Partida Rol por web

No tardásteis mucho en llegar hasta el hotel, situado en la parte sur de la Plaza de la República de Cuiabá. El hotel era un edificio colonial de tal vez unos cien o ciento veinte años de longevidad. Se notaba que con el paso de las décadas había sido remodelado, pero conservaba ese toque de antaño. Además, conservaba ciertas líneas de antiguo complejo militar (tipo cuartel o algo similar), pero no estábais seguro de ello. Elías tampoco supo concretaros. Luego Rondón logró detener y aparcar su vehículo en una esquina cerca de la entrada.

Desde hace no sé cuántos años (más de media vida, ya que mi primera detención fue cuando era un adolescente), mi "rutina" al llegar a un nuevo alojamiento es siempre la misma: rodear el edificio, comprobar sus salidas y entradas, las mejores rutas de huida, identificar a posibles guardias de civil, etc.

Con el hotel Plaza no va a ser distinto. Dado que es un edificio muy grande y no quiero hacer esperar a mis acompañantes, no voy a rodear todo el complejo, pero, tras pedir disculpas, me acerco a las calles laterales a echarles un vistazo y me fijo en actitudes sospechosas (huelo un poli a tres kilómetros) o extrañas.

-Como usted comprenderá, señor Rondón, no me suelo fiar de gente que no co-co-co-conozco -tartamudeó mientras salían del local. -No se lo to-to-tome como algo-go-go perso-so-sonal.

Dicho esto dibujé una sonrisa en mi rostro. 

Cuando llegamos al hotel, lo que ante mis ojos se descubrió era un espectáculo. Digno de ver. Incluso se me había olvidado la tos de uno de mis compañeros, del cual intenté alejarme todo lo posible. No quería que me pegase nada malo. 

-El señor Claude es un erudito en lo que se refiere a la tribu que el mi querido colega Ma-ma-ma-marvin esta-ta-ta-ta-taba estudiando. Podría ser de ayuda. Si el di-di-diario no nos di-di-di-dice nada, deberíamos buscarlo.

Finalmente su guía los había llevado al hotel que había mencionado con anterioridad. Le sorprendió observar como el misterioso señor Lecián se ausentó durante un par de minutos antes de entrar en el edificio. Definitivamente, este tipo es un rarito de cuidado.

Por otra parte, le empezaba a resultar gracioso el señor Evans, ese parloteo constante acompañado por una tartamudez más que patente le resultaba casi entrañable. Así que decidió echarle un cable en la conversación.
-No he tenido el gusto de trabajar con ese tal Levi-Strauss, pero recuerdo que el profesor lo mencionó en un par de ocasiones. Y por las palabras que le dedicaba debe tenerlo en alta estima, sin duda.

Justo antes de entrar con el equipaje en el hotel, os percatásteis (cuando estábais delante de la entrada del mismo) que un vehículo negro os había estado siguiendo unos metros por la vía de la plaza de la República.

Cuando os dísteis cuenta de su presencia, el vehículo aceleró y el motor de su interior rugió enormemente, alejándose del lugar. El vehículo carecía de matrícula y se interó rápidamente en uno de los callejones de la plaza de manera violenta, despareciendo al instante.

El señor Lecián, antes de entrar en el hotel, se dio una vuelta por los alrededores. Aquel evento, como al resto, le había desconcertado. Si ese tipo era extraño de por sí, lo que hizo (dejar a sus compañeros en la puerta mientras accedían al interior para ojear los alrededores), fue algo desconcertante. Martin recorrió la manzana donde se alzaba el hotel Partenón con su equipaje, pues todos lo habíais sacado del vehículo de Rondón. ¿Encontraría alguna pista de aquel vehículo que os estaba observando instantes antes?

En aquella ciudad, pese a ser un lugar turístico, ser tan incauto como para aparentar ser turistas en medio de las calles hacía que la seguridad de uno pudiese resentirse y pasar factura. No obstante, Martin volvió justo en el momento en que sus compañeros y el guía estaban hablando con el recepcionista y posteriormente subían a la habitación de éste, cruzando un bonito patio interior. Todos accedísteis a ella con la duda de quienes podían ser los ocupantes del vehículo.

