Partida Rol por web

Sorprendido por la aparición de nuevos enemigos —y maldiciendo por no haberlo esperado—, esta vez hincó la rodilla en el suelo y apuntó. Los tshatar y sus mascotas eran peligrosos, pero de entre todos, aquellos sacerdotes eran lo más temible. Harold podía defenderle de las dentelladas de las ranas, pero no de los hechizos de aquellos fieles. Gerald había sido atraído por ellos, y no pretendía unirse a él.

Las flechas salieron una tras otra, buscando al suplicante que corría hacia ellos por el camino principal. Dos de las saetas, sin embargo, fallaron, siendo una tan solo la que logró clavarse en el cuerpo de su enemigo. No era suficiente para matarle, pero si para avisar. La próxima, moriría.

Los azotes Tsathar gritan órdenes a las ranas, es en ese momento cuando todas las ranas fijan sus ojos en vosotros y se lanzan al ataque. Las tres ranas caen sobre el inquisidor con la boca abierta y los afilados dientes intentando atravesar sus defensas, además el impacto tras el salto es enorme, intentando desequilibrar a Harold y tirarlo al suelo, pero no es fácil y así se ve reflejado cuando segundos después, las ranas caen al suelo y entre ellas resalta la armadura de Harold, intacta con su dueño de pie y apunto de actuar.

Los dos suplicantes se colocan al sur de vuestra posición y usan sus curar heridas para curar al herido.

Los ataques de las ranas caían como lluvia sobre el buen acero del Norte, y tan solo arañaban las placas de acero con desagradables chirridos. Harold alzó la espada y el hielo azul cortó en el lomo de una de ellas, haciendo surgir un chorro de sangre. Sin embargo, no era suficiente, aquellas ranas eran muy resistentes. Los Azotes ya les habían dado órdenes, y las seguirían hasta morir, por lo que eliminarlos no serviría de mucho. 

-¡Damrod, ayúdame con las ranas! Ya nos encargaremos del resto.  

Asalto 3

Damrod 23

Azote y ranas 17

Harold y Suplicantes 12

Decidido más que nunca a triunfar aunque le costara la vida, sabía que debían acabar con cuantos se le pusieran por delante hasta lograr su objetivo. Si moría allí, lo haría con honor, y vendería cara su piel; antes de caer se llevaría por delante a tantos como pudiera. Saber que no había vuelta atrás, le animaba a darlo todo contra aquellas criaturas.

Retrocedió, con la gracilidad que le caracterizaba, esquivando el posible ataque de la rana que se había acercado demasiado, y levantó el arco. En un solo movimiento fluido colocó la flecha, tensó la cuerda y soltó.

Las ranas se lanzan sobre Harold con todas sus armas, garras y dientes intentan atravesar la armadura del inquisidor, el cual al final recibe un mordisco y una de las garras consigue atravesar sus defensas, menos mal que el veneno de su mordedura, por ahora no logra afectar al duro clérigo.

Los azotes forman fila delante de los suplicantes.

Tras el ataque Harold golpea a la rana 5 matándola con el segundo golpe.

Una rana terrible cae al suelo sin vida, su sangre regará estas salas a partir de ahora.

Asalto 4

Damrod 23

Azote y ranas 17

Harold y Suplicantes 12

Otro movimiento y otro disparo. La saeta voló directa contra otra de las ranas que amenazaban a Harold, clavándose en su dura piel.

Al final, por pura probabilidad, una de las ranas acabó encontrando un hueco por entre las placas de acero, y Harold notó las heridas de nuevo en su piel, y de nuevo la sangre corriendo por el interior de la armadura. Había sido herido tantas veces en las últimas horas que el dolor ya era una sensación familiar, y aquel no fue especialmente intenso. Aún podía resistir. Mientras el resto de ataques se estrellaban inútiles contra su armadura, alzó de nuevo la espada. Dos flechas, certeras como siempre, impactaron en una de las ranas, que chilló y se revolvió. Harold aprovechó ese momento para bajar su arma y trazar dos grandes surcos rojos con ella en la piel del animal, que estaba ya casi desangrado y debilitado por sus terribles heridas. Seguía vivo, pero no por mucho tiempo. 

Seis horas más han pasado desde que se marchó Lokaug con sus huestes, desde entonces solo un Tsathar entró con agua. Durante este tiempo ha sanado tu herida crítica y aunque aún estás muy malherido, esas heridas no te causan ninguna merma en tus aptitudes de combate. Ahora estás listo, preparado, con un tirón rompes tus ligaduras, ante ti al otro lado de la cueva, armas, armduras, objetos de todos los tipos y calidades te aguardan, al igual que tu equipo. Lo único malo son las dos ranas gigantes que no dejan de mirarte.

Iniciativas

Asalto 1

Ranas abisales gigantes 26

Gerald 15

Esta vez el contraataque de las ranas es más dañino para Harold, una de las ranas que le rodean consigue morderle, pero lo peor es que una de sus garras consigue traspasar uno de sus brazales y hacerle una fea herida, menos mal que en ese lugar portaba armadura, sino el daño hubiese sido determinante. El dolor es tal que nada más puede hacer el inquisidor este asalto, quedando atontado. Una nueva rana salta sobre Harold intentando morderle y hacerle caer al suelo bajo su peso, pero una vez más el valiente héroe aguanta la lluvia de golpes.

Asalto 5

Damrod 23

Azote y ranas 17

Harold y Suplicantes 12

El tiempo transcurrió y sus músculos poco a poco fueron recuperando su estado natural y no solo eso, su mente que unas horas antes le hacía pensar que aquella rana servidora del caos era su amiga ahora le hizo caer en cuenta lo estúpido que fue

amigo de esa rana servidora del caos? contarle todo sobre la misión y sobre sus compañeros? en qué estaba pensando maldición!!

Había puesto en riesgo la misión y la vida de sus amigos así que no podía perder más tiempo esperando que lo rescataran, escapar de ese nido de ranas era su prioridad y aunque no tenía armas ni armadura no podía darse el lujo de esperar pero antes debía eliminar a esas dos ranas gigantes para así llegar a su equipo. necesitaba ganar así sea unos cuantos segundos antes de abatir a sus carceleros y fingió seguir amarrado esperando que con algo de suerte esas bestias con poca inteligencia no se dieran cuenta.

Los suplicantes y los azotes observaban, tranquilos, a que las ranas hicieran su trabajo. Le hubiera gustado decir que los tsathar eran unos necios por no intervenir y subestimarles, pero lo cierto es que sus mascotas eran peligrosas, y Harold empezaba a flaquear. Otra vez. O acababan rápido, o sucumbirían.

Chascó la lengua, retrocedió y volvió a disparar, de nuevo contra el ya herido animal. La saeta volvió a clavarse junto a la anterior, dejando a la criatura malherida y lista para que el acero de su compañero acabara el trabajo.