Partida Rol por web

Casi todos habían decidido ir a la tienda, así que Danielle prefirió quedarse. Se pondría cómoda y daría un paseo por los alrededores de la casa. Deseaba estirar las piernas, sentir la suave brisa en su rostro y, sobre todo, quitarse aquellas ropas de "señorita".

Subió a una de las habitaciones y dejó su maleta sobre la cama. Abrió las contraventanas, dejando que los rayos de sol bañaran el dormitorio. Había bastante polvo. Aquella casa llevaba demasiado tiempo deshabitada. 

Sacudió las sábanas y buscó un trapo para pasarlo por encima de los muebles, haciendo la estancia un poco más habitable. 

Cuando sintió que ya podía respirar un poco de aire, abrió la maleta y buscó sus pantalones de campaña. Se quitó la horrible falda de tubo y la dejó, de cualquier manera, sobre una de las sillas. Se puso los pantalones y las botas, ya un poco ajadas por el paso del tiempo, pero hechas a sus pies. Tras eso se cambió de camisa, y ya por fin, se sintió más ella. 

Cogió su cartera y, metiéndola en uno de los bolsillos de sus pantalones, salió del dormitorio. Iría a dar una vuelta y comprobaría los alrededores. Bajó las escaleras y, tras informar a Archivald y a Brenda, salió de la casa y empezó a caminar...

Recordando el telegrama pendiente a la srta Carlyle, anielle avisó a sus compañeros de su intención de darse un paseo al pueblo cercano a la oficina de telégrafos. Eran apenas 3 kilómetros a pie por una carretera con buena visibilidad y a plena luz del día. Además, Daniell sabía cuidarse de sobra. Prometió volver muy rápido, dejando allí a Archivald y Brenda al cuidado del fuerte y de los valiosos objetos que después de todo allí tenían.

El paseo, en efecto, resultó agradable y estimulante. La campiña, aún en esta época del año, ofrecía un agradable recorrido, salpicado de granjeros y trabajadores que iban y venían, cada cual a lo suyo. No dejaban de mirar a Brenda, una rara flor en este campo, pero no hicieron ni dijeron nada al respecto que se pudiera considerar grosero.

Por fin en el pueblecillo, apenas una pedanía, se acercó a la oficina de correos y telégrafos. El hombre que la recibió al entrar puso una amplia ronrisa.

-Buen día. ¿Qué se le ofrece?- dijo con su peculiar acento de la zona.

Con la intención de que le diera un poco el aire, Danielle había decidido finalmente acercarse al pueblo y enviar el telegrama a la srta Carlyle. Lo había ido dejando, pero tenía que informarle de cuales eran sus planes y sus próximos movimientos.

Al llegar a la oficina de correos se apoyó en el mostrador y sonrió al hombre que le atendió.

- Sí, buenos días. Quisiera enviar un telegrama a Nueva York - .

-¡Fiu!- silbó el telegrafista al escuchar el destino del mensaje. -Ya es lejos. Sabe que es algo más caro, ¿no? Oiga...- como si al hacer esa apreciación sobre el precio hubiera caído en algo. -Perdone que la moleste con esta indiscrección, pero, ¿no vendrá usted de Mordaunt Manor?-

Danielle asintió a las palabras del telegrafista. Era consciente de que la distancia incrementaba el precio del telegrama. No en vano había tenido que enviar alguna vez desde Egipto. 

- Sí, no se preocupe... - Le respondió con un ligero encogimiento de hombros. Iba a sacar el dinero que llevaba metido en uno de los bolsillos de su pantalón, cuando detuvo el movimiento al escuchar la pregunta de aquel hombre. Volvió a mirarle, enarcando suavemente una ceja.

- Sí, vengo de allí... - ¿Cómo podía saberlo? - ¿Por qué lo preguntáis? - 

-Oh señor. ¿No estará la señora Mordaunt allí, por casualidad? Verá, un telegrama llegó a las oficinas centrales de Londres hace un par de días dirigido a ella. Primero llegó aquí, pero al no encontrarla y comunicar esto a quien enviaba el telegrama, insistió, explicando que gastaría el dinero que hiciera falta. Sugirió mirar en hoteles, pero es una tarea lenta y no todos los hoteles dan esa información, así que en realidad estábamos a la espera.-

Qué extraño... Danielle tenía entendido que aquel no era el domicilio habitual de Mina. ¿Por qué iban a enviarle allí ese telegrama? Durante un momento dudó en si decirle a aquel hombre que la señorita Mordaunt se encontraba en la casa, o negarlo para evitar... Para evitar qué, ¿eh? Me estoy dejando contagiar por todo esto... 

La mujer había prendido su mirada castaña de los ojos del telegrafista. Finalmente pestañeó y asintió con un suave gesto de cabeza. No iba a permitir que las supersticiones se adueñaran de su vida.

- Sí, está pasando unos días en la casa. Si queréis, cuando la vea, le digo que venga a recogerlo - . Le propuso, arqueando suavemente ambas cejas. 

-Oh, no se preocupe, es nuestro trabajo entregárselo. Lo llevaremos esta tarde a la mansión, si le parece bien. Tengo que comunicarlo porque creo que quien envió el telegrama ha insistido mucho en encontrarla allí donde esté en Londres. Y no es nuestro trabajo, lo hacemos por devoción al cargo, ya sabe, así que le aliviará a mis compañeros saber que el mensaje ha llegado a buen puerto.-

Dicho esto, el joven puso a disposición de Danielle lápiz, papel reglado y las tarifas por palabra para que ella misma pudiera escribir el mensaje que deseara enviar.

