Partida Rol por web

—Descansemos entonces —dijo deteniéndose, observando con cautela el exterior de la tumba—. Dormiremos bien, nos repondremos y volveremos al exterior.

En realidad, también se sentía cansado. Exhausto en realidad. Ahora que todo había salido bien y la tensión le había abandonado, su cuerpo pedía a gritos comer y relajarse. Tumbarse un rato, aunque fuera en aquél duro suelo de piedra, sería casi una recompensa en si misma. Eso sin contar con las heridas de sus compañeros, que estaban igual o incluso peor.

—Haré la primera guardia —se ofreció, con una sonrisa apagada, pero con decisión—. Os despertaré cuando hayan pasado unas horas, y descansaré yo un poco. —Con el anillo, tampoco necesitaba demasiado—. No os preocupéis.

Cuando se acabó el efecto de la Runa de la Visión, Harold se quedó sentado en el suelo, completamente ciego, con sus sentidos menguados ahora que habían vuelto a la normalidad. Se quedó ahí para no tropezarse con nada y simplemente pidió que sus compañeros se acercaran. Resultaba raro conjurar las runas sin verlas, pero las conocía tan bien como su propio nombre y no tenía problemas en trazarlas en el aire de memoria. Primerl sanó a Gerald, luego a Damrod y luego a sí mismo, soltando un largo suspiro al notar por fin el dolor remitir y desaparecer en su cuerpo. Asintió cuando Damrod les dijo lo de las guardias, y les pidió ayuda para quitarse la armadura y desplegar el petate, pues él no podía hacerlo solo ciego como estaba. Finalmente, cayó dormido antes de tocar la almohada con la cabeza. No se había dado cuenta de lo cansado que estaba, pero ahora que la adrenalina y la preocupación habían desaparecido, su cuerpo reclamaba a gritos el descanso. Esta vez, sus sueños fueron tranquilos y reparadores.

Un día más transcurre en la isla, el mes de Noviembre retrocede dejando lugar a un recién nacido Diciembre. El grupo tras descansar 10 horas, se recupera por completo, con sus heridas curadas y sus poderes restitudios, es el momento de volver a tomar decisiones. Además aunque estáis en un lugar consagrado al bien y protegido contra el caos, tras la puerta rota por el gólem de piedra que entró en la tumba está la zona de interdicción creada por Lokaug, dolorosa para vosotros, mortal para Abysthor.

En cuanto Harold despertó, parpadeó unas cuantas veces hasta que recordó que estaba ciego. Todo era oscuridad a su alrededor, pero no duraría mucho. Trazó en el aire, sin ver, la Runa de la Curación, y recitó:

-Señor, sana a los enfermos, otórgales la vista para contemplar Tu Grandeza y el oído para oír Tu Palabra. 

Inmediatamente, su visión se aclaró y tras parpadear unas cuantas veces, el mundo volvió a ser visible para él. Vio por primera vez al sumo sacerdote, mucho más viejo y cansado de lo que había imaginado, y a Damrod, que parecía un poco pálido, como si estuviese desnutrido o enfermo. 

Se puso de rodillas, y allí, en aquel lugar en el que su dios se le había aparecido, rezó con devoción, durante una hora entera, agradeciendo a Aengrist su victoria, su vista, su visita, todas las cosas buenas que les habían ocurrido. Cuando terminó, pidió ayuda para ponerse la armadura, y la ajustaron a su cuerpo de nuevo, ahora que ya estaba completamente sanado. Tras ello, conjuró la magia que les permitiría atravesar la zona maldita sin daño. Un rugido en sus tripas le informó de que tenía hambre, pero no tenían nada que comer.

Por suerte, eso no era problema para un clérigo como él. Juntó las manos en oración, y murmuró:

-Señor, tú eres el fuego que me calienta en la noche fría, el que provee mi sustento. Eres el yak que me da su leche, el cultivo que me da su fruto, el branta que me da su carne. Tuya es mi alma y mi cuerpo, pues tú lo alimentas. Concede tu sustento a tus siervos, que humildemente se ven en necesidad. 

