Partida Rol por web

Los Hijos del Acero.

Thiaras. Hermana de la noche.

Cargando editor
23/11/2016, 02:46

I.


Deja atrás Ofir, oh viajero, con sus minaretes escarlatas y sus sabios contemplativos, y adéntrate en su desierto de arena roja. Evita, si puedes, los bandidos de turbantes lacados y sé cauto, las arenas esconden multitud de peligros; escorpiones del tamaño de un puño, arañas capaces de arrastrar a su red a un gato grande, serpientes cuyo veneno te mata en menos de lo que tarda un cuchillo zamorio en salir de su vaina. Tampoco hagas casos de sus espejismos. Sigue adelante. Hay un lugar que es ningún lugar concreto. El desierto muere allí, ya no es Ofir. O puede que si. Nemedia y Conrithia hacen allí frontera, ninguno de los tres reinos se decide sobre el lugar. ¿A quién pertenece? Un poco a todas, un poco a ninguna. Allí está Thiaras, refugio de los biennacidos.
Azotada de forma incansable por los rojos vientos del desierto, el enclave se encuentra situado en una depresión del terreno que ayuda a que las fuertes tormentas de arena, tan comunes en la parte oriental del desierto, no llenen de arena sus mercados y pozos.
La ciudad es de paso, y de pago. Otea a tu alrededor y únicamente encontrarás arena recortada por un rojo horizonte sin fin, sangre grumosa derramada en una línea recta. Únicamente un punto destaca en la distancia, pues hay un oasis, el de Jebb-Sol, y es bien sabido que es utilizado por aquellos que son rechazados por las murallas hundidas de la ciudad. Zona de criminales, dicen, de bandidos y marginados, también único reposo de aquellos que caminan con los bolsillos vacíos y esperan hospitalidad por parte de otros a cambio de nada. Puede ser tu respiro, viajero, o tu condena.
Thiaras es rica, no depende de un gobierno central, fabrica su propia ley y tiene abiertos los mercados a casi todo. Es un paraíso. El germen de un nuevo reino. O lo sería si no estuviera dividida. Así como oyes, imagina una majestuosa bestia de piel dorada y cuernos de diamante. Podría domeñar al mundo pero sus dos testas se lo impiden. Thiaras tiene dos cabezas, y cada tira hacia el lado contrario. Lord Knebb y Lord Benrat. Uno al este, el otro al oeste, enfrentados en una guerra fría en la que cada cual trata de eliminar a su contrincante mediante artimañas y escaramuzas. Thiaras es un gran tablero de ajedrez donde los peones son personas.
Al oeste se alza el palacio de Lord Knebb, antiguo señor de la guerra que durante años asoló los reinos cercanos. Hace diez años que no toma las armas. Se ha vuelto glotón, cómodo, su acero ha perdido brillo, no así su mirada. La codicia es fuerte en él. Controla los mercados más amplios, las mercancías más comunes; grano, ganado, tabaco, alcohol, esclavos, acero. De todo recibe un tributo. Es el hombre más rico de Thiaras. Y dicen, el más poderoso.
Su palacio está decorado de forma fastuosa pero sin gusto. Son muchos los que le siguen, más que a Benrat, pues es justo en el pago y generoso con sus capitanes. Posee su propio harén y dos hijas, de una de ellas dicen que es la misma imagen de la lujuria y el fuego, la otra reza a Mitra cada noche.
Su influencia termina allí donde se alza su muralla, una regia construcción de piedra, reciente, donde sus desconfiados guardias vigilan día y noche.
Lord Bernat domina el este, es más joven, también más serio. Sus mercados están llenos de ingredientes exóticos, arte proveniente de la lejana Kithai, seda de Hyrkania, trajes de excelente diseño para vestir en corte, tapices, cuadros, arte. Su mercado es más refinado, sus clientes más selectos. Sus tributos más elevados. Desgraciadamente sus tributos, aunque prósperos, no pueden equipararse a los de su rival.
Antiguo militar, Lord Benrat está decido a gobernar Thiaras él solo. Para ello ha erigido una torre desde la que puede contemplar toda la ciudad. Y rozar las estrellas. Las estrellas, eso es. Las malas lenguas dicen que Lord Benrat es algo más que soldado y monarca, que en las noches más oscuras, cuando las estrellas brillan como diamantes en la corona de un rey, él sale a su balcón y exige que le susurren sus secretos.
Si bien cuenta con menos hombres, su muralla es mucho más firme, mucho más antigua. Desde ella aún tiene una posibilidad.
Entre las dos murallas existe una tierra de nadie que los lugareños llaman la Grieta. Allí es donde se pudre los cuerpos que, tras las confrontaciones, nadie recupera nunca. Ha habido tanta muerte allí que muchos creen que la Grieta está maldita. Y para dar razón a esas palabras, está la Torre.
Justo en el corazón de Thiaras se alza una modesta torre, sin ventanas ni puertas, que mira ciegamente a su alrededor haciendo que los hombres se estremezcan. La torre ya estaba allí mucho antes que cualquiera de los habitantes de Thiaras o de sus familias ocuparan sus alrededores. Los rumores hablan de un antiguo templo donde antiguamente se rendía culto a un dios olvidado hoy día. Ya nadie cree esos cuentos, tampoco en los dioses. En Thiaras solo se cree en el oro.
Thiaras, aún dividida, es grande y con un provechoso futuro. La ciudad acoge viajeros, comerciantes, aventureros y juglares siempre que tengan negocios que hacer, mercancías que cambiar u oro que gastar. También es tierra de mercenarios, de soldados de fortuna. Ambos nutren las guarniciones de los dos monarcas. Un hombre capaz de empuñar un arma puede elegir patrón, encontrar fama y dinero o una cálida tumba bajo las arenas del desierto de Ofir.
Una ciudad enfrentada. Aquel que se haga con el mando se verá cubierto de riquezas sinfín. Y el que sea derrotado verá sus huesos mondados por buitres calvos y sus huesos calcinarse bajo el sol abrasador del desierto rojo.
Thiaras, un alma, pero dos corazones. Uno hambriento y el otro sediento, carne y sangre, piden, fuego y oscuridad, reclaman. Dos rostros en una misma moneda que están sentenciados a separarse.

Un brillo cegador, un tesoro con forma de palacio.
Tapices tejidos finamente con hilos de plata y oro, los cuales se entretejían con tanto ardor como los cuerpos de dos amantes a punto de fusionarse, antiguas armaduras que habían pertenecido a héroes de la guerra, a poderosos generales que hoy eran solo polvo, mullidas alfombras de piel de guepardo o de tigre, una fuente sobrecargada con gema preciosas, de muy mal gusto, pero que debía valer el rescate de un rey. Mirasen a donde mirasen, la más grotesca opulencia les devolvía la mirada.
La nota discordante en todo el lujo del palacio de lord Knebb eran los mercenarios. Había hombres de armas por todas partes, en grupos de cinco o diez, por parejas, trazando recorridos por el suelo de mármol del palacio, entre sus fuentes o sus gruesas columnas con incrustaciones de gemas radiantes y metales nobles. Provenían de todas partes y se comportaban como soldados, un ejército de mercenarios. Ni milicianos ni tropas regulares, si no villanos aficionados a la espada, asesinos de rostros curtidos, guerreros atraídos por la codicia, soldados de fortuna; perros de la guerra.
Lord Knebb, como sabrían, era un patrón generoso. Ofrecía más que el oro que podías robarle. Comidas lujosas, esclavos personales, mujeres y mancebos, el acceso a sus caballerizas privadas, cuartos privados, fiestas llenas de danzas y vino... Los mercenarios tenían en él un mecenas. La valía del acero era por fin tenida en la estima que merecía.
El ambiente de palacio era asfixiante. A pesar de la fría noche, el calor lo llenaba todo. El vino colocado en bandejas de cristal tallado, la música distante de un afamado juglar, las danzas de unas muchachas semidesnudas que canturreaban por los pasillos haciendo tintinear sus pulseras tobilleras, los aromas de la buena comida; asados y sopas, deliciosas, el alcohol impregnándolo todo con su tono picante. Era agotador. Y el oro, recorriendo casi cada mueble, cada obra de arte. Todo el palacio era una estrella radiante que hería el buen gusto.
Había mucho donde mirar. Cada objeto, cada esquina, tenía sus particularidades. Podían estar admirando una gruesa mesa de mármol blanco cuyas patas eran cuatro esbeltas mozas cinceladas en ébano para pasar a contemplar un reluciente tapiz donde las estrellas brillaban gracias a los metales preciosos que las daban forma. Y sin embargo toda esa majestuosidad no era nada al lado de ella.
Debía de ser una de las favoritas del señor. Incluso Abysis tuvo que reconocer la sexualidad que exudaba aquella muchacha, tan llamativa como lo era la llama para la polilla. Una túnica azulona apenas ocultaba los encantos, generosos pero sin caer en lo vulgar, de la jovencita. Su larga cabellera era oscura y en ella había prendida, igual que en la hermosa noche del desierto, perlas y zafiros que formaban llamativas constelaciones. Su piel era seda, su andar, de pies descalzos, el susurro de una promesa. Ella logró remover algo en su interior, incluso en el más reacio a ellos. Deseo. Ella era todo lo que podían desear, más radiante que el oro, más vibrante que el lujo, más intensa que la música. Su presencia lo llenaba todo.
Y cuando les miró, ojos de pantera, sonrisa de diablesa, supieron que era fuego. La clase de mujer que quema.
—¿Recién llegados? —su voz era pura provocación, una llamada —. De muy lejos, por lo que veo —dijo, rozando sin tapujos los gruesos músculos de Geki, pasando delante de él como un perfume que nunca olvidaría, sonriendo ante Cuervo, jugueteando con uno de los cuchillos que este llevaba en el cinto —. Bien armados, y dispuestos —pasando a Nork, a quien directamente acarició la piel de lobo que le cubría el torso —. Intenso, muy intenso. Y de tierras lejanas, como digo. Todo un placer —terminó lanzando una mirada a Abysis que la doncella mantuvo hasta que así lo decidió.
Se quedó delante de ellos, como una reina o una diosa. Puede que ambas. En ese momento, un criado, de ancho bigote, horrible gorro caído y librea dorada les interrumpió.
—Disculpe, mi señora. Lord Knebb requiera la presencia de esta señora y los señores que la acompañan.
Ella miró al criado logrando que su contacto visual le ruborizase. Luego les dirigió una mirada, coqueta, de una niña mimada que ha encontrado juguetes nuevos en su arcón, y les sonrió, traviesa, como si pensases arrojarles por las escaleras solo por diversión.
—Por supuesto, no hagas esperar a mi padre, Yashiff.
Se alejó de ellos, un sueño envuelto en azul, un destello ardiente que se perdió por palacio.
El criado llevó al grupo ante una gruesa puerta de marfil y, nuevamente, oro, esta vez formando filigranas que emulaban plantas o corrientes de agua.
—Lord Knebb les espera. Oh, y si aceptan un consejo. Hay muchas mujeres dispuestas en Thiaras, nuestro señor mismo les ofrecerá varias de ellas. Todas hermosas y complacientes. Sería una necedad mirar con ardor precisamente a la única que está prohibida por su padre.

