Partida Rol por web

Llorando Pecados

Testamento

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18/12/2009, 17:11
Director

Allan recorrió los pasillos de WetStones con paso apresurado, consecuencia de lo airado de su estado de ánimo. Apenas reparó en aquellos con los que se cruzaba pero instintivamente siguió a algunos de los criados que cargaban con bandejas para el salón y acabó llegando sin demora hasta las puertas del mismo.

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18/12/2009, 17:13
Director

Las puertas del salón se abrieron una vez más, pero no fueron criados cargados con bandejas de comida los que entraron por ellas. Por la forma en que se abrieron supieron que se trataba de alguien diferente. Los sirvientes las abrían sin hacer apenas ruido, casi como con miedo, pero en esta ocasión se abrieron enérgicamente, tanto que incluso una de sus hojas golpeó contra la propia pared una vez hubo finalizado su recorrido sobre las bisagras.

Quien entró fue Allan Murray. Sus ojos reflejaban ira y determinación. Su rostro mostraba una expresión indescifrable que sin duda no habría sido el resultado de nada bueno.

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18/12/2009, 17:24
Amabel Cameron

Amabel Cameron respondió brevemente a las palabras de Margarett, pero el tono suave y amortiguado de su voz hizo que únicamente ésta llegase a escucharle. No llegó a decir gran cosa, por otra parte, ya que se detuvo ante la entrada de Allan.

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18/12/2009, 17:26
Amabel Cameron

-Es usted muy culta señora, y muy observadora me atrevería a añadir. Esa es mi familia, ciertamente, y fui noble una vez. O quizás no. Ya no sabría decirle. Las hijas menores de matrimonios bendecidos con varios hijos solemos convertirnos antes o después en poco más que un estorbo, o en mi caso en moneda de cambio a la baja... - se interrumpió cuando se abrieron las puertas.

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18/12/2009, 22:40
Margarett Heisell

Margarett asintió levemente al breve comentario de Amabel Cameron, antes de volverse hacia las puertas que acababan de abrirse con brusquedad y golpeado una de las paredes con estrépito. El causante de aquel revuelo no era otro que Allan Murray, cuyo rostro mostraba una extraña expresión, si bien sus ojos eran claros exponentes de la rabia que lo agitaba y, tal vez, de algo más.

Su retraso, su intempestiva, violenta entrada en el comedor y su alterado semblante, hablaban de una desagradable experiencia.

- James - alcanzó a murmurar apenas en un susurro, inaudible para cualquiera. Guardando silencio, se desentendió del funcionario de la Corona. Con la anciana presente y el primer plato ya servido, no era ocasión para preguntar por las razones de su estado. Lo mejor que Allan Murray podía hacer en aquel momento, era tomar asiento y templar sus nervios con la comida.

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18/12/2009, 22:51
Margarett Heisell
Sólo para el director

Con anterioridad a la brusca irrupción de Allan Murray, Margarett había escuchado atentamente a Amabel Cameron, cuyas palabras, dichas en un tono bajo, destilaban tal resignación que despertaron en la anciana dama una profunda compasión al reconocer la  posición de víctima de la joven embarazada. Aquella muchacha ni siquiera había logrado un matrimonio con un joven burgués al que proporcionar el lustre de su apellido y ennoblecer la sangre de los hijos habidos por ambos. No, sus padres se habían limitado a entregarla al Conde de Fife como amante, como un simple trozo de carne sin alma, relegando a un segundo plano sus deseos, su honorabilidad y su futuro. Por un instante, revivió su propia experiencia y apreció, pese al notable paralelismo entre ambas, que ella había elegido su destino. Estuvo con James Duff porque así lo deseó y porque amaba a aquel hombre, haciendo frente a los convencionalismos sociales y a la vergüenza que su familia padecía ante su ilegítima relación. No fue vendida, ni regalada. Simplemente, accedió a ser conquistada por el hombre que la había enamorado.

