Partida Rol por web

Áscalon parecía la sombra del otro lobo puesto que él también se avalanzó contra el ataviado de negro que tenía delante, los colmillos del animal buscaron una vez más el cuello de su enemigo y la impetuosa embestida buscó una vez más el tirarle al suelo.

   Áscalon tiró a su oponente al suelo destrozándole la yugular de un bocado. El hombre dejó de forcejear y sus brazos cayeron intertes al suelo.

khaila había sentido el dolor repetidas veces. Pero este último tajo hizo que sus oscuros ojos se empañaran. Apretó los dientes y levantando con todas sus fuerzas lo descargó en el que tenía a su derecha. Estaba ya herido y la joven quería acabar rápidamente con la amenaza que suponían. Esperaba que en cuanto el encapuchado viera como sus fuerzas diezmaban se rindiera...

Aprovechando la inercia del golpe, su arma también golpeó al ataviado que tenía delante... Un grito gutural salió por su garganta, un grito que ponía los pelos de punta... En su rostro se podía ver dibujada una rabia, un dolor que de por si ya haría palidecer a cualquier incauto que se cruzara con ella. Su alma de guerrera clamava.

La joven se alejó un paso, si alguien más quería herirla, al menos esperaba poder verle la cara...

   Khaila lanzó un tajo lento y poderoso que cercenó a su oponente por la mitad y envió un manantial de sangre en todas direcciones. Aprovechando la inercia del golpe se cambió de mano el mandoble por la espalda y asestó otro formidable espadazo a través de la niebla oscura. El chillido y el posterior gorgoteo confirmó a la guerrera que su golpe también había aniquilado a su segundo rival. 

   La guerrera, experta en aquellos lances, retrocedió para dejar paso franco a un Arledrian que se abalanzaba sobre el oponente que el lobo convocado de Galatea había derribado. Durante un instante las miradas del guardia y la guerrera se cruzaron. Khaila fue incapaz de discernir si vio admiración o puro pavor en el rostro de Arledrian.

   —¡Por siempre La Rastra! —aulló, y aterrizando sobre una rodilla asestó un par de puñaladas a su oponente. Una de ellas se chocó contra el duro suelo pero otra rasgó el estómago del hombre mientras este lloraba de puro dolor.

   Arledrian miró por encima de su hombro a Canthus.

   —¡Vete, muchacho! ¡Huye!

   Llorando y gañendo, Canthus retrocedió para lamerse las heridas.

   —...edhelo son haima, meirakie... —les llegó el rumor de un tercer conjuro del entunicado.

   Contuvieron la respiración, pero cuando terminó el cántico del hechizo no había sucedido nada... aparentemente.

"Cht... "

Galatea escuchó la salmodia del encapuchado pero no llegó a descifrarla.

—¡Tened cuidado!, no estoy segura de qué clase de conjuro ha sido ese.

"¿Has desaparecido o planeas algo...? ¡sal de esa maldita nube, alimaña!"

Retrocedió un poco cerca de donde andaba el maltrecho Canthus para poder concederse un respiro pero no bajó la guardia. Se llevó una mano al costado lastimado, murmuró una palabra en un lenguaje extraño y una luz tenue y verdosa volvió a iluminar entre sus dedos, el feo corte dejó de sangrar acompañado de un leve suspiro de alivio de la Druida.

Al ver caer a sus aliados lo más probable era que el tipejo se hubiera hecho invisible... o hubiera huído, o también puede que fuera lo suficientemente estúpido como para preparar un conjuro traidor. No lo tenía claro y desde luego no pretendía meterse a ciegas en aquella oscuridad mágica que ni su aguda vista de elfa era capaz de penetrar. Sería mejor pensar en otra cosa.

Áscalon también se atrasó un poco emulando a su compañera como si con ello la escudara. El animal no estaba asustado, es más, miraba fijamente la zona oscura de la que había surgido aquella magia que había herido a Galatea gruñéndole y "enseñándole" los afilados colmillos cubiertos de sangre.

