Partida Rol por web

Joder, qué real parecía todo. Así que era esto, un parque de aventuras lleno de robots. Un videojuego que engañara tu cerebro del todo. Y parecía estarlo consiguiendo. Me sentía en un tren del Oeste. 

Tenía sed, así que me tragué el vaso de golpe. Quemaba la garganta. Lo dejé, suponiendo que volvería a rellenarlo. 

—También querría un vaso de agua grande, mejor dos —me duraba el dolor de cabeza de ayer. Atenuado gracias a la pastilla de la pelirroja, pero todavía persistía en el fondo de mi cráneo. Donde estuviera el fondo. 

El nuevo no se sonaba de los invitados del tren. Seguro que era un robot. Me hice el duro, en plan Eastwood o Wayne. Que hablara él si tenía algo que decir. A mí de momento... de momento sólo quería estar tranquilo y que se fuera el dolor de cabeza, aunque cuando había estado con Jane se había ido del todo. 

No me lo podía creer. Primero la luz cegadora y luego la oscuridad más cerrada. ¿Quién había diseñado esa mierda? No podía creerme que a ningún departamento de diseño serio le pudiera haber parecido buena idea meter a sus clientes en algo así. 

Miré hacia atrás y luego hacia el interior de la puerta de nuevo. Desde luego no quería quedarme en el pasillo, pero meterme en una habitación totalmente oscura tampoco me apetecía especialmente. Resoplé de nuevo y antes de entrar palpé la pared cerca de la puerta, en busca de algún interruptor que se pudieran haber olvidado de encender.

El rollo de los olores era estimulante, eso tenía que reconocérselo. Tal vez todo era un experimento sensorial o alguna mierda psicológica de esas. No tenía ganas de prestarme a que me convirtieran en una jodida rata de laboratorio, así que esperé un poco antes de decidirme a atravesar la puerta y sólo lo hice cuando me convencí de que nadie iba a acudir para sacarme de allí.

Resignado por el momento y con la promesa mental de poner el grito en el cielo en cuanto pillase a algún responsable, extendí las manos en la oscuridad y empecé a dar algunos pasos hacia el interior. Quería atravesar la habitación para buscar alguna salida en la pared de enfrente pero al encontrar objetos por el camino, me esforcé por no dar un respingo y mantener mi dignidad intacta. Los palpé un poco, pero no tardé en continuar mi camino hacia el otro lado. En algún lugar tenía que haber alguna luz. Y alguna salida. 

«Qué puta mierda. Con lo bien que habíamos empezado Jane y yo...»

En la oscuridad y sin embargo rodeados de sensaciones que parecían – de a ratos -, potenciarse ante la carencia del sentido de la vista te mueves rozando a tu alrededor a otros seres que quietos y silenciosos se mantienen en sus sitios como estatuas abandonadas en una cripta.

No es grato aunque si breve pues a esta ausencia de luz sigue un inesperado tirón que te obliga a aferrarte de lo que primero encuentran tus manos y a continuación – como dijo Dios según algunos – “la luz se hace” y todo cobra sentido ante tus ojos.

Estas ahora dentro de un cuarto rectangular y angosto. A ambos lados se aprecian ventanas cubiertas con cortinas blancas y primorosas que no dejan ver hacia afuera. El cuarto, es de madera tanto en sus paredes como en el suelo y el mismo techo. Hay personas, hombres, mujeres y niños rodeándote, ahora charlan entre ellos o te lanzan furibundas miradas algunos, seductoras otros y frías unos pocos.

El entorno esta atestado de diversos olores, los entiende ahora tu mente mientras asocia el perfume dulce, sensual, floral, exótico y fragante aunque delicado  del Sándalo con las trazas ásperas en garganta que recordaba a hierbas secas quemadas al fuego del tabaco. El acre del sudor humano, el reseco aroma del polvo que flota como una nube traslucida en aquel sitio, el perfume de la tierra en las botas y zapatos de todos y por sobre esto el de la pólvora pues la mayoría de los presentes llevan armas visibles.

Otro nuevo tirón y a continuación el distante alarido de una chimenea a carbón indicando que el viaje ha comenzado y entonces lo entiendes.

¡Estás en un vagón!, un maldito vagón de tren sacado de entre las brumas de un distante y nada tecnológico pasado.

Y es este tren, que ahora comienza a correr cada vez más rápido, quien ha salido finalmente del oscuro túnel donde se encontraba internándose en un vasto y árido paisaje, el de WestWorld, el más grande y novedoso parque de DelosInc.

