Partida Rol por web

El señor Iturralde nos lleva hasta el centro de la ciudad mientras nos alaga con posibles excursiones en nuestro honor, pero la verdad es que la posibilidad de pasar tanto tiempo aquí como para realizar una de esas excursiones me da dolor de cabeza... Mientras llegamos a nuestro destino voy creando un plan de acción en mi mente. Vayamos por partes, quizás lo más urgente sea conseguir algo de dinero en efectivo por si no encontráramos la cartera y/o el dinero. Mientras tanto alguien podría ir a preguntar por mi cartera a alguna estación de policía, quizás López sea el más adecuado, por eso del idioma. Después sería necesario revisar el hotel también, por si la cartera estuviese por allí ya que es el otro sitio en el que recuerdo haber estado anoche... Mientras tanto yo me llevaré, con alguien más de escolta, algunos dolares de plata para venderlos en alguna casa de cambio. Si después de esto no hemos conseguido encontrar mi cartera iré a la embajada a pedir una nueva documentación... En cuanto a mi queridísimo abuelo... Espero no tener que comunicarle los problemas que han surgido, pero de ser así siempre puedo ahorrarle ciertos detalles. Nunca ha sido un hombre fácil de engañar, pero no me quedan muchas más opciones.

Al llegar al centro el plan tiene forma en mi cabeza. - Heriberto, muchas gracias por todo. No se como podremos devolverte este favor, y no me refiero al dinero, por eso no habrá problema. Si finalmente tenemos que quedarnos algún tiempo por aquí nos pondremos en contacto. Hasta pronto buen amigo. - Una vez hemos bajado todos del coche hago al resto partícipes de mi plan. - Sé que esto puede parecer un poco egocéntrico, pero la verdad es que no tengo ninguna gana de quedarme aquí mucho tiempo, así que si estáis de acuerdo he pensado en un plan de acción para intentar resolver todo esto lo más pronto posible. Para terminar de saldar las cuentas que tenemos aquí necesitaremos dinero contante y sonante por lo que mi idea es ir  a negociar con los dólares de plata a alguna casa de cambio. Quizás necesite a López... Mientras tanto el resto podría ir al hotel a preguntar por mi cartera y buscarla. No se si recordáis en qué más lugares estuvimos anoche, pero yo solo recuerdo el hotel. Después de conseguir el dinero me acercaré con López a alguna estación de policía para ver si han encontrado allí la cartera y si no iré finalmente a la embajada a empezar los trámites para conseguir nuevos documentos...

Y que les parece si intentamos dar con el maldito Sargento Mayor Lituma Peláez, que es el que nos ha metido en este fregao y le damos una manita de leches... Contente Dominique, que no estas en condiciones ni de matar a una mosca. Lo mismo hasta nos dice quien tiene la cartera. Dominique, mas te valdria descansar y cambiarte de ropa, pareces tarzan de los monos... como, quien ha dicho eso... nadie, bueno.

Que les parece si me acerco al hotel discretamente a cambiarme de ropa y ver si ronda por ahi el Sargento. Lo mismo conversando los tres le convencemos para que nos ayude. Y seras capaz de amenazarle con tus pistolas... Anda vete a dormir.

Bueno, era solo una idea, no hace falta que pongan esas caras. La cartera no se va a poner en nuestras manos sola por arte de magia, habra que agotar todas las posibilidades, digo yo. Anda, que lo estas arreglando, a este paso te quedas sin amigos y llegas al polo encadenado...

Miles se está despejando. Las palabras de Dominique le terminan de arreglar.

Pues mira, me parece cojonudo. Vamos a por ese cabrón que nos ha drogado y casi nos deja con lo puesto.

Probablemente el efecto de la droga aún corría por las venas de Chester, porque hasta aquel momento no se había dado cuenta de las ganas que tenía de pegarle una paliza a quienquiera que les hubiera drogado. ¿Era el Sargento Mayor el culpable? Quizás... pero era un candidato tan bueno como cualquier otro, o probablemente quizás más.

Es verdad; si damos con este tipo igual se solucionan algunos de nuestros problemas. Deberíamos volver al hotel, que es donde le vimos por primera vez; quizás ellos sepan decirnos dónde podemos encontrarle. 

O quizás aún esté allí, riéndose de nosotros, o tratando de engatusar a otros turistas... sí, deberíamos dar con él y hacerle cantar las cuarenta. 

