oye gritar en Tsathar, como si estuviesen decidiendo algo entre ellos a gritos. Los guardias Tsathar que vigilan vuestro refugio, al percatarse de la luz lanzada desde vuestra posición gritan en su idioma avisando al resto.

Gruñó en cuanto descubrió lo que estaban haciendo; aquél camino llevaba a la sangre de la tierra, por lo que aquello solo podía significar que el fin se acercaba. Si los tsathar se hacían con todo lo necesario para abrir el camino al monolito, todo por lo que habían luchado sería en vano. Morirían allí, y con ellos la esperanza de toda la isla. El mal que desatarían sería una plaga para el mundo, un cáncer que se extendería sin remedio. Todo por su fracaso.

Debía hacer algo, ganar tiempo, lo que fuera. Por los gritos y sonidos que escuchaba, seguramente el camino estaba plagado de trampas contra aquellas criaturas, contra el caos, pero ni siquiera éstas aguantarían eternamente; en algún momento, descubrirían como sortear todas y cada una de las barreras. Cuando lo hicieran sería demasiado tarde.

—¡Rana cobarde! —gritó a la oscuridad. Sabía que Lokaug le escucharía, y le entendería. Y si no, alguien le haría saber de su presencia y sus palabras—. Te escondes tras tu ejército, pero no te servirá de nada. Dejas tras de ti poderosos enemigos. Si no te matamos nosotros, lo harán tus falsos aliados de los niveles superiores. —Sonrió—. Te esperaremos en la tumba de sagrada de La Ley. Manda a tus tropas o ven tu mismo, tendrás que huir con el rabo entre las piernas.

Dicho eso, salió corriendo de nuevo, dejando atrás el hueso e iluminando el camino con el guantelete. Ya no era necesario el sigilo, así que simplemente fue tan rápido como le permitieron sus piernas, hasta cruzar la zona consagrada y regresar junto a Harold, al que le contó lo que había visto.

—Así que parece que han encontrado algún obstáculo, pero no creo que les retrase mucho —terminó de decirle—. Ahora solo podemos esperar. Un ejército nos corta el camino, así que o vienen, o nos dejan atrapados. Y me temo que ese sacerdote es demasiado listo para arriesgarse a salir herido cuando nos tiene acorralados. —Suspiró—. Si no tenemos noticias de ellos pronto, creo que podrás echarte a descansar. Yo haré guardia. Luego... Veremos.

Cuando Damrod volvió, Harold ya vio antes de que dijera nada que no traía buenas noticias. Aquellos gritos que habían oído, por lo que le dijo, eran de las propias ranas tratando de atravesar las zonas consagradas que llevaban al monolito, a la sangre de la tierra. Y ahora tenían los viales. Tenían los suficientes secuaces como para atravesar las trampas sacrificando a los suyos, y no se detendrían ante nada. 

Sin embargo, ellos tampoco lo harían. Si el ejército venía a por ellos, se encontraría con dos guerreros expertos, dos Inquisidores de pleno derecho, y les harían pagar en sangre cada palmo que entraran en la tumba. Y, si no venían, Harold recuperaría su poder y podría poner en marcha su plan. 

-Tranquilo, Damrod-dijo-Si vienen, no caeremos fácilmente, les haremos pagar con toda nuestra ira. Somos la Inquisición, y no un puñado de ranas desorganizadas. Será una carnicería. 

No temo a la muerte, pues nada en ella me espera más que el regazo de Aengrist. No temo a desaparecer, pues el Reino de mi señor se alza para recibirme. 

-Y si no vienen... están centrados en el monolito, podríamos intentar incluso rescatar a Gerald. También podrías intentar robarle las cosas. En todo caso, correrá la sangre de tsathar. 

Casi un minuto después. otro grito desgarrador, tras ello gritos de júbilo y apoyo, tras 12 segundos se oye un grito de alguien cayendo hasta escuchar un golpe sordo. En ese  momento casi todos callan y solo se escucha alguna exclamación, pero 6 segundos después, todos los Tsathar gritan con alegría y saltan de emoción. La voz de Lokaug se escucha por encima de todos dando de nuevo ordenes a los allí reunidos.

—Parece que no van a venir. Descansa, haré guardia.

Mientras tanto....

Más de 15 minutos después un tumulto crece en el exterior, enseguida entra a toda velocidad el jefe Tsathar Lokaug, sin mirarte ni un segundo se planta ante los objetos acumulados en su sala y comienza a coger alguno de ellos, en breve, armado y embutido con todo tipo de objetos mágicos se da la vuelta y al pasar junto a ti, dice algo sonriendo en su idioma - " 
Relaasje, jo freonen binne moai, hahahahaha " - Dice riendo mientras se marcha. Al caer la cortina solo queda la carcajada alejándose y las dos ranas gigantes mirándote.

( puedes interactuar si lo deseas )

-espera!!- le grita antes que se marche, no sabía muy bien que decir pero debía intentar salir de allí, completar la misión y eliminar a los servidores de Airoco que amenazaban con algo mucho mas grande y peligroso que este puñado de ranas.
-que ganas con enfrentarnos cuando sabes muy bien que nuestra misión es eliminar a tus enemigos que se encuentran arriba?-
No había falsedad en sus palabras, sus ojos se clavaron fijamente en los de Lokaug sin perderlo de vista. Aunque prefería eliminarlos el terreno, las circunstancias y el tiempo estaban en su contra pero la rana jefe también había perdido un gran numero de guerreros e iba a seguir perdiendo muchos más antes de que pudieran eliminarlos.