Partida Rol por web

Luz en la Oscuridad [+18]

Relatos en la Oscuridad

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09/01/2019, 10:22
Director

Kaiken Hisame 
Capítulo 1

El trasiego por los caminos cercanos a Toshi Ranbo había ensombrecido aun más el ánimo de Hisame. Columnas de la traidora Legión Imperial marchaban con los arcabuces en alto, su paso teñía de oscuro los inmaculados adoquinados imperiales. En más de una ocasión reconoció a algún que otro oficial ashigaru, ahora elevado a la ?dignidad? de nikutai, chui o taisa, puestos reservados antaño a los miembros de su familia. Ahora ocupados por campesinos y demás villanos que poco o nada sabían de la guerra, solo mediante pimienta gaijin y traiciones pudieron vencer en la Ciudad Imperial. El samurái sintió a sus ancestros revolverse en sus tumbas, alimentar su odio hacia los rebeldes, pero guardaba la firme convicción de que, conocedoras del golpe, los Grandes Clanes contraatacarían y segarían las raíces corruptas de aquella blasfema revolución. 

Hisame se aferraba al odio como único propósito a su situación. Fuera de la Rueda, su muerte poco podía significar en el Gran Propósito de las Cosas, pero determinó que una vez ronin su muerte únicamente le iba a arrebatar el pesar, no le iba a devolver el honor y que aún le quedaba tiempo de vivir en vergüenza en compensación a su fracaso. Aquello n o iba a pasar, refrenó sus ansias homicidas y decidió administrarlas con criterio, como un fantasma golpearía y desaparecería. No era lo más honorable, pero perdido el honor, ¿qué le quedaba? Moriría matando lacayos del Portador de la Verdad, y cuanto más retrasara la suya propia más enviaría de esos perros al Jigoku.

-Todo el día deambulando, ¿estás seguro de que la información era verdadera? ?preguntó inquieto Masao a su compañero Kotaro que, más templado, respondió lacónico.

-Vendrá, siempre viene.

Masao se removió incómodo en su disfraz de campesino, acostumbrado a la armadura la holgura de los ínfimos trapos le hacían sentir alarmantemente indefenso, nervioso. Cuando estaba nervioso le entraban picores.

-¿Seguro? ¿Las otras veces no ha dejado supervivientes ? Kotaro obsequió a la nueva queja con un gruñido de advertencia, Masao captó el mensaje, a pesar de ello el ashigaru se quiso asegurar de contener la lengua de su asustado compañero.

-Si no dejas de lamentarte como una mujer, seguro que nos descubre. Ahora tira del carro y cállate.

Los dos hombres reemprendieron el paso, en el carro, escondidas entre fardos de heno, dos mosquetes y espadas reposaban al acecho de su víctima. Siguieron avanzando con parsimonia, pero pendientes de los bordes del camino flanqueado a la derecha por un bosque de alisos no demasiado denso, a la izquierda por campos de arroz trabajados por decenas de campesinos. Los falsos labradores repetían el ritual entre dos aldeas cercanas, yendo y viniendo, cerca de tierras del Clan de la Oropéndola, zona relativamente cercana a Toshi Ranbo y donde se habian dado diversos ataques de un bandido enloquecido que acechaba patrullas de legionarios. Aunque llamarlo bandido era ser generoso, ese hombre era un asesino inmisericorde, no había asaltado ningún campesino ni saqueado los cadáveres que dejaba atrás. Parecía centrarse exclusivamente en los milicianos, los mataba rápidamente y desaparecía del mismo modo. Masao quiso compartir sus sospechas con Kotano.

-Dicen que no es un hombre, amigo. Que es un espíritu del Gaki-Do, un hambriento que se alimenta de la sangre de los soldados. Que es un espíritu de un samurái que murió enloquecido por la ira.

-¡Basta! cortó Kotaro con autoridad, las palabras de su miedoso camarada le estaban contagiando el temor. No quería verse arrastrado por esas emociones, había guarniciones en las aldeas de su ruta esperando al 'aparecido', ellos solo tenían que informar de cualquier sospechoso por el camino.

-¡Ah! ¿Qué ha sido eso?- aulló Masao de repente mirando al bosque, el grito sobresaltó a Kotaro y le hubiera abroncado de no ser porque una tercera voz intervino, solícita, para explicarle lo que había sido eso.

-Ha sido un cuervo, campesino. Frecuentan estos caminos desde la carnicería de Toshi Ranbo.

Un hombre a medio camino de los treinta años, pelo oscuro y lacio que moría en sus hombros y una incipiente barba mal cortada, salió del lateral del camino. Llevaba una katana al cinto, su mirada eran dos pozos oscuros sin emoción. Masao se había vuelto rápidamente hacía el carro, un ademán que enseguida traicionó su camuflaje. Un relámpago negro se abalanzó sobre Kotaro, el relámpago desenvainó su espada seccionando el cuello del ashigaru. Con automatismo, el asesino pivotó hacia Masao que, paralizado de terror, no se había movido. Alzó las manos suplicando.

-¡No me mates! ¡Te lo suplico!

El bushi le miró con ojos helados, preparó su espada y no le mató.

-¡Mira como se arrastra el perro! -se carcajeó una ashigaru con la cara sacudida por una varicela mal curada.

-Seguro que a este perro de los Clanes no le viene de nuevo -aseguró otro de cuerpo menudo.

Un hombre de unos cuarenta años se arrastraba por el fango, a todas luces tullido de la pierna derecha por la forma de moverse.

-Por favor. Tened piedad de mi padre, no ha hecho ningún mal a nadie -sollozó la hija con ojos llorosos, aquello sirvió para aumentar el divertimento de los cuatro hohei reunidos en la aldea.
-Mejor cállate, zorra. O empezaremos a valorar otras opciones de castigo para los disidentes del Señor Shingen - advirtió otro con ojos lascivos mirando a la campesina. El cuarto ashigaru, musculoso, reía apoyando a su compañero en la idea, pero su mirada se volvió hacia el camino.

-¡Chitón! Mirad quienes vienen por ahí. Masao y Kotaro portando su nidito de amor -gritó a coro con las risotadas que se propagaron por el pueblo. El de la varicela pateó al campesino mientras el de los ojos lascivos agarraba a la muchacha del brazo y la arrastró hacia él, ella trató de resistirse con más orgullo que éxito. El viejo farfulló algo ininteligible, pero el barro en la boca le impedía hablar con claridad.

-¡Eh! ¿Qué dices, Masao? ¿Kotaro ya te ha hecho un hombre? -dijo mofándose mientras magreaba a la joven que aun luchaba por liberarse -. ¿No dices nada? Responde, chico. No seas vergonzoso, estamos entre camaradas.

Estaba claro que Masao no iba a decir nada, rápidamente los soldados apreciaron que su compañero temblaba como una hoja. Iba a volver a insistir, pero Kotaro habló con una voz que no era la de Kotaro.

-¿Portadores de la Verdad? ¿Libertadores del pueblo? Me hacéis reír, sanguijuelas. Traidores, eso sois, que ahora abusáis de los campesinos, porque no tenéis ni idea de lo que significa ser un verdadero guerrero ?los ashigaru iban alzando sus mosquetes mientras hablaba el falso Kotaro.

-Has hablado demasiado, perro samurái -siseó el menudo. El bushi sonrió diabólico, pensó un instante en que había traicionado otro de los preceptos del Bushido, el Respeto, luego se desdijo. A las alimañas no se les brinda ningún respeto, por lo que al ronin respectaba esos hombres estaban muy por debajo de un eta. A continuación respondió con frialdad.

-Ya no soy un samurái.

Todo ocurrió en escasos segundos. Al unísono los soldados apuntaron mosquetes y dispararon, la respuesta de Hisame fue fulgurante y al límite de lo posible, agarró a Masao y se parapetó tras su cuerpo. Tres balas perforaron el torso del desgraciado matándolo en el acto, la cuarta astilló la madera del carro. Con fluidez el bushi dejó caer el cadáver a la par que arrancaba su katana escondida en el heno, gritó.

-¡Tenno Heika Banzai!

Se lanzó poseído contra los milicianos sorprendiendo al menudo con un corte diagonal que amputó brazo derecho, le hizo caer al suelo del dolor. Al picado de la varicela, asustado por el alarido del ronin, dejó caer torpemente el fusil y sacar su espada, pero fue lento y Hisame ya estaba encima de él rajándole desde el cuello hasta el vientre. La sangre manó de la herida con violencia.

-¡A por él! ¡A por él! -rugió el de lascivo, tanto él como el musculoso alzaban sus yari con las que procuraron mantener a ralla al guerrero. Hisame se mantenía alejado de los soldados, a la distancia segura para que las lanzas no le alcanzaran . 

-¡Ve a dar la alarma! -ordenó, su compañero empezó a correr mientras frenaba las tentativas de su rival para perseguir al huido.

Hisame sonrió a su rival, una sonrisa escalofriante que acobardó al ashigaru, pero permaneció firme en su posición sin ceder terrerno. Era bueno, las estocadas del yari conseguían mantener a ralla a Hisame, pero una de demasiado impetuosa le dio el hueco. Se coló por la izquierda, mientras el soldado comprendía lo que estaba ocurriendo el samurái ya estaba a medio camino de su posición y con agilidad cortó el mango de madera de la lanza. Giró la katana en horizontal, rajó desde la barriga abriendo el vientre que vomitó los intestinos del miliciano que se desplomó boca abajo. Enseguida emprendió la persecución del huido, pero no duró mucho.

El silbido de una flecha sesgó el pueblo e impactó en la paletilla derecha del musculoso en huida. El hombre fue derribado en el acto, soltó un lastimoso quejido antes de abandonarse a la inconsciencia y su casi segura muerte. Hisame se volvió hacia el origen de la saeta en guardia, abrió los ojos cuando vio a un samurái con ropas de viaje y esgrimiendo un magnífico arco yumi.

-Puedes bajar tu katana, samurái - Dijo el arquero desarbolando el arco como muestra de confianza. Tras unos instantes, el bushi hizo lo propio con su espada que limpió y envainó, sintió cierta calidez al escuchar referirse a él como samurái.

-Un certero disparo -elogió el espadachín mientras se acercaba al padre e hija, ambos encogidos en el barro abrazados.

-Es un arco excepcional, presente de mi prometida - empezó diciendo -. Mi nombre es Kaiken Ryosuke, pertenezco al Clan del Tiburón. Gracias a tu intervención hemos podido dar cuenta de esos perros, han estado atormentando a los campesinos de la zona desde hace un par de días. Esperaba golpear en el momento adecuado, tú has brindado ese momento.

Hisame midió con la mirada al Kaiken. ¿Clan del Tiburón? No conocía de nada a ese clan, sería uno de los tantos menores que proliferaban en la periferia del Imperio.

-Mi nombre es... -estuvo a punto de presentarse como Seppun-. Es Hisame, un ronin vagabundo.

-Rara vez los ronin vagabundos proclaman por el Emperador cuando se lanzan al ataque, Hisame-san. Más tus asuntos son tuyos, ronin. Como son los míos para mi. En cualquier caso, has hecho una buena acción matando a estos legionarios corruptos, este pueblo te lo agradecerá.

Hisame miró a los campesinos, ella lloraba asustada y él intentaba calmarla. Pobres diablos, condenados a sufrir los abusos de aquellos más fuertes. Esto no había servido de nada, vendrían otros y exigirían respuestas, a él lo colgarían y a ella la violarían, si sobrevivía pariría un bastardo, quizá moriría en una zanja, la prostituta del campamento. No había cambiado nada, solo lo había empeorado, otra vez.

-¿Hisame-san? Preguntaba hacia donde os dirigíais. Quizá podamos compartir camino - aventuró al ver a su interlocutor algo taciturno.

-No tengo un camino, avanzo allí donde los kamis me lleven - respondió lacónico, buscó un palo largo y se lo dejó cerca del viejo cojo, los campesinos agradecieron sin palabras el gesto. Ryosuke contempló la acción del ronin, echó luego una ojeada a los cuerpos de los muertos, reflexionó.

-Una muerte es lo que buscas. Te podría indicar la localización de una guarnición de la Legión de la Verdad, podrías ir allí y matar hasta hartarte - las palabras del Tiburón tronaron rudas, se ganó una mirada venenosa de Hisame, luego eligió las palabras con más cuidado. Aquella mirada no era la de un ronin al que poder tratar de esa manera, había mucho de orgulloso samurái en ella.

-O podrías dirigirte al este, a una ciudad portuaria llamada Roka Toshi, de allí zarpan barcos Mantis a las Islas de las Especias y, concretamente a una isla, Futaoka. Allí se encuentra Shiro Kaiken, el hogar de mi señor Kaiken.

-¿Qué estás intentando decirme, Ryosuke-sama? -cortó con sequedad - ¿Qué me venda como mercenario a tu señor? No soy un lacayo que se arrastrará por unos bu, no voy a venderme como a un perro de los Shingen.

El Kaiken no tuvo en cuenta la brusquedad de Hisame, dedujo que había tocado tema delicado.

-No os estoy instando a hacer eso, Hisame-san. Mi daimio, Kaiken-dono, ofrece lugar a ronin y desterrados en la familia del Clan. La del Tiburón es una familia recién fundada, mi señor quiere dar un nuevo sentido a gente honorable, gente que puede cambiar las cosas - explicó pausadamente el arquero. Hisame explotó con una mueca de desprecio.

-¿Gente honorable? ¿Ronin y desterrados? ¿Entre las islas de los Mantis? Creo que tengo muy claro el concepto de "nuevo sentido", Ryosuke-san, pero no le daré nombre porque no quiero insultar ni a tu Clan ni a tu Señor - bufó con desdén contenido, el Tiburón se violentó ante las peroratas del hombre ola, apretó los dientes.

-He procurado ser considerado contigo, ronin. Ayudarte, y tú insultas a mi Clan y a mi daimio. Eres un perro rabioso, que muerde la mano que se le acerca sin distinguir amigo de enemigo - las palabras de Ryosuke iban creciendo en amenaza, todo parecía conducir a un inminente desenlace sangriento. Entonces intervino ella.

-¡Por favor, samuráis-samas! ¡Nos habéis salvado, sois buenas personas, no os matéis el uno al otro !-se implicó la muchacha. Los dos bushi miraron airados a la atrevida campesina, iba a ladrar Hisame cuando la voz del hombre participó. Era una voz afable, al ronin le recordó a sus tiempos en Toshi Ranbo en el Templo de Shinsei.

-Un hombre debe encontrar su lugar en la vida, o es un tonto vagando sin darse por satisfecho, nunca en paz, trayendo discordia con él donde quiera que vaya.

Un resorte sacudió el interior de Hisame, miró al tullido que se había revelado como un monje del Tao. El antiguo Seppun, dándose cuenta de su comportamiento, sintió asco de si mismo, apartó la mano de su arma y se arrodilló vencido frente a Ryosuke.

-Me he fallado una vez más, samurái. Mis palabras influenciadas por la ira han tomado como objetivo a los que no son merecedores de ellas. Perdí el honor una vez por mis fracasos como guerrero, ahora lo he vuelto a perder por mis fracasos como hombre. Toma mi vida si lo deseas, Kaiken Ryosuke-sama. Es lo máximo que puedo ofrecerte.

La muchacha se movió intranquila, tras las capas de barro y suciedad se adivinaba un rostro hermoso, juvenil. Sus ojos azabache aun brillaban por las recientes lágrimas, miró al Tiburón con incertidumbre. Ryosuke aun tenía la mano en su katana, decidiendo. Sin pararse a pensar, ella corrió a interponerse, el bushi no sacó su espada, sorprendido por el gesto de la campesina.

-Todos los días de la vida un hombre tiene un solo juez, y ese juez es él mismo - proclamó con voz melodiosa la chica -. Este hombre ya está siendo juzgado por él mismo con dureza. Sé compasivo, honorable samurái-sama. Concédele la oportunidad de redimirse, encontrar una nueva senda y ver la luz que las tinieblas de su alma le impiden ver.

Kaiken Ryosuke asintió solemne, apartó finalmente su mano de la katana, había perdido la frialdad de la voz, pero aun había una película de truenos lejanos en sus palabras.