Parecía que la cabeza de Chester estaba aún llena de telarañas, porque aquella última frase no parecía tener demasiado sentido.

Bueno, yo ya me entiendo.

Domingo 17, La Paz.

Así pues, López se encargó de buscar un transporte para que todos menos él mismo y Sutton fueran al hotel.

En la plaza el mal de alturas se hacía sentir algo. Habían subido unos cuantos metros desde el barrio bajo (literalmente) al centro de la ciudad. En el Alto de La Paz se notaba todavía más. El viaje, de no haber sido por las circunstancias poco tranquilizadoras, hubiera sido pintoresco y agradable. Fue hecho en un viejo taxi, que traqueteaba por un ancho camino de grava, recientemente ampliado y con bastante tráfico de personas, animales y vehículos del ejército.

El Hotel Rosario seguía donde lo habían dejado la noche anterior.

En la entrada estaban Charlene y Larry hablando con un par de agentes de policía cuyos uniformes parecían militares. Ambos eran morenos y de talla menuda. Sus ropas necesitaban algunos remiendos. No conseguían entenderse. Chapurreaban algo de inglés.

Larry fue el primero que vio a todos entrar. Sofocó una exclamación, señaló a la puerta e intentó explicar a los agentes que los que habían estado perdidos habían aparecido. Hubo muchas explicaciones confusas, ya que faltaba López para hacer de intérprete, pero con ayuda del recepcionista, que también hablaba un par de palabrejas, todo quedó solucionado.

Tras explicar la larga ausencia, los recién llegados pasaron a su objetivo prioritario: el sargento Lituma. Otra ronda de confusas explicaciones tuvo el resultado de que el recepcionista saliera a la puerta y señalara unas instalaciones aledañas al aeropuerto. Había en la puerta de alambre de espino una garita con un par de guardias y, en el edificio central al que se llegaba tras un descampado de tierra batida, donde hacían la instrucción unos pobres desgraciados, ondeaban una gran bandera de Bolivia y otra con el símbolo del ejército del aire.

Domingo 17, La Paz.

Te quedaste con López, tras conseguir que un desvencijado pero espacioso taxi llevara a los demás al aeropuerto del Alto de La Paz.

Tras eso, y antes de hacer ningún otro movimiento, te acercaste a la embajada. Ahí te podían dar información sobre cambistas, usureros, prestamistas o banqueros de toda calaña y condición. Estabas seguro.

El empleado fue amable. Tu acento británico dejó al hombre el beneficio de la duda sobre si eras trigo limpio o no, pero en lo tocante a tu condición nobiliaria, se notaba que guardaba un respetuoso tono neutro. Todo se andaría, te dio a entender. Por el momento recogió tus datos, te hizo una foto y comentó que enviaría la descripción a Londres para que se hicieran las pesquisas necesarias para documentar tu ciudadanía. Entre tanto, te indicó amablemente varias útiles direcciones a las que acudir para cambiar dólares en plata, dólares en papel, oro o cualquier otra divisa que se te ocurriera. No por nada estabas en la capital.

Un viejo judío recibió tus divisas como agua de mayo. Y no negociaste mal, pues te llegaste a dar cuenta de su necesidad, y conseguiste un precio envidiable por tus dólares. Daba, a tu entender, para pagar toda la deuda y, posiblemente, los gastos de una estancia de unos cuantos días en el aeropuerto. Eso si: los gastos extras dejaban preveer que no iba a ser posible dejar en ninguna parte a Abermale, a no ser que alguien se apiadara de él, y se hiciera cargo de su cuidado de manera gratuita.

Cosas más raras se habían visto en este mundo. Todo podía ser.

Así pues, fue coser y cantar preguntar por la dirección que os había dado Heriberto, y acudir ahí para devolver lo prestado. En una enorme casona, con una vieja criada nativa, comisteis, invitados por el agregado de la embajada. Era un tipo joven y formal, fuera de los ambientes en los que os habíais conocido. Muy ceremonioso.