La sala del trono era más presuntuosa y sobrecargada que toda la parte del palacio que habían contemplado hasta ahora, si es que tal atención era posible. El oro colgaba en cascadas opalescentes desde una bóveda tan intrincada y sobrecargada que no entendían como no se había desplomado ya sobre sus cabezas. Las finas columnas resplandecían en el tono de los diamantes y la plata. Los criados, jóvenes muchachas de torsos desnudos, portaban bandejas de plata y la más fina seda recogía sus cabellos.
Había guardias, aquí y allá, mercenarios con cara de perro ajenos a la bebida, la comida y las mujeres. Uno especialmente llamativo, detrás del señor del oeste. Era un negro enorme, de fuerte complexión y cabeza rapada. Sus dientes apretados le daban la apariencia de un cráneo enfadado. Vestía con un peto ceñido y una faldilla de legionario. Reconocieron al bribón, soldado de fortuna de renombre conocido como Oggo, raptado en la ribera de los reinos negros, educado en coliseos y fraguado en la guerra. Toda una leyenda que había caído en el olvido cuando en su último trabajo había perdido su mano derecha.
Y era cierto. Oggo era mano ahora y donde debería encontrarse una poderosa mano se hallaba una cinta de cuero y una fina punta metálica. Una espada descansaba cerca de su zurda, de la cual se decía que era aún más ducho usándola que la mano que le faltaba. Sus ojos no se apartaron de los cuatro recién llegados en ningún momento, igual que los de los otros perros de la sala del trono.
El trono no era tal, sino una reunión de cojines y colchones, todos ellos de aspecto hinchado y reconfortante, de colores tan vivos que dañaban el iris, sobre los que descansaba una oronda figura. De chaleco apretado, mostrando su oronda panza, el señor del oeste de Thiaras les saludó de forma descuidada mientras saboreaba con grosería el muslo asado de un emu de las arenas. Tenía los mofletes hinchados, un fino bigote y barba de aspecto ridícula pero muy cortesana. Un minúsculo gorrito blanco sobre su cabello oscuro y fino le daba un toque distinguido, como una manzana en la boca de un cerdo. Todo en él era grasa y sudor, comía con la boca abierta y reía a carcajadas. Nadie se apartaba de él.
Se encontraba tumbado, recostado en los cojines, y sus pies, tres muchachas totalmente desnudas, de encantos más generosos, una rubia, una morena y una tercera, pelirroja, quien lo abanicaba con unas plumas de avestruz. Ninguna era su esposa pero sin duda sabían complacer como tal. Elles les miraron hastiadas, silenciosas, sin rubor ni vergüenza.
El señor de Thiaras, del oeste, mandó retirarse a una doncella que le ofrecía uvas y agua de propiedades cristalinas.
—¡Bienvenidos seáis perros de la guerra! —Saludó con voz enérgica —. Comed y bebed, si es lo que queréis, pero dejad vuestras mentes libres pues voy a hablaros. Soy Lord Knebb y me gusta lo que veo —les analizó como haría un general, no un obeso noble —. Fuertes y rápidos ¿No? —miró a Abysis, quien encajaría perfectamente en su particular harén —. Tú eres la que piensa, lo juro. Para lo que tengo en mente se precisa algo más que músculo y acero.
Se puso en pie, muy torpe. Hizo un gesto para que las muchachas desnudas desaparecieran, también las esclavas, las cuales se llevaron la comida y el alcohol, no sin ofrecer a los recién llegados un pequeño ágape.
—Os contrato, por lo habitual. Una soldada por día, para cada uno —suficiente para vivir casi una semana con gustos caros —. Mujeres y bebida, toda la que queráis. Cuando no estéis de guardia o cumpliendo una misión. Hasta que lord Benrat, esa hiena de sangre aguada, muerda el polvo en mis mazmorras.
No regateó, no preguntó si les interesaba. Lo daba por hecho. La oferta era tan generosa como llamativo el palacio que pisaban. No tuvo que pedirlo, le trajeron un pequeño lavado de piedra lacada con agua fría, donde se lavó las manos y se refrescó la frente.
—Mi pequeña guerra está a punto de terminar. Como sabréis, y si no, os lo cuento, esa serpiente de Benrat cree que la ciudad le pertenece. Su tío era el antiguo señor de Thiaras. Pero yo he cuidado de esta gente, de sus mercados, de sus niños, cuando a su tío se le fue la cabeza. Antes me dedicaba a la guerra. Ahora, llevo esta ciudad. O una mitad —sonrío, ambicioso —. Pronto, la otra será mía. Como corresponde. Estoy cerca —aseguró, convencido —. Hace unas semanas Oggo y yo trazamos un plan que provocó la perdición de la mayoría de los hombres de lord Benrat. Está tocado, y pronto, hundido bajo la arena.
Se mesó la barba, les observó de nuevo. Veía en ellos recuerdos de su juventud, cuando sobre un carro tirado por caballos hostigaba los desiertos en busca de botín, mujeres y gloria. Hoy ya no le hacía falta subirse a un carro para conseguir todo lo que quería, pero tampoco podía detenerse.
—Podría lanzar un ataque, pero no es el momento. Algunos de mis hombres resultaron heridos, otros murieron. Un par de semanas más y estaremos listos. Hundiremos sus murallas, derribaremos su fea torre, en el este. Pero aún no. Debo esperar. Me gusta que las cosas se hagan bien. Y aunque no temo a mi rival, ya no, hay algo que me desconcierta —sus dedos grasos tamborilearon sobre la superficie pulida de un espejo, dejando allí su impronta —. Hace no menos de una hora me ha llegado el informe de uno de mis espías. Esa rata de Benrat ha pedido ayuda al exterior. Y alguien ha acudido. No es como vosotros, un hombre de armas. Es…un estratega. Dicen. El mejor.
Se relamió los labios, era evidente que no sabía mucho más y que aquello le molestaba.
—El estratega se esconde en el oasis de Jebb-Dol, a un cuarto de día de aquí. Sé que va acompañado, otros dos hombres. Benrat cree que puede ganar la guerra si ese hombre llega a su parte de la ciudad. Evidentemente no es tonto, si alguien así se acercase a las murallas de Thiaras yo me encargaría de que nunca llegase. Pero esa rata es osada, seguro que se las idea para atraerle a su torre. Y ahí es donde entráis vosotros…
—Mi señor
—interrumpió Oggo, su voz era como el ronquido de un oso —. Pensaba que le encargaríais esa misión a Brann y a sus hombres.
—Benrat conoce a Brann, ellos son nuevos. Lo harán mejor.
—Pero no sabe nada de ellos, de su capacidad.
—Sé juzgar a la gente, Oggo
—contestó sin mirar a su guardaespaldas y consejero —. Aún sé hacerlo. Ellos me sirven, puede que incluso mejor que Brann. Él prepararía una carnicería. Quiero algo más sútil.
El negro no volvió a intervenir, quedando en un segundo plano, disgustado por la decisión de su patrón.
—Quiero que vayáis a ese oasis esta misma noche —informó a los mercenarios —. No quiero que le matéis. Quiero que le llevéis un mensaje, una oferta. El doble de lo que le ofrece Benrat si decida trabajar para mí. Y mujeres. Y vino. Y todo lo que quiera. Para el estratega y su escolta. Soy generoso. Y, si no accede. Quiero que lo echéis. Asustadle, intimidardle. De cualquier forma. No quiero que derraméis sangre, uno no sabe con quién puede enemistarse si mata a tal o cual persona. Ah, pero si se negase a marchar, si estuviera tan obstinado de trabajar para Benrat…también tengo unos calabozos y vosotros tenéis vuestras espadas, eso os lo dejo a vuestra elección. Quiero a ese tipo conmigo o fuera de aquí. ¿Entendido? Luego podréis descansar y disfrutar de la hospitalidad de mi palacio.
Una promesa tan generosa como desbordante.

Notas de juego

Dudas y preguntas para el patrón. Es vuestra misión, recordad que tenéis total libertad para cumplir la misma.

El primer turno siempre es más largo, para entrar en materia. En los siguientes no os aburriré tanto.

Suerte y buena caza!

Cargando editor
24/11/2016, 11:08
Abisys

-Mi señora.

Realizó una leve inclinación de cabeza y se llevó la mano al corazón. Pensó en desviar los ojos, mas intuyó que la hermosa hembra de escorpión que tenía frente a sí deseaba que los mantuviese. Actuó de tal forma y sostuvo su mirada con otra igual de traviesa.