- Lady Cameron – dijo Margarett en el mismo tono amortiguado de su interlocutora, tras volverse nuevamente hacia ella y haciendo caso omiso a la agitada presencia del Señor Murray -. La nobleza no se disipa como el humo en el aire. Se lleva en la sangre. Ni James… perdón, ni el Conde de Fife, ni su familia, ni nadie podrán arrebatársela. Nació usted Cameron y morirá como tal. Y en relación a su actual condición, no se resigne. Lleva usted en su vientre a un vástago de Sir James Duff – afirmó fijando su mirada en la joven -. Y eso, querida Lady Cameron, y discúlpeme la expresión, es un verdadero activo que no debe despreciarse, ni tomarse a la ligera.

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19/12/2009, 00:30
Allan Murray

La entrada de Allan fue violenta, poco sutil, totalmente contraria a la diplomacia con la cual los hijos de Albion se movían por el mundo. La dureza y palidez de su rostro era semejante a la de los acantilados blancos de Dover, y había adoptado un gesto de tanta intensidad que no parecía el mismo. Quedaba poco del inspector manchado de sangre que se había apartado para no devolver todo el contenido de su alma hacía sólo un rato; mucho menos del hombre que había mediado por la razón y el concilio, en aquellas horas anteriores que, en ese momento, aparecían lejanas y diluidas como si hubieran sido sólo una pesadilla. Era como si otra persona hubiera calzado la misma ropa, la misma cara, los mismos ojos, pero hubiera cambiado por completo su alma, su mirada y su semblante. Parado a un paso de la puerta, que a sus espaldas continuaba abierta, miró a la mesa servida y luego a todos los presentes, sin que se le moviera ni un pelo.

Luego de unos segundos, habló.

- Pido disculpas por el retraso - dijo, con la misma voz cortés que le habían conocido -  Esta impuntualidad ha sido una falta de respeto.

Pero su tono estaba teñido de impersonalidad y metal, como si hubiera recubierto su ser de una armadura impenetrable.

Allan miró a la anciana a los ojos, sin ningún tipo de censura. Luego, tardó un momento en descubrir cuál era su lugar. El sitio vacío no parecía más cómodo que su lugar de pie frente a todos ellos, soportando durante segundos todas las miradas sobre él. La habitación estaba llena de gente, pero resultaba totalmente vacía, impersonal, un agujero donde más valía encontrarse solo que acompañado. Aquel sitio estaba lleno de nobleza y no veía en él ni una muestra de elevación. Caminó hasta donde le correspondía en la mesa, y sus pasos se habían vuelto normales otra vez, y su andar, estoico, de segundo plano. Pareció tomar todo el aire del mundo en una simple inhalación.

El pecho se le comprimía, atravesado por una enfermedad incurable que no era el asma.

Al llegar a su sitio, Allan corrió la silla. Estaba conciente de que todos permanecían expectantes, incluso los que habían seguido con sus actividades sin dedicarle más atención. El inspector de la Corona, sin autoridad y sin remedio, que de pronto irrumpía impuntualmente a una cena dando un portazo, no podía ser si no el mensajero de malas noticias. Lo que le interesaba a la gente era, sin duda, saber si las malas noticias eran para ellos o sólo para él. El gesto de Allan no dejaba traslucir ninguna de ambas opciones. No lo hizo tampoco cuando detuvo sus movimientos, y tampoco cuando sus ojos volvieron a mirar a la larga mesa. Y seguiría sin hacerlo incluso luego de sus palabras.

Era su deber, a pesar de todo, y de todos.

- Damas, caballeros - dijo, gravemente - Ha sido redactado un nuevo testamento por el Conde de Fife.

Sin dar ninguna aclaración más, Allan tomó asiento. Cerró los ojos por un momento, y su alma suspiró con fuerza.

Lo único en él que se mantenía inmutable era el cadente, preciso e inexorable, tic tac de su reloj de bolsillo.

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21/12/2009, 11:58
Alexander Duff

La brutal entrada de Allan Murray despertó a Alexander de sus ensoñaciones, curándole de un martillazo de la enfermedad del sueño que parecía haberle embargado.
Las palabras sobre el cambio de Testamento lo dejaron helado ¿Que es esto? y pensando si la herida que le habían inflingido tenía algo que ver o si por el contrario su actuación solo había sido un pequeño movimiento de ficha -puede que incluso estudiado- de un plan mucho mayor y que incluía a todos los presentes.