Elías os invitó a su habitación. Había una sobria cama, una especie de escritorio junto a una gran ventana y un par de asientos de terciopelo. Un armario, una alfombra, un espejo y una mesita de noche dibujaba la estancia en la que estaba asentado.

Entonces, tras cerrar la ventana y asegurarse de que la puerta de entrada estaba bien cerrada, tomó una silla y la colocó una de las sillas sobre el armario, se subió a ella, y tomó de lo alto del mismo unas bolsas. De su interior extrajo una mochila, un diario y otra pieza envuelta en papel marrón: era una daga de un material oscuro y ornamentada en su mango, muy bonita.

Mirad, amigos -dijo mostrándo los objetos al colocarlos encima de su cama-. Ésto es lo que el profesor dejó. Vuestras cartas estaban en el interior de esta mochila, así como el diario y la daga. ¿Algo que destacar? Como podéis ver, señores, hay multitud de anotaciones del profesor. Ese lenguaje es muy técnico y no se muy bien de lo que habla. Tal vez ustedes...

- Señores, ¿han visto ese coche negro?- digo mientras controlo la calle desde la ventana-. Alguien nos sigue. Hay que andarse con mucho ojo por aquí. Si la gente del coche es la misma que ha trincado a Marvin, eso quiere decir que algo de lo que hay en esa mochila les interesa...

Con la poca delicadeza que me caracteriza, saco la pistola y fanfarroneo:

- Por lo que a mí respecta, ya pueden venir a buscarlo, se van a llevar una sorpresa de plomo. Por otra parte -añado- seguimos sin saber dónde está Marvin, o por qué se lo han llevado. ¿Ven ustés algo de interés ahí? A ver, ¿me permiten la daga? Yo de estas tribus salvajes no sé nada, pero en Río he visto bastantes negocios con objetos antiguos y raros, a lo mejor se me ocurre quién podría estar interesado en una cosa así.

-Claro que lo he visto, señor Lecián. Es parte de mi trabajo fijarme en cosas como esa. Además, no parecían los reyes de la discreción, el acelerón que han metido para marcharse lo ha oído toda la plaza.-Observó la fanfarronada de aquel tipo con un gesto divertido en su cara.-Espero que sepa usarla bien, amigo. O acabaría trayéndonos más problemas que ayuda.

Una vez que Elías les dio las últimas explicaciones y sacó el contenido de las bolsas, Connor se plantó delante de aquellos tres objetos. Los asuntos puramente exóticos o de investigación no eran su fuerte. Lecián ya se había interesado por la daga y supuso que Edward sacaría más provecho de ojear con atención el diario. Así que decidió examinar con detenimiento la mochila, en busca de algún pequeño compartimento disimulado, o algún detalle que se pudiera extraer del estado de la propia mochila.

Cuando me percaté de aquel coche negro que nos perseguía mi corazón empezó a latir con una fuerte vehemencia. Aquello, unido a la desaparición de mi colega estaba tornando las cosas a una situación demasiado peliaguda para mi gusto. 

-¡Por Dios, señores! -dije en voz alta mientras mis ojos, desorbitados, iban de uno a otro. -¿No se dan cuenta? ¡Po-po-po-podemos esta-ta-ta-ta-tar en se-se-se-se-serio peligro!

Aunque normalmente siempre intentaba guardar la compostura, la perspectiva de perder la vida a manos de unos malhechores no era para nada alentadora. De hecho, tan cagueta era y tal era mi miedo, que no pude hacer otra cosa que ponerme a temblar. De hecho, cuando cogí el cuaderno y los objetos personales de mi querido y desaparecido Marvin, no lo hice de la manera más concentrada posible. 

Guarde eso, haga el favor -dijo entonces Elías Rondón, mostrando una expresión de poquísimos amigos-. Si alguien le ve le encerrarán directamente en la cárcel, y su país no podrá hacer nada por usted. Aquí las leyes de las armas son muy complejas... -y ciertamente él lo sabía, porque era militar aparte de guía expedicionario-.