-Mi señora, solo el amanecer en el desierto podría intentar emular tu belleza. Que el aliento de Mitra bendiga tus días y tus noches.

Siguieron a Yashiff. Así que la chica era la hija del Lord Knebb. Dudaba que su propio vástago aceptara ese consejo. Lanzó una mirada cómplice a sus actuales camaradas. Tenía la impresión de que alguno de ellos no prestaría demasiada atención al comentario y se viera picado por el aguijón dañino de la joven Isthar.

Abisys caminaba flotando sobre las lustradas baldosas del piso, contoneando su esbelto y menudo cuerpo lo mismo que una gata al acecho paseando por su terreno de caza. Contemplaba entre maravillada y asqueada la fastuosidad descontrolada y desbordante que los rodeaba. Resultaba una obscenidad tanta riqueza desmesurada, semejante muestra de poder económico, comercial, y también militar, a juzgar por el elevado número de mercenarios de rostros huraños e hirsutos que no apartaban sus ceñudas miradas de ellos cuatro desde que llegaron a la primera puerta del patio del palacio. Y todo esto propiedad de un solo hombre, en una diminuta ciudad perdida en el mundo.

“Puede comprar diez ejércitos y convertirse en el amo y dueño de la extensa tierra de Ophir” .

Mientras tanto, ella estaba cubierta desde los pies hasta los párpados sin olvidar el ombligo de fina arena roja, y los bolsillos tan vacíos como la entrepierna de una vieja reseca y rancia. Se pasó la lengua por los labios cubiertos de una ligera capa de su mezcla de jalea, miel, y cera rosada.

Cuando se detuvieron frente a la puerta de mármol, se situó muy cerca del criado, y una vez abierta, le dio unos golpecitos en el hombro a su guía para llamar su atención.

-Noble Yashiff, disculpa. Se te ha caído esto.

Sonriendo con amabilidad, le mostró una bolsita de piel, morada. En su interior tintineaba el metal.

Dentro de la sala, en presencia de su nuevo empleador, realizó una reverencia tocando de nuevo con la mano en su pecho y extendiendo su brazo en un movimiento de media luna. Su voz sedosa acarició el aire que olía a comida y a secretos de mujer.

-Mi señor. Tu gloria y fama se extienden más allá de las arenas. Te agradecemos que nos regales con tu persona y generosidad, y nos ofrezcas esta audiencia. Nuestros corazones de chacal ahora son un poco más dignos gracias a tu presencia.

Escuchó y observó con atención a su interlocutor, el gordo y fornido Lord Knebb, quien conservaba parte de su fortaleza. La energía y la astucia brillaban con el fulgor de los diamantes en los ojos del antiguo señor de la guerra. Odiaba acabar de llegar y meterse de lleno en una nueva empresa. Así son las cosas, se dijo, pragmática.

-Mi señor, me complace decirte que compartimos tu forma de pensar, y te aseguro que obraremos conforme a tus instrucciones y deseos.

Desvió una mirada conciliadora hacia el enorme y legendario Oggo.

-Detestaria que resultásemos una fuente de conflicto o incomodáramos al noble y legendario Oggo. Tus proezas y habilidad en combate suman en mi respeto tanto como el oro que pende de este techo. Solo un necio osaría negarlo. Sería un honor contar con tu colaboración y sabio obrar.

Le saludó, cortés, otra vez su mano en el corazón.

Cargando editor
24/11/2016, 23:10
Geki

Hasta el momento a Geki le había gustado el desierto. Si, era un lugar demasiado caluroso durante el día, pero encontraba el color de la arena como un cambio realmente agradable con respecto a su tierra, Al menos podía distinguirse el suelo del horizonte. El palacio, por el contrario, no le gustaba tanto. A parte del alcohol y las mujeres no veía allí nada demasiado interesante. Tampoco lo veía en el conflicto en el que acababan de meterse. Ya conocía ese tipo de guerras, pero al menos se estaba metiendo en esta solo por el oro. Combatir por la causa solo llevaba engaños. Combatir por combatir… bueno, al menos eso era algo honesto.

Con lo que no tenía ninguna queja era con su anfitriona. El tacto de sus dedos, finos y delicados, era casi como el del acero incandescente. La mente de Geki voló durante esos breves instantes, y las imágenes que creaba implicaban que la muchacha llevase bastante menos ropa. Afortunadamente, mientras él fantaseaba, Abisys tomaba la palabra. Había que admitirlo, la chica sabía como hablar.

-Si, eso es, lo que ella ha dicho- añadió mientras asentía.

Por desgracia Isthar se marchó, y en lugar de semejante preciosidad se quedaron con el criado. No era un buen cambio. Además, aquel hombrecillo les ofreció su consejo sobre la hija de Lord Knebb.

-Bueno, a ella no parece importarle que la miremos, ¿verdad?-

Tras esa única respuesta, siguieron adentrándose en el castillo hasta llegar al trono de Lord Knebb. Si bien Geki había disfrutado con la presencia de las muchachas bailando y contoneándose por los alrededores, las tres abanicando al opulento monarca le causaron peor impresión. No es que no fuesen hermosas. Suponía que de no haberlo sido, no les habría tocado a ellas esa labor. Es que no le gustaba verlas como a animales enjaulados. Sin ningún brillo en los ojos no le resultaban tan atractivas. Una circunstancia que le vino muy bien para recordar que no estaba allí para despilfarrar el oro de las últimas misiones, si no para trabajar. Nuevamente Abisys se adelantó a responder, saludar, e incluso hacer una referencia. Geki simplemente se mantuvo en pie allí delante. Su gente no tenía la costumbre de hacer tonterías como esa ni siquiera en presencia de sus reyes.

-Eso es, si- Y asintió nuevamente. Desde luego la chica sabía hablar.

Geki había estado un poco distraído con tanta palabrería, pero volvió a concentrarse cuando vio a Oggo. Lo miró fijamente, no con miedo ni con reconocimiento, más bien con interés. Aquel tipo era un guerrero famoso. Una mano menos no debía haberle restado mucha capacidad para luchar. ¿Estaría justificada su reputación? Se moría por verlo en acción, pero ya le habían advertido que si iba atizando a los manda mases nunca conseguirían buenos trabajos. Suponía que tenían razón en eso.
Por desgracia el primer trabajo no era ni mucho menos lo que le hubiese gustado. Marchar nada más llegar, y verse forzados a hacerlo de noche, era una mala idea. Incluso él sabía lo traicionero que el desierto podía resultar. Claro que también entendía la urgencia de la situación. Un estratega podía ser más valioso que cientos de luchadores. Lo había visto otras veces, pequeños contingentes bien organizados podían derrotar a guerreros bien entrenados que atacasen sin orden ni concierto. Por eso, abandonando su gesto de aburrimiento y desinterés, e ignorando las posibles quejas de Oggo, asintió nuevamente, aunque con más convicción.

-¿Y de dónde ha salido esa información?- No era una pregunta gratuita. Si la información había sido fácil de conseguir significaba que el enemigo debía estar al corriente del problema. -¿Espías o traidores?-

Esperó a salir de la habitación, cuando estuviese solo con sus compañeros. Imaginaba que a ellos tampoco les debía ilusionar el prospecto de partir de inmediato.

-Supongo que a parte de la escolta que ese tipo traía consigo, también irán a recibirle. Deberíamos salir cuanto antes, pero sin tomar la ruta más directa. Acercarnos al oasis y echar un vistazo a los alrededores-

Cargando editor
25/11/2016, 14:54
Cuervo

Cuervo admiraba la opulencia y la riqueza del palacio. No pudo evitar comparar la escena con la que se vivía en las calles, tanto de aquella como de otras ciudades. Mendigos tragando lo que pudiesen encontrar para llevarse a la boca, suplicando piedad. Comerciantes, artesanos, mercaderes, trabajando de sol a sol, balanceandose entre aquella miseria y esta otra vida llena de lujos, mucho mas cerca de la primera que de la segunda, dejandose la vida en cuidar lo poco que tenían.

Que se jodan, pensó Cuervo. Bel, el dios de los ladrones, recompensaba a los audaces y a los astutos. Quedarse tendido esperando a la muerte era cosa de estúpidos. Relajarse y dar por hecho que la riqueza y el poder duraban para siempre también. Sin embargo el tal Knebb no parecía tomarse aquellas cuestiones a broma, el ejército de mercenarios que tenía contratado se aseguraba de que prevalecieran sus designios. 

Había entrado caminando erguido, con el pecho inflado, despreciando aquel exceso de lujo y pompa. Observando a los mercenarios con ojos entrecerrados, evaluando sus intenciones, pero creyéndose mas libre que ellos, que obedecían órdenes, siempre atados a la correa de su amo, por temor a perder los privilegios que tenían. Pero no pudo desentenderse ni ignorar a aquella muchachita. Esa túnica azul sería una excelente adición a la Bolsa de Viaje, pensó.  Todo lo que allí llevaba tenía una historia que contar. La primera moneda que robó, el pañuelo cimmerio manchado de la sangre del primer enemigo que mató, una figura tallada picta, obsequiada por el jefe de un clan con el que había hecho buenas migas, y así. Esa túnica y la historia que podía contar eran una tentación muy grande.

- ¿Cómo debo llamaros? -le preguntó. Necesito un nombre para recordaros esta noche cuando piense en vos.

La revelación posterior del criado no lo amilanó, pero aumentó su deseo y su suspicacia a partes iguales. Sonrió con amabilidad fingida cuando los aconsejó, mas no dijo nada. 

Las estancias donde encontraron al Señor del Oeste lo obligaron a observar hacia todos lados, para no perderse detalle. Cerró la boca cuando descubrió que la tenía abierta. Una soldada por día. Aquello dejaría contento por un tiempo a Luggal Zaggisi. 