Alexander abrió la boca pero por primera vez en su vida se había quedado sin palabras, como si sus cuerdas vocales hubieran sufrido una repentina amnesia.

Notas de juego

Es curioso, me siento como si flotaaaara xxD ahora que no la tengo encima me doy cuenta de la presión que me había autoimpuesto xD
Me da que no seré el único y que ahora disfrutaré aún más de la partida n_n

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26/12/2009, 11:24
Margarett Heisell

Margarett, centrada en su privada conversación con Amabel Cameron, no prestó especial atención a la figura de Allan Murray una vez ya en el comedor, pero sus últimas palabras, formuladas con gravedad, la obligaron a volver su rostro hacia él.

No me equivocaba, pensó, James era la razón de su demudado semblante. Y de su demora. ¿Por qué entonces disculparse por su impuntualidad, afirmando el carácter irrespetuoso de la misma? ¿Y para qué nos informa de la existencia de un nuevo testamento, hecho este que explica su retraso?

- Está usted disculpado, Señor Murray – dijo Margarett con tono ligero -. A la vista de su afirmación, es evidente que razones de trabajo le reclamaban, impidiéndole acudir a tiempo para degustar el primer plato. En cuanto a su comentario acerca de la redacción de un nuevo testamento, ¿tiene importancia alguna tal cuestión? El Conde de Fife está vivo. Es más, diría que presenta una tozudez en este extremo digna de elogio, como si deseara superar en longevidad al viejo tejo de Fortingall. En consecuencia, dicho testamento tiene un valor subjetivo en cuanto a la apreciación de su existencia y que no ha de afectarnos. Hasta donde sabemos, es ya el tercero en poco tiempo. Pero estamos ante una espléndida cena y no es necesario ofender con cuestiones escatológicas a nuestros anfitriones – dijo mirando por un instante a la anciana dama de negro -. Disfrutemos de una agradable comida y de la compañía.    

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08/01/2010, 13:03
Director

La entrada de Allan Murray en el salón y la consiguiente revelación de que se había redactado un nuevo testamento levantó todo tipo de reacciones. Hizo que algunos de los presentes se removiesen en su asiento, otros en cambio le prestaron la atención justa que requería la etiqueta y la buena educación. Hubo quien se mostró interesado y quien simplemente escuchó por curiosidad. De todo, como en cualquier reunión de un cierto número de personas.

Y todo aquello mientras los más hambrientos, que resultaron ser casi todos, daban buena cuenta de la sopa, que por otro lado había que reconocer que estaba exquisita.

Quien no mostró ningún tipo de interés, ni por el hombre ni por las noticias, resultó ser la anciana. Aquella mujer no levantó la vista del plato ni un sólo instante, limitándose a tomar lentamente el caldo con movimiento sereno. A su lado, la mujer vestida de negro imitaba su comportamiento a la perfección. Quien sí se permitió alzar la cabeza un par de veces y echar una mirada fue la pelirroja, pero no había forma de leer en su expresión lo que aquellas palabras suponían para ella.

Unos instantes después, con una llamada de una fina campanilla de plata, la anciana dio por terminado el primer plato. Los sirvientes se apresuraron a retirar la sopa a todos los comensales, sin importar si éstos habían terminado o no con la misma. Las idas y venidas por los pasillos que conducían a las cocinas se sucedieron.

En ese preciso momento las puertas del fondo del salón se abrieron una vez más.

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08/01/2010, 13:11
Sir Iseabal O’donnell, Ilustrísimo Vizconde de Galway

Con un gesto tan elegante como estudiado, el Vizconde de Galway entró en la habitación y se giró para cerrar las puertas tras de sí con ambas manos enfundadas en guantes negros.