-Roka Toshi está a dos semanas por el camino del sureste. Si realmente aprecias la oportunidad, Futaoka está lejos de la influencia y los intereses del Portavoz de la Verdad. He de partir ahora, mis pasos me llevan a tierras del Clan de la Oropéndola al norte. Si al final decides aceptar la oferta del Señor Kaiken te veré algún día por allí como hermano de Clan. De no ser así, las Fortunas bendigan tu camino.

 

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09/01/2019, 10:45
Director

 

Kaiken Hisame 
Capítulo 2

La joven se llamaba Yuriko, no sabía su edad, pero por su semblante Hisame no le puso más de veinte primaveras. Su padre, que se presentó como Masaki, no resultó ser su padre, sino su tío. El monje había acogido a su sobrina cuando sus padres murieron en una de las muchas hambrunas que hubieron durante la Guerra de las Sombras. Hisame ofreció a los dos acompañarle en su camino, consciente del destino que les esperaba cuando regresaran los legionarios de la Verdad.

Sorprendentemente no le fue difícil convencerlos, poco después de marchar Kaiken Ryosuke hacia la Aldea Tsi una turba de campesinos surgió de sus casas acusando al ronin de traer la venganza de los soldados de Shingen al pueblo. Alguno arengó para atraparlo, entregarlo a la soldadesca, pero ninguno se atrevió a acercarse. Al principio Hisame se ofreció quedarse y defenderlos, pero los bugei le querían fuera. Ni siquiera la mediación de Masaki los persuadió, al final decidió marchar y con él también lo hicieron Yuriko y su tío.

Habían empezado a caminar poco antes del amanecer, las costumbres ascéticas del santón marcaban la agenda del viaje. Aun a oscuras, con leves destellos del pronto despertar del sol, los tres viajeros emprendieron camino.

-No debes sentirte culpable, Hisame-san -rompió el silencio el monje diplomáticamente -. Cada uno elige su sendero, más nadie se asegura que cada paso sea el adecuado.

El ronin bufó con la garganta seca.

-Mi único sentimiento de culpa quedó atrás hace tiempo, monje. Pero mi responsabilidad prevalece para con el pueblo del Emperador -respondió sobrio, Masaki continuó el camino con dificultad ayudado con Yuriko.

-Las buenas palabras no reflejan actos buenos. Muchos son los que hablan de proteger, pero luego pocos los que lo hacen. O sencillamente lo hacen para obtener beneficio -reflexionó el santón. Hisame no giró la cabeza, tras un breve silencio respondió.

-Tus vecinos no opinaban lo mismo, monje. No lo consideraron una buena acción, hacían bien en creerlo - aseveró el ronin mientras sus zancos troquelaban la madera de un puente de madera que empezaban a cruzar.

-El miedo los atenazó con esos soldados, el miedo les dio voz, pero no la voz de la razón. La inacción por el temor es como vivir muerto, no tienes una vida más plena que una piedra.

El agua del riachuelo descendía bajo el puente, era un sonido tímido y melódico, el murmullo de los kami que correteaban sobre su superficie. Masaki se invitó a contemplar ese pequeño paisaje, respiró hondo. Hisame estuvo a punto de replicar al monje sobre el miedo, los heimin y los samurái, pero la calma se le contagió, dejó fluir su ser en aquel lugar tan mundanamente cósmico.

-Sé lo que te dices, Hisame-san. ¿Qué sabrán los heimin del valor? Que el miedo es cosa natural en ellos, porque nacieron inferiores y el coraje les es ajeno. Más yo vi más valentía en mi sobrina ayer que, sin armas, se interpuso entre tu y el samurái Tiburón, que tú contra eso cuatro legionarios.

Los dientes de Hisame chirriaron, como un huracán su katana salió de su funda.

-¡No te atrevas a juzgarme, heimin! ¡No te tolero que pongas en duda mi valor! - una voz que no era la suya brotaba de sus labios, un incendio de ira se reflejó en sus ojos. Masaki era lo opuesto a él, totalmente calmado, pero Yuriko se puso muy tensa.

Valiente arrojo amenazando a un anciano desarmado !dijo pausadamente mirándole a los ojos-. Calmáos, Hisame-san. Pensadlo con detenimiento, alejado de juicios ardorosos. ¿Qué impulsó a mi sobrina a hacer aquello? ¿Valentía? ¿Temeridad? ¿Justicia? ¿Venganza? Yuriko no tenía armas como usted, pero tenía una determinación absoluta por hacer lo que hizo. Algo en que creer, ¿en qué crees tú, Hisame-san?

Así que por ahí me quieres llevar, anciano... Pensó el ronin mirando al monje con frialdad, a pesar de el atrevimiento de Masaki no iba desencaminado en lo más profundo del samurái. Pero éste se resistía a darle ninguna razón.

-Valentía y temeridad son impulsos hermanos - el bushi sacudió la cabeza, pero poco convencimiento sacó de Masaki.
-Una respuestas carente de sentido o motivación, eludes responderme. ¿De qué te sirve la valentía sino luchas por algo mayor que tú? Fuera de eso solo hay temeridad, nunca coraje, nunca valentía.

Un coro de ruiseñores cantaron a los tres viajeros desde un grupo de alisos, Yuriko sonrió disfrutando de la melodía. Una sonrisa como la de su antigua esposa Miya Misaki, tan inocente, tan bella.

-Nada -admitió gris, con una desolación alarmante -. Apuntas bien, monje. No tengo nada por lo que luchar, soy un fracaso. Mi destino último es deambular por los caminos hasta encontrar la muerte.

Mentiría si a Masaki no le sorprendió la confesión. Esperaba a un hombre testarudo, obstinado en sus ideas y feroz en el convencimiento de su puesto en el devenir de las cosas. Pero al fin y al cabo, los samurái también son hombres.

-Y a pesar de ello, nos diriges al este donde nos sugirió el Tiburón. Como si aun esperaras creer en algo, o alguien.
Hisame gruñó frustrado.

-He sido deshonrado, anciano. El Emperador y mi daimio murieron cuando yo juré protegerlos. No hay destino ni fin para mi, lo dejé atrás en Toshi Ranbo, en un océano de cadáveres de mis hermanos.

A Masaki no le impresionó el fustigamiento personal del ronin. Dirigió su mirada sobre él, no dijo nada, pero Yuriko sí lo hizo.

-¡Mira, tío! El sol vuelve a salir, la Dama Sol nos bendice el camino -la sonrisa de la muchacha era radiante, sobrecogedora. El monje asintió solemne.

-Porque cuando todo está oscuro, la más tenue luz brilla aun más intensamente.

El sol salió por el este.
 

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09/01/2019, 10:55
Director

Recuerdos de una Shugenja

Hace 7 años... 
Cerca de Mura Sabishii Toshi, Territorio Grulla.

Una joven de apenas doce primaveras corría chapoteando el agua de la playa. Perseguía un tonbo(1), que a su vez perseguía a una avispa. El mundo está compuesto de cazadores y cazados, de vencedores y vencidos. Y nunca se sabe con total seguridad cuando se es una cosa u otra. La joven, de nombre Moshi Sayuri, logró atrapar al objeto de su persecución y lo retuvo en en el interior de sus dos manos. Sonriente, espero impaciente la llegada de su madre, y de los dos heimin (una pareja de recién casados) que llevaban a dos pequeños y un arcón de viaje. Uno de los pequeños era el hijo de la heimin, Maya, y el otro regordete, era la hermana pequeña bautizada con el nombre de Nana por ser la séptima en descendencia. La razón del viaje era encontrar al tercer marido y padre de la criatura. Ambos, en aquel momento, con la misma enfermedad. Una enfermedad extraña de la que sólo los shugenjas cangrejo parecían conocer su cura. 

Sayuri o, como la llamaban los criados, amigos, y alguna de sus hermanas, "Engimono" (Portadora de Buena Suerte), sonrió y empezó a dar saltitos en el agua... 
- ...¡Kaasan, kaasan! (2), ¡lo he atrapado, lo he atrapado!. - dijo rebosante de emoción. 
- ¡Qué bien!. - dijo con una voz carente de emoción mientras miraba a los demás pequeños y el arcón de viaje. - Ahora tendrás que enseñarmelo para ver si es verdad. 
- Pero kaasan, si lo hago... ¡se escapará!. - Replicó cambiando su expresión como si fuera a llorar. 
- Nada de lo que tienes es tuyo realmente. Todo nos ha sido dado por las Fortunas a través de los kamis elementales. Si el tonbo sale huyendo, es porque no es tuyo o no te acepta como eres. 
La pequeña Sayuri abrió tímidamente sus palmas y su sonrisa fue creciendo a medida que la luz iluminaba más y más al insecto en sus manos mientras empezaba a girar a derecha e izquierda. 
- Es hermoso, como todas las criaturas de la naturaleza. Tiene las alas que parecen hechas con el arco iris. - Le dijo su madre mientras le revolvía el pelo y el largo flequillo de Sayuri le impidió ver cualquier cosa. 
- ¡A la luz de Amateratsu, todas las cosas son hermosas señora!. - La madre sonrió ante aquel comentario. Sayuri se ordenó el pelo y elevó el insecto a lo alto como si fuera una ofrenda a la diosa Sol. Y entonces el insecto, se puso a volar. Al principio Sayuri se entristeció, pues pensaba que saldría huyendo mar adentro o en cualquier dirección que ella no pudiese atraparlo de nuevo. Pero el insecto voló en círculos hasta posarse en la punta de una de sus orejas. 
- ¡Vaya!. Parece que Engimono-sama tiene un nuevo amigo. - dijo la criada. Tras aquel comentario tan optimista, la pequeña Nana empezó a llorar como si le molestara. La madre lo tomó, no sin cierto temor o recelo en sus ojos, y lo agitó contra su pecho tratando de calmarlo. La criatura no cesó su llanto durante un buen rato, en el que Sayurí, fastidiada por el llanto se llevó las manos a los oídos, espantando al tonbo en el proceso. 

Poco a poco, se alejaron de la playa y volviendo al sendero que trascurría casi paralelamente a la costa. Nana dejó de llorar cuando dieron unos pasos dentro del camino, pero los suspiros de alivio de los criados y la pequeña Sayuri se vieron interrumpidos por la presencia de un jinete samurái que se acercaba al galope. Poco a poco, cuando las dudas se trasformaron en certezas, los criados dieron dos pasos atrás agazapándose, y abrazándose el uno al otro. 
- ¡Qué Amateratsu nos proteja!. - dijo el heimin abrazando contra su pecho la cabeza de su esposa, y agarrando un cuchillo de un cinturón con la otra. Era difícil discernir si era para defenderse, o para dar muerte a su mujer y a él mismo si el samurái se acercaba a ellos. La mujer le entrego a la pequeña Nana a la heimin y puso, casi a la fuerza, a la pasmada Sayuri tras sus piernas. Sayuri estaba desconcertada. El corcel en la distancia parecía un semental corriente negro azabache. Pero ahora veia con total claridad las cuencas vacías, los músculos despellejados, y los huesos de las patas y extremos de los cascos. El jinete tampoco tenia mejor aspecto. No solo porque le faltase la cabeza, y se viera como en el agujero del estómago se revolvían extraños gusanos púas rezumantes y dientes. 

Su madre pronunció palabras cargadas con el poder de los kamis del Aire, y de la mano de ella salió una espiral de aire donde caballo y jinete salieron volando y cayendo rodando en dirección contraria a la que venían. El jinete se levantó y alzó las manos como si fiera a rendirse, sin embargo esa no era su intención. Cada palma mostraba un ojo negro con iris rojo en su interior. La mirada de una de las manos se posó en Sayurí, y la maldad de aquel ojo se quedó grabada en su memoria. Rápido como una víbora, el jinete dio un tajo a su caballo, salpicando al decapitado jinete. La madre se disponía a desenrollar uno de los pergaminos de sus mangas. De ambos, madre y jinete, brotaron más palabras de poder, donde los kamis y los kaisen obrarían su magia. La lectura de la madre fue algo ambiciosa con un conjuro de gran poder, por lo que poco a poco los kaisen desencadenaron su magia antes. La oscuridad parecía emanar del jinete y todos quedaron sumidos en una noche sin estrellas. Sayuri estaba fastidiada, sabia que su madre destrozaría a aquello fuese lo que fuese. No tenia rival dentro del Imperio. Y cuando sintió que las piernas de su madre se inclinaban hacia delante, cayendo de bruces, cayó en la cuenta de que aquel jinete no pertenecía al Imperio, sino al Jigoku o a las Tierras Sombrías. Luego... no hubo un "luego", sino un "más tarde". 

Más tarde, cuando despertó Sayuri, se encontró atada boca abajo. Las manos estaban atadas atrás a un tobillo, mientras que el otro tobillo es del que pendía de la rama de un árbol seco. Bajo ella había una piedra lisa con sangre y vísceras coaguladas. No muy lejos, pudo ver también a su madre atada en la misma posición incómoda en una rama opuesta. Bajo ella, había una marmita llena de algo que hervía, y que Sayuri no deseaba saber el nombre del contenido. Un grupo locos parecían adorar al jinete decapitado. Éste alzaba sus manos para observarlos, y ellos se acercaban pensando que trataba de bendecirlos. Los que no estaban cerca de la marmita o del jinete, deambulaban comiendo crudo algunas partes del caballo, o algunos de ellos devorando sus propios intestinos, miembros, o partes de su propio cuerpo. Aquello amenazaba con desmoronar la cordura de Sayuri, que cerró los ojos y se puso a llorar tratando de despertar de aquella pesadilla. Los eta se unieron a la cacofonía. Sus gritos eran una mezcla de palabras sin sentidos y alabanzas al noveno kami, Fu Leng.

El rescate de la pequeña Sayuri fue casi inmediato. Casi una veintena de miharus invadieron la zona pantanosa, y aun siendo triplicados en número por los Perdidos, acababan con ellos con letal profesionalidad. El jinete decapitado fue el último en caer, llevándose consigo a nueve seppun. Fue precisamente al clavar su katana dentada en el cuello del último seppun, cuando alzó los brazos olvidando toda defensa. Cayó en la misma piedra para sacrificios que se alzaba bajo Sayuri. Y la pequeña jamás olvidaría el nombre del soldado seppun que la recogió cuando cayó del árbol. Su nombre era Seppun Hisame. 

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09/01/2019, 10:56
Director

Recuerdos de una Shugenja
Capítulo 2

El kobune yacía ladeado, como una ballena varada en la playa a punto para ser despedazada. Los tripulantes habían sido hechos prisioneros al principio, siendo los marineros y el capitán los primeros en morir en los mortales juegos de los piratas. Aun seguían con vida doce neófitas, aprendices de shugenja. en cualquier caso muchachas que estaban a punto de pasar su gempukku. En principio eran trece, pero aquél parecía una cifra de mal agüero para las gentes de mar, y aquellos piratas no eran sino alimañas marinas de la peor clase. Así que el destino de la muchacha más llorona fue sellado con la primera hora de la marea baja. Cuando el único peligro son los calamares y pulpos gigantes tan hambrientos que acechan las costas y el fuerte viento. Sólo había sobrevivido una de las senséis, Moshi Reiko, cuyas heridas y avanzada edad no la hacían parecer peligrosa. 

El capitán de los piratas se llamaba... sólo las fortunas sabían su verdadero nombre. Todos los piratas tenían motes o seudónimos. En la piratería, dar a conocer tu verdadero nombre era tan peligroso como entregar tu virilidad. Y siendo una "profesión" de vida corta cualquier precaución y, especialmente con las supersticiones del mar, siempre es poca. Como decía, el capitán se hacia llamar "Yubi-kamimasu" (Muerde-Dedos). Y lucia un kimono que horas antes llevaba Yoritomo Oda, el difunto capitán del barco asaltado. La voz del capitán Yubi-kamismasu era un vozarrón. Y, aun a puerta cerrada en su camarote, se le podía oír a cada rato las mismas dos palabras una y otra vez; "¡Bakamono, Sake!".