Cuervo escuchó con mucha atención el trabajo que proponía Lord Knebb, pero simulaba no hacerlo. Tomó cuanta comida se le ofreció, y tragó el alcohol con avidez, sin preocuparse de lo que se volcaba por su cuello. El Señor hablaba, y Cuervo sonreía a las muchachas, pero dedicó le dedicó a Oggo una mirada taimada cuando puso en duda la capacidad del grupo. Sin embargo dejó la contestación a Abisys, ella era mejor portavoz, ya que sus irónicas replicas podían dejarlos sin trabajo.

Antes de alejarse ensayó una reverencia sincera a Lord Knebb, aquel era el hombre que decidía, y Cuervo evaluaba si era lo suficientemente inteligente como para ver detrás de sus actitudes. Pero no pudo resistirse a hacer un comentario por lo bajo a Geki mientras se alejaban. Pero no tan bajo como para evitar que Oggo no lo escuche.

- Parece que "alguien" se quedará sin su tajada si no es contratado el tal Brann...   

Una vez a solas, fue el norteño quien tomó la iniciativa para formar un plan. 

- También estoy de acuerdo con salir cuanto antes. Pero no olvidemos que si es "el mejor" estratega, tendrá sorpresas en ese bendito oasis. Sin dudas conoce de la guerra fría en este desierto, y si ha aceptado entrevistarse con el Señor del Este, sabrá que su enemigo no se quedará de brazos cruzados. Deberíamos considerar incluso que los informes hayan salido del propio estratega. Si es el mejor, lo será por algo, debemos estar atentos a todo. No voy a dedicarme a la tediosa tarea de hacer largas averiguaciones, que por otra parte podrían darnos información falsa, pero hay que tener en cuenta de que existen posibilidades como trampas hasta llegar ahí, señuelos mientras el verdadero estratega viaja seguro, y Bel sabe cuantas cosas más. 

Cargando editor
26/11/2016, 01:42

—El desierto y Mitra, precisamente Mitra, una combinación que me tiene hastiada —fue la contestación de la danzante muchacha cuando Abysis la atajó, perdiendo al momento todo interés en la brytuna. La observación de Geki la hizo suspirar de resignación. Era evidente que muestras tan burdas de interés eran recibidas a diario por su persona —. Un grano más de arena en el desierto de mi vida—señaló, su rostro encendido se había tornado distante, vaporoso. Cuervo tuvo mejor suerte, recibió una provocación —. Un nombre no se pregunta, se exige. Un nombre no se otorga, se gana. Ah, lástima que seáis de los que piensan por las noches, yo soy de las que actúan —y con un parpadeo de sus largas pestañas tostadas, les dejó a solas.*

No eran pocos los que agasajaban a lord Knebb con palabras en su día a día. Criados, algunos mercenarios, sus doncellas y mujeres. Sin embargo las rimbombantes palabras de Abysis no hastiaron al señor de Thiaras quien también pareció disfrutar de la presencia de la brytuna allí. El señor del oeste poseía una mujer de cada color, y una para cada día. La mercenaria era diferente, Abysis poseía un aire indómito, y un aura de peligro, que era un acicate para alguien aficionado a tales placeres.
Oggo, adusto como una torre de ébano, resultó inexpugnable ante las palabras de la mujer. Se aventuró a responder, para ofrecer su ayuda o negarla a la empresa citada, pero lord Knebb se le adelantó.
—Oggo no solo es mi consejero y amigo, también es mi guardaespaldas. Y es bien conocido por mi enemigo. Sé que tengo algunas ratas en palacio, otras en las calles. Es inevitable. Si él saliera de mi palacio, tal noticia llegaría a los oídos de Benrat. Y él sabe que si yo deposito algo en la mano de Oggo es porque es vital para mí —negó con la cabeza sin dejar de mirar a Abysis —. Demasiado llamativo. Oggo se queda.*
Geki lanzó su pregunta. Si Abysis adornaba sus letras con oros y guirnaldas las de Geki estaban tan desprovistas de decoración como de carne lo estaban los huesos de los cadáveres que devoraba el desierto.
—¿Aesir o vanir? Nunca recuerdo, amigo del norte —se acercó a él y palmeó su grueso hombro, la flacidez de las carnes del lord resultaban más marcadas al lado de un hombre esculpido como el norteño —. Hay pocos de los tuyos por aquí, no os gustan los climas fríos. Y las noches lo son. Si estás solo peor aún, me entiendes ¿No? —una sonrisa cómplice, cargada —. No tengo por costumbre revelar mis fuentes, pero si te diré algo, mi gran amigo de las tierras donde la arena es blanca y fría como aquí es roja y cálida. No es ni espía ni traidor, sino…algo más complicado, pero de fiar.

Notas de juego

*Si bien podéis seguir ligando tan torpemente como hasta ahora.

**La habilidad sería engatusar/seducir/oratoria. En tu caso, 2D8. Una sola tirada para los dos. 10 o + para Oggo, 7 o + para Lord Knebb. Puede que obtengáis algo.

Como aún no abandonáis la sala dejo el comentario de Cuervo para cuando lo hagáis, así como la reacción de Oggo, si la hubiera, sobre él.

Esto no es un turno. Es un minuturno. Habrá muchos de estos en situaciones concretas, para agilizar la trama, especialmente en conversaciones. Los turnos los marcaré numéricamente.

Cargando editor
26/11/2016, 10:01
Abisys

Se despidió con un cortés saludo de la joven. Había salido bien, su sonrisa quedó disimulada por completo en las comisuras de su boca. Había apartado a esa zorra de su camino. * Otros, como Cuervo, la habían alentado. Chasqueó imperceptiblemente la lengua.

Asintió a las palabras del Lord. No solo tienes ratas, también alimañas enjoyadas. El terciopelo de su voz respondió al señor del palacio.

-Comprendo, mi Lord. Las ratas son inevitables, ciertamente. Mordisquean la comida, la infectan, y su ponzoña pudre los vientres. Sus pulgas también son muy molestas, se pegan a las paredes sordas y les devuelven el oído.

- Tiradas (1)

Notas de juego

*Abisyis no quería ligar, je. Al contrario, Mitra y desierto era probable que resultase de lo más aburrido para esa mocosa. ;)

Lanzo dados.

Fantástica tirada, sí, señor XD

Cargando editor
26/11/2016, 13:00
Nork

El palacio era más de lo que esperaba de un señor de la guerra, tal vez era verdad lo que decían de él y se había acomodado. Tal vez, sólo tal vez.

Lo que no le decepcionó fue la hija. No tanto por su belleza, mujeres bellas podías conseguirlas en cualquier burdel de Zamora, si no por su aptitud. Era como una serpiente bailando alrededor de sus víctimas y todas ellas hipnotizadas por sus movimientos, él incluido. Y por ello calló, nada de lo que dijera interesaría a aquella mujer. Para ella sólo eran un entretenimiento, algo que hacer dentro de su jaula dorada. Pensó en cuantos habrían muerto en manos de los verdugos de su padre al intentar poseerla. Tal vez era eso lo que excitaba a aquel demonio hecho mujer. Las advertencias del criado eran más fuego para el incendio. ¿qué guerrero no la desearía aún más sabiendo que estaba prohibida? Tal vez en el futuro si vivía tanto como para volverla a ver.

Lord Knebb no le decepcionó. Era como cualquier otro empleador mostrando su opulencia y cuerpos femeninos desnudos. Un viejo truco que cualquier ratero en las calles conocía, mostrar fuegos de artificio mientras su cómplice vacía los bolsillos. Todo el poder de aquel hombre dependía de sus espías, guardaespaldas y mercenarios. Como muchos antes que él era esclavo de sus posesiones hasta el punto de necesitar a unos mercenarios como ellos para hacer un trabajo que hace diez años hubiera hecho en persona si lo que contaban de él era verdad. Tan sólo Oggo era una incógnita para él en aquel salón. Hizo una reverencia cuando entró y dejó que otros más capacitados hicieran las preguntas.

Tendrían que confiar en que el estratega fue más codicioso que hombre de honor puesto que acercarse hasta el oasis sin ser visto iba a ser difícil si era tan bueno como se vendía. Observó a sus compañeros, sin lugar a dudas aceptarían. Ningún mercenario rechazaría una oferta como aquella y a él le acercaba un poco más a su venganza.

Supongo que su escolta es prescindible en caso de tener que traerlo a la fuerza. Fue lo único que preguntó.

Cargando editor
28/11/2016, 15:13
Cuervo

- Os llamaré "Deseo" -decidió Cuervo con arrogancia cuando la chica se alejaba. Al menos hasta que pase a llamaros de formas mas vulgares -remató luego, mientras seguía caminando con sus compañeros, a pesar de que ya había escuchado la referencia a "su padre". A Cuervo poco le importaba. Ah, y no desespereis -agregó-, puede que esta noche tenga que actuar para vuestro padre, pero ya llegará el momento que me pidais actuar para vos.

 

-------

Guardó silencio, sin embargo, mientras sus compañeros preguntaban detalles acerca de la misión. Demasiadas palabras, pero la encomienda estaba clara. Habría que ser mas astutos que todos, y Cuervo pensaba que por mas planificación que hubiera, al final todo se resolvía con el filo de un cuchillo, y quien tenía las manos mas rápidas.

No perdería ocasión para probar la paciencia de Oggo, sin embargo. Siempre era mejor evaluar la sangre fría de los hombres provocandolos, encendiendo sus pasiones, buscando sus límites.

Cargando editor
28/11/2016, 23:55
Geki

A Geki no le importó mucho que la hija de Kebb le ignorase. Tampoco se estaba haciendo ilusiones con ella. Tan solo disfrutaba de las vistas. El propio Kebb fue algo más molesto al preguntarle si era un vanir.