Martín entonces, haciendo caso a Elías, tomó la daga y la examinó a conciencia. Supo que este tipo de utensilios se trataba de una daga, una daga ornamental, típico objeto de subasta ilegal en ciertos países. El mango estaba engastado en piedras verdes, glifos que seguramente representaría algo de la cultura del pueblo al que estuviera ligado. Además, dedujo que se trataba de un puñal especial, lo que los expertos que compraban piezas robadas e ilegalmente exportadas llamaban "puñal ceremonial". Seguramente fuera de algún pueblo indígena de la zona. Todo esto lo comunicó Lecián al grupo.

Pareciera que Connor tuviera un olfato de ocelote (y tal vez lo tenía), cuando tomó la mochila de Marvin y la examinó con cuidado. No había nada en sus bolsillos comunes. Sin embargo, cuando la escudriñó bien toqueteándola con fuerza, notó un compartimento oculto, un pequeño bolsillito realmente fino. Tras abrirlo (pues tenía un pequeño cordón minúsculo), logró extraer una fotografía. Todos os quedásteis asombrados: en la foto había una especie de escultura esculpida con forma humanoide.

Entonces, mientras estábais mirando la foto, Elías se percató del nerviosismo del mecenas inglés.

Señor Evans, creo que de momento debería tranquilizarse -entonces le arrebató con educación el diario de la manos, pues el sudor de las mismas estaba ya estropeando las páginas. Luego lo colocó en la cama e invitó al barón a sentarse en una de las sillas-. Puedo pedirle un café si quiere, pero necesitamos conservar este diario intacto. ¿Entonces no qué dice el diario? ¿Y qué simboliza esa foto, señor Mahooney?

De momento había bastantes preguntas que responder.

- ¿Que si sé usarla bien? ¡Ja! A mí no me tiembla el pulso, cuando hace falta.

Guardo otra vez la pistola un poco avergonzado e inseguro.

- Sir Edward, está usted temblando. Jajaja, menudo pipiolo. Venga, tómese un trago, tengo aquí un poco de esta cachaça brasileña, que es el mejor reconstituyente que existe. 

Le tiendo mi petaca de licor.

- ¡Caramba, Mr. Connor! Si esa foto estaba escondida, debe de ser lo que andan buscando los del coche negro. ¿Qué la hace tan especial?  El fantasma ese, ¿no tiene una daga en la mano? ¿No hay nada escrito en la parte de atrás? ¿Le llevamos estos objetos al sabio ese?

Me paseo nervioso por la habitación. La paciencia nunca ha sido mi fuerte, y además, la presencia de estos señores tan respetables y experimentados impone mucho a una rata callejera como yo.

Por suerte ni si quiera me percaté del arma hasta que su dueño no la hubo guardado. De hecho, la perspectiva de que pudieran hacernos algo hacía que el hecho de que uno de nosotros fuese armado fuera alentador. 

Con manos temblorosas agarré la petaca y le dí un sonoro y (bastante) largo trago. Al principio, el líquido me produjo un fuerte resquemor en la garganta, después, lo que me produjo fue alivio. 

-Se lo-lo-lo agra-de-de-de-dezco se-se-señor -le dije devolviéndosela mientras observaba la foto. -Si, tal ve-ve-ve-ve-ve-ve-ve-vez sea bu-bu-buena idea llevársela a... al colega de Marvin.  ¿Me pe-permi-mite estu-tu-tudiarla?-logré balbucear.

Sonrió triunfante al encontrar el pequeño compartimento que, por su disposición en la mochila, parecía creado a propósito para pasar desapercibido en un cacheo superficial y guardar objetos con seguridad. Tras introducir la mano sacó una fotografía con una estatua de forma humanoide, cuanto menos. Aparte de la figura, no parecía encontrarse ningún otro detalle que pudiera arrojar alguna pista extra.

Le sorprendió que Rondón se dirigiera directamente a él para preguntar por la estatua, creía haber dejado claro que los conocimientos arqueológicos o históricos eran algo accesorio a su trabajo. Aun así, como retado por aquellas palabras, dedicó unos segundos a escrutar con especial atención la figura, por si encontrara algún detalle que pudiera decirle algo.
-El estudio de estas piezas no es mi especialidad, señor Rondón. Pero aun así no dudaré en echarle un buen vistazo a la fotografía, tal vez de tanto compartir expediciones con arqueólgos y demás eruditos se me haya pegado algo.-Una sonrisa socarrona apareció en el rostro del ex-soldado tras la broma que acababa de soltar.