Pero tras el tercer día, las prisioneras ya habían perdido la mayor parte de la esperanza. Cada noche, una de ellas desaparecía, y sus gritos se fundían en la oscuridad, junto con las risas y jolgorio de los piratas. El sake del último de los toneles, también había desaparecido en los estómagos de los corsarios. Sin embargo, Reiko, la senséi, despertó. Sayuri se precipitó a ayudarla a incorporarse y ponerla al día. 
- Reiko senséi. Hemos sucumbido a los piratas. Creo que moriremos aquí víctimas de los caprichos de estos hombres. 
- ¿Dónde están Inao senséi y Nari senséi?.
- Ya os lo he dicho. Murieron en el ataque de los piratas. - Al oír la noticia el gesto de preocupación de la senséi se torno con rabia y dureza. Y con las arrugas, parecía una de las máscaras de noh. 
- Sayuri-san. No pierda la esperanza. Nadie en el Imperio con el honor suficiente mataría a una shugenja ni siquiera en guerra. Y si ya ha pasado tiempo como parece, deben haber enviado alguna de las flotas "Tormenta" en nuestra búsqueda. Las fortunas no apartarán la mirada de nosotras. - Dijo la senséi con un tono claramente maternal que pretendía traer calma y dar valor a las supervivientes. Pero en la desesperación, una de las muchachas replicó
- ¿Dónde estaban las fortunas cuando se llevaron a Saori-chan, o a Yue-chan, o a Ran-chan?. ¿Cómo ayudaron las fortunas cuando gritaban?. ¡No, Reiko-sama!. ¡Las fortunas han apartado la mirada de este lugar!. ¡No les importamos lo más mínimo!.
- !Cierto!. - dijo uno de los piratas que se hacia llamar "Oki-Heso" (Gran-Ombligo), y todo en él era grande menos la ropa que le quedaba siempre pequeña. - Pero... - Alzó un dedo para llamar la atención de quienes le escuchaban - ...pensamos seleccionar a una o dos de vosotras para un rescate. 
- Oki-heso, eres un bocazas. Tienes la boca demasiado grande. - Dijo otro cuyo seudónimo todavía era desconocido. El grueso y grandullon Oki-heso se encogió de hombros mirando hacia arriba. 
- Es el deseo de las fortunas, que todo en mi sea grande. También poseo grandes dotes. - Añadió alzando un puño enorme. 
- Haa. - se rió el otro pirata. - Yubi-kamimasu dice que nos mudamos. Este lugar pronto será avistado por los Yoritomos. Vamos a una cueva que se ha descubierto en un pantano. 
- Lo sé. Lo sé. Lo he oido antes de venir aquí. ¿Pero... ese lugar no está en las Tierras Sombrías?. ¿O en tierras Cangrejo?. La verdad es que no me gustaría tener que luchar por mi vida contra ninguno de los nativos de esos sitios. 
- ¿Por qué me miras?. ¿No esperarás que vaya a buscarte si huyes o que me quede en medio cuando empieces a repartir cariño?. Si son estupidos cangrejos, siempre puedes poner a una de estas hermosuras como escudo. Y si son esas bestias verdes, yo les dejaría a estos tiernos bocados. Aunque mi entrepierna me dice que es un desperdicio. - dijo mientras alzaba la barbilla de una de las jóvenes shugenjas. 
- ¡Apártate, bestia inmunda!. ¡Sabe que el que a hierro mata, a hierro muere!. ¡Y que vive como un animal, como un animal mori....! - Y no terminó la frase ya que una de las mazas que tenia como manos Oki-heso proyecto la cabeza de la senséi contra el suelo haciendo que su sangre y su vida salieran de su cuerpo. 

Nueve muchachas eran custodiadas por los diez piratas. Todos emprendieron camino hacía el interior. No era una idea que agradase a los corsarios, pues la vista del mar siempre constituía un bálsamo que les llenaba de seguridad en sí mismos. Y al no haber mar que observar, la inquietud y paranoia hacían presa en ellos. El capitán iba el último, y cuando se oía el sonido de algún animal lanzaba miradas suspicaces tanto atrás como adelante. Como era de esperar, otra de las jóvenes murió por la noche. Junto a uno de los piratas que había perdido tres veces apostando. Tras la mañana siguiente, tras una calurosa caminata, encontraron la cueva que estaba custodiada por dos estatuas deterioradas, pero aun de aspecto animal. 
- ¿Por qué os paráis?. ¡No he dicho que paremos! - Acusó Yubi-kamimasu. 
- Eso es una cueva. Y lo que hay a ambos lados de la entrada parecen dos... estatuas. - dijo uno de los piratas llamado "Sanhon-Yubi" (Tres dedos), de aspecto siempre famélico. 
- Eso ya lo veo, listillo. - Dijo molesto el capitán. - ¡Adentró!. 
- Pero... esas estatuas... ¿No son osos?. - Preguntó susceptible Sanhon-yubi. 
- ¡No me importa lo que sean!. ¡Para mi son estatuas y ya!. ¡Adentro!. - Espoleo el capitán nuevamente. 
- ¡Dono!. ¡Os lo imploro!. - Dijo suplicante Sayuri. 
- ¿¡Y ahora... QUEEEÉ!?. - Replicó con mirada asesina. 
- ¡No nos sumerjáis en la oscuridad de ese lugar!. ¡Sin la luz de Amateratsu-kamisama, nuestras almas se encontrarán perdidas!. ¡Debemos permanecer bajo la luz de sol tanto como nos sea posible o sufriremos...! - Y se vio interrumpida la frase por una bofetada del capitán que alzó de nuevo la mano izquierda 
- !El próximo que diga algo, o que se niegue a entrar en esa maldita cueva, lo atravieso con mi parangu!. Creo que he sido claro. ¡Adentro!. 

Las muchachas fueron empujadas o arrastradas al interior. Otro de los piratas murió, de un disparo, al intentar preguntar al capitán si no sería sensato dejar a alguien vigilando fuera. Una vez dentro... 
- ¡Este es un lugar acogedor!. ¡Mirad que, aunque parece abandonado, tenemos muebles y hasta un pozo aquí dentro. - Dijo el capitán mirando a su alrededor mientras envainaba su parangu. 
- ¿No son algo pequeños?. - Preguntó Oki-heso que mantenía su dai-tsuchi como si fuera un yugo sobre su espalda.
- Creo haber dicho alguna vez que para ti lo único pequeño es tu yukata. - Dijo con cierta sorna un pirata llamado "Umanokao" (Cara de Caballo). 
- Eso... - Apostilló el capitán mientras observaba a las cautivas llorar o gimotear. - Ya poderos hacer a la idea de que éste va a ser nuestro hogar por algún tiempo. 
- ¿Por algún tiempo?. - Repitieron con cierto tono de sorpresa Oki-heso y Umanokao mientras se miraban mutuamente. 
- Si. Al menos hasta que venga alguna noticia del rescate. - Aclaró el capitán. 
- ¡Rescate!. - Repitió Oki-heso. 
- Eso es.... Dejad de repetir todo lo que yo digo. A ver... ¡tú!. - Señalo a Sayuri, cuyos ojos se llenaron de miedo. - Las shugenjas sabeis escribir muy bien. Vas a escribir una carta pidiendo... cinco kokus... mejor diez kokus, por cada una. 
- Eso son... ¿¡Nueve Kokus!?. - Preguntó Oki-heso. 
- ¡Noventa!. ¡Cerebro de serrín!. Pero... -La voz del capitán se acalló por la aparición de ratas que caminaban como hombres y cargaban hacia ellos, tanto desde la entrada como del interior.

Los rátidos no llegaban más que hasta los hombros de los hombres, y al pecho de Oki-heso. La habilidad y brutalidad de los piratas había parado en seco la carga de de los nezumi. Las muchachas se mantenían como espectadores de la lucha que se desarrollaba a su alrededor. Cuando alguna perdía los nervios y gritaba o salia corriendo, algún nezumi por casualidad o por lo que fuera, acababa con ella. Sayuri estaba inmóvil, indecisa sobre su próxima acción. Todo parecía indicarle que, si no era lo que las fortunas deseaban, acabaría su corta vida en aquel agujero. Así que simplemente observaba, esperando que la siguiente señal, fuera una señal de Amateratsu. Su impulso era huir, pero en poco tiempo cuatro de sus compañeras habían acabado muertas a escasos metros de donde estaban. 

Aunque los nezumi triplicaban en número a los piratas, las condiciones físicas de éstos y el constante convivir batalla tras batalla, les confería una letalidad a la que los rátidos no podían hacer frente. La mayoría de éstos, morían del primer o segundo golpe. Sayuri permanecía como hipnotizada observando lo que parecía algún tipo de técnica de los nezumi. Se dio cuenta de que sus gruñidos no eran tan bestiales como podría parecer, sino que debían responder a algún patrón o lenguaje. Al darse cuenta de ello, no pretendió aprenderlo ya que le costaría semanas. Pero se concentró en los efectos que un tipo de gruñido producía entre los de su especie, y especialmente en los patrones de lucha de éstos. En unos minutos se dio cuenta que los piratas seguramente se habían dado de lo mismo que ella, y por ello apenas tenían heridas superficiales. A pesar de ésto, nada les aseguraba la supervivencia ya que cuando aniquilaban a uno, dos trataban de ocupar el lugar del anterior. Ésto, unido a que el cansancio empezaba a hacer mella en ellos las heridas empezaban a ser más frecuentes. 

El primero en morir fue Oki-heso, que usando su arma a dos manos requería más espacio, y más esfuerzo. Sus compañeros no podían acercarse lo suficiente y tan rápido como sus fuerzas les permitían. Cuando murieron dos piratas más, el capitán gritó la orden de mover la eterna escaramuza hacia la puerta, o el exterior. Sin embargo había un gran número de rátidos entre ellos y los escasos metros donde se hallaba la puerta. Espoleados por las muertes de sus compañeros y las palabras del capitán, mantuvieron de nuevo la lucha en un punto muerto de golpes al aire y contragolpes. Sayuri creyó que aquél era el momento. Agarró una de las armas de los rátidos y emprendió una desesperada carrera hacia la puerta seguida de sus compañeras. Los nezumi no diferenciaban entre cautivas o piratas. Todos los humanos debían morir, y un buen número de ellos dejaron de rodear a los piratas para perseguir a las muchachas. Contra una proporción igual de enemigos, los piratas lograron matar y abrirse paso hacia puerta. 

Sayuri corría, golpeando cuanta bestia se encontraba a su paso. Cuando fallaba un golpe, no se detenía. Y sabía que los gritos de sus compañeras era el precio de su poca destreza y aun más escaso honor. Pero, ¿qué podía hacer?. Siempre le habían dicho que la vida de una shugenja era el bien más preciado del emperador, pues son la voz de las fortunas. No disponía de pergaminos, salvo una corta plegaria que tenia cosida bajo la rodilla. Pero colocarla allí no había sido tan buena idea como parecía al principio del crucero para pasar el gempukku. No había encontrado la oportunidad de usarla en el ataque de los piratas, y ahora le costaba encontrar tiempo para que el aire entrase a sus pulmones. 

Por fin vio el bote sobre las ennegrecidas aguas del pantano. Hizo en silencio una plegaría a las fortunas para que le dieran fuerza para empujar el bote al agua. Los gritos de las bestias, aun sonaban a sus espaldas. Algunos perdidos en la jungla que rodeaba las aguas del pantano. Empujó el bote pero sólo se movió el ancho de su saya. Lo volvió a intentar una segunda, tercera, cuarta y quinta vez. De repente el bote se movió por entero, entrando en las aguas. Sayuri, cuyo movimiento no se lo esperaba había acabado dentro de las aguas con su kimono y rostro llenos de barro. 
- Buena chica. Ya que sigues ahí, sigue empujando pues esos bichos puede alcanzarnos aun. Son pequeños y tontos, pero corren demasiado bien. - Sayuri reconoció la voz del capitán mientras se limpiaba los ojos. Por alguna razón la joven shugenja no le tenia miedo al capitán, ni a nada que le dijera. Instintivamente buscó a tientas en el barro el arma que había traído de la cueva. 
- ¡Creo que buscas ésto!. - Dijo el capitán introduciendo un wakizashi en la barca. - ¡No lo necesitas para empujar!. ¡Venga, yo te ayudo!. - Añadió mientras empujaba con un pie aun en tierra. De súbito del otro lado de Sayuri, junto a Yubi-kamimasu emergió uno de los rátidos clavando su pequeño yari en el costado del capitán, saliendo la punta dentada del arma por el otro lado. Con escaso aliento y fuerzas, el capitán trató de golpear al nezumi, pero el rátido se mantenía al otro extremo del arma removiéndola, lo que hizo que el capitán perdiera todas sus fuerzas y sumergiera dentro de las aguas del pantano. Sayuri reaccionó demasiado tarde, aunque no del todo. Impulsó su cuerpo para saltar dentro de la barca y alcanzar el wakizashi. El rátido trató de sacar el yari del cuerpo, pero no pudo. Cuando comprendió que era imposible, trató de sacar una de sus extrañas armas pero para entonces el wakizashi atravesaba sus entrañas. 

Tras ayudarse con el pie para sacar el wakizashi, entró en la barca remando hasta encontrar el mar. Donde estuvo a la deriva hasta que la encontró un kobune cuyo mon desconocia. Era el mon de los Kaiken. 

 

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09/01/2019, 10:58
Director

Kakita Rikku

Mientras caminaban, las pisadas se hundían en el humedecido y espeso barro, producto de la intensa llovizna que caia sobre ellos.

Tomiko y Rikku, Cangrejo y Grulla, habian cometido la osadia de adentrarse en territorio hostil, conocido por todos como "las tierras sombrias". Si bien apenas habian recorrido unos metros, lejos de la muralla del carpintero; la inmensa y majestuosa muralla se alzaba orgullosa e inquebrantable por encima de sus hombros. -¿A donde vamos?- pregunto el Kakita- No lo se.- sonrio la Yasuki, con un destello de picardia en su mirada.

La sombra proyectada por el cielo, sombrio y teñido de negro, opacaba cualquier vestigio de luz que pudiera filtrarse. Las antorchas que llevaban cada uno, respectivamente, eran su unica guia; la brea impedia que el fuego se apagase, aunque en mas de una ocasion amenazaron con hacerlo y un ligero escalofrio recorrio sus espaldas. La lluvia se hizo mas intensa.- ¡Quizas deberiamos regresar!- grito Rikku. - ¿Acaso tienes miedo o que?- pregunto Tomiko, en tono burlon.- Con lluvia es mas divertido.- sonrio.

A su alrededor no habia otra cosa que oscuridad, y barro, y mas oscuridad. Apenas podian ver a un metro de distancia.

- Tomiko-kun, regresemos.- Dijo el Kakita, sujetando a su amiga por el brazo. Ella le hizo una mueca de disgusto.- Regresemos.

Como era de esperarse, ninguno supo orientarse de regreso. Sin darse cuenta, llevaban horas bajo la lluvia y la preocupacion se hizo evidente.

- ¡Detente!- grito Tomiko, antes que el Kakita cayera por un precipicio. O eso parecia. - Que las fortunas se apiaden de nosotros...- dijo el Grulla por lo bajo, a sabiendas de que no iban a salir de alli con facilidad.- ¿Oyes eso?- Pregunto la Yasuki. Rikku enarco una ceja.

Aunque sus ojos no podian discernir, a lo lejos y acercandose pudieron escuchar un sonido metalico que se repetia, una y otra vez. Y cada vez mas cerca. De espaldas al precipicio, los samurai desenvainaron, y esperaron lo peor.

Primero uno, luego otro... y otro. Y otro mas. A primera vista parecian simples samurai, al menos una decena de ellos; el mon Cangrejo en sus armaduras. Pero el fuego en sus antorchas revelo su verdadero aspecto: no eran simples samurai. Se trataba de muertos vivienes, quienes antaño habian servido al clan Cangrejo.

Pese a la lentidud con la que se moviala turba, les superaban en numero e iban armados con espadas... o lo que quedaba de ellas.

- Tranquila.- Dijo el Kakita, al mismo tiempo en que se ponia delante de Tomiko.- No permitire que te hagan daño.- su voz fria como el hielo. La verdad, sin embargo, era que Rikku tenia tanto, o mas miedo que la Yasuki... pero no podia permitirse semejante lujo en una situacion como esa: el miedo no existe, se dijo a si mismo. 