-Debo haberme vuelto un debilucho si me confunden con un vanir- respondió burlón.

Le preocupaba mucho más la falta de información sobre quien les había dado el soplo. No es que dudase de su lealtad pero… sí, en realidad dudaba de su lealtad. Sin siquiera un nombre era difícil poder fiarse de alguien. Por otro lado comprendía, no significaba que le gustase, pero lo comprendía.

En cualquier caso, no le parecía que fuesen a encontrar mucha más información allí. Tan solo sabían que un tipo estaba de camino y que debían interceptarle. No era mucho con lo que trabajar.
-¿Sabemos al menos que pinta tiene?-
En un oasis en mitad del desierto podía haber bastante gente. Comerciantes en la primera pausa antes de adentrarse en las arenas. Nómadas dándole de beber a sus monturas. Bandidos. Estaría bien poder reconocer al tipo antes de ofrecerle una fortuna a un ladrón que estuviese en el lugar adecuado en el momento adecuado.

Cargando editor
30/11/2016, 01:18

II.

Nork mostró cautela ante la hija del señor del Oeste. Su indiferencia fue correspondida de igual modo por la danzante. La muchacha no estaba acostumbrada a no levantar una mirada de deseo, una palabra hermosa. Nork había demostrado aplomo y sangre fría, quizás por eso mismo se llevó la mirada más cálida de los cuatro.
—Deseo —paladeó la muchacha cuando Cuervo la trató, aquel alias pareció agradarla, así como la atención tenaz del zamorio —. Mi padre puede resultar agotador. Pero, si os queda energía al final de la noche…

Abisys no logró sacar nada más del señor del Oeste, tampoco levantó intención alguna en Oggo, quien parecía un oso enfurruñado de negro pelaje. Sus palabras cayeron en un saco demasiado lleno por parte de Lord Knebb, y sobre otro, cerrado, que era el inflexible Oggo.
—En una guerra entre mercenarios no voy a desdeñar a todo aquel que sepa empuñar una espada y quiera ganar dinero —dijo el obeso señor respondiendo a Nork —. El que es imprescindible es el estratega, pero aquellos que le acompañen podrán disfrutar de mi hospitalidad. Si no la aceptan, haced lo que queráis.
En Thiaras la vida tenía el mismo valor que una soldada diaria. Suficiente para matar por ella, suficiente para morir.
—Desconozco la apariencia del estratega —respondió el orondo señor a Geki —. Por eso os envío a vosotros y no a mis perros habituales. Tenéis fama de pensar. Se diferenciará del resto. En Jebb-dol solo hay escoria, mercaderes y pobres —entrelazó sus dedos, gruesos como orugas carnosas, sobre su gran panza — Bien, bien, debéis partir cuanto antes.
Y así hubiera sido, pero Oggo deseaba añadir algo más. Cuervo había abierto el pico, lo suficiente para hablar de Brann y una tajada. El negro iba a demostrar que distaba mucho de sus hermanos salvajes, los cuales llenaban la costa negra y sus frondosas selvas. Él era un depredador de ciudad.
—Señor, si me permitís —intervino el manco —. Apostaré hombres extra en la puerta del Este. Puede que Lord Benrat no quiera perder su presa fácilmente, si ese hombre es tan valioso para él seguramente lo persiga hasta la muralla.
—Si, dices bien Oggo. No quiero sorpresa. Aposta esos hombres extras…
—Brann y sus muchachos están libres esta noche. Eso les mantendrá ocupados
—añadió, detrás de su señor, mirando con fijeza Cuervo.
—Si, mejor. No quiero que preparen una sangría en la taberna como hace siete lunas. Que se ocupen de la puerta —ordenó el señor del Este. Se recostó de nuevo en sus cojines. Era uno más, una masa blanda de carne que encajaba perfectamente con las formas mullidas de su alrededor. Pronto su mano encajó aún con más perfección en la cintura de una de sus muchachas, atrayéndola hacía su corpachón —. Y vosotros, no me falléis. Soy generoso con los que cumplen, pero si me falláis, más os vale que os arrojéis al desierto. Será más piadoso que yo.

La puerta del Oeste, una gruesa de construcción que era única entrada y salida a aquella parte de la ciudad. Dentro, el calor de una taberna, el lujo de los mercados, afuera, el frío más letal, escorpiones y buitres que ahora dormitaban pero que al alba agradecerían tener algo que echarse a la boca. No era de extrañar que allí hubiera una nutrida partida de mercenarios. Seis en las almenas, cuatro a pie. Y uno especialmente molesto.
—¡Mirad! ¡Se llevan de paseo a su puta! —aulló una voz, extasiado, que les llegó desde las callejuelas. Tardaron en comprender que la ofendida era Abisys.
Apareció el ofensor; Nemedio, rubio, de piel clara tostada sin piedad por el sol, nariz partida, fornido, espada al cinto y escudo redondo a la espalda. Tras él, otros, rubios como él, ojos claros, armados de igual forma. Desertores, seguramente. Seis en total. Habían luchado antes juntos, era obvio al ver cómo les rodearon de forma sincronizada, despreocupados, más como una banda de pillos que como un grupo de antiguos soldados. Los Perdedores se pusieron alerta, encarando entre todos a los nemedios.
Su líder se enfrentó con Geki a pesar de que el aesir le sacaba una cabeza.
—Vienes de muy lejos tú, perro del norte. Aquí no nos gustan los forasteros —un largo cuchillo para destripar animales apareció en su mano —. ¿Y esa espada tan grande? ¿Alguna carencia que suplir? —Mostró sus dientes, le faltaba varias piezas. Era un camorrista, un buscabroncas —. ¿Quieres ver que es más rápido, si Frigga o tu juguete? ¿Quieres verlo, eh, bestia?
Soltó una carcajada, ignoró al norteño y pasó al siguiente. Señaló a Cuervo.
—¡Heim! ¡Este cabrón es tan feo que puede que sea hijo tuyo! —Más risas y una respuesta del más orondo de todos ellos.
—¡No recuerdo haber fornicado con una cabra!
Risas, rasposas, de hienas, de buitres que no querían esperar al alba por unas piezas de rapiña. El ambiente era tenso. Aquellos hombres buscaban problemas. El resto de mercenarios, los que guardaban la puerta, miraban la escena sin intervenir. En Thiaras no había guardia ni ejército regular. La ley era la de Lord Knebb y la de uno mismo.
—¿Y tú? —se detuvo el líder delante de Nork, su rostro era el de un sádico, tenía la mirada encendida como la de un depredador que solo busca sangre —. Mataste a tu perro y te hiciste un vestidito con él. Me pregunto si podré hacerme un disfraz con tu piel…
La broma, o la provocación, se tornó más seria. Todos notaron la letalidad de ese hombre, el ansia contenida.*
—¡Alto! —La voz de Oggo resonó con fuerza, el negro se coló entre Nork y el líder Nemedio —. El señor no quiere otra carnicería, Brann.
—Solo estábamos saludando. Vamos, Oggo, sabes que soy hospitalario, les decía a estos chicos y su furcia cómo funcionan aquí las cosas. Hay dinero para todos, Lord Knebb es muy generoso. Pero no hay sitio para todos. Sobretodo para los que pisan las primas de otros.
Oggo se acercó, colocó su frente pelada sobre la del nemedio.
—A la muralla, Brann. Y llévate a tus chscales rubios contigo.
—Claro, Oggo, ese es el trato. Protegeremos la muralla y la puerta esta noche, por si hay…problemas.

Sonrió, igual que haría un diablillo que promete volver más tarde. Lanzó una mirada agresiva a Nork y luego se perdió en la muralla, con sus muchachos.
—Ya habéis perdido demasiado tiempo —indicó Oggo, muy serio.
Era evidente que, aunque había otorgado el trabajo de proteger la puerta a Brann por propia decisión, también había previsto que este no se tomase a bien la incursión de los recién llegados en aquel trabajo, que sin duda reportaba una prima, un bonus a cobrar en palacio y no en una sucia taberna. Oggo había ido a frenar a Brann. Convenía tener a sueldo a un hombre así, uno que disfrutaba más troceando carne que contando monedas, pero había que tirar de la correa de vez en cuando.
—Poneos en marcha.
Los caballos estaban relajados, la noche era fresca. Les habían dado indicaciones sobre dónde encontrar el oasis de Jebb-Dol; el viaje podía hacerse en la mitad de la noche. Regresar no debía llevarles más tiempo. Si no había problemas, estarían de vuelta antes del amanecer.
Ellos mismos ya tenían sus planes sobre como acercarse para ir en busca del estratega y de los problemas que pudieran acompañarle. Aun así, el desierto, igual que los hombres, puede ser traicionero.**

Notas de juego

*Por supuesto podéis responder a los insultos pero, a no ser que así lo deseéis, no habrá trifulca esta noche ya que Oggo la frenará.

**Ya habéis trazados unos planes, pero dejad claro como os acercáis al oasis. Si es que lo hacéis de manera especial. Además, de noche, en un desierto…Mmm, Tirad cada uno por Orientación, veamos si esas dunas tan iguales no os confunden.

Cargando editor
30/11/2016, 14:36
Abisys

Terminó la recepción y se encaminaron hacia la salida. Abisys no era dada a los sermones; mas soltó su particular comentario:

-Cuervo, al igual que yo, has crecido en una feria, pero no sabes, o no quieres, jugar al arte de la falsedad. Recordadme que la próxima vez le ponga una manzana en la boca.

Soltó su graciosa risilla. Añadió algo más.

- Si os la vais a sacudir entre las piernas de esa zorra, no quiero salpicaduras en las mías. Sería mejor que la metáis en un avispero.

Se encogió de hombros. Allá ellos.