Inmediatamente, un festín apareció ante ellos: agua de sobra para todos, y montones de comida. Piernas enteras de branta asado, verduras cocidas con patatas, guiso de pollo e incluso un filete de mamut. Toda la comida era sencilla, humilde y sin aditivos, lo que podía hacer que resultase sosa, aunque para Harold sabía a hogar, a casa, pues era comida del Norte. 

-Ven, Damrod, come con nosotros-le dijo a su compañero. Sabía que no lo necesitaba, pero había de sobra para todos, y se merecían reponer fuerzas. Sin más, comenzó a comer, con gusto al recordar los sabores de su tierra. 

Aunque no sentía hambre ni sed, cuando despertó vio a sus compañeros reunidos, y sonrió. A veces no era necesario sentir la necesidad, solo tener las ganas, y aquél festín invitaba a compartir un rato con sus compañeros. Aún no estaban a salvo, pero era un buen momento para celebrar, así que agradecido aceptó la invitación de Harold y se unió al convite.

Ahora ya completamente restablecidos de las duras experiencias vividas en este lugar, salís de la zona protegida acompañados del anciano Abysthor que ahora drenado de sus grandes poderes, se mueve con lentitud.

Indicad camino y vamos allá.

Lo primero era recuperar su arco, el cual había tirado de camino al teletransporte. No estaba lejos y apenas tendrían que desviarse, así que era la primera parada y así se lo hizo saber a los demás.

En cuanto Harold conjuró una luz para poder ver por dónde se movían, se pusieron en marcha, con él como siempre unos pasos adelantado en cabeza; tal vez no tuviera su arma predilecta, pero seguía siendo el más hábil para explorar, y aquello no estaba aún limpio de peligros.

Hasta que no empezaron a comer, Harold no se dio cuenta de lo hambriento que estaba. La verdad es que ni se acordaba de cuándo había sido la última vez que habían comido, y se terminó él solo la comida y el agua para dos personas, aunque no importaba ya que había de sobra. Hacía mucho que no comía, sí, pero hacía aún más que no comía comida de su tierra. 

Cuando terminaron, Harold se sentía por fin sano, reestablecido y preparado por primera vez en los últimos días. Y no era solo eso: había notado un cambio en el aire, un cambio en el suelo y en el agua. Un cambio en todo el mundo a su alrededor: el invierno. Había llegado por fin el invierno, la estación de su dios, el período del año en el que estaba más cerca de él, en el que su poder era más fuerte. Harold podía sentir el invierno corriendo por sus venas, llenándole de poder, de energía. Revigorizado, se puso en pie y acompañó a Damrod a por su arco, conjurando una luz sobre una piedra que llevaba en la mano izquierda alumbrando el camino.

Casi dos minutos después con Damrod explorando por delante llegáis sin problemas hasta donde está el arco roto del explorador, durante el camino solo los cuerpos caídos del enemigo. Ningún ruido llega desde los pasillos del nivel.

Cruzáis la gran caverna donde anteriormente disteis caza a un sacerdote y sus azotes Tsathar y ascendéis por las escaleras hasta el nivel del templo de Pyaray, hasta ahora ha sido todo coser y cantar, nada ni nadie a salido a vuestro encuentro. Desde el norte llegan gritos en el idioma de los hombres ranas, no se entiende lo que dicen a tanta distancia, pero los gritos son agudos, algunas veces parecen alternar con cánticos.

Abysthor: - " Hace tanto tiempo que pasé por este lugar que apenas recuerdo nada, creo que hace mucho un primitivo pueblo de hombres ranas tenía su morada en este nivel, estaban tan atareados con sus ranas y con comerciar con los seres de la infraoscuridad que pasaban por aquí, para venderles las ranas como animales de carga o como defensa que no les di ninguna importancia " - Dice el sacerdote con los ojo legañosos por la edad.

Harold miró al sumo sacerdote. Sin duda hacía muchos años que había recorrido aquellas cuevas. 

-Ahora han cambiado mucho. Pyaray, el Tentáculo Susurrador de Secretos imposibles, les ha hablado y trastornado en su locura. No sé si fue el líder, Lokaug, el que les corrompió o si ya estaban dedicados a su culto de antes. En todo caso, ahora son un ejército peligroso y herético. Casi nos matan en varias ocasiones, y aunque he perdido la cuenta de a cuántos hemos matado, sigue habiendo todo un ejército aquí abajo. 