De momento el resto de la mañana no está siendo demasiado mala, así que los ánimos suben un poco, pero me sigue preocupando mucho el tema de tener que pasar varios días en el dique seco. Ahora que ya conseguimos algo de dinero como para que no sea extremadamente urgente nuestra situación actual mi cabeza da para otras cosas. Aprovechando la visita a Heriberto le hago alguna pregunta sobre la noche pasada. - Heriberto, tal y como he dicho antes, no sé si seré capaz de devolverle el favor de esta mañana por mucho que la deuda económica esté pagada. No todo el mundo pondría la mano en el fuego por alguien que conoce tan poco por muy buenas referencias que tenga y eso te honra. - Me cuido bastante de tener un tono condescendiente. Realmente estoy muy agradecido por el favor de esta mañana. Si no hubiera estado él habría sido todo mucho más difícil. - Por otra parte me gustaría comentar algo contigo. He de reconocer que la pasada noche no fue una de las más relucientes en mi vida y tengo algunas, por no decir bastantes sospechas sobre que alguien pudo poner algo en mi bebida y la de mis compañeros. He de decir que no es la primera vez que tengo una noche parecida a esta, pero jamás había olvidado tanto. A pesar de que recuerdo bastante los momentos que estuve contigo, no recuerdo el momento ni el lugar en el que nos encontramos. ¿Lo recuerda usted?¿Podría decirme si vio algo extraño?

Espero impaciente la respuesta de Heriberto. Espero que me pueda dar una buena pista sobre algo, pero si no me encaminaré a alguna comisaría de policía para preguntar allí por mi cartera.

Heriberto se lo piensa antes de hablar mal de nadie. Bueno, bueno. El sargento mayor Lituma... no es que le conozca personalmente, pero todo el mundo sospecha que es un hombre corrupto. Pequeñas cosas, seguramente, o ya habría sido procesado, nada raro en el ejército de este país. Si les ha gastado una jugarreta será difícil atraparle, puesto que estando en guerra todos los suboficiales son necesarios, y él tiene experiencia en combate, dicen.

Durante toda la noche estuvo muy dicharachero y amable, por supuesto, pero es no nos dice nada. ¿En serio no se acuerdan de la orquestina que armaron? ¿De la danza de los siete velos? Sonríe, como avergonzado de que los retratos de antiguos familiares que os están mirando tengan que escuchar esas palabras. Si necesitan saber algo más, pueden preguntar a las chicas: ellas conservan, por necesidad profesional, la mente bastante despejada durante la noche.

Tras despedirte amablemente de Heriberto, y documentado con el resguardo que te habían dado en la embajada, fuiste a la comisaría a poner una denuncia. Ahí preguntaron varias cosas de esas que caen de cajón. Del señor que preguntaba sacaste la conclusión de que sospechaba, en primer lugar, de la casa de mal vivir donde pasaste la noche. Te dieron buen trato, casi te adoptaron como un señorito de rancia sangre que tiene un ligero desliz. Esas cosas que a ciertas personas les parece que adornan más que oprobien a una personalidad pública, por sana envidia, seguramente.

De lo que si te diste cuenta fue de que, inocentes o no, las chicas lo iban a pasar mal.

Antes de dirigirse hacia las instalaciones militares que señalaba el recepcionista, Chester le preguntó - si es que era capaz de encontrar la forma de hacerlo - si por un casual y con mucha suerte, habían dado con la cartera desaparecida de Sutton. No sería la primera vez que se lanzaban de cabeza hacia los problemas, cuando podrían haberlos resuelto usando su cabeza como algo distinto a un ariete.

En el caso de que el recepcionista diera una respuesta negativa, no quedaría más que enfrentarse a la realidad: había que acudir a un garito militar para interrogar a quien probablemente sería un alto mando del complejo. La cosa pintaba bastos, y Chester no estaba muy seguro de que a Dominique no fuera a írsele la cabeza de nuevo.

Locos, estoy rodeado de locos - dos de los miembros de la misión ya parecían bastante trastocados. Si caía un tercero, Chester se plantearía muy seriamente abandonar la expedición de los dementes - literal - y esperar al barco.

Bueno, ya sabemos donde esta, entrar a saco en un cuartel y sacar al sargento a palos no me parece muy adecuado, por las formas y eso, asi que si les parece podriamos hacerle la espera aqui , en el hotel, como si no hubiera pasado nada.

Nos aseamos y cambiamos de ropa, hablamos con los distintos huespedes, nos relacionamos como si nada hubiera pasado y cuando tengamos al sargento a tiro, zas en toda la cocornia y que cante donde esta la cartera y el dinero.