No le había devuelto la bolsa al criado. Hizo el ademán y sus manos obraron el engaño. Fuera de palacio, cambió las monedas a otra bolsa, y quemó la de Yashif en el fuego de una de las antorchas. *

Escuchó los preparativos de sus compañeros. Asintió con la cabeza, también ella había pensado en algo. Su entretenida charla se vio interrumpida por unos peligrosos idiotas de feas caras y peores intenciones. Los bravucones de siempre, con sus provocaciones de risa. Sin embargo sus compañeros eran gente de sangre caliente y acero rápido. No el estilo de la buscavidas. Se preguntó si debía colocarle la punta del cuchillo en sus partes nobles, o sucias, al mercenario nemedio antes de que los tres hombres dieran buena cuenta de esa escoria.

Intervino, conciliadora y risueña. Ofreció su saludo, estaba acostumbrada a tratar con gente así, hienas del desierto.Se coló en medio, entre Nork y el rubito feroz. Con su voz aniñada.

-Mi señor. Me complace saber que no faltan en este lejano lugar hombres de corazón ardiente, agudo ingenio y humor sutil, como no podía ser de otra manera en esta indómita y rica ciudad. Estoy segura que cuando nos veamos libres de nuestras obligaciones, me haya aseado y cambiado de ropa, dispondremos de tiempo para que nos guíes por Thiaras, nos enseñes los mejores lugares donde beber juntos buen vino corinthio y disfrutar de nuestra mutua compañía junto a los amigos de ambos.

Ensanchó su sonrisa. Nadie diría que no fuese sincera nacida de un corazón amistoso.

-Estoy deseando que llegue ese momento, mi señor.

Por fortuna, Oggo apareció, apagó los fuegos, o eso esperaba. Cuando se quedaron solos volvió al tema que les interesaba.

-Bien. Añadid a la mochila un problema más –hizo un mohín de disgusto travieso. De alguna parte sacó una carta y la mostró entre sus dedos-. La Reina. A ver qué os parece. Todavía no es noche cerrada, podemos llegar por separado al oasis. Geki y yo. Él será mi guardaespaldas; yo, una bailarina con espectáculo propio. Nos asignarán un lugar, nos permitirá movernos entre las tiendas avisando de mi actuación. Sn levantar sospechas…más o menos. No es la primera vez que lo hago. Geki puede incluso actuar de forzudo. Podría ser Cuervo, él también sabe de este mundo, aunque si llega el momento de las tortas, aquí nuestro amigo aesir sabe mejor repartirlas. Desviaremos la atención y vosotros dos entretanto husmeareis con menos riesgo. ¿Comentarios?

Detrás de la oreja derecha de Geki “encontró” una moneda de plata. Les guiñó un ojo.

-Eh. Esto significa buena suerte.

Notas de juego

* Con el permiso de maese master. Por cierto, ¿nos han dado algún adelanto de la paga?

Cargando editor
30/11/2016, 15:47
Abisys

Vamos con la tirada, que se me olvidó. Supongo que 1D8.

- Tiradas (1)
Cargando editor
01/12/2016, 14:01
Nork

Toda su respuesta al saber que los acompañantes eran prescindibles fue tocar el pomo de su espada de manera sutil, casi como si fuera una amante a la que había que satisfacer. Desde su punto de vista era más fácil convencer a un hombre solo por lo que no tener que preocuparse por los acompañantes era un alivio si las cosas no iban como esperaban.

La parte difícil de todo aquello iba a ser localizarlo en un lugar de paso con toda clase de gente descansando allí. Lo cual era, al mismo tiempo, una ventaja pues podían acercarse sin que nadie se sorprendiera.

Sonrió ante la puya que les arrojó. Si no la conociera pensaría que eran celos. De todas formas la idea le resultaba graciosa; pero se abstuvo de comentar nada.

La posibilidad de salir al desierto de manera anónima se fue al traste cuando aquellos mercenarios les increparon. ¡Puercos perros!  Les escuchó decir sus bravuconadas sin mover ni uno solo de sus músculos. Cuando se moviera sería para asegurarse que aquel que se reía no volvería a hablar.

Abisys actuó rapidamente situándose entre el y aquel trozo de carne para evitar el enfrentamiento. No hubiera sido necesario, bueno, tal vez no era tan mala idea por parte de ella. Sonrió ante el intento de insulto hacia él. Como dices se me da bien destripar perros y no veo demasiada diferencia entre un perro y un chacal. Miró a sus compañeros preparado para limpiar aquel trozo de desierto de unas cuantas alimañas cuando Oggo intervino. ¿aquellos eran Brennan y sus hombres? Era normal que el señor necesitara a otros mercenarios para cualquier trabajo que no fuera matar e incluso dudaba que fueran capaces de eliminar a alguien de manera limpia. La sangre le ardía pidiendo atravesar a aquellas ratas, si no fuese porque era el primer trabajo para Knebb no se contrendría.

Otra cosa era si alguno de sus compañeros reaccionaba ante los insultos, en ese caso correría la sangre y el señor necesitaría chacales nuevos. Una parte de él, que demonios todo él, deseaba una excusa para hacerle tragar la lengua al tal Brennan. Si la Diosa Araña lo quería volvería a tener oportunidad de cruzar sus armas con ellos.

A los perros rabiosos se les sacrifica, Oggo, pues suelen morder la mano que los alimenta. O al menos se les saca los dientes.

Siguió caminando sin perder de vista a los chacales esperanzado de poder acabar con ellos antes de abandonar las murallas aunque sabiendo que nada iba a suceder en aquel patio. Todo aquello era para dejar claro la posición de cada uno y de forma transparente a los perros viejos le molestaba la sangre nueva. Y eso que aún no sabe de lo que somos capaces.

Es un plan sencillo afirmó ante las palabras de Abisys y permite a dos de nosotros permanecer en las sombras por si algo se tuerce. Por mi parte adelante.

- Tiradas (1)
Cargando editor
01/12/2016, 22:46
Geki

Geki salió del palacio poco satisfecho. La perspectiva de moverse en mitad de la noche por el desierto no era especialmente agradable. Por otro lado, les iban a pagar razonablemente bien por aquello. Por supuesto unos recibirían más dinero que otros. Abisys ya se había hecho con los fondos del criado.

-Por eso cuento el oro todas las noches- comentó sin darle mucha importancia al asunto, con media sonrisa en el rostro. -Nunca se sabe cuando ha podido acabar engordando la bolsa de otros… u otras.-

Caminaban hacia las murallas de la ciudad. La chica tenía un plan bastante prometedor. Separarse siempre entrañaba sus riesgos, pero un grupo de cuatro personas también llamaba mucho más la atención que una bailarina y su guardaespaldas. Si, le gustaba aquella idea. Les permitiría dar un par de vueltas por el oasis antes de tener que tomar ninguna decisión precipitada. Reconocer el terreno había sido el motivo por el que Geki había sugerido tomar otra ruta para llegar allí. Con el añadido de Abisys tenía que funcionar incluso mejor aún.

-Es una buena idea, Abi. No hay forma de que no llamemos demasiado la atención en un enclave como ese, pero estoy seguro que una bailarina con un guardaespaldas debe ser lo bastante común-

Además, le daba la ventaja de tener un motivo para llevar las armas consigo. No era como si alguien fuese a intentar evitarlo aunque entrasen a plena vista dando gritos, pero lo importante no era si les veían o no. Lo importante era, simplemente, no llamar la atención demasiado. Por supuesto una bailarina iba a atraer miradas, pero no miradas inquisitivas, lo cual ya significaba una importante diferencia. Por supuesto, antes tenían que encontrar el camino a través del desierto. No era un territorio que ninguno de ellos conociese y tampoco iban a usar el camino principal, por tanto perderse era un peligro bastante real. Claro que tenían la ventaja de una noche despejada. Debía bastar para orientarse, o eso esperaba. En el mar no necesitaba mucho más.

Mientras conversaban e intentaban afinar un poco más las ideas, llegó un tipejo al que no prestó demasiada atención en un primer momento, ni siquiera cuando gritó una auténtica estupidez. Estaba más que acostumbrado a escuchar borrachos, así que tendía a ignorarles de forma inconsciente. De hecho si alguien le escuchaba a él tras una buena noche en la taberna, probablemente le podrían reprochar estupideces similares. Sin embargo aquel no estaba especialmente borracho. Simplemente era imbécil. Un imbécil bien acompañado a fin de cuentas. Al parecer se trataba del grupito de espadas de alquiler al que acababan de quitarle el trabajo. ¿Por qué estaban enfadados con ellos?, si tenían quejas podían llevárselas a Kebb en persona. Mamarrachos. Tampoco le interesaban demasiado. Simplemente negó con la cabeza y se dispuso a seguir andando, solo que los demás les rodearon rápidamente. Geki miró a todos, uno por uno, hasta que el líder, Brann en persona, se le encaró empuñando un cuchillo.

*El rostro de Geki cambió de inmediato. Sus ojos parecieron encenderse cual incendio en la oscuridad. Su semblante, tranquilo, se volvió el reflejo de una tormenta en ciernes, apunto de estallar. Se movió rápido y con firmeza. Agarró la muñeca de aquel bravucón apretando como si quisiese romperla, cosa que era probablemente capaz de hacer si llegaba a enfadarse lo bastante.

-¿Me amenazas con un juguete para niñas?- Apretó más, sonriendo. -Te voy a matar a hostias y a beberme tu sangre en tu puta calavera, ¿eso te parecerá igual de gracioso? -

Observó, atento. Si se le ocurría moverse se iba a llevar un buen golpe, y después del primer golpe iba a llegar el segundo.

**Oggo, la mano derecha de Kebb, llegó. Probablemente justo a tiempo, porque Geki tendía a hacer caso a las iniciativas de Abisys ya que consideraba el criterio de la chica mejor que el suyo propio, pero sus palabras no iban a calmarle cuando un retaco se envalentonaba y decidía encararse de ese modo. No es que fuese a hacer más caso a Oggo, pero si los hombres de Brann reculaba… si que seguiría el ejemplo de su compañera y lo dejaría estar. Después de todo, tenían trabajo por hacer, y esos desgraciados eran quienes iban a vigilar la puerta por la que debían volver.