Si bien hacia apenas unos meses que habia terminado su Gempukku, Rikku sabia como usar una espada... aunque no tan bien como para enfrentarse a tantos enemigos al mismo tiempo. Y una serie de relampagos iluminaron la escena. Inevitablemente el miedo se apodero de ellos al darse cuenta que no se trataba de una decena solamente, sino de muchos mas. Alrededor de cincuenta cuerpos se reunian a su alrededor, todos con un mismo objetivo: acabar con sus vidas.

Entre lluvia y relampagos, la espada del Kakita centelleo en la oscuridad. Los primeros en acercarse se desplomaron sobre el suelo, impidiendo asi el avanze de los que venian detras. Sin embargo, el Kakita fue flanqueado... pero Tomiko hizo su parte, y acabo asi con dos caidos que no nada pudieron hacer. Pero eso no los detuvo lo suficiente... y la defensa del Grulla fue superada en un abrir y cerrar de ojos.

Rikku dejo escapar un grito de dolor, al tiempo que la mitad de una espada oxidada se clavaba en su pierna, apenas unos centimetros por encima de su rodilla. Tomiko se deshizo del caido, empujandolo hacia atras. Inmediatamente, dos flechas impactaron su abdomen, empujandolo hacia atras con violencia. El Kakita trastabillo y casi cae al suelo, de no ser por la Yasuki, quien sostenia su cuerpo con ambas manos por detras de su espalda. - ¡RIKKU! - grito a todo pulmon, desesperada. Y otra flecha atravezo el ojo del Grulla, sacudiendo su cabeza hacia atras cuan efecto latigo. Y eso fue todo. Tomiko cayo hacia atras, producto del peso muerto de su amigo, y los dos cayeron al vacio. Y todo se hizo negro.

Unas semanas mas tarde...

- Todavia se esta recuperando. Jamas crei que un Grulla, sobre todo de su edad, soportara semejantes heridas. Admito que estoy sorprendido.- dijo una voz.- Lo mismo digo, Aketsu-sama. Ni yo podia creerlo cuando lo vi con mis propios ojos.- Hai.- asintio la voz.- Las fortunas te guiaron hasta ese lugar, Uki-san. Sin duda alguna hubieran muerto. Has hecho un buen trabajo, como siempre.- Domo arigato, Aketsu-sama. Pero solo cumpli con mi deber.- dijo el cazador de brujas.- Se que no me corresponde.- dijo el Kuni.- Pero me gustaria que el Grulla fuera recompensado por su valentia. Se lo merece.- Hai.- dijo el otro individuo.- Ya he solicitado una espada para este muchacho. Los Kiau estan en ello.- hizo una breve pausa.- Oh, mira... se ha despertado.

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09/01/2019, 11:00
Director

Carta

Para Mama y Papa:

Ha pasado tanto tiempo desde la ultima vez que nos vimos que apenas lo recuerdo. Pero mi amor hacia ustedes es el mismo que desde entonces. Y mas. Mucho mas. 

He pasado incontables noches de guardia pensando en ustedes, en el negocio, en cosas simples como las que hacíamos cuando vivíamos juntos y que ahora hago en sueños solamente. Estoy bien. Pueden estar tranquilos. Y me disculpo desde ya por no haber escrito antes.

Hace dias desde que deje la aldea donde estaba estacionado. Mi superior quiso que colaborara en la búsqueda de un criminal y partí sin mas con un grupo de hombres. Seguimos el rastro del criminal hasta una aldea pero llegamos tarde. Otro grupo de samurai había combatido con el y con sus hombres, habiendo acabado con todos ellos a excepción de quien buscaba, que ya le habían capturado. Allí conocí a Aohime-sama, la sobrina de un magistrado, entre otros personajes.

Aohime-sama me pidió que escoltara al prisionero junto a su grupo. Ordene a mis hombres que regresaran a la aldea con la noticia y partí rumbo a la ejecución del criminal. Cuando esta se hubo consumado, solicite unos días para solucionar un asunto del que ustedes ya deberian estar enterados. O quizas no. Tomiko-san se encuentra desaparecida... pero ya se quien la tiene y donde se encuentra. No se preocupen, estoy con su primo, Hida Dogu. 

Antes de partir en busca del susodicho criminal, recibí una invitación de Tomiko-san a su boda. Me resulto un tanto extraño, confuso. Motivo por el cual me encuentro en Kinko Toshi, lugar donde se llevaria a cabo la boda. Fue al llegar aquí que me entere de su desaparicion. Su prometido me lo dijo, pero tambien me prohibio que colaborara en su busqueda. 

Quizas cuando todo esto termine pueda regresar a casa y pasar un tiempo con ustedes. 

No se preocupen por mi. Estoy bien. Los quiero.

Kakita Rikku

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09/01/2019, 11:15
Director

La Decisión

-Espero que sea una maldita broma...

Rugió el anciano mientras se incorporaba súbitamente, visiblemente crispado hasta la ira, frente a los dos hombres que se sentaban enfrente suyo. Un brasero y las mesas de la cena se interponían entre los dos y el anciano enfurecido.

No lo es, padre. Es la decisión que hemos tomado- contestó el de más edad, un hombre ya maduro que superaba ligeramente los 40 años; aguantó estoico y grave el embite de ira del anciano mas era obvio que estaba un poco tenso. 

¿Que habéis tomado quienes? ¿Lo saben los otros? 

-Si, padre. 

-¡No puedo creerlo! ¿Cómo pueden apoyar una barbaridad así? 

La decisión la hemos tomado entre todos y han decidido seguirnos en esto.

-¡Qué barbaridad!

-Abuelo- Intervino el otro individuo de aquella pequeña reunión, un joven de mediada la veintena- es la decisión más sensata...

-¿Sensata dices?, ¿Sensata? ¡Esto es traición!

-¿A quien abuelo?- Dijo el nieto, con absoluta serenidad.

-¿Como que a quien, insensato? ¡Al Emperador!

-Somos ronin abuelo, no somos vasallos de...

-¡Somos rokuganeses! y eso basta.- contestó el abuelo, totalmente desquiciado.

-Padre, cálmese. Ioda tiene razón: aunque seamos del mismo país, no somos vasallos de nadie y tenemos que velar por nuestra propia supervivencia.

-¿Y que piensan los Ujina? ¿Saben algo de todo esto? 

-Si, lo saben, y han declarado su neutralidad.

-¡Al menos han sido más sensatos que vosotros!

-No lo creemos así, abuelo- intervino de nuevo el nieto, con mucha flema- Estimamos que las fuerzas de Shingen son claramente superiores a las del Imperio. La Legión de la Verdad es numerosa y está muy bien equipada. Sus armas gaijín superan con mucho nuestras armas. Las tropas han sido entrenadas y se nota que el levantamiento ha sido planeado con esmero. Mantenernos neutrales nos servirá como mucho para conservar, quizás, la cabeza, pero apoyar al que va a ser claramente el bando ganador sin duda nos garantizará mantener nuestros negocios y posiblemente mejores condiciones.

-No lo puedo creer, no lo puedo creer...Mi hijo y mi nieto ¡traicionando al Imperio!

-A los únicos a los que no debemos traicionar es a nosotros mismos, padre. Shingen propugna que los hombres deben de ser libres y que se debe respetar a un hombre incluso aunque proceda de otra casta, porque todos somos hombres... 

-¡Calla! ¡calla! ¡ya basta!- grito el abuelo mientras gesticulaba desorientado.

Guardaron silencio mientras el anciano jadeada y resoplaba, tratando de recomponerse. Finalmente tomó de nuevo la palabra.

-¿Cuando llegarán?

-Esta madrugada mismo nos traerán las armas y al alba comenzaremos el entrenamiento. Conformaremos el decimonoveno batallón de la Legión de la Verdad. 

El anciano se mesó la frente y los ojos, como si tratara de despertar de un mal sueño.

-Menos mal que no está Matsumoto... aunque él hubiera tomado la decisión correcta y hubiera defendido al Imperio...

El joven Ioda, que era 4 años mayor que su hermano, pensó para sí:

Eso habría que verlo...

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09/01/2019, 11:17
Director

Kaiken Matsumoto

"No hay razón para no ser cortés..."

Los rayos del sol se filtraban por los amplios ventanales del camarote, iluminándolo con viva luz, resaltando el intenso azul metalizado de la casaca del capitán. 

-¿Qué te parece?- Dijo el capitán, de pie, con los brazos cruzados tras su espalda mientras observaba detenidamente entre los estantes de su inmensa biblioteca. El capitán era un hombre no muy alto, poco más de metro setenta, delgado, de rostro huesudo, nariz ganchuda y mirada cetrina como la de un halcón. Un pendiente de aro colgaba de su oreja derecha mientras otros tres lo hacían en su izquierda, tantas como vueltas había dado al mundo. Un pañuelo cubría su cabeza mientras una casaca de factura merenita le cubría un kimono rokuganés morado de bella factura. 

Es realmente... interesante- contestó el joven, que se hallaba sentado junto a la mesa. El joven era más alto, sobre el metro setenta y seis, y ojeaba detenidamente el pequeño códice en sus manos. Estaba recostado sobre la gran mesa, cubierta con mapas, instrumentos de navegación y algunos libros y rollos de papel y pergamino junto a unas hermosas copas labradas y una jarra de similar factura, llena de vino. Tenía las piernas cruzadas y extendidas en el suelo, relajadamente. Vestía una camisa, al estilo merenita y Thrane, unos pantalones anchos y un obi. También llevaba cubierta la cabeza con un pañuelo y algunas cicatrices asomaban en su rostro. 

Es obra de un historiador Bayushi. En Rokugán son los Ikoma quienes escriben la historia oficial del país, los más reconocidos y quienes escriben la más hermosa prosa- continuó diciendo el capitán, sin quitar ojo a la librería- pero son los historiadores Bayushi quienes ofrecen un punto de vista más... interesante y útil. ése libro es sólo un resumen pero en él hay sutiles perspectivas que los ikomas no dan y que difieren. En ese libro se enseñan fallos y se cuentan detalles geográficos y políticos de interés estratégico que te enseñan mucho sobre cual es la verdadera naturaleza de la victoria en la guerra y la vida.
 

Continuará...

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09/01/2019, 11:19
Director

Continuación

El joven desvió su vista del libro al capitán con interés. Llevaba unos meses enrolado en su tripulación y habían congeniado fuertemente, compartiendo su indómito espíritu aventurero y una curiosidad enfermiza.

-¿Entonces cree que tiene más valor del que se le da?

-Por supuesto- reafirmó el Capitán, dándose la vuelta para acercarse a la jarra de vino-. Puedes quedártelo. Te lo regalo.- dijo, mientras rellenaba las copas.

¡Oh! ¡Gracias Capitán! Pero no creo que merezca...

-Estoy seguro que le darás buen uso- interrumpió el capitán, sentenciando el asunto.

Te auguro y deseo un buen porvenir, Matsumoto-san, a no ser que la caprichosa fortuna te sea esquiva. Posees una irrefrenable curiosidad, el único don que puede hacer a un hombre grande, y la voluntad y coraje necesarios para saciarla, aunque esto sea imposible porque el mundo nunca se termina...- dijo el capitán mientras su mente parecía perderse en el inmenso horizonte de sus recuerdos. Aunque sólo tenía treinta y ocho años acumulaba más recuerdos que la mayoría de octogenarios. 

De pronto, alguien llamó a la puerta, interrumpiendo bruscamente la conversación.

-¡Adelante, Rodrigo!

Un joven y recio mulato apareció al abrir la puerta. Era hijo de un alférez merenita y una esclava negra suya. El bastardo, debido a los rasgos de su raza y a su bastardía, no podía heredar de su padre pero tampoco podía ser esclavo. El chico estaba abocado a la marginalidad y acabó convirtiéndose en un vagabundo sin más beneficio que el que conseguía en algún trabajo puntual o en asaltos a viandantes y viajeros incautos, hasta que se enroló en la tripulación del Luz de Luna.

-¡Capitán-sensei! ¡Hemos encontrado al traidor!

El capitán se giró de nuevo hacia el joven Matsumoto.

¡Vamos muchacho! Sube a cubierta en informa al contramaestre Heliodoro que reuna a toda la tripulación en cubierta.

Matsumoto, que ya se había levantado como un resorte cuando escuchó las nuevas de su compañero, salió disparado a cumplir las órdenes.

Toda la tripulación aguardaba expectante cuando el capitán subió a cubierta. Llevaba en la mano una humeante tetera de hermosa factura Grulla mientras Rodrigo le seguía con una bandeja con dos tazas de exquisita porcelana rokuganesa. Un grumete, Rioka, colocaba una pequeña mesa en la cual se depositó la bandeja. El silencio era total. Mientras, un hombre aguardaba nervioso, flaqueado por otros dos hombres mucho más corpulentos que él. 

-Por favor Hideo-san, tome asiento y acompáñeme- dijo el capitán, dirigiéndose al hombre que parecía un flan. 

El capitán, al que su tripulación llamaba muy a menudo Sensei, o Capitán-sensei, con devoción, se sentó en un taburete y sirvió con gracia las tazas sin derramar una sola gota, a pesar del ligero vaivén de la nave. El mustio Hideo tomó también asiento en otro taburete mientras el resto de la tripulación permanecía de pie, rodeando a los protagonistas de aquella peculiar escena con expectación y respeto. 
 

Continuará

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09/01/2019, 11:19
Director

Continuación

-Lo dejaremos reposar un rato...

El tal Hideo miraba expectante al capitán, escogiendo las palabras que se le agolpaban en la boca tratando de formar la excusa más adecuada.

¡Calma, Hideo-san! No hay motivo para exaltarse si uno mismo ha obrado como se debe. 

El marinero, respiró hondo y tomó la taza de té.

Todavía no ha reposado lo suficiente si quiere su sabor óptimo...- Advirtió el capitán.

El hombre, con la taza en la mano, frenó su camino a la boca sin saber qué hacer.

Dime, Hideo-san. Hay una explicación razonable para todo, aunque a veces cueste. ¿Qué hacía aquella bolsa de oro entre tus cosas? ¿Dónde la conseguiste? 

De nuestro último saqueo, mi capitán

-¿Del poblado Fénix?

-Así es, mi señor. Fue parte de mi botín. 

-Ese día el reparto se hizo a casi 20 koku por tripulante. No fue precisamente una gran cosecha. ¿de donde salen los otros 80 koku? 

-Ya sabe señor: vendí el botín que me tocó en especie y además añadí de lo cosechado las semanas anteriores.

-Interesante...- dijo el capitán mientras se mesaba la barbilla- admiro su capacidad para conseguir las monedas más perfectas y relucientes, sin un a sola marca de uso. Es cierto que es habitual que las monedas de oro tengan pocos signos de uso pero el resto de la tripulación apenas vio una moneda de oro durante los saqueos. 

Lo vendí todo a un mercader de Kyuden Gotei.

¿En casa del Yoriki?

-¡No! En casa del mercader, en el puerto. 

Kamasa-san te vio entrar en casa del Yoriki, por tu propio pie.

-Fui para mostrar mi respeto y aclarar el asunto de lo sucedido la última vez que estuvimos aquí. Ya sabe, lo del Esturión Borracho... 

-Ya, ya...- Espetó el capitán con la mano, dando aquel asunto por zanjado-... pero ¿Por qué salió usted con aquella bolsa, la misma donde se le encontró el oro? 

El marinero empezó a revolverse nervioso.

¡Sensei! No fue mi intención. Nunca lo fue ¡me obligaron!. 

-¿Le obligaron a qué, Hideo-san?

Ha, ha... usted ya lo sabe, mi capitán.

-No, no lo sé.

El tal Hideo parecía desconcertado. El capitán le observaba mientras reposaba una pierna sobre la otra.

¡Yo no quería, no era mi intención! Querían arrancarme las uñas y ejecutarme si no les decía algo... Iba a avisarle a usted sobre ello pero se adelantaron. ¡Lo juro por Suitengu y todos los dioses!

¿Lo juras por los dioses?- preguntó el capitán, con un brillo en los ojos indescriptible.

¡Lo juro! ¡Que me parta Osano-wo si miento!

-Entonces lo dejaré en manos de los dioses. Ellos le juzgarán pues todo lo ven.

El capitán tomó la taza y sorbió un trago.

-Está en su punto- dijo, invitando a Hideo a tomarse el té.

