Partida Rol por web

Uberto hace un gesto con la mano, impaciente.

-Sí, sí, sí, leyendas. Pero ¿sabes qué ocurrió con él? ¿a dónde fue el fundador de nuestro linaje? Durante siglos, una rama de los nuestros ha dedicado sus esfuerzos a tratar de localizarlo. Ese, hijo, es mi culto. Hay... miriadas de teorías, leyendas y testimonios que se contradicen. Una maraña entretejida de datos contradictorios que convierte la suerte de nuestro Antecesor en un reflejo más de su Don. La clarividencia, al precio de la vesania... Te lo explicaré

Se acerca hacia el centro de la sala y descubre el lecho de piedra. Sobre él hay tumbado un espejo enorme, que refleja las oscuras aristas del techo.

-Imagina que este espejo es la Verdad, el objeto de la búsqueda de Malkav.

Te miente. Te distrae, para destruirte.

Te está confiando sus secretos. Por fin su comportamiento tiene un sentido. Hemos de confiar en él.

¿Por qué te eligió a ti, por qué a ti y no a otro?

No estáis solos. Alguien viene.

Me mantengo en el sitio, no acepto aún a mirar en el espejo. Las voces me advierten, contradictorias. Miro hacia atrás fugazmente, y luego a él, mientras agudizo mis sentidos en busca de cualquier indicio de peligro cercano.

—Alguien viene.

Doy un paso cauteloso hacia él.

—No estamos solos, ¿verdad?

Mis ojos recorren todo lo que pueden rápidamente, y mis oídos buscan sonidos que me alerten.

Aparte de las sombras de la sala, que son proyectadas por los anaqueles o los bancos dispersos, no hay nadie más aparte de tu sire y tú.

Sin embargo, oyes lo que podrían ser unos pasos recorriendo el suelo de la ermita, justo encima de vosotros.

-¡Claro que estamos solos, maldito seas! -parece ensimismado en su explicación y no tolera demasiado las interrupciones. Sin duda esto es importante para él- ¡Y ahora mira el maldito espejo!

Obecedes, aun receloso por los sonidos que has oído arriba. El espejo es una superficie bruñida, limpia, bien pulida, de buen cristal. Tiene forma de óvalo. Cuando te ves reflejado en él, Uberto vuelve a hablar.

-Nunca puede verse. ¿Lo ves? ¿Lo entiendes? ¡Nunca puede verse el Espejo, sólo lo que éste refleja! ¡El espejo es invisible, como la Verdad, cuando está completo! ¡Eso es lo que descubrió Malkav! ¡Y por eso...! -Uberto alza un mazo de madera, que descansaba junto al lecho de piedra, y golpea con todas sus fuerzas el cristal. El espejo salta en mil pedazos, y el ruido es tan fuerte que le hace daño a tus oídos agudizados.

Sin embargo, pronto tu dolor deja paso a la preocupación. Con el fuerte ruido, los pasos de arriba se han hecho cada vez más apresurados.

El anciano, sin embargo, sólo contempla absorto los trozos del espejo destrozado.

-¡¡Mira!! Cada uno refleja lo que reflejaba el espejo entero, sólo que deformado. ¡Incompleto!

Miro hacia arriba, preocupado, por un momento, pero viendo cómo mi creador y mentor no acepta que lo interrumpa, sólo me mantengo alerta.

Aún me molesta el sonido cáustico de aquel cristal rompiéndose, tal y como me parece recordar el momento en el que mi mente sucumbió a mi sangre, a su sangre, a la Suya. Los trozos de aquel cristal siguen por ahí, reflejando nuestras caras ensombrecidas allá donde hay un ínfimo pedazo. Nervioso, tanto por sus crípticas palabras como por la presencia de alguien en el piso de arriba, le contesto atropellando mis palabras.

—Sí, ¡SÍ! ¡Eso lo sé! ¡Por eso lo vemos todo diferente! ¿Pero qué demonios es lo que me quieres decir con eso? —de pronto me ha importado poco blasfemar. Después de todo, ante aquella figura que preside el lugar y que parece reírse de todo, lo que he dicho parece digno de San Francisco de Asís.

-Lo que quiero decir, mi joven e impaciente chiquillo, es que quizá nuestro fundador percibiera que la Verdad era demasiado poderosa para permanecer en un sólo cuerpo, así como un espejo completo es invisible. Lo evidente escapa a la vista, eso quiero decir.

Hace una pausa, tomando los pedazos de cristal entre sus dedos huesudos, con un afecto rallante en la locura.

-¡Y quizá, consciente de ello, Malkav guardó el secreto en su cuerpo y planeó su letargo con mucho cuidado y antelación, para que nosotros, sus elegidos, pudiéramos acceder a la verdad revelada así, a través de unos fragmentos! ¡De sus propios fragmentos! -El cristal brilla en su mano, mientras lo sostiene ante tus ojos, extasiado.