- Tiradas (2)

Notas de juego

*Tirada de presencia intimidatoria.
**Asumo que Oggo llega entonces, por no romper la narrativa, pero si no es así, Geki no tiene problemas en empezar una pelea.

Cargando editor
02/12/2016, 04:14
Cuervo

Abisys lo reprendió cuando salieron del salón de Lord Knebb. Cuervo tomó con buen humor las palabras de su compañera.

- De ser posible, me gustaron mas esas nueces de Koth -le respondió. Aunque luego contestó, apenas un poco mas serio. Ya sabes, tú eres la sensata y yo el de la lengua filosa. Se aprende mucho sobre la gente así.

Y luego sobre la chica.

- Vamos, Abi, no estarás celosa, ¿no? Sabes que todavía eres mi chica número dos -replicó, con clara alusión a que la número uno era su hija. Pero es que esa delicada túnica azul haría una excelente adición a mi bolsa, para cuando cuente esta historia. No haría nada a propósito que provocara que algún aguijón de avispa rozara esa tersa y delicada piel tuya.

Ya afuera, habían intercambiado algunas palabras acerca de su destino cuando fueron interrumpidos por aquellos matones de tres al cuarto. Cuervo los había escuchado llegar y ya estaba mirando en su dirección cuando uno de ellos comenzó a hablar.

En cuanto insultaron a Abisys uno de los cuchillos arrojadizos del zamorio salió disparado a una velocidad inusitada hacia quien había tenido la osadía de provocarlos. El blanco era el escudo que llevaba a la espalda. * Esperó que el impacto fuera certero para soltar la frase,

- Considera eso una advertencia entre colegas. No habrá una segunda -sentenció observándolo desde las dos rendijas en las que se habían convertido sus ojos. Había otro cuchillo en su mano, había aparecido allí como por arte de magia.

Si la cosa no pasaba a mayores y todo lo que hacían era lanzar bravatas inofensivas, Cuervo dejaría las palabras y la ironía a cargo de Abisys, no quería que dañaran a sus compañeros por un acto impulsivo de su parte, pero había veces en que su sangre hervía y no podía contenerse. Esperaba que no quisieran probar si sus palabras habían sido en serio. Su boca mostraría una sonrisa, mientras sus ojos prometían sangre.

Si cometían tal error, y además lo empeoraban poniéndose a tiro de sus manos, la cosa iba a terminar mal. Pero no iba desenfundar primero. Es lo que hubiese hecho si estuviese solo, pero ahora no lo estaba, y tenía respeto a sus compañeros. Si los otros desenfundaban ya era otra historia. 

Cuervo pensaba que si aquellos mercenarios estaban allí no era por nada. El tal Oggo estaría planeando asesinarlos cuando volvieran con el estratega, si lograban traerlo. La sangre iba a correr, ahora o más tarde. Para él, el enfrentamiento con aquellos nemedios era algo inevitable.

Notas de juego

* No tiro, jefe, ya me dirás. O haz la tirada por mi, si hiciera falta, no hay problema.

Cargando editor
04/12/2016, 17:05

III.

Las palabras vuelan, el acero también. Brann les increpó. Puede que Abisys hubiera podido usar su retórica con el líder nemedio aunque bien parecía que éste de razonar quería poco, pues cargaba con segundas intenciones bajo sus ofensas. Puede que Geki hubiera podido intimidarle a pesar de que la mirada del nemedio, desnuda y límpida, era la de un pendenciero. Una contestación, cortante como un cuchillo, por parte de Nork, e indiferencia después podía haber resultado también excelente receta para el mal de boca del nemedio. Pero el cuchillo de Cuervo voló antes. El filoso acero impactó donde el zamorio deseaba, en el escudo del estridente Brann.
Un gong de metal, y lo que debería haber sido una advertencia se convirtió en una declaración de guerra. Brann no necesitaba mucho para entrar en liza. Su propio señor le había llamado carnicero e iba a hacer honor a tal apelativo. Antes de que el cuchillo cayera al suelo los seis nemedios habían desenfundado sus espadas y tomado sus escudos, cargaeon en formación hacia el grupo. Una sonrisa diabólica afloró en el rostro de Brann, resultaba evidente que era aquello lo que había buscado desde el principio. Ya no le hacían falta palabras, ahora hablaría el acero.
Cargaron en formación de punta de flecha. Brann y Heim, el nemedio más grueso, en la punta, los otros cuatro a los costados, dos a dos, ligeramente más retrasados. Los dorados escudos por delante, redondos como soles oscuros en la noche, los ojos por encima, silenciosos, satisfechos. El acero dispuesto, los pasos sobre la arena levantando polvo.
Pudieron ver, además, que varios de los mercenarios de la puerta corrían también hacia la posición de la pronta contienda. Sus motivos, aún desconocidos.

- Tiradas (13)

Notas de juego

Ignorar entonces la intervención de Oggo.

Una carga, seis contra vosotros cuatro, en formación, soldados que trabajan juntos. Brann, en cabeza, Heim es más corpulento que los demás, el resto de complexión similar. Una carga de siete pasos. Ellos tienen la iniciativa.

Cada turno de pelea tiene dos acciones. Arrojar un cuchillo, esquivar, golpear, arrojar algo, etc. A vuestro gusto. En este caso si va a ser necesario tirar dados. La narrativa es importante, no lo olvidéis.

Nemedios. Lucha con escudo y espada. 3D8
Brann. Lucha con escudo y espada. 4D8.
Además, los nemedios al comportarse como una unidad militar y mantenerse en formación tienen una tirada más “Trabajo en equipo”. Si les queda libre una acción, pueden usarla para defender o apoyar el ataque de un compañero cercano de forma conjunta. 3D6 + 6 (Ya que son seis)

Vosotros debéis tirar solo por vuestras dos acciones. Por ejemplo, Acrobacias para esquivar en el primer momento y golpe de espada en la segunda acción. Narrarlo, es importante.

Cada uno de ellos ha elegido a su oponente, si bien podéis interceptar a otro rival diferente sin que eso acepte a vuestras acciones. Ahora mismo Geki y Abisys se encuentran en el centro y Nork y Cuervo en los extremos. Os pongo las tiradas de los nemedios (entre paréntesis el objetivo que han elegido según su formación). La primera acción de los seis va a ser carga con escudo, la segunda, ataque con la espada. Suerte!

Cargando editor
05/12/2016, 08:56
Abisys

Abysis sabía cuando debía desaparecer y dejar a los hombres que discutieran acerca de quien la tenía más larga. Era cosa de machos, las mujeres solucionaban esos asuntos de manera más artera, y, con frecuencia, más sucia. Por lo que aguardó a una nueva pulla respuesta de ese nemedio y no insistió a sus camaradas de negocios para que cerraran la boca, eso no conducía a nada, los irritaría más y la apartarían de en medio.

Se le heló la sonrisa en la boca cuando Cuervo usó cuchillo. “La madre que lo parió”. La reacción de los pendencieros mercenarios no se hizo esperar. Masculló y mordió las palabras.

-Capullo. En verdad que se te debieron atragantar esas nueces.

La noche se iba al traste. O parte de ella. La vida misma se les podía terminar allí mismo. Su mirada de fuego taladró a Cuervo. En un segundo, miró hacia lo alto de los muros, controlando a los centinelas, supuso que se limitarían a observar. Luego vio a otros hombres corriendo hacia ellos. ¿Amigos de Brann, mirones, o neutrales que intentarían detener lo inevitable? Los matarifes nemedios y sus jefe no debían tener muchos colegas. ¿Podían confiar en eso?

Pragmática como siempre, encaró la situación, en un suspiro extrajo dos cuchillos de tamaño medio de su cintura, medio ocultos en las palmas de sus manos. Su rápida mente calculó posibilidades. Como salir corriendo y perderse en las callejuelas de la ciudad. Eso no conduciría a nada más allá de que la encontrasen tarde o temprano y le dieran por todos lados. Tal vez su lengua y su cuerpo la salvase, resultaba arriesgado. Pensó en usar la pared de la muralla para tomar impulso, saltar y realizar una cabriola por encima de Brann y lanzarle un cuchillo. Era fácil, sin embargo el rubio nemedio se habría revuelto y protegido con el escudo.

“Mil Infiernos”.

Apretó los dientes, decidió afrontar aquello de la forma más directa posible. Cualquiera que fuese el resultado ni Oggo ni Lord Knebb estarían muy contentos. Sus nuevos mercenarios muertos, o sus asesinos a sueldo fríos como la noche en el desierto. A la mierda con el negro y con el grasiento Lord.

Habitual en ella, su sangre fría apartó su miedo a ser despedazada, compuso una grácil y efímera reverencia y se lanzó a la carrera directa al furioso toro. Tal vez eso desconcertara al bruto, al menos un instante, cien kilos embistiendo contra cincuenta. Cien kilos de inteligencia malvada y experiencia marcial, era muy consciente de ello. Bueno, tampoco Abisys era manca, y disponía de sus trucos.

Sin apartar sus ojos del azul de hielo de la bestia, cuando estuviera justo en la posición y aprovechando esa fugaz duda, gracias a su agilidad y destreza se deslizaría veloz bajo las piernas del grandullón, era un movimiento ensañado y practicado con frecuencia en sus acrobacias, y en los bailes que en ocasiones ejecutaba en pareja o grupo. Se escurriría por debajo lo mismo que una resbaladiza y mordaz anguila, trazando un arco con su cuchillo cortando en la entrepierna de Brann y en la parte de atrás de una de sus rodillas. Una vez al otro lado, todavía con su propia rodilla en tierra, arrojaría un certero y afilado cuchillo a la nuca de su rival.