-Ruego me disculpen por esta falta total de decoro. Es imperdonable que deba entrar a mitad de la cena interrumpiéndoles. Lamento haberme perdido el primer plato, ha sido como consecuencia de que yo mismo hice lo propio entre los innumerables pasillos y estancias de esta magnífica construcción. Casi quince minutos he tardado en lograr dar con este salón. Les pido de nuevo disculpas. - dicho lo cual se dirigió hacia su posición, una silla estratégicamente desocupada entre los dos nobles escoceses, no sin antes dirigir tímidas sonrisas a aquellos que decidieron mantener su mirada mientras caminaba hasta su posición.

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11/01/2010, 20:42
Margarett Heisell

Las puertas se abrieron una vez más, esta vez de la mano de la mano del Vizconde de Galway, tal y como Margarett Heisell pudo comprobar al volver su rostro hacia él. Un quedo suspiro de perplejidad brotó de sus labios. Aquel comedor empezaba a resultar demasiado parecido a una posada de carretera, lugar donde la etiqueta y las buenas formas resultarían no solo innecesarias, sino hasta grotescas. Sin embargo, hubo de admitir que frente a la histriónica y virulenta entrada perpetrada por Allan Murray, las formas del aristócrata resultaron impecables.

- Está usted disculpado, Sir O´donnell - dijo ante el silencio de los demás convidados, sin duda perplejos por la brusquedad del servicio -. Si yo misma no hubiera sido conducida a esta sala de la amable mano del Señor Jarret, aún estaría rondando por los laberínticos pasillos de WetStones - comentó graciosamente -. Sir O´donnell, no hemos sido cordialmente presentados, algo a todas luces imperdonable - dejó caer al tiempo que dirigía una displicente mirada al Conde de Moray y a Sir Bartley Longstaff -. Permita que subsane dicha situación. Soy Lady Margarett Heisell y es un honor para mí conocerlo. Recuerdo que el Señor Buchanan hizo referencia a sus orígenes irlandeses, si mi memoria no me falla. Pero dígame, querido Vizconde, ¿qué le ha traído a nuestras austeras aunque hermosas tierras escocesas?

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11/01/2010, 22:26
Alexander Duff

Alexander siempre había sido de trato dificil por lo cual tenía mas bien pocos amigos. Sí, tenía muchas amistades y usaba dicha palabra muy a la ligera en todas sus fiestas siempre que aquello le repercutiera alguna ayuda, algún aliado.
Por eso, los últimos minutos Alexander los había pasado en total silencio, pensativo. Poco le importaban las entradas a deshora de aquellos invitados, todos estaban metidos en un tremendo engaño del que aún nadie sabía las consecuéncias así que poco le importaba que se abriera la puerta a la hora de la sopa.

La capacidad de medir a un amigo de Alexander se basaba en cuanto podías confiar en una persona por mucha distancia que te separase de la misma, por mucho tiempo que hiciese que no la veías.
Por esa razón daba tamborileaba el reborde del plato con los dedos, suavemente. Intentaba callarse aquello pero no podía. Olía demasiado a traición.
Había estado mirando en aquella dirección todo el momento, y al final tuvo su premio: Sir Douglas miró en su misma dirección.

Levantó levemente su copa en su dirección y le dijo: ¿Todo a su gusto?¿Todo como esperaba? La pregunta solo parecía referirse ala comida, aunque alguien que leyera entre líenas vería mucho más.
Tres personas habían urdido aquello, de su tío y del otro viejo noble lo habría esperado, pero no de Sir Douglas. ¿Que pretendían sacar de aquel engaño? Alexander no lo sabía, pero lo averiguaría. De eso estaba seguro.