Danielle asintió con un suave gesto de cabeza y cogió el lápiz y el papel que el hombre le ofreció. Durante unos segundos se quedó contemplando las líneas donde tenía que escribir su mensaje. Arrugó el ceño, pensativa, y se dispuso a hacerlo. 

"Descubiertos extraños objetos que sirven para rituales en Fundación Penhew. Partimos el viernes destino Alejandría con escalas en Barcelona, Nápoles y Corfu. Intentaré manteneros informada. Atentamente, Danielle"

Le escribió las escalas por si quería ponerse en contacto con ella. Durante un momento se planteó pedirle alguna subvención, en ese momento no recordaba si había sido Archivald o Nick quienes lo habían sugerido. Sí, debería pedirle algo de dinero. No en vano me he metido en esta aventura... 

Levantó la mirada y la entrelazó con la del telegrafista.

- Disculpe, ¿podría darme otro hoja? - Acompañó aquellas palabras con una suave sonrisa. Cuando tuvo el nuevo papel volvió a centrarse en escribir de nuevo el mensaje.

"Descubiertos extraños objetos que sirven para rituales en Fundación Penhew. Partimos el viernes destino Alejandría con escalas en Barcelona, Nápoles y Corfu. Agradecería algo de dinero para el viaje. Os mantendré informada. Atentamente, Danielle."

Ya está...

El papel que no servía lo arrugó y se lo guardó en el bolsillo mientras entregaba el otro al telegrafista. - Aquí tiene - .

El hombre asintió y transmitió el mensaje con celeridad, entregando un recibo a la vuelta. -Bien, así ya está. Más tarde me acercaré a entregar el otro telegrama. Lamento no poder entregárselo aquí, pero, ya sabe, son normas.-

Danielle pagó el importe del telegrama y se despidió del hombre.

- Muchas gracias. Aunque, no sé a qué hora estará la señorita Mordaunt - . Le dijo antes de dar media vuelta y salir de la oficina. 

Una vez fuera, sintió la mordedura del aire y se abrochó los botones del abrigo. Caminó con paso tranquilo, dirigiéndose de nuevo hacia la mansión. Hacía un buen día y le apetecía pasear y sentir el aire en su rostro.

El aire se había vuelto algo más denso, sin duda a consecuencia de una bajada de presión. Es posible que más tarde lloviera. Aún así, se respiraba optimismo en las pocas plantas que se alzaban sobre el frío clima de las islas. Esta pausa soleada no iba a durar mucho.

Fué al sobrepasar un cambio de rasante cuando Danielle descubrió algo que cuando había hecho el camino de ida no estaba allí. Apartado a un lado del camino había un carromato. Por su forma y colorido, parecía uno de esos que sirven a las familias gitanas ambulantes de hogar en marcha. La intuición la remató la aparición de una joven de no más de veinte años que salía tras del carro, sin percibirse de la llegada de Danielle, ataviada con ropas típicas de tal etnia. Llevaba un cubo con el que empezó a revisar los alrededores, como buscando hierbas. La acompañaba un Fox Terrier de orejas alicaídas que husmeaba el suelo con igual interés. No se veía a más personas ni tampoco a caballos o mulas para el carro, de lo que Danielle dedujo provisionalmente que los acompañantes de la mujer los habrían llevado al interior del hayedo, a beber al río o pastar.

Qué raro. Antes no estaba ese carro allí.

Danielle se había detenido para observarlo y vio salir a una chica joven de él, con ropas y aspecto de gitana. Habrían llegado en el rato en el que ella había estado en el pueblo. Pero ella no había tardado tanto y el carro ya estaba aparcado y los caballos, imaginaba que bebiendo agua.

Recorrió la extensión del terreno con la mirada y una sonrisa bailó en sus labios cuando vio al Fox Terrier husmeando la tierra cerca de su dueña. 

Cuando la mirada de la joven se cruzó con la de Danielle, ésta saludó con una mano y reemprendió la marcha hacia la Mansión Mordaunt. No quería molestarles y no sabía como se tomarían que una intrusa estuviera observándoles. A mi me sentaría mal. Se dijo, reprochándose su propia actitud.

Al recibir el saludo, la chica lo devolvió de inmediato y dió un par de pasos hacia Danielle, sacando de su cesta un ramito de una planta y sonriendo parecía ofrecerlo, desde la distancia. Ah, quizá quería ofrecerlo para darle buena suerte, a cambio de unas monedas. A Danielle le parecía escuchar la voz de su viejo profesor de literatura, ese prejuicioso: "¡Cómo son estos gitanos! Siempre buscando una oportunidad." Quizá tenía razón...

Al ver el gesto de la joven gitana, Danielle se detuvo y la miró enarcando suavemente una ceja. Recordó la voz de su viejo profesor de literatura. Pero aquel hombre siempre había sido un poco cascarrabias. Además, a la explorada le gustaba conocer otras culturas y relacionarse con otras gentes. 

Sonrió y se acercó a donde la gitana se encontraba. 

- Hola, buenos días. Es un ramo muy bonito - . La saludó con amabilidad y una leve inclinación de cabeza. 

-Son violetas, muy raras en esta época del año y tréboles. No se crea esa tontería sobre los cuatro pétalos: le traerán suerte- dijo la joven sacudiendo la cabeza afirmativamente con entusiasmo -Pero no tiene por qué confiar en ella. Si quiere, yo puedo decirle lo que le deparará el futuro. Leo la buena ventura... si me dejase usted algo para comprar comida en el próximo pueblo. La voluntad, nada más.-