El ruido de los pasos en el exterior desaparece. Quizá se hayan ido. O quizá han descubierto la trampilla.

-¿¿Acaso no está escrito "Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido"??

Asiento con gravedad.

—Revelaciones, ¿no es así? —prácticamente no lo dejo responder, sé que es de ese libro—. Entiendo... Y no creas que es del todo nuevo para mí, siempre intuí que a cada uno de nosotros nos falta lo que los demás sí tienen...

Entorno los ojos mientras oigo desaparecer los pasos.

—Por eso sabemos que él habita en cada uno de nosotros, un poco en cada uno, ¿no es así? Por eso podemos saber dónde estamos... Por eso el tiempo es distinto para los Malkavian.

No puedo soportar la presión de los pasos de arriba que ahora no están. Llevo mis manos al interior de mi ropa y saco una daga. Me doy la vuelta.

—Luego me sigues contando, pero hay alguien. Y sabe que estamos aquí.

Voy hacia la salida, daga en mano, mientras empiezo a subir lentamente, tratando de no hacer ruido, sin abrir aún la trampilla en busca de algún ruido que quede.

Tu sire te mira extrañado cuando te ve sacar la daga y comenzar a subir por las escaleras.

-¡No lo entiendes! ¿Crees que sabes de qué te hablo, insensato? ¡¡Soy yo el que ha sobrevivido al laberinto imposible de Jerusalén, a cuarenta noches de persecución en el desierto y a las maquinaciones de ese gordo Lasombra del diablo!! ¿¿Y tú me despachas con un par de frases insolentes, cuando te estoy ofreciendo un conocimiento con el que muchos de los nuestros no pudieron ni soñar??

Parecen importarle muy poco los ruídos de arriba.

Intentas subir las escaleras con tu daga en la mano y sin hacer ruido, pero el agujero de ascenso es demasiado estrecho y cuando llevas la mitad de camino tu daga se resbala y cae, golpeando en los escalones con un ruido sordo, amplificado por el eco.

Ahora te encuentras desarmado, con tu daga en el suelo, muy lejos de ti, y a medio camino entre la trampila exterior y el piso.

Arriba, los pasos se arremolinan en torno a la trampilla: la han encontrado. Una voz glacial y firme dice:

-¡Uberto de Ercolano! ¡Es inútil que te escondas! ¡Sabemos que estás ahí!

Cada vez empieza hacer más frío.

Mis pasos bajan rápidamente hasta la base de nuevo. Tomo la daga con rapidez y corro hacia mi sire.

—Dime qué demonios está pasando aquí. ¿Quién te busca?

Ya no me preocupa que me oigan. Saben perfectamente que estamos abajo. Podría haber optado por seguir ocultando a mi sire, pero lo más probable es que así me mataran a mí y él quedara totalmente ileso. Antes que irme por tamaña estupidez, prefiero ponernos en peligro ambos. Él puede ser una buena torre para defender a este rey.

El italiano parece confuso, como si despertara de su enajenación. Sin contestarte, da un par de ágiles pasos hasta situarse bajo el agujero de subida y cuando un haz de debil luz blanquecina le ilumina -señal de que alguien ha abierto la trampilla, al fin-, se aparta de la luz un salto y con ayuda del cendal que cubría el espejo apaga el fuego de las lámparas de aceite. El habitáculo se queda a oscuras.

La sombra en la que se ha convertido Uberto susurra, tras de ti:

-Quieren la sangre.

Oyes el ruido de al menos dos personas al descender por la escalerilla.

Frunzo el ceño. ¿La sangre? ¿Acaso quieren beber de él como he oído que hacen algunos, violando los preceptos marcados por Caín? Me da igual, en cualquier caso sé que tendré que pelear, pero a oscuras, difícilmente podré ver algo, incluso aunque agudice mis sentidos... Sí, oiré mejor, pero será aún más útil ver dónde están por las auras que emanan de ellos. Invoco así el poder dado por mi sangre maldita y me preparo, con mi sire tras de mí, para la lucha, asiendo mi daga con fuerza.

El aura de tu sire muestra preocupación, pero también entereza. Das por sentado que se ha acogido a los senderos de la ofuscación y a la oscuridad para poder escapar de vuestros captores, pero tus habilidades en Auspex aún te permiten verle. Sólo rezas para que los intrusos sean menos versados que tú en esta disciplina.

Son dos, y han descendido la escalerilla a gran velocidad. Ambas auras pertenecen a vástagos. La primera de ellas está teñida de nerviosismo y excitación. La segunda, de una calma profunda. Es ésta la que más miedo te produce.

Te sobresalta la voz de uno de los intrusos. Es una voz de mujer.

-Estúpido lunático... ¿no creerás que la oscuridad va a detenernos?

De repente, brota de la nada una luz fulgurante. La mujer que ha hablado ha hecho surgir de la palma de su mano un grupo de llamas que iluminan su rostro y llenan de sombras el templo.

Brujos.