Khaila escuchó como el entunicado volvía a preparar algún tipo de conjuro. El cántico le llegó claramente a sus oidos. Ella no sabía a que atenerse. Se quedó en el mismo sitio, esperando... Preparada para actuar ante cualquier indicio de peligro.

Su piel se puso de gallina, un escalofrío recorrió su espalda. La joven odiaba estas situaciones en las que no podía controlar. No sabía qué ocurriría. Así que esperó...

Con un tajo hábil, Arledrian remató a su rival. 

Nada parecía haber sucedido después del cántico del entunicado, pero entonces el agudo oído de la elfa pareció detectar unos pasos de alguien invisible que se dirigía hacia la puerta. Dónde estaba exactamente era algo imposible de decir con exactitud.

Una de las cejas de Galatea sufrió una especie de mini-tick y se enarcó al escuchar los pasos. Enseguida se hizo una idea de qué clase de conjuro había utilizado el hombre de negro.

"Ah, no... De eso nada"

Sin más, salió corriendo como una flecha disparada por un arco silvano hacia la puerta por la que habían entrado todos. Cerrándola de un portazo y bloqueándola ella misma.

—¡No nos tomes el pelo, rata!—gruñó ceñuda sin mirar a ningun aparte en concreto, simplemente permanecí aalerta escrutando al frente—puedes engañar a mis ojos pero no a mis oídos. Sé que te has vuelto invisible y ahora mismo no tienes escapatoria así que ríndete de una puñetera vez.

Dirigió una mirada de soslayo al lobo blanco que permanecía atento a los movimientos de su compañera. La elfa se mordió el labio y emitió un silbido muy corto.

Áscalon levantó la cabeza al escuchar el silbido, sus orejas casi se le juntaron encima de la peluda cabeza blanca. Al instante avanzó dirigiéndose junto a la elfa.

Khaila no se había movido. La joven se había mantenido en la misma posición, sin saber qué hacer... Al ver como la elfa salía corriendo hacia la puerta y la cerraba, le dio una idea de donde podía estar el mago... Malición... Debe estar invisible.

La joven nunca había tenido muchas simpatías con los conjuros. Ella siempre había sido una negada en el arte de la magia. Prefería un enemigo que blandiera un arma, una lucha de iguales, pero todos los magos eran unos cobardes y unos débiles...

Khaila no podía estar más equivocada, los magos podían ser muy peligrosos pero la joven, ignorante en esas artes, lo único que veía es que luchaban desde la retaguardia y traicioneramente.

Se quedó en silencio, esperando escuchar algún tipo de movimiento y de esta manera saber dónde podía descargar su espada...

   La pregunta quedó flotando en el aire, pero nadie respondió. Los tres compañeros intercambiaron miradas, intentando aguzar el oído. Sólo el ocasional gañido de Canthus rompía el silencio.

   —Creo que se ha ido ya, Galatea —comentó Arledrian, expresando en voz alta el pensamiento de todos.

Galatea le dio un puñetazo fastidiado a la puerta con el canto de la mano, no lo hizo con fuerza así que provocó un sonido sordo.

—Y que no vuelva—gruñó—rata cobarde...

O efectivamente se había ido, o hacía que se había ido, el caso es que a aquellas alturas le daba igual. Soltó un hondo suspiro y acarició la cabeza del lobo que permanecía a su lado, luego miró a los presentes.

—¿Está todo el mundo bien?

- He tenido mejores momentos... - Gruñó Khaila llevándose la mano al costado. allí dónde se podía ver perfectamente el surco dejado por las armas de los ataviados.

Al comprobar que el entunicado había conseguido huir, la joven bajó la guardia. Un gesto de rabia se podía apreciar en su rostro.

- Esperemos que la oscuridad esa desaparezca y acabemos con lo que hemos venido a hacer. - Con un movimiento seco se apartó un mechón que sudoroso se había desprendido de su cabello, y le tapaba los oscuros ojos. Desvío la mirada hacia dónde creía que estaba el guardia que atraparon, esperando poder verlo...