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14/01/2010, 08:09
Allan Murray

Allan le mantuvo un momento la mirada a lady Heisell, y luego la apartó. Una oleada repentina de su cuerpo había intentado forzar una sonrisa indulgente, pero estaba demasiado alterado como para una muestra de compasión. Había creído más inteligente a la dama, posiblemente por la ácida agudeza de la lengua con la que había manejado todo desde su aparición. Al fin de cuentas, iba a ser cierto que las meras acciones definían a los seres, y aquello que había figurado en cabeza de la anciana no era más que una cortina de humo. También iba a ser cierto que el diablo sabe más por viejo que por diablo, pero en el caso los años de intrigas y amargura parecían no haber servido de nada a su interlocutora. O quizás era una actuación, otra más, de las tantas que ofrecía junto con los demás invitados, y estaba pensando ardua y largamente en su interior. Quizás. Lo que menos necesitaba en ese momento era una boca hablando de un sentido común que nadie tenía, ni era sentido y mucho menos común. Una boca hablando de lo que no sabía. Al menos, por decencia y decoro, la dama habría hecho mejor en callarse y evitar emitir opiniones ligeras. Pero decencia y decoro eran palabras ajenas a la nobleza y a la impunidad, y aún más, a la vejez.

Enervado, aún lleno de agitación, Allan desdobló la servilleta y la hizo desaparecer en su regazo. Las manos, ocultas de toda mirada indiscreta y toda percepción humana, le temblaban sobre las rodillas. Un mutismo cortés y educado se había apoderado de él, como si estuviera reprendiéndose por su violenta irrupción de la calma, y se mantuvo en silencio incluso cuando otro invitado llegó a destiempo. Dirigió hacia él una notoria inclinación de la cabeza, dándole una bienvenida que, sin palabras, no era más que un intento de protocolo sin demasiada aseveración. No era necesario: lady Heisell ya se había adueñado de la presencia como llamada por la inercia, y Allan cedió el sitio con un placer que nunca había sentido antes. Ese desprendimiento le permitió echar un nuevo vistazo a su alrededor, y evaluar la poca distancia que le separaba de Aengus Rosston y William McDonald. La anciana de negro que había permanecido impávida se encontraba bastante lejos, pero Allan no la miró a ella. Puso los ojos sobre la joven pelirroja hasta que su mirada rompió holgadamente el límite de la cortesía. Sólo cuando hubo contacto visual, el inglés apartó la mirada.

Estaba lleno de pensamientos y sensaciones contradictorias, con un único hilo conductor. Su rostro denotaba, simplemente, una expectativa que bien podía ser de la comida que aún estaba por venir. Creyó oír hablar a Alexander, y le miró, acordándose repentinamente de la situación y su pierna. Su sitio en la mesa impedía que pudiera apreciar cómo tenía la herida, pero la falta de palidez extrema en su rostro no indicaba una muerte próxima. Allan apretó los labios por un momento. Ahora estaba convencido de la razón por la cual aquel hombre aún estaba vivo, lo que no hacía si no agitarlo un poco más. Su sangre no estaba preparada para tal estado de alteración permanente.

- ¿Cómo se encuentra del golpe, señor McDonald? - preguntó levemente, inclinándose hacia su interlocutor que se encontraba a su derecha - No llego a adivinar el estado de la herida del señor Duff, pero me complace verlos, a usted y al señor Alexander Duff, sentados en la mesa sin aparente lesión grave.

Notas de juego

Allan está sentado entre Aengus y William.

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15/01/2010, 14:16
Aengus Rosston

-!Un momento! !Un momento! !Aun no he terminado la sopa! -dijo, agarrando fuertemente la cuchara e intentando alcanzar su plato, que ya desaparecía por encima de su hombro de la mano de alguien del servicio. Suspirando, miró la cuchara y sin saber que hacer con ella, la depositó junto al resto de sus cubiertos, lamentando no haber podido terminar ese delicioso plato y proponiéndose ser más rápido en el segundo. Tirar la excelente comida que se preparaba entre aquellos muros era, sencillamente, una falta imperdonable que no debía cometerse de nuevo, por lo menos no desde su plato y mientras que de él dependiera.

A su izquierda, Lady Heisell se estaba presentando al señor O'donell y a su derecha el señor Murray conversaba con el comensal que tenia sentado junto a el, el señor McDonald. Las palabras de Lady Heisell llegaron a sus oídos e hicieron que su vista se posara, irremediablemente, en Boyd El viejete se las sabe apañar bien con la señora , a este paso es capaz de salir de esta mansión de la mano de Lady Heisell, este hombre tiene ganas de guerra a su edad y !no me veas que ganas! rió en silencio imaginándose que, al final, los intentos de Boyd para conquistar a Margarett llegaran a buen puerto.