Harold miró con suspicacia el estrecho pasillo que se alzaba frente a ellos. No hacía ni un día que habían luchado a muerte allí, contra un ejército de ranas, asediados por armas y magia, y era allí donde habían perdido a Gerald, y donde casi pierden la vida. Aun podía notar el kukri del sacerdote buscando su corazón. 

-Espero que eso que se oye sea algún ritual que les mantenga entretenidos. Damrod, adelántate y explora la zona, si hay algún guardia elimínalo, pero no te expongas. Y si viniera otra vez el ejército, olvídate de nosotros y corre fuera. No quiero repetir lo de quedarnos encerrados aquí. 

Asintió cuando acabó Harold; le había quitado las palabras de la boca. Si habían sido una tribu primitiva en algún momento, hacía mucho de eso. Antes o después del slaad, lo que estaba claro es que con la presencia del gran sacerdote se habían convertido en una verdadera amenaza. Tenían suerte de que la destrucción del monolito hubiera puesto en desbandada a los tsathar, o tendrían pocas posibilidades de sobrevivir, incluso después de haber derrotado al Caos.

—Espero que así sea —dijo serio. Si pasaban desapercibidos, mejor—. Iré por delante, tened cuidado.

Pidió la piedra a Harold, pues necesitaría la luz para explorar, y se puso en marcha. Con la luz encerrada en su puño, apenas lo suficiente para iluminar el paso inmediato por donde pisaba —debía confiar en su fino oído para detectar posibles enemigos—, avanzó por el pasillo, atravesando el muro ilusorio y acercándose hasta el linde de la sala que tantos problemas les había dado.

hacía tanto tiempo que no comía que se atraganto un par de veces intentando tragar entero varios pedazos, estaba muy agradecido con los dioses por haberlos juntado nuevamente y ahora con la barriga llena y renovados gracias a Harold nada ni nadie los iba a detener.
Sus compañeros habían destruido el monolito y con eso gran parte del poder del caos pero estaba más que seguro de que su papel en aquella cueva estaba lejos de acabar.
Avanzaron esquivando los cadáveres de las ranas, la podredumbre era tal que se extendía por todos los caminos de la cueva, hasta llegar al sitio en donde un par de veces les tocó retroceder y en donde lo habían hecho su prisionero, los recuerdos de aquella batalla perdida lo hizo enfurecer y aunque ya no contaban con el poder del monolito era poco sabio enfrentarse contra el gran ejército que comandaba Lokaug, así que se contuvo y espero a que Damrod fuera adelante con el fin de pasar desapercibidos.

Aunque el interés de los dioses del caos en este lugar ha mermado considerablemente, la estatua dedicada a Pyaray ha estado tanto tiempo en contacto con su Dios que las energías que emanan todavía impregnan este nivel, toda criatura buena siente que no es bienvenida en este lugar y que sus poderes son mermados, mientras que los servidores de Pyaray son beneficiados con su poder latente.

Al borde del lago al norte de vuestra posición ves a un gimoteante Tsathar, acuclillado en el barro que hace de orilla al lago, jugetea con ranas crías. No veis a nadie más en la caverna.

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Suspiró, molesto por la presencia del tsathar, que no parecía haberles visto. De hecho, parecía no prestar atención a nada, perdido en su propia mente. Era, sin embargo, un enemigo de la Ley, una criatura vil que en otro momento habría atacado sin pensar. Aún podía hacerlo y, lo más importante, podía llamar al resto de los suyos.

—Yo me encargo —dijo en un susurro—. Id saliendo, ahora os alcanzo.

Espero a que asintieran y, una vez lo hicieron, salió de su escondite, moviéndose por el suelo enfangado hasta quedarse a la distancia justa de su presa. Al levantar el arco y no estar ya oculta la brillante piedra que servía de guía, las tinieblas se iluminaron, mostrando su objetivo. Y, al instante, disparó, pillándole por sorpresa.