   —Yo estoy bien —replicó Arledrian mientras envainaba sus espadas cortas—. Pero no puedo decir lo mismo de Canthus.

   El joven guarda se acercó a grandes trancos hasta su perro. El pobre animal estaba gravemente herido y se lamía las heridas entre lloriqueos y gañidos. Arledrian se arrodilló junto a él para confortarlo con su presencia. Pero era obvio que no sabía ni por dónde empezar a tratar sus heridas.

   —¿Puedes hacer algo por él, Galatea?

Galatea se separó de la puerta y caminó un par de pasos con el lobo junto a ella.

—Es un conjuro de oscuridad mágica... se disipa pasado un determinado tiempo después de ser lanzado—informó ante las palabras de la guerrera. La voz de la elfa volvía a sonar tan serena como el viento entre las hojas de un árbol.

Se acercó hasta donde Arledrian y Canthus estaba, acuclillándose al lado del animal. Bien era verdad que la mirada de la Druida resultaba algo severa, casi altiva, pero aquellos ojos tan fríos reflejaban el mismo ribete compasión que cuando descubrieron a los perros famélicos de la entrada.

—Me temo que no, por hoy he gastado todos los conjuros de sanación que podía—respondió a la pregunta del humano mientras echaba un vistazo por encima a las lesiones del cánido—y aquí no puedo curarle esas heridas omitiendo la magia, necesitaría volver a los establos por lo menos.

Se puso en pié sacudiéndose las rodillas.

—Si quieres ir a los establos a que lo curen puedes aprovechar para llevarte también a nuestro amigo "el nudista" ante alguien con autoridad... —dijo con cierta ironía al pronunciar el mote mirando de reojo la nube de oscuridad en medio de la cual estaba el guardia... en alguna parte—y traer cuando vuelvas los refuerzos de los que estábamos hablando antes de que esa pandilla de mojigatos irrumpiera con su numerito de luces y sombras.

Áscalon lamía algunas de las heridas de Canthus.

Sabía que los animales al final serían un estorbo. Ahora tenían que esperar a que Arledrian se llevara al perro para que lo curasen. ¿Pero qué narices hacía ella allí? La joven se sentía molesta. Aunque en el fondo de su corazón entendía la situación, su expresión reflejaba lo contrario.

Se mantuvo al lado de la oscuridad, esperando a que ésta se desvaneciera y poder apresar finalmente al hombre que se encontraba medio desnudo. Una mueca parecida a una sonrisa asomó a sus labios, cuando la elfa se refirió al hombre como"el nudista".

- De acuerdo, pero cuando vayas date prisa, no sabemos cuándo puede volver... - Finalmente Khaila se había rendido a lo inevitable. Aunque no le gustara la idea, era lo más lógico. Su mirada oscura, penetrante, no se apartó en ningún momento de la masa de oscuridad que tenía delante. Como si con tan sólo mirarla fuera capaz de hacer que se desvaneciera.

   Arledrian esbozó una sonrisa traviesa, como si una broma se estuviera formulando en su mente. Sin embargo, el aspecto de Khaila (bañada en la sangre de sus enemigos y con una espada de la altura del joven guarda) no le parecía el más propicio para decirla en voz alta, así que se contentó con carraspear y asentir. Desapareció en la nube de oscuridad para reaparecer empujando al hombre que Galatea había bautizado como "el nudista". 

   Antes de encaminarse hacia la salida volvió el rostro a las dos jóvenes.

   —Os he visto pelear, y sois auténticas fieras. Pero estáis heridas y no sabemos cuánta gente puede estar ahí dentro. No dejéis que os maten —la seriedad se volvió a ausentar del rostro de Arledrian para volver a su sempiterna sonrisa—. Bueno, a menos que sea absolutamente indispensable, claro.

   Dedicó una última mirada a las dos mujeres y se encaminó a la salida.