Aunque no soy amigo de dejar nuestros asuntos en manos de la divinidad, ésta es mi decisión: Hideo-san pasará el resto del día en el agua y Suitengu juzgará si es un traidor o no lo es. Si al finalizar el día sigue vivo, será porque la fortuna le exime de culpa y yo mismo seré castigado por dudar de él.- decretó el capitán, solemnemente. 

Contramaestre, engánchenle y amárrenle en la popa.

Hideo se revolvió mientras era agarrado por los dos gorilas que le acompañaban mientras lloraba y pedía clemencia, apelando a su inocencia. Le bajaron los pantalones y fue enganchado de la carne de los muslos con un par de garfios y arrojado al mar. los garfios se hallaban atados a unos cabos que, a su vez, se amarraron en el puente de popa. El lugar donde nos hallábamos no era baladí pues estábamos casi encima de unos arrecifes de coral, y ya se sabe que los arrecifes están plagados de peces... 

Al anochecer, fue subido de nuevo a bordo. Ya no era más que una masa sanguinolenta y despedazada a mordiscos y tirones. Ya no quedaba nada más del tal Hideo.
 

Fin

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10/01/2019, 13:49
Director

Un fragmento de la "Relación sobre el Viaje al Noroeste", por Kaiken Matsumoto

Se dejó caer sobre el húmedo colchón, jadeante, tomando bocanadas de aire que le recompusieran mientras se relajaba. Cuando su respiración se calmó, se recostó sobre la cabecera y preparó la pipa para dar unas buenas caladas mientras que su amante se revolvía entre las sábanas, buscando una postura en la que acomodarse junto a él. Yoichi le miró circunspecto.

¿No tenías que ir al lavadero y a comprar tinta?- Dijo a la mujer, tras dar la primera calada, lánguidamente.

- Eeehh...¡si, señor Embajador!- confirmó la muchacha, mientras se levantaba y vestía apuradamente.

Yoichi dio una nueva calada a su pipa. La mujer se abrochaba el corsé con dificultad mientras él escrutinaba el vacío, relajado pero meditabundo. 

-Cuando hayas terminado tus tareas puedes volver a casa. Jacinta te relevará.

-¡Gracias señor!- dijo la mujer, ya lista para proseguir con sus quehaceres. 

La sirvienta abandonó la habitación y el Kaiken se levantó, se desperezó y corrió las cortinas del ventanal a un lado. La luz de primera hora de la tarde invadió la habitación. Veía cómo la gente de Baroma caminaba de un lado a otro, bulliciosa. Como la sangre en las arterias, las calles de Baroma daban vitalidad a la capital del Reino. 

Se puso los calzones, tomó una llave y se acercó al arcón donde guardaba celosamente los documentos que el Capitán Matsumoto le había confiado. Ojeó los contratos, devolviéndolos al arcón y quedándose sólo con la relación del viaje. Tomó un capítulo cualquiera y se fue con él al escritorio.

Estamos ya en la tercera semana de viaje y todavía subimos hacia el Norte, acercándonos en contadas ocasiones a la costa, la cual en realidad no vemos salvo sus altos picos recortados en la distancia. Ahora mismo, nos hayamos en 127º de longitud este por 37º de latitud norte. Don Darío dice que no tardaremos en llegar al borde del continente, un par de días a lo sumo.

El primer tramo del viaje ha sido cómodo, sin muchas complicaciones y con vientos más o menos favorables. Durante ese tiempo hemos estado relativamente cerca de la costa, alejándonos sólo en momentos puntuales, como nuestro paso por aguas del Fénix, pues hemos evitado pasar cerca de la Isla de la Ola Rota, en donde las flotas del Norte de la Mantis tienen su cuartel general, a disgusto del Fénix, como bien sabemos. Una vez abandonado Rokugán, la costa que hemos conocido está ocupada por una enorme cadena montañosa que no parece terminar nunca, como un muro impenetrable. Éstos paisajes extranjeros parecen salvajes y deshabitados más, a parte de algún sencillo puerto de pescadores, las parpadeantes luces nocturnas nos indican que realmente la cordillera está habitada y no en pocas partes de su amplísima longitud. Considero que éste es un dato a tener en cuenta para futuras expediciones y organizar alguna para conocer la calidad de éstas gentes y los recursos de éstas tierras. Siendo todas muy montañosas, podrían proveer de piedra y metales a nuestro clan. 

La segunda parte del viaje ha sido más complicada. A partir del 36º de latitud, casi todos los vientos que hay durante casi un grado de longitud de la costa viene del norte, siendo realmente lento avanzar. Esta circunstancia la hemos conseguido solventar orientándonos hacia el interior del océano, cambiando radicalmente el rumbo, hasta encontrar vientos favorables. Al final, merece la pena el rodeo pues de lo contrario hubiéramos tardado meses en avanzar lo que hemos avanzado en sólo una semana y pico. Sin duda, un valioso descubrimiento que nos servirá para viajar al país de Senpet en posteriores ocasiones...

 

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10/01/2019, 13:51
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La Vuelta a Casa tras la Tormenta

Ujina Nakamura deslizaba pacientemente el pincel sobre el papel, dibujando con ágil y preciso trazo los kanjis que debían leer los mercaderes de Meidochi y sus patrones, cuando alguien interrumpió su concentración. 

-¿Quién es?

- Mi señor Nakamura-sama. Ujina Setsuo pide permiso para entrar y entregarle una noticia urgente.

- ¡Entra!- Ordenó el magistrado, impaciente.

El panel se abrió y un bushi sudoroso se arrodilló frente a él. Parecía que traía algo importante. Su gesto intrigaba al magistrado.

- Mi señor Nakamura-sama, los ronin han vuelto.

-¿Ahito?- preguntó el magistrado, girándose de repente.

-Sí, mi señor.

Ujina Nakamura se levantó de sopetón, firme.

-¡Lléveme hasta ellos!- ordenó con apremio el magistrado, tomando su daisho.

Los dos hombres salieron a la calle y cruzaron la carretera principal, acompañados por una comitiva de cinco samuráis Ujina. La gente de las calles les miraban con curiosidad y morbo, cuchicheando entre ellos y avisando a otros que se hallaban dentro de las casas para que se asomasen. Al poco, ya se había generado cierto alboroto tras los pasos del magistrado y sus secuaces. A la entrada del poblado, que ya era prácticamente una pequeña ciudad, aguardaban un nutrido grupo de samuráis que, a pesar de ir vestidos con kimonos más propios de ronin, no tanto por su calidad sino por su variedad cromática, llevaban cosidos un extraño mon en sus kimonos. El magistrado se detuvo frente a ellos, con su habitual rictus grave. 

- Ahito-san ¡Al fin ha vuelto!

El hombre que encabezaba a los recién llegados bajó de su montura y se postró frente al magistrado con respeto, aunque no como lo haría un ronin. El magistrado le observó intrigado. También observó que el hijo de Ahito, Ioda, se encontraba bien. Ioda saludó en silencio al magistrado.

- Hace tres días recibí la noticia de que la revolución Shingen fue un éxito. 

-Así es, magistrado Ujina Nakamura-sama. La guerra ha terminado y por ello nuestro deber con la causa, así que hemos vuelto a casa. 

- Entonces, ese mon que portáis al pecho...

-Es el emblema de la familia Shingen, mi señor Nakamura-sama.

-¿¿Cómo??- Exclamó, atónito el magistrado.

- Si, mi señor. Shingen-dono recompensó nuestro apoyo permitiéndonos ser sus vasallos directos, así que ahora, aunque no tenemos un nombre familiar todavía, tenemos derecho a portar su emblema y usar su apellido, Magistrado Ujina Nakamura-sama.

La noticia pareció dejar petrificados a los Ujina, que observaron con asombro a sus viejos vecinos otrora ronin. Finalmente, el magistrado tomó la palabra.

- Celebro su ascenso y buena fortuna, Ahito-sama, así como que haya vuelto sano y salvo con sus hombres. Permítame invitarles a cenar esta noche en el restaurante de Jocho. 

Ahito, asintió con una reverencia.

- Gracias, Magistrado Nakamura-sama. Será un placer cenar con su compañía. 

-Por cierto, Ahito-sama. Encontrará a su padre en la loma de los sauces, al noroeste- Ahito miró intrigado al magistrado- Su padre- comenzó a explicar Nakamura- se retiró como miembro de la Hermandad cuando se marchó usted con sus hijos y sus hombres al frente, y ahora está construyendo, con sus propias manos y la ayuda de algunos feligreses, un templo en aquella loma. 

- Gracias por informarme, Magistrado-sama, y por proteger a mi padre durante nuestra ausencia.

El magistrado sonrió levemente.

- Mis hombres le han tenido vigilado mas ,créame, que no ha hecho falta interceder por él. Sigue siendo un hombre lleno de vitalidad- informó relajado el magistrado.

Una vez se despidieron, tomó cada uno camino a sus respectivas casas. Ahito aprovechó entonces para mostrar su desasosiego a su hijo mayor, Ioda, que le había acompañado y apoyado en aquella empresa.

- El magistrado está inquieto, Ioda. 

-Es natural, padre- asintió el hijo, adusto, mientras encendía su pipa con tabaco importado de Kinko Toshi- Ya no somos ronin y además, somos vasallos de Shingen. Eso pone al magistrado y su clan en un compromiso.

-Lo sé, lo sé...- Afirmó pensativo, Ahito.

-Manténgase tranquilo, padre. Esta noche apaciguaremos su ánimo. Al fin y al cabo, hemos sido vecinos de toda la vida...

Ahito miró al cielo y respiró hondo.

-Si. Las cosas ya no serán como antes...

-Pero se acostumbrarán, padre. Sólo debemos ser respetuosos con su espacio, respetar su autoridad, y todo se mantendrá en orden. 

Ahito asintió en silencio mientras dirigían sus corceles a su hogar, en donde su esposa les esperaría. 

Continuará

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10/01/2019, 13:54
Director

La luz de Yakamo y la oscuridad que precedía la llegada de Hitomi se fundieron en el crepúsculo cuando la comitiva del otrora ronin Ahito y el magistrado y su séquito llegaron al Restaurante de Jocho, el más conocido de la ciudad. 

Meidochi era un poblado que había crecido gracias a su posición estratégica. Aunque estaba un poco apartado, casi pegado al Shinomen Mori, se hallaba en las tierras del Clan Menor de la Liebre siendo el paso natural entre el Cangrejo, el Escorpión y las tierras sin dueño, gobernadas por los otokodate ronin. La proximidad con los ronin y la necesidad de samuráis que garantizasen la seguridad del enclave hizo que muchos de ellos se instalasen allí. Durante un tiempo en el que la Liebre desapareció, los otokodate gestionaron la ciudad hasta su refundación. Los Ujina tomaron el relevo institucional y gobernaron la ciudad desde entonces, si bien los Otokodate que aceptaron las reglas de la Liebre se quedaron y siguieron protegiendo la ciudad y gestionando sus negocios, especialmente los del juego. El ronin Ahito se erigió como líder de uno de éstos otokodate. 

El ronin Ahito, antes de hacerse con el mando de uno de éstos otokodate, comenzó siendo el guardia de una casa de juego y, debido a su eficacia, acabó siendo contratado en otras casas, siendo asistido por otros ronin. Acabó creando un grupo de guardias ronin con el que gestionar la seguridad de todas las casas de juego y se labró una reputación en la ciudad, consiguiendo la confianza de los magistrados y yorikis. Como, a pesar de todo, Meidochi no es una ciudad grande, casi la totalidad de los ronin de ésta se unieron al otokodate de Ahito y se mantuvo la paz y el equilibrio en ésta durante años. Ahora que los ronin de Ahito habían vuelto de la guerra civil con el estatus de samurais, las autoridades de Meidochi parecían inquietas pues no sabían como iba a afectar al orden en la ciudad, entre otras cosas. Estas consideraciones preocupaban a Ahito y esperaba poder resolverlas tranquilamente con los Ujina, sus vecinos de toda la vida.

Magistrado Ujina Nakamura-sama...- saludó Shingen Ahito, haciendo una respetuosa reverencia.

Shingen Ahito-sama...- Saludó a su vez el magistrado. 

El local estaba preparado para la ocasión, habiéndose juntado las mesas para que todos los comensales pudiesen cenar juntos, cara a cara. El local permanecía cerrado para todo aquel que no fuese invitado en aquella cena privada. Los comensales tomaron asiento, los Liebre frente al los hombres de Ahito. Nada más tomar asiento, las mesas se llenaron de aperitivos y sake. 

Le doy las gracias de nuevo por su invitación y recibimiento, Magistrado Ujina Nakamura-sama. Si me lo permite, en agradecimiento, le he traído esto...- El primogénito de Ahito, que se hallaba a su izquierda, sacó un paquete cuidadosamente plegado y se lo entregó al magistrado. 

¡Oh! No es necesario Ahito-sama, para nosotros es un placer que hayan vuelto sanos a nuestra ciudad. No es necesario regalo alguno...

Es lo menos que puedo hacer para corresponder a su generosidad, magistrado-sama...

Se lo agradezco de veras, Ahito-sama, pero su viaje de vuelta a sido largo y no quiero abusar de usted...

-Insisto, mi señor Nakamura-sama. Mi esposa Kumiko me ha insistido en que se lo trajera; si no lo acepta por mí, hágalo por ella... 

-¡Jajajaja! ¡Está bien, Ahito-sama!- el magistrado tomó el paquete y lo abrió. Eran dulces.

-¡jajaajaja! ¡Dele mi más profundo agradecimiento a su señora, Shingen Ahito-sama! Posiblemente no haya nadie, en todo Meidochi, con tan buena mano con los dulces- contestó el magistrado, agradecido y distendido. 

Le pide disculpas por ausentarse esta noche, magistrado-sama. Últimamente no se encuentra muy bien de salud. No es nada grave pero el médico le ha recomendado descansar.

No hay de qué disculparse. ¡Espero que se mejore pronto! Dígale que en cuanto pueda le visitaré y le agradeceré en persona su regalo.

Ioda, en su rictus habitual, sonreía levemente desde la serenidad mientras observaba a su alrededor, sin parecerlo. Los Ujina tomaban los aperitivos y charlaban con sus invitados, si bien había cierta expectación en el ambiente, algunos parecían más reservados de lo normal. 

La comida y la bebida fueron sirviéndose. A pesar de ser una celebración por tan largo reencuentro, tanto unos como otros mantuvieron su formalidad. Los Ujina parecían no saber muy bien como tratar a sus viejos conocidos y esta reserva inhibía un poco a los Shingen, que se remiraban a la hora de comportarse. Increíblemente, el té fluía mucho más rápido que el sake, detalle que Ioda no pasó por alto, si bien tanto el magistrado como su padre hablaban distendidamente de asuntos mundanos.

- ...Tsumo, la pequeña, se fue a vivir con su marido a Odani Mura, de donde él es nativo. 

¿El de las caravanas del Este?- preguntó con desinteresado interés el magistrado.

¡Si! ¡ese! Aunque los de Odani sean unos paletos, es un buen chico y su familia se gana la vida honradamente.

-¡jajaja!- rió a gusto el magistrado, relajado con la charla y el sake- ¡Una pena no tenerla entre nosotros! ¡Dele recuerdos y mis mejores deseos de mi parte! Dígale que pase por mi oficina algún día cuando venga, Ahito-sama. Quisiera felicitarle personalmente por su boda y su nueva vida...

Si me disculpan...- dijo Ioda, mientras se levantaba.

- ¡No hay de qué, Ioda-sama! ¡Es lo que tiene la bebida, que su exceso exige su evacuación! ¡jaajajaja!- rió el magistrado frente a un Ioda que rió un poco sonrojado.

El joven Shingen salió afuera, en donde las letrinas le esperaban. Otro hombre, uno de los yoriki, que también llevaba un rato con la cara en una mueca de contención, se levantó y pidió disculpas. Apenas se le hizo caso y salió también raudo por la puerta trasera, que daba con las letrinas.

-¿Y su hijo Matsumoto? ¿Tiene noticias de él? No le veo desde que era un zagal...- preguntó el magistrado, curioso. Ahito hizo una mueca de desorientación.

Parece que se halla bien, mi señor...

Entonces ¿a que viene ese gesto, Ahito-sama, si puedo preguntar?