Sin nadie que le prestara atención, se recostó un poco en la silla y situó sus manos sobre su estómago hambriento esperando a que le presentasen el segundo plato y observando tranquilamente a los comensales que alcanzaba a ver desde su sitio en la enorme mesa presidida por la anciana.

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15/01/2010, 18:00
Sir Iseabal O’donnell, Ilustrísimo Vizconde de Galway

Sir Iseabal detuvo su avance hacia la posición que debía ocupar entre los nobles sentados a la mesa en cuanto escuchó las palabras de Margarett dirigidas a él. Se giró con un elegante movimiento y caminó hasta el otro lado de la estancia únicamente para tomar la mano de la mujer y alzarla hasta situarla apenas a dos centímetros de sus labios.

-El honor es mío Lady Margarett Heisell, una y mil veces mío - sin llegar a tocar la piel soltó su mano y ofreció una sutil reverencia -. Su servidor. Para lo que guste. Respondiendo a su pregunta, me encuentro aquí en calidad de invitado, devolviendo una visita que el Excelentísimo Conde de Fife hiciera a mis hermosas tierras hará un par de años. En aquella ocasión estuve encantado de hacer de anfitrión para Sir James Duff y hace unas semanas recibí una invitación suya para que le devolviera la visita. Por supuesto acepté de inmediato. Tiene usted razón en cuanto a Escocia. Jamás vi lugar tan intenso, tan lleno de fuerza. En una ocasión definieron a mi isla como "la piel de una mujer", permítame hacer mía la metáfora y añadir que en ese caso Escocia sería su corazón.

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15/01/2010, 18:10
Sir Douglas Bowman, Excelentísimo Conde de Inverness

Cita:

¿Todo a su gusto?¿Todo como esperaba?

El Conde de Inverness asintió despacio con la cabeza.

-En la casa de tu tío siempre todo es tan perfecto como uno podría esperar. Nunca se sale decepcionado. ¿No es así? - el noble miraba a Alexander con precaución, tratando de calibrar las palabras de éste sin llegar, al parecer, a una conclusión clara. De igual forma, la expresión "en casa de tu tío" había sido pronunciada con un casi imperceptible tono de reproche -. ¿Qué tal va esa pierna muchacho? Una herida como esa te dejará secuelas para toda la vida, no te quepa duda. ¿Qué te llevó a cometer un acto tan estúpido? ¡Vamos, por favor! No me digas ahora que te sentiste ofendido por la pantomima de tu tío hasta tal punto que perdiste la cabeza. Tú y yo sabemos perfectamente de lo que es capaz y nada debería asombrarte. Precisamente a tí, nada. - en tan solo unos momentos había pasado del recelo y el reproche a aquel tono de condescendencia y complicidad que a menudo utilizaba con el joven y que les había cimentado una buena amistad.

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15/01/2010, 18:16
Director

Ajena por completo a las conversaciones, y al parecer a todo cuanto sucedía en el mundo, la anciana indicó con un gesto que se sirviera el segundo plato. Al poco, un penetrante aroma procedente de bandejas de plata cubiertas provocó que los estómagos se rebelaran como gatos en celo.

Los sirvientes desfilaron por parejas hasta depositar sobre la mesa tres grandes bandejas cubiertas de cordero asado y rodeadas por patatas al horno. Para acompañar a la carne abrieron varias botellas de vino.

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16/01/2010, 20:11
William McDonald

Con el dolor como única sensación persistente y genuina, William asistió a la danza que tenía lugar a su alrededor. La entrada del Inspector de la Corona, la faz demudada, con su noticia en ristre. Y las reacciones de cada uno de los presentes, algunas tan aparentemente indiferentes. Sobre todo por lo que hacía a la cabecera de la mesa.