Aquello a lo que te aferraste cuando la primera sacudida dio inicio a este viaje resulta ser la barra de madera primorosamente decorada de un mini bar.

Tras el mostrador hay un hombre que viste muy a la usanza del 1820 - ¡Por Dios que locura! -, quien luego de ofrecerte un breve y silente saludo con la cabeza ha puesto una copa de cristal entre ambos para a continuación llenar la misma con un buen brandy el cual lanza destellos ambarinos y un potente aroma.

El murmullo de las conversaciones llena tus oídos y es increíble la forma en que de un segundo a otro todo ha cambiado.

Uno doble de eso mismo, dice alguien a tu lado entonces y a continuación se apoya en la barra y puedes verle.

Prefería el pasillo, pues al menos estaba iluminado. Me da mas pavor que la puerta que cruzo se cierre y no me deje salir, dejándome encerrada en aquella cosa a oscuras, que emanaba tantas sensaciones olorosas. Eso era agradable, no lo era tanto la negrura que engullía todo. No se si esto sería algún tipo de juego para ver como reaccionábamos (pues eramos conejos de indias), pero por mi se lo podrían haber ahorrado. 

Siento mi corazón desbocado y aspiro el almizcle de olores, preguntándome de donde venía todo aquello. Extiendo mis brazos para intentar tocar algo, pero es solo cuando me muevo cuando noto los objetos. Paso a intentar identificarlos miediante el taco.

- ¿Pero qué coño...?

En la oscuridad y sin embargo rodeados de sensaciones que parecían – de a ratos -, potenciarse ante la carencia del sentido de la vista te mueves rozando a tu alrededor a otros seres que quietos y silenciosos se mantienen en sus sitios como estatuas abandonadas en una cripta.

No es grato aunque si breve pues a esta ausencia de luz sigue un inesperado tirón que te obliga a aferrarte de lo que primero encuentran tus manos y a continuación – como dijo Dios según algunos – “la luz se hace” y todo cobra sentido ante tus ojos.

Estas ahora dentro de un cuarto rectangular y angosto. A ambos lados se aprecian ventanas cubiertas con cortinas blancas y primorosas que no dejan ver hacia afuera. El cuarto, es de madera tanto en sus paredes como en el suelo y el mismo techo. Hay personas, hombres, mujeres y niños rodeándote, ahora charlan entre ellos o te lanzan furibundas miradas algunos, seductoras otros y frías unos pocos.

El entorno esta atestado de diversos olores, los entiende ahora tu mente mientras asocia el perfume dulce, sensual, floral, exótico y fragante aunque delicado  del Sándalo con las trazas ásperas en garganta que recordaba a hierbas secas quemadas al fuego del tabaco. El acre del sudor humano, el reseco aroma del polvo que flota como una nube traslucida en aquel sitio, el perfume de la tierra en las botas y zapatos de todos y por sobre esto el de la pólvora pues la mayoría de los presentes llevan armas visibles.

Otro nuevo tirón y a continuación el distante alarido de una chimenea a carbón indicando que el viaje ha comenzado y entonces lo entiendes.

¡Estás en un vagón!, un maldito vagón de tren sacado de entre las brumas de un distante y nada tecnológico pasado.

Y es este tren, que ahora comienza a correr cada vez más rápido, quien ha salido finalmente del oscuro túnel donde se encontraba internándose en un vasto y árido paisaje, el de WestWorld, el más grande y novedoso parque de DelosInc.

Aquello a lo que te aferraste cuando la primera sacudida dio inicio a este viaje resulta ser la barra de madera primorosamente decorada de un mini bar.

Tras el mostrador hay un hombre que viste muy a la usanza del 1820 - ¡Por Dios que locura! -, quien luego de ofrecerte un breve y silente saludo con la cabeza ha puesto una copa de cristal entre ambos para a continuación llenar la misma con un buen brandy el cual lanza destellos ambarinos y un potente aroma.

El murmullo de las conversaciones llena tus oídos y es increíble la forma en que de un segundo a otro todo ha cambiado.

Uno doble de eso mismo, dice alguien a tu lado entonces y a continuación se apoya en la barra y puedes verle.

Tras comprobar que la puerta estaba abierta me alegré. Aún así y pese a lo molesta que era la luz llevé la vista atrás antes de meterme, como si me estuviera despidiendo de aquel horrible pasillo. En ese momento aquello era como una búsqueda del tesoro, o algo parecido. Vale que sólo tenía un camino, pero no saber qué esperaba delante me provocaba un regustillo placentero en la boca del estómago.