- Tiradas (2)

Notas de juego

Conforme a tus indicaciones, lanzo las dos veces 4d8. Creo que la primera acción es una mezcla de lucha con cuchillo, acrobacias, y la segunda cuchillos directamente.

* Desastre de la primera tirada. ¿No hay puntos de héroe para repetirla? La narrativa me suma 20 puntos? XD

Cargando editor
06/12/2016, 23:38
Cuervo

Cuervo maldijo para sus adentros al escuchar la frase de Abisys. Demasiado acostumbrado había estado a jugarse su propio pellejo al vuelo de una moneda. Ahora su actitud podía hacer que muriera gente que le importaba. Si sobrevivían les debía una disculpa.

- Pues no estaban nada mal para ser una última cena -replicó en cambio, su boca por delante de su cerebro.

Hizo una rápida evaluación de la contienda. Era bueno para eso. Aquellos nemedios estaban entrenados, avanzaban juntos, en formación, sin subestimarlos. No pintaba nada bien. Hizo una rápida recorrida visual, buscando algo que pudiese ayudarlo a igualar las tablas. Contaban con la desventaja numérica y también con la disciplina, el entrenamiento. Pero él mismo no estaba vencido, ni mucho menos. O al menos si caía, lo haría peleando. El cuchillo arrojadizo cambió de su mano derecha a su izquierda, y desenvainó una de sus dagas. Estaba reservado para el ojo del tal Bran, si Bel lo quería.

Había que reducir la ventaja de alguna forma. Divisó unos trastos, aunque estaban algo lejos. Lo primero era dividirlos, romper la formación y aunque eso significaba dividirse entre ellos también, era lo que necesitaba. 

¿Qué sabía de ellos? Que habían provocado una masacre, que eran bestias sedientas de sangre. Bien entrenadas, si, pero hombres, de carne y hueso, con sangre en las venas. Y además insultados por partida doble. Primero por haber sido descartados para el trabajo, y luego por no haber podido soltar toda la mierda que seguramente llevaban en la boca. Si, eran lobos sedientos de una presa, y había que aprovecharlo. Irían a la garganta, a una victoria rápida y sangrienta. Cuervo los haría trabajar por su comida.  

Se alejaría unos pasos para atrás, los que pudiera calcular, y ante la carga saltaría lo mas alto posible, con su pierna izquierda flexionada, lista para saltar hacia atrás, para no ser derribado. Si cargaban con el escudo, que parecía lo mas probable* el movimiento podía funcionar. Apoyarse en el escudo y aprovechar la carga para saltar hacia atrás, ganando distancia, mientras con su daga repelía los ataques, y si encontraba hueco mordería carne.  Si, saltaría hacia atrás, hacia los trastos. Hacia una pelea sucia, de bar, de mercado, donde todo era un obstáculo, donde la formación no servía de nada, donde el escudo era un estorbo.

- Tiradas (2)

Notas de juego

* Interpreto como si utilizara su habilidad de leer intenciones, de no ser así, Dire, se libre de corregir.

Por las dos acciones utilizo 4d8, estaría usando agilidad y combate con dagas, ya sea para moverse/esquivar como para contraatacar si es posible, aunque su prioridad es lo primero. 

(ufff, hacía mucho que no tiraba dados por aquí....   mala segunda tirada.....)

Cargando editor
08/12/2016, 19:44
Geki

Y ocurrió de todas formas. No es que Geki tuviese ninguna queja al respecto. Aquellos bastardos habían ido a buscarles con la intención de encontrar alguna excusa, algún motivo, para matarles y quedarse con la misión para ellos. Ya le había costado bastante no arrancarle la cabeza de cuajo al tal Brann cuando este se había plantado frente a él. Aún así, con un par de bravatas se había decidido a dejarlo estar. Cuervo decidió ir un poco más lejos. El norteño sabía bien que Abisys no estaría conforme con aquello, pero él… él no podía estar más contento. Solo lamentaba que hubiese sido Cuervo quien se decidiese a mostrar algo de acción.

-¡Bien hecho! – Gritó a su compañero mientras agarraba el espadón. -¡Separaos!-

El otro grupo atacaba en formación. Una maniobra audaz muy eficaz para romper otras formaciones, pero ambos bandos tenían pocos efectivos. Una formación cerrada, incluso una ofensiva como aquella, limitaba la movilidad de sus integrantes. En una gran batalla, incluso en una escaramuza con decenas de combatientes, tenían sentido. Con tan poca gente tan solo iba a anclarles al centro de la calle. Además les estaban dando otra ventaja. Se concentraban todos en un mismo punto, haciendo que fallar los golpes resultase complicado. Por contra, apartarse era muy fácil. Resultaba mucho más difícil cuando te encontrabas en mitad de un muro de escudos, sin forma de apartarte a un lado u otro por culpa de tus propios compañeros. En aquella ocasión… tenían tanta capacidad para rodearles, para evitarles, que casi parecía un mal chiste. Casi. Después de todo, también sabía que adoptar esa clase de formación no era algo que hiciesen soldados inexpertos. Simplemente no les saldría. Tropezarían los unos con los otros al correr. Eso ya le daba una pista de la habilidad del enemigo. Por tanto también le estaban dando un dato más. Su flanco más fuerte era el izquierdo, es decir, la derecha para Geki y para sus compañeros. Otro fallo de una formación en cuña cuando no iba acompañada de una línea normal de soldados por detrás, o de un segundo grupo como refuerzo.

Parecía que el más grandullón, uno de los que iba en punta, decidió tomarse como algo personal el atacar primero a Geki. Bien por él. Iba a encontrarse con una pequeña sorpresa. El norteño no espero tranquilo. No, nada de eso. Cuando los tenía relativamente cerca, él también empezó a moverse hacia delante. Pensarían que iba a responder contra la carga. En otras ocasiones lo habría hecho. Si en lugar del espadón hubiese escogido el escudo, estarían chocándose para ver quien caía antes. Eso habría estado fuera de lugar cuando se enfrentaba a un grupo a la carrera. En lugar de eso, pensaba usar la propia fuerza del enemigo contra ellos.
Tras un primer paso firme hacia delante, rápidamente modificó su dirección, saliendo en diagonal, también hacia delante, por el lado derecho de la cuña, por donde no llevaban escudos. Se movió rápidamente, apartándose de la trayectoria del enemigo, avanzando para dejarlos pasar, mientras lanzaba un amplísimo golpe circular con su mandoble, a la altura de las piernas, buscando evitar escudos y armas por igual, aprovechando la longitud de su hoja para poder hacerlo sin entrar en e alcance de los enemigos. Con el tirón seco de su propia cadera y la fuerza que estaban imprimiendo los otros mercenarios al cargar, tendría potencia suficiente para cercenar un par de piernas a la altura de la rodilla. Al mismo tiempo, el movimiento le alejaba de los golpes. Defensa y ataque a la vez. Solo que no lo dejó allí. Tal vez iba a dar tiempo para que los de atrás corrigiesen su trayectoria. Por ello continuó con su movimiento. El impulso del golpe le facilitó girar sobre sí mismo. Si el primer tajo lo había lanzado desde abajo, haciendo que la hoja ascendiese en movimiento, el segundo siguió la trayectoria opuesta, descendiendo en lateral mientras intentaba impactar en cuellos, brazos, o torsos. Poco le importaba. Al girar se abriría más, avanzando menos que con el primer paso, para quedar más apartado de la cuña en lugar de pegado a ellos. Después levantaría el arma, colocando las manos casi a la altura de su propia cabeza, y la punta hacia los enemigos más cercanos. Desde esa posición podría defenderse o pinchar si hacía falta.

- Tiradas (2)

Notas de juego

Pues vaya churro de tiradas. ¿Y esto de tirar dados no era solo contra otros jugadores? xD

Cargando editor
10/12/2016, 18:58
Nork

Cuando vio el cuchillo de Cuervo volar una mueca siniestra surcó su rostro. Sería necesario conocerlo muy bien para saber que era una sonrisa. No sería él el que recriminara nada a Cuervo, en otras circunstancias quizás hubiese actuado igual aunque la daga no hubiese sido de advertencia. Ya no importaba. Aquel combate era inevitable,  Cuervo simplemente lo había adelantado. Prestó atención a los soldados que se acercaban desde los alrededores y después los olvidó, si iban contra ellos tendrían que huir como pudieran.

Maldijo al ver a Abysis lanzarse a la boca del lobo. Si no le salía la jugada lo pasaría mal. Esa chica era valiente, demasiado a veces, pero más inteligente y controlada que sus compañeros y él. Hasta que entraba en combate.

Los nemedios actuaban como una unidad de combate y supuso que ese era su fuerte, separándolos tendrían más posibilidades de acabar con ellos. Los movimientos de Cuervo parecían acordes a su suposición. Geki gritó lo que para todos era obvio, aquellos guerreros serían buenos en combates cerrados pero ellos distaban mucho de ser una unidad de combate clásica. Su fuerte eran sus distintos estilos de combate y porque no decirlo el caos que sus acciones podían desatar.

Se desplazó lateralmente buscando atraer a alguno de los nemedios hacia él al mismo tiempo que lanzaba uno de sus cuchillos hacia la cabeza del primer nemedio que se le acercó. La verdad es que lo que esperaba con aquel lanzamiento era más sorprenderlo que acertar aunque si lo alcanzaba mejor que mejor. Sólo necesitaba un momento de dudas en su contrincante para seguir desplazándose y lanzar un segundo cuchillo. Esta vez con la firme intención de clavarlo en su frente.

Procuró no perder de vista al otro contrincante que se le acercaba esperando haberse alejado lo suficiente para que no le alcanzara su espada. Cuando se frenara esperaba que el combate fuera uno contra uno.

- Tiradas (2)