Aún con la mano es su muslo izquierdo, como si la presión pudiera aliviar las dentelladas de sus músculos atrofiados, se acercó ligeramente en dirección a Allan, correspondiendo a su propia inclinación, y respondiendo a su pregunta, sonriendo ligeramente. -Mi cabeza es muy dura, señor Murray, a pesar de que todo mi cuerpo ha visto tiempos mejores. Pero gracias, aunque a fuer de ser sincero le diría que me preocupa más el daño que haya podido hacer en ella la turbia mirada de esa anciana, que la jarra de Miss Heisell, si me comprende. - El economista hablaba con voz queda, procurando que el alcance de sus palabras llegara como mucho hasta Alexander. Bruce seguía ausente después de su impetuosa salida, y por tanto la silla junto a éste, antes ocupada por el muchacho, estaba vacía. -En cuanto al señor Duff, creo que su pierna rivaliza con la mía en movilidad y penuria, pero aún así ahí está él, vivo, que dadas las circunstancias es casi un milagro... 

Lo era. Un milagro. La muerte había paseado entre ellos con su hoz temible rozándoles, ora a uno, ora a otro. Había mirado a los ojos a Alexander Duff, y al Duque de Fife, y al propio William, él lo sabía, la vio en el fondo de unas pupilas demasiado pavorosas para ser humanas, y, sin embargo, lo eran. La muerte rozó a otros de modo más sutil, amenazó, se rió de ellos.

Y, finalmente, pasó de largo. ¿O no...?

William miró de nuevo a Murray, de quien había apartado la vista al ensimismarse rememorando su horrible experiencia de los segundos anteriores a su inconsciencia. La ausencia de Allan en el comedor, cuando él entró, y durante gran parte del primer plato, hizo que se preocupara por él, temió que él fuera esa víctima a la que la muerte rondaba. Pero ahora Murray había vuelto, el Duque, según acababan de decir, se encontraba fuera de peligro. No, la muerte seguía sin alzar su hoz. Si embargo...

-Dígame, señor Murray, ¿se ha encontrado con el señor Keenan cuando venía usted hacia el comedor? Preguntó por usted momentos antes de abandonar su sitio. Deduje que había salido en su busca. Pero, aún no ha regresado...

Notas de juego

William tiene a Eminé a su derecha y a Allan a su izquierda.

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17/01/2010, 21:19
Alexander Duff

Sir Douglas recogió sin dudar el guante lanzado por Alexander, no esperaba otra cosa de él.
Supongo que me quedará una de esas cojeras tan elegantes que vuelven locas a las damas dijo con una impecable sonrisa Supongo que lo que me impulsó a aquello fué lo mismo que le empujó a usted, mi buen amigo, a firmar aquel testamento y secundar esta farsa: Un momento de locura. levantó su copa y bebió a la salud de Sir Douglas con una sonrisa sincera.
Que mi tio y tu compartais la fecha de defunción.
Estaba claro que aquella conversación iba a continuar, muchas cosas quedaban por decir.

Alexander observó sentarse a Allan y como preguntaba por su estado y el de sir William.
Creo que el dolor de mi pierna y mi úlcera están manteniendo una placentera conversación lejos de mi pierna y mi estómago, aunque me temo que cuando me ponga en pié y pasen los efectos de la medicación volverán a visitarme. No. Alexander no podía quejarse, su primera estimación cuando se lanzó sobre su tío era que iba a morir con él. Pero parecía que los Duff negociaban bien hasta con la muerte y ahí estaban ambos vivos, al menos de momento.

Como dice sir William es un auténtico milagro que dado lo sucedido estemos tan bien. Yo mismo iba a preguntarle por el joven Keenan pues ya hace un buen rato que salió y me tiene un tanto preocupado.

En el transcurso de la conversación Alexander observaba a el trio de mujeres que encabezaban la mesa, aún no habían dicho nada.
Su mirada se cruzó con la joven peliroja, su "prima segunda". Realmente dudaba muchísimo sobre que aquella anciana fuera su tía. La habría conocido o escuchado hablar de ella en algún momento, era un tema que tenía que comentar con Margarett más ampliamente.