Una vez pasé al otro lado y me encontré bañada en oscuridad contuve un instante la respiración, intentando oír algo. Mi sonrisa volvía a estar presente en mi cara y me quedé algunos segundos atenta, esperando que mis ojos se acostumbrasen a la nueva iluminación. Pero parecía que realmente estaba totalmente a oscuras.

En esos segundos empecé a notar ciertos aromas. Algunos eran más fáciles de reconocer y otros sólo provocaban sensaciones que podía más o menos ubicar. Y al final, cuando decidí que quería seguir avanzando, volvía a buscar con los dedos la pared para guiarme. La otra la llevé hacia adelante, más o menos a la altura de mi vientre, para prevenirme en caso de que fuese a chocar con algo.

—¿Hola? —pregunté en voz alta—, ¿hay alguien ahí?

En la oscuridad y sin embargo rodeados de sensaciones que parecían – de a ratos -, potenciarse ante la carencia del sentido de la vista te mueves rozando a tu alrededor a otros seres que quietos y silenciosos se mantienen en sus sitios como estatuas abandonadas en una cripta.

No es grato aunque si breve pues a esta ausencia de luz sigue un inesperado tirón que te obliga a aferrarte de lo que primero encuentran tus manos y a continuación – como dijo Dios según algunos – “la luz se hace” y todo cobra sentido ante tus ojos.

Estas ahora dentro de un cuarto rectangular y angosto. A ambos lados se aprecian ventanas cubiertas con cortinas blancas y primorosas que no dejan ver hacia afuera. El cuarto, es de madera tanto en sus paredes como en el suelo y el mismo techo. Hay personas, hombres, mujeres y niños rodeándote, ahora charlan entre ellos o te lanzan furibundas miradas algunos, seductoras otros y frías unos pocos.

El entorno esta atestado de diversos olores, los entiende ahora tu mente mientras asocia el perfume dulce, sensual, floral, exótico y fragante aunque delicado  del Sándalo con las trazas ásperas en garganta que recordaba a hierbas secas quemadas al fuego del tabaco. El acre del sudor humano, el reseco aroma del polvo que flota como una nube traslucida en aquel sitio, el perfume de la tierra en las botas y zapatos de todos y por sobre esto el de la pólvora pues la mayoría de los presentes llevan armas visibles.

Otro nuevo tirón y a continuación el distante alarido de una chimenea a carbón indicando que el viaje ha comenzado y entonces lo entiendes.

¡Estás en un vagón!, un maldito vagón de tren sacado de entre las brumas de un distante y nada tecnológico pasado.

Y es este tren, que ahora comienza a correr cada vez más rápido, quien ha salido finalmente del oscuro túnel donde se encontraba internándose en un vasto y árido paisaje, el de WestWorld, el más grande y novedoso parque de DelosInc.

Aquello a lo que te aferraste cuando la primera sacudida dio inicio a este viaje resulta ser la barra de madera primorosamente decorada de un mini bar.

Tras el mostrador hay un hombre que viste muy a la usanza del 1820 - ¡Por Dios que locura! -, quien luego de ofrecerte un breve y silente saludo con la cabeza ha puesto una copa de cristal entre ambos para a continuación llenar la misma con un buen brandy el cual lanza destellos ambarinos y un potente aroma.

El murmullo de las conversaciones llena tus oídos y es increíble la forma en que de un segundo a otro todo ha cambiado.

Uno doble de eso mismo, dice alguien a tu lado entonces y a continuación se apoya en la barra y puedes verle.

El vaquero es joven, unos treinta y pico como mucho. Se le nota en la plenitud física pues su cuerpo es bien proporcionado y fornido pero manteniendo la armonía.

Viste de gris, un gris topo, ropas de buena hechura aunque sencillas y sin lujos.

Botas de cuero con taco duro negras y sombrero de ala ancha del mismo color.

A la derecha y un tanto más debajo de la línea de la cintura puedes apreciar una enorme cartuchera de cuero donde descansa una gran Pacemaker de metal opaco por el tiempo y el uso.

A simple vista aquel hombre no parece del tipo adinerado aunque tampoco es un vagabundo. Si debieras catalogar su “función”, apuestas a que encaja a la perfección en el tipo estándar de “hombre a por libre”, un “cowboy” en toda ley.