Dependiendo de su actitud y terminado el tramite le podemos dejar atado a un arbol o despeñado en cualquier camino... Esto no me lo pierdo, a ver lo que tardan en fusilarte Dominique...

Los Dementes esperan, pues, con la vista puesta en la entrada de las instalaciones militares, cómodamente instalados en sus habitaciones del hotel, una de las cuales mira en esa dirección.

No es difícil llegarse a su equipaje y hacerse con unos prismáticos, para mejor vigila las entradas y salidas, y si entra o sale el sargento Lituma, objeto de las vengativas pesquisas.

Los pilotos, el ingeniero y el mecánico, además de Whitston, van entonces a hacer las ya retrasadas revisiones de los aparatos.

Pasa la mañana sin demasiada novedad. La gente entra y sale. Muchos militares, por supuesto, y varios coches oficiales, pero nada da a entender que el movimiento en el aeropuerto y en las instalaciones militares aledañas sea cosa rara.

Tras formalizar tu denuncia, pasas por la embajada para dar al empleado el número de expediente de la denuncia, y para dar cuenta de que la policía ya ha sido informada de tu situación irregular. Dejas el teléfono del hotel. López, aunque no es ninguna lumbrera, se apaña bastante bien con el castellano que se habla por estos lugares.

Buscáis un taxi, otro enorme coche desvencijado y robusto que os lleve de vuelta al hotel, en Alto de La Paz.

El tiempo se ha ido haciendo frío y ventoso, en tanto pasa la mañana.

Pasada ya la hora de comer (Whitston había subido unos bocadillos a la habitación donde, con los prismáticos, vigilaban los Sorensen, Pickwell y Field) los vigilantes vieron llegar a Sutton, en un taxi, junto a López. Sutton encontró, en la puerta del hotel, a la vieja que el día antes había estado diciendo la buenaventura en el lugar donde habían cenado. A la luz del día parecía encogida y acartonada. La piel con una textura cerosa y poco lucida, los movimientos forzados del que (suponía Sutton, que de medicina no sabía ni papa) soporta atrosis, artritis, reumas variados y problemas óseos típicos de edades avanzadas. Estaba sentada en la calle, tapada con una gruesa manta de vivos colores y tocada con un sombrero hongo, que sujetaba a su cabeza con un pañuelo de lana rojo y verde. Bajo la falda asomaban las puntas de dos zuecos de madera.

En el hotel, Sutton supo dónde estaban todos: Miles, Halperin, Whitston y DeWitt, junto con Longfellow habían ido al hangar, para revisar los aviones (comieron en el hotel, pero se habían vuelto a ir). Arriba, en una de las habitaciones, permanecían Field, Pickwell, los Sorensen y Abermale (oportunamente distraído con un cuento para niños).

La diminuta anciana me llama la atención. Recuerdo que nuestro querido anfitrión no tuvo mucha fortuna ante ella... quizás pueda decirme algo útil. Con un tono casi de ruego hablo con López. - López se que hoy ya le he pedido mucho y le estoy muy agradecido, pero me gustaría que me echara una mano con un último tema. Me gustaría hablar con aquella señora un momento. ¿Puedes traducir lo que vaya diciendo? - No espero demasiado la respuesta de López, lo justo para no parecer descortés. Me vuelvo hacia la pequeña señora y voy hablando en un tono sosegado y muy educado. - Hola, no se si me recuerda, pero ayer por la noche nos vimos en comedor y un hombre, un militar, creo que no fue muy educado con usted. Lo primero quería pedirle disculpas si nuestro comportamiento de ayer la molestó de alguna manera. - Hago pausas cada poco de forma que López sea capaz de traducir la conversación sin problema. - Por otra parte he tenido un problema que podría hacer que estuviera aquí durante mucho tiempo, pero es urgente que continúe mi viaje. He perdido mi cartera, o me la han robado, todavía no lo se. Me sería realmente útil si usted recordara algo sobre anoche que me pueda ayudar a recordar que fue de ella.

Escucháis desde la ventana la voz de Sutton, hablando con la anciana, así que pegáis la oreja al cristal.

Hombre, Anthony ya ha llegado, a ver como le han ido sus pesquisas en la ciudad. Asi que dejo la vigilancia en manos de los Sorensen para reunirme con Sutton.