Pues... mi esposa recibió una carta suya durante la guerra. En ella decía que estaba sirviendo a un nuevo clan, un tal Clan del Tiburón. Decía sentirse muy honrado de servir a su señor Kaiken-dono quien ,al parecer, era un ronin capitán de barco...

El magistrado torció el gesto, aunque siguió escuchando con interés.

-... y por un rescate a un general Seppun consiguió la gracia del Emperador y fundar un clan, mas nunca había oído hablar de tal fundación ¿usted sabe algo, magistrado-sama?

Algo he oído...- contestó el magistrado, cavilando- He oído rumores, hace tiempo, acerca de la fundación de un nuevo clan menor pero nunca he recibido proclama oficial alguna al respecto, así que dudo mucho de su existencia. 

La fecha en la que fue escrita la carta es de pocos días antes de la guerra...

Entonces es posible que la misma guerra se haya llevado por delante al clan, si es que alguna vez llegó realmente a fundarse- reflexionó el magistrado ante la incomodidad de su invitado. Nakamura no insistió más en ello.
 

Continuará

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10/01/2019, 13:56
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Douglas O’Connor

—¡Échate a un lado!

Douglas recibió con estoicismo el topetazo que el marino le dio al pasar y siguió restregando el suelo. La cubierta era estrecha, pero no tanto como para justificar la cantidad de golpes como ese que recibía a diario. Todos le provocaban, y su negativa a reaccionar o a amilanarse no hacía sino incrementar poco a poco la tensión. Pronto estallaría de algún modo.

Odiaba aquel barco, como sabía que iba a suceder. A diferencia del resto de la tripulación, no se había enrolado en el Blood Craving por la promesa de oro y emociones fuertes, sino por un motivo más personal: demostrarle a su padre que era digno de su respeto. Pero, como había acabado comprendiendo, el capitán sólo respetaba la fuerza, y jamás le perdonaría no haber heredado su feroz temperamento.

Para el resto del mundo su padre era el capitán Cormac O. Afirmaba que descendían de la nobleza Thrane, y que había renunciado a su apellido para dedicarse a la piratería porque “era más digno”. A lo largo de los años había ido reclutando para su tripulación a los inadaptados más brutales de medio mundo, convirtiendo al bajel en la pesadilla de las principales rutas comerciales.

El Blood Craving llevaba semanas en aguas desconocidas, fondeado a la espera de un barco extranjero. El capitán había escuchado rumores sobre una ruta comercial que, dos veces al año, unía a Thrane y Merenae con el lejano Rokugan, y pretendía hacerse con sus exóticas mercancías. Pero la tediosa espera estaba crispando los nervios de la salvaje tripulación, que ya había protagonizado varias peleas mortales: Si su presa no llegaba pronto, sólo quedaría para asaltarla una tripulación de fantasmas enfurecidos.

Douglas continuó restregando la cubierta, y las húmedas tablas le devolvieron el reflejo de sus oscuros ojos. Sus ojos... Por las venas de su familia corría la antigua sangre de los berserker thrainitas; una hermandad de guerreros conocidos por la rapidez de su furia y la palidez de sus iris. Las armas de fuego habían traído su declive, y sus delatores ojos dejaron de ser un rasgo de distinción para convertirse en señales de peligro. Los siglos habían debilitado esa herencia, que cada vez se saltaba más generaciones. Douglas frotó las tablas con algo más de fuerza de la requerida.

—¡Eh, tú! —dijo una voz a sus espaldas, y la reconoció como la del marino que acababa de golpearle al pasar. Su instinto le dijo que no perdiera ni un instante en girarse, y se apartó justo a tiempo del recorrido de un traicionero golpe de remo.

—¿Quien lo iba a decir? —dijo un acompañante del marino armado con una cadena— ¡Parece que el cachorro tiene alguna clase de instinto! ¿Será acaso un hombre?

—¡No lo creo! —respondió un tercer hombre cuyo colosal cuerpo era la única arma que necesitaba portar—. Tan sólo es una damisela demasiado remilgada como para mezclarse con unos apestosos marineros, ¿no es así? Apenas puede disimular el asco que le inspira nuestra compañía. ¡Y eso no está bien!

—¡Ya lo creo que no! —contestó el primer marino, y los tres avanzaron hacia él.

Douglas no se molestó en apelar a una humanidad de la que sabía que carecían: querían su sangre y su miedo, y haría lo posible para hacerles pagar caro lo primero y negarles lo segundo. Se abalanzó contra ellos, esquivó un cadenazo y propinó al más grande un rodillazo en la entrepierna. Pero sus enemigos no tardaron en aprovechar su ventaja numérica para apresarle.

—¡Ngg! Me las pagarás —dijo el gigantón con un hilillo de voz, y golpeó con saña a Douglas mientras sus compañeros le sujetaban entre risas. El colosal bruto comenzó a sonreír, pero su ánimo se ensombreció al no hallar miedo en la mirada de su víctima—. ¡Esto ya no es divertido! —dijo. Sacó un largo machete y lo alzó dispuesto a darle muerte.

El filo de un alfanje sajó el antebrazo del gigante. Su sangre salpicó a Douglas y a sus compinches, que soltaron su presa y contemplaron con rostros pálidos a su capitán. El gigante agarró incrédulo su muñón y se alejó gritando para diversión de varios marinos.

—Regresad a vuestros puestos —dijo Cormac con voz fría, y los dos marinos entrechocaron en su prisa por obedecer. Recogió el miembro cercenado, lo arrojó por la borda y lanzó una larga mirada de desdén al ensangrentado y magullado Douglas.

—¡Por los Sagrados Cojones de Theus! —le dijo— ¿Cómo puede haberse dejado hacer eso un hijo mío? ¡Si sólo eran tres! ¿Es que acaso no viste ninguna oportunidad de aplastar alguna nariz con un cabezazo? ¿De reventar algún ojo con un codazo? ¿De desgarrar alguna yugular con un bocado?

—Yo no soy como tú.

—¡Solo hace falta mirarte para ver eso! —contestó—. ¿Es que no entiendes de que va todo esto? ¿No ves lo que trato de enseñarte? ¡La vida no es más que una competición entre depredadores! El más fuerte y despiadado pisotea, y los demás son pisoteados.

—Puede que eso sea así en de este barco, pero...

—¡Es así en todas partes! La única diferencia es que en el Blood Craving nadie se molesta en negarlo. Nadie excepto tú, y eso casi te mata.

Douglas apartó la mirada inseguro —Tiene... tiene que haber algo más.

—¡Bah! ¿Por qué me molesto? —dijo Cormac, y comenzó a darse la vuelta para marcharse—. Eres como tu madre.

Las manos de Douglas se tensaron. Tras ser abandonada por Cormac, Neala O’Connor había demostrado más valor y entereza en su empeño por sacarle adelante de lo que el salvaje capitán jamás podría entender, y sus esfuerzos habían acabado por consumirla prematuramente. Ajeno a sí mismo, Douglas estampó un puño en la cara de su padre.

“Esta vez sí que estoy muerto”, se dijo. Pero en vez de contestar con la esperada furia, Cormac le devolvió una sádica sonrisa de aprobación que parecía decirle: “Empiezas a entender”. Douglas tembló mientras se le acercaba, y entonces Cormac...

—¡Barco a la vista! —gritó la voz del vigía, anunciando la llegada de la esperada presa. La tripulación se dirigió a sus puestos con gran estruendo y se preparó para la eventual carnicería.

Cormac se detuvo a medio paso de su hijo y le dijo: —Cuando esto acabe, tú y yo tendremos... una conversación.

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10/01/2019, 13:56
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Mirumoto Mai

El mar se extendía en todas las direcciones, estremeciendo el alma de Mai con una intensidad que no había sentido ni entre sus amadas montañas. Navegaba en uno de los Barcos Rojos; las naves con base en Kameyama Jima autorizadas a visitar tierras Gaijin. Experimentar el modo en el que los extranjeros entendían la vida —tan distinto al de Rokugan— iba a ser la culminación del periplo que la había llevado a recorrer todo el Imperio.

Sintió una punzada de dolor al rememorar los inicios de su viaje. Durante toda su infancia, su autoritario padre les había sometido a ella y a su hermano a un implacable adiestramiento que culminó en el Gempukku de ambos. En él les enfrentó en un duelo a fin de templar sus espíritus frente a toda emoción. Su hermano, que siempre se había entregado devotamente a las enseñanzas de su padre, no pudo soportar la derrota a manos de Mai, y decidió apartarse de la vida para meditar sobre su fracaso.

Aquello enseñó a la joven que el exceso de disciplina era un error tan grave como su ausencia, y emprendió un Musha Shugyō en busca de su propia sabiduría, desobedeciendo por primera vez a su incrédulo padre. Desde entonces las vivencias del camino le habían hecho más sabia y más fuerte, pero no habían colmado su anhelo de crecimiento. ¿Le bastarían los desconocidos desafíos que le aguardaban en ultramar?

Un ruido de pasos la sacó de sus ensoñaciones. Por la cubierta se acercaba Dunstan Blake; el tahúr thranita con ínfulas de diplomático. Había sido contratado por el Clan de la Tortuga para introducir a los escasos viajeros en las exóticas costumbres de su nación. Pero el conocimiento del hombre sobre las costumbres rokuganesas era imperfecto, y un reciente malentendido sobre la manera correcta de tratar a las damas —en especial a las samurai-ko— había acabado con sus extremidades dobladas de una manera extremadamente antinatural. Desde entonces trataba a Mai con un respeto rayano en el terror, ignorando que con aquello le había salvado de la letal ira de la tripulación.

—¡Dunstan-San! ¿Cómo... estar... hoy? —le preguntó en su imperfecto thranita. Aunque había estudiado el idioma, no había logrado progresos significativos hasta que pudo practicarlo.

—Bastante bien, mi dama —dijo con un leve asomo de temblor—. Quedan pocos días para alcanzar nuestro destino, y quería asegurarme de que habéis entendido las diferencias esenciales entre nuestras culturas. Sin duda no ignoráis lo fácil que puede resultar... esto... caer en equívocos.

—¡Desde luego! Todavía hay mucho que no entiendo —dijo regresando a su propia lengua, que Dunstan hablaba con fluidez—. Como la ausencia de un Orden Celestial: ¿cómo conoce cada uno la posición que le corresponde? Y vuestra falta de etiqueta: ¿cómo sabéis la manera de comportaros en cada situación? Por no hablar de vuestro dios... No sólo tenéis uno solo, sino que ni siquiera tenéis intermediarios espirituales que os transmitan sus designios. ¿Cómo podéis estar seguros de que vuestros actos son de su agrado?

—Veréis... En realidad, cada sujeto nace dentro de un estrato social, pero en última instancia son sus actos y decisiones los que determinan su lugar en el mundo. Y sí que tenemos normas de comportamiento, pero son bastante más flexibles que las vuestras, y dependen en gran medida de cada relación individual. Respecto a nuestro Dios, nos legó unas enseñanzas para hacernos mejores personas, y aunque los sacerdotes pueden ayudar a interpretarlas, se espera de que cada individuo que tome la decisión personal de interiorizarlas.

—Pero... ¡todo eso deja un extraordinario margen de decisión! ¿Acaso no os causa confusión ignorar la manera correcta de actuar?

—Nos confunde a veces, pero preferimos aprender de nuestros errores que seguir ciegamente una pauta que... —Dunstan se envaró—. ¡No pretendía cuestionar vuestras costumbres!

—Sentíos libre de hacerlo si eso me ayuda a comprender vuestro mundo. La experiencia me ha enseñado que, cuando uno percibe las cosas desde un único punto de vista, raramente reconoce sus errores.

Un grito del vigía les rebeló la inesperada presencia de otro buque, y Dunstan lo investigó con la ayuda de su catalejo. —A esta distancia todavía no consigo distinguir los detalles— dijo contrariado.

—¿Me permitís? —dijo Mai, y el thranita le cedió el catalejo—. ¡Oh, qué cercano parece todo! Reconozco... sí: la cruz de vuestra deidad adorna las velas de ese barco. ¿Misioneros, tal vez?

Mai le devolvió el catalejo a Dunstan, pero este no hizo ningún gesto para cogerlo. Estaba paralizado. Cuando pudo reaccionar, le preguntó a Mai por el color de las cruces. Ella volvió a mirar, más extrañada que asustada.

—Negras —le dijo. Las piernas del hombre flaquearon, y durante más de un minuto fue incapaz de hablar.

—Un día —dijo finalmente— ese bajel fue el buque insignia de los Templarios. Por aquel entonces las cruces de sus velas eran rojas, como corresponde. Pero Cormac O, un despiadado capitán pirata, capturó la nave e hizo ejecutar a toda su tripulación de maneras que... —se interrumpió—. Se dice que sus hombres repintaron las cruces con la sangre de los Templarios, y que esta se ennegreció al secarse. Desde entonces el Diablo alimenta esas impías velas con los vientos del mismo infierno. Cormac O rebautizó la nave como Blood Craving... ¡y por Dios que ha hecho honor a su nombre! Yo... Avisaré al capitán.

Los oficiales se reunieron en cubierta y, tras escuchar al thranita, acordaron intentar poner distancia entre las naves. Un sudoroso Dunstan volvió a reunirse con Mai.

—No funcionará —le dijo—. Su velamen supera con creces al nuestro.

—Entonces lucharemos.

—¡Lucharemos y perderemos! No dudo de la capacidad de la tripulación, pero este no es un barco de guerra. ¿Qué tenemos para oponernos a ellos?

“Me tenéis a mi” —se dijo Mai. Entonces se dirigió hacia donde estaba el capitán y le habló—. Kasuga-sama: no se deben agotar las fuerzas posponiendo un combate inevitable, por mucho que este sea desigual. Más bien, debe precipitarse para sorprender al rival. Os lo imploro: dejad que vengan y, cuando estén cerca... ordenad un abordaje.

El capitán la miró fijamente a los ojos, y Dunstan la observó pasmado, convencido de que el miedo había anulado su cordura. Cuando iba a intentar disculparla ante el irascible capitán, este respondió a la mujer:

—¿Sois la hija de vuestro padre, Mirumoto Mai-Sama?

—Lo soy —dijo adoptando una expresión inidentificable, al menos para Dunstan.

—Recoged las velas —ordenó el capitán, y sus hombres obedecieron con disciplina rokuganesa.

Dunstan contempló la escena con asombro —Pero... ¿es que os habéis vuelto todos locos?—. El capitán le miró con furia contenida y le dijo:

—Vigila tus modales, Gaijin. Y prepara tus armas: vas a necesitarlas para el abordaje.
 

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10/01/2019, 13:58
Director

Douglas y Mai
 

Al capitán Cormac O solía causarle gozo caminar por cubiertas ensangrentadas, pero que el barco fuera el suyo y que gran parte de la sangre fuera de su tripulación estropeaba considerablemente el efecto. Se dirigió hacia la joven forastera que había comenzado todo aquello y vio a Douglas cerca de ella, armado pero inmóvil.

—¿A qué estás esperando? —le gritó—. ¡Acaba con ella!

* * *
Los tripulantes del Blood Craving lanzaron un incrédulo grito de júbilo al ver que su presa replegaba velas. Sólo unos extranjeros ajenos a su reputación podían optar por rendirse. La noticia no le sentó tan bien al capitán: una buena persecución habría deshecho la tensión que le había causado su hijo. “¿Qué voy a hacer con él?” —se dijo—. “Probablemente matarle”.

Douglas era el otro único tripulante descontento. Las duras palabras de su padre le habían colmado de dudas. ¿Acaso matar o morir era lo único que importaba? De ser así, la compasión que le habían inculcado no era una fortaleza, sino una debilidad.

Al acercarse al barco comprobaron que sus tripulantes aguardaban en cubierta, arrodillados. ¡Qué distintas debían ser sus costumbres si esperaban piedad! Entre ellos destacaba la figura de una joven que permanecía erguida. Las risotadas y bromas lascivas se entremezclaron con los cálculos acerca del oro que podrían conseguir por ella. Pronto ambos barcos estaban unidos con garfios y dio comienzo el abordaje, pero no en la dirección que ellos esperaban.