El se gira ahora hacia ti por completo y te sonríe extrañado como si no entendiese bien tus palabras – y la sonrisa le queda extremadamente bien en el rostro, casi de catalogo -, mientras dice con un fuerte acento arcaico en esta época:

¿Qué…hay?, ¡ja!, nunca antes he escuchado un saludo como el suyo extraño, mi nombre es Teddy, Teddy Flood un gusto.

Entonces extiende su mano para estrechar la tuya y aquel movimiento te permite observa que bajo el saco de su traje – y en la parte alta del pecho sobre el lado izquierdo -, lleva una estrella al parecer de metal en donde se lee claramente la palabra “Sheriff”.

El vaquero es joven, unos treinta y pico como mucho. Se le nota en la plenitud física pues su cuerpo es bien proporcionado y fornido pero manteniendo la armonía.

Viste de gris, un gris topo, ropas de buena hechura aunque sencillas y sin lujos.

Botas de cuero con taco duro negras y sombrero de ala ancha del mismo color.

A la derecha y un tanto más debajo de la línea de la cintura puedes apreciar una enorme cartuchera de cuero donde descansa una gran Pacemaker de metal opaco por el tiempo y el uso.

A simple vista aquel hombre no parece del tipo adinerado aunque tampoco es un vagabundo. Si debieras catalogar su “función”, apuestas a que encaja a la perfección en el tipo estándar de “hombre a por libre”, un “cowboy” en toda ley.

El se gira ahora hacia ti por completo y te sonríe afable mientras toma el vaso que el tabernero le sirve en tu nombre  y levantándolo para propiciar un brindis dice:

Y parece usted hacer honor a su apellido señor “Merry”, siempre es un placer conocer gente educada comenta animado.

Mi nombre es Teddy, Teddy Flood para servirle, indica mientras choca su vaso con el tuyo, y viajo a SweetWater por trabajo explica.

Entonces extiende su mano para estrechar la tuya – luego de dejar el vaso vacio sobre la barra -  y aquel movimiento te permite observa que bajo el saco de su traje – y en la parte alta del pecho sobre el lado izquierdo -, lleva una estrella al parecer de metal en donde se lee claramente la palabra “Sheriff”.

Luego de servir lo que ha pedido el vaquero a tu lado – al cual parece observar con mucho respeto -, se vuelve hacia ti y te observa con desconcierto en silencio. Parece pensativo – como decidiendo que decir a continuación o quizás intentando comprender tu pedido -, y finalmente, cuando habla, lo hace de forma dubitativa tanteando de forma precavida tus actitudes ante sus palabras.

No…no tengo, de “eso”, responde lanzando miradas a tu rostro y luego a tus manos para volver a tu rostro, pero…- prosigue volviendo a mirar tus manos, el hombre a tu lado y de nuevo tu rostro -,…emm…puedo ofrecerle, zarzaparrilla si gusta indica mientras coge una botella y la pone - con mucho cuidado y sin dejar de mirarte - sobre la barra de madera entre ambos.

Te giras hacia la ventana ignorando la bebida – al menos de momento – y con la firme intención de apreciar el paisaje exterior.

Más, en el tiempo que tardas en girar sobre ti mismo para hacer aquello que te propones suceden dos cosas casi al mismo tiempo.

Lo primero, es la expresión mitad sorpresa mitad desagrado que el tabernero te obsequia cuando olisqueas la bebida que te ha ofrecido amablemente pasando abiertamente de ella sin mediar palabra alguna.

También el vaquero a tu lado te mira de reojo aunque brevemente y al parecer sin intenciones de inmiscuirse en el asunto.

Desentendiéndote te acercas a la ventana y ya te dispones a correr un poco la cortina que impide observar el exterior cuando la segunda cosa se pone en marcha.

A tu espalda, el tabernero quien parece estar seriamente molesto te suelta por lo bajo – pero puedes escucharle a la perfección -, un bonito improperio con mucha mala saña:

!Putos amarillos de mierda!, dice, y sus asquerosos modales. Solo sirven para lavar la ropa y hacer vías de tren. 

—No tienes agua... y me ofreces esa mierda... pues menudo bar. Mira, amigo... Por más que lo he intentado, no puedo vivir sólo de whiskey. ¿Tienes cerveza al menos? —de cerveza sí se podía vivir, eso lo había comprobado en unas vacaciones de primavera hacía un par de años. 

Me apoyé en la barra, dándome la vuelta y mirando el vagón, quizás había gente con la que podía divertirme, estos seguro que eran robots. Y no de los divertidos. Para beber en un bar con extraños tenía muchos en casa. Y con mejores bebidas y agua cuando quisiera.