Tras echarle aquel breve vistazo, con la impresión de no encontrar nada que le resultara familiar, escuchó la petición de su compañero y decidió que probablemente él tendría mejor suerte sacando algo en claro de la fotografía.
-Tenga sir Edward, toda suya.

Tampoco eran de Rondón dedicación propia el estudio y análisis de los contenidos arqueológicos, aunque tras tantas aventuras en la selva algo se le había quedado al escuchar a eruditos de campo. Había preguntado a Mahooney ya que él encontró la fotografía. Cuando ésta pasó a manos del barón inglés, Edward la miró con mano temblorosa, trago recién dado y buena disposición. Lo único que pudo sacar en claro que las dimensiones de aquella escultura debían ser bastante grandes, y de manera algo imprecisa dudó de si podía ser un elemento tomético (un totem), realizado en piedra (o algo similar). Pero nada más.

Señores -dijo entonces Rondón, un poco sin saber por dónde seguir tirando del hilo-, ¿saben dónde podremos encontrar a ese tal Claude? Ese estudioso al que se refieren... El profesor tiene muchos amigo no sé a quién puede referirse. El tiempo apremia y debemos decidir algo ya...

Asintió con vehemencia a las últimas palabras de su anfitrión. Habían investigado los objetos personales que el profesor había dejado atrás sin encontrar ningún hilo claro del que seguir tirando. Pero Sir Edward había nombrado al tal Levi-Strauss. No tenía el gusto de conocerlo personalmente, pero le sonaba haber escuchado el nombre en boca de Sorocco. Podía ser una buena opción a la hora de esclarecer más datos que parecían escapárseles en aquel chapucero examen que habían hecho ellos mismos en aquella habitación.

-No he conocido personalmente a ese tal Levi-Strauss, pero he oído hablar de él. ¿Sabe si se encuentra cerca de aquí, sir Edward? Tal vez un encuentro con ese hombre pudiera ayudarnos a atar alguno de los cabos sueltos que tenemos ahora mismo.

-La imagen no me suena en de-de-demasía-dije ajustándome las gafas. -El profesor que he comentado supongo que no estará muy lejos, en esta región. Tal vez podamos lleva-va-varle la fotogfotografía. Ese es mi mi mi mi voto.

- ¡Lo que hay que hacer es buscar a los tipos del coche negro y partirles el alma hasta que canten dónde han metío a Marvin!

Paseo mi mirada de uno a otro de mis compañeros y, cuando veo que mi plan no se encuentra con la menor muestra de comprensión, bajo el tono y añado:

- En fin, como ustedes quieran, yo es que nunca he trabajado con profes... De hecho,  siempre los he evitado como la peste.

Cualquier otro intento de contar mis experiencias en colegios de la lejana Moravia se ve abortado por un insidioso ataque de tos que me obliga a retirarme a una esquina del cuarto y sentarme en una esquina de la cama.

Los únicos lugares que el señor Evans-Pritchard encontró lógico donde aquel amigo de Marvin podía encontrarse eran varios lugares en la zona. Por un lado sabía que había varios anticuarios en la Cuiabá, siendo el más famoso uno ubicado en la parte sur de la ciudad, cuyo dueño era un tipo canoso que organizaba a veces subastas que atraían bastante atención a coleccionistas de todo el país.

Por otro lado estaba el hotel Deigón, un lujoso hotel enfrente del vuestro donde la afluencia de la alta sociedad de la zona se daba cita en sus lujosos salones y habitaciones. El último lugar donde pudo estar era una posta de guías exploradores (una especie de asociación de guías de Mato Grosso), en la que una de las sedes principales se ubicaba al oeste de Cuiabá, donde la gobernación de la misma tenía convenios de rutas turísticas dedicadas a la exploración delterritorio y flora autóctona.

Eso, o el tal Claude estaba en la misma selva, claro.