—¡Fuego! —gritó el capitán Kasuga, y los rokuganeses lanzaron una andanada de disparos que tomaron por sorpresa a los incursores. Unos pocos piratas intentaron responder al fuego, pero fueron abatidos por la veloz espada de la joven, que saltó hacia su barco bajo la incrédula mirada de sus ocupantes.

—Me aseguró que no conocían la pólvora —dijo Cormac en un iracundo susurro. Si el siniestro rokuganés que le había hablado de los Barcos Rojos había mentido en eso, podían aguardarles más sorpresas. ¿Brujería; tal vez? Cormac gruñó insatisfecho.

Por su parte, Douglas dejó de lado sus dudas y se dispuso a combatir. Sus adversarios iban a intentar matarle a toda costa, y él debía ser igual de implacable: Le demostraría a su padre y a sí mismo quien era. Se dirigió hacia la muchacha, que estaba luchando contra varios rivales que duplicaban su tamaño. Luchando y venciendo. Douglas detuvo su avance, pero no a causa del miedo.

Ni en los movimientos ni en el gesto de la joven había el más leve asomo de furia. Combatía en un estado de calma absoluta que contrastaba con la tensión brutal que exhalaban sus rivales. Mataba, si, pero para preservar su vida y la de los suyos. Douglas incluso creyó percibir un atisbo de compasión tras cada golpe letal.

Tal exhibición de fuerza sin ira caló en el alma del joven, que comprendió que existían otras formas de poder compatibles con sus ideales. ¡Que cerca había estado de tomar un camino sin retorno! No: ni podía ni quería ser como los hombres de su padre. Y mucho menos como él.

—¿A qué estás esperando? —exigió Cormac en la distancia—. ¡Acaba con ella!

Douglas vació. La muchacha y sus compatriotas eran valientes, pero estaban en desventaja. Varios piratas ya se dirigían hacia ella, y pronto rebasarían sus defensas por la mera fuerza del número. El joven desenvainó su sable, se acercó hacia la muchacha y atacó.

* * *
—¡Maldito traidor!

Las palabras escaparon de la garganta de Cormac como un rugido. A pesar de sus diferencias, era incapaz de asumir que su hijo se hubiera vuelto contra los suyos.

El capitán se sintió poseído por la familiar ira, disponiéndose a despedazarlos a ambos. Pero algo en la letal calma de la joven y en la desconocida ferocidad de su hijo le detuvo. Formaban un dueto impresionante... y él ya no era tan fuerte y rápido como antes. “¿Qué diablos estoy haciendo?” —se reprochó. Si mostraba debilidad ante sus hombres, los extranjeros serían la menor de sus preocupaciones. Pero tampoco le reprocharían ninguna acción que les llevara a la victoria. Sacó su pesada pistola del cinto y apuntó.

* * *
—¿Por qué me ayudas?

Mai se dirigió al joven sin dejar de combatir. Cuando se le acercó había estado a punto de atacarle, pero al comprobar que su blanco eran los otros bárbaros contuvo el golpe. ¿Qué pretendía? 

Douglas se sorprendió al escuchar su idioma en boca de la extranjera, aun con un fuerte acento. Pero, ¿qué podía decirle? ¿Que se había vuelto loco? En cambio, le contestó:

—Pago una deuda.

Mai no tuvo tiempo de analizar su respuesta: un pirata de aspecto particularmente fiero le apuntaba con una pistola. El rostro de la samurai-ko perdió su expresión mientras se concentraba: sentía curiosidad por saber si era capaz de cortar en dos una bala. Pero su inesperado aliado siguió la dirección de su mirada y decidió actuar por su cuenta.

—¡No! —gritó. Aunque no tenía prisa por morir, algo más grande que su instinto de supervivencia le hizo interponerse entre ella y su padre: los dos polos de su recién descubierta brújula moral. El disparo resonó en la cubierta y su cuerpo se desplomó, repentinamente laxo.

—¿Qué te parece? —se dijo Cormac mientras recargaba su arma— al final sí que lo he matado.

Mai se quedó paralizada. Uno de los piratas aprovechó para atacarle, y le habría alcanzado de no ser por la intervención de Dunstan Blake, que le disparó a bocajarro. La cercana detonación le hizo reaccionar.

—¡Dunstan-San! Creía haberos oído decir que el peligro os producían alergia.

—Damn it! —le respondió el thranita— Puede que sea un cobarde, mi dama... ¡Pero no soy un maldito cobarde! Dicho esto... ¿Qué vamos a hacer ahora? Nos siguen superando en número y en velamen.

—¿Vive este hombre?

Dunstan creyó percibir un temblor en la voz de la joven, pero se dijo que debía ser su imaginación. Disparó a otro pirata con su segunda pistola y se agachó para comprobar si el muchacho seguía con vida.

—Vive.

La imaginación de Dunstan volvió a engañarle, pues esta vez creyó percibir alivio en el rostro de Mai.

—Lleváoslo a nuestro barco y pedidle al capitán que ordene la retirada —le dijo Mai—. Yo me encargaré de... equilibrar nuestra desventaja.

Dunstan iba a replicar aquella extraña orden, pero se dijo que ordenarle abandonar la zona de batalla era lo bastante sensato para él.

—Mi dama —le dijo, y cargó con el cuerpo inerte mientras Mai cubría su retirada.

—Ah, no: ¡de eso nada! —dijo Cormac, que tenía su arma preparada para un nuevo disparo. Apuntó a la extranjera, que se le quedó mirando. —¡No me mires así, perra! —gritó, y disparó.

El tiempo se ralentizó para Mai, que lanzó un cegador tajo al aire con su katana. La bala fue desviada parcialmente, impactando en su hombro izquierdo y haciéndole pivotar sobre sí misma. “Voy a tener que practicar más esto” —pensó apretando los dientes.

Cormac se la quedó mirando intentando asimilar lo que acababa de ver. Mientras tanto, Mai se dirigió corriendo hacia el grueso palo mayor del Blood Craving. Harían falta muchos fuertes golpes de hacha para derribarlo, pero si conseguía dominar la última técnica de su escuela y verter toda su alma en un único ataque... Nunca lo había logrado, pero hasta entonces no había tenido una motivación real.

—¡KIIIIIIAI!

Mai creyó atravesar el mástil, pero al contemplar su hoja comprobó que tres cuartas partes de ella habían desaparecido en el impacto. “¿He... fracasado?” —su pensamiento fue interrumpido por el fuerte crujido de la madera: la hoja había alcanzado su propósito antes de quebrarse.

Los piratas abandonaron la persecución de los rokuganeses en retirada cuando constataron que su palo mayor se les venía encima. El fuerte impacto hizo tambalearse la embarcación, y Mai aprovechó el caos resultante para intentar alcanzar su barco. Herida y desarmada era un blanco fácil.

El pirata que le había disparado se interpuso en su camino blandiendo una pesada hoja curva. Tras él, los rokuganeses cortaban apresuradamente las amarras que unían los barcos. Se miraron.

—No escaparás —dijo Cormac sin esperar ser entendido.

—Tú eres el único prisionero aquí —respondió ella en su imperfecto thranita—. De ti mismo y de los que son como tú.

La breve sorpresa del capitán permitió a Mai propinarle una patada y pasar a su lado, pero Cormac le lanzó un tajo que cruzó su espalda. Mai ignoró el fuerte dolor y saltó hacia su barco, que ya se había alejado varios metros. Falló el salto por poco, pero las fuertes manos del capitán Kasuga le agarraron al vuelo, impidiendo que callera.

Cormac se giró dispuesto a organizar una persecución, pero la torva mirada de sus marineros no se dirigía hacia el barco en fuga, sino hacia él mismo. Al perder la batalla había demostrado debilidad: Ya no era un líder a seguir, sino alguien en quien volcar la frustración por cientos de humillaciones pasadas. El capitán empuñó con fuerza su alfanje y sonrió: “Qué diablos” —se dijo—; “será divertido”.

* * *
El Barco Rojo volvía a navegar libre. Los marinos repartieron su atención entre retomar el camino y atender sus heridas. El cirujano del barco atendió a Mai y a Douglas, que seguía inconsciente pero estable.

—¡Este bárbaro apesta! —declaró el capitán, y se precipitó a añadir—: Aunque... Douglas también apestaba hasta que lo civilizamos. ¿Qué pretendéis hacer con él, Mirumoto Mai-Sama?

—He venido a comprender otras maneras de entender la vida. Saber por qué este hombre actuó como lo hizo me ayudará a alcanzar ese propósito. ¿Qué planes tenéis vos, Kasuga-sama?

—Atracaremos en Sea Crown para averiguar algo más sobre el ataque. Debemos asegurarnos de que nuestra ruta sigue siendo segura.

“Sea Crown” —se dijo Mai—. “Un buen nombre para un nuevo comienzo”.

El tiempo demostró lo equivocado de su afirmación.
 

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25/01/2019, 19:15
Akodo Tsuro

Relatos de Isawa Kouta

 

Personajes importantes

Isawa Kouta- protagonista

Siba Izumi- Yojimbo de Kouta

Shiba Tetsuya- bushi shiba

Hida Jôtaro-Bisnieto de hida Kisada y futuro daimyo del clan cangrejo

 

 

La delegación Fénix se encontraba en la casa de té "La pinza de jade".

La frustración que sentían era palpable, pues era el quinto día que solicitaban audiencia con Hida Kisada y no recibían respuesta alguna.

 

A su alrededor los bushi Hida alborotaban, pidiendo más fritura o más sake. Sobre todo más sake.

 

Kouta e Izumi bebían un té negro, de fuerte sabor, típico de tierras cangrejo, mientras que Tetsuya bebía sake con moderación. Al poco de llevarles la bebida, llevaron frente a ellos una fuente llena de carne rebozada y frita, verdura también rebozada y frita y sendos cuencos de arroz. En cuanto se hubo ido el servicio, Izumi alejó la fuente de carne de Kouta, el cual la estaba contemplando con asco, y le acercó la verdura.

 

-Ya llevamos cinco días aquí-dijo Tetsuya con rabia- cinco días esperando en seiza en el castillo, soportando como nos tratan con indiferencia todos esos Hida y Yasuki, que son recibidos conforme llegan. Nos están insultando deliberadamente, no podemos quedarnos cruzados sin hacer nada.

 

-Baja la voz, Tetsuya-san-dijo Izumi mirándole con enfado.- Recuerda donde nos encontramos, esos comentarios están fuera de lugar.

 

-Si solo estoy diciendo lo que pensamos los tres, ¿No es así, Isawa-sama?

 

-Entiendo tu enfado, Tetsuya-san, pero debes escuchar las sabias palabras de Izumi-san. Hemos venido a intentar conseguir que nos ayuden, y no a provocar una disputa-le explica de forma tranquila.- Como daimyo está en su derecho el hacernos esperar, y nosotros esperaremos lo que sea nec...

 

Las palabras de Kouta fueron engullidas por el enorme estruendo que surgió a su alrededor. Pues los cangrejo habían comenzado a golpear al mismo ritmo sus armaduras con la palma de la mano o el puño. Tras unos segundos comenzaron a cantar una canción a pleno pulmón.

 

A la vez que cantaban, algunos comenzaron a, botella de sake en mano, moverse y chocar hombro con hombro. El sake comenzó a volar por el aire, salpicando a los anonadados fénix, los cuales trataron de mantener la calma, aunque Tetsuya, que había hecho ademán de levantarse, tuvo que ser retenido por el fino pero fuerte brazo de Izumi.

 

El colmo llegó cuando un cangrejo especialmente corpulento aterrizó de espaldas sobre la comida y bebida de los fénix, los cuales, evadieron el golpe rodando por el suelo.

 

Tetsuya se incorporó con poca elegancia llevando la mano a su wakizashi y con los ojos mostrando todo su enfado, Izumi aprovechó el movimiento y de forma fluida se incorporó nada mas acabar de rodar, y se trato de acercarse a Kouta. El cual, mientras trataba de incorporarse fue mandado de vuelta al suelo por el empujón con el hombro de un cangrejo.

 

Todo el autocontrol perdido, Kouta se incorporó, esquivó a un cangrejo que se aproximaba hacia a él, y, en cuanto se hubo evadido, le soltó un puñetazo que impacto contra su armadura.

 

Nada más golpear al cangrejo enloquecido, se hizo el silencio en la sala, y, ante la perplejidad de sus compañeros, lanzó otro puñetazo que golpeó de nuevo contra la armadura del cangrejo. Fuera de si, se disponía a preparar otro golpe cuando por el rabillo del ojo detectó que algo se le acercaba por la derecha, y allí se dirigió el ensangrentado puño, impactando contra la nariz de otro cangrejo, el cual, sin inmutarse paró con facilidad el siguiente golpe de Kouta y, con un giro de muñeca, le obligó a postrarse en el suelo.

 

A continuación la sala estalló en carcajadas. Mientras los cangrejos reían, Tetsuya soltó el wakizashi, dejando caer la mano sobre el costado mientras miraba totalmente estupefacto al habitualmente tranquilo y paciente Kouta. Izumi, por otro lado, miraba con una mezcla de sorpresa y preocupación a su amigo Kouta, pues sabía que sería ella la que tendría que luchar contra uno de esos enormes cangrejo en nombre de él.

Kouta, por su parte, estaba demasiado ocupado tratando de no gritar debido a la dolorosa inmovilización a la que le estaban sometiendo, de la cual fue rápidamente liberado.

 

Una voz clara y potente se elevó con facilidad sobre la algarabía general:

 

-Ya basta. Muchachos, ya basta, dejadme hablar- dijo el cangrejo al que le sangraba la nariz.

 

Todos los presentes dejaron de reír, alguno tapándose la boca con las manos, y poco a poco volvió a reinar el silencio.

 

-Os pedimos que disculpéis esta broma-dijo haciendo una reverencia.- Mi señor Hida Jôtaro nos pidió que organizáramos esta pantomima, pues deseaba conocer vuestro carácter.

 

-Gracias, Hiroki-san, puedo hablar por mi mismo-dijo un hida realmente grande.

 

-Hai, Jôtaro-sama- y, tras una profunda reverencia se unió al resto de cangrejos que miraban a los cuatro samurais.

 

-Os pido perdón, tanto por la espera que habéis soportado con paciencia, como por esta broma, pero deseaba ver vuestra reacción. ¡Y vaya si me habéis sorprendido! Hasta ahora todos los emisarios del Fénix habían actuado con una tranquilidad y una parsimonia muy aburridas. Pero ¡¿Ver a un shugenja Isawa dar puñetazos hasta que le sangren las manos?! ¡Eso no se ve todos los días!. Tu valor te honra, Isawa-san, tu coraje me ha impresionado sobremanera, pocos hombres en el mundo atacarían a un cangrejo en sus propias tierras, ¡Y menos aun los que salen indemnes! Me habéis dado mucho en lo que pensar, acudid mañana al igual que habéis hecho los últimos días y os recibiré.

 

 

Notas de juego

Continuara...

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26/01/2019, 02:12
Yasuki Shinmeki

Los terrenos colindantes a Kano Mura hacía tiempo que no albergaban grandes masas forestales, sustituidos hacía tiempo por plantaciones de té y arroz si es que en alguna ocasión los tuvieron, pero no por ello resultaba difícil encontrar buenas maderas para trabajar gracias a la gran cantidad de artesanos que en ella residían. Aún así eso no significaba que fuera fácil, ni siquiera cuando llegaban las caravanas, porque no todas las maderas servían para todo. Era un hecho que cada madera tenía sus propiedades, por lo que aunque pudieras usar pino o roble para fabricar muebles, no podrías usarlos para crear un arco con ellos como único madera, al menos no si pretendías hacer algo merecedor de ser empuñado y que no se quebrara a las primeras de cambio. Es por eso que incluso Kano Shinmeki examinaba las últimas remesas con ojo crítico, especialmente tras fallar en el último intento y ver cómo se quebraba el yumi al colocarle la cuerda.

El fracaso no había significado mucho más que la perdida de una semana de trabajo, pero no podía repetirse muchas veces, de oo contrario terminaría pasando factura cuando no pudiera volver a escoger las maderas, ni siquiera haciendo gala de su estatus, obligándola a tareas relativamente menoras como la creación de simples flechas.

En esta ocasión pasaría a mezclar un corazón de abedul y cedro para los extremos, lo decididió en cuanto vio los troncos, pero aún faltaba mucho antes de que pudiera empezar a trabajar, porque primero debía preparar los listones, lo que iba a suponer que tuviera que limpiarlas, cortarlas, tratarlas y aguardar a que estuvieran listas. En resumen, se trataba de un proceso de meses y que sería la base de todo el trabajo futuro, pero ese trabajo empezaba hoy y comenzaba con su olfato.

El olor de cada madera era muy característico y podía servir para describir fallos en ella incluso antes de llegar a cortarla. Eso lo había aprendido con su sensei Kaiu y le había costado años aprender a diferenciar una madera de otra y, posteriormente, hacerlo con la suficiente certeza para llegar a notar los fallos que pudiera ocultar. Es por eso que Shinmeki se acercó dispuesta a olfatear las maderas, mientras la atenta mirada de su protectora permanecía sobre ella y todos aquellos que se habían arrodillado tras reconocerla, y al final se decidió por cada uno de los troncos.

- ¿Podría llevar esos dos al castillo?

Inquirió educada al heimin que los había traído. No había motivos para discutir sobre el dinero, pues ya tendría tiempo de hacerlo en el castillo y le daría tiempo a mentalizarse de con quién iba a discutir sobre su precio o incluso advertir a su patrón, quién podría decidir regalar los materiales en busca de algún favor. No obstante era pronto para adelantar acontecimientos y, teniendo ya la elección realizada, no había más motivos para continuar en la calle, por lo que la pareja sería mucho más útil regresar al castillo y esperar el pedido con un poco de té.

-----------

El simple olor del Oolong ya servía para despertar mi mente. Generalmente lo tomaba durante el desayuno, pero también era útil a media tarde o justo antes de recibir una visita para la que era recomendable permanecer atenta, como era justamente la que nos esperaba.

- Y bien Ryochi-san, ¿cómo se encuentra tu hermana?

Pregunté buscando un tema con el que pasar el rato, aunque mencionar a la familia de un Cangrejo podía ser algo peligroso.

- Vuelve a estar embarazada. Es el tercero ya.

Respondió la aludida sin andarse por las ramas, denotando que ella pertenecía al grupo de Cangrejos que prefería hablar con sus actos más que con las palabras, aunque como Yasuki demostraba un saber estar que otros ni se molestarían en señalar.

- Me alegro.

No era del todo cierto, dado que se asumía que toda mujer del clan se casara y tuviera hijos relativamente pronto, lo que veía como una gigantesca roca que amenazaba con caerme encima en el momento más inoportuno. Por si fuera poco, yo debía tomar la responsabilidad de tomar las riendas de la familia cuando madre muriera, así que encontrar el marido adecuado iba a ser una cuestión prioritaria en mi vida, o me sería impuesto. Sin embargo, antes de que pudiera responder, un sirviente del castillo llegó y se arrodilló de inmediato, atrayendo nuestra atención con igual rapidez.

- ¿Si?

- Kano-sama, Yasuki Miwako pregunta por usted.

No me sonaba el nombre, por lo que deduje que sería la patrona del madedero. No hizo falta que dijera nada a Ryochi para que se levantara y preparara para actuar.

- Hazla pasar.

Le pedí mientras apuraba mi té y posteriormente me levantaba para recibirla. No andaba errada. Yasuki Miwako había escogido el mismo nombre que una antigua daimyo de la familia, pero su linaje era bien diferente, de lo contrario no se habría dedicado al patronazgo de leñadores y madereros. En cualquier caso, seguía siendo una Yasuki de la rama principal y haberla recibido sentada hubiera sido un gesto inapropiado por mi parte, aunque a la hora de intercambiar saludos ella acabara inclinándose más. Las reglas de protocolo era complicadas en algunas situaciones como esta, por eso prefería tratar con samuráis de otros clanes en esa cuestión, dónde podía hacerme pasar simplemente por una Yasuki hija de la gobernadora de una aldea, hacía las cosas más sencillas.

- Bienvenida Yasuki-san, ¿puedo ofrecerte un té?

Aunque tomarse este tipo de confianzas en un primer encuentro con alguien de otro clan, sin duda sería visto como una afrenta. ¡La vida esta llena de complicaciones!

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26/01/2019, 19:43
Akodo Tsuro

A la mañana siguiente...

 

La delegación Fénix encabezada por Kouta acudió al encuentro con Hira Jôtaro puntualmente como todos los días anteriores. Anunció su llegada el responsable de guardia, pero esta vez no esperaron mucho.
Fueron recibidos por un grupo de cangrejos encabezado por Hida Jôtaro.Durante su encuentro, Hida Jôtaro se disculpó de nuevo por la ruptura total de protocolo del día anterior reafirmando que estaban cansados de recibir enviados demasiado tranquilos. Felicitándoles de nuevo por su valentía.

Ante estas palabras, Kouta se sintió una punzada en el pecho, pues estaba muy avergonzado por su estallido. Había dejado de ser él mismo por un segundo, jamás le habría le había ocurrido algo así, y no podía permitir que se repitiese. Jôtaro, continúa hablando unos minutos más acerca de lo sucedido anoche.

Hasta que acabó por decir:

-Hace poco recibimos noticias preocupantes, un huevo de oscuros ha logrado atravesar la muralla, sabemos en qué zona ocurrió, y hemos estado ocupados con los preparativos para eliminar al enemigo. Podéis esperar aquí a nuestro regreso, pero un shugenja Isawa de tú valentía sería bienvenido. ¿Qué me decís, Isawa-san. ¿Vendréis con nosotros?

Kouta se vió asaltado por fuertes emociones. Acaban de ofrecerle la oportunidad de utilizar lo aprendido con su abuelo para frenar la amenaza de los oscuros. Por fin iba a poder hacer que su queridísimo abuelo estuviese orgulloso de él. Si tan solo estuviese vivo para contárselo...

-¿Y bien? ¿Qué me respondes, Kouta-san?-dijo Jôtaro con algo de impaciencia en la voz.

Tras las palabras de Jôtaro, Kouta recuperó la noción del tiempo y fue consciente de que todos los presentes de estaban mirando.Sintiendo azoramiento, logró responder ocultando sus emociones:

-Os acompañaremos, Hida Jôtaro-sama. Será para nosotros un honor ayudar al cangrejo en su noble cometido. Pues, para mí, solo podría haber un propósito más elevado que ayudar a un clan tan comprometido con su deber.

-¿Qué deber puede compararse con evitar que la corrupción asole el imperio?-respondió con enojo en su dura vozuno de los presentes.

-Derrotar al usurpador Shingen, y acabar con la corrupción que está extendiendo junto a sus más leales generales en el corazón del Imperio. Y devolver a nuestro amado emperador al lugar que le corresponde.

Las palabras de Kouta provocaron que un murmullo comenzar la sala. El murmullo empezó a ganar sonoridad cuando Hida Jôtaroo comenzó hablar devolviendo el silencio a la sala.

- Valientes palabras, Kouta-san, sin embargo preferimos ver a Shingen en el poder y la corrupción de las tierras sombrías tras nuestra muralla, que ver triunfar a los hijos de Fu Leng, que es lo que pasaría si abandonaramos en este momento nuestro deber.
Pero ya habrá tiempo para politiqueos cuando volvamos a nuestra expedición.

Dicho esto, comenzó a contar su estrategia.

- Partiremos mañana con la primera luz del alba. Seremos un grupo reducido para poder ir más rápido. Iremos asegurando las aldeas una por una, dejando grupos de berserkers en cada una de ellas. De esta forma nos aseguraremos la línea de suministros y refuerzos. Avanzaremos así hasta llegar y asegurar el fuerte Chabudai. Desde donde trataremos de contener al enemigo mientras llegan los refuerzos.

Notas de juego

Continuará...

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28/01/2019, 01:14
Akodo Tsuro

Partieron a la mañana siguiente con presteza los tres fénix y un grupo compuesto por cien cangrejos y Hida Jôtaro.

Tras dos días llegaron a la primera de las 5 aldeas que se interponían entre ellos y el fuerte de Chabudai. Todos se prepararon al comenzar a acercarse a la aldea y su precaución no fue en balde.

Una masa de trasgos salió en horda de la aldea, y al fondo se vislumbraban tres figuras de gran tamaño. 

Hida Jôtaro no tardó en impartir órdenes a sus hombres que, tras desmontar la mayoría, comenzaron a prepararse para hacer frente a la horda con gran sincronía. Kouta, al igual que los cangrejo también frenaron a sus monturas y desmontaron. Izumi se posicionó al lado de Kouta y, al igual que muchos cangrejos, sacó su arco y carcaj.

Cuando el enemigo estuvo lo bastante cerca, Hida Jôtaro dió la orden de ataque y las cuerdas de los arcos vibraron, escupiendo muerte hacia el enemigo. Kouta por su parte, sacó uno de sus preciados pergaminos y, elevando a los cielos su plegaria a los kami de fuego, llenó el campo de batalla de llamas que engullían a los trasgos.

A pesar de toda la muerte que llovía sobre ellos, el enemigo chocó contra la primera línea compuesta por los cangrejo que recibieron a los impuros tetsubo en mano. A partir de ese momento se desató la locura. Kouta incluso llegó a apreciar a un cangrejo que, con la armadura plagada de pinchos y retorcidos garfios se arrojaba con alegría ha la masa de cuerpos, placando y soltando terribles puñetazos.

Sin embargo, la atención de Kouta rápidamente se centro en las grandes figuras que se acercaban a su posición, se trataba de tres ogros que, implacables, se habrían paso. Kouta, calculando el tiempo del que disponía antes de la llegada de los ogros hasta la línea, le grito a Izumi:

 

-¡Voy a hacer eso!

-¡Hai!- le respondio con sequedad Izumi a la vez que hacia brotar la sangre del pecho de un trasgo con su temible naginata.

 

Cambiando de pergamino, Kouta recitó su plegaria y, tras inspirar profundamente, comenzó a exhalar fuego por la boca a varios metros de distancia, su calor abrasador acabó con decenas de trasgos que, apiñados como estaban, no pudieron evadirlo.

Izumi, advertida por Kouta, se tiró al suelo justo a tiempo para evadir el terrible aliento y rodó esquivando los cadáveres del suelo hasta situarse de vuelta al lado de su protegido. El fuego que manaba de la boca de Kouta liberó la presión de esa zona, dando a los cangrejos cercanos un ligero respiro.Pero también atrajo la atención de los ogros, los cuales dirigieron sus esfuerzos en la dirección de los fénix.

Cuando por fin finalizó la plegaria de Kouta, los trasgos redoblaron su ataque, pero los ogros llegaron con ellos. Entonces apareció Hida Jôtaro quien, secundado por su escolta personal, se enfrascó en combate contra dos de los ogros. Sin embargo el tercero llegó hasta los fénix.

Kouta se encontraba sacando su pergamino de golpe de jade cuando la inmensa masa de músculos, garras y colmillos llegó hasta él. Actuando por instinto, aunque consciente de que no llegaría a tiempo, Kouta comenzó a recitar su plegaria cuando el inmenso ser levantó su enorme garrote con el que pensaba aplastar al shugenja.

 

Entonces, con un grito, Izumi se interpuso entre ambos y saltando hacia el ogro, armó su golpe.

Todo sucedió en un instante. El garrote del ogro golpeó el abdomen de Izumi, destrozando su armadura y su hermoso cuerpo, la naginata impactó con fuerza sobre la base del cuello de la criatura, haciendo manar borbotones de una sangre oscura y espesa, y un rayo de luz verde salió de Kouta, impactando sobre el pecho de la inmunda criatura. 

El ogro cayó de espaldas, siendo su cuerpo incapaz de tolerar tal magnitud de heridas, e Izumi salió volando varios metros, dejando su naginata clavada en el cuello del ogro.

 

-¡Nooooooo!- grito desesperado Kouta al ver a su yojimbo aterrizar en el suelo, inmóvil.

Indiferente al baño de sangre que le rodeaba, Kouta abandonó la refriega corriendo hasta la malherida Izumi, mientras Tetsuya defendía su retirada, haciendo frente a variso trasgos a la vez, de los cuales se defendía lo mejor que podía.

 

Nada más llegar frente al cuerpo de su amada, Kouta se arrodilló y comprobó su pulso. Por unos instantes pensó que estaba muerta, pero entonces encontró su pulso, débil, muy débil. Sin tiempo que perder, comenzó a rebuscar en su bolsa, arrojando al suelo los valiosos pergaminos que su clan le había confiado hasta encontrar el que buscaba.

Sin tiempo que perder, lo extendió sobre el polvo del suelo y, colocando ambas manos casi rozando el cuerpo inerte de Izumi, comenzó a recitar a los kami como nunca en su vida. 

Los kami del agua, acudieron en ayuda de la pareja y, en toda su benevolencia, comenzaron a reparar el maltrecho cuerpo de la yojimbo. Cuatro veces los invocó, y cuatro veces acudieron en su auxilio. Pero al final, Izumi abrió los ojos, diciendo un casi inaudible arigato, Kouta-san, antes de volver a caer inconsciente. 

Siendo incapaces los kami de ayudar más a la joven, kouta cortó las correas de la armadura de Izumi y comenzó a curar con métodos más tradicionales su enorme herida, ahora poco más que una gran contusión.

Una vez quedó Kouta contento llamo a gritos a Tetsuya. En cuanto el jóven shiba llegó a su posición le dijo:

 

-Tetsuya-san, gracias a los kami de agua Izumi-san sobrevivirá a esto, pero no debe sufrir daño mientras esté indefensa. Protégela con tu vida.

-Hai, Kouta-sama. Me alegro de oírlo. Puede confiar en mi-contestó Tetsuya apretando con fuerza su arma.

Entonces Kouta guardó en la bolsa todas sus plegarias salvó una que comenzó a recitar. En pocos segundos de sus dedos surgieron largos zarzillos de fuego con los que comenzó a atacar a la ya menguada horda.

Pocos minutos más duró la batalla. Los trasgos, al ver su ataque frustrado y a sus líderes muertos, emprendió la retirada, siendo perseguidos por los Hida que continuaban montados, los cuales dieron buena cuenta de hasta el último de ellos.

Cuando el enemigo emprendió la huida, Kouta se volvió hacia Izumi, a la cual continuó atendiendo con diligencia hasta que una sombra en el suelo hizo que se girase.

Frente a él se alzaba la atemorizadora figura  de Hida Jôtaro, el cual cubierto de sangre se alzaba frente a él con una naginata entre sus manos.

-Veo que no sois el único fénix valeroso que voy a tener el honor de conocer. Tenéis una gran yojimbo, Isawa-san, ¿Sobrevivirá?- preguntó, entregándole el arma a Kouta.

-Creo que si, Hida Jôtaro-sama. Gracias a las fortunas sobrevivió al impacto y llegué a tiempo de sanarla.

-Su habilidad y sentido del deber honran a su maestro y a su clan. No ha dudado ni un segundo en enfrentarse a una criatura que haría huir a más de uno que yo me sé.

-Solo hice lo que debía, Hida-sama.- dijo con voz débil Izumi- ¿Qué clase de samurai deja de lado su deber por miedo a la muerte?

-Bien dicho, Izumi-san, bien dicho. Verás a muchos hablar sobre el valor y el deber, pero no todos hacen honor a sus Heroicas palabras.

Tras unos segundos de silencio, Hida Jôtaro continuó.

-Izumi-san, viajarás en el carro de los heridos. Como no hemos tenido muchos, te procuraré uno para ti sola. Kouta-san, podrás viajar con ella para atender sus heridas, pero antes nos vendría bien un shugenja para realizar los ritos oportunos para con nuestros caídos en la batalla.  No dejaré sus cuerpos al sol y la corrupción. 

 

Levantándose, encomendó el traslado al carro a Tetsuya y acompañó a Hida Jôtaro y a su guardia hacia los cuerpos de los caídos. Entonces comenzó el ritual funerario...

 

Continuaron su viaje, dejando a cuatro berserkers hida por aldea. El enemigo atacó en dos de ellas, pero sin igualar la fiereza del ataque que sufrieron en la primera aldea. Y, tas una semana y media de viaje, alcanzaron por fin el fuerte.

 

 

 

Notas de juego

Continuará...